La hermana pequeña (y VI)

Nuria cae en la trampa de su envidiosa hermana mayor, quien la recomienda como sustituta de secretaria en un gimnasio. Pero Nuria ignora que su avaladora también les ha dicho a todos los hombres del polideportivo que es un auténtico pendón de manera que todo se tuerce... o se levanta, según se mire.

Al día siguiente estaba presa de deseo y de odio, pero no sabía en qué orden ni que parte resultaba más relevante. Lo primero que hice fue estar con mi hermana Lidia lo más simpática posible y dejarle caer como si nada que Marcelo, el mazas que hacía de salvavidas en la piscina estaba por sus huesos. Que me lo había confesado el día anterior y que incluso me había suplicado que concertase una cita con ella, para que pudieran tener un encuentro ese mismo día a las dos en la sauna, cuando cerraban. Incluso le presté uno de mis bikinis más atrevidos y escuetos para que pudiera, con la excusa de sustituirme a mí por un solo día en el trabajo, tener un encuentro con él. Marcelo era tan guapo, que ella no pudo, no supo o no quiso oponer ninguna resistencia. Una vez que se fue, resultó un juego de niños llamar al polideportivo y preguntar por Paco, el chapuzas, quien me había insinuado que tuviésemos un encuentro en la sauna, precisamente a esa hora. Como yo no me había negado en un principio resultó de lo más fácil, convencerlo para que me esperase en la sauna a las dos menos diez.

Mi plan era el siguiente: primero llegaría el obrero salido, relamiéndose. Luego mi viciosa hermana. En medio del vapor no se distinguirían el uno al otro, pero lo más posible era que cuando Lidia se diese cuenta de lo que se llevaba entre manos ya se la hubiesen ensartado hasta el fondo.

En la ausencia de mi hermana Lidia pude registrar su habitación. No me costó encontrar la diminuta grabadora digital que había deslizado en mi bolso y que le había permitido grabar el sonido de mis encuentros sexuales en el gimnasio. Borré los archivos y también las copias que guardaba en su ordenador portátil. También revisé su correo y me di cuenta de que había llegado a tiempo: todavía no había enviado aquellos archivos a alguna web porno de Internet.

Tanta actividad solventó el problema de ajustar cuentas con mi hermana mayor pero no el de mi calentura pendiente. Entonces se me ocurrió que estaba sola en casa y que podía llamar a Arturo, mi novio, a su móvil. Después de todo, le debía una compensación y él a mí un buen polvo. Aunque tuve que sacarlo de sus clases de la universidad, cuando le expliqué que teníamos la casa para nosotros no tardó ni dos segundos en decir que llegaría en media hora.

En ese tiempo, me duché, unté mi cuerpo de todo tipo de cremas hidratantes y aromáticas, lo que aumentó el brasero que ardía dentro de mí. Después me maquillé de la manera más sexy posible, discreta pero resaltando mis labios, carnosos, prominentes con rojo burdeos en mi boquita de piñón.

Evidentemente me vestí para matar. Elegí un conjunto de ropa interior de La Perla, con culotte y un sujetador que apenas abarcaba mis prominentes senos. Y lo complementé con medias negras de liguero y unos zapatos de tacón de aguja, también negros. Vista en el espejo de cuerpo entero, quitaba el hipo. Con el vestido tuve más problemas porque lo que quería  tenía que ser tan ceñido que nada me parecía suficiente. Arturo ya estaba llamando a la puerta cuando opté por enfundarme en uno de Fanny, mi hermana pequeña. Era Dolce & Gabanna azul, sin mangas, y se me pegaba como una segunda piel, con un escote redondo por donde asomaban mis melones como una invitación al deseo. Además, como mi hermanita era un poco más baja me hacía unas piernas de vértigo. Pensé que si con la ropa de Lidia no había hecho más que sentirme humillada, la de Fanny serviría para cambiar mi suerte.

Corrí hacia la puerta y encontré a Arturo, polo rosa Ralph Lauren y jersey anudado a los hombros. Le di un beso con lengua que le cortó la respiración y lo invité a pasar.

