La guerrera 07

Nuestros amigos combaten el comercio de esclavos. Su estrategia no funciona del todo bien.

Llegamos a Matrit al atardecer, la cola para entrar a la ciudad era escasa, por lo que tardamos poco en atravesar las murallas. Nos costó más que permitieran que entráramos con Rayitas. Tuve que amenazar a los guardias con quejarme ante el mismo príncipe para que cedieran y permitieran el paso de mi tigre azul.

Una vez en palacio solicitamos ver al capitán Tam, que nos tuvo esperando media hora hasta que salió a recibirnos.

—Me alegro mucho de veros – nos dijo -, acabo de hablar con el príncipe y me ha pedido que os acompañe a vuestra nueva residencia. El no podrá veros hasta pasado mañana. Esperad que consiga un caballo y os acompaño.

Nos guio por las empedradas calles de Matrit, en un breve recorrido hasta una casa cercana a palacio. Sin ser una mansión de las que poseía la nobleza, eran una casa grande de dos plantas en una buenísima zona de Matrit.

Accedimos por un callejón lateral a la cuadra donde desensillamos y dejamos a los caballos. Retrocedimos a la puerta principal y tras llamar a la puerta, accedimos al interior. Nos esperaban dos jovencitas que serían nuestra servidumbre. Era la primera vez que tendría criadas, no estaba segura de que me gustara tener extrañas en casa, pero era una novedad bienvenida. El capitán se despidió y nos quedamos con Maria y Lucía, dos lindas primas de apenas dieciséis años que se ofrecieron a enseñarnos la casa. Lo primero que hice fue pedirles que nos llevaran al jardín, allí les presenté a Rayitas y les obligue a acariciarlo. Si le tenían miedo lo pasarían muy mal. Rayitas les lamió la mano como un buen gatito y con las chicas más tranquilas pudimos continuar. El jardín estaba muy bien, del ancho de la casa y como el triple de largo nos permitiría practicar con las armas. La planta de abajo consistía en un recibidor, una cocina, con las dos habitaciones de las chicas, un salón enorme con la escalera que subía al piso de arriba, un comedor y una pequeña biblioteca con cuatro sillones y varias pequeñas mesitas. Las paredes cubiertas por estanterías llenas de libros. Pasmaro iba a disfrutar aquí. En la planta de arriba había un saloncito con sofás y siete grandes dormitorios ¡siete! Tendríamos cada uno el nuestro y sobrarían cuatro. O tres, si Hermión decidía quedarse con nosotros. Yo me quedé con la primera habitación, hacía esquina y tenía dos ventanas. Ocupó la habitación de al lado Hermión, la de enfrente Jos y a su lado Pasmaro. Todas estaban amuebladas de forma similar, cama, armario y un mueble bajo con cajones. También disponían de un sillón y una mesita escritorio con su correspondiente silla.

Repartidas las habitaciones, bajamos a la cuadra a por nuestro equipaje. Llegamos a través de un acceso que había en el jardín. Le encargué a Pasmaro que hablara con María y Lucía para organizar la casa, las compras y demás. En un par de horas nos reunimos todos en el salón y dimos una vuelta para conocer el barrio y que el barrio conociera a Rayitas y no echaran a correr cuando le vieran, jajaja.

Pasamos un par de días aclimatándonos a la casa y a la ciudad y clavando unos postes en el jardín para nuestros ejercicios de puntería,  apenas vimos a Pasmaro, que estaba todo el día correteando por ahí. Fuimos llamados a palacio finalmente, el capitán nos acompañó a los tres al despacho del príncipe Bekelar y se quedó con nosotros. El príncipe se levantó de la mesa a la que se sentaba y nos saludó afectuosamente.

—Es un placer tener aquí a mis salvadores. ¿Os ha gustado la casa?

Charlamos unos momentos y enseguida nos sentamos alrededor de la mesa.

—Perdonad que vaya tan pronto al grano, pero han coincidido aquí dos embajadores extranjeros y estoy de reuniones hasta arriba. Este es vuestro contrato, leedlo y, si os parece todo bien, firmadlo – dijo entregándomelo.

Yo se lo pasé a Pasmaro que lo leyó rápidamente.

—Me parece bien – me dijo -. Diría incluso que es muy generoso.

—Pues firmémoslo.

