La habitación de los secretos II
Carlos continúa su máster de sexo con gran dedicación. Debéis leeros el primer capítulo para disfrutar esta segunda entrega. Espero que lo disfrutéis.
Lectores, lo lamento, pero para entender este relato es imprescindible leer el primer capítulo: https://www.todorelatos.com/relato/147625/
Cuando Clara y yo salimos del cine, nos paramos en el pub habitual a tomar una copa que no nos dejara secuelas cerebrales. Ya sentados y con la copa por delante Clara me preguntó:
- Oye Carlos, por curiosidad morbosa, ¿qué tal follan los Parpajo?
- ¿De verdad quieres saberlo?
- Sí, siento curiosidad.
- Pues como fieras. Ella está buenísima y él tiene un pollón como este vaso –y le señalé el vaso de tubo para combinados en el que nos habían servido-.
- ¡Qué barbaridad!
- Y no te exagero un pelo, que lo he tenido un par de horas delante esta misma mañana.
Seguimos charlando un rato, hasta que le dije a Clara:
- ¿Por qué no dejas ya la polla del Parpajo y le dices algo a mi espada láser?
- Tienes razón, vámonos.
Nos fuimos andando hasta la casa. Entramos y nos dirigimos al estudio. Estaba deseando meterle mano a Clara, pero nada más cerrar la puerta me dijo:
- Es una lástima que te hayan quitado las cosas de Antonio. Me hubiera encantado echarles un ojo.
- Tengo una copia en el ordenador. Si quieres luego te dejo verla.
- ¡Luego no, ahora, por favor!
- Clara estoy muy animado, ¿por qué no follamos antes y luego miras lo que quieras?
- No seas malo, llevo años sabiendo que ese material existe y deseando verlo.
No pude resistir su insistencia, encendí el ordenador, seleccione los archivos y deje que se sentara a verlos. Empezó a pasar las fotos, conocía a una buena parte de las mujeres.
- ¡Mira Julia y creía que era del Opus! ¡Joder Nela, la íntima de mi madre! ¡Coño la Parpajo, al parecer no folla sólo con su marido!
Miré y en efecto era Mercedes con unos cuantos años menos e igual de buena. En la foto estaba desnuda a cuatro patas sobre una cama y con la cabeza vuelta mirando a la cámara. Me fijé algo más y en un lateral de la foto, algo desenfocado, se veía un pollón que debía ser el de su marido. ¡Así que los experimentos también habían sido de sexo en grupo!
- ¿Te has fijado que en la foto sale el pollón del Parpajo? –Le dije-.
- ¡Joder es verdad, efectivamente, vaya pollón! Me estoy poniendo muy caliente con las fotos –dijo Clara sin quitar ojo de la pantalla-. Por favor Carlos, chúpame el coño.
Se quitó la minifalda que llevaba y se bajó el tanga a los pies, para luego echarlo al suelo y sacando el culo del asiento, se abrió de piernas. Me puse de rodillas y metí la cabeza entre ellas. El coño, grande y con los labios internos fuera, le olía a jugos que echaba para atrás. Cuando le di el primer lengüetazo gimió sonoramente.
- ¡Qué rico! ¡Sigue, sigue!
Degustar los olores y sabores de su coño y pasarle la lengua del clítoris al ojete me estaba poniendo con una calentura enfermiza. Me dolía la polla del empalme que tenía y de la presión de los pantalones, me los abrí, me bajé los boxes y me saqué la polla. No quería sobármela porque sabía que me correría en un minuto. Oía el ratón cuando iba pasando las fotos. Comentaba algunos nombres y cuando llegó a la foto de su madre dijo:
- ¡Mírala y entonces me reñía cuando llegaba tarde por la noche! ¡Está buena la jodía para la edad que tenía! ¡Carlos no pares ahora que me voy a correr, dale, dale, sigue, sigue, aaahhh, aaahhh, sigue, sigue, ya, ya, ya, para que está muy sensible!
Saqué la cabeza de su entrepierna, me puse de pie y le metí la polla en la boca. Ella empezó a chuparla como loca y a apretarme los huevos casi hasta hacerme daño. Le quité la camiseta que llevaba, dejándola desnuda. Cuando me iba a correr me eché hacia atrás y me corrí entre sus tetas, después me senté en la mesa, no tenía fuerza en las piernas. Nos quedamos un rato ella desmadejada en la silla y yo sentado en la mesa recuperando el aliento.
- Carlos este material es peligroso. Estas tías son conocidísimas en Sevilla y se pasan el año organizando rastros y actos de caridad. Se hacen las más beatas y las más caritativas de la ciudad. Ellas y sus maridos concentran un poder que puede destruir a cualquiera si llega a saberse algo de esto.
- Pues que alegría me das –le contesté-.
- Esto sería de Antonio, pero a las tías se las debieron follar entre él y mi padre. Empiezo a dudar que mi padre muriera del corazón y ahora comprendo porque Antonio salió por piernas de la ciudad, sin llevarse las cosas.
- Clara no te vuelvas paranoica, que me estás dando mucho miedo con lo que dices. Si te parece borro los archivos.
- No, nada de eso, ¿qué quieres quedarte sin armamento? Estoy pensando que le echamos la culpa muy rápidamente a Antonio. Ayer Virtudes estaba muy misteriosa, no le eché mucha cuenta, pero también podría haber sido ella.
- ¿Por qué iba a hacer Virtudes una cosa así?
- Virtudes es la hija de Antonio. Algo debió saber de esto hace unos años y no llevó nada bien que su padre se dedicara a follarse hasta el lucero del alba al poco de que su madre los abandonara.
Me quedé atónito, así que Virtudes era hija del menda del conjuro y los experimentos. Clara continuó:
- La mujer de Antonio y madre de Virtudes, Verónica, los abandonó cuando ella tendría catorce o quince años, dejándolos en la más absoluta ruina. Mi padre los acogió en casa, ella se quedó a vivir en la parte noble y él prefirió mantener su independencia quedándose a vivir aquí. Antonio se quedó muy descentrado e imagino que empezaría con los experimentos para vengarse de su mujer. Mi padre, que tenía dinero para aburrir y le gustaban las mujeres más de la cuenta, debió asociarse con Antonio para beneficiarse de toda la que pudiera con la leche del conjuro.
- ¿Pero para qué quiere Virtudes las fotos y el cuaderno?
- Carlos, Virtudes no está bien. Trabaja de camarera para ir conociendo gente a la que follarse. Cuando ha terminado con la clientela de un pub lo deja y se va a otro a hacer política de tierra quemada. Apunta en una especie de diario todos sus líos y creo que va por el segundo tomo.
- Bien, pero eso no responde a mi pregunta.
- Me imagino que quiere competir con las andanzas de su padre y para eso tiene que saber cuáles y cuantas fueron esas andanzas.
Estaba empezando a amanecer y yo estaba reventado después de las dos noches y el día que llevaba encima.
- Vamos a dejarlo por ahora Clara, estoy más muerto que vivo. Mañana pensaremos que hacer con esto y con Virtudes.
- Tienes razón, yo también estoy cansada.
Terminé de desnudarme, me metí en la cama y me quedé dormido. Al poco noté como se acostaba Clara también. Dormí muy mal soñando que me secuestraban y me torturaban para que confesase dónde estaba el material de Antonio. Yo no lograba convencerlos de que ya no lo tenía y las torturas iban en aumento, amenazándome con caparme.
Me desperté empapado de sudor y con la sensación de que había alguien más en la cama que Clara y yo. Abrí los ojos y me volví hacia el otro lado de la cama. Clara estaba encima de las sábanas desnuda y con las piernas abiertas, Caty tenía la cabeza entre sus piernas y debía estar dándole otro repaso en el coño, después del que yo le había dado la noche anterior. ¿Aquellas mujeres no se cansaban nunca del sexo? Cuando Clara vio que me había despertado me dijo:
- Hola bello durmiente. Caty ha venido a verte, pero como estabas dormido no hemos querido despertarte. –Que consideradas, pensé-.
- No te preocupes, hoy quiero mirar yo, al menos por el momento. –Le dije-.
- Te estás volviendo un voyeur, ayer los Parpajo y hoy nosotras dos. –Me contestó con mucha guasa-.
La desnudez de las dos era digna de observación. Clara muy morena de tomar el sol, con unas tetas duras que no se desplazaban un milímetro hacia los lados pese a estar tumbada, el vientre como una tabla y las piernas largas y torneadas. Caty de una belleza mucho más madura, pálida, con unas tetas más grandes y algo caídas, un culo rotundo y unas bonitas piernas también, pero de muslos más gruesos. Observarlas estaba haciendo que me empalmara de nuevo.
- Sigue Caty, me comes el coño como nadie. Tienes una lengua prodigiosa.
- Gracias señorita Clara, pero un coño como este no se merece menos.
Eché las sábanas para abajo y sin dejar de mirarlas empecé a hacerme una paja.
- Señor Carlos, ¿no quiere follarme? –Me preguntó Caty-.
- Claro Caty –le respondí-.
Me puse de rodillas detrás de ella y se la metí en el coño, que lo tenía empapado.
- ¡Uhm, qué bueno! –Exclamó cuando la tuve entera dentro-.
Mientras la bombeaba pensé en el cambio que había dado mi vida sexual en poco más de un mes. De matarme a pajas, a despertarme follando con dos tías buenísimas y cachondas.
- Caty, no te descentres, que estoy a punto de correrme. –Le riñó Clara, que se mordía los labios y se pellizcaba los pezones-. ¡No pares, sigue, sigue, sigue!
Sin parar de follar a Caty, puse mis dedos en su clítoris y le cogí las tetas con la otra mano.
- No pare señor Carlos, que yo también estoy a punto de correrme. -¡Joder con llamarme señor Carlos, aunque me la estuviera follando y haciéndole una paja!-. ¡Aaahhh, aaaggg, me corro, me corro!
