La guerrera 09
Nuestros héroes se enfrentan a un traficante de opio.
Acudimos al palacio nada más llegar a la capital. El viaje de vuelta había sido rápido y alegre, con la satisfacción de haber terminado con una amenaza y salvado a muchas personas. Durante todo el viaje tuve que esquivar los cariñosos reclamos de Rayitas, quizá me consideraba su hembra, ¿me habría entendido cuando le había declarado entre gemidos que yo era su gata?
El capitán acudió a la puerta y nos llevó a las habitaciones del príncipe, impaciente nos interrogó antes de llegar. Eran sus soldados los que estaban desaparecidos. Con evidente alivio escuchó nuestras noticias, que tuvimos que repetir ante el príncipe.
—Habéis hecho un trabajo magnifico, sois muy valiosos para el reino y para mí — esto lo dijo mirándome —. Descansad unos días, de momento las cosas están tranquilas y no tengo trabajo para vosotros. Considerad esto — nos entregó una bolsa de monedas — como una prima y una muestra de mi agradecimiento. Gracias por todo.
Entendimos que nos estaba despidiendo y, después de una leve reverencia, salimos de sus habitaciones. Cuatro guardias vigilaban su puerta.
—Espera, Lesath, concédeme un minuto.
—Dime, mi príncipe — le entregué la bolsa a Pasmaro y esperé a quedarnos solos.
—Teníamos una cena pendiente, ¿te parece si mañana te recojo a las seis? — se acercó a escasos centímetros de mí.
—Estaré encantada, Beke, será un placer — mi sonrisa acompañó mis palabras.
—Pues hasta mañana, esperaré impaciente — el beso que depositó en el interior de mi mano fue largo, y sus ojos no dejaron de mirar los míos.
Por fin llegamos a casa después de unos quince días. Las sirvientas, María y Lucía, se alegraron de vernos. Hermión besó a los chicos en la mejilla y luego corrió a mis brazos besándome en los labios. Me sorprendió porque era muy discreta con esas cosas, pero me alegró el corazón. Era bueno estar en casa. Mientras cenamos le contamos toda la aventura. Se horrorizó cuando llegamos a la parte que luché contra los chicos. Lloró cuando le conté como llegué malherida al bosque, y se río aliviada cuando narré el final feliz. Me salté la parte de Rayitas. Ella nos dio el parte de cómo había gestionado la casa en nuestra ausencia y del progreso de su entrenamiento.
—Mañana me lo enseñarás — le dije —, estoy deseando verlo.
Esa noche duermo con mi niña, me hace el amor dulcemente, juntamos nuestros pechos sudorosos mientras me penetra con ternura, mis manos aferradas a su redondo culito, que acaricio y azoto suavemente. Si algo diferencia a Hermión de los chicos cuando me follan es su culo. Duro, pequeño y apretado el de ellos, blando, suave y redondo el de ella. Hablamos y nos abrazamos, me quedo dormida recibiendo sus besos, besos leves como aleteos de mariposa que me dan paz y seguridad.
Hermión me despierta por la mañana, ya ha traído agua y me hace lavarme y vestirme a toda prisa.
—Venga, estoy deseando mostrarte mis progresos.
Me tiende la ropa con una sonrisa pícara para que me vista. Lo había olvidado, miro la microfalda y el ridículo sostén y luego la miro a ella. Entre risas me dice :
—No te imaginas las ganas que tengo de vértelo puesto. Te espero abajo, seguro que estarás increíble.
Se marcha y me visto. Me miro en el espejo y doy un par de vueltas para ver el efecto. Sólo con moverme un poco el vuelo de la falda muestra mis braguitas, el sostén, que solo cubre mis pezones con dos pequeñas chapas metálicas, permite que mis expuestos senos se muevan libremente. Voy a pasar vergüenza — pienso — pero mis chicos van a tener una erección toda la mañana, espero que les duela.
Cuando bajo me encuentro con María y Lucía, al verme se quedan boquiabiertas.
—Pasmaro — las digo.
—Claro — dicen y se miran entre ellas entre risitas. Algo hay ahí, ya me enteraré después.
—¿Me preparáis un baño para cuando termine? — las pido.
Salgo al jardín y Hermión me está esperando con el traje que le regalé. Está sexy y encima no enseña nada. Esa pequeña traidora me mira de arriba abajo, luego de abajo arriba.
—Si llevas eso a cualquier lucha no necesitarás las espadas, cualquier hombre caerá rendido solo con verte.
—Déjate de peloteo, Pasmaro me las pagará, y vosotros dos también por seguirle el juego.
—Jajaja, treinta días cariño, treinta días.
