La hembra
Descripción del comienzo de la relación entre una mujer y su perro, narrada por éste.
La hembra
A veces me siento como un esclavo. No es que mi ama no me haga feliz: Se preocupa mucho de mí, y es muy cariñosa, pero me siento utilizado, incluso en las cosas más agradables. Cuando me sacó de la perrera y comencé a estar con ella tuve una sensación completamente distinta: Noté que me había dado la libertad. ¡Qué diferentes los alegres paseos que disfrutaba en su compañía con el horrible encierro en aquella jaula tan estrecha! Me sentía muy agradecido y se podría decir que la admiraba. Ahora en cambio, cada vez que se acerca a mí, noto su interés egoísta incluso en las más tiernas caricias.
Al principio no me exigía tanto: Sólo me acompañaba a pasear y de vez en cuando pasaba su mano por mi lomo o sbre mi cabeza, como premio a mi fiel comportamiento como compañero y guardián de su seguridad. Pero todo se torció el día que me colé en su cuarto. Quizás me equivoqué, pero ¿yo qué sabía? Era media tarde y hacía calor. Ese verano estaba siendo insoportable. Yo ya estaba harto de descansar, así que me puse a caminar por la casa, a ver si la encontraba y quería jugar a algo conmigo. Al no encontrarla por el comedor, fui a su habitación. La puerta estaba entreabierta, de modo que pude colarme dentro. La ví tumbada sobre su cama, de lado, vestida con un ligero y semitransparente camisón, con una de sus piernas totalmente estirada, mientras que la otra, que estaba más alta, se encontraba doblada en ángulo de 90 grados. Eso me dio una hermosa perspectiva de su trasero. Me acerqué, atraído por tan singular imagen, mientras ella seguía durmiendo plácidamente, aunque a veces me he preguntado si en realidad no estaría despierta y todo aquello no era más que un montaje para coducirme hacia las situaciones que narraré más adelante. He de decir que yo actuaba de una manera totalmente inconsciente e instintiva. Jamás había visto una hembra humana en ese estado. Precisamente eso llamó mi curiosidad y me acerqué. La olfateé, y noté que era agradable. Intuí que en aquella hermosa raja que dibujaba su redondo trasero debía encontrarse su sexo, entonces oculto bajo la delgada tela de un bonito tanga azul. Sin embargo, no quise despertarla, y me limité a olerla, pero ya era tarde. El roce de mi nariz y mi aliento la habían despertado, y se giró de repente, mirándome con unos ojos muy extraños. No supe qué era lo que pensaba en ese momento, aunque me pareció algo asustada y sorprendida. Por unos instantes, crei que iba a enfadarse conmigo, pero no: Sonrió de una manera muy graciosa y, acercando su rostro al mío me dijo unas frases que no entendí, mientras pasaba su mano por mi cabeza cariñosamente. A mí aquello me tranquilizó y agité la cola en señal de alegría mientras me movía de un lado a otro, indicándole que tenía ganas de hacer algo, que me llevase a pasear, por ejemplo. Pero ella no tenía ganas de pasear. Volvió a tumbarse más o menos en la misma postura que antes, pero esta vez no estaba dormida, lógicamente, y noté que mostraba más claramente su culo, hasta el punto de que algunos pelillos se notaban fuera del tanga, como señalando el lugar donde se encontraba lo más agradable de su anatomía.
Me pregunté qué diablos debía hacer yo en ese momento. Por unos segundos pensé que no tenía interés en que yo la molestase, y que quería seguir durmiento, así que caminé hacia la puerta, pero cuando ya estaba casi fuera de la habitación, vi que levantaba su rostro y me decía algo. Yo no lo entendí, pero volví hacia ella, extrañado. Entonces se incorporó, se sacó el tanga y se volvió a tumbar, esta vez boca arriba, con una pierna cayendo por un borde de la cama y la otra completamente doblada, con el pie apoyado en las sábanas. Su coño, por tanto, era perfectamente visible, y ella misma se había quedado abierta a propósito. Me miraba, sonriente, y yo no sabía qué hacer. Pensé que me quería para dar placer a su sexo, pero no lo entendía, puesto que ella era humana y yo un perro. ¿Cómo podíamos disfrutar uno del otro? A mí no me atraía su cuerpo depilado y suave, y no creo que a ella tampoco le hiciera gracia el mío, peludo y poco adecuado para su anatomía. Pero ante la falta de alternativas, creí que no estaría mal probar, y acerqué mi hocico a su entrepierna. Sus muslos se abrieron un poco más para dejarme sitio, y en seguida comencé a olfatear. Me pareció que el olor a hembra en celo era más acusado, así que lamí. A partir de aquí se desató su pasión. Vi que la expresión de su rostro cambiaba. Ya no sonreía, su boca estaba entreabierta y jadeaba, mientras decía cosas que yo no entendía, pero que pensé que eran para animarme.
