La guerrera 02

La guerrera y su amigo el mago tienen que rescatar a una jovencita a punto de casarse.

Estaba harta de este trabajo, llevábamos quince días escoltando la caravana y no había pasado nada que aligerara el tedio. Menos mal que ya solo quedaba un día para llegar a Parish, la capital del reino de Francium. Los carromatos que acompañábamos llevaban las compras que había hecho el mercader Dionis, nuestro cliente. Nos había encontrado en Matrit y aceptamos escoltarle por un buen precio. El calor era omnipresente esos días y estaba harta del polvo de la caravana. El paisaje semidesértico era árido y monótono, así que en cuanto vi una columna de humo más adelante azucé el caballo para investigarlo, por lo menos me libraría del polvo.

—Quédate aquí Pasmaro, enseguida vuelvo. ¡Vamos Rayitas!

Cabalgué unos minutos hasta que encontré un carro ardiendo y, al lado, un hombre sentado en el suelo con la cabeza entre las piernas.

—¿Necesita ayuda? — pregunté.

El hombre levantó la cabeza sobresaltado y me miró con miedo. Seguro que verme completamente armada y acompañada por Rayitas, mi tigre azul, no le tranquilizó.

—¿Quién eres? Ya no tengo nada más que robar.

—Soy Lesath, la cazadora. Escolto la caravana que puedes ver allí a lo lejos.

El hombre se levantó mirando el polvo que levantaba la caravana y acudió a mí aferrándose a mi bota. Tranquilicé a Rayitas que gruñó al verlo y pregunté :

—¿Qué te ha pasado?

—Necesito tu ayuda. Nos asaltaron en el camino y se llevaron a mi prometida, el caballo y todo lo que traíamos en el carro. ¡Tienes que rescatarla!

—Lo lamento pero estoy acabando un trabajo y no puedo dejarlo — me empezaba a molestar tenerlo agarrado a mi bota.

—Te lo suplico, los padres de Elián tienen mucho dinero y te pagarán bien. Tienes que ir en su busca.

—¿Quién es Elián?

—Mi prometida, venía de recogerla de Versal, donde estaba visitando a su hermana, para casarnos en Parish. La boda iba a ser en tres días. ¡Ayúdame!

—Vamos a hacer una cosa, mañana llegaremos a Parish y escoltaré la caravana hasta el almacén de Dionis. Pensaba descansar unos días pero si os ponéis de acuerdo en el precio con mi compañero, saldremos en su busca inmediatamente. Imagino que Parish no tendrá problemas en que nos acompañes hasta mañana. ¡Y suéltame la bota!

—Gracias, gracias, por cierto, yo soy Marcus.

Dionis al final no puso objeciones y llegamos a nuestro destino mediado el día siguiente. Después de esperar en una de las puertas de la ciudad a que la guardia nos concediera paso, llegamos al almacén de Dionis. Nos liquidó la cantidad pendiente y nos despidió afectuosamente, asegurándonos volver a contar con nosotros en próximos viajes.

Cuando llegamos a la casa de los padres de Elián, se armó un alboroto considerable. La madre llorando, el padre gritando y Marcus intentando razonar con su futuro suegro. Pasmaro, Rayitas y yo, esperando en la entrada a que alguien se dignara atendernos. Finalmente acudió Marcus y nos invitó a pasar. Nos reunimos con Cleofás, el padre de Elián, en su despacho. Era una habitación grande, flanqueada por estanterías llenas de libros desde el suelo hasta el techo, con una enorme mesa junto a una ventana que daba a un pequeño jardín. Marcus nos presentó y yo hice sentarse a Rayitas en un rincón para que no los amedrentara.

—Vengan, por favor, — nos invitó a ir junto a la mesa — ya he empezado a preparar su búsqueda — nos dijo desplegando un mapa —. Este mapa es de Parish y de los alrededores. Soy concejal de la ciudad y les puedo decir que ya hemos mandado a la guardia varias veces a capturar a esos bandidos, pero se esconden en las montañas y no han conseguido encontrarlos.

—¿Saben su número? — pregunté.