Luchamos entre nosotras y efectivamente Hermión ha mejorado mucho, ya no solo se defiende, sino que también ataca. Es rápida e inteligente, comete pocos errores. La corrijo algunos defectos y la felicito. Pasmaro y Jos salen en ese momento al jardín, no se quieren perder el espectáculo.
—Buenos días, Lesath — dice Pasmaro —, veo que no estás cumpliendo tu parte del trato.
—Buenos días a ti también, mago de los coj … ¿qué no estoy cumpliendo?
—Quedamos en que llevarías el traje y solo el traje. Te concedí llevar botas, pero nada más.
El maldito se había acordado, no debí ni intentarlo. Me inclino y me saco las braguitas, se las tiro a la cara, él las recoge y levantando la otra mano, la choca contra la de Jos, se sonríen como dos imbéciles y se sientan tranquilamente a vernos entrenar.
Sigo luchando un rato más con Hermión. Le recomiendo unos ejercicios para fortalecer los brazos, para que dé más fuerza a sus estocadas. Luego lanzamos cuchillos, ha practicado algo estos días pero le queda mucho para hacerlo bien. La dejo con los cuchillos y yo lanzo algunas flechas. Todas en la diana. Cada vez que se me levanta la falda, que son muchas, Jos y Pasmaro ríen y aplauden. Cuando terminamos la traidora me abraza, yo la correspondo hasta que me sube del todo la faldita enseñando mi culo completamente. La dejo que me lo sobe un rato y la golpeo en los riñones, flojito, se aparta riéndose y yo subo a mi habitación corriendo. Me masturbo antes de bañarme y me vuelvo a masturbar en la bañera. El fresco aire de la mañana en mis intimidades, la admiración de mis hombres y las caricias de mi niña me han puesto mala.
Me visto después del baño y bajo buscando a Hermión, necesito que me acompañe a por un vestido para la cita con Beke. Está en el salón acompañada por dos mujeres.
—Lesath, ella es Romina la modista y su ayudante Mara. Las envía el príncipe.
—Buenos días, señora — me dice Romina inclinándose —, el príncipe le envía tres vestidos. Si es tan amable de probárselos veré los arreglos que hay que hacer.
Subimos a mi habitación y pasamos toda la mañana probándome los vestidos. La modista me ajusta uno allí mismo de forma temporal y se lleva los otros dos para arreglarlos en su taller. Cuando la explico dónde quiero llevar las armas ocultas casi le da un soponcio y me pone todo tipo de objeciones. Cuando Hermión le explica que ya salvé la vida al príncipe una vez, todas las objeciones se convierten en colaboración por su parte.
—Envíeme mañana el vestido y tendrá todos listos en tres días — me dice —, les haré encantada las modificaciones que propone.
Una vez que se va salgo con Hermión a comprar zapatos, se ha empeñado en que no puedo ir con botas, acabo dándole la razón y me compro tres pares.
A las cuatro me encierro con las chicas en mi habitación. Me visten y maquillan ignorando mis protestas. Aprovecho para interrogar a María y a Lucia con mi sutileza habitual.
—Entonces chicas, ¿ya os habéis acostado con Pasmaro?
—Noooo, bueno sí — dice Lucía —, pero no le dejamos tomar nuestra virginidad. Queremos seguir así hasta que encontremos buenos chicos y nos casemos.
—¿Entonces qué hacéis con él?
—Pasmaro tiene mucha imaginación, jajaja, se le ocurren muchas diabluras.
—Lo sé, lo sé.
Cuando terminan me quedo a solas con Hermión, la veo revolotear a mi alrededor, se ruboriza. Sé que me quiere decir algo y no se decide.
—Lesath — dice finalmente —. ¿puedo comentarte una cosa?
—Claro, cariño, dime.
—Verás, es que he dado muchas vueltas a un tema y creo que me he decidido. Quería pedirte permiso.
—Quieres acostarte con un hombre.
—¿Cómo lo sabes?
—No era difícil. En esta casa no somos muy puritanos precisamente. Imaginé que terminarías queriendo probar.
—Sí, lo he pensado mucho y quiero.
—¿Y con quién te acostarías? — Jos era alto, fuerte y guapo. Pasmaro era divertido y ya la había tirado los tejos.
—Creo que con Pasmaro, Jos no me ha mostrado ningún interés. Entonces ¿me dejas?
—No tienes que pedirme permiso, puedes hacer lo que quieras.
—Claro que te pido permiso — me dijo agarrándome las dos manos y mirándome a los ojos —, yo soy tuya, si no te parece bien, no lo haré.
—Te quiero mucho, amor — le digo abrazándola —, y me parece bien. Si quieres hablo con Pasmaro, no creo que haga falta, pero le puedo pedir que sea muy gentil en tu primera vez.
