La guerrera 06

Conocen al príncipe del reino. Lesath intima con él.

Me levanté sin despertar a Pasmaro y me empecé a vestir. Durante todo el viaje a las montañas Karrutsas no había entrenado y lo echaba de menos. Esos momentos en soledad, practicando repeticiones hasta la saciedad eran buenos para la introspección, para pensar en mi vida y en cómo había cambiado. La llegada de Jos había supuesto un gran cambio en mi corazón. Con Pasmaro me lo pasaba muy bien, follábamos genial y le consideraba un buen amigo, pero con Jos era distinto. Para mí era igual que Pasmaro pero más, me tocaba el corazón de una forma que nunca había sentido.

—¿Vas a entrenar? – la voz soñolienta del mago interrumpió mis pensamientos.

—Sí, duérmete otro poco, cuando termine te despierto.

—Pues no te pongas esa ropa, ya sabes cómo tienes que vestir.

—Quedamos en un mes y ya ha pasado – dije muy segura de mis cuentas.

—De eso nada, Lesath, me prometiste entrenar con la ropa treinta días, no un mes, y según mis cuentas no has entrenado con mi estupendo regalo ni quince días. Haz memoria de nuestro trato.

—De acuerdo – recordé sus condiciones y, efectivamente, dijo treinta días. Me resigné a seguir entrenando con el disfraz de puta y me cambié.

Salí y me lavé en el pozo, me coloqué en posición en la pequeña explanada delante de la casa y empecé a lanzar cuchillos. Hacía tiempo que había puesto unos postes de madera que me servían de diana. La repetición de lanzar, recoger los cuchillos y volver a lanzar me relajaba y me ayudaba a pensar. Seguí con mis pensamientos anteriores. Reconocí que puede que estuviera un poquito enamorada de Jos. Quizá no estaba haciendo bien en follar también con Pasmaro. Al final me pospuse a mí misma esta decisión unas semanas.

La llegada de Jos volvió a interrumpir mis meditaciones, gracias a Astarté. Como siempre sonrió ampliamente cuando vio mi “uniforme” de entrenamiento. Se puso a mi lado sin perder la sonrisa y lanzó conmigo. Cambiamos al tiro con arco y le apabullé. Sólo me había ganado la vez que le dije que si me ganaba le dejaría bañarse conmigo, y quizá fallara algún tiro sin querer ese día, jajaja. Luego entrenamos con la vara de combate. Estábamos uno enfrente del otro con sendas varas gruesas como de dos metros de longitud. Pasmaro, que ya había salido, nos animaba mientras nos zurrábamos. No nos dábamos muy fuerte pero los golpes dolían. En esto estábamos muy igualados. Después de sacudirnos un rato pasamos a las espadas. Aquí mi agilidad y mi técnica ganaban a su fuerza y mayor alcance. Lo dejamos por esa mañana justo cuando apareció Hermión, boquiabierta al ver mi indumentaria. Como se empeñó en ayudar, la dejamos haciendo unas gachas con tocino para desayunar mientras mis hombres y yo nos dábamos un baño. Para no volver desnudos y escandalizar a Hermión ese día nos llevamos la ropa para vestirnos después.

Desayunamos los cuatro juntos. Hermión habló lo imprescindible mientras nosotros no parábamos de bromear engullendo el incomible desayuno que nos había preparado.

—¿Me acompañas a ver cómo están los caballos, Hermión? – la dije dejando que los chicos recogieran.

—Claro, voy.

Dimos la vuelta a la cabaña para entrar en la cuadra. Eché heno a los caballos y aproveché para interrogar a Hermión con mi sutileza característica.

—Cuéntame tu historia, Hermión.

La chica se retrajo y no habló durante varios minutos. Yo no insistí esperando a que se decidiera. Me parecía una buena chica con problemas más grandes que ella.