Después de firmarlo el príncipe lo guardó en un cajón.

—Vuestra primera misión para el reino será terminar con los esclavistas que se mueven a sus anchas por el norte del reino. Yo tengo que irme ahora pero el capitán Tam os dará todos los detalles. Por si no puedo veros antes de que partáis : Buena suerte.

El capitán nos explicó que, aunque la esclavitud estaba prohibida en el reino, los traficantes de esclavos utilizaban varias rutas del norte para moverse de uno a otro reino.

—Se unen varios traficantes para cruzar por Ispanha. Entre todos juntan treinta o cuarenta guardias y hasta ahora nos han esquivado. Quizá, como siempre hemos mandado un escuadrón de sesenta soldados, nos detectan y nos evitan. Seguramente vosotros paséis desapercibidos y deis con ellos. El príncipe me ha encargado deciros, y yo estoy totalmente de acuerdo, que no arriesguéis vuestras vidas, seguro que hay riesgos, pero medidlos bien y sed prudentes.

Nos entregó a continuación mapas e informes y nos acompañó a la puerta.

—Revisadlo, mañana iré a veros por la mañana y me decís qué habéis pensado.

Dejé en casa a Jos y a Pasmaro con la documentación y salí con Hermión en busca de su tío. Como se dedicaba a los tintes, igual que sus padres, no fue difícil de localizar. Llamamos a la puerta del taller y nos abrió una mujer de mediana edad con una expresión agria en la cara.

—¿Qué se les ofrece? – preguntó después de repasarnos con la mirada.

—Hola tía, soy Hermión, la hija de tu cuñada.

—Ya me he enterado, no es que me extrañara lo que pasó, tus padres siempre fueron unos manirrotos.

Hermión se quedó con la boca abierta, ni condolencias, ni muestras de cariño, esa mujer era una arpía. Ante el silencio de Hermión dije a la mujer :

—Nos gustaría ver a su marido, ¿puede avisarle?

La mujer no parecía muy convencida pero nos hizo un gesto para que pasáramos.

—Esperad aquí – y se metió por un pasillo al fondo del taller.

Le agarré a Hermión la mano dándole apoyo. El taller olía fatal, los líquidos que se usaban para teñir las prendas tenían esa característica. A pesar del olor el taller estaba impoluto y ordenado, supongo que la sargento que nos abrió no consentiría el más mínimo desorden bajo pena de muerte.

Desde el fondo del local apareció un hombre acompañado de la arpía. Desde luego parecía más agradable que su mujer, dándose un aire de familia con mi amiga.

—¿Eres Hermión? – preguntó dirigiéndose a ella -. Siento mucho lo de tus padres. Fue un golpe enterarme de lo que pasó.

—Gracias tío, la verdad es que lo pasé muy mal – Hermion recibió un breve abrazo de su tío.

—¿Y cómo es qué estás en Matrit?

—Verás tío, sois la única familia que tengo. Salí de Berlinus con la intención de vivir con vosotros.

—¿Aquí? ¿Con nosotros? – dijo su tio.

—Eso es imposible – intervino la arpía -, no podemos alimentar una boca más.

—Calla mujer, si quieres Hermión, puedes quedarte con nosotros.

—No necesitamos ayuda en el taller – insistió la sargento -, pero si mi marido lo dice te puedes quedar. Como eres una chica guapa te casaremos pronto.

A Hermión le iba cambiando la cara. No la tenía feliz cuando entramos al taller pero ahora estaba desolada.

—No será necesario – dije -, en realidad solo veníamos a saludar, Hermión quería conocer a su querida familia. Ella ya tiene casa. Vivimos juntas muy cerca del palacio.

La cara de Hermión se iluminó y la de su tía se crispó más si cabe. Solo de saber dónde vivía su sobrina la hizo burbujear de envidia.

—Adiós, señores, ha sido un placer.

—Adiós, tíos.

En cuanto salimos del taller Hermión se echó en mis brazos y me llenó la cara de besos.

—Vale, vale, cariño. Te quedarás con nosotros, pero tendrás que colaborar. Aprenderás a luchar y, cuando tengas suficiente habilidad, nos ayudarás.

—Lo que tú digas, Lesath. Me convertiré en una guerrera, la gente temblará al verme, Grrrrrrr.

—Jajaja, no espero tanto, pero eso sí, para que des más miedo te haré unas cicatrices en la cara.

