La guerrera 08

Nuestro grupo de héroes se enfrenta a un mago malvado.

Esa mañana Hermión entrenó con nosotros. No se manejaba mal con la espada, había aprovechado bien los meses que pasó sola mientras los demás acabábamos con el comercio de esclavos. Fallaba sin embargo en el equilibrio, debido a la mala postura de los pies, la corregí varias veces y luego empecé a enseñarla a lanzar cuchillos. Durante el desayuno tuve una idea, le pregunté a Pasmaro en secreto y me indicó dónde ir. Me escapé de la casa sin decir nada y llegué a la tienda que me había recomendado el mago. Era un taller de prendas de cuero. Pagando generosamente conseguí un pantalón de cuero para Hermión. Elegí uno de hombre para que se ajustara a su “equipamiento” y le hice al artesano estrechar las perneras para que quedara ajustado. Le compré también un chaleco sin mangas, de cuero, abrochado por delante y con refuerzos metálicos en hombros y costados, para que le protegiera las costillas. En las dos prendas se podían sujetar cuchillos, incluso ocultar algunos. Volví para casa deseando dárselo, por el camino pasé por una zapatería e incluí también unas botas hasta la rodilla.

Cuando se lo entregué me abrazó emocionada y corrió a cambiarse. La esperé con los chicos en el salón. Bajó la escalera radiante. La quedaba todo fenomenal, sexy y peligrosa. El pantalón le marcaba el culo y las piernas y el chaleco estrechaba su cintura realzando sus senos. Guapísima. Se fue a practicar con la espada con Jos para ver qué tal se adaptaba al cuero. Volvió encantada. Me agarró la mano y me llevó a su habitación.

—Me gusta mucho, Lesath, muchas gracias otra vez, ahora voy igual que tú — abrazándome —, pero ¿cómo haces tú para que no te sude tanto, ya sabes, ahí abajo?

—Jajaja, es verdad, cariño, con el cuero se suda un montón. Tienes que depilarte, no es que vayas a dejar de sudar, pero ayuda mucho.

—¿Por eso tú no tienes ni un pelito?

—Claro, luego además te gustará. Tendrás todo suave como la piel de un bebé. Espera que te traigo mi navaja y lo haces cuando quieras.

Cuando volví con la navaja Hermión se estaba desnudando para cambiarse de ropa. Dejé la navaja sobre la cómoda y aproveché para pellizcarla el culito. En ese momento se abrió la puerta :

—¿Estás aquí, Lesath? Ha venido … — Pasmaro se detuvo boquiabierto al ver desnuda a Hermión. Su mirada oscilaba entre sus pechos y su miembro.

—Oh … eeee … perdón — se fue cerrando la puerta.

Hermión palideció y se llevó las manos a la cara tapándosela. Yo corrí a abrazarla.

—Tranquila, mi niña, no pasa nada, creo que ya era hora de que se enteraran — Hermión seguía muda —. Es mejor así — la decía sin dejar de abrazarla —, ahora eres parte del equipo y es mejor que no haya este tipo de secretos.

—Pero ¿no le daré asco? — mirándome entre los dedos que cubrían su rostro.

—¿Asco? ¿A Pasmaro? Tú no le conoces bien. Como bajes la guardia estarás gimiendo debajo de él en menos que canta un gallo. O quizá él debajo de ti, es un pervertido nuestro mago.

—¿Eso crees?

—Jajaja, verás como ahora no se separa de ti ni a sol ni a sombra, te perseguirá hasta llevarte a la cama como un perro en celo.

Hermión se calmó y estuvo un rato dándole vueltas. Se vistió y la convencí para que bajara conmigo. Por ella se habría quedado en su habitación durante treinta o cuarenta años.

—¿Soy parte del equipo? — me preguntó mientras bajábamos.

—Pues claro, tonta, y cuando estés preparada nos acompañarás a acabar con los malos.

Sonrientes nos reunimos con los chicos en el salón. Lo que Pasmaro quería decirme es que el príncipe había mandado recado para que acudiéramos al palacio al día siguiente temprano. Como no teníamos nada importante que hacer ensillamos los caballos y pasamos el día en el bosque más cercano a Matrit, para que Rayitas hiciera ejercicio. Nos llevamos comida y disfrutamos de un día alegre y relajado. Pasmaro, efectivamente, estuvo atento y muy cariñoso con Hermión, sonriéndole todo el rato con cara de idiota. Hermión, ya tranquilizada y divertida, se dejaba querer y me miraba cómplice de vez en cuando.