–Tomarás algo, supongo –dije mientras preparaba dos cubalibres bien cargados de ron.

Me acerqué con los dos vasos llenos hasta los topes y opté por sentarme a horcajadas en su regazo, con lo que mi vestido se subió lo suficiente par enseñar mis muslos dorados, allí donde acababan mis medias negras.

–¡¡¡Dios!!! ¡¡¡Que buena estás!!!

Y después del primer sorbo de ron se lanzó directo al festín. Hundió su cara en mi escote y empezó a comerme las tetas como nunca lo había hecho nadie. Cuánta sabiduría atesoraba la lengua de mi pobre novio. ¿Qué más cosas sabría hacer si le daba la oportunidad? Pensaba mientras el alcohol me iba subiendo a la cabeza y el deseo me nublaba la mente. Al mismo tiempo sus manos subieron por mis muslos y empezaron a amasarme el culo como si quisieran hacer un pan con él.

Seguí bebiendo, pensando que con la falta de práctica, rápidamente perdería el control y el placer sería aún mayor. Ya estaba toda mojada y notaba como Arturo estaba pasando de líquido a sólido.

Enloquecido de deseo, intentó abrir el vestido, subirme la falda y bajarse la cremallera del pantalón, todo a la vez. Sólo consiguió tenderme en el sofá blanco con brusquedad. Sus caricias se volvieron torpes y no conseguía ni apartarme las bragas, que al ser culotte estaban resultando demasiado amplias y desconocidas para un fácil manejo. Ni siquiera sus dedos conseguían llegar a mis rincones más prohibidos. Lo que había resultado ideal ante el espejo por las transparencias en que enmarcaban mi magnífico trasero, se había vuelto terriblemente incómodo sobre el terreno.

–Espera, ya te ayudo.

Así mientras sus caricias cada vez más ansiosas no hacían más que estrujarme mis pechos, causándome más dolor que placer, yo tomé el control de la zona sur y le bajé la cremallera del tejano. Con la habilidad de una meretriz conseguí desenfundar su arma, pero nerviosa por cómo me apretaba las tetas, no pude evitar que la punta rozase con la cremallera.

–¡Aggjhhh! ¡Cuidado! – señaló dolorido.

–Tranquilo, yo sé como curarte – y dicho eso me escurrí hacia abajo y me dispuse hacerme perdonar con mi boca la torpeza de mis manos.

Apenas mis labios rozaron su glande repleto de ansia cuando sonó el móvil. Mi móvil.

– No respondas Nuria. ¡Por el amor de Dios, no te pongas!

Vi la pantalla de cristal líquido en donde salía el nombre del responsable de tan inoportuna llamada. Era Humberto, mi primo.

–Sí, diga.

–¡No me lo puedo creer! – rezongaba detrás de mí un abandonado Arturo.

–Soy Humberto, no sé si es importante. Pero me he encontrado a Lidia por la calle. Se ha puesto enferma a  media mañana y le ha pedido a Fanny, tu hermana pequeña, que la sustituya. Lidia va ahora para tu casa.

Al menos mis esfuerzos nocturnos con mi primo habían servido para algo. Fui hasta el perchero y vi a Arturo por última vez en el sofá con un miembro en la mano tan perplejo como él mismo.

–Lo siento, cariño, pero he de dejarte ahora.

–¿Así?

–Lo siento de verdad –dije mientras me ponía una corta gabardina blanca – pero se trata de una verdadera urgencia.

–¡Esto sí que es una urgencia! –protestó él.

–Pues utiliza tus manos, cariño – le respondí mientras abría la puerta.

–¿Con el golpe que me has dado? ¡Imposible! ¡Me duele demasiado!

No podía perder más tiempo con los genitales de Arturo. Mi inocente hermana corría peligro, podía caer en una horrible trampa sexual… ¡en la misma que yo había tendido a Lidia!