—Creemos que no serán más de veinte, pero no estamos seguros. Les puedo decir con total seguridad que se esconden en esta zona, a cuatro o cinco horas a caballo, — nos dijo marcando un sector del mapa con el dedo — nos han causado muchos problemas, asaltan a los viajeros, roban en las casa de las afueras, incluso han matado al que les ha opuesto resistencia.

—¿Por qué está tan seguro de que se esconden en esta zona?

—Les han seguido dos veces, pero al llegar aquí desaparecen como por arte de magia — marcaba un punto concreto en el mapa —. Por favor, necesito que traigan a mi hija de vuelta. Les pagaré lo que sea.

—El precio será de cien monedas de oro — dijo Pasmaro. Yo me sorprendí, nunca habíamos cobrado tanto, pero mantuve mi gesto impasible.

—Sin problema, les daré cuarenta ahora y el resto cuando vuelvan con mi hija.

—De acuerdo — dije —. Iremos a una posada y mañana saldremos a primera hora.

—No es necesario, pueden alojarse aquí. Disponemos de cuadra para los caballos y habitaciones libres — nos dijo Cleofás.

—Muy bien entonces, dejaremos las cosas en nuestra habitación y saldremos a dar una vuelta por la ciudad — intervino Pasmaro —. Me gustaría visitar un par de tiendas de libros. Antes de nada necesitaremos algo que pertenezca a Elián.

—¿Algo como qué? — preguntó su padre.

—Alguna pertenencia suya exclusivamente, algo íntimo sería lo ideal.

—Diré a su madre que lo busque y luego os lo daré.

—Genial — contestó Pasmaro.

—Yo iré con vosotros a las montañas — dijo Marcus.

—No — le corté tajantemente —. Tendremos más posibilidades si vamos solos. Formamos un equipo compenetrado y estorbarías. Entiéndelo, Marcus. Es mejor que no vengas.

—De acuerdo, pero me hubiera gustado ir — nos dijo disimulando su alivio.

Cleofás nos dejó en manos de una empleada que nos informó de que se encargarían de los caballos.

—¿Necesitan una habitación o dos? — nos preguntó frunciendo el ceño.

—Una, con una bastará — qué rápido era Pasmaro para algunas cosas.

—¿Su animal los acompañará o lo dejarán en la cuadra? — si fruncía más el ceño se le juntarían las cejas con el cabello.

—Dormirá con nosotros en la habitación, por supuesto.

—Espero que sea limpio. ¿Querrán tomar un baño?

—Sí, pero primero tenemos que ir a hacer unas compras. Nos bañaremos a la vuelta, si no es molestia — dijo Pasmaro.

—Pediré que lleven una bañera a su habitación.

Dejamos las cosas en la lujosa habitación que nos ofreció la amable señora, nos lavamos la cara y las manos y salimos en busca de las librerías que quería Pasmaro. Rayitas se quedó durmiendo junto a la cama. La casa de Cleofás estaba en la mejor zona de la ciudad, cerca del castillo del Rey, por lo que las calles eran amplias y limpias. Preguntamos a varios viandantes que nos indicaron las librerías y nos dirigimos hacia allí.

—Por cierto Lesath, ¿cómo has dicho que era nuestro equipo?

Yo hice memoria y le contesté divertida al ver dónde quería llegar :

—Compenetrado.

—Ah, penetrado, ya me parecía — me dijo con sonrisa pícara.

—No, he dicho “compenetrado”.

—Ya, pues la próxima vez di : pareja “con penetrada”. Es una descripción más fiel.

—Jajaja, eres un tontaina. Voy a tener que darte unos azotes como a un crío chico.

—¿Me lo prometes? — me dijo poniendo morritos.

—Jajaja, mira, ya hemos llegado.

Dejé que Pasmaro enredara entre los libros y yo me quedé fuera a esperarle. La verdad es que a mí no me atraía mucho la lectura. El intelectual de nuestra compenetrada pareja era él. Había pasado la infancia y parte de la adolescencia en uno de los monasterios del dios Enki. Enki es el dios de la magia, y en el monasterio daban educación a los jóvenes y les enseñaban magia según sus capacidades. Pasmaro no tenía una magia poderosa, pero sí tenía capacidades útiles : encendía fuego en cualquier circunstancia, lanzaba pequeñas bolas de fuego y podía decir en qué dirección se encontraba alguien tocando algún objeto de esa persona.