Esa noche enseñé a Hermión a depilarse, no lo tenía muy claro y me pidió ayuda. Quizá por ser la primera vez le quedó un poco irritado, a pesar de que la hidraté lo que pude, con la lengua, claro. Volvía a mi habitación cuando me encontré con Pasmaro que me hizo entrar a su habitación. Me hizo todo tipo de preguntas sobre Hermión y yo se lo aclaré todo. El bulto que vi en sus pantalones, junto a la excitación que traía yo de lamer el coñito de mi niña se unieron para tentarme. La segunda vez que me mordí el labio inferior Pasmaro me agarró de la cintura. Estuve a punto de rechazarle e irme, pero le había prometido a Hermión que me volvería a acostar con los chicos, así que en vez de marcharme le agarré el culo con las dos manos, pegando su erección a mi abdomen. En pocos segundos estábamos lamiendo nuestros cuerpos desnudos. Dedicó mucho tiempo a mis pechos, los apretujaba entre sus manos mordisqueando mis pezones, no tardé en empezar a gemir. Mientras yo le acariciaba el miembro, disfrutando de su dureza. Nos tumbamos en la cama y se puso sobre mí, metió la polla entre mis tetas, yo las junté con las manos y le dejé que se las follara, lamiendo su glande cuando se ponía a mi alcance. Bajó dejando un rastro de humedad por mi cuerpo hasta que llegó a mi coño. Sopló sobre mi clítoris y lamió mis labios, durante diez minutos me chupo y mordisqueó, haciéndome pedir más. Terminó follándome con la lengua, metida en mi vagina llevándome al cielo. Cuando le apreté entre mis muslos a punto de correrme, volvió a mi pecho y torturó otra vez mis pezones. Con dos dedos me penetró, bombeando dentro y fuera de mí, acariciando mi clítoris. Otra vez paró cuando me iba a correr. Empecé a enfadarme así que le tumbé en la cama y le monté. Puse su polla en mi entrada y me dejé caer sobre él. Casi me corro en ese instante. Empecé a cabalgarle buscando la culminación, el roce me estaba llevando al clímax, pero de repente la sensación se atenuó. Llevé mis dedos a mi clítoris para aumentar mi placer y recibir el orgasmo que me merecía pero mis dedos no llegaron, había algo que me lo impedía, una barrera invisible que no me dejaba llegar. El mago murmuraba debajo de mí, el muy capullo lo hacía a propósito, con alguno de sus pervertidos hechizos.

—Por favor Pasmaro, deja que me corra — gemí.

Pasmaro calló y las sensaciones volvieron, le cabalgué descosida ansiando culminar. El orgasmo se acercaba prometiendo ser brutal, apreté con mi vagina la polla de mi chico para vaciarle dentro de mí y … el placer se apagó de nuevo.

—Por favor, Pasmaro, por favor, maguito — supliqué entre jadeos.

Me agarro las tetas y me apretó los pezones, el placer volvió a llenarme. Algo desquiciada me lancé a por mi merecido orgasmo antes de que mi montura volviera a negármelo. Moví mis caderas desesperada, no pensaba, no razonaba, presentía un placer inconmensurable a mi alcance en pocos segundos. Pasmaro murmuró y me derrotó alejando nuevamente el ansiado final.

—Pasmaro, por favor, haré lo que sea, por favor, déjame correrme — supliqué de nuevo.

Me agarró las caderas y me embistió como un toro, ahora sus murmullos provocaban roces en mis pechos, en mi clítoris, me estimulaba con su hechizo, me bombeaba fieramente y yo le cabalgaba ganándome el clímax. El orgasmo fue demoledor, todo mi cuerpo convulsionó en un estallido de placer, arqueé la espalda hasta tocar el colchón con la cabeza, grité la liberación hasta que me quedé sin voz, espasmos nacían en lo más profundo de mi coño y recorrían mi cuerpo estremeciéndolo, colmándome de placer y abandono. Sentir a Pasmaro palpitando, llenando mi interior sólo sirvió para prolongarlo. Mi mago tiró de mis brazos recostándome sobre él sin sacarme el miembro, aferrado a mi culo y acariciándome la espalda. Me entregué a sus brazos disfrutando del momento, gozando de la intimidad hasta que me quedé dormida.

Cuando abrí los ojos a la mañana siguiente, sacudí a Pasmaro para despertarle. Me apetecía volver a follar con él. Por mucho que me hiciera sufrir la noche anterior, el orgasmo que me dio fue épico, cataclísmico. Cuando conseguí espabilarle un poco la sonrisa que me brindó no me gustó nada, había malicia en su mirada. Se levantó y me tendió un paquete que sacó de su armario. Era el que no me quisieron dar cuando trajeron los regalos para todos. Lo abrí recelosa y me encontré una microfalda de cuero con vuelo y un sostén que consistía en unos finos cordones y dos piezas cóncavas de metal para taparme los pezones únicamente.