También fue culpa mía coger un taxi para llegar antes sin calcular que con las prisas no llevaba dinero, con lo que el taxista, protestando, tuvo que contentarse con unas monedas sueltas que había en el bolsillo de la gabardina, de pura casualidad y que apenas cubrían la bajada de bandera. De manera que tuve que ponerme todo lo melosa que pude  – ¡yo, que siempre me había mostrado tan altiva con los taxistas– y para evitar males mayores opté por dejar la gabardina abierta y no preocuparme ni mucho ni poco de lo que se veía de mis piernas. La atención con la que el conductor se prestó a reorientar el espejo retrovisor me llevó a pensar que más bien era mucho y como se esforzaba por pillar cualquier bache para que mis pechos botasen más de lo convenido. Me di cuenta que el muy ladino incluso se había llevado propina al final del viaje, cuando se bajó para abrirme la puerta mientras yo me abría de piernas para él ante la necesidad de bajar del coche.

He de reconocer que tanta mirada lasciva me excitó más de lo conveniente, pero miré el reloj y eran casi las dos, así que entré corriendo en el gimnasio, sin preocuparme de cuánto podía subirse mi falda, o hasta que altura podían subir mis apretados pechos en aquella lencería golfa que había escogido para unos planes que ahora parecían lejanos.

Llegué al despacho de Pedro Moreno, sin aliento. No había ni rastro de mi hermana. El director me miró con los ojos fuera de las órbitas, quizás por mi aspecto, que despendolado ya empezaba a ser habitual.

– ¿Y Fanny?

– Se ha ido. Creo que vio que su hermana llevaba un bikini en la bolsa y me ha dicho que quería aprovechar para tomar una breve sauna.

Me di cuenta que Pedro Moreno seguramente estaba más interesado por las curvas que revelaba mi ceñido vestido o mi gabardina pero no tenía tiempo. Salí disparada sólo de imaginar el virginal cuerpo de Fanny embutido en un bikini que a ella también le iría pequeño y a merced del rijoso paleta. Fanny apenas tenía 17 años pero estaba muy desarrollada para su edad, casi tanto como yo y su melena rubia que ella cepillaba con tanto esmero además de su gesto aniñado, era muy codiciado por los hombres, aunque ella decía que estaba absolutamente centrada en sus estudios y en sus clases de pilates como para dedicarse a los novios. No por ello dejaba de despertar las miradas lujuriosas sobre todo porque era muy despistada y muchas veces se ponía tops y pantalones cortos a todas luces demasiado pequeños para aquel cuerpo tan rotundo.

Por suerte vi a Paco, antes de que entrase en la sauna, aunque parecía dispuesto a hacerme esperar, porque iba con la caja de herramientas al cuarto de mantenimiento, ajeno a todo. Entró y yo le seguí: por nada del mundo iba a permitir que aquel bestia pusiese las manos sobre mi virginal hermana.

–¿Mucho trabajo, Paco?

Se giró un poco perplejo, evidentemente no me esperaba. El cuarto apenas era un almacén de herramientas con un tosco banco de trabajo.

–¿Quería algo señorita?

–Nada, sólo ver sus dominios, donde, por cierto, hace mucho calor – y dejé caerla gabardina a mis pies para que viese como el vestido azul se me ceñía como diseñado por el mismísimo demonio. Por sus ojos me di cuenta de que si pensaba ir a la sauna en ese momento ya tenía otra idea mejor.

Yo me acerqué y empecé a tocarle el mono por donde sabía que estaría al rojo. Parecía ser el dueño de una barra de acero considerable.

–Creo que soy lo que necesita para aliviar toda esa tensión acumulada durante una larga jornada laboral.

Reconozco que mi idea inicial era hacerle un par de rápidos trabajos manuales y dejarlo agotado para nada más, pero en cuanto su pajarito – ¿o debería decir pajarraco? – salió a tomar el aire vi que su planes eran diferentes.

De un golpe me empujó contra el banco de trabajo. Yo sólo llegué a balbucir.

–Paco ¿no irá a violarme?