—Oye Lesath — me preguntó Pasmaro interrumpiendo mis cavilaciones — ¿puedo gastarme cuatro monedas en dos libros?

—¿De plata?

—No, de oro.

—Me parece un derroche, ¿tú sabes cuánto tiempo podemos comer con cuatro monedas de oro?

—Anda, por favor mi dulce guerrera, son libros de magia y puedo aprender alguna cosa útil.

—No me hagas la pelota. Cómpratelos si quieres, la verdad es que el precio del rescate de Elián nos da tranquilidad para una buena temporada.

—Gracias, bella cazadora.

—Pelota.

Volvimos a la casa con los libros y nos abrió la misma señora simpática de antes.

—Enseguida les llenarán la bañera.

—Gracias.

Esperamos a que acabaran de hacer viajes con los cubos llenos de agua caliente y, cuando por fin terminaron, le pregunté a Pesaro :

—¿Me baño yo primero, tú o … juntos?

—Juntos.

Me reí mientras me desvestía, el maguito fue más rápido que yo y ya me esperaba dentro recostado contra la bañera.

—Deja que me ponga yo ahí. Tú apóyate en mí.

Enseguida estaba cómodamente recostada con la espalda de Pesaro contra mi pecho. Tenía dobladas las piernas para que cupiéramos los dos y mi compañero me las acariciaba suavemente. Yo le acaricié los hombros y el pecho, bajando luego a agarrar su miembro que, como siempre, ya estaba erecto. Deslicé mi mano izquierda en sus testículos mientras con la derecha le hacía una lenta paja. Debió gustarle mucho mi maniobra porque se abandonó en mis brazos apoyando la cabeza en mi hombro. Yo seguí con la masturbación lentamente hasta que Pasmaro fue a cambiar de posición.

—Quieto, maguito — dije dándole un apretón de aviso en los huevos —. Deja que te premie por sacar tan buen precio.

Volvió a relajarse sobre mí y yo continué con el movimiento de mis manos. Con una acariciaba sus testículos y el perineo y con la otra bombeaba suavemente su polla. Él empezó a gemir casi inaudiblemente y aceleré el vaivén. Mi mano iba desde su base hasta el glande, la giraba recorriéndole entero con un movimiento envolvente y volvía a bajar para empezar otra vez. Se le había puesto durísima.

—Te gusta, ¿maguito?

—Mucho, acelera por favor.

Le hice caso y se la meneé cada vez más deprisa, nunca le había hecho una paja y me di cuenta de que me encantaba. Normalmente me las hacía él a mí, y ahora sabía por qué le gustaba tanto. Tenías a la otra persona en tus manos, no solo literalmente, sino que controlabas absolutamente la duración y el placer proporcionado. Aceleré el movimiento apretando fuertemente su polla hasta que empezó a lanzar semen como un surtidor.

—Me corro … me corro.

Seguí unos instantes hasta que se vació del todo y le liberé. Le dejé un par de minutos y le pregunté :

—¿Qué tal ha sido?

—Increíble, ¿por qué no lo hemos hecho antes?

—Jajaja, no te aficiones. Nuestro acuerdo es que tú me complaces a mí.

—Ya, ya, pero una vez al año no hace daño, o al mes, o mejor a la semana. Bueno, ¿qué te apetece a ti ahora?

—Creo que cambiamos de sitio y me follas desde atrás.

—Vivo para servir, mi señora.

