La guerrera 04
En esta aventura se enfrentan a un noble malvado. Se une otro miembro al equipo.
El mercenario estaba deseando llegar a Samharian, la escolta del señor que lo contrató en Francium había sido larga y tediosa, sin ningún contratiempo. En cuanto llegara a su destino cobraría el sueldo y se lo gastaría en bebida y mujeres, como siempre. Era joven y ya se sentía vacío, perdió a su amor antes de poder contarle sus sentimientos, sin saber siquiera si eran correspondidos. Se quedaría en Samharian mientras le durara el dinero y luego partiría en cualquier otro trabajo que encontrara. A pesar de su juventud, estaba desilusionado, sabía que los mercenarios no disfrutaban de largas vidas y no estaba interesado en establecerse y formar una familia. En fin, tampoco es tan mala vida —pensó.
Me desperté temprano y, después de lavarme, me dispuse a practicar con las armas. El día anterior después de despedirnos de Lubis, nuestro último cliente, habíamos pasado la mañana en Matrit y volvimos a última hora de la tarde. Recordé que había prometido a Pasmaro entrenar con la ropa que él me había comprado y, resignada, empecé a ponérmela. Como había pensado, el pantaloncito de cuero me llegaba hasta la mitad del trasero, me costó mucho descubrir cómo se ponía la parte de arriba. Al final conseguí ajustármelo, por la parte delantera solo tenía una cinta horizontal por debajo de mis pechos y dos cintas verticales, una a cada lado que escasamente cubrían mis pezones y se unían en mi espalda. Salí de la cabaña pensando que al menos no me vería nadie salvo Rayitas, mi tigre azul, hice algunos movimientos y comprobé que el “uniforme” no me impedía moverme libremente y empecé con el lanzamiento de cuchillos. Antes de terminar escuché los aplausos de Pasmaro, que sonreía abiertamente al verme con ese atuendo.
—Te queda genial, espero que me des las gracias por tu nueva ropa.
—Lo que te voy a dar es una paliza, pervertido.
—Jajaja, eres una desagradecida. Uy, cuidado que se te ve una teta.
—Esta me la vas a pagar, mago del demonio — dije recolocándome las cintas.
Seguí con el arco y luego con las espadas. Los movimientos que hacía para practicar con las espadas : saltos, giros, volteretas y demás provocaban que el dichoso pantalón se me metiera entre los labios de mi rajita, rozando lo que no debería. Cuanto más me movía más me frotaba, un par de veces tuve que apretar los muslos para no gemir. Ver el bulto en el pantalón de Pasmaro no ayudaba tampoco. Ignoré todo y me concentré en las rutinas de espadas hasta que me di por satisfecha. Todavía dediqué un buen rato a la vara de combate y después entré a desayunar. Cuando detuve mis ejercicios la sensación en mi coño y mi imagen entrenando con tan diminutas ropas me tenían muy cachonda. Preparé como pude el desayuno y, cediendo a la tentación, le eché hierba drúcula a las gachas de Pasmaro sin que se diera cuenta. Sabia el efecto que le produciría y recordaba cómo había tratado a Elián cuando la había tomado accidentalmente. Me parecía un buen momento para recibir yo ese trato y quitarme la picazón que me estaba volviendo loca. Desayunamos tranquilamente acompañados de Rayitas y aproveché para preguntarle :
—Oye Pasmaro, ¿dónde me compraste el traje? No creo que lo vendan en cualquier tienda.
—Buscando tiendas de libros encontré una en la que proveen de cosas de este tipo a los burdeles de la ciudad. Allí lo encontré.
—¿Me has hecho ponerme un disfraz de puta?
—Claro, pero a ti te queda mucho mejor que a cualquiera de ellas.
—Eres un cabrón, pero ¿sabes qué? Reconozco que me queda de muerte, lástima que no pueda llevarlo puesto por ahí, cualquier atacante se quedaría congelado al verme, además, no puedo sujetar ningún arma en él.
—La próxima vez te buscaré algo más adecuado, práctico y sexy a la vez.
—Veremos lo que tú consideras adecuado, capullo. Ya he terminado voy a cambiarme.
Me metí en la habitación esperando a Pasmaro. No tardaría mucho en hacerle efecto la hierba. Efectivamente entró súbitamente a los pocos minutos y me empujó quedando sentada en la cama. Fue hasta mí y me ordenó :
—Bájame los pantalones y chúpamela.
Le miré a la cara y le encontré sutilmente cambiado, más serio, más viril, algo amenazador. Obedecí y le bajé los pantalones y la ropa interior sacándosela por los pies. Él me agarró de la nuca y me introdujo su durísimo pene en la boca completamente. Me agarró la cabeza con las dos manos y me folló la boca sin piedad. Sacaba la polla casi del todo y luego me la metía hasta el fondo golpeándome la cara con la tripa. Me estaba costando respirar y un par de lágrimas bajaron por mis mejillas. Cuando llevé mis manos a sus caderas me las apartó de un manotazo y me dijo :
—Sin manos, zorra. Voy a follarte la boca y te vas a tragar todo.