—No pienso ponerme esto ni loca — le dije arrojándoselo al pecho.

—Te lo vas a poner treinta días, vas a estar guapísima.

—Ni de coña.

—Pasmaro, por favor, — dijo imitando mi voz — haré lo que sea, por favor, déjame correrme.

—Yo no he dicho eso — respondí empecinada.

—Lo dijiste, con esas mismas palabras, haz un esfuerzo y te acordarás.

Yo no lo recordaba, anoche mi cerebro dejó de dedicarse a nada que no fuera la búsqueda del placer, pero no me extrañaría que lo hubiera dicho. Creía muy capaz a Pasmaro de haberme engañado otra vez para que se lo dijera Si no supiera que haría cualquier cosa por mí le habría matado en ese momento.

—Trae — extendí la mano.

—Sólo puedes llevar esto, nada más. Bueno, y botas, puedes llevar botas. Te vas a ver preciosa. Voy a tener que madrugar otra vez, sacrificios que hace uno.

Recibió una almohada en la cara y se rio mientras se vestía. Yo me fui a mi habitación a lavarme y vestirme con ropa normal, teníamos que reunirnos con el príncipe y no me daría tiempo a practicar. Al menos no estrenaría ese ridículo atuendo. Cuando bajé estaban todos desayunando, por las risitas y sonrisas de los tres supe que Pasmaro se lo había contado. Hasta Hermión se reía. Traidora.

El capitán nos acompañó al despacho del príncipe Bekelar. Éste me felicitó por el tema de los esclavos y rápidamente nos expuso nuestra siguiente misión.

—Perdonad la brevedad, una inundación ha anegado tres aldeas del sur, tenemos que ayudar a los vecinos a reconstruir y volver a hacer practicables los caminos. Bueno, ya me he quejado bastante. Os necesito para que comprobéis Játiba, una pequeña ciudad del este. Tendrá cerca de mil habitantes. Empezó a dar problemas la última vez que fueron los recaudadores de impuestos. No hemos vuelto a verlos. Después mandamos un pelotón de soldados y tampoco volvieron. Mandamos otro después y lo mismo. Desaparecidos. No quiero mandar más y que se repita, vosotros podréis infiltraros discretamente en la ciudad y averiguar lo que pasa. Luego venid a informarme y decidiremos qué camino tomar. El capitán os dará el informe con fechas y demás.

Salimos del despacho con el capitán, en el último momento el príncipe me agarró del brazo y me quedé sola con él.

—Me hubiera gustado invitarte a cenar, Lesath — me dijo agarrándome las manos —, pero ya ves cómo estoy, si no es un problema, es otro.

—Lo dejaremos para otra ocasión, Beke, me encantará cenar con mi principito — le di un piquito en los labios y me reuní con mis compañeros, dejándole con una sonrisa en la cara.

Del informe que nos proporcionó el capitán solo resultó provechoso el mapa. Lo demás no nos dio ninguna pista de qué podría estar pasando. Decidimos partir a la mañana siguiente, tendríamos tiempo de preparar todo lo necesario. Hermión me prometió buscar al soldado que le enseñaba el manejo de la espada y seguir entrenando con él. Antes de acostarnos, Hermión me preguntó si, ya que Pasmaro sabía lo suyo, yo creía que se lo debía decir a Jos. Le dije que pensaba que sí. Que el sexo era algo muy normal para nosotros y que, como al final acabaría enterándose, mejor que se lo dijera ella. Me pidió que se lo dijera yo, porque a ella le daba mucha vergüenza. Esa noche hice el amor con Jos y luego se lo conté. Se rio como un condenado.

—Ahora entiendo que te acuestes tantas veces con Hermión, ella tiene ventaja sobre nosotros, y dime, ¿la tiene pequeñita?

—Qué va, la tiene preciosa, es un tamaño intermedio entre la tuya y la de Pasmaro.

—Me has excitado otra vez con esta conversación, ven aquí — se puso sobre mí —, paga por lo que has hecho.

Pagué encantada, había añorado a mi amigo de la infancia.

Después de despedirnos con alguna lagrimita de Hermión y de que los chicos la despidiesen con un beso en la mejlla, partimos hacia Játiba, tardamos poco en llegar, cuatro días por el camino real del este y otros dos desviándonos un poco hacia el sur por peores caminos. Los dos últimos días tuvimos que dormir al raso, eso sí. Rayitas fue el que más disfrutó del viaje, cada parada que hacíamos para comer nos traía algo de caza, faisanes, conejos, incluso una vez una gran serpiente, que dejamos que se comiera él.