Sin derramar mucho agua fuera, intercambiamos posiciones y me follaba mientras me agarraba las tetas con sus manos. Empecé recostada contra él pero enseguida me eché un poco hacia delante para botar con más facilidad sobre su polla. Me taladraba el coño con ganas, haciéndome gimotear de placer. La paja que le había hecho me había excitado y estaba a punto de correrme. Puse mis manos sobre las suyas y apreté aún más mis pechos, provocando que el placer fluyera directamente a mi ingle. Pasmaro bajó una mano a mi clítoris y lo frotó y pellizcó provocando mi orgasmo. No puede evitar un grito cuando me arqueé y apreté más mi culo cobre su regazo, haciendo que su polla entrara más profundamente en mí. El rozó suave y repetidamente mi clítoris prolongando mi placer hasta que mis espasmos cedieron. Cuando abrí los ojos vi a Rayitas que, con las patas delanteras sobre la bañera, nos observaba atentamente. Tengo que buscarle una tigresa linda, pensé.

Después de relajarnos unos minutos nos enjabonamos y enjuagamos. Nos pusimos ropa limpia y justo entonces llamaron a la puerta para retirar la bañera y traernos la cena. Después de cenar saqué a Rayitas y luego me dediqué a revisar y afilar mis armas mientras Pasmaro se enfrascaba en la lectura de sus libros. Cuando nos entró sueño nos acostamos desnudos y le di la espalda. Me acarició la cintura y le detuve :

—Duérmete, anda. Mañana nos espera un día difícil — ya no le decía un día duro porque sabía su contestación.

—Déjame probar una cosa primero.

Le oí murmurar unas palabras y noté un pellizco en un pezón. Comprobé que sus manos estaban lejos de mí y le pregunté asombrada :

—¿Cómo has hecho eso?

—Magia — contestó sonriendo.

—¿Y lo has aprendido tan rápido?

—La verdad es que es un hechizo muy sencillo. No debe ser conocido porque no sirve para nada más, pero solo es el principio de lo que viene en el libro. En cuanto pueda profundizaré más. Tú serás mi conejillo de indias.

—Desde luego con la cantidad de hechizos que existirán has ido a encontrar uno tan pervertido como tú.

—Jajaja, te recuerdo que era virgen cuando te conocí. Tú me has enseñado todo, además, prácticamente solo lo he hecho contigo.

—Eso es verdad, tengo que darte la razón. Espera … ¿cómo que prácticamente?

—Bueno, alguna vez los vecinos han mandado a su hija a traernos leche y algún pollo y puede que hayamos intimado algo.

—Algo.

—Sí, algo — siguió contándome —. Y puede que también intimara con la que nos vende la fruta en Samharian.

—La fruta.

—Sí, y cuando se quedó la mujer del leñador mientras él iba a cambiar la rueda del carromato, puede que también intercambiáramos algunas palabras y demás.

—Y demás.

—Eso es.

—¿Pero es que sabes algún hechizo para conquistarlas a todas?

—No, no se trata de magia. Es únicamente mi “savoir faire”.

—¿Tu savoi qué? Espera, espera, mejor no me lo digas, un sueño de los tuyos.

Pasmaro calló por fin y yo me dormí rumiando en mi interior que la poquita cosa del mago follaba más que yo. ¡No es justo!

Nos levantamos nada más despuntar el alba y fuimos a preparar los caballos. Cleofás y Marcus salieron a despedirnos, entregándonos el mapa y una blusa de Elián. Yo me hice cargo del mapa y Pasmaro de la blusa. Nada más salir de la ciudad nos dirigimos a las montañas alternando el trote con el galope para no cansar a los caballos. Rayitas nos seguía sin problemas para mantener el ritmo. Hicimos un alto para que Pasmaro pudiera confirmar con la blusa que íbamos en buena dirección. Seguimos cerca de dos horas hasta que llegamos a las primeras estribaciones de las montañas, siguiendo el mapa para llegar a donde les habían perdido la pista anteriormente.

Pasmaro confirmó que Eliana estaba al oeste de nosotros, pero en esa dirección solo había montañas sin ningún paso evidente para cruzarlas. Fuimos a la izquierda durante más de media hora, como no encontramos ningún paso volvimos y recorrimos una distancia similar hacia la derecha con el mismo resultado.

—¿Qué hacemos Lesath? Elián está al oeste, pero no hay manera de cruzar las montañas. El paso no puede ser muy difícil porque los bandidos iban a caballo.

—Volvamos al punto donde les perdieron la pista, tendremos que mirar con más atención.