Asentí con la cabeza y apreté los labios sin moverme, me estaba encantando esta faceta dominante de Pasmaro.
—Ahora — bufaba —, no dejes ni una gota.
Se corrió en mi boca, tragué como pude con su polla metida hasta mis amígdalas. A pesar de no tener un buen tamaño sus corridas eran abundantes y aguantaba erecto aunque se corriera tres o cuatro veces. Cuando se hubo vaciado en mí sacó la polla y me restregó la cara con ella.
—Así estás muy guapa, zorrita, con mi polla en tu cara. Mira, te has dejado una gota — me dijo recogiendo una gota de semen de mi barbilla y llevándola a mis labios —, tendré que castigarte. Desnúdate.
Me desnudé rápidamente y esperé sus instrucciones.
—Arrodíllate en el suelo y apóyate en la cama, voy a azotarte por tu desobediencia.
Sumisamente hice lo que me pidió y recibí el primer azote en mi culo. Me dio muy fuerte y me dolió. Enseguida llegó el siguiente, y el siguiente, fue alternado entre mis nalgas golpeándome vigorosamente.
—Levántate un poco.
Agarró una de mis tetas y me la apretó mientras seguía con los azotes. A pesar del dolor y la humillación, mi coño estaba empapado anhelando recibirlo. Paró de azotarme y yo moví el culo hacia atrás pidiendo más.
—Con esto aprenderás la lección. Abre las piernas y no te muevas.
En cuanto abrí las piernas se arrodilló entre ellas y me la metió de un solo empujón. Gemí y le dejé que me diera lo que necesitaba. Se aferró a mi cintura y me folló como si su vida dependiera de ello.
—¿Te está gustando, zorra?
Yo afirmé con la cabeza y seguí disfrutando del polvo.
—Dímelo, quiero oírte. ¿Te está gustando?
—Sí … sí … mucho.
—Eres una buena zorra, la más caliente que he tenido.
Me corrí como una perra cuando le oí decirme eso.
—Me corro … me corro.
—Muy bien, zorrita, y no será la última vez.
Siguió bombeando en mi interior sin dejar que me repusiera, mi excitación no había bajado un ápice. Me aferraba a las sábanas disfrutando del inmenso placer que me embargaba. Me sentía utilizada y humillada y lo estaba disfrutando.
—Ahora me voy a correr dentro de ti. Cuando te diga te volverás a correr conmigo.
Todavía me dio varios embates más hasta que se corrió gritando :
—Ahora zorra, córrete ahora.
Volví a correrme mientras llenaba mi coño con su esperma. Me sacudió un par más de azotes mientras se corría que aumentaron más mi placer. Sacó de mi interior su polla y los dos últimos chorros me los echó en el culo. Agarrándome del pelo me dio la vuelta para volver a meterme la polla en la boca, se la limpié y mamé y enseguida estuvo otra vez en forma. Tumbándose en la cama y me ordenó :
—Móntame putita, haz tú el trabajo esta vez.
Obedecí como una buena zorra y me senté sobre su miembro metiéndomelo despacio. Empecé a subir y bajar, alternado el movimiento con giros de cadera. Enseguida estaba excitada disfrutando de la follada. Pasmaro agarró mis tetas, apretándolas y retorciéndome los pezones.
—Pon tus manos en la nuca, quiero verte totalmente expuesta. Si haces que me corra luego te daré un premio — me dijo Pasmaro.
Yo obedecí y me sorprendí a mí misma deseando complacerle y recibir mi premio. Redoblé el movimiento de mis caderas.
—Así putita mía, así. Lo estás haciendo muy bien.
Sus elogios me animaron, estuvimos follando un rato más hasta que Pasmaro me dijo :
—Lo has conseguido. Voy a correrme y tú conmigo.
Empezó a levantar las caderas profundizando más en mí y me dio varias palmadas en las tetas. Cada golpe que recibía mandaba una descarga a mi coño, que cada vez apretaba más su polla.
—Más Pasmaro, más — supliqué — por favor.
—No puedo más, me corro, me corro.
—Y yo, y yo — dije como una imbécil.
El orgasmo simultáneo nos recorrió a los dos, volvió a llenar mi coño con su semen y caí sobre él estremecida intentando respirar.
—Te has portado muy bien, putita — me dijo, acariciándome la cabeza como a una buena perrita cuando recuperamos el aliento —. Déjame descansar un minuto y te daré tu premio.
—Gracias, Pasmaro.
Al poco me levantó de la cama y me llevó de la mano al porche, pasamos junto a Rayitas que nos miraba atentamente.
—Agárrate de la columna y abre las piernas — obedecí —. Más, inclínate más.
