La hacienda de Javier

Javier amplía sus cuadras con cuatro nuevas adquisiciones. Pero una de estas yeguas es bastante indómita y le va a costar ponerle las bridas.

En un amplio valle a diez leguas de la ciudad se levantaba el cortijo o casa de campo de Javier. Era un lugar poco frecuentado, donde los toros, los caballos y las yeguas de raza campaban felices bien cuidados y alimentados, siempre a disposición de su dueño para acudir a corridas, exhibiciones, carreras y concursos de doma.

Periódicamente algunos personajes más o menos relevantes acudían a la estancia a pasar unos días y disfrutar de la equitación, los paseos a caballo por el valle y las ruidosas y no siempre honestas fiestas que organizaba el dueño de la casa, frecuentemente acompañado por algunas de sus amigas y colaboradoras, auténticos ejemplares de la especie femenina, tan bellas, bravas y obedientes como los equinos.

Pero este día, Javier había llegado a hurtadillas, acompañado de cinco jinetes cubiertos con capotes que no se habían presentado a los guardeses ni al personal de las caballerías, que tenían alojamientos alejados de la mansión principal. No se había prevenido comida ni aseo de esta vivienda señorial, ni habían acudido como era habitual, las cuatro mujeres del pueblo que hacían de sirvientas de la casa cuando el señor la habitaba.

Esta vez no eran necesarias, puesto que sus invitados venían acompañados de sirvientes propios, según anunció al encargado el propio Javier, que venía sucio y desaliñado. Pudo advertir la mayordoma de la finca, que los visitantes venían sin equipaje, cosa extraña. Uno de los mozos se alarmó también cuando advirtió la presencia de tres sujetos con muy mala catadura que cabalgaban con Don Javier y sus amigos y se separaron de ellos un trecho antes de encarar la entrada a la propiedad.

Y más se hubieran asombrado todos si hubieran visto el curioso cuadro que ofrecían a la hora de la cena los visitantes de la casa.

Javier y su amigo Ricardo se sentaban a la mesa junto a dos mujeres de singular belleza, aunque muy diferentes, una blanca, de formas voluptuosas y bello rostro muy femenino, que apenas cubría su desnudez con una camisa de hombre mal abotonada. La otra era una exótica dama de piel aceitunada, anchas espaldas y rostro ambiguamente bello, aunque los rasgos delataban la presencia de genética subsahariana en su ADN. Vestía un jubón masculino y unos calzones estrechos de montar, con botas de igual cometido, que acentuaban su ambigüedad, sin restar un ápice de belleza a su presencia. En aquel momento servían la mesa dos jóvenes rubias, de saludable aspecto campesino, firmes extremidades y pechos rotundos que se marcaban bajo la tela de dos sucintas camisas. No llevaban ropa alguna que cubriera sus piernas e iban descalzas, moviéndose con presteza para servir la mesa.

Rosita miraba la escena con incredulidad. Su formidable banda femenina, que ya había dado cuenta de seis sujetos despreciables, las mujeres de acción, avezadas al peligro y sedientas de venganza, se habían convertido en tres sumisas damiselas que se contoneaban vergonzosamente exhibiendo sus encantos por obra de aquel chulo y creído caballero, muy guapo, por otra parte, fuerza era reconocerlo, que con cuatro carantoñas y su voz autoritaria y profunda las había reducido en veinticuatro horas a la condición de siervas, atentas a obedecer el más mínimo deseo de su amo.

Así, no habían vacilado en cambiar sus andrajosas prendas por aquellas camisas propiedad de Javier y en exhibir sus extremidades inferiores impúdicamente, para deleite de la vista de los dos caballeros, porque Ricardo, tan calladito y sumiso hasta ahora, se recreaba también en la situación, viendo a su adorada Leonor coquetear medio desnuda con su amigo.

La voz de barítono y los ojos esmeralda del amo de la casa se fijaban ahora en Rosita, e incluso ella, tan enemiga del sexo fuerte, tuvo que tragar saliva para contestar con voz segura.

  • Aún no entiendo cómo pudiste matar a los dos guardias, Rosita. Estabas atada de pies y manos, te estaban violando y, diez segundos después, los dos tipos estaban agonizando. Parece cosa de brujas.

Mercedes y Beatriz dejaron de servir para escuchar con interés la respuesta.

  • Bien, no fue difícil en realidad. Un poco casualidad y un poco astucia, es verdad. Aquel malnacido no podía penetrarme bien, porque yo tenía las manos atadas justo debajo del culo y mi vulva estaba seca como el esparto. Así que el otro me cortó las ligaduras y tiró hacia atrás de mis brazos. Con los pies atados al carro, poco podía hacer. Pero vi que el sujeto que me retenía había clavado su cuchillo justo a su lado en el suelo. Entonces me acorde de los ataques de alferecía que mi madre padeció hasta su muerte. Yo presencié varios de ellos y decidí imitar uno. Por suerte, uno de esos cabrones conocía el mal y sabía que debía ponerme de lado para evitar que mi lengua me ahogara, como suele pasar a estos enfermos.