Eso hicimos, desmontamos y cada uno se fue hacia un lado llevando al caballo de las riendas. Rayitas me acompañaba correteando por ahí. Llevaría como una hora intentando subir por algún sitio practicable cuando me di cuenta que Rayitas no estaba. Le esperé por si estaba cazando hasta que agoté mi paciencia y le llamé.

—¡Rayitas, ven cachorro!

Lo repetí varias veces hasta que apareció saliendo por detrás de unos arbustos que trepaban aferrados a las rocas de la montaña.

—¿Qué hacías ahí escondido?

Rayitas giró la cabeza mirando a los arbustos y volvió a desaparecer tras ellos.

—¿Qué hay ahí, gatito? ¿Qué te interesa tanto?

Me acerqué y aparté algunas ramas para poder ver detrás. Rayitas me esperaba con la lengua colgando al principio de un amplio túnel que se internaba en la montaña. Tenía la cara que debería tener si quisiera reírse de mí.

—Muy bien, Rayitas, lo has hecho fenomenal. Vamos a buscar a Pasmaro y a investigar a dónde conduce esto.

Volví a montar y recogí a Pasmaro. Nos internamos bajo la montaña llevando a los caballos de las bridas. El mago mantuvo una bola de fuego en la mano que nos alumbró el camino. Después de vueltas y revueltas vimos luz más adelante.

—Apágate Pasmaro, intentemos no hacer ruido.

Solo se oía el sonido de los cascos de los caballos cuando llegamos al final del túnel. Acababa bastante más alto que el terreno de alrededor, lo que nos permitió dar un buen vistazo. Teníamos delante un pequeño y bonito valle rodeado completamente de montañas. Una cascada en el otro extremo proporcionaba agua a un riachuelo que se sumergía en la tierra bajo nosotros. En el centro del valle había un pequeño poblado con no más de veinte cochambrosas chozas. Se veía a varios hombres y alguna mujer ocupada en acarrear agua y lavando en el río. Una ancha cornisa descendía a nuestra derecha, lo que nos permitiría descender.

—Esperaremos a la noche y bajaremos cuando no se nos vea desde lejos — expliqué —. Como debe haber mucha gente intentaremos rescatar a Elián sin que nos descubran. Será mejor evitar enfrentamientos.

—Bien, entremos un poco más en el túnel para ocultarnos.

Atamos los caballos en unas raíces que colgaban de las paredes y nos sentamos a esperar. La luz empezaba a menguar cuando oí caballos que se acercaban por el túnel. Desperté a Pasmaro de un codazo y nos levantamos.

—Creo que vienen dos caballos — susurré —. Adelantémonos unos metros para que no vean nuestros caballos. Rayitas y yo les desarmaremos, cuando te haga una seña lanza fuego al techo para sorprenderles. Tú Rayitas, al de la izquierda — llevé al tigre al lado izquierdo — intenta no matarle. Yo me ocuparé del de la derecha. Saqué una de mis espadas y me agazapé contra la pared.

Esperamos en tensión hasta que los tuvimos cerca, se alumbraban con una pobre antorcha que por suerte no iluminaba mucho. Cuando estaban a unos diez metros le hice una seña a Pasmaro y corrí a por el que tenía a mi lado. Pasmaro lanzó el fuego y vi por el rabillo del ojo como Rayitas corría pegado a la pared y saltaba para derribar al bandido de su lado. Yo salté sobre el mío y le pegué en la cara con la empuñadura de mi espada, derribándole del caballo. Caí sobre él poniéndole el filo contra el cuello. Rayitas aplastaba el pecho del otro bandido gruñéndole cada vez que intentaba moverse. Sus caballos, asustados, corrieron hacia el final del túnel, por suerte Pasmaro los detuvo y los ató junto a los nuestros. Luego acudió corriendo con el fuego en la mano.

—Desármalos — le pedí —. Si alguno hace algún ruido le mato, ¿os queda claro?

Ellos afirmaron con la cabeza y permitieron que el mago los desarmara. Sin soltarlos les pregunté :

—¿Cuántos sois?

Ninguno quiso responder.

—Mi tigre no ha comido todavía, o me contestáis o le dejo que se llene la panza — Rayitas gruñó amenazadoramente.