Aquello se convirtió en un coro de gemidos y voces de me corro. Primero se corrió Caty, inmediatamente Clara y por último yo, que sacándole la polla a Caty del coño, me corrí sobre su fantástico culo. Al minuto Caty se levantó chorreándole mi esperma por los muslos, se puso la bata y se fue. Clara y yo nos quedamos un poco más en la cama. Al rato le pregunté:
- ¿Has pensado algo sobre el material de Antonio?
- ¿Tú crees que yo estaba para pensar?
- Yo que sé, hay personas a las que los orgasmos le producen momentos de genialidad.
- Pues yo no soy de esas, yo me concentro en disfrutar lo más que pueda.
- Creo que deberíamos tratar de averiguar quién me mandó el correo.
Me levanté de la cama y encendí el ordenador. Busqué el correo, cuando lo encontré se lo dije a Clara que se levantó también para mirar su contenido:
“Tiene usted algo que me pertenece y es necesario que me lo devuelva. Entréguelo en el apartado de correos 41-10221 antes del sábado o aténgase a las consecuencias.”
La dirección de correo que lo había enviado era el siguiente galimatías: apco.221@hotmail.com .
- La única posibilidad de saber de quién se trata es controlar el apartado de correos. –Dijo Clara-.
- Sí, porque el nombre de la dirección que lo envío está también basado en el apartado de correos.
- Tenemos que llamar su atención para que vaya al apartado de correos y podamos pillarlo. Vamos a contestarle, escribe:
“Cómo usted sabe mejor que yo, ya no tengo lo que quiere, pero tengo una copia digital que quiero devolverle. Se la enviaré en un CD al apartado que me indicó y luego la borraré del ordenador. No vuelva a entrar en mi estudio o me veré obligado a denunciarle.”
- Espera, no lo mandes todavía. Vamos a preguntarle primero a Caty si ayer vio a alguien por la zona del servicio. –Dijo Clara cogiendo su móvil y marcando el contacto de Caty-.
Después de unos segundos contactó con ella y puso el manos libres.
- Hola Caty, quería preguntarte si ayer mañana o el viernes por la tarde estuvo alguien más por la zona del servicio.
- Si señorita Clara.
- ¿Quién fue?
- Bueno es un poco complicado. El viernes por la tarde la señora y el señor Antonio quisieron recordar viejos tiempos y vinieron a mi cuarto para hacer un trío.
- ¿El señor Antonio se despistó en algún momento?
- Es posible, empezamos la señora y yo mientras el miraba por el ventanuco. No sé si estuvo allí todo el tiempo hasta que entró al cuarto.
- ¿Viste que llevara algo cuando se fue?
- No, creo que no llevaba nada.
- ¿Y ayer por la mañana?
- Verá señorita Clara es que he tenido un fin de semana muy movido. Ayer temprano me despertó la señorita Virtudes entrando en mi cuarto. Al parecer no le había ido bien la noche y estaba necesitada de sexo. Como usted sabe yo no puedo negarle nada a ella tampoco.
¡Joder qué casa! Pensé. Lo del folleteo era un no parar.
- ¿Viste si Virtudes llevaba algo en las manos?
- No, creo que no, lo que si llevaba era una buena borrachera y una calentura de mucho cuidado.
- Bueno eso no es raro en ella. Gracias Caty –y colgó-.
- Después dices tú que en tu casa no hay vicio –le dije a Clara-. ¡Joder con Caty, trabaja más los días libres que el resto de la semana!
- ¡Venga ya, no te pongas remilgado ahora, qué tú también has tenido un buen fin de semana!
- Tienes razón. Lo malo es que del material seguimos como estábamos.
- O no –dijo Clara muy enigmática-.
- ¿Qué quieres decir?
- Sabemos que te quitaron el material pero, según parece, nadie lo sacó de la casa. Luego pudo esconderlo en otra parte para recogerlo más tarde.
- Es posible, ¿pero dónde?
- El sitio más probable cerca de la habitación de Caty es la despensa. Vamos.
En pelotas como estábamos los dos bajamos a la despensa. Sin hacer ruido fuimos buscando entre las cajas y los cacharros que allí había. Escuchamos susurros procedentes de la habitación de Caty. Clara apagó la luz y abrió el ventanuco. Su madre y Caty estaban dale que te pego haciendo una tijereta más próxima al equilibrismo que al sexo. ¡Joder, qué buena estaba todavía Lucía y eso que debía rondar los cincuenta!
- ¿Pero es que en esta casa no hay un momento sin folleteo? –Le susurré a Clara-.
- Pues ya ves que no –me contestó sin dejar de mirar y cogiéndome la polla que tenía morcillona-.
- Déjalo para luego y vamos a buscar.
Clara cerró el ventanuco y volvió a encender la luz para seguir buscando.
- ¿Es esto? –Me preguntó al rato sacando el cuaderno y la carpeta de una caja de latas de conserva-.
- Sí –le contesté-. Dejemos las cosas como estaban y vámonos.
Subimos de nuevo al estudio con el material en nuestro poder.
- ¿Qué hacemos ahora? –Le pregunte a Clara-.
- La cosa ha cambiado bastante. Quién sea cree que tú ya no tienes el material, aunque él tampoco lo tiene. Vamos a esconderlo de verdad y a mandarle el correo de antes. Ahora estará más interesado que nunca por la copia digital. Después de mandar el correo, haces una copia en CD de los archivos, luego los borras, pero bien, como si fuera el ordenador de Bárcenas, y le mandamos un CD virgen. No sabemos quién es y no podemos darle este material sin saberlo.
- ¡Qué lista eres!
Hicimos lo que Clara había planeado. Escondimos el material en el extractor de la cocina, total para lo que yo cocinaba, el CD en la cisterna del baño, borramos los archivos del ordenador con el McAfee, metimos un CD virgen, bueno en aquella casa mejor decir en blanco que virgen, en un sobre grande acolchado que lo hiciera bastante evidente y nos fuimos a echarlo en la oficina de correos en la que se encontraba el apartado y a desayunar o a comer, yo había perdido la noción del tiempo y no tenía ni idea de qué hora era.
Sentados en un bar tomando un vino con algo de comer, Clara recibió una llamada.
- Hola Virtudes, ¿qué quieres? … No, no estoy en casa. … Con Carlos tomando una cerveza. … ¿Y qué quieres que yo le haga? … Bueno, yo siempre tengo el cuerpo para cachondeo, pero no sé si a él le apetecerá. … Vale, le pregunto y te llamo.
- ¿Qué le pasa a Virtudes? –Le pregunté-.
- Sus líos de siempre. Dice que ha ligado con una tal María, que debe ser muy caprichosa, porqué le dice no quiere hacer nada con ella si antes no juegan a algo con más gente. Cuando se ha enterado que estaba contigo nos ha invitado a los dos. Como has oído le he dicho que lo hablaría contigo.
- Me imagino que no querrá jugar al cinquillo.
- No creo, imagino que será al strip poker o al parchixxx o al sexdominó o a la ocaxxx o a cualquier cosa así.
- De lo que has dicho no había oído hablar más que del strip poker.
- Carlos, tienes que aprender más cosas –me dijo riéndose-. Bueno, ¿qué le digo?
- Lo que a ti te apetezca.
- Como me has oído decirle, a mí siempre me apetece un cachondeo.
- Pues vamos allá.
Clara llamó a Virtudes y quedaron en que nos veríamos en el piso de la tal María, que estaba cerca del bar. El mundo de estas mujeres debía haber sido paralelo al mío anterior. Si me dicen hace un mes, que te llaman por teléfono un domingo por la tarde, para tener juegos sexuales con conocidas y desconocidas me da un ataque. Yo no las tenía todas conmigo tratándose de Virtudes, pero como decía Clara, a mí también me apetecía siempre un cachondeo. Fuimos andando y llamamos al portero electrónico de la dirección que Virtudes le había dado a Clara.
- ¿Sí? –Pregunto una voz-.
- Hola somos Carlos y Clara. Venimos a ver a Virtudes. –Le contestó Clara-.
- Os abro.
Subimos por la escalera a la segunda planta. Cuando llegamos Virtudes estaba en la puerta del piso esperándonos.
- Hola, gracias por venir –dijo dándome dos besos, lo que me mosqueó bastante después de la difícil relación que habíamos tenido últimamente-.
- No hay de qué – le contesté-.
- ¿De qué va esto? –Le preguntó Clara a Virtudes antes de entrar en el piso-.
- Veréis, María es una tía por la que estoy colada hace tiempo y hoy se me ha puesto a tiro. Lo que pasa es que se ha empeñado en que le apetece un cachondeo colectivo.
- Qué ojo tienes, Virtudes, para encontrar gente rara –le dijo Clara-.
- Venga, ya veréis que está buenísima.
Finalmente entramos, seguimos a Virtudes por un corto pasillo y llegamos a una sala. En un sofá estaba sentada la tal María. Cuando la vi me quedé paralizado, era la camarera a la que le había largado el conjuro sin éxito ninguno. Debía haber roto con su novio o le apetecía un poco de bollería fina y mucho cachondeo.
- María, ella es Clara y el Carlos. Dos buenos amigos míos. –Me habría perdido cuando nos habíamos hecho amigos Virtudes y yo-.
María se levantó del sofá dando trompicones y le dio dos besos a Clara, cuando fue a dármelos a mí se me quedó mirando y me dijo:
- ¿Nos conocemos de algo?
- No creo, me acordaría –le mentí-.
- ¿Qué queréis tomar? –Pregunto Virtudes-.
- Lo que estéis tomando vosotras –contestó Clara-.
- Entonces ginebra.
Virtudes salió de la sala, me imagino que a buscar los vasos y el hielo. Clara no se cortó un pelo y le preguntó a María:
- ¿Y a ti a qué te apetece jugar?
- A algo guarro. He roto con mi novio y estoy hasta el coño de aburrirme follando con uno sólo. Me gustan las tías y los tíos. Nunca he estado en un buen sarao y hoy se va a acabar eso.
- Si lo que quieres es un buen sarao, ¿para qué hay que jugar a nada? –Le volvió a preguntar Clara, que desde luego se veía muy desenvuelta en estas situaciones-.