Antes lo hubiera dicho, tonta de mí, y antes le hubiera dado la idea. De un manotazo me rasgó medio vestido de un solo tirón, dejando al descubierto mi ropa interior de zorrón de lujo.

–¡Cállate, puta!

Con su cuerpo me aplastó y sus rudas manos se aprestaron a darse un festín con mis sensibles pechos, que ya estaban doloridos por los traqueteos que les había propinado Arturo.

– No, no, déjeme…

Pero mi resistencia era débil. A penas un par de golpes en su pecho, que cubría una camiseta imperio con diversas machas de grasa. Por un lado porque entre Humberto, Arturo y el lascivo taxista yo ya había llegado como una moto al polideportivo. Por otro, porque si bien su olor era asqueroso y su brusquedad humillante, la verdad era que lo morboso de la situación me había puesto a cien. Y sabía que aquel hombre que mordisqueaba mi piel sin miramientos no iba a andarse con remilgos. Además, un rincón de mi cerebro pensaba que yo no sólo rea una golfa que deseaba que la follasen como una perra sino que todo lo estaba haciendo para evitar que mi hermana, fruto de mis propios planes, acabase en las garras de aquel sátiro. Así que yo no era mala, no eran un pendón. Sólo era una pobre víctima que se sacrificaba para salvar a su hermana.

Paco, como antes Arturo, también topó con el incómodo culotte , pero el vigoroso operario lo solventó como sabía. De un tirón –¡¡¡rassssss!!! – ya no había de que preocuparse. Y menos con lo mojada que yo estaba.

– No, no…

Pero entonces por qué estaba abriendo tanto las piernas y levantándolas hasta colocarlas por encima de sus hombros. Así, Paco sólo pudo encontrar el paso franco hasta mis cavidades más secretas, las mismas que llevaban horas rezumando jugos. Sentí aquella lanza como una descarga eléctrica y dolió, sí, pero gocé como pocas veces. Tanto que grité, con cada embate, cada vez que sus manazas volvía a rasgar mi vestido o romper mi sujetador, o a sujetarme las muñecas sin un ápice de ternura. En diez minutos, tres orgasmos que me rompieron por dentro, mientras que aquel pedazo de animal lo hacía en el sentido literal. Al final él también acabó, con un temblor. Sin decir nada salió y se fue.

Lo que quedaba del vestido después de aquel polvo salvaje eran jirones repartidos alrededor de mi cuerpo. Me cubrí con la gabardina y fui hasta la sauna, a ver como se encontraba mi hermana pequeña.

A pocos metros vi a Marcelo, el mazas salvavidas.

–¿Hasta visto a mi hermana?

–Sí, acaba de entrar en la sauna. Pero no creo que haya mucho sitio porque la habían ocupado los del equipo de waterpolo después del entrenamiento.

¡El equipo de waterpolo! No había sitio más peligroso para mi inocente hermanita, estaban concentrados desde hacía un mes preparando la final del campeonato regional  y el entrenador los vigilaba para que no tuvieran distracciones y menos relaciones sexuales. En los pocos días que había estado allí me habían llegado varias bromas sobre lo salidos que estaban. Sin aliento, llegué hasta la sauna, sin importarme ya que la gabardina abierta dejase entrever en mi carrera mi voluptuosa anatomía. Llegué a la puerta de la sauna he intenté vislumbrar alguna cosa de lo que acontecía en el interior pero el vaho y el intenso vapor me lo impidieron. Presioné la puerta pero parecía atascada. Pensé que me iba a volver loca. Empujé con todas mis fuerzas, proyectando todo mi cuerpo y sentí la vahada de calor cuando la pesada puerta cedió y acabé entrando a traspies sin ver nada, hasta que tropecé con algo y mis altísimos zapatos de tacón hicieron el resto. Caí de bruces, si bien un buen samaritano intentó sostenerme lo hizo con tan poca pericia que se quedó con mi gabardina en su mano. De manera que caí tan preocupada por que lo iba a hacer de bruces como por que iba ya semidesnuda, a penas cubierta por los jirones del vestidito azul que habían quedado adheridos a mi piel. Sin embargo, aterricé en blando, sobre uno o dos cuerpos, tan musculados como amortiguantes. Estaban sudados, húmedos y fui resbalando de cuerpo en cuerpo, entre gritos y medias disculpas sin acabar de formular.