El que estaba bajo mi tigre dijo rápidamente : dieciséis.

—¿Es eso cierto? — pregunté al mío apretando la espada contra su cuello.

—Sí, somos dieciséis. Abajo hay catorce.

—Hace dos días raptasteis a una mujer en el camino real, se llama Elián. ¿Dónde está?

—En la cabaña del jefe, la que está más cerca de la cascada.

—¿Está bien?

—Sí, esta mañana estaba perfectamente.

—De acuerdo, ahora os ataremos, si os portáis bien no tendremos que mataros.

Con su total colaboración les atamos y amordazamos, los metimos más al interior del túnel y seguimos esperando. Cuando ya no se veía a nadie en el pueblo bajamos por la cornisa dejando los caballos donde estaban. Me llevé el arco y la ballesta por si había guardias. No lo creía, los bandidos se debían sentir tan seguros que no habían situado ni un centinela en el túnel. Recorrimos sigilosamente el valle hasta llegar al otro extremo. Si la información que teníamos era veraz, en la primera casa estaría Elián.

—Entraré yo sola e intentaré matar a quién esté con ella sin hacer ruido. Es la mejor manera de salir después sin despertar a nadie. Esperad cerca de la puerta y avisadme si viene alguien.

Pasmaro afirmó con un gesto y me siguió junto con Rayitas hasta unos metros de la cabaña. Yo continué en silencio hasta la puerta. Empujé despacito pero la puerta no se movió. Metí la hoja de la espada entre la puerta y el marco y me dispuse a levantar el pestillo y entrar rápidamente. Me detuve cuando oí ruidos en el interior. Presté atención hasta que oí quejidos de una mujer. El cabrón del jefe de los bandidos la debía estar violando o torturando. Los quejidos aumentaron por lo que levanté el pestillo y entré hecha una furia. Me detuve un segundo para examinar el interior y me quedé anonadada al ver a una mujer a cuatro patas en la cama moviendo el culo contra el hombre que se la follaba por detrás.

—Más fuerte, más fuerte — jadeaba la mujer.

El hombre notó mi presencia y se salió de la mujer diciendo :

—Pero qué …

No le dejé continuar. Me acerqué a él de un salto y le clavé la espada en la garganta. Cayó al suelo gorgoteando sangre. Saqué rápidamente la espada y me abalancé sobre la mujer para taparle la boca. Se resistió hasta que la amenacé con la espada.

—Voy a quitar la mano de tu boca. Si gritas te corto la garganta. ¿Has entendido?

Sacudió la cabeza, la solté y la pregunté.

—¿Dónde está Elián?

La chica abrió mucho los ojos y me dijo :

—Yo soy Elián.

Tardé unos segundos en comprenderlo. La joven prometida de Marcus era un poquito zorra. Aun así debía asegurarme.

—¿Cómo se llama tu prometido?

—Marcus.

—¿Y tu padre?

—Cleofás.

—Bien Elián, yo soy Lesath, nos envían para rescatarte. Ahora vístete en silencio y sal conmigo. Iremos hasta el túnel bordeando el valle sin hacer ruido. ¿Has entendido todo?

—Sí, Lesath.

Una vez vestida y calzada Elián dio tres patadas al cadáver del bandido.

—Cabrón pichafloja — le insultó con desprecio.

Salimos de la cabaña y nos reunimos con Pesaro y Rayitas. En ese momento Elián gritó muy fuerte mirando asustada al tigre. ¡Tonta de mí! No la había avisado.

—¿Quién anda ahí?

Un hombre flaco y con barba de varios días se acercaba a nosotros, como había poca luz no sabía todavía que éramos intrusos, pero llevaba la espada en la mano. Oí como se abrían puertas en las chozas cercanas.

—¿He preguntado que quién anda ahí? — insistió.

Rápidamente cogí el arco de mi espalda y le alcancé con una flecha en el corazón, cayó con un leve quejido. Varios hombres más se acercaban. Acabé con otros dos y los demás empezaron a correr hacia nosotros gritando :

—¡Nos atacan, a la lucha!

