La guerrera 01

Estas son las calientes aventuras de la guerrera y su compañero el mago.

Me había levantado pronto, como siempre, para practicar con mis armas. Le daba mucha importancia al entrenamiento para estar siempre a punto y no perder la agilidad y precisión. Primero practicaba con mis espadas gemelas. Eran dos espadas cortas y finas con hoja curvada, al tener poco peso podía usarlas durante mucho tiempo sin cansarme, compensando el poco alcance frente a una espada larga con mi agilidad y rapidez. Luego practicaba el lanzamiento de los numerosos cuchillos que llevaba ocultos en mis ropas, para acabar usando el arco y la pequeña ballesta que llevaba sujeta a mi antebrazo derecho cuando salíamos en alguna misión.

Me refresqué en el pozo cuando hube acabado y entré en la cabaña que era mi hogar desde hacía dos años para desayunar.

—Levanta Pasmaro — dije golpeando la puerta de su habitación —, no seas dormilón. Siempre me toca despertarte.

Pasmaro era el mago con el que compartía cabaña. En realidad la cabaña era suya, estaba muy cerca de Samharian, un pueblo bastante grande no muy lejos de Matrit, la capital del reino. Había sido de su familia hasta que mataron a sus padres y secuestraron a su hermana. Cuando Pasmaro se enteró de lo sucedido, abandonó el monasterio donde estudiaba y acudió a mí para rescatar a su hermana. Acudimos al refugio de los bandidos que la habían raptado pero llegamos tarde. Solo pude ofrecerle el servicio de matar a todos como venganza. Desde entonces me alojaba en su casa y me ayudaba en cualquier misión que aceptara. Se había comprometido a servirme como mago durante tres años en pago por el rescate de su hermana y todavía le quedaba uno para cumplir.

Estábamos desayunando la leche que le comprábamos a un vecino y pescado que nos sobró de la cena del día anterior cuando Rayitas gruñó mirando hacia la puerta. Rayitas era un cachorro de tigre azul de un año que habíamos adoptado hace unos meses. Le encontramos volviendo de una misión, protegiendo el cuerpo de su madre muerta en el claro de un bosque. Estaba desnutrido y lleno de heridas. Conseguimos separarle de la madre y alimentarle. Desde ese día nos acompañaba como un fiel perrito. Un perrito de 80 o 90 kilos con dientes como navajas, claro. Cuando acabara de crecer pasaría de los doscientos kilos.

Llamaron a la puerta y Pasmaro se levantó a abrir.

—¿Qué se les ofrece?

—Estamos buscando a la cazadora, ¿vive aquí? — Pasmaro dedujo que los dos hombres que estaba en su puerta eran campesinos, al no ver peligro los invitó a entrar.

—Pasen, han tenido suerte.

Los hombres pasaron quitándose los gorros. La cabaña tenía una sala grande que servía de cocina y comedor y dos dormitorios, uno para cada uno. Se quedaron mirándome tímidamente hasta que acabé de desayunar, levantándome para recibirles.

—¿Qué puedo hacer por ustedes, caballeros?

Se les pusieron los ojos como platos al verme. Estaba acostumbrada a esa reacción y no la di importancia. Los hombre me solían mirar de abajo a arriba. Primero se fijaban en mis largas piernas, enfundadas siempre en pantalones ceñidos para tener libertad de movimientos. Luego pasaban por mi perfecto trasero, continuaban por mis magníficos pechos, grandes sin exagerar y muy firmes, y acababan el examen en mi bellísima cara, iluminada por dos bonitos ojos verdes y coronada por una muy corta melena rubia. ¡Vamos! Que a mis 22 años tenía un cuerpazo y una cara de impresión. Como no tenía abuela me lo tenía que decir yo a mí misma.

—Verá señora — me dijo uno de ellos sin apartar los ojos de mi escote, que se mostraba abundantemente entre los cordones de mi camisa sin cerrar— somos del pueblo de Verdiante, yo soy Tomas, el alcalde, y este es mi cuñado Rob. Durante unas semanas alguna bestia salvaje ha estado matando nuestro ganado. La hemos puesto trampas y hemos hecho turnos de vigilancia por la noche pero no hemos conseguido nada. Hace tres días desapareció una niña pequeña, por eso hemos venido a contratarla. Necesitamos que acabe con la bestia, sea cual sea, para que nuestros hijos no corran peligro.

