La hermana pequeña (IV)

Nuria cae en la trampa de su envidiosa hermana mayor, quien la recomienda como sustituta de secretaria en un gimnasio. Pero Nuria ignora que su avaladora también les ha dicho a todos los hombres del polideportivo que es un auténtico pendón de manera que todo se tuerce... o se levanta, según se mire.

Mientras me dirigí a mi trabajo al día siguiente ya había decidido varias cosas: que no iba a quedarme así, que iba a tomar las riendas de la situación y que no pensaba esperar ni un día más. Aprovechando que el tiempo ya era más primaveral, me quité las medias y opté por desmelenarme. Opté por un vestido de gasa azul y rosado, muy tenue y suelto, con tirantitos y muy escotado, rematado sólo con unos zapatos de tacón muy alto con tiritas de vértigo, que subían casi hasta media pantorrilla y un tanga negro. El tanga era caro, los zapatos carísimos pero el vestido era prohibitivo y de hecho me lo había comprado papi para mi último cumpleaños porque yo hubiera tenido que ahorrar un siglo.

Cuando Arturo me llevó de tal guisa en coche esa mañana pareció enloquecer. Y cada vez que cambiaba de marcha sus manos se iban a mis rodillas. Por suerte había aprovechado mi día en cama para depilarme perfectamente y darme una sesión de belleza durante la jornada que incluyó peluquería y untarme el cuerpo con diversas cremas hidratantes. Seguía excitada, como demostraban mis pezones, que libre de cualquier sujetador  parecían a punto de romper los triángulos del vestido, que casi no podían abarcar unos pechos del tamaño de los míos. Pero era igual. Por primera vez en varios días no vestía ni una sola prenda de mi hermana y yo controlaba las reglas del juego. Así que después de rechazar sus impacientes manos le pedí que parase el coche un poco antes de llegar, tres manzanas, si no recuerdo mal, y le pasé un dedo, desde el pecho al abdomen, para dejarle claro que me interesaba.

– Tonto, espera un poco, sólo esta noche, y seré tuya. Toda tuya.

Arturo sólo pudo llegar a balbucir:

–Mis padres salen esta noche-

–Pues esta noche en tu casa a las ocho.

Y bajé del coche dispuesta a hacer a pie el último trecho. La razón era  que por el camino había unos trabajadores abriendo una zanja y me sentía tan golfa que quería tomar el pulso a ese gremio que es el de los obreros de subcontrata y que si no existiese las mujeres deberíamos inventarlo. Opté por un paso firme y de fuerte contoneo de cadera, sabiendo que con mi tipo el espectáculo era de escándalo. Los piropos, ordinarieces y salidas de tono que recolecté a mi paso me dejaron claro que nada podía fallar. La noche con Arturo iba a ser un éxito.

Sin embargo en mis planes no contemplé un hecho empírico irrefutable: todavía quedaban muchas horas hasta las ocho. Horas difíciles de llenar y para lo que no podía contar con la oficina, donde al parecer el trabajo no abundaba en exceso.

Sé que no me creerás con lo modosita que soy ahora, pero como me aburría a primera hora de la mañana me di una vuelta para asegurarme de que mi atuendo no sólo funcionase con los obreros de la construcció. Evidentemente no fue así. El primero que reparó en mí y me desnudó con la mirada fue el jefe de los operarios que estaban trabajando en las reparaciones del polideportivo. Se plantó ante mi desnudándome con la mirada:

– Soy Paco. Nos conocimos el otro día.

Cómo hubiera podido olvidar sus manazas sobando todo el cuerpo el día de nuestro primer encuentro. Sin embargo, sentí un estremecimiento que si bien no añoraba sus violentas caricias tampoco resultaban indiferente a su recuerdo. En verdad, me estaba sentando mal llevar tantos días sin tener ese buen orgasmo que sin duda me merecía. Me limité a sonreírle como una boba, pero el seguía delante y no me dejaba pasar del todo.

–Se ve usted estupenda, veo que ya se encuentra mejor que el otro día… cuando se mareó.

–Sí, ya - contesté al bruto sin dejar de sonreír.

–Ya que se encuentra mejor, un día de estos podría tomarse una sauna. A las dos, cuando ya cierran. Yo lo hago siempre después de la ducha y es lo más relajado después de la jornada laboral.

El tipo había abusado de mi confianza, pero se había quedado con hambre. Entonces yo, haciendo justicia a mi atuendo y a lo que estaba disfrutando en mi nuevo rol me comporté como una verdadera calientapollas y le respondí:

–Hombre, el único bikini que tengo me va muy pequeño, pero quizá lo haga. A lo mejor mañana.

Y seguí sonriendo como una boba. El manitas de las manazas no podía creerse su propia suerte:

–Pues a ver si nos vemos.