De vez en cuando arqueaba ligeramente su espalda para acercar más aún su sexo a mi boca. Yo cada vez le daba unos lametones más fuertes, y toda su entrepierna ya estaba completamente empapada entre sus propios jugos y mis babas. Su olor a hembra era cada vez más intenso, y estaba claro que le gustaba todo aquello. Sus gemidos se hicieron cada vez más violentos, hasta que llegó un punto en que lanzó dos o tres gritos fuertes y todo su cuerpo se convulsionó. Luego, se quedó casi quieta, lanzando suspiros y acariciándose lentamente. Yo seguía lamiendo, aunque con menos intensidad, porque me había asustado su reacción tan violenta. Vi que se incorporaba para quedarse sentada, y observé su rostro: Un gran sonrisa adornaba su cara. Estaba despeinada y algo ruborizada, pero sobre todo lo que más me llamó la atención fue el brillo de sus ojos, que parecían los de una persona poseída por algún narcótico o que estuviera como loca. Me pasó la mano por la cabeza y me dijo unas palabras, me imagino que de felicitación. Yo ya me había entretenido lo suficiente, así que volví al salón para quedarme dormido en una esquina. El resto del día no ocurrió nada que merezca ser relatado. Sin embargo, la conducta de mi ama cambió a partir de entonces. Se mostraba muy amable conmigo, y muchas veces me llevaba a su dormitorio para que me quedase por ahí mientras ella se cambiaba de ropa. Muchas veces se desnudaba y se tumbaba en la cama, con las piernas abiertas, de manera que yo pudiera contemplarla de este modo. A menudo también se frotaba y su olor a hembra caliente me ponía muy nervioso. Aunque no fuera una perra, me entraban ganas de probar aquel sabor, así que me acercaba y la lamía, la lamía sin parar, mientras ella se agitaba, gemía, gritaba y me decía unas cosas que yo no entendía.
Cuando le llegaban esos espasmos horribles, yo seguía lamiendo durante unos segundos, durante los cuales ella parecía disfrutar muchísimo. Esta costumbre se fue haciendo cada vez más habitual hasta que llegó un momento en que la realizábamos cada día. Su líquido sexual se había transformado ya en una de mis bebidas diarias, y la verdad es que yo mismo le había acabado encontrando el gusto a aquella mujer, pese a que me hubiera gustado más el sabor de una perra auténtica. Tras unas cuantas semanas de rutina en nuestras prácticas, comencé a notar que de pronto mi ama se preocupaba mucho más por mi higiene. Me lavaba muchísimo y me llevó varios días al veterinario, lo cual me resulta extremadamente desagradable. Yo me pregunté a qué venía tanto interés repentino por mí, y una noche tuve la respuesta. Me llevó a su habitación como casi siempre, y yo pensé que iba a tocarme otra sesión de lamida, pero sorprendentemente, vi que me vendaba las patas delanteras y comencé a intuir que iban ocurrir cosas nuevas. Luego noté que ella llevaba su mano a mi miembro y comenzaba a acariciarlo. A mí aquello me resultó muy violento y retrocedí. Ella me calmó acariciándome el lomo y diciéndome palabras tiernas, pero yo dudaba. Poco a poco, sin embargo, comencé a notar cierto placer al sentir su mano dándome masajes en esa parte tan delicada de mi cuerpo. Ella estaba completamente desnuda de cintura para abajo, mientras que por encima llevaba una camiseta.
No paraba de tocarme y yo cada vez me sentía más caliente, más excitado. Ella lo notó, y cambió de posición. Se puso a cuatro patas delante mio, de manera que yo podía ver perfectamente su sexo. Comenzó a tocárselo, y a mi olfato, tan sensible para estas cosas, comenzó a llegar ese olor que ya se había hecho tan familiar para mí. Pensando que deseaba que le hiciera lo de siempre, comencé a lamerla, y ella gimió como de costumbre, pero a los pocos segundos noté que quería cambiar: Se acercaba más a mí e intentaba que yo me situase por encima de ella. Movido por la excitación de mi miembro y por la postura tan adecuada que presentaba ella, me entraron ganas de montarla, como si de una perra se tratase. Puse entonces mis patas delanteras sobre ella e inicié una embestida, pero no acerté y volví a mi postura inicial. Lo intenté varias veces, y siempre me di cuenta de que ella intentaba ayudarme en mis torpes inicios como macho semental, pero todo era un fracaso, hasta que en un momento dado noté que ella bajaba un poco su culo, dejándolo a la altura exacta para mi polla: era el momento, así que embestí.