—Siéntense, por favor, y díganme todo lo que puedan de la bestia. Y llámenme Lesath, no señora.

Nos sentamos los cuatro a la mesa y nos siguió contando nerviosamente. Seguro que el ver a Rayitas no contribuía a su tranquilidad.

—Pues verá Lesath, nadie ha conseguido verla. Ataca al anochecer y se lleva sus presas al bosque aledaño a nuestro pueblo. Hemos intentado seguirla pero perdemos la pista en cuanto entramos entre los árboles.

—Habrá dejado alguna huella, ¿no? — pregunté.

—Sí, parecen de lobo pero son mucho más grandes.

—Podría ser un lobarno, ¿qué opinas Pasmaro?

—No se han visto lobos gigantes en varios años, pero la descripción cuadra. Si fuera de verdad un lobo gigante será muy peligroso y difícil de matar. Son muy inteligentes y no caerá en ninguna trampa.

Estuve meditando el asunto unos minutos hasta que decidí que podíamos hacerlo.

—De acuerdo, Verdiante está a un día a caballo de aquí, hoy nos prepararemos y partiremos mañana temprano. Acuerden el precio con Pasmaro, nos vemos allí mañana al atardecer.

Dedicamos el día a preparar el equipo y a buscar bayas del arbusto Estilnox. Con su jugo mojaría la punto de las flechas para atontar al lobo y mejorar nuestras posibilidades. Revisamos los cascos de los caballos y dejamos preparado todo por la noche para salir temprano.

Me desnudé para acostarme cuando Pasmaro entró en la habitación, examinó brevemente mi cuerpo desnudo y me preguntó :

—¿Vas a necesitar mis servicios esta noche? Creo que sería conveniente.

—¿Es que no sabes llamar?

—Venga ya, Lesath, te he visto desnuda casi todos los días de los dos últimos años. ¿ahora te vas a poner tiquismiquis?

—Lo cierto es que tienes razón, pero creo que será mejor dejarlo para mañana por el camino.

—Estoy de acuerdo, mañana por el camino estará bien, ¿pero seguro que no quieres también ahora?

—Desde luego eres insaciable, anda vete a dormir que los próximos días serán duros.

—Ya lo creo que será duro, jajaja — me dijo mirándose la descarada erección que empujaba sus pantalones.

—Fuera, mono salido, déjame dormir — le saqué a empujones de la habitación no sin que aprovechara para darme un par de apretones en el culo.

Me metí por fin en la cama intentando conciliar el sueño. Las sábanas acariciaban mi cuerpo desnudo casi por completo. Lo único que llevaba y no me quitaba nunca era el amuleto de la diosa Astarté atado a mi brazo izquierdo por encima del bíceps. Me parecía el sitio más seguro para no perderlo en una lucha. Este amuleto era el origen de mi fuerza y velocidad aumentadas, así como la casi instantánea curación de mis heridas y una mejor visión nocturna. Era tanto un don como una maldición, es cierto que mejoraba mis capacidades pero a cambio necesitaba recargarlo a menudo. Astarté era la diosa del deseo carnal y la lujuria, por lo que necesitaba mantener relaciones sexuales para que hiciera su función. Los orgasmo míos y, en menor medida, los de mi pareja cargaban de poder el amuleto, por eso entre los servicios que me prestaba Pasmaro estaba el de fornicar conmigo. A sus dieciocho años era un amante dulce y animoso, le había enseñado todo lo que me gustaba y me complacía sobradamente. La única pega es que se había aficionado tanto que me perseguía como un macho siempre en celo. Bueno … lo cierto es que era una pega muy muy pequeñita, a mí también me encantaba tener a un joven de dieciocho años fogoso y siempre dispuesto a mi disposición. Lástima que la naturaleza no hubiera sido más generosa con él.