Me sujeté de una de las columnas de madera del porche y me incliné unos noventa grados, ofreciéndole mi grupa. La dominancia y la virilidad de esta Pasmaro me tenían sometida y fascinada. Nunca había disfrutado tanto del sexo. Meneé el culo para provocarlo hasta que me metió dos dedos en el coño.
—Estás llena de mi semen, zorra.
Sacó los dedos empapados y me los metió en la boca, los lamí golosa. Lo repitió pero ahora los introdujo sin miramientos en mi culo. No me lo esperaba y me dolió bastante, me bombeó con ellos y repitió la operación. Recogía el semen de mi coño y lo embutía en mi culo. Gracias al amuleto de Astarté enseguida se me pasó el dolor. Pasó de dos a tres dedos, preparando mi entrada posterior para lo que venía.
—¿Quieres recibir tu premio, zorra? — me preguntó moviendo los dedos dentro de mí.
—Sí, dámelo — gemí.
—Pues pídemelo, dime que eres mi puta y que lo quieres.
Mi subyugación a su faceta dominante era total, en ese momento podría hacerme lo que quisiera que yo estaría feliz de complacerle, me sentía suya, su puta, su juguete sexual.
—Dame mi premio, Pasmaro, te lo suplico, dale a tu puta su premio.
Sin hacerme esperar más me agarró de las caderas y me metió la mitad de la polla en el culo. El dolor me sorprendió fulminantemente, pero mi curación acelerada me alivió. En cuanto me hube acostumbrado a él me metió el resto de su miembro.
—¿Esto es lo que querías, putita?
—Sí, mi culo es tuyo, haz disfrutar a tu zorraaaaa — gemí a gritos.
No se hizo de rogar más y empezó a bombearme. No era la primera vez que ocupaban mi puerta trasera, pero no era algo que normalmente disfrutara, sin embargo esta vez empecé a sentir placer a un nivel desconocido para mí. Era distinto a cuando me follaban el coño, me sentía más llena, más excitada, usada y abusada pero más completa sirviendo a mi hombre. El placer partía desde mi culo recorriendo mi cuerpo hasta la cabeza y volviendo hasta mi coño, aumentando más y más.
—Sí, sí, me gusta, dame más premio — jadeé.
Abrí los ojos que había cerrado sin darme cuenta cuando sentí que lamían mis pezones. Rayitas estaba a mi lado lamiendo mis bamboleantes tetas. No podía apartarlo porque si me soltaba de la columna me desplomaría, así que le dejé seguir. El placer seguía aumentando, Pasmaro llevó una de sus manos a mi garganta y apretó, me ahogaba pero el placer se incrementó, y cuando Pasmaro deslizó la otra mano hasta mi coño y me pellizcó el clítoris sufrí la mejor corrida de mi vida. El placer me inundó llenándome de sensaciones y me desvanecí unos instantes. Cuando recuperé el conocimiento tenía la cabeza sobre el suelo, pero Pasmaro seguía follándome el culo que me mantenía en pompa agarrándome fuertemente de las caderas.
—Para, por favor, no puedo más — rogué.
—Estoy a punto de acabar, te llenaré el culo y luego te dejaré descansar.
Siguió allanando mi culo manejándome como a una muñeca de trapo hasta que con un grito se vació en mis intestinos.
—Toma zorra, te he llenado la boca, el coño y ahora el culo. Espero que hayas disfrutado tu premio.
Se salió de mí y sentí un golpe a mi espalda. Me giré y vi que se había caído desmayado. Me acurruqué en el sitio para descansar y rememorar lo que había pasado. Jamás había disfrutado tanto, descarté comerme el coco con mi faceta sumisa, había sido apoteósico y con eso me valía, pero decidí no repetirlo. Con una vez basta. Al final me levanté y acarreé a Pasmaro hasta su cama, donde le dejé para que se repusiera. Me acerqué al arroyo para lavarme bien y esperé en la cabaña con Rayitas a que despertara. Tenía que buscarle una tigresa guapa para que se desfogara un poco.
Cuando Pasmaro salió de su habitación con expresión confundida le dije que teníamos que ir a Samharian a comprar provisiones. Me miró perplejo hasta que se atrevió a preguntarme :
—¿Lo he soñado o ha sido real?
—No sé de qué hablas — contesté muy seria — , y mi culo tampoco.
El mago abrió mucho los ojos y me miró con la boca abierta. Empezó a balbucear algo hasta que le corté y le dije que se lavara que nos íbamos a Samharian. En media hora estábamos saliendo por la puerta. Dejamos a Rayitas solo para que cazara su alimento y partimos a caballo.
El mercenario terminó su cerveza y salió de la taberna en busca de la casa de putas que le habían recomendado. Había acompañado a su cliente a su casa a media mañana y cobrado por sus servicios. Luego había parado en la taberna para calmar su sed y ahora pretendía calmar otras necesidades. Se dirigió por la calle que le habían indicado cuando vio a una pareja que venía hacia él. Él no tenía nada reseñable, pero ella vestía como una luchadora, como él mismo. Algo en su flexible forma de andar le resultaba familiar, por lo que se fijó con más detenimiento. Los oyó hablar, se reían mientras comentaban algo del culo de alguien. No puede ser — pensó anonadado —, esa voz, esa forma de andar. Es imposible, no podía ser su amor de la infancia, debía ser alguien que se le pareciera.