—¿Qué? – me dijo con expresión horrorizada.

—Sí mira, por aquí, por aquí y por aquí – iba marcando sus mejillas y frente con un dedo. Se quedó con la boca abierta hasta que no pude más y me partí de risa.

—¡Qué susto me has dado!

Así, entre risas y abrazos, volvimos para casa. Pasmaro y Jos se alegraron muchísimo de que se quedara con nosotros.

El capitán acudió al día siguiente y no pudimos concretar mucho. Habíamos decidido esperar a estar sobre el terreno antes de definir un plan de acción. Le dijimos que partiríamos al día siguiente, rechazamos los guardias que nos ofreció para acompañarnos parte del camino y nos despedimos. Antes de irse me entrego un documento firmado por el príncipe, una especie de salvoconducto para enseñar a los alguaciles o a los soldados para que supieran que trabajábamos para el reino. Yo le pedí que mandara a alguien a enseñar a Hermión el manejo de la espada. Yo la había empezado a enseñar pero, como estaríamos fuera al menos dos meses, no quería desperdiciar tiempo. Me dijo que varios guardias estarían encantados de darle lecciones por algunas monedas.

Esa noche dormí con ella. Hermión era una amante generosa y sumisa. Con los chicos yo unas veces era dominante y otras me gustaba que me manejaran a su antojo, pero el único objetivo de Hermión era darme placer y esperaba a que la ordenara algo antes de hacerlo. Me gustaba. Con la que más disfrutaba era acariciándola, tenía una piel blanca y muy suave, como la de un bebé, y sus pequeños pechos me volvían loca. Acabamos follando conmigo sentada en su regazo, nuestros pezones rozándose y sus manos acariciando mi trasero. Después del clímax, nos besamos largamente.

—Voy a echaros muchísimo de menos, a ti sobre todo – me dijo soñolienta entre lágrimas.

—Verás como antes de darte cuenta estamos de vuelta.

—Va a ser mucho tiempo, y voy a quedarme sola.

—Tendrás a María y a Lucía para hacerte compañía – mientras hablábamos la acariciaba la carita -. Ahora serás la mujer de la casa. Encárgate de que todo vaya bien. Si necesitas algo manda a alguna de las chicas a buscar al capitán, él te ayudará.

—Vale, pero contaré los días hasta que volváis.

Acariciándonos las dos nos quedamos dormidas. Justo antes de que el sueño me llevara me di cuenta de que un trocito de mi corazón era de esa niña.

Partimos al día siguiente, nos despedimos de las primas y largamente de Hermión, que lloraba alicaída. Llevábamos dos caballos más para acarrear todos los pertrechos y, por supuesto, a Rayitas. Le vendría muy bien salir de Matrit. En nuestra cabaña podía corretear todo lo que quisiera, pero aquí se quedaba en el jardín todo el día, el pobre. Los primeros días fueron muy buenos, el camino real pasaba por muchos pueblos y pernoctamos siempre en posadas. Según nos fuimos alejando de la capital, había menos pueblos y empezamos a dormir al raso. Cuando parábamos para acampar, después de jugar un rato con Rayitas y cenar, cada día dormía con uno de mis hombres. Ya no nos escondíamos para fornicar, desde que me habían follado todos los agujeros entre los dos, lo hacía con uno aunque el otro estuviera delante. Jos normalmente se daba la vuelta e intentaba dormir, Pasmaro sin embargo, se hacía una paja disfrutando del espectáculo. Así fueron pasando los días hasta que llegamos al norte del reino. Era una zona boscosa y accidentada, con unas pocas pequeñas aldeas. Recorrimos tres de ellas preguntando, buscando información, hasta que nos dimos cuenta de que nadie nos contaría nada, llegamos a la conclusión de que estaban amedrentados por los esclavistas. Al final tuvimos la suerte de conocer a un viejo trampero que había pasado desapercibido para los traficantes. Este hombre sí nos dio pelos y señales. Nos señaló en el mapa las rutas que solían usar y nos dijo que pasaban cada dos meses o así, que de hecho ya deberían haber pasado.