Nos pusimos en camino nada más despuntar el día. Yo llevaba la ropa que usaba en todas las misiones : botas hasta la rodilla, pantalones de cuero que me hacían un culo estupendo, camisa y una fuerte chaqueta de cuero con refuerzos metálicos en los hombros y en las mangas, Lesath solo cambiaba de su atuendo normal las botas, mejores para cabalgar. Aprovechamos el tiempo que fuimos por el camino real para cabalgar bastante rápido, cruzándonos a menudo con la guardia del rey, viajeros y carromatos de grano, verdura y fruta que irían al mercado de Matrit, la capital del reino. Nos dejaban todos el paso libre en cuanto veían a Rayitas que trotaba a nuestro lado. A media mañana nos desviamos por caminos más estrechos y en peor estado, por lo que redujimos bastante el paso para no arriesgarnos a dañar la pata de algún caballo. El camino era peor pero mucho más bonito. Alternábamos el trote con algún galope corto flanqueados por árboles, la brisa era suave y el cielo brillaba sobre nuestras cabezas. Cuando tuvimos apetito nos metimos entre los árboles buscando un claro para comer. No abundaban los bandidos en esta zona pero era más seguro no detenernos a descubierto. Encontramos un claro con un riachuelo cercano y paramos allí a comer. Pasmaro encendió el fuego susurrando unas palabras y haciendo un gesto con las manos y yo saqué la comida para calentarla. Rayitas se fue a buscar su propia comida. Cuando terminamos fue a lavar los platos y al volver me dijo :

—Vamos bien de tiempo, ¿quieres darte una bañito rápido antes de seguir?

—Tú lo que quieres es tenerme desnuda en el río, capullo.

—Pues claro, ya que no voy a poder echarme una siesta habrá que compensarlo de alguna manera, ¿qué me dices?

—Que sí, ¡vamos maguito! — miré a mi alrededor por si detectaba algún peligro y me dirigí al riachuelo quitándome la chaqueta. La ropa de cuero protegía en la lucha pero daba mucho calor.

En nada estábamos los dos desnudos tumbados en la poco profunda corriente, retozando como dos pececillos. Me salí y me senté en una gran roca esperando a Pasmaro, que no tardó en llegar a mí. Abrí mis piernas sonriendo mostrándole mi vagina completamente depilada.

—Como me gusta que no tengas nada de pelo ahí — me dijo Pasmaro con una sonrisa pícara.

—Se suda mucho con el cuero, es mejor así. Anda, ven y trabaja un poco.

—Me sacrificaré para complacerte, bella doncella.

—Jajaja, menudo sacrificio. Has venido todo el camino detrás de mí para poder verme el culo todo el tiempo, ¿crees que no me he dado cuenta?

—Es que tienes el culo más bonito que existe en el mundo, me tienes más caliente que la freidora del McDonald’s.

—¿La freidoqué de dónde?

—Ni idea, debo haber soñado esta noche con otros mundos.

Pasmaro tenía la irritante costumbre de soñar cosas extrañas y luego empleaba palabras no sé si inventadas o que había conocido en sus sueños.

Mientras yo pensaba en esto él se había arrodillado entre mis piernas y me lamía con ganas mi rajita. Le daba lengüetazos por fuera lamiendo poco a poco hacia el interior. Separó mis labios con los dedos metiendo su lengua por dentro. Yo empezaba a humedecerme y acaricié mis tetas mientras empezaba a gemir. Uno de los efectos del amuleto es que aumentaba mi libido enormemente, por lo que en cuanto me calentaba era imperioso para mí correrme tres o cuatro veces para paliar mi necesidad.

La lengua de Pasmaro había llegado a mi clítoris atormentándolo sin piedad, mis manos apretujaban mis tetas y mis gemidos eran incontenibles.

—Como sigas gimiendo tan fuerte nos van a oír desde el camino — me avisó Pasmaro.

Yo intenté refrenar mis gemidos mientras notaba aproximarse el orgasmo. El mago metió dos dedos en mi interior curvándolos hacia arriba y frotando con suavidad. El éxtasis me llegó haciéndome levantar el culo y gemir sin ningún recato. El amuleto, caliente en mi brazo, me enviaba oleadas de energía.

—Aaaaaaaaaaggghhhhhhm … cabrón que bien me lo haces … aaaagggghh.