—Mis padres y yo vivíamos en Portium – me fue contando con voz bajita -. Tenían un negocio de tintes y vivíamos holgadamente. Una tarde acudieron dos alguaciles a casa y me dijeron que el taller había ardido y los dos habían muerto. Me encargué de su entierro y luego me encerré en casa llorando. A los pocos días, empezó a llegar gente que no conocía exigiéndome dinero. Parece ser que mis padres tenían muchas deudas – me contaba sollozando -. Me obligué a salir de mi depresión y, cuando eché las cuentas del dinero que quedaba y lo que debía, no tuve más remedio que despedir a las criadas, vender la casa y partir en busca de un hermano que mi madre tenía en Matrit. Solo me queda el caballo, la ropa que llevo en el petate y la espada que no sé ni usar. Además de todo esto, si vosotros no hubierais aparecido ni siquiera eso me quedaría – se derrumbó sollozando en el suelo.

—No llores Hermión – dije arrodillándome a su lado y pasando un brazo por sus hombros -. Todo se acabará arreglando. Te ayudaré. Puedes quedarte con nosotros los días que necesites. Por lo pronto vamos a revisar tus heridas, luego seguimos hablando.

—¡No! – dijo repentinamente -. Quiero decir que ya las he revisado y me ha cambiado los vendajes. Te estoy muy agradecida por que me dejes quedarme. Ayudaré en lo que pueda. ¿Seguro que no molesto?

—Seguro, además, agradezco tener otra mujer aquí. Cuando estés un poco mejor nos ayudarás pero de momento no volverás a hacer el desayuno – dije riéndome.

—Era la primera vez que cocinaba, ¿tan mal estaba?

La miré fijamente hasta que me volvió a entrar la risa. Ella se me unió y estuvimos un rato riéndonos.

—Pues os habéis comido todo – dijo.

Esa frase nos costó otro rato de risas.

—Vamos para la cabaña, ¿seguro que no quieres que vea tus heridas?

—Seguro, ya me he hecho yo las curas.

—¿Te puedo hacer una pregunta? – me dijo tímida. Yo asentí.

—¿Por qué entrenas con esa ropa? ¿Es algún extraño tipo de uniforme de combate?

—Jajaja, lo que pasa es que Pasmaro me pilló con la guardia baja y acordé llevarlo treinta días antes incluso de verlo.

—Qué morro tiene Pasmaro.

—Si yo te contara.

Cuando volvimos a la cabaña les resumí la historia a los chicos. Estuvieron los dos de acuerdo en tenerla con nosotros el tiempo que hiciera falta. Los azules ojos de la preciosa jovencita se humedecieron y volvió a darnos las gracias.

Cogí el brazalete de Merlián de mi habitación y salí con Jos y Pasmaro a probarlo.

—Siéntate en el porche si quieres, Hermión. Nosotros tardaremos un rato.

Estuvimos toda la mañana investigando el brazalete. Al final, después de muchos intentos, conseguimos utilizarlo los tres. Servía para desplazarse un máximo de quince metros. En un momento estabas en un sitio y, solo con visualizar dónde querías ir, el brazalete te trasladaba instantáneamente. Como Pasmaro se quedó la espada le di el brazalete a Jos, que me lo quería ceder pero al final lo aceptó.

Le tocó a Jos hacer la comida. Hermión se autodesignó su aprendiz para aprender a cocinar. La tarde la pasamos limpiando, en los más de treinta días que habíamos estado fuera se había llenado todo de polvo.

Yo preparé la cena con la ayuda de Hermión, estuvimos charlando luego varias horas, afilando y limpiando las armas. Hermión parecía mucho más habladora y tranquila. A la hora de acostarnos la sorprendió que yo dijera que dormiría con Jos, pero discretamente no dijo ni pío.

Pasamos un par de días vagueando, la duda que me reconcomía sobre si estaba haciendo lo correcto con Jos, se disipó cuando le vi tontear varias veces con Hermión. Ésta le esquivaba amablemente con una sonrisa.

Al tercer día, después de entrenar, Hermión me dijo que le revisara una de las heridas, que creía que no iba bien. La acompañé a la habitación de Pasmaro y se quitó la camisa. Intensamente ruborizada me mostró una herida larga no muy profunda que tenía en el costado izquierdo. Gracias al ungüento y las vendas no se había infectado pero habría que coserla.

—No creo que se cierre sola- la dije -, podemos ir a un sanador a Samharian o te la puedo coser yo. Si lo hago yo te dolerá bastante.

—Prefiero que lo hagas tú – me dijo sin mirarme.