—Vale, pero te quería pedir otra cosa ¿podrías estar conmigo?
—Pues claro, mi niña, a Pasmaro no le importará. Esta noche no puedo, pero mañana tendremos todo el día, aprovechemos antes de que el príncipe nos envíe a otra misión.
—Gracias, Lesath, eres muy buena conmigo — me abrazó sin besarme para no estropearme el maquillaje —. Ahora acaba de prepararte que el príncipe estará a punto de llegar. ¡Qué romántico! Salir a cenar con un príncipe, parece un cuento de hadas.
—Dile a alguna de las chicas que te compre un tónico para no quedarte embarazada, me parece que lo necesitarás.
Cuando el príncipe entró a recogerme bajé la escalera, le hice una reverencia profunda y dije :
—Mi señor príncipe, qué honor recibirle en nuestra humilde morada.
—El honor es mío, delicada dama, está radiante, le sienta bien el verde — me hizo una reverencia menor que la mía y me admiró en mi vestido de seda verde.
—Gracias por los vestidos, ha sido todo en detalle.
—Nada que no te merezcas. ¿Nos vamos? Tenemos una noche muy ocupada.
Le agarré del brazo que me ofrecía y le acompañé fuera, donde me ayudó a subir a un bonito carruaje. Dos guardias ocupaban el pescante, y otros dos nos seguían a caballo. Me cogió una mano y charlamos hasta llegar al mejor salón de té de Matrit. Cuando entramos la encargada se deshizo en reverencias con el príncipe y miraditas curiosas hacia mí. Nos acompañó a una mesa algo apartada de las demás y pidió a un camarero que nos sirviera unos aperitivos.
—¿El vino de siempre, mi señor?
—Sí, par favor — contestó mi acompañante.
La cena fue estupenda, la comida buenísima, la conversación más aún, el príncipe se esmeró en atenderme como a una princesa. Se lo tenía que contar a Hermión. Disfruté mucho de la compañía. Bekelar estuvo cariñoso y atento, charlamos de caballos, de caza, de armas, me preguntó sobre mi vida y contesté con vaguedades. Él me relató algunos episodios de su infancia que me hicieron reír, atrayendo miradas envidiosas de las damas de otras mesas.
Cuando terminamos de cenar volvimos al carruaje, que se puso en marcha sin necesidad de indicaciones.
—¿Dónde vamos, Beke?
—Es una sorpresa, ya lo verás — aprovechó para cogerme otra vez la mano, acariciándome la muñeca con el pulgar.
No tardamos mucho en llegar a una mansión, tenía todas las luces encendidas y la música salía por sus puertas abiertas. Entramos del brazo.
—Mi primo celebra una fiesta — me contó —, me pareció que podíamos terminar la noche bailando.
—¿Me vas a exhibir como a una de tus conquistas? — sonreí.
—¿Acaso te he conquistado?
—No — le respondí —, pero vas por buen camino, jajaja.
Fue fantástico, me presentó a Lord Bestav, su primo, y a su mujer, a varios nobles y a sus esposas, bailamos, bebimos vino espumoso y volvimos a bailar. El príncipe rechazó todos los avances de las damas con amabilidad y no me dejó ni un instante. Me lo pasé genial.
En el carruaje, ya de vuelta me dijo :
—Ahora tengo que dejarte, mañana muy temprano hay reunión del consejo. Estamos teniendo problemas en el oeste, en la frontera con Belgium, quizá tengamos que enviar tropas.
—Me lo he pasado muy bien, Beke. Hacía mucho que no disfrutaba tanto.
—Ven — me dijo y me sentó en su regazo.
Todo el camino hasta que llegamos a casa nos estuvimos besando, me abandoné a su calidez y disfruté de sus labios. Cuando llegamos me acompañó a la puerta y me besó por última vez.
—¿Lo repetiremos? — me preguntó.
—Pues claro, mi principito, cuando tú quieras.
Hermión me esperaba en el salón impaciente. Hasta que no nos acostamos no respondí sus preguntas. Me obligó a contarle todo, absolutamente todos los detalles. Cuando llegué a la parte de los besos exclamó :
—Ay, yo quiero otro príncipe para mí.
—Pues de momento tendrás que conformarte con Pasmaro, jajaja.
Nos dormimos abrazadas.
Al día siguiente en el entrenamiento, hasta las sirvientas salieron a verme. Se daban codazos entre risitas. Jos participó en vez de quedarse mirando, con lo que fue más entretenido. Le pregunté a Hermión si quería acostarse con Pasmaro en ese momento, pero se puso muy nerviosa y me dijo que mejor por la tarde. Pillé a Pasmaro saliendo por la puerta, desde luego no se podía estar quieto. Quedé con el por la tarde y nos fuimos los tres que quedábamos a pasear con Rayitas por el barrio.