Pasmaro me dejó disfrutar unos momentos para, acto seguido, empalarme hasta el fondo de una sola vez. El dolor mezclado con el placer me provocó estremecimientos por todo el cuerpo. Me tumbé incómodamente sobre la piedra mientras él me bombeaba a lo bestia agarrando y abriendo mis muslos. Él sabía que a mí me gustaba el sexo fuerte y rápido y me lo daba. El dolor desapareció dejando solo el placer que me recorría en oleadas. Con mi centro lleno, con su miembro entrando y saliendo completamente de mí, me dejé llevar por las sensaciones mientras mis dedos retorcían mis pezones aumentando mi lujuria.

—Me voy a correr, te voy a llenar con mi semen, Lesath — jadeó.

—Espera ... espera un poco … estoy casi a punto.

Arreció sus embestidas contra mi coño y después de varios fuertes empujones se corrió arqueando la espalda. Al notar su cálida semilla llenando mi interior le seguí con un fuerte orgasmo, que disfruté atrapándole con mis piernas y apretándole más contra mí. El amuleto impedía que me quedara embarazada mientras lo llevara puesto, por lo que no tenía que tomar precauciones.

—Uf, ha sido genial — me dijo con una sonrisa.

—Para mí también, maguito. Cada vez lo haces mejor — le elogié tumbada lánguidamente en la roca, disfrutando de la relajación de después del coito y de la fuerte de energía que me había dado el sexo. Rayitas había vuelto y nos observaba sentado allí cerca.

—Y ahora, ¿sería mucho pedir que me hicieras una mamadita? — me ponía cara de bueno — ¿una mamadita pequeñita?

—Jajaja, pequeñita es tu polla, mis mamadas son geniales, épicas, fantásticas.

Mientras me reía me levanté de la piedra y me arrodillé ante él. Levanté su semierecto miembro y le lamí las pelotas. En cuanto se le puso dura le lamí la polla de arriba abajo para después introducírmela en la boca. Me la metí completamente dejándola un momento dentro para sacarla a continuación hasta el glande, rodeándole con mi juguetona lengua y haciéndole gemir. Lo repetí varias veces hasta que noté que le faltaba poco. No tenía una polla grande, era más bien pequeña, pero se podía correr varias veces seguidas sin apenas descansar y me cabía entera en la boca con facilidad. El tener la boca llena de su virilidad provocaba cosquilleos en mi núcleo. Acaricié sus pelotas con una mano y con la otra le masturbé por la base mientras le torturaba la cabeza del miembro con la lengua.

—Me corro, Lesath, me corro … déjame correrme en tu boca.

Le masturbé con más velocidad y aspiré fuerte provocando que se corriera. Los chorros de su semen impactaron contra mi lengua y mi garganta. Al tercero o cuarto la sacó y todavía tuvo fuerza para lanzarme otros dos contra mi cara. Cuando terminó se separó de mí con una sonrisa tonta en la cara, yo recogí con los dedos el semen que corría por mis mejillas y lo lamí hasta dejarme los dedos limpios.

—Vamos a bañarnos otra vez, cabrito. ¡¡¡Y no te corras en mi cara!!! Para compensarlo me vas a follar otra vez.

—Vivo para servir y obedecer, mi dulcísima guerrera.

El resto del camino tuvimos que darnos prisa para recuperar el tiempo que perdimos en la “comida”.

Al atardecer vimos el pueblo. Era un pueblo pequeño que tendría unas sesenta o setenta casas rodeando la plaza. Las casa eran todas de una planta con techo de paja salvo una pequeña posada de dos plantas cubierta por tejas. Por el aspecto del pueblo, limpio y con buen aspecto debía ser próspero. Al llegar a la plaza todavía no había salido nadie a recibirnos. Desmontamos al lado del pozo y esperamos a que los vecinos vencieran el miedo y alguno se atreviera a salir y preguntarnos qué hacíamos allí. Por fin apareció el alcalde, Tomas.

—Bienvenidos.

—Gracias, ¿por qué no hay nadie por la calle? ¿El monstruo aparece de día también? — inquirí.

—Ayer desapareció Jonás el alguacil. Descubrimos un rastro de sangre que llevaba hacia el bosque. Lo cierto es que tenemos miedo y decidimos esperarlos encerrados en nuestras casas.