- Por no hacerlo tan frío de aquí te pillo aquí te mato. ¿Qué os parece si nos hacemos un strip poker?
- Yo prefiero un parchixxx, el strip poker está muy visto.
- Pero ese juego es muy aburrido.
- Como yo lo juego no. –Concluyó Clara-.
- Pues vale, ¿y tú como lo juegas?
- Es sencillo, el que se coma una ficha, además de contarse los veinte, le ordena lo que quiera al que la ha perdido durante tres minutos y he dicho lo que quiera. El que gana la partida ordena lo que quiera al resto durante toda la tarde. ¿Te gusta?
- A mí sí, lo que pasa es que no tengo ningún parchís –contestó María-
¡Joder, que Clara se iba a cortar un pelo! ¿Dónde habría aprendido semejante jueguecito? Debió notar la extrañeza en mi cara, porque inmediatamente me dijo:
- Es que teníamos mucho tiempo libre en la facultad y había que entretenerse con algo.
- Podíais haber jugado al mus, como todo el mundo –le contesté-.
- ¿Por qué no jugamos a la carta más baja? –Propuso María-. El que pierda se quita una prenda, cuando ya no tenga nada que quitarse, la que tenga la carta más alta le ordena lo que quiera durante cinco minutos.
Mientras hablaban entre ellas me fijé en María. Era una morena guapa, pelo lacio corto y muy negro, unos ojos negros grandes y una sensual boca de labios carnosos, pintados de un rojo intenso. Llevaba una camiseta de tirantas naranja muy descotada, que dejaba ver un sujetador blanco, que abrazaba unas tetas grandes, una falda corta negra y unas botas negras por la rodilla. Comprendí porque había querido follármela la noche del conjuro y también porque me mandó a la mierda.
Regresó Virtudes con dos vasos, hielo, limón y la botella de ginebra, dejándolo todo en la mesa de centro. María puso sobre la mesa la baraja de cartas y le explicó a Virtudes a lo que íbamos a jugar. Antes de empezar a jugar ya tenía la sensación de que yo sobraba en ese lugar. Clara y Virtudes miraban las dos a María con cara de querer follársela y María les devolvía las miradas diciéndoles con los ojos que le daba igual cuál de ellas se la follase o que fueran las dos juntas. Clara y Virtudes estaban sentadas en el sofá, María en un sillón y yo en una silla frente a ella. Repartió María las cuatro cartas dejándolas boca abajo. Miré mi carta y tenía un rey. Virtudes levantó la suya, un dos, Clara sacó un cinco y María una sota.
- Te toca Virtudes –le dijo Clara-.
Virtudes podía haber empezado por quitarse los zapatos de tacón que llevaba, pero optó por abrirse la blusa y quitársela, quedándose con un sujetador negro que le juntaba y apretaba sus grandes tetas y mirando con descaro a María. Repartió Virtudes, volví a sacar un rey, Clara otro cinco, María un seis y ella un tres.
- Te vuelve a tocar Virtudes –le indicó Clara-.
Virtudes, sin dejar de mirar a María, se levantó, se soltó los pantalones y se los quitó. Llevaba un tanga de hilo negro, que dejaba a la vista su fantástico culo y le tapaba el chocho con dificultad.
Seguimos jugando, yo tuve mucha suerte o mala suerte y no perdí ni una sola vez. La racha de María fue diluyéndose y después de la camiseta y la faldita, le tocó quitarse el sujetador. Miraba alternativamente a Clara y a Virtudes, se lo estaba pasando en grande jugando con ellas. Tenía unas tetas preciosas con unas areolas que le sobresalían del resto de las tetas por lo menos dos centímetros. La primera en quedarse finalmente en pelotas fue Virtudes, María estaba en tanga y Clara en sujetador y tanga. Yo estaba empalmado viendo a aquellas tres bellezas desnudarse poco a poco. Efectivamente el juego tenía mucho morbo y la calentura general se mascaba en el ambiente. Volvió a perder Virtudes y María ganó la mano. Cómo Virtudes ya estaba desnuda, había llegado el momento de las órdenes.
- Siéntate en mis piernas y hazte un dedo mirándome –le ordenó María-.
El juego había comenzado a ponerse realmente caliente. Virtudes se sentó sobre María con las piernas abiertas. Sus tetas casi se tocaban en un primer momento, luego Virtudes se echó hacia atrás y llevó su mano derecha a su chocho. Yo la veía casi de espaldas y podía ver como su mano salía a veces bajo su precioso culo. Yo estaba deseando perder para poder quitarme el pantalón, que me apretaba la polla lo más grande. Cuando sonó la alarma del móvil de Clara marcando que habían transcurrido cinco minutos. Virtudes tardó en levantarse, cuando lo hizo tenía el coño abierto y brillante y el clítoris como una avellana de tamaño medio.
A las pocas manos estaban las tres desnudas y yo en boxes con una tienda de campaña familiar. Perdió María y ganó Clara.
- Ven a comerme el coño –le dijo Clara a María. Pensé que en menos de veinticuatro horas el coño de Clara había pasado por tres bocas. Sin duda tenía una gran afición al cunnilingus-.
Se recostó en el sofá, empujó hacia atrás la mesita de centro y se abrió de piernas. Su chocho se veía empapado. María se arrodilló frente a ella, con las manos le abrió todavía más el chocho y puso su lengua sobre el clítoris de Clara. Virtudes no se pudo contener y quitando la mesa de centro se puso de rodillas detrás de María para chuparle desde el clítoris hasta el ojete, mientras ella se metía dos dedos en el coño.
Yo debía haberme vuelto transparente, porque ninguna me hacía ni puto caso. Ellas habían dado el juego por concluido y habían pasado a la fase que realmente les interesaba: chuparse, comerse, masturbarse, follarse entre ellas con sus manos y todo lo que puedan hacer tres mujeres calientes y liberadas. Sabía positivamente que ninguna quería que la follara, así que me quité los boxes y empecé a hacerme una paja. En menos de dos minutos me corrí sobre la espalda de María. Después recogí mis cosas, terminé mi ginebra y me marché, dejándolas allí a lo suyo.
A las nueve de la noche me llamó Clara:
- Perdona Carlos, pero no me he dado cuenta cuando te has ido.
- No me extraña, estabas muy concentrada, igual que las otras dos.
- Sí, ha sido una tarde de domingo agradable.
Yo hasta entonces creía que “una tarde de domingo agradable” era dar un paseo, ir al cine o ver un programa de televisión que te entretuviera, pero si seguía frecuentando la compañía de Clara tendría que reciclarme.
- Oye, ¿nos vemos mañana para vigilar la oficina de correos?
- Como quieras, yo pensaba estar en una cafetería que hay enfrente a partir de las nueve de la mañana.
- De acuerdo, allí nos vemos.
Me acosté y me quedé dormido inmediatamente. Volví a soñar con palizas y amenazas a mi miembro viril, lo que me tuvo muy intranquilo toda la noche.
A las nueve estaba sentado en la cafetería desayunando sin quitarle ojo a la puerta de la oficina de correos. A las nueve y cuarto llegó Clara especialmente guapa, le habría sentado de maravilla la agradable tarde de domingo. Preferí no mencionar el tema y concentrarme en observar la oficina de correos. Pasadas las doce me di cuenta de lo aburrido que tenía que ser el trabajo de detective. Pero a la una y poco entró Lucía en la oficina. Clara y yo nos miramos con cara de no entender nada. A los pocos minutos salió Lucía con el sobre en la mano. La seguimos discretamente y cuando iba a entrar en su casa, la abordamos:
- Lucía, no me puedo creer que me hayas robado –le dije en la puerta de la verja-.
- ¡Qué susto, por Dios! Carlos, no sé a qué te refieres.
- Lucía tú has entrado en mi cuarto para coger unas cosas muy delicadas que no te pertenecen.
- Ni a ti tampoco, eran de mi marido y de Antonio. Entremos en casa y os explico lo que pasa.
Entramos los tres y nos sentamos en la salita de recibir. Lucía tomó la palabra:
- Necesito esa documentación. He presentado mi candidatura a la presidencia del Ropero de la Virgen de los Desamparados. La presidenta y la junta saliente han empezado a extender cosas horribles de mí.
- No sabía qué te habías presentado, ¿te han difamado? –Le preguntó preocupada su hija-.
- Técnicamente no se puede hablar de difamación, pues la mayor parte de lo que extienden es cierto: que si me follé a este o a aquel, que si soy bisexual, que si me acuesto con el servicio y otras cosas así. Yo seré un poco puta, no lo niego, pero ellas no lo son menos. Hable con Antonio para que me diera los documentos que yo sabía que habían hecho él y tu padre, en los que seguro que figuraban todas esas putas y podría utilizarlos contra ellas, pero me dijo que no los tenía, que los había dejado escondidos en el estudio.
- Pero mamá, ¿cómo te metes en esa guerra, sabiendo cómo son? –Le preguntó Clara-.
- Clara, no se te olvide que yo soy la Marquesa del Coño Casposo y me corresponde la presidencia del Ropero, al menos durante un tiempo. Rogué a Antonio que me ayudara a recuperar los documentos. Aceptó a regañadientes y vino el viernes pasado. Mientras yo entretenía a Caty, él entró en el estudio, encontró los documentos y los escondió en la despensa. Luego nos liamos los tres recordando tiempos pasados y a mí se me fue el santo al cielo.
- ¡Mamá, eres de lo que no hay! Así que después de mandar robarlos se te olvidan.
- Estuve muy liada el sábado y no pude ir a buscarlos. Cuando recibí el correo de Carlos ayer, bajé volando pero Caty tenía ganas de guasa y yo también, la verdad. Luego me di cuenta que, en efecto, ya no estaban en la despensa. Menos mal que me habéis enviado una copia digital.
- Verás Lucía, el CD está vacío. No había hecho copia y cuando los robó Antonio me quedé sin nada y necesitaba saber quién había cogido los documentos. ¿Pero quién puede tenerlos? –Le mentí descaradamente a Lucía, según había convenido con Clara-.
