La habitación 110 (última parte)

Entre el placer y el dolor, la dominación y la sumisión.

No puedo recordar en que momento sucedió ni como ocurrió, solo se decir que desee que no terminara ese momento. En el camino hacia la ducha me cogió con firmeza, agarrándome con de forma que no había hecho nunca, atravesando una línea muy fina que solo el ha cruzado. Hay que ser muy respetuoso, sutil y de buenas formas, estando seguro de lo que hace y como lo hace para poder llegar a ese punto. Y él llegó de tal forma que no quise que parase. Me empotró en la cama con tal firmeza que sentí que no podía moverme. Esa sensación de sumisión me hizo estremecer por completo. Fueron solamente unos segundos, o así me lo parecieron.

De golpe y sopetón me levantó y nos fuimos a la ducha. Estaba aturdida por lo que había pasado. Aturdida por la sensación que tuve frente a ser penetrada con tal firmeza y descaro. Hay que ser muy galán para ganarse el permiso para hacer algo así, puesto que una sumisa es una mujer con cierta tendencia a dejarse dominar, pero eso no la convierte en una presa fácil, ni en una mujer sin personalidad, sino todo lo contrario, hay que ser muy fuerte y libre para ser la esclava de alguien. Y en este punto fue cuando decidí que quería ser su esclava.

Nos fuimos a comer. Escogí un restaurante lujoso, en el que no hubiera demasiada gente puesto que nuestra situación era complicada. Al entrar nos situaron en una mesa en el centro del restaurante, los dos nos miramos. Me dirigí a la camarera y le pedí por favor si nos podía situar en una mesa más apartada, más tranquila. Dentro de mi pensé en una mesa en la que pasáramos desapercibidos de las miradas de otras personas y en la cual sentirnos libres para hacer lo que nos apeteciera en ese momento. Nos pusimos en un rincón. Al principio no se sentía cómodo, miraba hacia la puerta cada vez que entraba alguien buscando un rostro conocido que, por suerte, nunca llegó. Esos nervios se fueron desvaneciendo igual que se fue desvaneciendo el vino entre nuestros labios.

Según pasaba el tiempo nos sentíamos mas cómodos, mas cerca uno del otro. Empecé a insinuarme, acerqué mi silla a la suya y con un movimiento sutil y sin mirarlo abrí mis piernas. Llevaba una falda con unas medias de encaje que me llegaban a la mitad del muslo con un tanga negro a juego. De pronto la sutileza se volvió grosería y bajo unas risas de complicidad introdujo sus dedos en mi vagina. Los sacó, me miró y se los chupó. La vergüenza se fue desatando la lujuria provocada quizás por el vino, quien sabe. Bajo las miradas atentas de una pareja que acababa de llegar seguimos comiendo entre risas, caricias intencionadas y besos apasionados.

Al no poder más decidimos pedir la cuenta. Pagó él mientras yo iba al servicio.

Por sorpresa al salir de él me lo encontré de pie delante de la puerta y sin mediar palabra me agarró y me besó con ardor. Sin prisa pero sin pausa nos dirigimos al coche y hacia el hotel. En el que dimos rienda suelta a la lujuria desatada en la comida. Acto seguido me agarró dulcemente y con su cuerpo pegado al mío nos dormimos. Eran pocas las horas que faltaban para despedirnos y yo temía que llegara el momento de la despedida. Intentaba no pensar en eso. Mientras tanto nuestra complicidad hizo que me sintiera con confianza para decirle que deseaba que me penetrara con firmeza y decirle que quería que me dominara como lo había hecho antes.

Solo de pensarlo se me eriza la piel y un calambre de deseo recorre toda mi espalda hasta llegar a mis partes.

Recuerdo que con una mano agarró fuertemente mis dos muñecas y me dijo “te ataría así”. En ese momento ya no pensaba por mi misma, mi mente y mi cuerpo permanecía atento a una voz, a unos movimientos, las mentes se conectaron. Girándome hacia un lado me penetró fuertemente y gemí como no lo había hecho las veces anteriores. No era dolor, era placer. Placer puro y duro, nunca mejor dicho. Me giró y me agarró las muñecas, cada una con una mano, muy fuerte. Tan fuerte que intentando deshacerme de sus garras no podía. Lo cierto es que no quería que me soltara, solo quería que me dominara más y mas. Me quitó la almohada que tenia en mi cabeza y me dijo “no quiero que estés cómoda”. En unos segundos su mano apretó mi cuello, me agarró fuerte, con firmeza, llegando al placentero dolor pero con consciencia y respeto hacia mi.  Apretó mi pecho con su mano, haciendo que me costase respirar. Me giró y poniéndome a cuatro patas me cogió del pelo y tiró de él. No encuentro palabras que puedan describir esa sensación. Entre placer y el dolor, la dominación y la sumisión. Acabé con la cabeza colgando de la cama y follándome como nunca nadie lo había hecho antes. Una mujer es fácil quitarle la ropa, pero no tanto desnudarle el alma y en ese momento me encontraba desnuda en todos los sentidos.

Al acabar me agarró y me besó, me pregunto si estaba bien, su atención era de admirar.

Cualquier cosa que pueda contar después de ese momento carece de sentido puesto que mi mente sólo podía pensar en ese momento y deseando volver a la habitación 110.