  • Supongo que te refieres a lo que ya Hipócrates llamó epilepsia.

  • No conozco a tal sujeto, ni sé qué es esto que dice usted, pero tanto se me da - contestó Rosita con acritud - Yo conseguí engañarlos y que me pusieran de lado, me desataran un pie y me cogieran de la cabeza, dejando libres mis manos. Sólo tuve que alargarlas y tomar el cuchillo imprudentemente abandonado. Al de la cabeza le seccioné las venas del cuello de un sólo tajo. El otro quedó tan atónito que pude clavarle el cuchillo en el pecho hasta tres veces antes de que mirara de sujetar mi brazo. Luego la debilidad hizo que me soltara y pude seguir perforando su vientre a placer hasta que murió.

  • Muy notable ciertamente, querida. Eres una mujer tan deseable como peligrosa. Eso volverá locos a mis amigos de la ciudad. Puede que hasta vengan de la capital para gozar de tus favores.

  • No sé a qué se refiere usted, Don Javier, pero sepa que me guardé el cuchillo y no tendré inconveniente en volver a utilizarlo si un sólo hombre osa tocarme un pelo.

  • Jajaja. ¿Ves? A esa bravura me refiero - contestó él, excitado por el discurso - Hay hombres que gozamos sometiendo a las hembras, pero otros prefieren sufrir sus castigos y su dominación. Algunos serían tus más fieles esclavos. ¿No es así, Ricardo?

Éste no respondió, aunque enrojeció vivamente y bajó la cabeza para evitar las miradas divertidas de Leonor y las hermanas, que ya conocían los gustos del profesor.

Así pasó aquella primera comida en la bella y aristocrática mansión. Beatriz y Mercedes habían aceptado de buen grado convertirse en doncellas domésticas de Javier y sólo esperaban una señal de este para esmerarse en cumplir el menor de sus deseos.

  • Es el momento de abrir una botella de champaña que he puesto en frío cuando hemos llegado. Por suerte siempre tenemos hielo en la nevera de la montaña y me han traído dos cubos - anunció Javier poniéndose de pie y encendiendo uno de sus habanos, tras alargarle otro a Ricardo.

  • Nosotras nos retiramos ya - contestó Rosita tomando firmemente por la muñeca a Leonor, que ya se iba hacia el lujoso salón detrás de los hombres.

  • Deberíais venir. Os encantará este espumoso francés - intentó convencerlas el dueño de la casa.

  • Nos da dolor de cabeza. Gracias de todos modos - remató la discusión la morena sin soltar a su amiga y amante.

Las dos mujeres desaparecieron pasillo abajo, rumbo a su dormitorio. Rosita no le había consultado a Leonor al respecto; Eligió una habitación con cama de matrimonio y condujo a su antigua patrona a la misma.

Ya en el cuarto, Rosita se encaró con Leonor.

  • ¿Se puede saber qué tienes? Pareces hipnotizada por ese presumido pretencioso. ¿Prefieres irte a la cama con él? Habla claro.

  • Mujer, es un hombre muy atractivo...

La frase quedó en suspenso por una sonora bofetada que dejó desconcertada a Leonor. Antes de que reaccionara, su amiga le cruzó la cara de revés y la cogió del pelo arrastrándola a la cama.

  • Te voy a enseñar a ser tan coqueta y casquivana - exclamó con rabia - Tu culo va a pagar esa veleidad muy caro.

Tumbada sobre el regazo de Rosita, Leonor lloró y suplicó mientras los azotes caían rítmicamente, enrojeciendo sus nalgas y la palma de la mano de su verduga.

Para completar el castigo, Rosita no aplicó aceite en el inflamado culo y mandó a dormir a su amante sin un beso ni una caricia. Aquello no era habitual en ella y Leonor se pasó más de una hora enfurruñada y llorosa, escuchando las risas que venían del salón de la mansión.

Rosita por su parte estaba encendida y confundida. Poco a poco los juegos se habían convertido en realidad. Ahora sentía auténtica indignación, deseos de castigar, de pegar... Y notó que cada vez más se le humedecía la entrepierna cuando lo hacía. Se estaba convirtiendo en una sádica dominante, aunque esas palabras no tuvieran aún significado alguno para ella.

