La guerrera del cabello plateado

Una poderosa guerrera es derrotada en una guerra en la que las espadas no son las únicas armas de su enemigo.

Bueno, dado las buenas críticas que recibí con mi primer relato, me he animado a escribir un segundo, espero que os guste, al menos tanto como el anterior, y que sigáis dejándome comentarios, siempre son buenos para aprender ;).

LA GUERRERA DE LA CABELLERA PLATEADA

La mujer mantuvo su arma levantada apuntando el filo contra el cuello de su enemigo. Una pequeña gota de sangre le resbalaba ya, allí donde la hoja había cortado la piel, pero el hombre no pareció inmutarse, sostenía su mirada con los ojos serenos y una suave sonrisa bailándole en los labios. Ella permanecía fría y serena, sus hombres creían estar contemplando una escena congelada en el tiempo, ni siquiera se atrevieron a moverse.

Yadira, la guerrera del cabello de plata como la llamaban sus enemigos por llevar siempre un yelmo de este color, había exterminado al ejército invasor y su general era el único superviviente. La lucha entre ambos se hizo eterna para los que los observaban, finalmente ella había logrado desarmarle y él se había limitado a arrojar a un lado el casco con que se cubría el rostro revelando al fin su identidad. La sorpresa la había delatado y él se supo triunfador en su personal duelo, aún así ella mantuvo la espada en su sitio todo el tiempo, un fuego interno se encendió en sus ojos grises revelando su lucha interna sólo a ojos del general.

Debería matarte – dijo ella.

Pues hazlo. Todos esperan – le contestó él señalando al ejército de Yadira que les miraban expectantes.

Yadira vaciló y finalmente usó la parte roma de la empuñadura para noquear al general y hacerlo caer inconsciente al suelo.

Mi señora, es nuestro enemigo debería...

¿Vas a decirme lo que debo hacer Gorat?

No, mi señora – Gorat el segundo al mando retrocedió con una respetuosa reverencia.

Prendedlo y encerrarle en los calabozos del castillo, luego me ocuparé de él.

Sus órdenes fueron obedecidas, a pesar de que nadie comprendía el comportamiento de su señora, la respetaban y amaban demasiado como para desobedecerla, al fin y al cabo les había guiado a la victoria en numerosas ocasiones y su reino era próspero y feliz.

Yadira se despojó de la armadura, ignorando el lacerante dolor de una herida reciente en el costado, apartó los suaves pantalones de cuero blando a un lado y por último, se desprendió de la camisa. Ya desnuda se metió en la bañera de agua caliente que acababan de prepararle. Su cuerpo estaba perfectamente contorneado por los largos años de ejercicio militar, su brazo era poderoso con la espada pero reflejaba una salvaje belleza femenina, al igual que el resto de su anatomía. Era una mujer de piel tostada y suave, marcada por alguna que otra cicatriz finísima que en nada afeaba su aspecto, voluptuosa, de oscuros cabellos que caían en cascadas rizadas sobre sus hombros y unos intensos ojos grises, más fríos que agujas de hielo, pero salvajes y hermosos a la vez. Yadira se había hecho con el control de medio país gracias a su fuerza y a que era una gran estratega, sin embargo, esta vez, la victoria no era suya, al menos no del todo.

Davor se había presentado a ella semanas antes, como emisario de un reino cercano con el que pretendía establecer prósperas relaciones comerciales, tenía una pícara sonrisa y todas las mujeres del castillo decían de él que era un auténtico sinvergüenza, aún así era respetuoso y casi cariñoso con Yadira, la mujer, que tan sólo aceptaba a los hombres para satisfacer sus ocasionales apetitos, se había dejado caer en sus redes. Muy a regañadientes, se vio obligada a admitir que sus hermosos ojos color miel la volvían loca, no tanto por su color sino por lo que sus miradas la hacían sentir y le dejaban entender. Su cabello negro y corto en el que ella había deseado enredar sus dedos, su cuerpo musculoso, entrenado a fuerza de manejar la espada, incluso su firme trasero la hacía sentirse juguetona. Se regañaba a sí misma por perder los papeles cada vez que él estaba presente, normalmente la serenidad, frialdad y casi indiferencia la escudaban en cada acto, pero nunca cuando él estaba cerca. Nunca con Davor.