—Pues espera que voy a por las cosas. Tardaré un momento en desinfectar la aguja en el fuego.

Cuando volví me esperaba sentada en la cama tapándose con la camisa en las manos. Me senté a su lado y la hice tumbarse y levantar el brazo. No pude evitar fijarme en sus bonitos pechos, pequeños pero muy bien puestos. Le di un trozo de madera para que mordiera y la cosí la herida.

—Listo – la pobre chica respiró aliviada -, espera que te pongo ungüento para que no se infecte y te lo vendo.

—Yo lo hago, no te molestes.

—De eso nada, si te hubiera cosido la herida el primer día no te hubiera quedado casi cicatriz. Voy a revisarte de arriba abajo.

La quité todas las vendas y examiné las heridas. Estaban todas bien, medio cerradas y curándose solas.

—Quítate el pantalón. Voy a ver las de las piernas.

—Que no, que no hace falta – insistió.

—Te he dicho que te quites el pantalón. O te lo quitas tú o te lo quito yo.

Hermión obedeció ruborizada hasta el límite. Se lo quitó y se sentó en la cama con las manos en el regazo. Quité las vendas y examiné las heridas de las piernas, se las curé y las volví a vendar.

—Perfecto. ¿ves que no ha sido tan difícil? Vístete ya si quieres.

Se levantó para subirse los pantalones, hizo una cosa muy rara sin separar los brazos del cuerpo como si se estuviera protegiendo y acabó tropezando y cayendo al suelo. La agarré de un brazo y tiré de ella para incorporarla. Me quedé estupefacta cuando vi su entrepierna. Tapado por su braguita tenía un bulto que solo podía ser ¡¡¡un pene!!!

—Pero ¿qué es eso? – la pregunté sorprendida.

Hermión vio dónde estaba mirando y se arrojó a la cama ocultándose y sollozando estremecida.

—Lo sabía, lo sabía – repetía entre sollozos.

—¿Qué sabías, cariño? ¿Qué te pasa?

—Pasa que soy un monstruo, eso pasa, y que nadie me va a querer – sus sollozos aumentaban.

—Tú no eres ningún monstruo, Hermión. Eres una chica dulce y bonita – intentaba calmarla.

—No, eso no es así, ya me lo dijo mi madre, soy un monstruo y nunca me van a querer.

—Hermión, basta. – la dije abrazándola – no eres un monstruo. Anda, cuéntame por qué nadie va a quererte.

—Porque soy hombre y mujer a la vez, por eso – contestó desconsolada.

—A ver si lo entiendo, ¿naciste con genitales femeninos y masculinos a la vez?

—Sí, y mi madre en cuanto la pregunté me dijo que era una monstruosidad. Que nadie debería saberlo nunca.

—Pues perdona que te lo diga, tu madre estaba equivocada. Yo ya lo sé y no me pareces un monstruo. Me pareces una chica tan bonita como me parecías antes, o más aún.

—¿De verdad? – me miraba con los ojos llenos de lágrimas.

—Pues claro, eres preciosa con esa piel tan blanca y los ojos tan grandes y tan azules.

—¿Eso piensas?

—Que sí, tonta. Además, como tienes doble equipamiento puedes buscarte una chica o un chico, puedes satisfacer a los dos, jajaja.

Me miró con una sonrisita lacrimosa y me abrazó dulcemente.

—Muchas gracias, Lesath, eres muy buena. No sé qué hubiera hecho sin tu ayuda.

—En eso tienes razón, una chica indefensa viajando sola no está nada segura. Venga, vístete y sal fuera.

—No les digas nada a los chicos, por favor.

—Tú tranquila, será nuestro secreto. Aparte de que como se entere Pasmaro te perseguirá como un mono salido, jajaja.