Cuando llegamos a Játiba lo primero que hicimos fue buscar una posada para pasar allí unos días. La ciudad nos pareció de lo más normal, los comerciantes en sus tiendas, los niños jugando por la calle, gente paseando. En la posada nos recibió una mujer, oronda y agradable, mandó a un mozo llevar nuestros caballos al establo y nuestro equipaje a las dos habitaciones que alquilamos. Cuando la aseguré que Rayitas no se comería a sus dos perros tampoco tuvo problemas en dejarle subir a las habitaciones. En cuanto dejé mis cosas en la habitación, me lavé el polvo del camino y bajé a la posada a sentir el ambiente del lugar. Pedí una cerveza a una dicharachera camarera y me senté a escuchar las conversaciones de mi alrededor, intentado averiguar si pasaba algo raro en esa ciudad. Pasmaro y Jos no tardaron en bajar, espantando a un guapo joven que procuraba ligar conmigo. Era guapo pero creído, seguro que tenía mucho éxito con las jovencitas del lugar. Estuvimos los tres en silencio prestando oídos hasta que la parlanchina camarera nos sirvió la segunda ronda. La pregunté si ocurría algo extraño en Játiba.

—Yo no sé nada — se convirtió en una tumba, pasó de parlanchina a contestar con monosílabos, deseando marcharse.

No la presioné para no hacernos notar y salimos a dar una vuelta. Como no notamos nada peculiar volvimos a la posada a cenar, luego estuvimos un par de horas escuchando conversaciones, la posada se había llenado de gente, trabajadores que habían terminado su jornada y buscaban un rato de diversión. No sacamos nada en claro, ningún indicio que nos diera la más mínima pista.

A la mañana siguiente más de lo mismo, recorrimos toda la ciudad, entramos en tiendas, tomamos té en tabernas, pero nada. Volvimos a comer a la posada, jugué un rato con Rayitas, que nos esperaba en mi habitación y volvimos a salir.

La solución al enigma vino a nosotros cuando no la buscábamos, una pareja de soldados se dirigió a nosotros y nos interrogo :

—Buenas tardes, viajeros. ¿Qué les trae por Játiba? — nos preguntó uno de ellos.

—Hemos de encontrarnos con unos amigos — respondió Jos ciñéndose a la historia que teníamos preparada.

—Se alojan en la posada de la plaza, ¿Cuántos días piensan quedarse?

—En cuanto lleguen nuestros amigos, seguiremos camino con ellos.

—¿Y cuántos amigos son? — la voz del soldado era átona, como mecánica. Su rostro y el de su compañero no reflejaban nada, imperturbables.

—No creo que tarden más de un par de días ya.

—Bien.

Los soldados se dieron la vuelta y siguieron su camino. Esperamos a que se alejaran antes de hablar entre nosotros.

—Rápido — dijo Pasmaro — hay que seguirlos — echamos a andar en pos de los soldados manteniendo la distancia.

—¿Qué has visto, Pasmaro? — le pregunté.

—Creo que están hechizados. Un profesor de la abadía donde estudié castigó así a un alumno rebelde, durante dos días el pobre chico fue esclavo del profesor. Hablaba y actuaba igual que los soldados.

—Si fuera así quizá vayan a informar al mago que los controla — dije —. Muy bien, has estado rápido.

—Tus elogios me colman de orgullo, mi dama.

—No seas tontaina y no los pierdas de vista.

—Sí, mi señora — dijo riéndose entre dientes.

Seguimos a los soldados por la ciudad hasta llegar a una casa. Debía ser la mejor del pueblo, al menos la más grande. Dos soldados hacían guardia en la puerta. Los que nos habían interrogado la franquearon sin una sola mirada a sus compañeros. Vimos venir a otros dos soldados que recorrían el perímetro. Cuando se cruzaron con los soldados que guardaban la puerta hicieron igual, ni una mirada, ni un gesto.

—Volvamos antes de que nos vean — dije.

Nos reunimos en mi habitación. Pasmaro nos explicó que, si era lo que él pensaba, el mago sería muy poderoso.

—No se puede hechizar a tanta gente, cada persona bajo tu control requiere energía. No nos enseñaron el hechizo porque era demasiado avanzado, pero algo nos contó el profesor que lo utilizó, además, hay que renovarlo cada pocos días. El sujeto esclavizado puede pensar por sí mismo, pero está compelido a obedecer las órdenes del que le controle, no tiene ninguna posibilidad de resistirse.

—¿Conoces alguna forma de liberarlos? — preguntó Jos.

—Ninguna salvo matar al mago. Eso los liberaría, obviamente.

—Pues tenemos dos opciones — dije —, volvemos e informamos al príncipe o matamos al mago.