Yadira golpeó el agua con el puño y se irguió malhumorada de la bañera dejando caer el agua tibia por su cuerpo, que brillaba bajo el danzante baile de las llamas de las velas. Se echó una bata de fina seda negra sobre el cuerpo que, si bien la cubría por completo, era lo bastante fina como para dejar entrever lo que había debajo; así ataviada salió de su aposento en dirección a los calabozos. Necesitaba saberlo, necesitaba oírselo decir.

Sus pies descalzos resonaron en la lóbrega piedra de la escalinata, con un gesto ordenó al soldado que estaba de guardia que se marchara y los dejara a solas, éste le tendió la llave y se alejó de allí sin hacer preguntas. Yadira hizo girar la llave en la cerradura y la puerta se abrió con un desagradable chirrido. Davor estaba allí, con los brazos en alto firmemente sujetos por argollas que colgaban del techo, le había quitado la armadura y ahora tan solo llevaba los calzones de cuero negro y las botas, su torso estaba totalmente desnudo y dejaba ver varias heridas del arma de Yadira. La mujer tuvo que hacer un esfuerzo para no correr a liberarlo, se encaró con él haciendo gala de su gesto más indiferente, aunque él sabía que el fuego ardía en su interior.

¿Significó algo? – él la miró con una media sonrisa y ella se dio cuenta de que él esperaba aquella pregunta. Se mordió el labio inferior conteniendo la rabia de saberse derrotada. Incapaz de soportar aquel gesto por más tiempo se dispuso a dar media vuelta y dejarle allí colgado.

¿Cambiaría algo? – inquirió él reteniéndola. Yadira se volvió a mirarlo y él pudo leer en sus ojos una pena como jamás reflejara aquel gris profundo y gélido. Se atragantó y la sonrisa se borró de golpe de sus labios.

Si me amabas de verdad, los dos habremos perdido esta batalla. Si mi corazón fue el único en abrirse, mi derrota es total y la victoria es tuya –confesó ella.

Davor la contempló, allí frente a él, serena aunque dolida, con la vaporosa bata negra marcando su hermoso cuerpo, recordando lo que la prenda ocultaba y lo mucho que había disfrutado de ello. Su corazón le dio un vuelco al darse cuenta de lo que estaba a punto de decir, pero ni los dioses hubieran podido contenerlo, no al ver el dolor de sus ojos, su serena y salvaje belleza al borde de la derrota.

Te amé – ella dejó escapar el aire entre sus humedecidos labios.

Entonces los dos hemos perdido.

Quizá hayamos ganado.

¿El qué?

El uno al otro

Yadira no esperaba esta respuesta, le deseaba, tanto que su corazón se partía viéndole preso, viendo las heridas que ella misma le había infligido, viéndole confesar su amor por ella. Si había un engañado allí, ese era él mismo, obligado a mentirse sobre sus sentimientos hacia ella y padeciendo ahora más por ello.

La guerrera se acercó a él, olió el cuero y la sangre en su cuerpo, y aquello encendió aún más la llama que la devoraba por dentro. Besó sus labios con pasión, bebiendo de él como si en ello le fuera la vida y él se dejó llevar. Deseaba abrazarla, estrechar su aparente frágil cuerpo con sus fuertes brazos, pero aún seguía preso. Cuando ella se separó de él una sonrisa brillaba en sus carnosos labios. Él la miró con picardía y le susurró:

Si me sueltas te compensaré – ella le miró con suspicacia y gesto pillo antes de contestarle.

Y ¿quién dice que no puedes compensarme así? Aún tengo que hacerte pagar la herida de mi costado.

