La habitación de hotel

Un encuentro esperado pero no por ello menos excitante.

Semanas esperando compartir contigo esta habitación de hotel. Sin prisas, sin horarios, sin teléfonos. Sin nada que impida que seamos el uno del otro sin malgastar un sólo segundo de las próximas horas. Mentiría si dijese que la perspectiva de follarte toda la noche no me pone terriblemente cachondo, pero es más. Las ganas de tenerte durmiendo entre mis brazos, de despertarme junto a ti, de recorrer tu cuerpo a besos hasta aprendérmelo de memoria.

Llegamos y dejamos las maletas, parece que ninguno de los dos tiene prisa. En silencio, me miras y sonríes, te bajas de tus tacones, me das la espalda, y contoneándote te acercas al mueble. Dejas tu bolso, y empiezas a desprenderte de todo lo innecesario. Las gafas de sol. Joyas. El teléfono, que antes apagas y lo muestras, para indicarme que esta noche me perteneces por completo. Cuando terminas, haces gesto de empezar con tu ropa, pero yo, ya sin mis cosas ni la americana, doy un paso rápido y me pego a tu espalda.

“Déjame, preciosa”, te digo pegado a tu oreja. Te apartas el cabello a un lado para que pueda besarte el cuello, y huelo ese inconfundible aroma tuyo que se ha asentado en el fondo de mi cerebro desde la primera vez que nos vimos. Lamo tu piel, mis manos recorren tus caderas, y se pasan hacia adelante buscando lo que guardas entre las piernas. Tu tiras la cabeza atrás y veo en el espejo de delante como cierras los ojos, me dejas hacer, confiada, tranquila, y segura de que lo único que pretendo es que pases una de las mejores noches de tu vida.

De repente mis manos, veloces, se posan en tus caderas, y te obligo a darte la vuelta con un gesto casi violento. Sueltas el aire, te he sobresaltado, pero en cuanto me tienes frente a frente y ves mi mirada, te tranquilizas de nuevo. Nos besamos. Dulce, suave, largo. Noto tus esponjosos labios recibirme primero y abrirse después, poco a poco. Ahora es tu lengua la que busca la mía. Yo paralizo mis manos y te dejo hacer. Ambos sabemos bien que aunque quizá no sea el mejor besador del mundo, disfruto sobremanera cuando me das “clases”.

Me separo unos centímetros de ti. “Hola”, te digo casi en un susurro, y sonrío. “Hey”, me contestas tu, pasando mis brazos por encima de mis hombros. Dios, pero que preciosa eres. ¿Te lo digo suficiente? No lo se. Ante la duda, repitámoslo.

“Pero que guapa eres, coño”, te digo de repente, y ambos reímos. Volvemos a unir nuestros labios. Te muerdo un poco, jugamos con nuestras lenguas, poso ambas manos en tus cachetes y te aprieto al máximo contra mi. Como si tuviese miedo de que escaparas.

Vuelvo a dejar tu boca. Bajo a tu cuello, y mis manos abandonan tu fenomenal culo y empiezan a abrir uno a uno los botones de tu camisa. Abro uno, y te lleno de besos la piel que dejo al descubierto. El segundo, más besos. Tus pechos empiezan a mostrarse y doy buena cuenta de la parte que no queda cubierta por el sujetador, y te muerdo suavemente en uno, y beso con dulzura el otro.

Más botones. Más besos. Los desabrocho todos y finalmente te abro la prenda, dejando al aire un precioso sujetador negro que te hace aún más deseable si cabe. Me arrodillo y lamo tu estómago en línea recta descendiente hasta el borde del pantalón. Juego en él con la yema de mis dedos, mientras tu posas tu mano en mi pelo. Penetro tímidamente, buscando tu monte de Venus, pero la prenda me molesta, así que como hice anteriormente, sin avisarte y con cierta violencia, te la desabrocho y tiro de ella hasta abajo.

Menudo tanga. Sin darte tiempo a reaccionar, poso mi boca sobre tu entrepierna, encima de la tela. Te agarro del culo clavando mis dedos en tu piel morena, y te aprieto como si buscase follarte con la lengua pese a que tu coño está aún cubierto. Tus gemidos me indican que voy bien, y eso me excita aún más si cabe.

Dejo de magrear tu trasero, no sin pesar, y con una mano bajo un poco la prenda, pero todavía no del todo. Quiero que lo anticipes, quiero ser paciente para que ambos disfrutemos más de cada momento. Mi otra mano te acaricia el interior del muslo, y penetra tímidamente por el lateral de la braga, palpando por primera vez tu humedad. Llego con los dedos a tus labios mayores y juego con ellos ahí, sin pasar a mayores.