—¿Ardillita? — suponía que la chica le ignoraría pero se detuvo súbitamente y le miró fijamente.
—¿Ardillita, eres tú?
A la chica de repente se le humedecieron los ojos y se lanzó en brazos del mercenario, llorando y riendo a la vez. Él intentó apartarla para verla de cerca pero ella no lo soltaba, con la cabeza enterrada en su cuello. Correspondió al abrazo esperando que se calmase. No puede ser, no puede ser — se repetía —. Ella por fin se aparto de él mirándole a los ojos.
—¿Jos? — musitó.
—¿Ardillita?
Volvieron a abrazarse llorando los dos ante la mirada pasmada de Pasmaro que, sorprendido, esperaba una explicación.
—¿Cómo? ¿Pero tú … ? — consiguió decir el mercenario.
Al final se repusieron un poco y volvieron a la taberna que acababa de dejar Jos para ponerse al día. Allí Lesath se le presentó a Pasmaro y le contó su historia. Cuando terminó fue el turno de Jos de contar la suya. Resultó que cuando atacaron la cofradía de asesinos a la que pertenecían ambos él no murió, quedó malherido por un golpe de espada y oculto por el cuerpo de otro asesino que murió sobre él. En cuanto pudo huyó de las cuevas donde vivían y se dedicó a alquilar su espada a cualquiera que le pagara por ello.
—Y ahora ¿qué estás haciendo? — le preguntó Pasmaro.
—Justo hoy he terminado un trabajo. Esperaré un par de días y buscaré el siguiente.
—¿Y dónde estás viviendo?
—Aquí mismo, tengo alquilada una habitación arriba.
—Pues ahora mismo la dejas — intervino tajante Lesath —. Acompáñanos a comprar provisiones y luego nos vamos todos a la cabaña. Te quedarás con nosotros. Tenemos muchas cosas que contarnos.
Y dicho y hecho, compraron lo necesario, recogieron sus caballos y se dirigieron a la cabaña sin parar de hablar por el camino.
—Y dime, Jos, ¿sobrevivió alguien más? — descabalgábamos en la cabaña cuando no pude esperar más. En realidad solo me importaba Luan, que había sido mi única amiga.
—Nadie que yo sepa, lo siento.
—Bueno, sobreviviste tú. En realidad es como si fueses la única familia que tengo. Para mí es un magnífico regalo tenerte aquí.
No me contuve y le volví a abrazar, llenándole la cara de besos. Jos me apretó entre sus fuertes brazos y me quedé pegada a él, disfrutando del momento. De repente pegó un respingo me colocó detrás de él protegiéndome y sacó la espada.
—Para, para, no hay peligro. Es Rayitas — el tigre se acercaba a nosotros tranquilamente desde la línea de árboles —, guarda la espada que te lo presento.
Jos guardó la espada no del todo seguro y llamé a Rayitas.
—Rayitas, este es Jos, se va a quedar con nosotros una temporada. Trátale bien.
Rayitas lamió la mano que Jos le acercaba con reticencia. Luego abrió mucho la boca mostrando sus enormes colmillos. Jos retrocedió un paso alarmado, pero Rayitas se dio la vuelta y se tumbó en el porche. Si los tigres pudieran reír tendrían esa misma expresión. Era un cachondo mi gatito.
—Jajaja, no te asustes, es un bromista — le dijo Pasmaro.
—Claro, claro — respondió Jos no muy convencido.
—Entremos anda, y cuéntame qué trabajos has hecho últimamente — le dije.
Mientras colocábamos las provisiones en la alacena, Jos nos iba contando. Principalmente se dedicaba a ser escolta de personas y caravanas de mercader. Había viajado mucho por su trabajo y compartimos impresiones de los sitios en los que habíamos estado los dos.
—¿Por qué no te das un baño antes de cenar? Creo que te lo agradeceremos todos, jajaja — le sugerí sutilmente.
—Tienes razón, en los últimos días de camino no he tenido oportunidad.
Preparamos la cena mientras Jos iba al arroyo. Volvió con ropa limpia y afeitado, parecía más joven. Estuvimos charlando hasta que nos entró sueño. Pasmaro se despidió y se fue a dormir guiñándome el ojo.
—¿Dónde duermo yo? — me preguntó.
—Sólo hay dos camas, así que dormirás en mi cama si no te importa.
—¿Contigo?
—Claro, no querrás que duerma fuera, además, tú me dejaste dormir contigo muchas veces, solo estoy devolviéndote el favor.
—Bien. Pues entra tú primero que ahora voy yo — me dijo con timidez.