- ¡Oh no! No tengo la menor idea de quién pueda tenerlos, pero debe ser alguien de casa y de verdad que los necesito para callar a esas guarras. ¿Tú has visto los documentos? –Le preguntó a Clara-. Porque si los has visto, sabrás si ellas están.
- Yo no los he visto, Carlos sí, pero él no las conoce y no las relaciona con los documentos.
- ¿Qué podemos hacer, además de tratar de recuperar los documentos? –Preguntó Lucía-.
- Pregúntale a Antonio –le contestó Clara-. Él tiene que saberlo.
- Antonio se niega en redondo a decir nada sobre la cuestión. Está totalmente cerrado en banda, dice que lo ha olvidado todo.
- Pues a mí lo único que se me ocurre es que las juntes a todas, que Carlos las vea y que trate de hacer memoria de si estaban o no en los documentos. –Dijo Clara-.
- Clara, por favor, no me metas en líos que yo soy un pobre desgraciado y me pueden hacer mucho daño. No podemos ver fotos suyas o sus perfiles de las redes sociales. –Le supliqué recordando los sueños en que querían caparme. Si llego a saber esta idea de Clara, le doy antes los papeles a Lucía, me quito de en medio y aquí paz y después gloria-.
- Por favor Carlos. Es la única manera de saberlo a ciencia cierta. No tengo fotos y me han excluido de sus redes sociales. –Me pidió Lucía-.
- Ya sé cómo hacerlo. Las invitas un fin de semana al cortijo y nosotros aparecemos por allí cómo sin saber que las habías invitado. Carlos las ve y que trate de hacer memoria. –Dijo Clara sin apiadarse de mí-
- ¿Pero cómo voy a aparecer yo? ¿Qué tengo yo que ver con el Ropero? –Pregunté cada vez más aterrorizado-.
- Eso ya lo iremos viendo –concluyeron las dos dando por terminada la conversación-.
Otro lío, pensé cuando las dejé para ir a hacer el reparto del día, al fin y al cabo tenía que seguir comiendo.
El jueves me llamó Clara. Lucía había invitado a la presidenta y a la junta saliente, cuatro mujeres en total, al cortijo de la familia el sábado siguiente por la mañana para echar el día y regresar el domingo. Les había mentido dejándolas entrever que iba a retirar la candidatura si llegaban a un acuerdo de integración. ¡Coño esto se parecía más a la dinámica electoral del PSOE que a una asociación de caridad! Yo aparecería como el novio de Clara. Lucía y nosotros dos nos iríamos el viernes por la tarde, junto con Caty, para preparar el asunto, allí nos esperaría la familia de los guardeses. Clara me advirtió de que no me llevara los documentos, que los dejara escondidos. Mis pesadillas sobre palizas y castración se redoblaron esa noche.
Salimos hacia el cortijo el viernes por la tarde los cuatro en el coche de Lucía, conduciendo ella. Pese a que el cortijo estaba a poco menos de una hora, la forma de conducir de Lucía hizo que el viaje me resultara eterno. Cuando llegamos nos esperaban los guardeses en la puerta del patio de acceso. El cortijo era realmente espectacular, un magnífico edificio del siglo XIX perfectamente conservado. Según dijo Lucía durante el viaje, el cortijo disponía de diez dormitorios en la planta alta, ocho de ellos compartían baño dos a dos y los otros dos contaban con baño propio, tres salones, una biblioteca, dos comedores y dos cocinas en la planta baja, además, de la vivienda de los guardeses, que se encontraba en la antigua gañanía. En los jardines de la zona noble había una piscina de buen tamaño.
Los guardeses eran un matrimonio como de cincuenta años, ella era una mujer guapa, no se podía decir gorda, pero sí voluminosa y más alta que su marido, un hombre robusto, calvo y con una barriga más que prominente. Lucía los saludó afectuosamente:
- Hola Ana, que alegría de verte tan estupenda. Hola Gervasio, tienes que hacer más ejercicio. Os presento a Carlos, un amigo de Clara.
- Encantado –los saludé dándoles la mano a los dos-.
- ¿Cómo están los niños? –Les preguntó Lucía-.
- Bien, vendrán dentro de un rato. Pablo está ya en cuarto de carrera con muy buenas notas, Juan y Victoria renquean un poco en los estudios, pero al final los sacan.
- Me alegro, son buenos chicos. -Les contestó Lucía, que luego se acercó a Ana y muy bajo, pero no tanto como para que yo no la entendiera, le dijo al oído:- Tenemos que vernos luego –a lo que Ana contestó con un movimiento de cabeza afirmativo-.
Caty y yo cogimos cada uno nuestro equipaje y Gervasio cogió los de Lucía y Clara. Por dentro el cortijo era igualmente espectacular. Una decoración rural muy elegante, unas estancias amplias, pero a la misma vez acogedoras. Lucía se instaló en su dormitorio, a mí me instalaron en el otro dormitorio principal que estaba al lado del de Lucía y Clara y Caty se instalaron en dos de los que compartían baño.
- Nos vemos en media hora abajo para cenar –dijo Lucía-.
La habitación que me habían asignado era grande y acogedora, con una cama de por lo menos dos metros, espejos repartidos por varias paredes y un par de armarios. Además de la puerta de entrada y la del baño había otra puerta que debía conectar con la habitación de Lucía. El baño era también grande y renovado con una bañera de hidromasaje, un plato de ducha y el resto de piezas normales de un baño. La ventana daba al jardín, en el que se veía una piscina de buen tamaño. ¡Vaya como vivía la marquesa!
Mientras ordenaba la poca ropa que llevaba en uno de los armarios, me pregunté qué hacía yo allí y sobre todo que iba a hacer los dos días siguientes con las del Ropero de caridad, si yo me encontraba completamente alejado de todas esas historias. Bajé a la hora que había indicado Lucía. Busqué el comedor. En una salita previa estaba Lucía de pie hablando con dos chicos y una chica, ellos dos más o menos de mi edad y ella con unos veinte años. Cuando Lucía me vio entrar dijo:
- Os presento a Carlos, un amigo de Clara. Carlos, ellos son Pablo, Juan y Victoria, los hijos de Ana. Estábamos hablando de los estudios y de lo difícil que está todo.
Saludé a Victoria con dos besos y a sus hermanos con un apretón de manos. Eran unos chicos altos y delgados, curiosamente, la más alta era Victoria, una chica muy guapa y con un tipo fantástico, podría ser una modelo profesional de éxito. Lucía siguió hablando con ellos hasta que llegó Clara, que los saludó muy afectuosamente. Al momento de llegar Clara, Caty abrió la puerta del comedor diciendo que la cena estaba preparada. Los chicos hicieron gesto de despedirse, pero Lucía les indicó que nos acompañaran a cenar. Nos sentamos en una parte de la mesa y me correspondió sentarme a la izquierda de Lucía, al lado de Victoria, en frente se sentaron Pablo y Juan, con Clara en medio.
- Estoy abrumada de estar rodeada de unos chicos y chicas tan guapos –dijo Lucía antes de empezar a comer-.
- Tienes razón mamá –le contestó Clara-. Eres una mujer con mucha suerte.
- La suerte hay que buscarla, hija.
Durante la cena me pareció que Clara y Victoria tenían cierto parecido: el mismo pelo, el mismo corte de cara, los mismos labios carnosos,...
- ¿Hace mucho que conoces a Clara? –Me preguntó Victoria entre el primer y el segundo plato-.
- No, hará unos dos meses, pero hemos congeniado muy bien.
- Clara es una chica estupenda, para mí es como una hermana mayor.
- Sí, tienes razón es una chica afable, lista y simpática.
Cuando terminó la cena Lucía se retiró la primera y luego los hijos de Ana. Clara y yo nos sentamos en la salita para tomar una copa antes de irnos a descansar.
- ¿Te ha gustado Victoria? –Me preguntó Clara-.
- Me ha parecido simpática y atractiva. A ti te tiene mucho afecto, habla de ti como de una hermana mayor.
- Yo a ella también se lo tengo, bueno a los tres, pero a ella especialmente.
- ¿Venís mucho por el cortijo?
- Ahora menos, cuando vivía mi padre si veníamos casi todos los fines de semana.
- Está muy bien el sitio y muy bien conservado.
- Ya te dije que mi padre tenía dinero para aburrir y le dio por arreglar el cortijo, que era de mi madre. Me voy a ir a la cama, que estoy derrengada y mañana tendremos un día muy animado recibiendo guarras.
- ¿Te apetece que nos acostemos juntos? –Le pregunté-.
- Prefiero que no, no te vayas a meter demasiado en el papel de mi novio.
Nos despedimos y me fui a mi habitación. Me desnudé y antes de acostarme entré al baño a asearme. Cuando salí del baño escuché voces hablando en voz baja, que provenían de la habitación de Lucía. Me entró curiosidad y pegué la oreja a la puerta.
- Estaba deseando que volviéramos a estar juntos –oí decir a Lucía-.
- Y nosotros también -dijo una voz de hombre-. Ella está un poco triste desde la muerte del señor.
- Lo comprendo, yo también –dijo Lucía-.
Debían ser Ana y Gervasio, se habrían reunido en el dormitorio para no ser escuchados por sus hijos o por Clara, pensé.
- Los chicos están guapísimos, me recuerdan mucho a Luis. –Continuó Lucía-.
- Es natural, era su padre –le contestó Ana-.
Me quedé de piedra. ¡Joder qué casa y qué familia! Así que los tres hijos de Gervasio no eran suyos, sino del marido de Lucía, que lo oía tan fresca.
- Nunca agradeceremos bastante su generosidad y la del señor Luis. –Dijo Gervasio-.
- Había que ayudaros con tu problema de esterilidad. Ana es una madraza y no podría vivir sin tener hijos. –Contestó Lucía-. Pero dejemos las penas y vamos a lo nuestro, que hace tiempo que no nos divertimos. Ana, ¿te gusta el amigo de mi hija?
- Sí es un chico muy guapo, pero demasiado joven para mí. No olvide señora que tengo ya más de cincuenta años.