Ricardo se había excusado aduciendo fatiga y apenas probó el champaña y se fumó medio cohiba cuando dejó solo a Javier con su copa llena y media botella por consumir. Él no pareció disgustado por tal cosa. Apenas desapareció Ricardo por el pasillo, Javier dio una voz de mando y comparecieron las dos hermanitas.

  • Parece que me dejan todos solo . Tendréis que acompañarme, bonitas.

Mercedes miró a Beatriz con timidez. A lo largo de su corta existencia, Beatriz y Mercedes no habían conocido jamás a un hombre como Javier. Sólo se les habían dispensado palizas, suplicios variados y humillaciones terribles, así que verse tratadas con confianza y hasta con cierta amigabilidad por el que ellas veían como un gran señor las tenía por completo abducidas, privadas de juicio y criterio. Los esfuerzos de Rosita por convertirlas en mujeres libres e independientes, enemigas del macho ibérico y del macho en general, estaban tropezando con un escollo insalvable: La magnética atracción que el ganador nato, el “hombre, hombre”, ejercía sobre la hembra de la especie en la mayoría de los casos.

  • En ese baúl tengo alguna ropa que os sentará mejor que esas camisas viejas de hombre y los mandiles de las cocinas - ofreció con gesto seductor el ladino propietario.

Y las chicas corrieron como corzas en pos de aquello que podía seducirlas más aún que la voz grave y el bigote espeso de Javier: Un armario lleno de trapitos.

Los vestidos resultaron ser poco más que una colección de sostenes con lentejuelas y braguitas mínimas, aunque también encontraron las chicas sandalias de tacón, medias de redecilla y multitud de baratijas con las que se pudieron ornamentar sus cuellos y muñecas, orejas y dedos. Apareció también una caja de pinturas que no sabían cómo aplicarse. Javier las llamó al salón y se presentaron vestidas con aquellas prendas que más bien las desnudaban. Le pareció a él muy sugerente el resultado. Dos mozas de pueblo, con rostros vulgares, sin ser tampoco feas, seamos justos, y cuerpos rudos de campesinas con gruesos tobillos y manos endurecidas por el trabajo, parecían ahora, si no te fijabas mucho, vampiresas de una comedia picante parisina.

Con mano segura, Javier maquilló a las hermanas. Usó polvos blancos y coloretes, pintura de labios y de ojos. Finalmente las bañó en esencia que esparció sobre ellas con un aspersor de cristales brillantes e hizo que se recogieran sus cabellos rubio trigo en sendos moños.

Las mozas estaban encantadas de la transformación, que un espejo de cuerpo entero mostraba en toda su extensión. Iban tomando sorbitos de champaña y tambaleándose un poco en sus altos tacones.

  • Ahora, queridas, vamos a jugar a algo muy divertido. Mercedes, por favor, túmbate aquí, en este sillón. Levanta los pies, bien arriba, perfecto; Y abre las piernas. Sí, vamos, no seas pudorosa. Entre nosotros hay confianza..

Mercedes obedeció con cierta prevención. Beatriz pensó que ella metería la cabeza en la estufa con gusto si aquel señor se lo pedía con educación.

  • Beatriz, descubre la vulva de tu hermana. Vamos, sin miedo... Así, sujeta la tira. ¡Vaya! ¿Qué son estos agujeritos en los labios?

  • Nos anillaron los bandidos, pero Rosita nos quitó los anillos...

  • Lástima!..., digo... ¡Qué habilidosa es esta muchacha!.

  • A Leonor le dejó las anillas - chivó Beatriz con envidia.

-¿De verdad? Será de ver eso. Pero todo se andará.. Ahora cielo, vierte el champaña de la copa en el bollito de tu hermana. Despacio que está frío.

Mercedes se estremeció de la impresión. Las burbujas cosquilleaban en su vagina deliciosamente. Javier se inclinó con gran cuidado y succionó de aquel coño tan refrescante, haciendo que el clítoris de Mercedes se volviera loco con las sensaciones que percibía.

  • Pon más champaña, niña, que está de vicio - mandó Javier apartando más la braguita para poder lamer a gusto los incipientes y dorados pelillos del pubis de Mercedes bien humedecidos por el igualmente dorado líquido.

  • Está exquisito tomado así. Es tu turno, Beatriz. Pero no tú no te tumbes. A ver esas preciosas tetazas - Javier había advertido que Beatriz poseía una delantera más poderosa que la de su hermana - Quítate ese sostén tan bonito. Muy bien ¡Vaya melones, cariño! No lo aparentas vestida. Júntalos así. Y ahora vas a ver cómo se endurecen tus pezones con el fresquito del champaña.

En efecto, los gruesos fresones de Beatriz se erizaron y toda la extensa carne de sus mamas se volvió de gallina al contacto con el líquido que vertió Javier por el amplio canal. Luego hundió en él sus labios y sorbió, haciendo reir a la chica por las cosquillas y la excitación.