Pasamos el día tranquilos, Jos siguió cortejando a Hermión y Pasmaro con sus libros de magia. Nos demostró que la bolita de fuego que lanzaba antes se había convertido en una bola mucho más grande. Gracias a Snape, nos dijo. Convencí a Hermión para entrenar con la espada, debía saber defenderse. En tres o cuatro días empezaríamos con las clases. Cuando nos fuimos a acostar le pregunté si quería dormir conmigo esa noche. Estuvo encantada. Para decepción de mis chicos, mandé a cada uno a su cama y Hermión se quedó conmigo. Cuando vio que me acostaba desnuda, se quitó el camisón que se había puesto y se acostó a mi lado con solo las braguitas puestas. Estuvimos mucho rato hablando, me contó cosas de su infancia y yo la conté algunos de mis trabajos. Cuando me quise dar cuenta estaba hablando sola, se había quedado dormida.

Me desperté a la mañana siguiente escuchando leves quejidos. Hermión estaba encogida como si le doliera la tripa.

—¿Estas bien, cariño?

—Sí, sí, no es nada, enseguida se me pasa.

—Pero ¿qué es lo que te duele?

—Me pasa muchas mañanas, me levanto con el miembro duro y me duele hasta que se ablanda solo.

—¿Y por qué no te alivias para que no te pase?

—¿Aliviarme? ¿Cómo?

Una sospecha empezaba a circular por mi mente. Me extrañaba mucho pero con semejante madre me podía esperar todo.

—Hermión, ¿nunca te has masturbado?

—No sé qué es eso – me dijo en el colmo de la ingenuidad.

—¿Cuántos años tienes, cariño?

—Dieciocho, pero ¿qué tiene eso que ver?

—Verás, a partir de la pubertad a los chicos les crece el miembro y se les pone dura, sobre todo por las mañanas. Lo normal es que se masturben a todas horas. Supongo que a ti te pasa igual.

—Sí, lleva pasándome tres o cuatro años. Pero dime ¿qué es masturbarse?

—Te sujetas el miembro con la mano, y la mueves arriba y abajo hasta que te corres. Te sale el semen y se disfruta un montón.

—No lo he hecho nunca. Mi madre me regañaba cada vez que la quería preguntar algo de este tipo.

—Pues si te duele deberías hacerlo, dejará de dolerte y te lo pasarás muy bien. Si quieres te dejo sola para que lo intentes.

—Lesath, ¿te quedarías conmigo mientras pruebo, por favor?

—Claro, me quedo aquí a tu lado.

Hermión metió las manos bajo las sábanas, cerró los ojos y empezó a moverse rítmicamente. La di unos minutos antes de preguntarle :

—¿Cómo vas, cielo?

—No sé, no noto nada. ¿Tú sabes hacerlo?

—Claro, se lo he hecho muchas veces a mis hombres.

—¿De verdad?

—Claro, y te puedo garantizar que les encanta.

—Pero ¿a los dos a la vez?

—No, siempre por separado, pero no me des ideas.

—¿Me lo haces a mí?

—¿Seguro que quieres?

—Sí, por favor.

Levanté la sábana y la miré. Se había bajado un poquito las braguitas y asomaba su miembro por debajo. Le bajé más la ropa interior y admiré su miembro. Era largo y grueso con la cabeza rosada. Me encantó. Lo así y lo acaricié ligeramente. Era muy suave. Empecé a masturbarla despacito.

—Tienes un pene precioso. Fíjate y aprende, Hermión.

Aceleré muy poco a poco el movimiento. Ella cerró los ojos y abrió levemente los labios. Seguí acelerando hasta mantener un buen ritmo. Sus manos agarraron las sábanas y un quejidito escapó de su boca.

—¿Te gusta, cielo?

—Mucho.

Seguí manteniendo el ritmo. El glande cambió de color oscureciéndose poco a poco. El miembro se endureció más todavía.

—¡Algo pasa, Lesath, algo está pasando!

—Te vas a correr, cariño, vas a empezar a echar semen, echa todo lo que puedas y no te contengas.

Tardó un minuto en correrse como un surtidor. Mientras emitía un gemido ronco expulsó chorros y chorros de semen. Jamás había visto tal cantidad. Serían doce o trece chorros. Su cara crispada y sudorosa estaba preciosa. Cuando terminó de vaciarse se giró en la cama, me abrazó y metió la cara en el hueco de mi cuello. La dejé unos minutos y la pregunté :

—¿Te ha gustado, cariño?

—Uf – me dijo levantando la cabeza -, no sabía que esto pudiera ser así. Muchas gracias.