Entré en la habitación, me desnudé y me metí en la cama arropándome con la sábana. La repentina timidez de Jos me producía ternura. Al rato entró Jos y se desnudó también quedándose en calzones. Los años le habían sentado bien. Tenía anchas espaldas, el liso abdomen marcado por músculos y piernas largas y fuertes. Le hice sitio y se metió a mi lado. Si se dio cuenta de que duermo completamente desnuda no dijo ni una palabra. Hablamos un rato más hasta que el sueño nos venció y nos quedamos dormidos. A mitad de la noche me desperté y, al verlo a mi lado, me abracé a su espalda y me volví a dormir, feliz como no había estado nunca.
Cuando desperté a la mañana siguiente estaba sola en la cama. Normalmente me levanto enseguida, pero esa mañana me quedé disfrutando del olor de Jos, de la alegría que me producía el tenerle conmigo nuevamente. Fui consciente de lo sola que había estado, sin padres, sin familia, sin amigos. Pasmaro era un buen compañero y se había convertido en un amigo, pero Jos era distinto, no sabía muy bien cómo catalogarlo pero me alegraba el corazón tenerlo allí conmigo. Al final me levanté, me lavé la cara haciendo desaparecer las lágrimas que pugnaban por salir y me vestí para practicar. Me reí entre dientes imaginado la cara que iba a poner Jos cuando me viera con el atuendo de puta que Pasmaro me había comprado.
Salí con mis armas de la cabaña y me encontré a Jos luchando con Rayitas, me alarmé pero las risas de Jos pronto me tranquilizaron. Se revolcaban en el suelo entre los rugidos del tigre y los gritos de mi amigo. Se lo estaban pasando bomba. Cuando Jos notó mi presencia y me vio abrió tanto la boca que temí que se le desencajara la mandíbula.
—No preguntes — le dije —. Entreno todas las mañanas, ¿quieres acompañarme?
—Claro, voy a por mis armas.
Salió armado y estuvimos practicando juntos, era mucho más entretenido que entrenar sola. Lanzamos cuchillos, tiramos con arco, nos enfrentamos con las espadas … Jos era muy bueno pero le faltaba algo de forma, seguro que había descuidado su entrenamiento.
—Tienes que practicar, te falta fluidez — le dije.
—Lo cierto es que me he abandonado un poco, pero tu traje no es que ayude precisamente a concentrarme.
—Ya, perdí una apuesta con ese cabrito que está en el porche — contesté señalando a un sonriente Pasmaro —, todavía me falta casi un mes de entrenar con esto.
Jos, serio, no me contestó.
—Voy a preparar el desayuno — nos dijo entrando en la casa.
Entré yo también, cogí ropa y me fui a bañar al arroyo acompañada por Pasmaro.
—¿Qué te parece Jos? — pregunté al mago entre chapoteos.
—Parece que le quieres mucho, y él a ti también.
—Sí, pasamos por mucho juntos.
—Creo que está algo enamorado de ti.
—¿Qué? No, no puede ser. Vivimos algunos años juntos y nunca me dijo nada, creo que te equivocas.
—He visto cómo te mira, ya veremos, ¿vamos a desayunar?
Desayunamos los tres junto riéndonos con las historias de Jos y las tonterías de Pasmaro. Pasamos la mañana tranquilamente limpiando la cabaña, atendiendo a los caballos, vino la hija de la vecina a traernos leche y la recibió Pasmaro. La llevó a la cuadra a enseñarle el caballo de Jos y apareció sólo después de un buen rato.
—¿Se ha ido tu amiga? — le dije con recochineo.
—Varias veces — qué cabrito, no perdía oportunidad.
Justo antes de comer apareció saliendo del bosque una mujer, de unos treinta años y guapa pero exhausta y sucia. Caminó hacia nosotros parándose a medio camino. Le hice señas para que se acercara pero se quedó inmóvil mirando a Rayitas. Pasmaro metió al tigre en casa y la mujer al fin se acercó a nosotros.
—Buenos días, ¿eres tú la cazadora? — dijo mirándome con determinación.
—Yo soy, ¿qué se te ofrece?
—Necesito que rescates a mi hija.
No dijo nada más, se me quedó mirando esperando que la contestara.
—Pasa, parece que necesitas sentarte. Come con nosotros — le dije.
Sin hacerse de rogar pasó y devoró la comida que la ofrecimos. La dejé que se alimentara antes de preguntarle nada. Repitió dos veces hasta que, satisfecha, se recostó en la silla y me repitió.
—Necesito que rescates a mi hija.
—Cuéntame.
—Vivimos en la aldea que hay en las montañas. A tres días andando de aquí. En casa somos mi marido John, mi hija Felicia, mi hijo Manuel y yo, Berta. Nuestra aldea depende del señorío de Barnum. El señor Barnum no se ocupa de nosotros para nada salvo para cobrarnos el diezmo, pero de vez en cuando baja a la aldea con sus guardias y se lleva a alguna jovencita. Hace unas dos semanas se llevó a mi hija. Felicia solo tiene quince años. Si es como las otras veces no la volveremos a ver.