  • Bueno, es hora de que probéis vosotras también esta forma de tomar las bebidas - y, ni corto ni perezoso, Javier exhibió su largo y activo miembro y se vertió sobre él un chorrito directamente de la botella - ¡Uhh..! Esta helado. Vamos, chicas. A beber que se me queda congelada.

Las dos hermanas se arrodillaron sumisamente ante el cetro de su amo. Empezó Mercedes por los testículos, dando rápidos lametones para evitar que goteara en el parqué, mientras Beatriz chupeteaba el tallo impregnado, recogiendo la humedad desde el glande hasta la base. Pronto el champaña desapareció para ser sustituido por las babas de las chicas, que continuaron lamiendo y felando la polla de Javier hasta llevarlo al límite del éxtasis.

  • Basta, basta, traviesillas. Venid a mi habitación que os voy a dar vuestro merecido.

Aquella orden hizo que las hermanitas se estremecieran, aunque sabían que no iban a ser anilladas ni marcadas con hierros, como ocurrió en el pasado. Sin embargo, esa misma tranquilidad hacía crecer su excitación. Las iban a follar sencillamente, sin sadismos añadidos.

Javier las desnudó por completo para apreciar todos sus encantos. Acarició con reverencia la “A” marcada en las nalgas de las dos muchachas. Alberto era un malandrín, pero no le hubiera importado conocerle y departir con él un rato antes de volarle los sesos. Tenía ideas muy ingeniosas aquel bandido.

Siguiendo sus órdenes, las dos hermanas se ofrecieron con el culo en pompa y la cabeza pegada al colchón. Javier sondeo las dos vaginas a la vez utilizando dos dedos. Observó que Mercedes estaba bastante seca y cerrada, mientras Beatriz parecía un charco bien dilatado y carnoso.

Hundió la polla en esta segunda y acogedora gruta mientras aplicaba unos cuantos azotes en los glúteos de la otra chica, que gimió de dolor, aunque no apartó el culo del castigo. Cada cuatro palmadas volvía a explorar el coño. Pronto comprobó cómo se humedecía y se abría ante el infalible recurso del azote. Por algún motivo que no comprendía, no había encontrado aún una mujer que no se pusiera cachondísima si le zurraban las nalgas con gracia.

Las dos muchachas estaban siendo taladradas alternativamente con una cadencia rítmica, sin que nunca faltara un estímulo en sus mojados coñitos, ya que Javier era tan hábil con los dedos como con su miembro viril, duro como un bastón pero suave al tacto y maleable para llegar hasta los últimos rincones vaginales.

El señor de la casa cerró un instante los ojos y se imaginó a Leonor recibiendo las acometidas de su ariete, gimiendo de gusto y pidiendo ser sodomizada. Abrió los ojos e intentó pensar en otra cosa para no perder prematuramente el control. Pero lo que le vino a la cabeza fue Rosita, con los brazos y la cabeza inmovilizados en un cepo medieval y las caderas sostenidas por recias bridas para obligarla a ofrecer esas nalgas que Ricardo había loado fervientemente en su casa de la ciudad y él apenas había podido entrever cuando la mulata se vestía apresuradamente después de haber dado buena cuenta de los dos malandrines que intentaban violarla atada al carro.

Tuvo que sacar su alborotado pene de la raja de Mercedes apresuradamente, ya que la explosión estaba al caer. Claro, con aquellas fantasías, no había quien se aguantara.

Pero las dos rubias damas habían quedado ya más que satisfechas  y él decidió poner remedio ya a su excitación incontenible.

  • Poneros aquí, sentadas, guapas. Vamos que ya no me aguanto. Chúpala Mercedes. Y trágalo todo, por favor. No me gusta desperdiciar mi...si...mien...tehh ...ah, ah, ah..!!!

Con gesto decidido, Javier sacó su pene de la boca de la primera muchacha, dejándola a medias en su apasionada mamada, y reteniendo con la presión de los dedos la eyaculación, se apresuró a ocupar la boca de la segunda, abriendo de nuevo el grifo y dejando brotar el abundante semen para repartir equitativamente sus favores entre las dos hermanas y no crear innecesarios celos entre ellas.

Unos minutos después yacían los tres en el amplio lecho, una chica a cada lado y recostando cada una la cabeza sobre cada uno de los hombros de Javier. Dormían felices después de aquel exitoso debut. Javier les acariciaba el pelo a las dos mientras imaginaba la extraordinaria demanda que iban a tener actuando en pareja, con el morbo añadido de la familiaridad y el parecido físico. El negocio iba a ser redondo con el nuevo lote. Claro que faltaba ganarse a Leonor y, sobre todo, a Rosita.