De repente me levanto. Me aparto de ti y tu me miras, con cara de no entender nada. Me desabrocho mis pantalones y los abro, para que veas solamente que no eres la única que está excitada, como demuestra el bulto en mis calzoncillos. Después me desabrocho la camisa y la tiro por ahí. Todo eso en silencio, sin pronunciar palabra.

Me bajo los pantalones y la ropa interior, y mi polla saluda erguida. Me siento en la cama, y empiezo a quitarme los zapatos. Al cabo de pocos segundos, el resto de mi ropa corre la misma suerte que la camisa. Me apoyo en mis brazos y me tiro un poco hacia atrás, haciendo que mi erección sobresalga aún más.

“Desnúdate, ¿a que esperas?”, te digo con cierto rintintín. Tu estás picada, te lo veo en la mirada, y me encanta. Te quedas inmóvil unos segundos, sopesando la forma de castigarme, pero supongo que decides que luego me darás mi merecido, y finalmente te acabas de desvestir. Cuando estás en pelotas, no te doy tiempo a hacer ni decir nada.

“Ven, siéntate aquí”, te digo dando unos suaves golpes en mi muslo. Mi erección es ya completa y tu me observas, no hace falta que te explique que no es precisamente en la pierna donde quiero que te acomodes. Por como se te ilumina la mirada, entiendo enseguida que ya has encontrado la forma de devolvérmela.

Te acercas a mi, felina y sensual. Llegas, te das la vuelta, y colocas tu entrepierna justo encima de mi polla, pero sin meterla. “¿AAAAAHquí…?”, me dices. “AAAAH, CABRONA…”, es lo único que soy capaz de decir. Empiezas un suave vaivén que hace que el roce sea completo.

“Se suponía que mandaba yo”, pienso. Así que hago algo para volver a tener el control. Te cojo con la mano izquierda de la cintura, abro un poco las piernas, y te acomodo entre ellas colocándonos a ambos en el borde de la cama. Con la mano derecha busco raudo y veloz tu coño, ya mojado y esperándome. Empiezo a masturbarte.

“Míranos”, te digo subiendo el tono de voz para asegurare de que me oyes entre tus incipientes gemidos. De repente te das cuenta de que estamos sentados justo en frente del espejo, y que nuestro reflejo es total. Tu sigues con los ojos cerrados.

“MÍRANOS, he dicho”, te digo pulsando directamente tu clítoris con el dedo y causando uno de esos temblores tuyos que tanto me gustan. Ahora si, abres los ojos y buscas los míos reflejados en el cristal.

“Joder… UFFFF… Es que me daAAAAAH… un poco de vergüenza ¿eh?“, sueltas mientras yo prosigo a lo mío. “Y si noOOOOH… me ves guapa… Cosas… de tíaAAAAAHS, supongo…”, dices entre risas, como puedes.

“Yo no me gusto demasiado… AAAH…”, consigo decir notando como tu cuerpo se frota con mi polla. “Pero cuando estoy contigo… JODER… me veo el hombre más atractivo del… AAAH… planeta…”, añado sin interrumpir el contacto visual con tus preciosos ojos a través del espejo.

Mi mano ha aumentado el ritmo considerablemente, y la consecuencia directa es que tu tiemblas y gimes sin control. Te agarro bien de la cintura, no sea que quieras jugármela y soltarte, y mi otra mano alterna las penetraciones con los pellizcos, con las caricias. Estás a punto del orgasmo y no hay nada que me guste más que te corras por mi, para mi.

Sin dejar de mirarnos a ambos en nuestro reflejo, colocas tu mano encima de la mía, para indicarme que no pare. Como si fuera. Noto temblar tus piernas cuando el orgasmo llama a tu puerta, espero unos segundos, y ataco directamente tu botoncito con mi dedo índice. Tu explosión de placer es tal que no me extrañaría que vengan del hotel a llamarnos la atención.

Te tengo bien cogida y noto como las fuerzas abandonan tu cuerpo, usándome de asiento para no caerte. Cuando me indicas que puedo dejar de “torturarte”, paso la mano de mi cintura por encima de tu hombro y la otra la cierro sobre tu estómago, abrazándote, mientras poso mis labios sobre tu cogote.

“Míranos”, te susurro pasados unos instantes. “Pero que guapos estamos después de un polvo”, añado, y ambos nos echamos a reír a carcajadas.