Me dio tiempo a disparar a otros dos antes de que se me echaran encima, solté el arco y saqué las espadas. El que iba primero saltó hacia mí intentando atravesarme, le esquivé fácilmente y le rebané el cuello. Los tres siguientes se lo pensaron mejor y se acercaron lentamente, desplegándose para rodearme. Como no podía esperar a que se acercaran más hombres amagué hacia el de mi izquierda y salté hacia la derecha. El bandido lanzó un tajo horizontal con su espada, me agaché por debajo y le atravesé el estómago, retorcí la espada y la saqué volviéndome enseguida y encarando a los otros dos. Estos se me acercaron lentamente hasta que uno dijo : ¡ahora!, se lanzaron a por mí a la vez con las espadas por delante, yo me zambullí entre ellos con los pies por delante y les corté a los dos en el muslo. Me levanté rápidamente y acabé con ellos esquivando sus torpes estocadas. Me dio tiempo a coger de nuevo el arco y alcancé a dos más. Quedaban cinco.

Un bandido enorme con el torso desnudo y un hacha de combate dirigió el ataque.

—Cubríos y rodeadla — ordenó.

Los bandidos se protegieron detrás de las chozas cercanas y fueron cercándome. Volví a dejar el arco y, con las espadas en las manos, dije :

—Venga hombretones, venid a cogerme.

Se escuchó un alarido a mi izquierda detrás de mí seguido por algunos gruñidos. Eso significaba que Pasmaro había mandado a Rayitas en mi ayuda. No me había costado mucho enseñar al tigre a atacar en silencio y por sorpresa, lo más difícil había sido obligarle a esperar a que se lo ordenáramos. A pesar de ser enorme era poco más que un cachorro y temía que le hirieran. Los cuatro hombres restantes corrieron a enfrentarse a mí. Al que venía por mi derecha le lancé un cuchillo y le atravesé la garganta. Tenía a los otros tres encima, tuve que limitarme a detener sus estocadas y a esquivar el hacha del gigante para no abrir mi guardia. Estaba acorralada sin poder atacar, retrocediendo poco a poco. Tropecé con una piedra y caí de espaldas. Rayitas apareció otra vez y mordió a uno de ellos en el hombro, sus gritos hicieron vacilar un segundo a los dos atacantes que quedaban, enseguida tuve que girar en el suelo para esquivar el hacha que bajaba hacia mi cabeza. Clavé una espada en la ingle del otro bandido y me volví, todavía en el suelo, para ver que el hacha volvía a caer sobre mí. Estiré mi brazo derecho y disparé la ballesta. Afortunadamente la saeta se clavó en un ojo del gigante. Estuvo muerto instantáneamente y el hacha cayó, inofensiva, a mi lado.

—¿Por qué has tardado tanto? — Pasmaro apareció a mi lado y me alargó la mano para levantarme.

—No seas cretino, no he tardado más de tres minutos.

Entre las risitas de Pasmaro y le incredulidad de Elián, recogí mis flechas de los cuerpos de los maleantes y mi arco y nos pusimos en camino para volver a Parish. Ninguna mujer salió de las cabañas, antes de dejar el valle les grité que quedaban dos hombres atados en el túnel. No sabía si los matarían o los liberarían. Ese ya no era mi problema.

Al poco de salir del valle paramos a esperar el amanecer en una arboleda. Rayitas nos trajo un faisán que asé en la hoguera aderezándole con unas hojas de tomillo que encontré cerca. Pasmaro consolaba a Elián que no dejaba de lloriquear por su virtud perdida. Por lo que vi en la cabaña del jefe de los bandidos sospechaba que la virtud de Elián había volado hace mucho. Ahora tendría excusa si su prometido echaba algo en falta en su noche de bodas. Dimos cuenta del faisán y nos tumbamos a dormir vigilados por Rayitas.

Me despertaron unos ruidos y me levanté completamente en guardia sacando mis armas. Pasmaro y Elián habían desaparecido. Seguí el sonido y me encontré una escena que no esperaba. Elián, completamente desnuda, se agarraba a un árbol mientras Pasmaro la embestía por detrás. La bonita joven gemía con la boca abierta recibiendo los embates del mago aferrado a sus caderas. Pasmaro tiró del pelo de Elián haciendo que levantara la cabeza.