—¿Habéis ido a las autoridades? — pregunté.
—Sí, fuimos a Samharian varias veces pero no hicieron nada. Hemos intentado hablar con el señor Barnum, pero los guardias nos echan sin dejarnos entrar a su casa. Estoy desesperada. Oí que tu aceptabas trabajos de este tipo y vine a buscarte.
—¿Sola? ¿Y tu marido?
—No tenemos dinero, mi marido me dijo que no nos ayudarías si no te pagábamos. Tuve que venir sin que él lo supiera.
—¿Y has estado sola tres días, en el bosque?
—Sí, he dormido subida a árboles y he corrido hasta que no podía más. Luego andaba y volvía a correr. En una granja me dijeron dónde encontrarte y aquí estoy. ¿Me ayudarás? No te puedo pagar con dinero pero estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para recuperar a mi hija. Seré tu criada, cuidaré tus animales, lo que sea durante el tiempo que quieras, pero salva a mi hija, te lo suplico.
La mujer se arrodilló junto a mí y se agarró a mis piernas. Las lágrimas caían por su rostro mientras lloraba silenciosamente.
—Siéntate Berta — ya había decidido ayudarla — ¿Cuántos guardias tiene el señor?
—Creo que son seis, ¿vas a ayudarme?
—Sí, mañana saldremos al amanecer. A caballo llegaremos antes de que anochezca. Vendrás con nosotros.
—Gracias, gracias —. La pobre mujer arrancó otra vez a llorar —. Cuando mi hija esté en casa volveré contigo y te serviré el tiempo que quieras, años si lo deseas.
—No será necesario, no te preocupes por eso.
—No sé cómo darte las gracias.
Pasamos el resto del día preparando las armas y descansando. Berta no consintió en estar de más y se empeñó en lavarnos toda la ropa en el arroyo, luego limpió la cuadra. Al final me tuve que enfadar para que descansara. Le preparé unas mantas y durmió en el salón. Jos y yo volvimos a dormir juntos. Insistió en acompañarnos al día siguiente. Me encantaba tenerle conmigo.
Al día siguiente me volví a despertar sola. Entre Berta y Jos habían ensillado los caballos y nos esperaban con el desayuno hecho. Lo debía haber preparado Berta porque estaba mejor de lo normal. Acabé de equiparme y al poco de salir el sol estábamos en camino. Hicimos el trayecto deprisa para llegar en el día. Rayitas nos seguía sin problemas. Berta iba conmigo en el caballo nerviosa y rígida. No se relajó hasta que pasaron varias horas. Llegamos a su pequeña aldea al atardecer. No tendría más de veinte casas. El marido de Berta, John, esperaba muy preocupado a su mujer.
—He traído a la cazadora. Nos va a ayudar — le dijo Berta al desmontar.
—Pero ¿cómo? — contestó.
—Porque todavía queda gente buena en este sucio mundo.
Nos dieron de cenar en su humilde casa y partimos hacia el caserón del señor por el camino que nos habían indicado. Dejamos los caballos entre unos árboles en cuanto divisamos la casa y nos acercamos en silencio. Rayitas ya estaba a mi lado en modo de combate.
EL caserón estaba formado por una gran casa de dos plantas, con algunas construcciones anexas. Había una cuadra, un gallinero, dos pequeños huertos y alguna cosa más. Vimos a dos hombres con espadas sentados en el porche y a una chica limpiando el gallinero. Rodeamos la casa. Pasmaro y Jos me esperaron y yo me acerqué sigilosa al gallinero. Cuando la chica salió la agarré por detrás tapándole la boca. La arrastré hasta mis amigos y la dije :
—Tranquila, no grites. No vamos a hacerte daño. ¿Si te suelto vas a gritar?
La chica negó con la cabeza asustada. La solté preparada para volver a acallarla si gritaba pero no fue necesario. Se quedó cabizbaja en silencio, esperando.
—¿Conoces a Felicia? — le pregunté susurrando. Afirmó con la cabeza.
—¿Está bien? — Volvió a afirmar.
—Hemos venido a rescatarla, ¿a ti también te trajeron a la fuerza? — De nuevo afirmó con la cabeza.
—Pues vendrás con nosotros, ¿Cuántas chicas están en la casa obligadas?
—Cinco — me dijo entre lágrimas — ¿Vas a llevarme con mis padres?
—Cuenta con ello, no tendrás que volver a esa casa. Ahora cuéntame cuántos guardias hay y dónde están. Dime también dónde puedo encontrar a las chicas.
La chica nos contó con detalle la distribución de la casa, dónde podrían estar los seis guardias y dónde podríamos hallar a las chicas.
—Aparte de las chicas, el señor y los guardias, ¿hay alguien más en la casa?
—No, nadie.
—Bien, ahora da la vuelta a la casa sin que te vean. Un poco más adelante por el camino, en los primero árboles a la izquierda están nuestros caballos. Espéranos allí.