Nos situamos en un pico desde el que podríamos verlos venir. Desde las alturas podríamos observar tres de las cuatro rutas que nos había indicado el trampero. Confiamos en la suerte de que no eligieran la cuarta. Tuvimos que esperar seis días. Al séptimo vimos llegar una caravana con ocho carros. Sigilosamente nos acercamos para revisarla más de cerca. Unos treinta y cinco individuos, casi todos hombres pero también algunas mujeres, escoltaban los carros, estos estaban enrejados como celdas móviles y estaban repletos de esclavos con los pies encadenados para que no pudieran correr. Les seguimos durante dos días. A mediodía sacaban a los esclavos a hacer sus necesidades, les dividían en tres grupos y les daban de comer de una olla enorme que preparaba uno de los guardias. Por la noche repetían la operación, pero les ataban unos a otros y les permitían dormir al raso, directamente sobre el suelo. Dos de los guardias llevaban látigos que no dudaban en usar ante cualquier retraso en obedecer. No vimos que les quitaran las cadenas en ningún momento. Los guardias montaban una gran tienda en la que dormían tres hombres. Suponíamos que eran los tres mandamases de la caravana. Cada noche elegían a dos o tres de las esclavas más jóvenes y las llevaban a la tienda, también entraba una de las guardias. Los sonidos que escuchamos dejaban claro lo que pasaba dentro.

Debatí largamente con mis compañeros la mejor forma de terminar con los esclavistas, pero no encontramos ninguna manera que nos garantizara el éxito. Al final, usando una idea de Jos y añadiendo la mía propia, planteé la estrategia.

—La caravana todavía seguirá seis días en Ispanha antes de la frontera. Podemos dedicar dos días a matar guardias. Debemos hacerlo sin que sus compañeros nos detecten. Atacaremos al último de la fila y nos llevaremos el cuerpo. Rayitas puede dejarse ver para que piensen que ha sido él el que los mata.

—Me parece bien – dijo Jos -, pero no podremos acabar así con todos.

—No, pero reduciremos su número. El tercer día me dejaré capturar, una vez dentro de la caravana intentaré matar a los jefes y a todos los guardias que pueda. Sin los jefes para organizarlos será mucho más fácil vencerlos. Hay multitud de sitios para que tú los embosques y acabes con muchos con el arco. Luego, entre Rayitas, tú y yo acabaremos con el resto.

—No me gusta nada, Lesath – dijo Pasmaro -, es un riesgo inaceptable, además ¿cómo piensas matar a los jefes?

—Me llevarán a su tienda, eso déjalo de mi cuenta.

—Sigue sin gustarme.

—A mí tampoco me gusta – intervino Jos-, no tenemos ninguna garantía de que una vez en su tienda puedas acabar con ellos, cada una de estas noches eran cuatro bandidos los que estaban dentro. Confío en tu capacidad, pero contra cuatro y desarmada puede ser imposible. Puedes acabar vendida como esclava en otro reino.

—Yo no veo otra manera, tampoco me gusta, pero hay que liberar a todas estas personas – insistí.

—Esperad, tengo una idea – Pasmaro nos conminó a guardar silencio unos momentos -. Todos beben agua de la tinaja grande del primer carro. Puedo macerar hierbas narcóticas que les hagan dormir, o al menos atonten a los que la beban. Nuestras posibilidades aumentarían mucho. El problema estriba en conseguir echar a la tinaja las hierbas.

—De eso me encargo yo. Por la noche y con el brazalete debería ser capaz de hacerlo – dijo Jos.

—Pues repasemos el plan : Durante dos días cazamos a los que podamos sin riesgo. Al tercer día dejo que me encuentren y me capturen. Tú, Jos, echas las hierbas en el agua esa noche, yo intentaré que esa noche no me elijan. A la noche siguiente ya todos deberían haber bebido, conseguiré que me lleven a la tienda. Cuando me veáis salir atacáis. Chupado ¿no?

—No me acaba de gustar, hay muchas cosas que pueden salir mal, pero no se me ocurre nada mejor – Jos me miraba preocupado.