—Nuestras órdenes eran volver e informar — nos recordó Pasmaro —, pero me cabrea un montón que se use así la magia. Dejaríamos al menos otros doce días al mago para cometer todas las tropelías que quiera. Imagina lo que hará con las mujeres.

Yo no había caído, pero pensar en que le mago pudiera estar violando mujeres me decidió.

—Esta noche asaltaremos la casa y le mataremos.

—Bien — dijo Jos.

—Bien — dijo Pasmaro.

Cenamos y nos acostamos como hacíamos normalmente. A las dos de la mañana fui a por los chicos, bajamos sigilosamente las escaleras y salimos por la parte de atrás.  Recorrimos las silenciosas calles a oscuras y nos ocultamos frente a un lateral de la casa del mago. Los guardias de la puerta no estaban, pero la patrulla seguía dando vueltas a la casa, vigilando. No podíamos matar a los soldados, eran víctimas y no culpables. Rodeamos la casa buscando alguna forma de entrar. Al otro lado, en la tercera planta, había una ventana abierta. Teníamos una cuerda pero nos faltaba el rezón, deberíamos comprar uno para la próxima vez. Jos se descalzó y escaló por la fachada hasta la ventana y nos echó la cuerda. Pasmaro se agarró y medio trepó, medio fue arrastrado por Jos, finalmente subí yo. Dejamos la cuerda amarrada a una mesa de madera maciza y la dejamos enrollada junto a la ventana, por si teníamos que huir rápidamente. Jos abrió unos centímetros la puerta de la habitación y se asomó al pasillo. Nos hizo gestos para que le siguiéramos y salimos, al final del pasillo se veía una habitación iluminada con la puerta entreabierta. Llegamos a ella en silencio. Jos, que iba el primero, desenvainó la espada sin hacer ruido, Pasmaro y yo le imitamos, cuando Jos irrumpió como una flecha en la habitación le seguimos. El mago estaba de espaldas al fondo del salón, en cuanto nos sintió entrar se volvió y arrojó a nuestros pies una pequeña redoma de cristal, ésta se rompió y liberó un gas que nos rodeó y tuvimos que respirar. Nos detuvimos.

—Os estaba esperando. Tres extraños con un tigre alojándose en Játiba … , supongo que han empezado a sospechar. ¿Os envían de palacio?

—Sí — Jos y Pasmaro afirmaron a la vez.

Me quedé aterrada. El gas había hechizado a mis compañeros. Por la razón que fuera a mí no me había hecho efecto, quizá el amuleto de Astarté me protegía. Tenía que matar al mago para liberar a mis amigos.

—En el piso de abajo os esperan mis soldados, uníos a ellos, pronto nos tendremos que marchar en busca de pastos más verdes.

Pasmaro y Jos, que estaban por delante de mí, se dieron la vuelta pata salir obedeciendo al mago. Yo me lancé a por él. El mago al verme puso gesto incrédulo pero reaccionó deprisa :

—Detenedla, matadla.

Mis amigos, con las armas todavía en la mano, me atacaron. Interpuse mis espadas para detener las suyas, esquivé, rodé por el suelo, intenté acercarme al mago pero las armas de mis chicos me lo impidieron. Podía a controlar a Jos, pero a la vez esquivar la espada mágica de Pasmaro sin poder atacar me estaba resultando imposible. Era cuestión de tiempo que me matara. Recibí cortes en brazos y piernas y empecé a debilitarme. El amuleto me curaba despacio, restándome energía. Solo se oía el entrechocar de espadas y la risa del mago, protegido detrás de mis amigos, ahora sus esclavos. Jos me atacaba de frente y con mucha fuerza, cada vez que paraba una de sus estocadas me temblaba el brazo hasta el hombro, Pasmaro, sin embargo, movía su espada como una centella, o su espada le movía a él. Me di cuenta de que no duraría mucho y empecé a retroceder hacia la puerta, renunciando a matar al mago. Seguí recibiendo heridas que no pude evitar, cuando llegué a la puerta me di la vuelta para correr pero Pasmaro me alcanzó y me dio una estocada en el costado, profunda, ignoré el dolor y corrí por el pasillo, perseguida por los dos. Entré rauda en la habitación por la que habíamos entrado, envainé mis espadas y salté por la ventana agarrando la cuerda a la vez. A medio camino del suelo choqué contra la fachada, algo crujió en mi hombro cuando golpeé contra la pared. Me dejé caer los dos últimos metros hasta el suelo y corrí. Entre resuellos y horribles dolores llegué a la posada, entré por la puerta trasera que habíamos dejado abierta y subí a mi habitación. Recogí a Rayitas, recuperé mi caballo del establo y hui de Játiba. Espoleé a mi montura agarrándome como pude sin silla de montar y no paré hasta llegar a un bosque cercano, la pérdida de sangre y el agujero de mi costado me tenían rota, mareada y débil. Me interné todo lo que pude en el bosque antes de perder la conciencia y caer del caballo a la negra oscuridad.