—Mejor, esta noche haremos guardia y si no hay suerte mañana intentaremos seguirle.

—Los acompañaré a la posada, podrán dejar los caballos en la cuadra y comer algo. El posadero se ha ofrecido a cederles sus dos mejores habitaciones.

—De acuerdo, vamos.

Dejamos los caballos y a Rayitas en la cuadra, no quería que el tigre se enfrentara a un lobarno. Todavía no sería rival para él y acabaría herido en el mejor de los casos.

La posada era como todas las de los pueblos de alrededor. Barriles de cerveza contra una pared, una pequeña barra delante y un salón lleno de mesas donde se reunirían los parroquianos al acabar la jornada.

No había un alma en la posada, así que enseguida dábamos cuenta de un estofado de cordero acompañado por agua fresca del pozo. No quería beber cerveza ni vino pensando en la noche que nos esperaba. El alcalde nos entretenía contándonos cosas del pueblo y sus gentes. Vivían mayormente de los frutales y el ganado.

Cuando terminé mi estofado retiré el plato y le explique a Tomas lo que quería hacer esta noche.

—Esta noche nos quedaremos de guardia Pasmaro y yo, necesito que nos lleve a alguna casa al borde del pueblo y que dé al bosque. Quizá tengamos suerte y veamos venir a la bestia. Si es un lobarno no creo que consigamos nada, mañana con más luz buscaremos huellas y decidiremos cómo seguir. Quiero que se encierren todos en sus casas y que no salgan hasta que se haga de día.

—Eso no es necesario pedirlo, nadie saldrá de noche. Hay dos casas vacías que les podrían servir. Cuando estén preparados los acompañaré.

Subimos a las habitaciones y nos equipamos para la noche. Yo llevaba mis espadas gemelas colgando una a cada lado de mis caderas, revisé los cuchillos ocultos en mis ropas y me sujeté la pequeña ballesta al antebrazo derecho. Cogí el arco y las flechas y bajé al salón. Las flechas tenían punta de hierro y las había mojado con las bayas de Estilnox, si no hacía un disparo mortal quizá al menos ralentizara a la bestia.

Tomas nos acompañó a las afueras del pueblo y nos mostró las dos casas, optamos por la más alta. Pasmaro y yo nos encaramamos a la cúspide del tejado y nos acomodamos para hacer guardia toda la noche. Encordé el arco, dispuse varias flechas a mi lado y me dispuse a esperar. La noche estaba despejada y, por suerte, la luna blanca nos daría algo de luz, faltaban tres meses para que saliera la luna roja, que solo aparecía dos veces al año.

Pasaron lentamente las horas, cada poco tiempo le daba un codazo a Pasmaro para despertarle, al final le dejé dormir, al menos no roncaba. Cuando faltaba una hora para el amanecer se escuchó ruido al otro lado del pueblo. Sacudí a Pasmaro y escuché atentamente, me levanté colocando una flecha en el arco. Pronto caí en que los sonidos que se oían eran de ovejas balando frenéticamente. El monstruo había atravesado el pueblo sin que me hubiera dado cuenta. Estiré del arco preparándome para disparar si la bestia pasaba cerca de nosotros al volver al bosque. Las ovejas seguían balando aterrorizadas. Junto a mí Pasmaro miraba en todas direcciones.

—¿Qué hacemos? — susurró.

—Cállate y vigila — ordené.

De repente pasó una sombra rapidísima desde el lado norte del pueblo hacia el bosque. Iba tan rápido que no me dio tiempo ni a apuntar. Llevaba algo cogido que supuse sería una oveja. En un visto y no visto se metió entre los árboles y desapareció. Las ovejas poco a poco volvieron a su mutismo habitual.

—Nos quedaremos aquí hasta que se haga de día, no creo que vuelva pero mejor no arriesgarse — le dije a mi compañero.

Una vez que amaneció nos dirigimos hacia donde habíamos oído a las ovejas, por el camino se nos unió Tomas.

—Buenos días, ¿ha vuelto a atacar? Oí ruido anoche.

—Sí, creo que se llevó una oveja, vamos a ver si encontramos alguna huella.