–Pues a ver –le dije y seguí mi camino pensando con satisfacción que esperaría sentado, aunque mi cuerpo tembló sólo de pensar en aquella sauna llena de vapor en donde me podría dejar tomar por un hombre como él casi a ciegas.

Seguí mi vuelta para causar admiración en los jubilados de la piscina, lo que era muy difícil cuando me encontré a Marcelo, el mazas que hacía de salvavidas en la piscina. Me sonrió condescendiente, dándome un repaso visual de arriba abajo, pero yo me sentía poderosa, como una diosa del sexo.

–Te veo muy relajado.

–Y yo a ti, muy bien.

–No me haces ningún caso, en todos estos días es la primera vez que vienes a verme.

–Pensaba que estaba prohibido entrar con tacones en la piscina.

–Pensaba que te encantaba saltarte algunas reglas –y sonrió con doble intención. Como me callé sin entender:

–Al menos eso me dijo Lidia, tu hermana antes de irse. Y eso que casi no me hablaba después de que se me insinuara y yo no le hiciera caso. Pero ya esto hablando demasiado.

–Tranquilo, ya tengo que irme. Que tengas un buen día.

–Sí, porque mañana viene un equipo entero de waterpolo y no te vistas así, porque llegan de estar concentrados para jugar las finales y no han visto una mujer en las últimas cuatro semanas. El entrenador es muy estricto con esas cosas.

–Pues tú parece que hayas estado concentrado –y señalé a su entrepierna, donde bajo el bañador rojo ya resultaba evidente una notable erección, tal vez porque al estar delante de los ventanales la luz del sol volvía mi vestido transparente y podía contemplar toda mi silueta, incluyendo, la ropa interior: tanto la presente como la ausente, con lo que mis enormes pechos prácticamente estaban en total exposición.

El caliente paseo me había puesto muy cachonda, y de esta guisa me encontré a Pedro Moreno, el director, que salía de su despacho.

–Si no le importa, señorita, entre con la carpeta de las facturas de compra que ahora llego yo.

Casi no tardé en encontrar la carpeta y entré en el despacho. Podía haberme sentado pero me pareció más adecuado permanecer de pie, muy cerca de la mesa, un escritorio de estilo antiguo, que tenía pequeños cajoncitos por los dos lados. Bueno, más que cerca, estaba apoyada, porque con tanto paseo y tanto coqueteo, junto con las sandalias de tacón de vértigo, mi pies ya no podían más. ¡Y todavía no eran ni las 12 de la mañana!

–¡Bueno, ya estoy aquí!

Había surgido detrás de mí como de la nada y di un respingo. No había recuperado la paz y sentía el aliento del director en mi cogote, cuando un golpe a mi lado volvió a sobresaltarme. Debía de haber algo en el cajoncito abierto junto a mí, algo que no debía ver, pero no llegué a fijarme. El caso es que Pedro Moreno lo había cerrado de manera seca y de forma enérgica dio un giro del pequeño llavín. Entonces noté el tirón.

–¡Ay, director! ¡Lo siento, pero creo que me ha pillado el vestido!

Intentaba separarme, pero no podía, lo único que conseguía era restregar mis firmes y redondeadas nalgas contra el cuerpo del maduro director. Él me puso una mano en la cadera, para tranquilizarme y se limitó a señalar:

–Espera un momento que ahora lo abro.

Pero no parecía que sus esfuerzos por abrir el cajón resultasen fructuosos. Entonces oí el clic.

–Oh, oh…

Me quería morir. ¿Desde cuando “oh, oh” era una buena noticia?

–Creo que se ha roto la llave – me explicó Moreno. Yo estaba roja de vergüenza. No sabía dónde meterme.

–Llamaré a Paco, para que fuerce la cerradura.

–¡¡No!! ¡¡Paco, no!! – para nada quería otra vez al manitas dándome un repaso con sus zarpas con la ayuda del director. Ya me habían humillado bastante el primer día, porque una cosa es que me metiera mano el director, con tanta clase y tan puesto en su cargo y otra el primer paleta que pasara por allí.

–Bueno, voy a buscar el abrecartas a ver sí lo puedo abrir yo solo.

Antes se preocupó de pasar el pestillo con lo que ya nadie podría sorprendernos. Pero al mimo tiempo un escalofrío recorrió mi cuerpo porque me sentí a su merced. Con el abrecartas en la mano volvió a ponerse detrás de mí para intentar abrir el cajón haciendo palanca.

–¡Cuidado con el vestido! ¡No lo rompa que es muy caro! – le solicité pero nada más decirlo me arrepentí, dándome cuenta que Pedro Moreno era de los que pillaban las ocasiones al vuelo.

–Súbetelo así, bien alto, para que no le pase nada – y para subírmelo, me pasó la mano desde la parte interior de la rodilla, hasta lo alto de mi nalga derecha, apoyando con fuerza las yemas de sus dedos mientras recorría hacia arriba mi muslo hacia arriba haciéndome estremecer.