Me desperté al amanecer, entumecida y con muchos dolores, Rayitas, a mi lado me lamió la cara. Oí una corriente de agua y me acerqué entre tropezones, me desnudé y lavé las heridas en un mísero chorrillo que corría entre los árboles, las tenía mejor, pero el amuleto ya había hecho todo lo posible, sin recargarlo no me sanaría más. Me pudo la debilidad y volví a caer desvanecida.

Me desperté varias horas después con una agradable sensación. Abrí los ojos y vi los árboles, sus verdes hojas se mecían con el viento, al notar un cosquilleo levanté la cabeza para ver a Rayitas lamiéndome la entrepierna. Sería mi debilidad o la necesidad que tenía de energía, ni siquiera creo que tuviera fuerzas para apartarle, así que volví a apoyar la cabeza en el suelo y le dejé hacer. Tenía una lengua grande y áspera, que me lamía toda la vagina de una vez, con cada lametón me humedecía más y más con su saliva y mis jugos. A pesar de mi flojera, doblé las rodillas para facilitarle el acceso. Me había abierto ya los labios y me lamía entera, mi rajita, mi clítoris, hasta el agujero de mi culito era estimulado por esa lengua maravillosa. De mis labios surgían apagados gemidos que me calentaron más todavía, mientras mi gatito seguía lamiéndome sin freno.

—Sí, gatito, sí ….

Me corrí con un largo gemido que me devolvió algo de fuerza. Respiré hondo varias veces y me di la vuelta para levantarme, Rayitas se me echó encima. Asustada hice otro intento de levantarme pero solo conseguí quedar a cuatro patas bajo su gran cuerpo. Me resigné a lo inevitable y grité cuando me empaló con su gran miembro. Arqueé la espalda para evitar el dolor pero eso facilitó que entrara más profundamente. Rayitas me culeó a velocidad endiablada, su enorme polla me penetraba hasta el fondo una y otra vez, enseguida mis gemidos se sucedían, mis tetas se movían alocadas y yo levantaba el culo buscando más placer. Mi gatito me había convertido en su gata.

—Sigue gatito pervertido … sigue follándome.

Me estaba volviendo loca, su gran cuerpo me tenía sometida a su lujuria, sus patas delanteras sobre mis hombros y su lengua humedeciéndome la espalda y el cuello. Giré la cabeza para verle y me lamió la cara, mi lengua salió en su busca y nos lamimos mutuamente. El placer me estaba aniquilando.

—Así gato, así … me voy a correr … sigue … no pares … fóllate a tu gatita.

Rayitas redobló sus embestidas, mi coño estaba a punto de derretirse, el calor que producía su polla ensartando mi coño con un ritmo desquiciado iba a consumirme entre llamaradas. Sentí los potentísimos chorros del semen de mi tigrecito llenándome, colmándome, hirviendo en mi interior.

—Me corro, Rayitas, me corro … gato cabrón …. sigue … soy tu gataaaaaaaa ….

Mis brazos fallaron y di con la cara en el suelo, mi energía había vuelto pero los estremecimientos de placer me tenían rendida entre temblores. Rayitas retrocedió sobre mí, solo pude quedarme postrada emitiendo ruiditos incomprensibles con el culo en pompa. El enorme caudal de semen salía de mi coño resbalando por mis muslos, provocándome más estremecimientos. La lengua de Rayitas se encargó de limpiarme, me lamió los muslos y el coñito, su esmero me hizo disfrutar de un suave orgasmo más, que me restauró completamente. Me puse de rodillas y me abracé al cuello del tigre.

—Gracias Rayitas — le dije cariñosa — has estado fantástico.

Le recompensé con un beso, como se besa a un amante, como se besa a alguien muy querido. Deseché el pensamiento de haber hecho algo malo y perverso, no podía ser malo algo hecho con cariño y confianza, algo que uniera, que reflejara lealtad y amistad. Cuando me lamió la cara abrí la boca y dejé que entrara en ella. Mi lengua jugó con la suya expresando todo lo que le apreciaba, lo que le quería.