—Créeme que ha sido un placer para mí también. Ahora te dejo que voy a entrenar. Duérmete otro rato si quieres.

Al salir de la habitación me giré y le dije :

—Si hoy te portas bien, esta noche te enseño a hacerlo con la boca.

Hermión gritó de la sorpresa y yo salí de la cabaña riéndome.

Ese día hicimos nuestra rutina habitual. En el entrenamiento con Jos incluimos lucha cuerpo a cuerpo sin armas, vista la paliza que me dio decidimos incluirlo en la práctica diaria. A él le encantó ganarme y, encima, me metió mano por todas partes. Pasmaro le jaleaba y yo, la verdad, lo disfruté un montón. Cuando vino la hija de los vecinos con la leche Pasmaro corrió a atenderla, como siempre. El rato que estuvieron perdidos por ahí lo aproveché con Jos para quitarme la calentura que llevaba acumulada durante toda la mañana. A la hora de comer Hermión hasta bromeaba con todos, se había integrado ya perfectamente, me daría mucha pena el día que partiera en busca de sus parientes. Pasmaro nos contó que la vecinita le había dicho que al día siguiente el Príncipe Bekelar visitaría Samharian.

—¿Un príncipe? – preguntó emocionada Hermión -. Nunca he visto a un príncipe. ¿Es guapo? ¿Podemos ir a verlo? – me encantaba la ingenuidad de la niña.

—Claro, no tenemos nada que hacer. Mañana nos vamos tú y yo, bueno, y el que quiera.

—Bieeeeen – aplaudió Hermión.

Decidimos ir todos.

Salimos tempranito en dirección a Samharian. La carita de felicidad de Hermión era para hacerle un retrato. La noche anterior le enseñé cómo se hacían mamadas, le gustó tanto que me pidió cohibida que lo repitiera. Por supuesto la complací. Tantos años reprimida y ahora estaba floreciendo, desde que descubrí su secreto y le expliqué que no era nada malo, la sonrisa no abandonaba sus bonitos labios.

Recorrimos Samharian enseñándosela a Hermión. Nos informaron que el príncipe haría un recorrido por la ciudad, así que decidimos esperar en la taberna a que pasara por allí y salir a verle cuando llegara. En Ispanha gobernaba el rey Philip. Después de dos malos reyes, el reinado de éste había sido un buen cambio. Abandonó las guerras de anexión de su padre, arregló los caminos y redujo el peligro de los numerosos bandidos, mucho de ellos desertores del ejército que medraban en el reino, era comprensivo también con el pago de impuestos en los años malos. En fin, que era muy querido, al igual que su hijo el príncipe Bekelar.

Salimos a la puerta de la taberna cuando llegaba la comitiva. El príncipe y el alcalde, en sendos caballos, avanzaban lentamente por la calle saludando a la gente que les vitoreaba. Les seguía una guardia de diez soldados a pie avanzando en formación. Hermión daba saltitos ilusionada. Esperando que llegaran a nuestra altura, me pareció ver movimiento en el tejado de enfrente por el rabillo del ojo. Me fijé mejor y me pareció ver a dos hombres ocultos tras una chimenea.

—Jos – le dije llamando su atención -, creo que hay dos hombre con arcos – y le indiqué con la cabeza el tejado -. ¿Podrás llegar arriba con el brazalete?

—Eso creo.

—Pues sube y desármalos, yo protegeré al príncipe. Pasmaro – le dije volviéndome a él -, mete a Hermión en la taberna y vuelve para ayudar.

Jos cruzó la calle abriéndose paso a codazos y desapareció. Yo me acerqué al príncipe.

—Cuidado Señor, creo que le van a atacar.

Me volví previendo un ataque desde el otro lado y saqué mis espadas. Los soldados corrieron hacia nosotros para proteger al príncipe. Como me temía dos arqueros se levantaron repentinamente en el tejado y dispararon sus arcos. Si hubiera sido uno podría haber desviado la flecha con mis espadas pero al ser dos me lancé al príncipe y le derribé del caballo.

—Quieto Señor, le están disparando.

El príncipe cayó al suelo de espaldas y yo sobre él. Nuestras caras a pocos centímetros. Me miró sin ningún miedo con media sonrisa en su boca.