Y llegó el momento en que Hermión perdería su virginidad, al menos la mitad que le faltaba. Pasmaro lógicamente no tuvo inconveniente, se le puso una sonrisa tonta mientras le insistía en que fuese delicado. Hermión esperaba en su habitación cuando entramos, nerviosa y ruborizada al máximo. Yo la besé levemente y me senté en una silla, confiando en el buen hacer de nuestro maguito. Si se sorprendió al ver que yo iba a estar presente no dijo nada, se acercó a Hermión y le cogió la mano.
—No tengas miedo, preciosa, seré muy delicado. Verás como te va a gustar.
Hermión, tímida, no dijo una palabra, se dejó desnudar lentamente por Pasmaro, que acariciaba su cuerpo según lo iba descubriendo. Mi niña venció algo su timidez y le quitó la camisa a su pareja, acariciándole también. Cuando Hermión quedó por fin desnuda Pasmaro miró su miembro y me miró a mí sonriente.
—Eres preciosa — le dijo —, maravillosa.
Esas palabras debieron gustarle a Hermión porque suspiró y pareció relajarse. Seguro que todavía tendría miedo de que la llamaran monstruo, como le dijo su madre. Pasmaro, sin embargó, la trató como a la cosa más bonita del mundo, le acarició todo el cuerpo diciéndola cariñitos, sus brazos, sus piernas, sus pechos, hasta le dedicó un par de caricias a su miembro. Hermión se dejaba hacer. Los primeros gemidos fueron cuando Pasmaro lamió sus pechos, no tocó sus pezones, lamió y apretó suavemente con sus manos, mordisqueándolos también. Al cabo metió un pezón en su boca y aspiró, acariciándolo con su lengua. Hermión disfrutó de las caricias y empezó a colaborar, apretando la cabeza del mago contra sus senos. Pasmaro les dedicó un buen rato hasta que empezó a bajar, se detuvo para lamer su ombligo y siguió bajando, se saltó el duro miembro y bajó hasta los muslos, los lamió y mordisqueó provocando que se alzaran las caderas de mi niña, los recorrió hacia arriba hasta que llegó a la vagina, que le esperaba húmeda. Únicamente con la lengua le proporcionó el primer orgasmo, que Hermión recibió gimiendo con la boca abierta y agarrada a la cabeza del mago. Este subió nuevamente por su cuerpo colocándose entre sus piernas, preparando el asalto definitivo. Mi niña estiró una mano hacia mí, yo me senté en la cama a su lado y agarré su mano.
—¿Estás preparada, cielo? — le preguntó Pasmaro.
Ella afirmó con la cabeza y cerró los ojos con una expresión temblorosa.
—Mírame, cariño — la dije —, tú mírame, solo dolerá un momentito, luego te prometo que disfrutarás.
Hermión me miró y sonrió asustada. Pasmaro, sin dudar, la penetró suave pero decididamente hasta romperla el himen, luego empujó más hasta metérsela entera y se detuvo, dejándola acostumbrarse a la invasión. Mi niña dio un gritito y me apretó más la mano.
—Cuando quieras sigo, cariño, no tengas prisa — le dijo cariñoso Pasmaro.
Hermión esperó unos momentos, cuando se relajó aflojó la fuerza con que me apretaba la mano.
—Sigue, Pasmaro.
Pasmaro empezó a entrar y salir despacito, sacando su miembro unos centímetros y volviendo a meterlos. Cuando se aseguró que no le dolía alargó las embestidas, haciendo movimientos más largos, Hermión seguía con una mano aferrada a mí y con la otra a la espalda del mago. Éste empezó a acelerar y Hermión a gemir, disfrutando de su primera vez.
—¿Te gusta, cielito? — preguntó el mago.
—Sí, Pasmaro, sigue.
Pasmaro impuso un buen ritmo, sin ser agresivo pero constante y profundo, acariciaba también uno de los pechos de Hermión, que ya gemía sin recato. Estuvo unos diez minutos hasta que Hermión gritó :
—Creo que me voy a correr, creo que ya me viene.
Y se corrió, arqueó el cuerpo disfrutando de su primer orgasmo con un hombre, gimiendo y apretando con las piernas a Pasmaro, que también se corrió dentro de ella. Cayó exhausta sobre el colchón todavía temblando, pasaron unos momentos hasta que Pasmaro se volteó tumbándose a su lado.
—¿Qué te ha parecido, Hermión? — la pregunté besándola la nariz.
—Ha estado muy bien, casi no me ha dolido.