Esa misma noche acabamos con dos bandidos. A la mañana siguiente, justo al amanecer,  Rayitas pasó como un rayo frente a ellos. Eso convenció a los esclavistas de que el tigre era el responsable de las desapariciones. Por contra, los hombres procuraban no quedarse solos, tenían miedo y se agrupaban. Solo pudimos matar a uno ese día, la noche sin embargo fue más productiva. Quitamos de en medio a cuatro más. Iban en parejas y no fue difícil matarlos con el arco de dos en dos. A la mañana siguiente no tuvimos ninguno a nuestro alcance. Por la tarde me preparé para ser capturada, cambié mis pantalones de cuero por unos de Pasmaro, le abrí algunos agujeros y le ensucié lo que pude, me quité la chaqueta e hice lo mismo con la camisa. Como llevaba unas buenas botas y no tenía zapatos para cambiarme me descalcé. Dejé todas mis armas y me escondí el medallón de Astarté bajo el pelo. Me dejé sobre el bíceps la correíta de cuero, pero el pequeño medallón lo sujeté con horquillas sobre mi cuello, tapado con el pelo. No quería que me lo quitaran.

Me encontraron en el camino andando fatigosamente, con la cara sucia y la ropa maltrecha. En cuanto vi la caravana eché a correr huyendo de los bandidos, pero dos de ellos, montados a caballo, me alcanzaron enseguida. Me derribaron al suelo, me levanté para seguir corriendo pero uno de ellos me agarró del brazo y me levantó tumbándome boca abajo sobre el caballo delante de él. Yo me revolvía pero con su mano en la espalda no podía hacer mucho.

—Mirad lo que he encontrado en el camino – les dijo a sus compañeros cuando me llevó entre los carros.

—Encadénala y métela en un carro, no pierdas tiempo.

Pararon la caravana el tiempo necesario para encadenarme, abrieron la puerta de uno de los carros y me arrojaron dentro. Alguno de los esclavos me miró compasivamente, pero la mayoría ni se molestó. Habían aceptado su situación, se habían rendido. Pasé el resto de la tarde acurrucada en el carro. Cuando nos sacaron por la noche me encogí y cené en completo silencio intentando pasar inadvertida, luego me tumbé para dormir en el sitio más oscuro que pude. Tuve suerte y se llevaron a tres chicas de otro grupo, uno de los jefes se había encaprichado de una de ellas y la reclamaba todas las noches.

Al día siguiente la misma rutina, Jos debía haber echado las hierbas en la tinaja y además habían desaparecido otros dos guardias. Cuando bajamos del carro a comer, yo dediqué mi ración de agua a lavarme como pude, agrandé los agujeros del pantalón de manera que se vieran bien mis piernas y abrí otros agujeros en la camisa, dejando ver el nacimiento de mis pechos. Me estiré cuando nos levantaron para que se fijaran en mí. Por la noche igual, antes de sentarnos me estiré con las manos en la espalda resaltando mis pechos y apartando el pelo de mi cara mostrando mis ojos verdes. Sonreí tímidamente a uno de los jefes y me senté a cenar.

—¡Estás loca! – susurró la chica que tenía al lado.

Yo le guiñé un ojo y seguí comiendo sin probar el agua. No noté nada extraño en los guardias, quizá no les hiciera efecto el preparado de Pasmaro.

Si se puede llamar así, por suerte el jefe al que había sonreído me escogió. Me llevó a la tienda y me arrojo al suelo la entrar. Los otros dos jefes estaban follando, uno a una esclava y el otro a la misma guardia que había entrado las otras noches con ellos. Varias lámparas de aceite iluminaban Me fijé en que las armas estaban apiladas en un rincón, un par de espadas y dos largos cuchillos.

—Boca arriba, esclava – me ordenó.

Me quedé en el suelo y me giré como me pedía. Me quitó las cadenas de los tobillos y me ordenó desnudarme. Como tardé en obedecerle me dio un bofetón que me giró la cabeza.

—Rápido, desnúdate.

—Vaya, vaya, vaya, he encontrado un tesoro – dijo admirando mi cuerpo desnudo. Los demás también me recorrieron con la mirada.

Me agarró del pelo para llevarme al catre con la fatalidad de que notó mi amuleto. Me lo arrancó junto con algunos cabellos. Intenté revolverme pero la falta del amuleto me había provocado un bajón repentino de las fuerzas.

Me volvió a abofetear y me puso de rodillas.

—Chúpamela.

No tuve más remedio que bajarle los pantalones y obedecerle. Al quitarme el amuleto de Astarté me había quedado laxa. Lo había llevado varios años y ahora no me acostumbraba a estar sin él.

—Es una joya muy fea – dijo el capullo mientras le mamaba el mismo -, parece antigua, algunas monedas me darán por ella.