—¿Es un intento para seducirme, bella guerrera? No estoy acostumbrado a métodos tan agresivos pero no es que me parezca mal.

—Eh … Señor, le estaban disparando.

El príncipe sonrió aún más y a mí me levantaron dos soldados tirando de mis brazos. Me inmovilizaron bruscamente como si yo fuera el atacante. El alcalde apareció disculpándose profusamente con el príncipe.

—Señor – dijo uno de ellos -, hemos encontrado a cuatro arqueros. Hemos matado a dos y los otros dos … eh … se han caído del tejado.

El príncipe me miró interrogante y yo afirmé con la cabeza.

—Soltadla, me parece que le tenemos que agradecer su ayuda.

En ese momento llegó Jos.

—Mi príncipe, hemos visto a los arqueros y mi compañero Jos – se le presenté -, ha subido a desarmarlos.

—Y tú me has derribado del caballo para evitar las flechas, ¿cierto?

—Así es, Señor.

—Creo que tengo que agradeceros seguir vivo. Pasad luego por la casa del alcalde, podremos hablar más despacio – dio la mano a Jos y a mí me la besó mirándome a los ojos. Me pareció muy guapo con esos ojos color miel.

—Continuemos – dijo a su grupo.

Cuando entramos en la taberna, Hermión pasó del disgusto por perderse al príncipe a la alegría al saber que íbamos a conocerle.

La casa del alcalde era la más grande de Samharian, tenía tres plantas y grandes ventanas. Nos estaba esperando el capitán de los soldados para darnos la gracias.

—Debo agradecerles lo que han hecho – nos dijo algo avergonzado -, si no hubiera sido por su ayuda podría haber pasado cualquier desgracia.

—No es necesario, capitán. Cualquiera habría hecho lo mismo.

—Les debo una, si alguna vez necesitan algo en lo yo les pueda ayudar, búsquenme, siempre estoy con el príncipe. Pregunten por el capitán Tam.

—Lo recordaré, capitán.

Nos condujo por una amplia escalera al primer piso. En una amplia habitación estaban el príncipe y el alcalde. Presenté a mis compañeros y no pude menos que sonreír al ver el sonrojo de Hermión cuando el príncipe le besó la mano. Nos sentamos todos en unos sofás y nos sirvieron té. Estuvimos un rato charlando y Bekelar se interesó mucho por nuestro trabajo.

—Alcalde ¿por qué no les muestra los jardines a nuestros invitados? – sugirió al rato.

Educadamente nos levantamos para salir.

—Lesath, quédate por favor, me gustaría hablar contigo – me pidió.

Me senté frente a él, pero se levantó y se sentó a mi lado, muy cerca.

—He estado informándome de ti y tu grupo. Casi todo ha sido bueno.

—¿Casi?

—Sí, parece ser que a veces te tomas la justicia por tu mano.

—No le he hecho nada a nadie que no lo mereciera.

—Eso me han dicho, por eso no has tenido ningún problema serio hasta ahora. Verás, me gustaría hacerte una proposición.

El príncipe se había girado hacia mí y estábamos muy juntos, su pierna pegada a la mía. Su grueso pelo moreno, su cara viril y, sobre todo, sus profundos ojos color miel, atraían mi mirada.

—Me gustaría contar con vuestro equipo permanentemente. Estaríais a mi servicio y al del reino. Sólo responderíais ante mí. Tendríais que venir a Matrit, eso sí. Os proporcionaría una casa, servidumbre y un sueldo muy generoso.

—¿Qué tendríamos que hacer para usted, Señor? – me intrigaba la proposición.

—De todo, desde matar alimañas como el lobarno que me has contado antes, acabar con bandas de bandidos, o cualquier cosa que necesite el reino.

—No somos asesinos, mi príncipe. No matamos a sangre fría – no era del todo cierto, pero todos se lo habían merecido.

—No te pediré eso. Más bien seréis un equipo para resolver rápidamente problemas que no se han podido o sabido solucionar de otra manera.

—Lo tendré que consultar con mis amigos.

—Bien, consúltalo. Si estáis de acuerdo yo llegaré a Matrit en unos veinte días. Preguntad por el capitán Tam. Él os llevará conmigo.