—Tiene que ser en la casa de Matías, es el único que tiene ovejas en esta parte del pueblo.

Llegamos a la casa y la rodeamos para acceder al corral. Era un corral pequeño con valla de madera y catorce o quince ovejas en su interior. Un señor estaba de pie en un extremo apoyado en la valla.

—Les estaba esperando, soy Matías. No he querido andar por aquí por si quieren buscar huellas.

—Hola Matías — le dijo el alcalde —, esta señora es Lesath y su acompañante es Pasmaro.

—Me alegro de conocerlos, espero que acaben con lo que sea que vive en el bosque — nos dijo Matías.

Le saludé y enseguida me puse a examinar el suelo, había un pequeño rastro de sangre y, efectivamente, huellas de lobo. Las huellas eran iguales que las de lobo pero mucho más grandes, quizá cinco o seis veces mayores. Me fijé en la separación entre ellas y quedé sorprendida.

—Es un lobarno, — declaré — debe medir casi tres metros de largo. Es enorme incluso para su raza. Será difícil matarlo, es rápido, fuerte y muy agresivo. También es muy inteligente, las trampas no servirán para cazarlo.

—¿Y qué podemos hacer? — preguntó el alcalde.

—De momento me gustaría ir a examinar el bosque.

—Yo les espero en la posada.

El alcalde tenía miedo, cosa que no me extrañaba nada. Demostraba que era una persona sensata.

Pasmaro y yo recorrido el límite del bosque varias veces, solo se veían huellas en un sitio. Parecía que el lobarno siempre usaba el mismo camino para volver a donde fuera que tuviera su guarida.

—Podríamos apostarnos aquí esta noche, — le dije a Pasmaro — si ataca otra vez puede volver por aquí.

—¿A ... a … aquí? — a Pasmaro le temblaba la voz.

—Sí, pero no tiembles, estaremos subidos a un árbol, no correremos demasiado peligro.

—¿Qué entiendes tú por demasiado?

—Jajaja, no seas gallina. Mira, a este árbol me subiré yo, en esas ramas podré equilibrarme bien para dispararle — le dije señalando un árbol con una bifurcación de las ramas a unos cinco metros del suelo — . Tú puedes subirte al de al lado, a unos ocho metros estarás seguro.

—¿Tú crees?

—Que sí, cobardica. Anda, vamos a desayunar y a dormir un poco. Nos espera otra noche en vela.

Dedicamos el día a dormir, sacar a Rayitas y a follar. Necesitaba toda la energía extra que me pudiera dar mi amuleto y Pasmaro me complació encantado. Creo que fue el único momento del día en que no estuvo temblando pensando en la guardia nocturna. Una hora antes de anochecer Pasmaro estaba subido a su árbol a unos nueve metros del suelo, yo estaba a unos cinco metros con cada pie en una rama, apoyada en el grueso tronco. Tenía una posición estable pero tendría que estar de pie toda la noche. Llevábamos varias horas esperando sin resultado. Pasmaro se encontraba seguro tan alto en el árbol, me hacía muecas con la cara para entretenerse, llegando incluso a agarrarse el paquete y ofrecérmelo en la distancia. Tuve que amenazarle con lanzarle un cuchillo para que se comportara.

Estaría mediada ya la noche cuando se hizo el silencio a nuestro alrededor, no se oía ni a un insecto. Preparé una flecha y tensé el arco, observando inútilmente nuestro entorno. Pasmaro me hizo pequeñas señas señalando justo debajo nuestro. Lo vi. El lobarno estaba inmóvil justo bajo mi árbol olfateando el aire mirando a su alrededor. Apunté pero no tenía un tiro claro. Tenía que acertarle justo sobre una de las patas delanteras, un poco más atrás para alcanzar su corazón. Dispararle a la cabeza sería inútil, ninguna flecha atravesaría su cráneo. Como no veía solución y no quería arriesgarme a que huyera le disparé en el cuello, atravesándole justo en el centro. El lobarno aulló enfurecido y se volvió internándose en el bosque.

—¿Le has herido de muerte? — me preguntó Pasmaro, nervioso.

—No lo creo, pero quizá mañana podamos seguirle el rastro, en cualquier caso no estará en su mejor momento.