Llevaba un rato chupándosela aguantando las arcadas por el mal olor que desprendía cuando me apartó de un empujón.

—Al catre, a cuatro patas, voy a follarte.

Yo miraba a mi alrededor pero no vi oportunidad, me golpeo con dureza y me arrojó atontada e indefensa al catre. Me penetró sin estar lubricada, me dolió mucho. Me agarró con una mano de la cadera y con la otra del pelo y me montó diez o quince minutos hasta que se corrió en mi interior. Me dejó tumbada mientras él bebía vino de una jarra de barro. Sin amuleto y sin que estuvieran atontados me iba a ser difícil si no imposible acabar con los cuatro. La guardia ahora cabalgaba a su compañero con grandes gemidos de placer. El otro jefe acabó con su esclava, bebió vino también y se dirigió hacia mí.

—Te la cambio – le dijo al otro sin mirarle.

Me incorporó tirándome del pelo y me metió la polla en la boca. Sabía a semen y a los flujos de la otra esclava. Era asqueroso. Aguanté hasta que se corrió. Intenté sacármela pero me agarró fuerte de la cabeza y me echó todo su apestoso semen en la boca. Espere a que terminara y lo escupí al suelo, con lo que me gané otra bofetada.

—Eres una guarra, vuelve a chupármela – me ordenó.

Obedecí pensando que si tenía oportunidad le destriparía dejándole morir lentamente. Cuando se le volvió a poner dura me dijo :

—A cuatro patas como la perra que eres, me ha gustado antes ver colgar tus gordas tetas.

Aguanté sus embestidas, ya no me dolía gracias a la lubricación del semen del otro jefe. Observé que la guardia y su compañero bebían vino sentados en su catre. Quizá se emborracharían y me lo pusieran más fácil. La violación que estaba sufriendo no consiguió que perdiera de vista mi objetivo. A pesar de mi vida excesivamente lujuriosa no lo estaba tolerando bien. Me repugnaba lo que me hacían, me sentía humillada, indefensa y sucia, solo la ira que ardía en lo más hondo de mi interior impedía que derramara lágrimas y me abandonara. Cada vez estaba más determinada a acabar con ellos y liberar a los esclavos. Les haría pagar. Vi que la pareja de guardias se había quedado dormida, el otro guardia estaba forzando el culo a la esclava, que lloraba silenciosamente. Mi violador se corrió y me empujó con un azote en el culo. Me dejó tirada y volvió a por el vino.

—Ven que te encadene. Mañana te la meteré por el culo.

Me acerqué sumisamente a él medio encogiendo los hombros y le pregunté :

—¿Me das vino?

Me miró como quien mira a un insecto y me tendió la jarra. La agarré y cuando se giraba para coger mis cadenas se la rompí en la cabeza. Sin esperar si caía o no me lancé al rincón donde estaba las armas, cogí los dos cuchillos largos y me giré velozmente.

—Zorra, me las vas a pagar – gritó desde el suelo.

Todo pasó muy rápido. Salté para acuchillar en el cuello al que estaba dando por culo a la esclava. Me volví y de un tajo abrí el estómago del cabrón que me había llamado guarra. Cayó al suelo gritando y sujetándose las tripas para que no se le salieran. Mi ira aumentaba, se expandía dentro de mí exigiendo venganza. El guardia y su amiga se levantaron para detenerme, en el tiempo que perdieron intentando recuperar sus espadas maté a los dos de sendas puñaladas. Aún sin el amuleto mi técnica y velocidad era considerablemente superior a las suyas. El destripado ya no gritaba, gimoteaba en el suelo pidiendo ayuda. Le di una patada y recuperé mi amuleto, enganchándole otra vez en la correa del brazo. En cuanto me lo puse sentí un subidón de energía, así firmemente los cuchillos y me asomé a la puerta de la tienda. Mi silueta desnuda se veía claramente, iluminada desde atrás por las lámparas de aceite. Jos empezó a disparar. Cuando habían caído seis o siete bandidos no puede esperar más y me lancé fuera de la tienda. A matar. A destruir.