—De acuerdo, así lo haré.

—Y dejando los negocios aparte ¿no eres muy joven para haber hecho ya tantas cosas?

El príncipe era un buen conversador con mucho sentido del humor. Empezó a tocarme según hablábamos, primero el brazo, luego el pelo, cuando me intentó besar me retiré.

—Príncipe – le pregunté suspicaz - ¿esto tiene que ir incluido en la oferta?

—Oh, no, no, discúlpame si ha dado esa impresión. La oferta es firme y no depende de nada más.

—Ah, bien.

Y le besé. Llevaba ya un rato fijándome en sus jugosos labios y no me resistí. Nos besamos con ganas, me daba mucho morbo hacerlo con un príncipe. Supongo que él aprovecharía eso frecuentemente.

En un visto y no visto estábamos desnudos acariciando nuestros cuerpos y peleando con nuestras lenguas.

—Desde que te he visto – me dijo – te he deseado, tan valiente, tan fuerte, tan guapa. Tan … todo.

—Eres un embaucador principito, pero tú tampoco estás mal.

Con una carcajada me tumbó sobre el sofá y se puso sobre mí. Dedicó un rato a mis tetas adorándolas con su boca y su lengua. Cuando empecé a gemir abrió mis piernas con sus rodillas y me penetró. Me folló con movimientos profundos y lentos, besándome el cuello y magreándome las tetas. Nos corrimos a la vez. Le dejé que se recuperara y, con una pequeña ayudita de mi boca, enseguida estuvo listo para seguir. Le tumbé en el suelo y le monté. Me ponía muy cachonda estar cabalgando al príncipe. Subía y bajaba sobre su miembro mientras él se aferraba con las dos manos a mis nalgas y me acompañaba con las caderas.

—¿Te gusta así, principito?

—Eres la mejor, la más guapa, la que más me gusta.

—Jajaja, qué morro tienes ¿te suele funcionar eso?

—Siempre, aunque normalmente lo digo antes de desnudarme, jajaja.

Seguí cabalgando su polla hasta que nos volvimos a correr. Me recosté sobre él sin sacarme su miembro y le dije :

—Si mi equipo está de acuerdo, creo que será un placer trabajar para ti, mi príncipe.

—Me alegra mucho oírlo – sus manos acariciaban lánguidamente mi trasero -. Pero cuando estemos solos llámame Beke, no príncipe.

—De acuerdo, Beke. ¿Y por qué Beke?

—No me gusta mucho el nombre de Bekelar, me recuerda … no sé … a galletas.

Mis amigos volvieron nada más vestirnos Beke (jajaja) y yo. El príncipe nos dedicó otro ratito pero enseguida nos dejó. Seguía su ruta visitando el reino.

En el camino de vuelta les conté a mis hombres la proposición del príncipe. Les dije que al día siguiente lo discutiríamos y decidiríamos qué responderle.

Esa noche le comí el coñito a Hermión. Dos veces. Y luego le hice una mamada. Al terminar le dije que debía corresponderme y quedamos en que a la noche siguiente me lo haría ella a mí. Me confesó que estaba deseando.

Desayunando los cuatro al día siguiente acordamos en ir a Matrit y aceptar la oferta del príncipe. Pasmaro estaba feliz por vivir en Matrit y a Jos y a mí nos pareció bien no tener que hacer más trabajos rutinarios como escoltar caravanas y demás. En cambio Hermión no se alegró como yo pensaba, creí que reunirse con su familia era lo que quería. Cuando confesó mohína que prefería quedarse con nosotros le dijimos que la dejaríamos elegir. Si su familia no le gustaba podría seguir viviendo con nosotros. Nos abrazó a todos emocionada.

Tendríamos que partir en unos diez días para darle tiempo al príncipe a volver a su palacio. Dedicamos esos días a preparar la casa para cerrarla durante una larga temporada, entrenar yo con Jos principalmente en la lucha cuerpo a cuerpo y para enseñar a Hermión a defenderse con la espada. Conseguí que aprendiera solo unas nociones básicas, pero mejor eso que nada.