- Y eso que más da, no seas antigua. Te advierto que a mí cada vez me gustan más jovencitos y este folla estupendamente.
- ¿Ya lo ha probado, señora?
- Claro Ana. Todo lo que está bajo mi techo debe pasar por mi entrepierna.
Rieron los tres de la ocurrencia de Lucía. ¿Pero es qué nadie de la familia o allegados eran normales? ¡Cómo se atrevía Lucía a ofrecerme a Ana! No daba crédito a lo que escuchaba. Lo curioso era que sólo de pensar en follarme a Ana me estaba empalmando.
- ¿Usted cree que le gustaré? –Le preguntó Ana a Lucía.-
- Mírate en el espejo, eres una mujer hermosa y mereces divertirte probando otras cosas. ¿Verdad Gervasio?
- Tiene usted toda la razón. Nosotros follamos con bastante frecuencia, pero un poco de variación en la cama siempre viene bien.
- Venga Ana, anímate y ve por él.
- Porque usted me lo dice –dijo Ana y yo salí disparado a meterme en la cama con la polla como una estaca-.
Apagué la luz de la mesilla. Oí como se abría la puerta entre las dos habitaciones y vi la claridad que entraba desde la habitación de Lucía. Me hice el dormido hasta que noté como Ana se acostaba, se pegaba a mi espalda y cogiéndome la polla me susurraba al oído:
- ¿Te apetece follarte a una mujer madura de campo?
Por poco me atraganto. Ana no se andaba por las ramas ni hablando, ni sobándome el nabo. Eché mis manos hacia atrás y agarré su potente culo de mujer madura.
- ¿De verdad quieres que follemos? –Le pregunté-.
- No, quiero que me folles tú a mí.
Volví a encender la lámpara y me di la vuelta en la cama para verla. Era una mujer grande como ya había notado al conocerla por la tarde. Tenía unas tetas grandes algo caídas, con unas areolas grandes y unos pezones duros, su vientre también era grande y su chocho tenía una buena mata de pelos. Me puse sobre ella y le levanté los brazos por encima de su cabeza. Sus axilas tenían también dos buenas matas de pelos.
- ¿Te gustan mis pelos? –Me preguntó-.
- No sabría que decirte. Estoy acostumbrado a mujeres más depiladas.
- Prueba lo que se siente con una mujer al natural y no con una muñeca.
La besé en la boca y le solté los brazos para agarrar sus grandes tetas. De la habitación de al lado provenían unos ruidos que sugerían que Gervasio le estaba comiendo el coño a Lucía.
- ¿Te gusta que te follen mientras tu marido se folla a otra?
- A mí me gusta que me follen, haga lo que haga mi marido.
Ana se liberó de mí con una enorme facilidad, dejándome boca arriba en la cama. Luego se puso de rodillas a mi lado y empezó a comerme la polla. Metí mi mano en su entrepierna y después de hurgar entre sus pelos llegué a su chocho. Estaba empapado de jugos y ella soltó un fuerte gemido cuando rocé su clítoris, grande como toda ella. Lucía gritaba en su habitación pidiéndole a Gervasio que la follara ya. Entre chupada y chupada a mi polla, Ana dijo:
- A la señora le encanta follar con mi marido. No tiene la polla muy larga, pero la tiene muy gorda, tanto que ninguna consigue metérsela en la boca.
Cambió de posición, poniéndose sobre mí y metiendo mi polla entre sus tetas. Se cogió una teta con cada mano y empezó a moverlas arriba y abajo, produciéndome un enorme placer.
- ¿Te gusta lo que te hago?
- Mucho, tienes unas tetas prodigiosas para hacer pajas con ellas, pero si sigues no voy a poder follarte o al menos no en un rato.
Se echó a un lado y se puso a cuatro patas mirando hacia la puerta.
- Fóllame –me pidió-.
Me incorporé y me puse detrás de su culo grande. Al levantar la cabeza vi como Gervasio se estaba follando a Lucía en la misma postura y los dos mirando hacia nosotros. Estaba muy caliente y saberme observado me puso todavía más caliente. Se la metí a Ana hasta el fondo y golpeé fuertemente sus nalgas con mis manos abiertas.
- Más fuerte –me exigió Ana-. Fóllame más fuerte, como si fueras de campo.
- Es que soy de campo –le contesté-.
- Pues demuéstralo.
En la otra habitación Lucía seguía gimiendo y empezó a gritar que se corría, lo que hizo ostensiblemente y luego se dejó caer hacia delante, quedando la polla de Gervasio a la vista. ¡Hostia qué barbaridad! Llevaba los bajos completamente depilados y como había dicho Ana no era muy larga, pero era gorda como una lata de cerveza. Él mismo se la tenía que coger con las dos manos.
- ¿Cómo quieres que te haga algo con mi polla? –Le dije a Ana-. Si debes tener los músculos del coño destrozados.
- Calla y sigue follándome.
Cambié de estrategia y llevé mi mano a su clítoris, que sobé con saña hasta que gritó que se corría y empezó a soltar jugos como una fuente. Saqué mi polla de su chocho y le pedí que se pusiera boca arriba. Me coloqué sobre su cabeza mirando su cuerpo y le metí los huevos en la boca mientras me jalaba el nabo hasta que conseguí correrme sobre sus desparramadas tetas.
- Como ha dicho la señora follas bien para ser tan joven.
- Gracias, pero tú eres la que follas de puta madre.
Se levantó de la cama. Su cuerpo de espaldas era rotundo, espaldas anchas, culo grande y muslos robustos. Salió de la habitación y cerró la puerta tras ella. Me quedé tumbado en la cama hasta que me venció el sueño.
Me levanté temprano o al menos eso creí yo. Me aseé y salí a dar un paseo. Cogí por un camino arbolado y cuando llevaba cinco minutos andando me encontré con Clara y Victoria, que venían en la dirección contraria. Ambas llevaban pantalón corto y ajustado y el top de un biquini.
- ¡Qué guapas os habéis levantado las dos y que temprano!
- Es lo que tiene la vida en el campo -contestó Clara-.
- ¿Hay algo por ahí? –Les pregunté señalando el camino por dónde venían-.
- Sí, hay unas pozas para bañarse en el río. De ahí es de dónde venimos. –Dijo Victoria-.
- Acércate a verlas son muy bonitas, el agua está limpísima y te puedes bañar desnudo. Son parte de la finca y nunca pasa nadie por ellas. –Dijo Clara-.
- Bañarme no creo, pero voy a echarles un vistazo –les dije despidiéndome de ellas y continuando con mí paseo-.
Seguí andando en dirección a una arboleda, cuando llegué a un pequeño alto pude contemplar un bonito paisaje. Un arroyo se ensanchaba y remansaba creando unas pequeñas lagunas, alrededor de ellas los árboles creaban un agradable espacio entre el sol y la sombra. Ana y Gervasio estaban sentados sobre la yerba, Pablo y Juan se estaban bañando en ese momento. Ana llevaba un bañador de una pieza como de treinta años atrás y Gervasio un bañador también con sus buenos años de uso. Me recordó cuando nuestros padres nos llevaban a mi hermano y a mí a pasar el día y a bañarnos en el Huéznar, cerca del pueblo. Era una bonita imagen familiar. Iba a acercarme más a ellos cuando escuché a Ana decir:
- Juan, Pablo, saliros ya que hoy tenemos mucho trabajo.
Pablo y Juan se acercaron a la orilla y salieron trepando, agarrándose a los arbustos. Los dos iban desnudos, tenían unos cuerpos fibrosos, depilados por completo y sus pollas estaban algo más que morcillonas. Se acercaron a Ana a recoger las toallas para secarse, ella agarrándoles las pollas las besó con ternura y luego dijo:
- Hijos no olvidéis nunca que estas pichitas son de vuestra madre.
Me quedé un poco parado. Parecía no haber deseo ni maldad en lo que había hecho o dicho Ana, sino tal vez demasiado cariño maternal, ya con dos hombres hechos y derechos. Ellos terminaron de secarse, se pusieron sus bañadores y zapatillas y con las camisetas al hombro empezaron a subir el camino. En muy poco tiempo iban a estar donde yo me encontraba. Decidí salir a su encuentro como si acabara de llegar.
- Buenos días, que sitio más bonito –les dije cuando me vieron-.
- Sí, nosotros venimos casi todos los sábados a bañarnos y a tomar el sol. –Me contestó Pablo, el mayor de los hermanos-.
- Si vais para la casa os acompaño –les dije-.
- Dentro de un poquito, primero vamos a mirar a nuestros padres. Espérate con nosotros. –Dijo Pablo-.
Nos sentamos los tres mirando hacia Ana y Gervasio, que seguían en la yerba. A los dos minutos Ana se levantó, se bajó las tirantas del bañador y se lo quitó quedándose desnuda. Desde luego era una mujer contundente. Me pareció que no debía seguir mirando y se lo dije.
- Chicos, creo que me voy a ir, no me parece bien entrar así en la intimidad de vuestra madre.
- No te preocupes, a ella le gusta que la admiren –contestó Juan-.
- En cualquier caso, a mí no me gusta hacer de mirón –le dije levantándome-.
- Ella sabe que la estamos mirando. Nos ha estado contando hace un rato que ayer te la follaste. –Dijo Pablo-.
Me quedé paralizado, no creía que lo sucedido la noche anterior fuera para ir contándoselo a sus hijos.
- Entre nosotros no hay secretos –dijo Pablo al ver mi cara de sorpresa-.
Abajo, Gervasio también se había levantado y el bulto en su bañador indicaba a las claras que estaba empalmado. Ana se puso en cuclillas frente a él, le bajó el bañador, le cogió el pollón y empezó a chupárselo.
- Creo que deberíamos irnos todos –dije-.
- Carlos, la mayor parte de los chicos de nuestra edad estarían horrorizados de pensar que sus padres siguen follando. Nosotros, por el contrario, estamos encantados de que ellos sigan follando, que mantengan la pasión y el deseo el uno por el otro. ¿Qué tiene eso de malo? –Me soltó Pablo-.