No pensé, no elaboré estrategias, ni siquiera miré a mis compañeros. Maté. Cada tajo en la carne, cada cuello rebanado, cada corazón acuchillado me daba fuerza. La rabia que sentía por lo que me habían hecho me había convertido en Kali, en una diosa desnuda y cruel de la destrucción. Impartí justicia con mis cuchillos, no, impartí venganza. Me convertí en una máquina que liberaba mi odio con cada bandido asesinado. Odié a los esclavistas, pero también odié a mis compañeros por arrebatarme mis presas y odié a mi tigre por atrapar a los que huían antes que yo. Cuando todo hubo terminado y no quedaba nadie a quien matar, me encontré vacía, rota. Caí de rodillas y lloré por fin.

Cuando Jos se acercó a mí le aparté, llorando encogida. Enseguida llegó Pasmaro con mi chaqueta. Se la arrebaté de las manos sin dejar que me tocara. Permanecí horas llorando encogida en el suelo, acompañada por Rayitas, mi fiel tigre.

A la mañana siguiente emprendimos el camino de vuelta. Pasmaro registró la tienda y encontró un cofre con monedas de oro y plata. Revisó los bolsillos de los muertos y sumó el dinero de los bandidos al del cofre. Lo repartió entre los esclavos, ahora ya personas libres. El que quiso se marchó y al resto los llevamos en los mismos carros, ahora sin puertas, hasta el primer pueblo que contaba con guarnición del ejército real. Tuvimos que mostrar el documento firmado por el príncipe para que los aceptaran. Se comprometieron a alojarlos y alimentarlos hasta que se repusieran completamente. Jos y Pasmaro fueron agasajados y aplaudidos por todos. Yo me mantuve al margen, no me apetecía tratar con nadie. Seguimos camino enseguida, mis compañeros me dejaron a mi aire después de varios fallidos intentos por animarme. Me vigilaban y cuidaban en la distancia. Solo con Rayitas encontraba algo de consuelo, algo de calor en mi helado corazón.

Por fin llegamos a Matrit, recorrimos sus calles hasta nuestra casa. En cuanto entramos Hermión se lanzó a mis brazos, quise retroceder para evitar el contacto pero me abrazó llorando a moco tendido.

—¡Cuánto os he echado de menos!

Yo no pude menos que llorar con ella. Lloré todo lo que no había llorado por el camino, cada vez que me apartaba para mirarme yo lloraba más fuerte y ocultaba mi cara en su cuello.

—Me han violado – balbucí en su oído.

Ella me apretó mucho más fuerte y dijo :

—María, Lucía, preparad el baño en la habitación de Lesath.

Me llevó al jardín de la mano y me sentó en un banco sobre sus rodillas, abrazándome nuevamente. No me dijo nada, solo me abrazó y me acarició la espalda y el pelo. Me sentí segura en sus brazos. Cuando Lucía avisó que el baño estaba listo me llevó a mi habitación. Me desnudó y me metió en la bañera. Me cogía un brazo y me lo enjabonaba, luego una pierna, luego el resto. Me enjabonó todo el cuerpo, luego hizo lo mismo con mi cara y con el pelo. Me bañó como se baña a un bebé. Me levantó cuanto terminó y me echó un cubo de agua templada para quitarme la espuma. Me hizo salir de la bañera y me secó suavemente.

—Ahora a la cama – me ordenó.

Yo obedecí y me metí entre las sábanas a pesar de ser solo media tarde. Ella se desnudó completamente y se metió a mi lado. Me volvió a abrazar y empezó a acariciarme, mi cuerpo se tensó pero ella me arrulló como a un niño y siguió con sus caricias, nos costó mucho pero al final me relajé bajo sus cuidados. Sus caricias se convirtieron en besos, me besó suavemente cada centímetro de mi cuerpo, cada rinconcito de mi alma.

—Ahora duérmete, cuando despiertes te voy a hacer el amor. Te voy a demostrar todo lo que te quiero.

Me dormí enseguida. No sé lo que tardé en despertar porque era de noche. Una única lámpara iluminaba tenuemente la habitación. Hermión me miraba con una sonrisa.

—Hola dormilona – me dijo cariñosa. Había estado velando mi sueño.

—Hola.

—No digas nada más – me dijo poniendo un dedo en mis labios.