La chica siguió mis instrucciones dando un rodeo enorme a la casa y desapareció.
—Yo iré por delante, mataré con el arco a los dos guardias y entraré. Tú, Jos, entrarás por detrás. Intentemos no hacer ruido. Si el señor está arriba con Felicia, como nos ha dicho la chica, podría herirla si sabe que le atacamos. Los guardias están todos abajo, así que acabemos con ellos antes de subir. Pasmaro, tú espera fuera y vigila la cuadra, si alguien escapa buscará un caballo para huir, podría denunciarnos y nos meteríamos en problemas.
Jos y yo revisamos nuestras armas y nos dirigimos cada uno a nuestra puerta. Esperé a que uno de los guardias mirara a otro lado y disparé al otro en el corazón. Cayó instantáneamente. Antes de que el guardia que quedaba se diera cuenta de lo que pasaba recibió otra de mis flechas en el cuello. Cayó al suelo llevándose las manos al cuello. Enseguida me tenía encima rematándole con una de mis espadas gemelas.
La primera parte había salido perfecta. Quedaban cuatro.
Entré en la casa acompañada por Rayitas y me dirigí a la izquierda, hacia la cocina. Me moví despacio y sin hacer ruido. Me asomé por la puerta y solo vi a dos chicas trabajando. Sin que me vieran retrocedí y seguí buscando. Me sorprendió un guardia al salir de una habitación, pero Rayitas saltó y le aferró del cuello con sus fauces. Le mantuvo en el suelo hasta que dejó de moverse, luego escondí su cuerpo en la habitación.
Quedaban tres.
Seguí recorriendo sigilosa la casa, encontré dos guardias muertos en un gran salón. Los ignoré y avancé. Oí pasos que venían hacia mí y preparé uno de mis cuchillos de lanzar. Cuando empecé a ver a alguien girando en un pasillo eché el brazo atrás para lanzarlo pero me detuve en el último momento. Era Jos.
—¿A cuantos has matado? — susurré.
—A tres.
—Bien, ya están todos. Vamos arriba.
Volvimos a la entrada de la casa de donde partía la escalera y subimos al piso de arriba. Antes mandé a Rayitas con Pasmaro. Se suponía que el señor estaría en la última habitación de la derecha. Recorrimos el pasillo sin hacer ruido y nos detuvimos en la puerta intentando escuchar. Oímos golpes y llantos en el interior. Revisé mi pequeña ballesta y entramos impetuosamente con las armas en la mano. Un hombre de mediana edad, barrigón y medio calvo estaba en la cama sobre una muchacha desnuda, la abofeteaba para que abriera las piernas ante la resistencia de esta. Jos se lanzó a por él y, agarrándole del cuello le lanzó al suelo. Le puso la punta de la espada en la garganta y le dijo :
—Si te mueves un centímetro te mato —. Me preguntó con la mirada y yo asentí.
Jos le atravesó el cuello y le dejó desangrarse en el suelo. La chica había saltado de la cama y se había ovillado en un rincón. Envainé las espadas, arranqué la sábana de la cama y la tapé con ella.
—¿Estás bien? — pregunté.
La chica lloraba sin contestarme.
—¿Eres Felicia?
La chica me miró y me dijo que sí con voz diminuta.
—Me envía tu madre. Voy a llevarte a casa con ella.
Felicia me miró y se echó en mis brazos llorando a moco tendido, sin importarle que la sábana se escurriera hasta el suelo.
—Voy abajo a por las otras chicas — me dijo Jos saliendo de la habitación.
Di unos momentos a la chica para que se tranquilizara y la levanté. La volví a cubrir con la sábana y le dije que tenía que vestirse para irnos a casa. Me sonrió por fin, a pesar de los cardenales que cubrían su rostro era muy bonita. Esperaba que se recuperara de los abusos del señor. De cualquier manera, ya no volvería a abusar de nadie.
La acompañé a su habitación para que se vistiera. Había cinco jergones ocupando todo el espacio y sacó su ropa de debajo del suyo, alternando sonrisas con sollozos. Cuando salimos de la casa nos esperaban Jos y Pasmaro con otras tres chicas abrazadas. Felicia se unió a ellas y compartió sus llantos. Jos y yo fuimos a la cuadra, ensillamos los ocho caballos que había y los fuimos llevando delante. Cuando reunimos todos, entre las chicas y nosotros los llevamos de las bridas por el camino para reunirnos con la que nos esperaba y nuestras monturas. Según nos acercábamos no veía a la chica, no fue hasta que vio a sus compañeras que salió de detrás de un árbol para abrazarlas. Pasmaro y yo las dejamos al cuidado de Jos y volvimos al caserón.
—Quémalo Pasmaro, quema la casa.
Pasmaro asintió y entró en la casa. Cuando salió ya salía humo por alguna ventana. Sin decir nada y sin mirar atrás, nos alejamos por el camino.