Semanas esperando compartir contigo esta habitación de hotel. Sin prisas, sin horarios, sin teléfonos. Sin nada que impida que seamos el uno del otro sin malgastar un sólo segundo de las próximas horas. Mentiría si dijese que la perspectiva de follarte toda la noche no me pone terriblemente cachondo, pero es más. Las ganas de tenerte durmiendo entre mis brazos, de despertarme junto a ti, de recorrer tu cuerpo a besos hasta aprendérmelo de memoria.

Llegamos y dejamos las maletas, parece que ninguno de los dos tiene prisa. En silencio, me miras y sonríes, te bajas de tus tacones, me das la espalda, y contoneándote te acercas al mueble. Dejas tu bolso, y empiezas a desprenderte de todo lo innecesario. Las gafas de sol. Joyas. El teléfono, que antes apagas y lo muestras, para indicarme que esta noche me perteneces por completo. Cuando terminas, haces gesto de empezar con tu ropa, pero yo, ya sin mis cosas ni la americana, doy un paso rápido y me pego a tu espalda.

“Déjame, preciosa”, te digo pegado a tu oreja. Te apartas el cabello a un lado para que pueda besarte el cuello, y huelo ese inconfundible aroma tuyo que se ha asentado en el fondo de mi cerebro desde la primera vez que nos vimos. Lamo tu piel, mis manos recorren tus caderas, y se pasan hacia adelante buscando lo que guardas entre las piernas. Tu tiras la cabeza atrás y veo en el espejo de delante como cierras los ojos, me dejas hacer, confiada, tranquila, y segura de que lo único que pretendo es que pases una de las mejores noches de tu vida.

De repente mis manos, veloces, se posan en tus caderas, y te obligo a darte la vuelta con un gesto casi violento. Sueltas el aire, te he sobresaltado, pero en cuanto me tienes frente a frente y ves mi mirada, te tranquilizas de nuevo. Nos besamos. Dulce, suave, largo. Noto tus esponjosos labios recibirme primero y abrirse después, poco a poco. Ahora es tu lengua la que busca la mía. Yo paralizo mis manos y te dejo hacer. Ambos sabemos bien que aunque quizá no sea el mejor besador del mundo, disfruto sobremanera cuando me das “clases”.

Me separo unos centímetros de ti. “Hola”, te digo casi en un susurro, y sonrío. “Hey”, me contestas tu, pasando mis brazos por encima de mis hombros. Dios, pero que preciosa eres. ¿Te lo digo suficiente? No lo se. Ante la duda, repitámoslo.

“Pero que guapa eres, coño”, te digo de repente, y ambos reímos. Volvemos a unir nuestros labios. Te muerdo un poco, jugamos con nuestras lenguas, poso ambas manos en tus cachetes y te aprieto al máximo contra mi. Como si tuviese miedo de que escaparas.

Vuelvo a dejar tu boca. Bajo a tu cuello, y mis manos abandonan tu fenomenal culo y empiezan a abrir uno a uno los botones de tu camisa. Abro uno, y te lleno de besos la piel que dejo al descubierto. El segundo, más besos. Tus pechos empiezan a mostrarse y doy buena cuenta de la parte que no queda cubierta por el sujetador, y te muerdo suavemente en uno, y beso con dulzura el otro.

Más botones. Más besos. Los desabrocho todos y finalmente te abro la prenda, dejando al aire un precioso sujetador negro que te hace aún más deseable si cabe. Me arrodillo y lamo tu estómago en línea recta descendiente hasta el borde del pantalón. Juego en él con la yema de mis dedos, mientras tu posas tu mano en mi pelo. Penetro tímidamente, buscando tu monte de Venus, pero la prenda me molesta, así que como hice anteriormente, sin avisarte y con cierta violencia, te la desabrocho y tiro de ella hasta abajo.

Menudo tanga. Sin darte tiempo a reaccionar, poso mi boca sobre tu entrepierna, encima de la tela. Te agarro del culo clavando mis dedos en tu piel morena, y te aprieto como si buscase follarte con la lengua pese a que tu coño está aún cubierto. Tus gemidos me indican que voy bien, y eso me excita aún más si cabe.

Dejo de magrear tu trasero, no sin pesar, y con una mano bajo un poco la prenda, pero todavía no del todo. Quiero que lo anticipes, quiero ser paciente para que ambos disfrutemos más de cada momento. Mi otra mano te acaricia el interior del muslo, y penetra tímidamente por el lateral de la braga, palpando por primera vez tu humedad. Llego con los dedos a tus labios mayores y juego con ellos ahí, sin pasar a mayores.