—Pues la próxima vez será mucho mejor — dijo Pasmaro —, si quieres, claro.
Hermión me miró a mí como pidiéndome permiso, yo asentí.
—Creo que es posible que sí que pueda querer.
—Vaya forma más larga tienes de decir que lo estás deseando, jajaja — presumió Pasmaro.
Nos reímos los tres. Cuando bajamos al salón nos estaba esperando Jos.
—¿Qué tal ha ido? — nos preguntó a los tres.
—Muy bien, ha sido genial — le contesté mientras Hermión bajaba la cabeza avergonzada.
—Me alegro.
—Desde luego — dije —, como para tener secretos en esta casa. Ahora me voy que tengo cosas que hacer.
Me fui antes de que pudieran preguntarme dónde iba. Estaba preparando mi venganza contra Jos y Pasmaro. Sería terrible.
Esa noche, en la cama con Hermión, le pregunté qué le había parecido.
—Me ha gustado, ha estado bien.
—No te noto muy entusiasmada.
—La verdad es que disfruto más contigo. Eso sí, me ha gustado que estuvieras allí. No habría sido lo mismo sin ti.
—La próxima vez me aseguraré de que lo disfrutes mucho más.
—¿Tú crees?
—Te lo prometo, me pedirás piedad, me suplicarás que te deje descansar, rogarás para dejar de tener orgasmos, implorarás …
—Vale, vale, te he entendido, jajaja.
Estábamos comiendo al día siguiente cuando Pasmaro le dijo a Jos :
—Oye Jos, te necesito. Esta noche he quedado con dos chicas guapísimas y necesito ayuda.
—Para eso siempre estoy disponible, cuenta conmigo.
Dedicamos la tarde a llevar a Rayitas fuera de Matrit para que hiciera ejercicio, estaba empezando a plantearme pedirle al capitán que nos buscara otra casa fuera de la ciudad. Rayitas estaba muy grande ya y necesitaba más naturaleza y menos aburrimiento. No sería fácil, no podía estar muy lejos, pero debía estar aislada y en medio de la naturaleza. Decidí ir a verle en cuanto pudiera y preguntarle.
Por la noche me acosté con Hermión, los chicos habían salido y la casa estaba muy silenciosa. Hermión quería dormir pero no la dejé.
—Tenemos que esperar a los chicos.
—¿Por qué?
—Ya lo verás.
Como a la una de la mañana llegaron haciendo ruido y riéndose, debían haberse traído a las chicas con las que habían quedado por que se oían voces de mujer.
—Ponte la bata, corre Hermión.
En cuanto se metieron cada uno en su habitación arrastré a Hermión al pasillo y la obligué a esperar conmigo.
—Pero ¿qué hacemos aquí? — susurró.
—Calla y espera.
De repente se empezaron a oír gritos en la habitación de Jos, incluso algún golpe. Se abrió su puerta repentinamente y salió su acompañante acomodándose el vestido. Al pasar a nuestro lado me guiñó un ojo.
—Adiós, Emilia, muchas gracias — le dije.
Jos salió detrás de ella y me oyó despedirle.
—¿Has sido tú?
—Os dije que me las pagaríais.
—¿Pero qué ha pasado? — intervino Hermión.
—Pues que Emilia no era Emilia, sino Emilio — dijo Jos muy enfadado.
Hermión y yo nos partimos de risa, cada vez que mirábamos la cara ofendida de Jos nuestras carcajadas aumentaban. Al final se le escapó una sonrisita. Esperamos todos a que Pasmaro saliera disparado también por su puerta. Y esperamos, y esperamos. Cuando oímos gemidos en su habitación miramos al cielo y nos fuimos a acostar. Mi venganza había fallado, al menos la mitad.
Al día siguiente Pasmaro bajó tarde, estábamos terminando de desayunar cuando le oímos despedir en la puerta a Juanita y entró en la cocina. Se sirvió de la sartén en un plato y se sentó a mi lado.
—Gracias Lesath, tu sorpresa ha sido … inesperada. Debo reponer energías — devorando la comida.
Los tres nos quedamos con la boca abierta mirándole fijamente. Él siguió a lo suyo hasta que levantó la cabeza y se dio cuenta de nuestro pasmo.
—¿Qué? — dijo.
Nos tronchamos de risa mientras él comía con una media sonrisa.
Un mensajero nos citó en palacio. El príncipe nos reclamaba. Acudimos los tres.