En ese momento sentí más que vi acercarse a toda velocidad al lobo, que saltó sobre mí. Con un increíble salto me golpeó en un costado haciéndome caer del árbol. Caí de espaldas quedándome sin respiración y viendo puntos luminosos. Sacudí la cabeza para despejarme sacando a la vez una de mis espadas, intenté incorporarme pero el lobarno ya venía a por mí. Saliva y sangre chorreaban de sus enormes fauces abiertas, mostrando sus amenazadores colmillos mientras venía despacio hacia mí. Creía que ya me había vencido. Disparé la ballesta contra uno de sus ojos, pero el tiro salió alto y le golpeó en la frente, rebotando la saeta sin conseguir penetrar su cabeza. Pasmaro acudió en mi ayuda lanzándole una pequeña bola de fuego que el lobo ignoró. Las habilidades de Pasmaro no me servirían de mucha ayuda. El animal saltó sobre mí cuando estaba a unos cinco metros, sujeté fuertemente mi espada con las dos manos y esperé ensartarle cuando cayera, pero la desplazó con una de sus patas delanteras e intentó morderme el cuello. Solté la espada y sujeté su cabeza con las dos manos, mi fuerza potenciada apenas me daba para aguantarle, sus dientes cada vez estaban más cerca de mí mientras con las patas, acabadas en garras, me desgarraba la ropa hiriéndome las piernas y el pecho. Mis brazos estaban a punto de ceder cuando una de las bolas de fuego de Pasmaro le acertó en un ojo, aliviando la presión sobre mis brazos. Llevé una de mis manos a lo alto de mi espalda, donde llevaba un cuchillo largo, lo saqué y sin pensármelo se lo clavé bajo la boca apretando con todas mis fuerzas hasta que atravesé la dura piel y penetró hasta su cerebro por debajo. El lobarno saltó alejándose de mí intentando huir del dolor que le abrasaba por dentro, sacudiendo frenéticamente la cabeza y chocándose con el tronco de los árboles que encontraba en su enajenada huida. Conseguí levantarme, recuperé la espada, y con piernas no muy firmes le seguí entre la arboleda.

—No vayas, estás herida — me suplicó Pasmaro.

—Ahora o nunca. No creo que sobreviva pero tenemos que asegurarnos.

—Espera que baje. Voy contigo

Recorrimos unos cientos de metros entre los árboles, siguiendo el claro rastro que había dejado. Lo encontramos moribundo, respirando tenuemente sobre un charco de sangre.

—Voy a rematarlo — dije.

—No te acerques, todavía puede ser peligroso.

Ignoré la recomendación de Pesaro y me acerqué al lobarno desde atrás. Si me paraba iba a desmayarme, el dolor y la pérdida de sangre me habían dejado muy débil. No se movió cuando me incline y le atravesé el corazón con la espada. Solo un suspiro pareció salir de su boca. Justo en ese momento me abandonaron las fuerzas, caí sobre el lobo y me engulló la oscuridad.

Cuando desperté estaba arropada junto a una hoguera. Pasmaro y Rayitas me vigilaban y respiraron aliviados al verme abrir los ojos. Intenté levantarme pero me mareé y volví a caer.

—Tranquila Lesath, no te levantes. Estás hecha polvo y no creo que debas hacer ningún esfuerzo.

—¿Qué ha pasado? ¿Acabamos con el lobarno?

Pasmaro me contó el final del lobo y me explicó que Rayitas se había escapado de la cuadra y acudido hasta mí. Le dejó protegiéndome y fue al pueblo a por víveres, vendas y demás.

—Te he vendado todas las heridas, he tenido que volver al pueblo a pedir más vendas porque casi no hay parte de ti sin heridas.

Levanté la manta que me cubría y vi que, efectivamente, estaba desnuda y vendada como una momia.

—Dame agua, por favor.

—Toma, bebe despacio. Por cierto, te he masturbado tres veces hasta que has empezado a respirar con normalidad y ha vuelto algo de color a tu piel. Me encanta tu amuleto — tenía una sonrisa sospechosa en la cara.

—¿Solo me has hecho eso? — pregunté suspicaz.