De repente me levanto. Me aparto de ti y tu me miras, con cara de no entender nada. Me desabrocho mis pantalones y los abro, para que veas solamente que no eres la única que está excitada, como demuestra el bulto en mis calzoncillos. Después me desabrocho la camisa y la tiro por ahí. Todo eso en silencio, sin pronunciar palabra.

Me bajo los pantalones y la ropa interior, y mi polla saluda erguida. Me siento en la cama, y empiezo a quitarme los zapatos. Al cabo de pocos segundos, el resto de mi ropa corre la misma suerte que la camisa. Me apoyo en mis brazos y me tiro un poco hacia atrás, haciendo que mi erección sobresalga aún más.

“Desnúdate, ¿a que esperas?”, te digo con cierto rintintín. Tu estás picada, te lo veo en la mirada, y me encanta. Te quedas inmóvil unos segundos, sopesando la forma de castigarme, pero supongo que decides que luego me darás mi merecido, y finalmente te acabas de desvestir. Cuando estás en pelotas, no te doy tiempo a hacer ni decir nada.

“Ven, siéntate aquí”, te digo dando unos suaves golpes en mi muslo. Mi erección es ya completa y tu me observas, no hace falta que te explique que no es precisamente en la pierna donde quiero que te acomodes. Por como se te ilumina la mirada, entiendo enseguida que ya has encontrado la forma de devolvérmela.

Te acercas a mi, felina y sensual. Llegas, te das la vuelta, y colocas tu entrepierna justo encima de mi polla, pero sin meterla. “¿AAAAAHquí…?”, me dices. “AAAAH, CABRONA…”, es lo único que soy capaz de decir. Empiezas un suave vaivén que hace que el roce sea completo.

“Se suponía que mandaba yo”, pienso. Así que hago algo para volver a tener el control. Te cojo con la mano izquierda de la cintura, abro un poco las piernas, y te acomodo entre ellas colocándonos a ambos en el borde de la cama. Con la mano derecha busco raudo y veloz tu coño, ya mojado y esperándome. Empiezo a masturbarte.

“Míranos”, te digo subiendo el tono de voz para asegurare de que me oyes entre tus incipientes gemidos. De repente te das cuenta de que estamos sentados justo en frente del espejo, y que nuestro reflejo es total. Tu sigues con los ojos cerrados.

“MÍRANOS, he dicho”, te digo pulsando directamente tu clítoris con el dedo y causando uno de esos temblores tuyos que tanto me gustan. Ahora si, abres los ojos y buscas los míos reflejados en el cristal.

“Joder… UFFFF… Es que me daAAAAAH… un poco de vergüenza ¿eh?“, sueltas mientras yo prosigo a lo mío. “Y si noOOOOH… me ves guapa… Cosas… de tíaAAAAAHS, supongo…”, dices entre risas, como puedes.

“Yo no me gusto demasiado… AAAH…”, consigo decir notando como tu cuerpo se frota con mi polla. “Pero cuando estoy contigo… JODER… me veo el hombre más atractivo del… AAAH… planeta…”, añado sin interrumpir el contacto visual con tus preciosos ojos a través del espejo.

Mi mano ha aumentado el ritmo considerablemente, y la consecuencia directa es que tu tiemblas y gimes sin control. Te agarro bien de la cintura, no sea que quieras jugármela y soltarte, y mi otra mano alterna las penetraciones con los pellizcos, con las caricias. Estás a punto del orgasmo y no hay nada que me guste más que te corras por mi, para mi.

Sin dejar de mirarnos a ambos en nuestro reflejo, colocas tu mano encima de la mía, para indicarme que no pare. Como si fuera. Noto temblar tus piernas cuando el orgasmo llama a tu puerta, espero unos segundos, y ataco directamente tu botoncito con mi dedo índice. Tu explosión de placer es tal que no me extrañaría que vengan del hotel a llamarnos la atención.

Te tengo bien cogida y noto como las fuerzas abandonan tu cuerpo, usándome de asiento para no caerte. Cuando me indicas que puedo dejar de “torturarte”, paso la mano de mi cintura por encima de tu hombro y la otra la cierro sobre tu estómago, abrazándote, mientras poso mis labios sobre tu cogote.

“Míranos”, te susurro pasados unos instantes. “Pero que guapos estamos después de un polvo”, añado, y ambos nos echamos a reír a carcajadas.