—Tengo un problema — nos dijo —, no sé si es indicado para vosotros pero al menos dejad que os lo plantee. En la calle de la Fuente hay un local de opio — Pasmaro hizo gestos afirmativos. ¡Raro sería que no lo conociera! —. No queremos locales de ese tipo en Matrit, en otros reinos han prosperado y solo se consigue gente adicta, que abandona el trabajo y la familia y solo piensan en el opio, por lo que lo cada vez que nos enteramos de que hay un local semejante lo cerramos. Hemos cerrado tres en el último año, pero a las pocas semanas abre otro, por lo que sospecho que es el mismo propietario. Hemos interrogado al personal pero no hemos descubierto quién está detrás de todo. Iba a dar la orden para cerrar el local de la calle de la Fuente pero antes se ocurrió consultaros. ¿Alguna idea?
Pasmaro enseguida aportó una solución.
—Creo que sí, alguien podría hacerse pasar por cliente, visitarlo varias veces. Cuando tuviera la confianza del personal podría pedir que le vendieran una cantidad importante, varios kilos. Quizá de esa manera se podría llegar a la cabeza de la organización.
—Pues no me parece mala idea — contestó el príncipe —, pero ¿quién iría?
—Yo me ofrezco voluntario — dijo Pasmaro enseguida —, Lesath, tú tendrías que acompañarme.
Me dio vergüenza decir delante de todos lo que me había pasado la última vez que aspiré vapores de opio. Mis inhibiciones se esfumaron casi por completo y eso que el vapor fue muy ligero.
—Claro, sin problema.
Pues resuelto. Tenedme informado.
Al salir del palacio, según nos dirigíamos a casa les conté a mis dos hombres el problema.
—No te preocupes Lesath, yo cuidaré de ti.
Esa misma tarde fuimos al local por primera vez. Me puse un vestido y Pasmaro se arregló más que de costumbre. Nos recibió una señora mayor que nos llevó a través de varios pasillos. Había puertas a ambos lados. Eligió una para nosotros y nos invitó a entrar. Dos viejos sofás y una mesita en el centro eran toda la decoración. No había ventana. Nos dejó con la pobre iluminación de dos lámparas diciéndonos que enseguida nos atenderían. No tardó en llegar un jovencito, casi un niño, que depositó un brasero en la mesa, le echó unos granos de una sustancia oscura y dejo una jarra de vino en la mesa y dos vasos.
—Si necesitan algo llámenme, soy Tom — nos dijo cerrando la puerta a su espalda.
Me senté en el sitio más alejado del brasero y Pasmaro a mi lado. Como no teníamos nada que hacer estuvimos charlando, le conté sobre lo de cambiar de casa y no le hizo gracia, a él le encantaba Matrit, claro, y prefería vivir en la ciudad. Sin embargo, entendió el problema de Rayitas y accedió a hacer lo que yo decidiera. Me iba notando poco a poco mareada, pero todavía lúcida. Seguimos hablando hasta que me di cuenta que no entendía lo que decía Pasmaro, le veía mover los labios como si hablara pero se me confundían los sonidos, pero no me importó. Estaba relajada y feliz, mis pensamientos volaban por el interior de mi cabeza persiguiéndose unos a otros. Pasmaro me sujetó la cara con sus manos diciéndome algo, yo le sonreí, le quería mucho, más que a nadie en el mundo. Eché la cabeza hacia atrás apoyándola en el respaldo del sillón y me reí lánguidamente. Era divertido. Un vaso de vino apareció ante mí y me lo bebí, resulta que tenía mucha sed. Intenté servirme otro y se me cayó. Me pareció tan divertido que no pude parar de reir. Luego me apeteció follar. Le agarré la polla a Pasmaro por encima del pantalón. Se levantó, dejó unas monedas en la mesa y me sacó de allí medio arrastrándome por el pasillo. Una vez fuera del local me agarró de la cintura y me hizo pasear, yo intentaba agarrarle la polla cada vez que me acordaba de que me apetecía. Paró un coche de caballos y nos llevó a casa. Pasmaro resistió mis avances, afortunadamente el aire fresco empezó a espabilarme. Cuando llegamos a casa ya estaba más o menos recuperada, todavía mareada pero lúcida. Una vez que se aseguró que estaba bien empezó la guasa.
—¿Así que esto es lo que quieres? — me dijo agarrándose el paquete.
—Cállate, mago pervertido.
—Si fuera tan pervertido te habría dado lo que querías.
—Ya te dije que tenía un problemilla con el opio.
—Jajaja, ¿problemilla? Si no has aguantado ni diez minutos, lo tuyo es alergia, o intolerancia, o algo así.
—Soy un poquito sensible a sus efectos.
—Al final sí que voy a comprar, pero para ti. Ya te estoy imaginado con el traje de entrenamiento y los vaporcillos del opio. Lo vamos a pasar genial.
—Eres un … eres un … bueno, gracias por sacarme de allí. Tendremos que pensar algo para la próxima vez.