Cuando llegamos a la aldea estaban todos los vecinos esperándonos. Salvo una, todas las chicas corrieron a abrazarse a sus familias. La que quedó a mi lado, una de las que vi en la cocina, lloraba silenciosamente junto a mí.
—¿No tienes familia aquí, cariño? — la pregunté.
—Yo fui la primera a la que se llevaron. Mis padres fueron a por mí y los mataron a los dos. Desde entonces nadie fue a por nosotras.
En ese momento Berta se acercó y me abrazó.
—Gracias, gracias, gracias.
—Espero que Felicia se recupere, parece un chica estupenda.
—Lo es, es la mejor hija que se puede tener, y la he recuperado gracias a ti.
—No me des más las gracias, lo hemos hecho con mucho gusto.
—Bueno, pues gracias por última vez. Podéis dormir en una casa que estaba vacía. La hemos limpiado y arreglado. Id a descansar, nosotras nos encargaremos de vuestros caballos. ¿queréis quedaros unos días? Estaremos felices si os quedáis. No tenemos mucho pero os agasajaremos lo mejor que podamos.
—No podemos, mañana partiremos al alba — la aldea no parecía próspera y no quería que gastaran en nosotros sus escasas reservas.
—Pues os acompaño a la casa.
Nos dejo para que nos acomodáramos y corrió de vuelta con su hija. Dormimos unas horas y a la mañana siguiente ya nos esperaba para llevarnos a desayunar a su casa. No vimos a Felicia porque estaba dormida, había caído como un tronco la noche anterior. Nos contó Berta, que cada vez que Barnum raptaba a una chica, la obligaba a compartir su cama hasta que se aburría de ella. Luego la ponía a trabajar en la casa y elegía a una distinta cada noche, compartiéndolas con los guardias. Me alegré de haber matado a todos.
Cuando salimos de su casa para marcharnos, estaban todos los caballos ensillados. Los nuestros y los ocho que habíamos traído del caserón. Casi todo el pueblo estaba allí para despedirnos.
—No, Berta, nosotros nos llevamos nuestros caballos, los otros quedáoslos vosotros. Vendedlos, usadlos en el campo, haced con ellos lo que queráis.
—Muchas gracias, cazadora, serán muy útiles en la aldea.
—Pues nosotros nos vamos, espero que a partir de ahora nadie abuse de vosotros.
—Espera, tengo que recoger mis cosas.
Sin darme tiempo a decir nada entró en la casa y salió arrastrando un petate.
—¿Con quién monto yo? — preguntó mirándonos a los tres.
—Con nadie, ya te dije que no necesitas pagarme de ninguna forma.
—Pero yo quiero servirte, seré tu criada hasta que consideres.
—Te he dicho que no, anoche vi la sonrisa de las chicas y créeme, con eso estoy más que pagada.
—Pues gracias otra vez — me dijo abrazándome con los ojos húmedos —. Cualquier cosa ahora o en el futuro que podamos hacer por cualquiera de vosotros contad con ella.
—Sí que hay una cosa. Hemos dejado dormida en la casa a una chica que no tiene familia. Necesito que alguien se ocupe de ella.
—Claro, es Lucía. Fue la primera chica a la que raptaron. La traeré a mi casa y vivirá con nosotros. La cuidaré como a una hija.
Cuando llegamos a casa esa tarde Pasmaro sugirió que entrenara antes de cenar. Ante las carcajadas del mago y la tímida sonrisa de Jos le saqué el dedo corazón en un gesto universal.
—No pienso entrenar ahora, mejor me voy a dar un baño.
—Pues encierro los caballos y te acompaño, ¿vienes Jos? — dijo Pasmaro.
—Claro.
—Estaba jugando con Rayitas en el arroyo cuando llegaron los dos. Pasmaro enseguida se desnudó y se metió con nosotros. Animamos a Jos hasta que al final nos acompañó. Le miré disimuladamente. La verdad es que era un espectáculo de hombre, esbelto, fuerte y musculoso. Mi mirada bajó por su cuerpo y descubrí su mejor atributo. ¡Guau! Era como el doble que la de Pasmaro. Me debí quedar mirando fijamente porque el mago me dio una colleja y me dijo al oído :
—Le estás avergonzando. No seas tan descarada.
Me ruboricé intensamente y me puse a jugar nuevamente con Rayitas para disimular. Como no habíamos traído ropa limpia, los tres salimos desnudos y fuimos a la cabaña a vestirnos. Jos esperó a que yo saliera de la habitación para entrar él. Volví a mirarle de reojo, era impresionante. Si no supiera que no quería nada conmigo me le hubiera comido allí mismo.
Pasamos el resto del día entre cenar, limpiar las armas y atender mejor a los caballos. A la hora de dormir, Jos y yo nos quedamos hablando mucho rato. Al final me dio la espalda y se quedó dormido, yo no quería molestarle pero me abracé a él y me dormí feliz de tenerle a mi lado. Era como estar en casa, segura y querida.