Como cuando me acostó, acarició y besó todo mi cuerpo, cuando terminó con la parte de delante me giró en la cama y siguió con la espalda, mi trasero y mis piernas. Me volvió a girar y me besó en los labios, en los ojos, en la punta de la nariz. Luego bajó lamiendo mi cuerpo hasta llegar a mi ingle, me abrió lentamente las piernas y me besó el interior de los muslos hasta que empecé a humedecerme. Lamió mi rajita lentamente y se colocó sobre mí, mirándome a los ojos. Me penetró lentamente, despacio y con dulzura en la mirada. Cada vez que se sumergía en mi interior sin dejar de mirarme me sanaba, arreglaba poco a poco mi roto corazón, mi desolada alma.

—Te quiero, Lesath, te quiero – murmuró tan bajito que casi no la oí – Soy tuya, mi amor, yo te curaré.

Siguió introduciéndose en mí hasta que me corrí dulcemente abrazada a mi chica.

—Ahora duérmete otra vez. Cuando vuelvas a despertar repetimos.

Me dormí con una pequeña sonrisa en mis labios. La primera desde que había pasado todo. El sol que entraba por las ventanas me despertó. Una alegre Hermión me miraba con la cabeza en la almohada junto a la mía.

—¿Preparada? – me dijo ampliando su sonrisa.

Afirmé con la cabeza y la sonreí de vuelta. Volvió a hacer que me corriera haciéndome el amor suavemente, como un ángel. Cuando terminamos estuve mucho rato abrazada a ella, disfrutando de su calor de su olor, de estar en casa con los míos, entera otra vez.

—Venga, levanta y vístete – me dijo saltando de la cama -, estoy deseando enseñarte todo lo que he aprendido – hacía como que luchaba con la espada con movimientos exagerados – huid bellacos, Hermión está aquí, ja, ja, ja, corred cobardes.

Sin poder evitarlo me levanté riendo con sus tonterías y le di un achuchón y un beso. Mientras me vestía me di cuenta de que había estado equivocada con Hermión, creía que era inane y débil, ahora sabía que no, que aunque ingenua e inexperta era fuerte, inteligente. Nada más saber lo que me había pasado supo cómo actuar, tomó las riendas y me dio lo que necesitaba sin dudar. Se había pasado toda la noche en vela para no dejarme sola ni un momento. En cuanto yo abría los ojos allí estaba ella, su mirada llenándome de amor. Me había tomado rota, dañada, y me había reconstruido con su cariño y amor.

Jos y Pasmaro estaba en el salón esperándome. En cuanto entré disimularon como si estuvieran muy ocupados haciendo algo importante. Les abracé y les besé a los dos. Su cara de alivio me hizo reír, se rieron conmigo hasta que Jos preguntó :

—¿Por qué nos reímos?

—Por la cara de tontos que tenéis.

Nos reímos otro rato y nos fuimos a desayunar. Les pedí perdón por tratarlos mal durante la vuelta, ellos a mí por no saber cómo tratarme, cómo consolarme. Pasmaro y Jos fueron al palacio a informar al capitán Tam. Yo no quería volver a hablar del tema. Tardaron mucho en volver. Regresaron al anochecer cargando un montón de paquetes. El príncipe les había dado una prima por la rápida resolución del problema y se habían gastado parte en comprar regalos para todos. Me regalaron otra chaqueta de cuero más bonita y mejor protegida, a Hermión le compraron un vestido y zapatos, dándole la dirección de la modista para que le arreglara el vestido si hiciera falta. Pasmaro se había comprado un libro y Jos una ballesta. Hasta trajeron unos pendientes para María y Lucia, que gritaron emocionadas y corrieron a vérselos en un espejo.

—¿Y ese paquete, para quién es? – les pregunté señalando el único paquete que quedaba sin abrir.

—Para ti, pero todavía no te lo podemos dar. Te lo daremos en su momento – me dijo Jos. Yo, que veía que Pasmaro se hacía el despistado, sospeché inmediatamente. El último regalo que me había hecho lo habían disfrutado ellos más que yo. Me tuvo treinta días entrenando con ropa de puta que apenas me tapaba, pero, en fin, es lo que tiene la familia, te hacen sufrir y te hacen disfrutar, y tú los quieres igualmente.

Esa noche volvía a acostarme con Hermión. Después de hacer el amor, me hizo prometerla que me acostaría con Jos y Pasmaro, que no lo demoraría. Me hizo ver que era la manera de volver a la normalidad, a recuperar mi vida. Me enamoré un poquito de ella en ese momento.