—Ya lo he pensado, le echan cinco o seis bolitas al brasero. Las sacaremos y dejaremos solo una, esperemos que con una sola lo aguantes mejor.
—Buena idea, Pasmaro.
Salí al jardín a terminar de despejarme. Esa noche invité a Jos a dormir conmigo. El opio me había dejado excitada y necesitaba su enorme miembro para apagar mi necesidad.
Esperamos dos días antes de repetir la visita. Fue mucho mejor. Pasmaro guardó todas las bolitas menos una en una bolsita. Aguanté veinte minutos. La tercera vez Pasmaro sustituyó todas por media, que ya llevaba preparada. A los treinta minutos le estaba comiendo la boca e intentando meterle mano. La cuarta fue un poquito mejor, me folló hasta que se me pasó el efecto del opio. Me colocó sobre su regazo y me empaló, me bajó el vestido por los brazos y me comió las tetas mientras me embestía con las caderas. La otra vez que lo había hecho bajo el efecto de la droga me retuve a mí misma y aun así lo disfruté. Esta vez fue distinto, sin nada que me contuviera encadené orgasmos hasta terminar exhausta, hasta que Pasmaro tuvo que vestirme para sacarme de allí. Entre los orgasmos y el aire fresco me despejé enseguida. Me abracé al brazo de mi mago y fuimos dando un largo paseo a casa.
—Esta era la cuarta, quedamos que a la sexta haríamos el intento. ¿Quieres adelantarlo a la quinta? — me preguntó.
—Creo que no. Mejor que nos conozcan bien, y además, me apetece repetir lo de hoy, pervertido.
—Me pliego a tus deseos, mi señora. Pero la siguiente vez no seré tan comedido. A mí también me afecta, así que si crees que puedes mantener el control y no hacer nada que no quieras, te follaré como de verdad quería.
—Vale — dije después de mirarle y pensármelo. Hoy hubiera sido capaz de parar, así que por mí estaba bien.
—Te voy a llenar todos los agujeros — me susurró al oído.
Un estremecimiento me recorrió todo el cuerpo. Le di un apretón en el culo y seguimos caminando.
La quinta visita al local fue como Pasmaro me había prometido, nos desnudamos completamente y se corrió en mi coño, en mi boca y en mi culo, en ese orden. Luego metió los dedos en mi coño y me los dio a probar. El sabor de sus jugos mezclados con los míos me volvió a encender. Me masturbó con sus dedos mientras me lamía los pezones. Creo que me corrí siete u ocho veces en total. Gracias al amuleto pude volver paseando hasta casa, sujetando a Pasmaro cuando se le doblaban las rodillas.
Para la sexta vez cambiamos un poco los planes, nos pareció mejor que fuera Pasmaro solo. Jos y yo nos quedamos cerca por si necesitaba ayuda. Tardó quince minutos en salir. Se dirigió paseando hacia casa y nosotros nos aseguramos de que nadie le siguiera. Nos contó todo cuando nos reunimos con él.
—Me ha costado mucho, pero al final la señora ha accedido a preguntar al propietario si me recibiría. La he tenido que decir que haría compras periódicas, para montar algo parecido en otro sitio.
—¿Cómo te contestará?
—He quedado en volver pasado mañana.
—Si hay algún problema será entonces cuando ocurra — dije —, iré contigo y Jos vigilará desde fuera.
Entramos al local como cualquier otro día, la señora le dijo a Pasmaro que el señor había mandado recado diciendo que tardaría otra hora, se empeñó en acompañarnos a una habitación. Invitaba la casa. No tuvimos más remedio que aceptar. Pasmaro repitió la jugada con las bolitas y pude controlar la embriagadora sensación del opio. Volvimos a follar, claro. Estaba follándome desde atrás con mi vestido enrollado en la cintura cuando entró el chico a ver si necesitábamos algo. No se extrañó al vernos. Con total naturalidad se acercó a mí y me cogió las tetas, las amasó, las juntó, me tiró de los pezones, jugó a placer con ellas. Yo estaba obnubilada por el opio y le dejé hacer hasta que me corrí como una perra. En cuanto me recuperé le di una colleja y le eché. Pasmaro me ayudó a vestirme muerto de risa. Tuvimos que pedirle a la señora que nos llevara a un sitio con aire fresco donde esperamos al propietario. Por fin llegó y negoció con Pasmaro, a mí me ignoró completamente. Acordaron precios, cantidades y plazos de entrega. La primera podría ser en tres días. Se despidieron cordialmente y salimos a la calle. Alquilamos un coche de caballos y nos dirigimos a un punto cercano donde hicimos esperar al cochero. Jos se reunió en un rato con nosotros asegurándonos que no nos seguían. De allí fuimos directos a palacio, donde nos recibió el capitán Tam. Nos condujo al despacho del príncipe y por el camino le expliqué la necesidad de Rayitas y planteé la posibilidad de buscarnos otra casa.