- No tiene nada de malo que ellos mantengan la pasión después de tantos años, pero no creo que sea normal que, sobre todo vosotros, estéis mirando.
- Ellos saben que los miramos y les gusta que sepamos que mantienen vivo el deseo –me contestó Juan-.
Gervasio, subido en una piedra, se estaba follando ahora por detrás a Ana, que estaba de pié doblada por la cintura, con sus grandes tetas colgándole. Miré a Pablo y a Juan, se habían bajado los bañadores y estaban los dos empalmados sobándose la polla.
- Es muy bonito que dos maduros, que se quieren desde hace muchos años sigan haciéndolo con pasión. A nosotros no nos avergüenza. –Dijo Pablo-. ¿Es qué no te gusta verlos?
- No se trata de eso –les dije y me fui dejándolos haciéndose una paja-
¡Joder que gente! A mí me parecía muy bien que ellos estuvieran encantados con la pasión de sus padres, ¡pero coño, quedarse mirando haciéndose una paja, ya no me parecía sano!
Me desperté cuando llamaron a la puerta, era Clara. El sueño me había intranquilizado.
- Carlos venga que están llegando las invitadas.
Le abrí la puerta.
- ¿Pero Clara qué cojones quieres, tú has visto los documentos y las conoces, que pinto yo en todo esto?
- No te pongas así, mi madre no puede sospechar que yo los he visto, tienes que ser tú quien las reconozca, en caso contrario de verdad que me la cargo.
- Vale, pero yo no me acuerdo de sus nombres.
- Pero yo sí, vamos y te voy diciendo.
Me puse algo de ropa, salimos de la habitación y nos apostamos en una ventana, junto a la escalera desde la que se veía el patio de entrada del cortijo. Abajo, estaban saliendo de un coche. La primera a la que vi fue a la Parpajo.
- La jodimos, la Parpajo, y a mí me conoce. –Le dije a Clara empezando a acojonarme-.
- Pues sí, la jodimos. Ya veremos qué hacer. La rubia de bote es Julia, acuérdate que estaba en los documentos. La más gordita morena es Blanca, también fichada y la que queda es Nela. Todas están en los documentos de Antonio. Mi madre se va a poner contentísima.
- ¡Coño, el chofer es el Parpajo!
- Sí, Paco.
Vimos como se saludaban entre ellas con un fingido cariño.
- ¡Qué alegría volver a vernos aquí! –Dijo Julia-.
- Desde luego, no veníais desde hace por lo menos diez años. –Le contestó Lucía-. He pensado que podíamos darnos un baño en la piscina, aprovechando que hace un día estupendo, luego comer en el jardín y luego hablamos. ¿Os parece?
- Lo que tú quieras –contestaron las cuatro al unísono-.
Apareció Gervasio acompañado de sus dos hijos para coger el escueto equipaje de los invitados. La Parpajo se paró para saludar a Gervasio.
- Gervasio cuanto tiempo sin verte, ¿estos son tus hijos?
- Sí señora Mercedes, me alegro de verla, sigue usted igual que siempre.
- Gracias Gervasio –le dijo mirándolo de arriba abajo, con parada especial en su entrepierna-.
Cuando estaban subiendo Clara se adelantó a saludarlas y yo me volví a mi habitación para ducharme. La presencia de la Parpajo me tenía preocupado, aunque también podría ocurrir que estando desubicado no llegará a acordarse de que nos conocíamos. Deje transcurrir un buen rato, hasta que por la ventana escuché que llegaban a la piscina todas menos Blanca. Se sentaron en las tumbonas y al poco pude oír como la Parpajo le decía a Lucía:
- Lucía, por qué no le pides a Ana y Gervasio que vengan a bañarse también, ya sabes que todas les tenemos mucho cariño.
- Claro –contestó Lucía y llamó por el móvil-. Hola Ana, Mercedes y otras invitadas quieren que vengáis a bañaros en la piscina. Díselo también a los niños. Ahora vienen –le dijo a la Parpajo después de colgar-.
Poco a poco fueron quitándose los albornoces y pareos con que habían bajado. Casi todas llevaban unos biquinis bastante escuetos, que dejaban vislumbrar las horas de gimnasio que debían meterse, y digo casi todas porque lo que llevaba la Parpajo no era un biquini, sino tres rectángulos muy alargados de tela, que con gran dificultad le tapaban los pezones y la raja del chocho. Lucía no pudo evitar comentárselo:
- Mercedes hija, para eso es mejor no ponerse nada.
- No, esto excita mucho más que nada.
Nela y Julia se metieron en la piscina y al poco aparecieron Ana, Gervasio y el Parpajo, ellos dos en bañador elástico y camiseta, marcando unos paquetes que daban miedo y ella con un vestido corto. Saludaron a Lucía y Mercedes y Ana y Gervasio se sentaron un poco retirados de los demás. Transcurridos unos minutos Ana se levanto y se quitó el vestido quedándose con un biquini del que podían sacarse diez como el que llevaba Mercedes. Clara abrió la puerta y me dijo:
- Vamos para abajo Carlos, no podemos dejarlo más.
- ¿Le has dicho algo a tu madre?
- No he podido todavía, no se ha separado de las invitadas.
Me peiné de manera distinta a la habitual y me puse unas gafas de sol, para intentar que no me reconociera la Parpajo y bajamos. Cuando salimos al jardín Clara me cogió de la mano y fuimos a saludar a Mercedes.
- Mercedes te presento a Carlos, un amigo. –Le dijo Clara cuando nos pusimos en frente de ella-.
Mercedes me miró de arriba abajo y subió la mano derecha para que se la estrechara.
- Encantado –le dije estrechándole la mano-.
- Igualmente. Clara que amigo tan guapo tienes.
- Gracias –dije yo un tanto azorado-.
Lucía se levantó para meterse en la piscina. Nosotros decidimos sentarnos en otra tumbona detrás de Mercedes, para que no nos viera, pero ella se levantó y fue a sentarse junto a Ana. Al pasar a mi lado se me quedó mirando como si me hubiera reconocido. Ante el peligro de que efectivamente fuera así, me levanté y me fui a un pequeño edificio en el que había un cartel que indicaba que eran unos vestuarios. Tenía dos puertas como si uno fuera para hombres y otro para mujeres. Miré dentro y ambos eran exactamente iguales. Me metí en uno de ellos, sin saber si acertaba. A la entrada había unos lavabos y las puertas de acceso a dos cabinas con inodoro, en medio una zona con estanterías y banquetas que hacían de vestuario y al fondo unas duchas corridas. Al momento oí voces femeninas en la puerta y me escondí en una de las cabinas. Las voces eran de Ana y Mercedes.
- Ana sigues estando buenísima.
- Gracias Mercedes, pero a tu lado no tengo comparación. Yo no podría haberme puesto ese biquini ni con veinte años.
- Tengo que mantener la atención de Paco, mi marido, ya sabes que es bastante mujeriego. Ya llegan, abre el espejo. ¿Cuánto tiempo hace desde la última vez que los espiamos? -Preguntó Mercedes-.
- Unos diez años, si no recuerdo mal.
- No deberíamos haber estado tanto tiempo sin vernos.
Yo estaba bastante acojonado con la situación, pensando que tendría que haber salido, aunque fuera cruzándome con ellas, en vez de haberme escondido. Si me pillaban me la iba a cargar. Pensé también en porqué tenía que terminar escondido cada vez que veía a la Parpajo.
- ¡Qué barbaridad Ana, Gervasio tiene cada vez la polla más gorda!
- Y tú marido más grande de lo que la recordaba.
- No te creas, con la edad se le descuelgan los huevos y como ha empezado a depilarse parece más grande.
Empecé a escuchar las voces del tal Paco y de Gervasio, al parecer debía haber algún altavoz que permitía escuchar lo que se hablaba en el otro vestuario.
- ¡Joder Gervasio, como me pone todavía tu mujer! –Dijo Paco-.
- La verdad es que la jodía está muy buena, pero lo de tu mujer es para enfermar. ¡Qué buena está y qué guarra con esa cosa que llevaba! Mira como se me está poniendo el nabo.
- Y a mí también se me está poniendo como una piedra. ¿Crees que nos estarán espiando?
- No lo sé, pero conociendo a mí mujer casi seguro que sí. –Contestó Gervasio-.
Sabiendo que me la jugaba, la tentación fue tan grande por ver lo que estaba pasando, que decidí entreabrir la puerta y mirar. Ana y Mercedes se estaban besando y metiéndose mano por donde podían. El espejo que estaba sobre los lavabos había desaparecido y ahora se veía el otro vestuario. En él estaban Paco y Gervasio desnudos y completamente empalmados mirando de frente.
- Mercedes, ¿estáis ahí? –Preguntó el Parpajo-.
- ¿Dónde íbamos a estar si no? –Contestó ésta-.
- ¿Qué hacéis? –Preguntó Gervasio-.
- Miraros y sobarnos –contestó Ana-.
- Dejad de hablar y sobaros vosotros también –les ordenó Mercedes-.
Ambos se echaron mano a sus respectivos pollones y comenzaron a meneárselos.
- ¡Qué sosos sois, mejor el uno al otro! –Siguió Mercedes-.
- Entonces dejad que os veamos –contestó el Parpajo-.
- Todavía no, cuando estemos todos más calientes –zanjó Ana-.
Ellos obedecieron y cambiaron a menear cada uno el pollón del otro. Estaban de perfil, lo que permitía ver la escena de pajilleo perfectamente. De pronto, Victoria, la hija de Ana y Gervasio, apareció en la escena del otro vestuario. Creí que ellos se cortarían, pero me equivoqué, siguieron como si nadie hubiera entrado.
- Fíjate que creía que tenías tres hijos –le dijo Mercedes a Ana-.
- Y los tenía, pero cosas de los tiempos, ahora tengo dos hijos y una hija.
- Es muy guapa y no parece importarle lo que hacen tu marido y el mío.
- Es muy abierta para el sexo desde muy jovencita.