Como me estaba poniendo cachonda otra vez y no quería repetir con mi gatito, al menos de momento, jajaja, me lavé y me vestí con mis desgarradas ropas, las peores heridas seguían abiertas pero ya en proceso de curación. Al día siguiente no tendría ni cicatrices. Por la posición del sol debía ser cerca de mediodía. Busqué el caballo pero no lo encontré, la presencia de Rayitas lo debió ahuyentar. Tenía que decidir qué hacer, si volver a Matrit a por ayuda o enfrentarme yo sola a la situación. Eso lo decidí enseguida, no abandonaría a mis amigos. Ahora tendría que pensar un plan. Se me ocurrieron varios y los deseché, por ejemplo, si el día anterior hubiera simulado estar esclavizada habría funcionado, ahora el mago no caería en la trampa. Rayitas me trajo un conejo y comí. Seguí pensando y pensando con infructuosos resultados toda la tarde, al final me dormí sin saber cómo rescatar a mis compañeros.

Desperté con los lametones de Rayitas y jugué un rato con él, evitando con dificultad que metiera su cabeza entre mis piernas. Mis heridas habían desaparecido y me mente estaba clara, reconstruí el ataque al mago y su fracaso cuando se me encendió la bombilla. ¡Claro! ¡Podría funcionar! El plan era tan sencillo que me maldije por no haber caído antes. La mayor dificultad sería volver a Játiba sin que me detectaran. Me puse en camino enseguida, cuando llegué al límite de los árboles dejé a Rayitas, me costó muchísimo convencerlo pero al final se internó en el bosque a esperarme. Al acercarme a la ciudad, que no estaba amurallada por su poca importancia y no estar cerca de ninguna frontera, observé tres caminos principales por los que entraban y salían carros, los granjeros y agricultores de la zona llevaban sus productos para vender y salían con ellos vacíos. Me interné intentando pasar desapercibida entre las primeras casas y me acerqué a la calle principal, me oculté en un callejón sin salida y esperé. No tuve que esperar mucho cuando una pareja de soldados pasó por la calle haciendo la ronda. Grité para llamar su atención y me escondí entre las cajas que casi tapaban la puerta de atrás de un taller. En cuanto los dos soldados pasaron salté sobre ellos y les noqueé con las empuñaduras de mis espadas con sendos golpes en la cabeza, les arrastré a lo más profundo del callejón y me dispuse a probar mi teoría. Si funcionaba el resto sería fácil, si fallaba tendría que volver a huir y pensar otra cosa.

Me quité el amuleto de Astarté y se lo puse a uno de los soldados en la frente, luego le sacudí y abofetee hasta que despertó. Me observó con la mirada perdida que tenían todos los que habían caído en las redes del mago, yo recé a mi diosa y, de pronto, su mirada se aclaró.

—Uf, me duele la cabeza. ¿Qué ha pasado?

Él mismo se apercibió enseguida de lo que pasaba.

—¡Me has liberado! — gritó.

—No grites — le dije tapándole la boca. Él asintió enérgicamente con la cabeza.

—Estoy libre, ¿cómo lo has hecho? ¿Quién eres?

—Me envía el príncipe Bekelar. Antes de nada dime qué ha sido de Jos y Pasmaro, mis amigos.

—Si son los dos que capturó el mago ayer están bien, se han sumado al resto de los soldados.

—Bien, es una gran noticia. Te he quitado el hechizo con un amuleto mágico. Espera que voy a repetirlo con tu compañero.

Mientras yo despertaba al otro soldado, él me contaba que llevaba meses bajo el dominio del mago, que le odiaba con toda su alma y le hubiera estrangulado con sus propias manos, pero que no tenía voluntad, sólo podía obedecer y hacer lo que el mago le pidiera.

Liberé al otro soldado y sus reacciones fueron parecidas. Cuando los dos se calmaron les expliqué lo que tenían que hacer.

—Necesito que me traigáis a vuestros compañeros de dos en dos para que los libere del poder del mago. ¿Podéis hacerlo?

—No será fácil, cada uno tiene sus órdenes y somos incapaces de no cumplirlas. Si decimos que te hemos visto vendrán en gran número.

Eso complicaba mucho las cosas.

—Podemos, eso sí, esperar a la siguiente ronda y traer a otros dos — dijo uno de ellos.

—¿Cuánto tardarán en pasar?

—Como una hora, pero después de esos dos no veo la manera de atraer más salvo que venga un pelotón entero.

—Bueno, esperemos la ronda y pensemos mientras en algo.

Mi intención es que los soldados hicieran creer al mago que seguían esclavizados y le mataran ellos mismos. Me explicaron que cada tres días les hacía oler el gas que renovaba el hechizo, que la última vez había sido ayer. Esa era una buena noticia. Nuestra mejor opción para acabar con el mago, sería pillándole fuera de su laboratorio, para que no tuviera sus redomas de gas al alcance. Siempre había una pareja de guardias en la puerta, si consiguiéramos liberar a esos guardias o sustituirlos por guardias libres, podrían matarle fácilmente cuando saliera del laboratorio. A ninguno de estos dos les tocaba ese puesto ni sabían a quién.