Pasmaro le contó todo al príncipe, hasta le dio el nombre que había utilizado el propietario del club.
—Pero ese no es su nombre real — dije yo — en realidad es tu primo Bestav.
—¿Mi primo? Imposible.
—Él no me ha reconocido pero yo a él sí. Era tu primo, mi príncipe.
—¿Y por qué lo haría? Aparte de las tierras tiene toda una flota mercante. Es uno de los hombres más ricos de Ispanha.
—Eso no lo sé, pero seguro que era él.
—De acuerdo, no hagáis nada de momento, lo consultaré con el rey.
Al día siguiente nos volvimos a reunir con él.
—He hablado con mi padre. Hay rumores de que mi primo ha perdido mucho dinero con algunas expediciones comerciales fallidas, por lo visto le engañaron con una gran partida de cereales. Ha perdido varios barcos también atacados por piratas. En cualquier caso el rey ha exigido pruebas, tendréis que hacer la primera compra y llevaros al capitán con vosotros para que sea testigo. En cuanto salgáis con el opio entrará la guardia real.
Esperamos al día convenido para volver al local de opio. Nos recogió el capitán en un coche de caballos, él se haría pasar por el conductor. Nos dio tres pesadas bolsas de monedas de oro para pagar el opio. Se había quitado su sempiterno uniforme y venía vestido normalmente, con un enorme sombrero totalmente deformado que ocultaría sus rasgos. Habíamos debatido el tema porque él quería entrar, pero le convencimos de que pondría todo en peligro. Sería mejor que esperara fuera. Jos también se ocultó en las cercanías como apoyo.
Nos habíamos citado en el local a una hora antes de lo normal para que no hubiera clientes, la misma señora de siempre nos condujo a un patio interior descubierto. Nada más entrar al patio pudimos oler la embriagadora fragancia del opio. Lord Bestav, desnudo de cintura para abajo, estaba sentado en un sillón mientras tres mujeres, también desnudas, le acariciaban y besaban. Una de ellas levanto la cabeza de su entrepierna por un momento y la reconocí como la esposa de unos de los nobles que me presentó el príncipe en la fiesta a la que me llevó a bailar. Parece que los intereses de Bestav eran variados, jajaja.
Al vernos llegar el Lord se levantó empujando a las mujeres y puso unos pantalones. Hizo una seña a un hombre que esperaba en un rincón y este nos trajo del interior del local tres grandes sacos. Mientras, las mujeres se entretenían jugando entre ellas. Las entendía muy bien, de respirar los vapores ganas me estaban dando a mí también.
Pasmaro hizo el intercambio, como la vez anterior Bestav me ignoró, solo se fijó en mi para acariciarme brevemente el trasero al pasar a mi lado. El esbirro contó el dinero y salimos con los sacos. Todo había ido de perlas. En cuanto salimos le hice una seña afirmativa al capitán. Este silbó y empezaron a llegar guardias. En cuanto se reunieron en la puerta entraron. A los pocos minutos salía el Lord, su esbirro y la señora entre guardias. Me sorprendió cuando Bestav se despidió y se marchó caminando.
—¿Por qué le dejáis irse? — pregunté enfadada al capitán.
—Es un Lord, ha prometido reunirse con el rey mañana.
—¿Pero no se escapará?
—No seas ingenua, Lesath. El Lord no irá a la cárcel. El rey le obligará a dejar el negocio del opio y harán algún tipo de acuerdo compensatorio.
—¿Y los demás?
—Esos seguramente sí vayan a la cárcel. Así es el mundo. Tenemos un buen rey, pero sigue siendo un rey, y la nobleza siempre tendrá sus privilegios.
Volvimos a casa decepcionados, me quedó una sensación agridulce. Por un lado habíamos terminado con el negocio del opio, que era algo bueno, por otro sin embargo, el culpable no sería castigado. Se debía reflejar en mi cara mi desencanto porque Pasmaro me intentó animar :
—No todo ha sido negativo, Lesath, al menos hemos sacado algo positivo.
—¿El qué? No se me ocurre qué puede ser.
—Todavía tengo las bolitas de opio que fuimos sustrayendo. Podemos hacer la fiesta más salvaje y desinhibida que recuerdes — me sonreía moviendo las cejas.
—Eres un pervertido, mago. Siempre pensando en lo mismo. Pero guárdalas, quizá algún día te deje usarlas conmigo y hagamos esa fiesta. Creo que si las conduramos, las podremos sacar mucho partido, jajaja.