Al final varias manos viriles me sujetaron. Al principio parecían solícitas pero pronto se demostraron lujuriosas, lascivas, subiendo de mis rodillas hasta mis muslos, recorriendo mi vientre al tiempo que apartaban los restos de mi exiguo vestuario. Sin el culot los más atrevidos no tardaron en acariciar mi entrepierna pero ayudados por la humedad, el sudor y mi propia calentura y, al contrario que mi novio,  Arturo,  no tardaron en ponerme a mil. De manera entrecortada todavía pude preguntar:

–Perdonad, chicos, pero… ¿alguien… ha visto a mi hermana? Es… es una chica… rubia… ahhhh…. Joven…

Pero no me escuchaban. Uno de ellos, aulló:

–¡Dos chicas! ¡Deben de ser un regalo del entrenador para motivarnos!

–¡¡No!! –intenté sacarles de su error. Pero no hacían casos, estaban enfebrecidos.

–¡¡¡Dios!!! ¡Está tan buena como la otra pero dudo que sea tan puta!

–¡¡No!! ¡Deje… – y entonces enmudecí, porque vi a mi hermanita pequeña. Pero lejos de ser la dulce Fanny, estaba arrodillada, desnuda y chupaba un falo con una precisión técnica que no me extrañaba que hubiera confundido aquellos pobres chicos, confusos por tanta abstinencia. Fanny parecía ajena a las viriles manos que le cubrían los pechitos y yo misma hubiera seguido encantada con el espectáculo si no me hubieran cogido en volandas y me hubieran puesto sobre una banqueta.

Mientras me abrían de piernas sin preguntarme que pensaba de ello lo único que parecía claro es que mi hermana pequeña no parecía necesitar ser salvada. Sería el destino, igual que el de mi hermana Lidia seguiría siendo continuar igual de malfollada y resentida que hasta ahora. Lo único que sentía era que por intentar ayudar a mi hermanita me había entregado al cerdo de Paco. Y encima había dejado de lado mis obligaciones con mi pobre novio Arturo, incluso después de haberlo calentado más que una sandwichera. Pero ¡qué demonios! Yo también había sufrido lo mío en los últimos días y ni mi cuerpo ni mi mente podían más. Así que, ayudada por el primer orgasmo, que alcancé por un dedo con insospechada vocación clitoriana, decidí, allí, rodeada de los cuerpos más atractivos, de los hombres más guapos y depilados con los que había topado en semanas, que yo también me merecía un premio.  Me dejé llevar. Total, Arturo nunca lo sabría. Y ni siquiera Lidia podría imaginarlo. Así que me dejé levantar por la cintura y sí, cariño, tras estos años de novios tengo que confesarte que me penetraron, lo hicieron por delante, por detrás y hubiera gritado como una perra si no me hubieran metido un pollón en la boca que chupé con gran devoción, mientras me aferraba a las nalgas más duras que nunca palpé. Te lo digo porque entre novios, mejor no engañarse. Pero gocé como nunca, mientras me magreaban, me apretaban las carnes y se corrían encima de mí. Y piensa que si no soy virgen, al menos soy sincera. Y me corrí tantas veces que no pude ni contarlas. Luego el equipo perdió, pero puedo asegurarte, que no fue porque mi hermana y yo no pusiéramos toda la carne en el asador y no nos entregásemos al máximo para motivar a aquellos muchachos. Y esto es todo lo que tenía que contarte. Mejor que vaya acabando que, no te lo he dicho, pero esta noche Fanny viene a cenar con nosotros, a celebrar mi pedida de mano. Quiero que la conozcas por fin. Espero que todo esto no te haga verla de otra manera.