Sin darle tiempo a réplica se arrodilló frente a él y le desabrochó el pantalón extrayendo el miembro viril que estaba empezando a hincharse con aquel peligroso juego. La mujer lo acarició casi con ternura y un escalofrió recorrió a Davor que no pudo más que dejarse llevar, pues estaba en sus manos. Lentamente el pene del guerrero se irguió por completo, ella le miró juguetona y comprobó que él aún podía aguantar mucho más, así que aprovechó para comenzar con los besos al principio y los lametones después, recorrió el pene con la lengua desde los testículos hacia el capuchón varias veces, como si degustara un delicioso manjar, después se lo introdujo entero en la boca e inició un rítmico movimiento que le permitía metérselo y sacárselo de la boca alternativamente. Davor echó la cabeza hacia atrás y su respiración se volvió más agitada, un bronco gemido escapó de sus labios cuando ella apretó sus testículos y aumentó la presión en el extremo de su miembro.

Antes de que la excitación acabara con el juego ella se detuvo, él estuvo a punto de quejarse pero ella se lo impidió con un gesto de sus brillantes ojos. Él guardó silencio, estaba disfrutando de la sensación de sentirse dominado, era algo nuevo para él que siempre había controlado la situación, seguramente porque nunca había llegado a confiar plenamente en ninguna de las mujeres que compartieron su cama, pero con Yadira era distinto, confiaba en ella plenamente, la deseaba tanto que le dolía, tanto que no le hubiera importado caer por su espada, aunque, claro está, prefería mil veces compartir su lecho y disfrutar de los placeres que su cuerpo escondía.

Yadira se puso en pie y le besó con pasión dejándole a mitad del beso, sediento de ella. Se apartó un poco para que él pudiera verla y deslizó la tela por sus hombros dejándola caer al suelo con un suave susurro y se quedó allí, quieta, desnuda frente a él, dejándole recorrerla con sus ojos, comérsela con la mirada. El pene de él se hinchó un poco más con la exquisita belleza de su desnudez; los pezones de ella se endurecieron volviéndose de un tono rosa oscuro y contrastando con la blanca piel de sus pechos y su entrepierna. Hacía frío en los calabozos, y la piel se le puso de gallina, pero aún así le dejó mirarla hasta que su propia calentura no le dejó más remedio que pasar a la acción. Soltó las cadenas liberando sus brazos, no así sus manos que seguían unidas entre sí por unos 40 centímetros de cadena. Él quiso tomar el control, pero ella se lo impidió, le tomó de los cabellos y le obligó a bajar el rostro hasta sus pechos.

Quiero tu boca en mis pezones – le ordenó.

Él no se hizo de rogar y comenzó a mordisquearle los pezones, lamerlos con la lengua y succionar los pechos como si estuviera hambriento de ellos. Yadira gemía sintiendo su entrepierna cada vez más caliente, le dolían los mordiscos pero a la vez le gustaban. Tiró de su pelo para separarlo de ella y le obligó a arrodillarse frente a ella metiéndole la cabeza entre sus piernas, ni siquiera tuvo que decirle lo que esperaba de él. Davor comenzó a lamer el clítoris y usó sus manos para separar los labios vaginales de ella, rosados e hinchados. Ella dejó caer la cabeza hacia atrás gimiendo con frenesí, sus pechos se bamboleaban en un hipnotizador movimiento y su cabello hondeaba como una bandera.

La lengua de Davor se aventuró por cotas más profundas penetrándola con descaro y agitándose como una anguila atrapada provocándole descargas de placer.

Estas empapada – le dijo sacando la cabeza cuando ella le soltó para pellizcarse los pezones.

No pares

¿Qué harás si lo hago? – inquirió él divertido. Ella renegó pero se detuvo un momento a mirarlo, sus ojos suplicaban que la poseyera, que no se detuviera. Ahora él tenía el poder, él la dominaba.

Estoy muy caliente

Lo sé. ¿Quieres que te folle?

Umh – gruñó ella cuando el hombre le mordisqueó el clítoris y le introdujo un dedo en la vagina

No te he oído

SI

Si ¿qué?