Con esa excusa, para ayudarme a mantener el vestido bien subido, mantuvo su mano en mi cadera, con lo que en la práctica estaba inmovilizada y con todo mi culito al aire e indefenso, sólo protegido por el sucinto tanga negro. Hubiera podido meterme mano a placer pero al parecer la prioridad era otra, porque con la excusa de intentar abrir el pequeño cajón con el abrecartas no hacía más que envestirme con su pelvis. Pedí al destino que se apiadase de mí, que llevaba varios días algo más que excitada, pero en lugar de eso, mi cuerpo empezó a reaccionar, tanto a una situación morbosa en exceso como a la forzada abstinencia a la que me había visto sometida, a pesar de que en los últimos días no hacía más que proporcionar placer a tipos incapaces de darme satisfacción alguna.

Así que tenía el corazón dividido, ¿O no era precisamente el corazón?. Por un lado, me sentía, incómoda, violenta y avergonzada. Por otro, nada deseaba más que el maduro director hiciera el trabajo que los niñatos que me rodeaban, empezando por mi novio, habían sido incapaces de llevar a término. Mis pezones ya habían reaccionado y eran perfectamente visibles a través de la tela del vestido.

–¡No hay manera de abrir esto! – rezongó y al mismo tiempo mientras jadeaba y añadió: -¡Uy, se me ha escapado!

Fue la excusa perfecta para volver a ayudarme a recogerme el vestido y volver a pegarme otro sobeteo y eso que esta vez fui más diligente al recogerme las faldas, pero no lo suficiente, ya que además su mano me acarició mis posaderas y luego no contento con eso viajó hasta mi pubis, entrando sus dedos a bajarme un tanto el tanga, tanteando lugares que hacían que mi voluntad fuese cada vez más débil.

Cada golpe de cadera de él con la excusa de abrir el dichoso cajoncito, su miembro, ya descarado, me golpeaba en el trasero. Con cada embate de Pedro Moreno me hacía arquear la espalda y mis pesados melones daban un bote que tensaba al máximo las gasas de mi vestido, muy escotado. O se salían o rompían los finísimo tirantes. Quizá fue la preocupación por el carísimo modelito o tal vez los dedos del director habían dado con mi clítoris, con lo que ya no era dueña de mí misma.

–Espere, será mejor que me baje el vestido, no vaya a romperse.

Parecía como si ya no fuese yo, como si fuese otra la que yo veía bajarse los tirantes, dejar el vestido convertido en un guiñapo arrugado en mi cintura y liberar mis dos pechos que dados su estado de excitación parecían todavía más grandes.

En cuanto mis inocentes senos quedaron a la vista Pedro Moreno se olvidó del abrecartas, del cajoncito y, lo peor para mí, de mi clítoris, y de todo… Y sus manos se cernieron sobre ellos, estrujándolos con furor desaforado.

–¡Señor Moreno, está usted abusando de mi confianza!

– ¿Abusando? ¡Ahora verás lo que es abusar!

Yo estaba encantada, pero pensé que si hacia como si me resistía lo excitaría todavía más. Con mis manitas intenté que apartase las suyas de mis tetas, y con una tuve éxito. Pero en realidad se perdió y lo siguiente que hoy fue una cremallera que se bajaba de golpe y después ya sentí un miembro enorme intentado abrirse paso hasta mi intimidad.

–¡Dios, le quiero dentro! ¡Dentro ya! -musité.

Él apartó el tanga de un tirón y yo me preparé para explotar de placer. Pero una vez más, una cosa eran mis planes y otra los resultados. Y de repente noté que aquel miembro no iba en busca de mi vagina, sino que con las prisas y la excitación Moreno había optado, dada la postura, por la vía más rápida, un orificio posterior al que hasta ahora nadie había accedido. Y aquello era enorme, me iba a partir por la mitad.

–¡¡¡No, por ahí, no!!! ¡¡¡Por favor!!!

– ¡¡¡Calla!!! ¡Sin con lo mojada que estás ni vas a enterarte!

Y dicho y esto. Del siguiente caderazo, quedé enculada, literalmente. Aullé de dolor pero una vez que empezó el violento mete saca, pasé de gritar de daño a hacerlo de puro placer, pues todos los orgasmos interrumpidos hasta entonces me empezaron a sacudir, a recorrer todo mi cuerpo, uno tras otros, haciéndome gemir, llorar, jadear, mientras sus manos recorrían mis piernas, mi trasero, mi cintura, mis pechos, como si sus dedos quisieran dejar las huellas digitales por todo mi palmito. Aquello duró diez minutos, y me rompió, digo que si me rompió, pero de gozo abosoluto, incontraolado.

Cuando acabé estaba tan agotada que no podía ni caminar. Tuve que irme a casa, y sin comer ni cenar acostarme. A penas pude llamar a Arturo para cancelar nuestra cita. El pobre se debió de quedar con una decepción de dos palmos.