—¿Te gusta, zorra?

En respuesta ella movió más el culo hacia fuera provocando al mago. Este se cansó de la postura y arrojó a la chica al suelo, le abrió las piernas sujetándolas por los tobillos y la penetró con fuerza.

—Voy a follarte como se merece una puta como tú.

—Sí, sí, fóllame.

Pasmaro la folló con un salvajismo desconocido para mí. El mago no actuaba como hacía normalmente. Él solía ser pícaro y un poco pervertido, pero siempre era dulce y atento.

Elián tuvo varios orgasmos hasta que Pasmaro la puso a cuatro patas. Vi su miembro al cambiar de postura y me pareció más grande de lo normal. Él impuso un ritmo demoledor y azotó varias veces en el culo a su víctima diciendo :

—¿Así lo quieres, verdad? No llores por tu virtud, eres más puta que las gallinas.

Me excité viéndolo tan dominante, tan seguro, tan macho. En mi cabeza quería ser yo la que estuviera bajo su poder. Nunca hubiera pensado que Pasmaro pudiera ser tan hombre, tan dominador. Metí una de mis manos en mis pantalones y me masturbé viendo cómo se follaba tan salvajemente a la sometida Elián. ¿Qué le habría pasado para ponerse de esa manera?

Me corrí observando la brutal follada y volví a mi sitio junto a la hoguera. Intenté volver a conciliar el sueño pero fue inútil. Mucho rato después llegó Pasmaro con Elián inconsciente en sus brazos.

—Jajaja. Espero que no la hayas matado a polvos — me cachondeé de él.

—Calla Lesath. Estoy preocupado. No sé qué me ha pasado pero no era dueño de mí mismo por completo.

—Yo creo que eras dueño de ti y de ella también, jajaja.

—No te rías de mí, no ha sido normal.

La cara seria de Pasmaro me preocupó. Pensaba que actuaba así con todas las mujeres menos conmigo, pero al verle tan afectado ya no lo tenía claro.

—¿Has hecho algún hechizo nuevo que te haya podido influir de alguna manera?

—No, desde anoche no he usado la magia salvo para hacer el fuego en el túnel y aquí en la hoguera.

—¿Has bebido agua de algún arroyo, algún pozo o algún otro sitio raro?

—Sólo de la cantimplora. Espera, ¿qué le has echado al faisán?

—Nada, bueno sí, unas hojas de tomillo.

—¿Tomillo? ¿De dónde lo has sacado?

Le mostré la planta de tomillo y la examinó con detenimiento. Arrancó una hoja y la llevó a la hoguera para verla mejor.

—Esto no es tomillo — me dijo—. Se parece pero es hierba drúcula.

—Pues sabe y se parece al tomillo.

—Sí, pero no lo es. La hierba drúcula no tiene ningún efecto perjudicial en casi nadie, pero a los que poseemos magia nos afecta mucho.

—¿Cómo? ¿Os vuelve salvajes?

—A cada mago le afecta de una manera. No se sabe cómo hasta que se prueba.

—Pues a ti ya sabemos cómo te afecta. Y Elián lo sabe mejor que nadie, jajaja.

—Bueno, teniendo en cuenta los efectos que puede causar lo mío no ha sido tan grave. Nos hablaron de caso de magos que se volvieron ciegos, locos e incluso de uno al que le crecieron otros dos brazos. ¿Crees que Elián me odiará por la mañana?

—Algo me dice que no. Sospecho que recordará esta noche con satisfacción.

Efectivamente, al día siguiente Elián estaba como una rosa con una sonrisa permanente en su bonita cara. Todo el camino de vuelta a su casa estuvo intentando convencer a Pasmaro para que la dejara quedarse con él. Insistía en que abandonaría a su prometido para dedicarse por completo al mago. Yo miraba jocosa las negativas de mi maguito mientras recolocaba en el interior de mi chaqueta la bolsa que, sin saber muy bien por qué, había llenado de hierba drúcula esa mañana antes de partir.