Mi aparato entró perfectamente, y ella lanzó un grito. Por un momento me dio la sensación de que se había asustado y de que quería moverse hacia delante para desprenderse de mí, pero no le iba a ser posible: Yo ya estaba decidido a seguir hasta el final: Me iba a follar a mi hembra se pusiera como se pusiera. Ella intentaba desembarazarse de mí, se agitaba, pero yo la tenía bien agarrada, y además, con un par de gruñidos la asusté tanto que no se atrevió a moverse más. Confiado en mi fuerza, comencé a bombear a gran velocidad, y me lo pasé en grande, metiendo y sacando mi carne de aquel cuerpo tan suave y delicado. En ese momento mi ama no era más que una perra para mí, y creo que ella comenzó también a entenderlo. Ya no intentaba desembarazarse de mi abrazo, sino que dejaba que yo hiciese lo que quisiera con ella. Comencé a escucharla gemir y gritar como nunca lo había hecho. Gritaba frases que yo no entendía, como si estuviera loca, y de vez en cuando me parecía notar que se agitaba, como en esas convulsiones que le daban cuando yo la lamía. Ya no era una mujer: era una hembra. Poco importaba su especie. Sus instintos la dominaban y sólo quería un macho que la poseyera.
Ahí estaba yo para hacerlo, y a fin de cuentas no había ninguna razón para no cumplir sus deseos. Por lo menos tuvo tres o cuatro de esos ataques mientras la follé. No me extraña: La verdad es que le estaba dando bien duro, y mi perra ya no aguantaba más; se la notaba completamente entregada, y aunque no entiendo el lenguaje de los humanos, estoy seguro que me estaba suplicando que siguiera, que la partiera en dos y que la sometiera a mi fuerza y a mi impulso masculino. Llegó un momento en que no pude aguantar más, y una extraña descarga eléctrica sacudió todo mi cuerpo. Noté cómo mi polla lanzaba grandes cantidades de líquido dentro del cuerpo de aquella mujer, que ahora era mi perra, y sus gritos y gemidos llenaban la habitación de un ambiente extraño. Tanto ella como yo estuvimos teblando durante unos segundos como consecuencia de la violenta reacción de nuestros cuerpos. Después, yo me noté mucho más calmado y mucho más a gusto, e igualmente ella parecía agotadísima, pero aunque no podía verle la cara, intuí que se enconrtaba en un instante de fecilidad suprema, como si hubiera expulsado de su interior toda su rabia contenida, todos sus deseos mejor guardados. Satifecho ya, intenté salir, pero vi que no podía. Me había quedado enganchado a ella. Cambié de posición y le di la espalda, pero mi polla se había introducido de tal manera que no había forma de sacarla.Al intentar extraerla, fui arrastrando conmigo el cuerpo de mi perra, que para no lastimarse, se movía igual que yo, y escuché que gemía con gran placer aún ahora, como si estos nuevos tirones todavía la hiciesen disfrutar más.
Me sorprendí de la resistencia y la lujuria de las hembras humanas. Ni las perras pueden compararse con ellas, porque no tienen una sola época de celo, sino que siempre están dispuestas, y además aguantan mucho, pidiendo siempre más, como hembras insaciables. Su aspecto suave y delicado engaña: en realidad encierran dentro de sí a la criatura más voraz para un macho de cualquier especie, pues yo mismo había podido comprobar que no se contentaban con los de la suya, sino que iban incluso más allá. De hecho, a partir de aquel día hemos probado muchas combinaciones diferentes, me ha hecho follarla desde muchas posturas distintas, y hasta responde a mis lamidas besándome en la boca y juntando su pequeña lengua con la mía, grande y húmeda. No hay nada que una perra me pudiera hacer que ella no me haga, y en cambio, muchas de las cosas que me hace no las haría una perra. En esto me doy cuenta de que los seres humanos son una especie superior, puesto que son capaces de disfrutar de estos placeres mucho más que nosotros. Lógicamente, esto no quedó aquí, sino que se aficionó tanto a estas prácticas como a las de las lamidas, e incluso a veces soportaba las dos consecutivamente, con una resistencia asombrosa. Yo disfruto a lo grande con ella, y creo que ella mucho más conmigo, porque cada vez está más cariñosa y me cuida mejor. Últimamente está comenzando a preocuparme. Pone tanto interés en complacer mis instintos (aunque en realidad también complace los suyos propios) que casi se comporta como una perrita, caminando a cuatro patas, desnuda por la casa, como intentando llamar mi atención moviendo su trasero graciosamente. Por supuesto, yo no desperdicio aquellas ocasiones que se me presentan de montarla, y me lo paso en grande, pero a veces también me pregunto si todo esto no es una locura, y si no haría ella bien en comprarme una compañera de mi especie, y en buscarse ella a alguien que la pudiera follar en otras posturas que no fueran las que a mí me impone mi condición de cuadrúpedo. En lugar de eso, se comporta de un modo muy celoso y posesivo.
Cuando vamos paseando por el parque y alguna perrita pasa a mi lado, atada por su amo, ella intenta esquivarlos a toda costa, y le molesta que ella me ladre y se interese por mí, o que yo intente acercarme a ella para olfatearla. Sus ojos se encienden de rabia y celos, y luego, cuando llegamos a casa un poco más tarde, me obliga a montarla otra vez, como si quisiera demostrarme de esa manera que yo soy su único macho, y ella mi única hembra.