Si creía que no podía haber más vicio en la casa, también me había equivocado.
- ¿Qué hacéis? –Les preguntó Victoria-.
- ¿Tú qué crees? –Le respondió Gervasio
- ¡Qué barbaridad Paco, tienes un pollón precioso!
- Gracias, ¿no te apetece comértelo?
- Claro que sí –le contestó Victoria soltándose el top del biquini blanco que llevaba, dejando a la vista su fabuloso par de tetas, grandes, de apariencia muy duras y con unas areolas y pezones muy pequeños-.
Se agachó y apartando la mano de Gervasio, trató de engullir aquel pollón, mientras Paco le sobaba las tetas. ¡Joder que familia! La hija, hijo o lo que fuera se estaba comiendo un pollón, mientras sus padres la miraban tan tranquilos. La escena debía haber puesto todavía más calientes a Ana y Mercedes que ahora se estaban besando apasionadamente. Los rectangulitos del biquini de Mercedes hacía tiempo que habían dejado de cumplir su misión de cubrirle los pezones, que aparecían erectos y de no menos de dos centímetros de grandes. Cerré la puerta de la cabina y dejé de mirar. Escuché entonces el ruido de la puerta del vestuario.
- Hola hijos, no sabía que ibais a venir. –Dijo Ana-.
- No hemos podido resistirnos a la invitación de Mercedes, sobre todo después de haberla visto esta mañana.
- ¡Qué guapos estáis! –Dijo Mercedes-. Me encanta gustar todavía a chicos tan jóvenes.
- Mercedes, tú fuiste nuestro fetiche sexual cuando éramos niños. –Dijo el que me parecía que era Pablo y continuó-. Descubrimos el sexo cuando de niños te espiábamos en la ducha.
- ¡Qué ricos! Me encanta que yo haya sido vuestro fetiche.
- Todavía lo eres Mercedes.
La curiosidad volvió a anteponerse a la seguridad y volví a entreabrir la puerta de la cabina para mirar. Pablo y Juan estaban sobando y besando a la Parpajo ante la atenta mirada de su madre, que había empezado a tocarse el chocho bajo la braga del biquini. Mercedes pasó a la acción, metiendo sus manos bajo los bañadores de ellos para sobarles sus nabos, que ya parecían empalmados. Después se puso en cuclillas, les bajo los bañadores y empezó a chupárselas. Ana seguía la acción de los tres con atención, pero sin perder tampoco de vista lo que ocurría en el otro vestuario, donde Victoria seguía encelada con el pollón de Paco, mientras Gervasio seguía meneándosela. Al poco tiempo Paco levantó a Victoria, luego se agachó él, le bajó la braga, descubriendo la polla de buen tamaño que esta se gastaba.
- ¡Qué bien, viene con sorpresa! –Exclamó el Parpajo-.
La sorpresa no sólo no lo echó para atrás, sino que pareció gustarle y comenzó a chupársela. Para ese momento yo estaba completamente empalmado y ya me había bajado el bañador para poder sobarme a gusto. Pero ahí no quedó la cosa, Victoria le dijo a Paco:
- Chúpame el culo y luego métemela –y se dio la vuelta poniéndole el culo en la cara-.
Victoria tenía un bonito culo que Paco, después de dilatarle el ojete le penetró con fuerza. Mientras le estaban dando por el culo, Victoria le dijo a Gervasio:
- Papa, no te quedes al margen, métesela a Paco.
Pensé que aquello no iba a poder ser debido al grosor de la polla de Gervasio, pero volví a equivocarme. Gervasio se puso detrás de Paco y sin grandes miramientos se la metió como si nada.
- ¡Paco como me gusta follarte! –Exclamó Gervasio-. El coño de mi mujer está demasiado dilatado y no me aprieta como tu culo.
A mí ya no me extrañaba nada de lo que pudiera pasar. A este lado Mercedes se había sentado en la encimera del lavabo y Pablo se la estaba follando, mientras Juan se había puesto de pié sobre la encimera y le metía el nabo en la boca. Ana se había quitado la braga del biquini y se estaba haciendo un dedo recostada en la encimera. La calentura que yo tenía no era normal, decidí que ya estaba bien de mirar y que debía pasar a la acción follándome a Ana.
- ¿Te ha gustado lo que has visto hasta ahora? –Me preguntó Ana cuando me vio salir de la cabina-.
- ¿Sabías que estaba mirando?
- Claro, desde el minuto uno. Cómeme el coño, que lo estoy deseando. –Dijo sentándose en la encimera-.
Me daba bastante vergüenza comerle el chocho a Ana con sus hijos delante, pero qué coño, si sus hijos se estaban follando a Mercedes a menos de un metro. Metí la cabeza entre las piernas de Ana y le abrí el chocho con las manos para poder llegar hasta su raja, en medio de la mata de pelo que se gastaba.
- Aprovecha Ana, que este chico sabe comer muy bien un coño. –Le dijo Mercedes, que sin duda me había reconocido-.
- Creí que no me habías reconocido –le dije-.
- A ti no, pero a tu polla sí. Nunca olvido una polla.
- Calla y chupa –le dijo Juan a Mercedes, que obedeció de inmediato-.
Oí ruidos en el otro vestuario y una voz de mujer que decía:
- Nos encanta ver como os dais por el culo, pero ahora queremos follar nosotras también.
- Cómo no –contestó Paco-.
Paré un momento mi actividad, me incorporé y miré hacia el otro lado. Julia, Blanca y Nela estaban quitándose los biquinis. ¡Joder en aquel vestuario había más gente que en una parada de metro! Ellos tres se separaron y se apoyaron en la encimera mirándolas.
- ¿Gervasio, recuerdas cómo yo era la única capaz de meterme entero tu pollón en la boca? –Preguntó Blanca. La jodía estaba gordita, pero no podía estar más buena-.
- Claro que me acuerdo, desde entonces ninguna ha podido –le contestó Gervasio-. Hazlo, lo estoy deseando.
- Vamos a la ducha que te la voy a lavar o te crees que me la voy a comer después de haber estado en el culo de Paco.
Julia estaba morena con unas contrastadas marcas del biquini, tenía unas tetas medianas, pero con unas enormes areolas que le abarcaban casi su mitad. Debía meterse unas manos de gimnasio de cuidado porque tenía el vientre como una tabla y el culo muy respigón. Se adelantó y empezó a besar a Victoria en la boca. Ana, que me había estado sobando la polla mientras miraba, me dijo:
- Sigue comiéndome el chocho, no te despistes, que te pierdes con cualquier cosa.
Volví a mi tarea. Ana tenía el chocho empapado. No me importaba que tuviera una buena mata de pelo, lo malo era que de vez en cuando tenía que sacarme alguno de la boca.
- ¿Te apetece follarme el culo? –Dijo Mercedes al rato-.
- Claro –le contesté-.
Mercedes se dio la vuelta y se apoyó en la encimera mirando al otro vestuario. Yo me puse detrás de ella y traté de dilatarle el ojete, pero ella me dijo:
- No pierdas el tiempo, ya lo tengo dilatado con la calentura.
Me incorpore y le saqué sus enormes tetas del top del biquini. Al otro lado Julia le estaba comiendo la polla a Victoria y Blanca increíblemente había logrado meterse la polla de Gervasio en la boca. Paco se estaba follando a Nela que seguía con el biquini puesto. Le puse la punta de la polla en el ojete a Ana y lentamente fui metiéndosela hasta que me di cuenta de que efectivamente entraba sin problemas. Mercedes había cambiado de posición y ahora Juan se la metía por el culo y Pablo por el chocho.
- ¡Seguid, no paréis, que estoy en la gloria! –Le dijo Mercedes a sus dos folladores-.
Yo con una mano le sobaba el clítoris a Ana y con la otra le apretaba las tetas. Ahora Blanca se había sacado de la boca el pollón de Gervasio y hacía esfuerzos por volver a encajar las mandíbulas, mientras que este trataba de metérselo por el coño.
- ¡Me voy a correr, no paréis, aaaggg, más, más …! –Dijo Mercedes-.
- ¡Yo también, no dejes de sobarme el coño! –Gritó Ana-.
Se corrieron las dos mirándose a los ojos, luego Mercedes se desensartó y siguió en cuclillas comiéndoles la polla a sus folladores. Ana, no se movió después de correrse y me dijo:
- Sigue follándome el culo hasta que te corras dentro de mí.
La obedecí y seguí con el mete saca de forma furiosa, dándole fuertes cachetes en el culo con ambas manos. En el otro lado la cosa no iba peor, Victoria se estaba follando a Julia que gritaba como una loca, mientras Blanca y Nela ya se habían corrido y seguían siendo folladas. Yo me corrí entre berridos en el interior de Ana, que volvió a correrse cuando notó como mis chorros le llegaban al intestino. Mientras nos corríamos, Pablo y Juan se corrieron en la cara y las tetas de Mercedes.
Al rato Mercedes propuso que nos ducháramos para comer y así lo hicimos. Después de secarnos creí que nos vestiríamos para salir del vestuario, pero no fue así, Mercedes y Ana salieron desnudas primero y el resto las seguimos igualmente en pelotas.
En el jardín de la piscina Caty, de uniforme, servía las bebidas tras una mesa. Aquello se había convertido ahora en una fiesta nudista. Lucía y Clara, también desnudas, charlaban animadamente con unas y otras, como si la situación fuera la más normal del mundo. Francamente yo estaba bastante alucinado con la situación, era la primera vez que estaba en un sarao de ese tipo, pero para el resto parecía como si lo hicieran todos los fines de semana. En un momento dado Mercedes se acercó a Lucía, habló un poco con ella y las dos se fueron a un porche que estaba un poco más alto que el jardín. La imagen de esas dos preciosas maduras desnudas creo que no se me olvidará nunca. Mercedes chocó una cucharilla con la copa para que le prestáramos atención, cuando la tuvo comenzó a hablar.