Quiero que me folles

¿Bien follada?

Si

Ah, ah – negó él torturándola, sin dejar de agitar el dedo que la penetraba y usando su lengua y sus dientes sobre sus labios y su clítoris.

Quiero que me folles, bien follada.

Eso está mejor

Davor tiró de ella y la puso de rodillas con las manos apoyadas en el suelo, se situó tras ella y observó su culo, tostado, firme y prieto apuntando hacia él. Lo acarició con la mano, notando su firmeza y redondez. Ella gimió con suavidad, él vio los fluidos de ella caer entre sus piernas y sintió su cuerpo temblar bajo sus manos, estaba apunto, lista para correrse y todo su cuerpo lo gritaba aunque ella no lo dijera.

Mi hermosa guerrera. Mi zorra guerrera. Voy a darte lo que mereces.

Si, por favor

Si.

El hombre introdujo un dedo empapado en los flujos de ella, en su ano, y ella dio un respingo sorprendida.

No irás...

Si

¡No! – Yadira trató de volverse pero él se puso sobre ella y la retuvo con suaves caricias en su clítoris, su centro de placer.

Te gustará, yo también debo recibir alguna compensación por las heridas que me has causado. – Ella se mordió el labio pero no replicó y él volvió a penetrarle el ano con el dedo.

En seguida se dio cuenta de que jamás nadie le había penetrado por ahí, así que se tomó su tiempo para agrandar el agujero que debía alojar su poya, usó los dedos metiéndolos poco a poco, uno tras otro, ella gemía de dolor y de placer, se mordía los labios para no gritar. Él la calmaba frotando su clítoris y penetrando su vagina. Finalmente se incorporó un poco.

Levanta el culo, mi zorrita salvaje.

Ella obedeció, Davor situó su pene en la entrada del ano de ella y comenzó a presionar con suavidad, estaba muy prieto aún, pasó su mano por los labios vaginales de ella empapándose bien, disfrutó de su olor y la probó.

En su punto.

Frotó la salvia de ella en su pene y volvió a intentarlo, esta vez entró mejor y la fue penetrando poco a poco, ella aguantó la respiración hasta que la tuvo toda dentro y lo soltó con un suspiro aliviado, hasta que él comenzó a hacerle un mete y saca en toda regla y ya no pudo reprimir los gritos y gemidos, liberando su placer, liberando su fuego. Al tiempo que la penetraba pellizcaba su clítoris con saña y le sujetaba las caderas con la mano libre, para evitar que ella se separara de él.

Ambos gemían, sin importarles que el resto de prisioneros les estuvieran escuchando, algunos incluso aprovecharon para darse placer a sí mismos con la sonora melodía sexual.

Cuando ella no pudo más y las piernas le fallaron él la sostuvo con cariño y la ayudó a tumbarse boca arriba para penetrar su vagina, poco a poco fue incrementado el ritmo de sus embestidas hasta que ya sus voces resonaban por todo el castillo.

Ahhhhhhhh. Voy a correrme, mi amor sigue, no puedo más.

Eres deliciosa, mi putita cachonda. ¿estás gozando?

Si, ahhhh, siiii.

Correté- le dijo él cuando sintió que su propio orgasmo estaba apunto de alcanzarle.

Me coo... me cooorooooooooooooooooo

Ambos unidos aún en su eterno abrazo sintieron sus cuerpos latir cada uno con su orgasmo y el de su compañero. Cuando al fin todo acabó él siguió dentro de ella un rato más. Ella le miró y él el devolvió la mirada, pícara, infantil, llena de amor, ella se estremeció. Dejó que la arropara con la bata de seda de negra, antes de llevarla a su dormitorio y recostarla en la cama. La sintió más mullida que de costumbre tras haber follado en la fría piedra del calabozo. Allí volvieron a hacer el amor, aunque esta vez fue mucho más tierno.

Era una nueva batalla, pero esta vez, ya no había vencedores ni vencidos, sólo placer, salvaje y apasionado placer.

Nocturna.