—Claro, creo que lo necesitabas. Bueno … la última vez he aprovechado un poquito y me he corrido yo también.

—¿Dónde?

—¿Cómo que donde? Pues aquí — me respondió con cara inocente.

—No, ¿dónde te has corrido?

—Ehhh … ahhh … verás, es que tu cara era la única parte donde no tenías heridas, ¡pero luego te he limpiado!

—¡Lo sabía! Eres un sucio pervertido, te has aprovechado de mí cuando estaba inconsciente.

—Anda, anda, no seas así, descansa y no digas obviedades. Aprovecha que está anocheciendo y duerme. Nosotros velaremos tu sueño.

Se acercó a mí y me besó en la frente. En los dos años que nos conocíamos era la primera vez que me besaba. Nuestra relación aparte del trabajo era puramente sexual, era curioso pero el follar con él me parecía menos íntimo que el beso que me acababa de dar. Dejé que el sueño me envolviera y me dormí con una sonrisa en los labios. Ya investigaría luego lo que significaba ese beso.

Me despertaron los lametones de Rayitas en mi cara. Me encontraba mucho mejor. Rodeé el cuello de mi tigre con las manos y le abracé un buen rato. Me levanté y vi a Pasmaro dormido al otro lado de la hoguera. ¡Vaya manera de velarme! Menos mal que con Rayitas ningún animal o persona podría sorprendernos. Me acerqué sin hacer ruido y le bajé los pantalones hasta que pude acceder a su miembro. Me coloqué encima de él con mi coño sobre su cara y engullí su polla esperando a que creciera. Con su pequeño tamaño y encima en reposo me la metí en la boca enterita, huevos incluidos a los que acaricié con la lengua. Me encantaba empezar las mamadas con la polla flácida y notarla crecer en mi boca, me gustaba saber lo que provocaba en los hombres. Con Pasmaro no tenía muchas oportunidades porque prácticamente siempre tenía una erección cuando me acercaba a él con intenciones lujuriosas, así que ahora disfruté notándola crecer dentro de mí. Cuando estaba a punto empecé a subir y bajar apretando fuerte mis labios, rodeando su glande con la lengua. Enseguida sentí arquear sus caderas y su lengua en mi coñito. Nos dimos placer mutuamente hasta que noté algo extraño en mi culo. Me volví y vi a Rayitas lamiéndomelo.

—Quita, gatito. Espera que terminemos — le dije.

Como mi espalda no estaba herida me tumbé en el suelo y ordené :

—Fóllame Pasmaro.

—A la orden señora.

Estuvo bombeándome un buen rato, como tenía cubiertas las tetas con los vendajes y no podía excitarme con mis pezones llevé una mano entre nosotros y me estimulé el clítoris hasta estar al borde del éxtasis.

—Córrete ahora, maguito, córrete dentro de mí — pedí.

Sentí la eyaculación calentando mi interior y froté mi clítoris furiosamente hasta que el orgasmo me alcanzó llenándome de placer y de energía. Aferré el culo de Pasmaro con las manos y le atraje aún más a mí.

—Sigue, no pares, no pares de follarme.

Mi compañero, que se había detenido, redobló sus embestidas y en pocos minutos me proporcionó otro fabuloso orgasmo que acabó de restaurar mis fuerzas. Pasmaro se tumbó a mi lado mientras recuperábamos la respiración, acariciando levemente mi cintura.

—¿Sabes una cosa? Siempre te quejas de que me cuesta levantarme por la mañana. Pues tienes mi permiso para despertarme así todos los días.

—Jajaja, ya te gustaría. Quizá te azote para que te despiertes mejor.

—Qué cruel eres. Me enseñas el cielo para luego negármelo — me dijo haciendo un puchero.

—Oye Pasmaro, ¿sabes que ayer me diste un beso antes de dormirme?

—¿Yo, un beso? ¡Ja!, ni de coña. La debilidad te habrá hecho tener visiones.

—Será eso, de todas formas gracias por cuidarme. No hubiera sobrevivido sin ti.

—No tienes que darme las gracias. Es mi obligación y un placer para mí.

—Bueno, pero gracias de todas formas. Ah, Pasmaro, por cierto … ¡¡¡No te vuelvas a correr en mi cara!!!