Lo mejor para mía eran las noches con ella. La enseñé a comerme el coño y todas las noches me daba placer. Yo la comía la polla o el coño según me apeteciera ese día. Una noche, insatisfecha a pesar de haberme corrido en su boca, la pedí que me penetrara. Obediente como era se puso entre mis piernas y me la metió. Según se afanaba torpemente en follarme yo la apretaba las tetas con mis manos y la chupaba los pezones. Se corrió gimiendo como una perrita llenando mi coño con su semilla. Disfrutó ella mucho más que yo pero ya aprendería a complacerme. Me ponía mucho ver su transformación, la estaba convirtiendo de la niña dulce e ingenua que encontramos en el camino en una sumisa y apasionada zorrita. Mi zorrita.

Antes de dejar la cabaña y partir a Matrit quise experimentar la idea que llevaba días rondándome la cabeza. Hermión había plantado el germen de la idea en mi cabeza en una conversación que tuvimos y estaba decidida a llevarla a cabo.

La última noche antes del viaje fui a follar con Jos a su habitación. Colocado en el borde la cama, yo estaba sentada en su regazo disfrutando de su miembro en mi interior. Ambos gemíamos de placer cuando entro Pasmaro, como le había pedido antes, y se colocó tras de mí. Jos le miró pero no dijo nada, el mago se bajó los pantalones y me empujó de modo que Jos acabó tumbado en la cama conmigo encima recibiendo sus embestidas. Pasmaro me abrió las nalgas con sus manos y me penetró el culo, en tres o cuatro movimientos ya me la había metido hasta el fondo. Al verlo Jos arreció sus movimientos y Pasmaro empezó a darme golpes rápidos y fuertes. Yo, entre los dos, ensartada por sus dos pollas gemía como una perra pidiéndoles más.

—Más … más fuerte cabrones … me vais a matar de gusto.

Jos agarraba fuerte mi culo y Pasmaro mis tetas, yo indefensa ante su ataque me limitaba a sentir, a gozar, a disfrutar las increíbles sensaciones que me recorrían todo el cuerpo. Gritaba como una auténtica zorra empalada por mis dos hombres.

—No aguanto más -dijo Jos – me voy a correr.

—Lléname – jadeé -, lléname entera.

Jos se corrió provocando mi orgasmo, un placer inconmensurable me llenó partiendo desde mi coño. Cada vez que notaba un nuevo chorro de su polla un estremecimiento se apoderaba de mí aumentando mi placer. No había terminado de disfrutar del orgasmo cuando Pasmaro me empotró hasta el fondo con su miembro y me llenó el culo. Otro orgasmo se sumó al primero abrumándome, destruyéndome. Acabé vencida por mis dos machos temblando estremecida, lloriqueando sin saber por qué.

Me dieron un par de minutos y me sentaron al borde de la cama, los dos de pie delante de mí, se alternaban metiendo sus pollas en mi boca. Con una mano de cada uno en mi cabeza, me la metía uno, me penetraba cinco o seis veces y salía dejando sitio al otro. Cuando empecé a pensar por mí misma, ya lo hacía yo solita. Con una mano en cada polla, las masturbaba y me las metía en la boca chupándolas como si me fuera la vida en ello. Mi calentura era épica, se hubieran podido escribir epopeyas relatándola. Cuando tenía dentro el miembro de Pasmaro, me obligaba a tragármela entera, luego Jos se apiadaba metiéndome solo algo más de la mitad de su enorme verga.

—Estoy a punto – gimieron los dos casi a la vez.

—Aceleré las mamadas hasta que con un grito se corrieron los dos en mi cara, en mi pelo, en mis tetas, me regaron con su semen mientras los masturbaba a toda velocidad intentando vaciarlos en mi boca abierta y anhelante.

Para terminar la fiesta me colocaron de pie con las piernas abiertas y, arrodillados a mis pies, Jos me comió el coño y Pasmaro el culo. No me permitieron parar hasta que me corrí tres veces aferrada a sus cabezas.

Quedé como para cabalgar al día siguiente, jajaja. Gracias a Astarté por sus dones.

Volví a mi habitación para dormir el resto de la noche y contarle todos los detalles a Hermión, no sin antes decirles mientras veía sus sonrisitas idiotas : ¡¡¡No os corráis en mi cara!!!