- Amigas y amigos, sólo quería tomar la palabra para agradecer a Lucía que haya vuelto a acogernos en su casa. Creo que hablo en nombre de todas, cuando digo que sus fiestas siempre han sido las mejores y espero que una vez reiniciadas vuelvan a ser lo frecuentes que eran antes.
Sus palabras fueron acogidas con aplausos. La situación era como la del anuncio de Ferrero Roches, pero con todo el mundo desnudo. Luego tomó la palabra Lucía.
- Queridas amigas y amigos, los sucesos de los últimos años me han impedido disfrutar de vuestra compañía. Espero también que repitamos y que podamos ampliar a más amigas y amigos estas fiestas tan agradables. –Utilizaba la palabra agradable igual que su hija Clara para referirse a aquel despelote-. Para terminar quería dar la bienvenida a la nueva generación que hoy nos acompaña y recordaros la única regla de estas fiestas: ¡Que no hay reglas!
Los congregados volvieron a aplaudir, para inmediatamente seguir comiendo y bebiendo. Clara se acercó a mí.
- Carlos ya no hay de qué preocuparse. La Parpajo, que es la que de verdad manda en la asociación, y mi madre han llegado a un acuerdo para integrarse en una candidatura única
- Me alegro. Cambiando de tema, he pensado que el tal Antonio es tonto de babero. Para qué coño quería el conjuro, si estas se follan a todo lo que se menea.
- Pues tienes razón. Yo creo que lo quería era sacarle el dinero a mí padre con las tonterías. ¿Te sigue gustando Victoria después de conocer su secreto?
- La estancia en vuestra casa debe haberme cambiado, porque ahora me gusta más que antes.
Mientras hablábamos la reunión había empezado a descontrolarse, bueno o a descontrolarse otra vez. Le eché el ojo a Blanca, me gustaba que tuviera unos pocos kilos de más, la hacía más humana frente a las otras. No le pasó desapercibido que la mirara y se dio una vuelta para que pudiera observarla por completo. Su culo era fantástico, casi más que sus grandes y blancas tetas. Deje a Clara y me acerqué a ella ya con la polla morcillona.
- Hola mi nombre es Carlos y tu eres Blanca, ¿no?
- Sí, encantada de conocerte en este ambiente. ¿Eres nuevo?
- Sí y la verdad es que me parece increíble.
- Pues créetelo. Esto es lo único bueno de la madurez, que te quita las tonterías y los pudores. Los que estamos aquí sabemos que no hay nada mejor que follar y por eso tratamos de hacerlo todo lo posible.
Durante la conversación la mano que le dejaba libre la copa había ido a parar a mi polla y me la estaba sobando muy despacio. Al poco se acercó Julia hacia nosotros.
- Te presento a Julia. Julia él es Carlos –dijo Blanca presentándonos-.
- Encantado –le dije-.
- Igualmente –contestó ella-. Blanca, veo que sigues siendo la más rápida en fichar jóvenes nuevos.
- Ya sabes que no soy egoísta, si quieres lo compartimos. ¿Te importa? –Me preguntó-.
Vaya dos, pensé. Aquello no era ni la primera ni la segunda vez que les pasaba.
- ¿Por qué iba a importarme? –Le contesté-.
- No sé, a veces te encuentras con gente que no le gustan los tríos.
- A mí mucho y más si es con dos espléndidas mujeres como vosotras.
El manoseo de Blanca sobre mi polla había conseguido que me empalmara de nuevo.
- Vamos para dentro, el principal problema de estas reuniones es que sin darte cuenta, al final te quemas con el sol. –Dijo Julia-.
Entramos al salón, sin que Blanca me soltara el nabo. Cuando mis ojos se aclimataron a la oscuridad interior, lo primero que vi fue a Gervasio follándose a Caty haciendo el perrito en un sofá. Caty gritaba como una loca con aquel pollón dentro.
- Gervasio no abuses que ya tienes una edad. –Le dijo Blanca con mucha guasa-.
- Que le voy a hacer, prefiero morir con las botas puestas. –Le contestó él-.
Seguimos hasta el fondo del salón, donde había otro sofá bastante grande.
- ¿Por qué no subimos a una habitación? –Les propuse-.
- Tú no has estado en muchas orgías, ¿no? –Dijo Julia-.
- Si quieres que te diga la verdad, no.
- Pues deber saber que la base de las orgías es no apartarse del resto, sino dejar ver lo que haces, para que el ambiente esté siempre caliente. –Dijo Blanca-.
- De acuerdo, tiene su lógica. Política de transparencia. –Acepté-.
Me sentaron en el sofá y ellas se pusieron cada una a un lado de rodillas. Primero una a una y luego las dos juntas me fueron comiendo la polla. ¿Quién me iba a decir a mí hace unas semanas, que dos maduras buenísimas me iban a comer la polla a la vez? Pensé mientras disfrutaba de las caricias de sus bocas. Abrí los brazos y acerqué mis manos a sus depilados chochos para sobárselos. Caty seguía gritando como si fuera el fin del mundo. Blanca se incorporó dejándole en exclusiva mi polla a Julia, se puso de pie sobre el sofá y me acercó el chocho a la boca.
- A ver cómo te lo comes –me dijo-.
El cuerpo de Blanca me ponía mucho, le coloqué las manos en el culo, que era delicioso, y la apreté contra mi boca. En esa posición no podía ver que más ocurría en el salón, pero había más ruido que antes. Julia dejó de comerme la polla y sentándose sobre mis piernas se la ensartó en su chocho.
- Juventud, divino tesoro –exclamó cuando terminó de metérsela entera-. ¡Cómo me gustan estas pollas como piedras! A mí marido ya le cuesta empalmarse.
- ¿Qué quieres Julia, si te casaste con un hombre quince años mayor tú? –Le contestó Blanca-.
- De todas formas a él nunca le gustaron mucho estas fiestas. Toda la vida ha sido un soso.
- Soso, soso tampoco, acuérdate cuando follábamos los tres.
Tiene cojones lo de las mujeres, no pueden dejar de conversar ni follando, pensé. Dejé el culo de Blanca y subí mis manos a sus gordas tetas, sin dejar de comerle el coño.
- Apriétamelas, me las tonifica y además me gusta mucho. –Me dijo Blanca-.
Al poco escuché la voz de Clara, que sonaba relativamente cerca, diciendo:
- ¡Paco, qué pollón tienes!
- ¡Y tú qué buena estás! –Le contestó éste-. Cómemela.
Jodía Clara, no había parado hasta que no había conseguido follarse al Parpajo. Caty debía estar corriéndose porque sus gritos eran agónicos. Yo estaba disfrutando con las tetas de Blanca, eran muy suaves y cálidas y sus pezones grandes y duros.
- Blanca, ven aquí. Cómele los huevos a Carlos y hazme un dedo, que no voy a tardar en correrme. –Ordenó Julia al rato de haber estado apretándole las tetas a Blanca-.
Blanca no tardó en obedecer y de rodillas entre mis piernas fue metiéndose mis huevos en su boca, mientras que con una mano le sobaba el clítoris a Julia. Ahora podía ver que más estaba sucediendo en el salón. Caty, sentada en el sofá, se la estaba meneando a Gervasio con las dos manos, hasta que este se corrió en su cara con unos potentes chorros de lefa, que fueron a caer sobre sus ojos. Clara, que seguía comiéndosela al Parpajo, le preguntó:
- ¿La tienes dura ya para follarme?
- Si, ponte a cuatro patas –le contestó él-.
- ¡Blanca sigue que me voy a correr, sigue, no pares, más fuerte…! -Exclamó Julia, mientras yo notaba cómo se movía cada vez más rápido sobre mi polla-.
Le eché mano a las tetas de Julia, nada que ver con las de Blanca, eran operadas. Julia se corrió finalmente y se dejó caer de espaldas sobre mi pecho. Blanca se levantó y sin muchos miramientos la empujó para que le dejara el sitio, luego se sentó sobre mis piernas mirándome, cogió mi polla con una mano, se la puso en la entrada del chocho y se dejó caer. El Parpajo se estaba follando a Clara con un bombeo tremendo, que hacía que sus huevos golpearan rítmicamente contra su clítoris. Blanca me puso sus tetas en la boca para que se las comiera. Me encantaban las tetas de Blanca y empecé a darle bocados en sus pezones y sus areolas.
- ¡Paco me corro! –Gritó Clara-. ¡Más fuerte, más fuerte!
La corrida de Clara debió animar a Blanca que gritó que también se corría y lo hizo al momento apretándome la polla con los músculos de su chocho. El Parpajo sacó la polla del coño de Clara y jalándosela con fuerza se corrió sobre su culo. Blanca finalmente se dejó caer a un lado, lo que aprovechó Julia para meterse mi polla en la boca y succionar con fuerza.
- ¡Me voy a correr! –le advertí-.
- Córrete, siempre me lo trago todo cuando es la primera vez que me follo a un tío. –Me contestó Julia-.
No pude más y me corrí en su boca, mientras notaba como ella se lo iba tragando todo a la misma vez. Me quedé como muerto sentado en el sofá, hasta que Clara se acercó a mi oído y me dijo:
- Tenemos que irnos para Sevilla, he hablado con Virtudes y está descontrolada.
La miré, tenía cara de preocupación. Sin embargo, no pude evitar la broma:
- ¿Pero dónde llevas el móvil?
- ¡Imbécil! –Me dijo echándose el pelo de un lado para atrás y dejándome ver un auricular en la oreja-.
- Perdona, no ha tenido gracia. ¿Pero qué le pasa ahora a Virtudes?
- Me ha dicho que estaba dispuesta a quemar la casa si no encontraba los papeles de su padre.
- Pues no los va a encontrar porque me los he traído yo.
- No te dije que no te los trajeras.
- Sí, pero nos los iba a dejar con Virtudes sola en la casa todo el fin de semana.
- Menos mal, ¡vamos!
Fui a mi cuarto, me vestí, recogí las cuatro cosas que llevaba en la maleta y bajé donde estaban los coches. Clara llegó al momento con su maleta y las llaves del coche de su madre. Nos montamos y salimos pitando conduciendo ella.