Capturamos y liberamos fácilmente a los otros dos soldados. Repetimos todas las explicaciones. Afortunadamente les tocaría guardia en el laboratorio la mañana siguiente.

—Es un riesgo, deberéis simular el resto de tarde y por la noche. Espero que lo hagáis bien.

—No creo que sea mucho problema — dijo uno —, los compañeros no se fijarán en nada, solo el mago podría darse cuenta.

—¿Entonces mañana estaréis en la puerta antes de que entre el mago?

—Sí, suele trabajar hasta tarde, así que no madruga. Lo normal es que llevemos ya un par de horas cuando llegue.

—Vale, pues hacedlo bien, cuando llegue no hagáis ni un gesto, ni una mirada, si os pregunta algo contestadle con voz átona, que no se dé cuenta, os lo suplico.

—No te preocupes, lo haremos bien.

—¿Tenéis cuchillos?

—No, solo espadas.

—Pues tomad — les entregué dos de los míos —, dejadle pasar entre vosotros y acuchilladle antes de que entre al laboratorio. No dudéis, vuestras vidas y las de vuestros compañeros dependen de vosotros. El cuello es un buen sitio, los riñones también, si es posible no paréis de apuñalarle hasta estar seguros de que está bien muerto.

Me miraron con algo de espanto pero asintieron.

—Lo haremos. Por nuestros compañeros.

—Pues volved a vuestras tareas y recordad : sois zombis.

Se fueron y me quedé sola. Ya había puesto todo en marcha, ahora venía lo peor. Esperar a que mi plan funcionara sin poder hacer nada, limitándome a aguardar la mañana. Apilé algunas cajas y basura en el fondo del callejón y me oculté detrás esperando que se hiciera de noche, luego esperé a que llegara la mañana. No pegué ojo, mis nervios no me dejaron y el miedo de que me encontrara alguien me mantuvo despierta.

En cuanto amaneció, empezó a moverse gente por las calles, pocas personas al principio, artesanos acudiendo a su taller, mujeres que iban a limpiar las tabernas, repartidores llevando pan o leche. Me deslicé de callejón en callejón hasta llegar frente a la casa del mago, donde me escondí a seguir esperando. Debí haberme quedado quieta donde había pasado la noche, hubiera sido más seguro, pero era incapaz. Oculta tras un abrevadero de piedra en desuso, sin tener modo de medir el tiempo ya que los edificio me tapaban el sol pasaron varias horas. Vi cambiar a los guardias de la puerta, vi salir varias parejas de soldados a hacer sus rondas, yo, destrozada por los nervios esperé lo que me parecieron varios años hasta que un montón de guardias salieron corriendo por la puerta, gritando, riendo, abrazándose, varios de los que habían salido antes volvieron para abrazar a sus compañeros. Me acerqué despacio buscando entre ellos a mis hombres y no los encontré, pregunté a varios soldados pero me ignoraron entre la alegría de su celebración. Por fin salieron, aparecieron tranquilamente vestidos de uniforme.

—¿Por qué has tardado tanto? — me dijo Pasmaro cuando se acercaron a mí.

Le di un puñetazo en la nariz. No muy fuerte pero sangró. Luego me eché en sus brazos, y luego en los de Jos. La gente de la ciudad empezó a llegar, preguntando a los soldados que les informaron que todo había pasado. El primero al que liberé ayer les dijo a todos que había sido gracias a mí y, aunque intenté resistirme, me subieron a hombros, entre varios de ellos me llevaron aupada por la calle principal gritándome “hurras” y “vivas”. Conseguí bajarme cuando llegamos a mi posada, no sin que antes alguno de los soldados me diera un buen magreo de culo. En la posada fui a la cuadra y ensillé el caballo de Jos y salí pitando en busca de Rayitas. Le abracé y besé y volvimos a Játiba tranquilamente. Esa tarde, nada más comer, nos despedimos de todos, la posadera no nos quiso cobrar y nos obligó a aceptar provisiones para el camino. Los soldados hicieron un pequeño desfile en nuestro honor, ellos partirían al día siguiente de vuelta a Matrit. El alcalde nos dio las gracias en nombre de todos los ciudadanos.

Cuando esa noche acampamos para dormir, tanto Jos como Pasmaro me pidieron perdón muy dulcemente, estaban afligidos por haber peleado contra mí, por haberme herido. Me estaba quedando dormida cuando uno de ellos me preguntó cómo me había recuperado tan rápido.

—Tuve que follar, me encontré con alguien en el bosque que me recargó el amuleto. ¡Era una bestia!