La guerra de Ruon (1)

Querer y amar a alguien y protegerlo hasta en la guerra es lo único que nos une al mundo...

-Torre de Allum-

Las puertas de la fortaleza se encuentran a lo alto de la larga escalinata de piedra, abiertas, dejando ver el interior de la torre asolada. Las rocas y las maderas del interior se esparcen por doquier y de entre los escombro asoma de pronto un mano, apartando sin ganas su sepultura. Pertenece a un hombre joven, de brazos marcados por los golpes y la sangre de sus heridas. El pelo, cubierto de una espesa capa gris, no es corto aunque se ha apelmazado y adherido a su frente. Cuando por fin se libera su rostro se encuentra magullado y sucio y se tambalea lentamente hacia la luz del sol que entra por los portones. Fuera, todo arde. Puede ver algunos cuerpos diseminados por la escalera, algunos incluso han caído por sus laterales y flotan en el pequeño foso que rodea la torre. El joven cierra los ojos mientras cae de rodillas y llora, sin energía, mientras la suave brisa le acaricia el rostro, su rostro de "el único superviviente". Pierde poco a poco la consciencia y se desploma sobre el escalón más alto. Abajo, entre las llamas, a aparecido un hombre a caballo, que lo a visto todo, y sube a recogerlo.

-Iridia, ciudad-puerto-

Es de noche cuando el caballo negro se adentra en las calles de Iridia, formadas por grandes piezas de roca y que hacen resonar los cascos al pasar. El caballero sujeta con dificultad el cuerpo inconsciente del superviviente entre sus rodillas, intentado que no caiga mientras se detienen junto a una casa en la que aún hay luz. Baja del caballo y golpea la puerta sin hacer demasiado ruido, repitiendo varias veces hasta que la puerta se abre. Una mujer ancha y baja aparece en el umbral sorprendida al ver al caballero que se quita el casco dorado dejando libre su cabello rubio y su rostro serio.

  • ¿Rono? - Pregunta la mujer antes de reconocerlo. Después se lleva las manos al rostro y se hecha hacia atrás dejando la entrada libre.- ¡Dios mío! Pasa, pasa adentro. ¿Qué os trae por aquí a estas horas? ¡Menuda sorpresa!- Exclamaba en voz baja. Rono se acercó al caballo y tomó al joven en sus brazos y se volvió hacia la mujer.- ¡Ah! Pero... ¿quién es este chico?

  • Necesito tu ayuda, Arila - dijo seriamente. Su voz era suave pero masculina, y al oírla, la mujer comprendió que seguía siendo él, el Rono que hacía tantos años que no veía.

  • Pasa, pasa antes de que te vea nadie - dijo preocupada por las miradas indiscretas de los demás habitantes de la zona.- No puedo creer que haya pasado tanto tiempo... ¿Qué le ha ocurrido? - Preguntó acariciando su frente cuando el hombre lo tumbó sobre una mesa de madera.

  • Le encontré en la torre de Allum, de la que ya no queda casi nada en pie. Necesito que le acojas en tu hogar hasta que se reponga

  • su voz sonaba apagada, triste.- Es muy importante. ¿Lo harás?

  • ¡Claro! Claro, Rono, sabes que por ti haría cualquier favor, pero, ¿por qué es tan importante? ¿Lo conoces?

El caballero espero unos segundos, asediado por recuerdos.

  • Es una larga historia... Volveré dentro de unos días para comprobar su recuperación. Cuida de él - dijo posando su mano sobre el abdomen del joven.

Rono se colocó de nuevo el yelmo dorado y abandonó Iridia sobre su caballo negro.

Once años antes

-Empera-

A punto de comenzar las celebraciones por el enlace imperial, los habitantes de los reinos de Zviera y Saria acudieron a empera llenos de júbilo para participar en los festejos. Un niño de tan sólo nueve años se debatía por desasirse de la protectora mano de su madre, rogando por poder divertirse a su aire, con el resto de chicos y chicas que había junto a las fuentes, visiblemente más mayores que él. "¡No te alejes de ahí!" gritó la madre viendo como su hijo lograba soltarse y se alejaba corriendo. Fue hasta la fuente más cercana y se puso de puntillas junto a ella para poder tocar el agua y se sorprendió al ver que dentro de la fuente nadaban algunos peces de color naranja. Gritó y rió entusiasmado. Algunos chicos de alrededor se unieron a él, intentando coger alguno con las manos. En un descuido, Erik (que así se llamaba el niño) salpicó a un chico mucho mayor que él, que se había apoyado en la piedra de la fuente.

  • !Eh! - Exclamó mirándose las ropas mojadas. Después miró al niño y le propinó un empujón que lo tiró al suelo. El resto de los chicos o se alejaron de allí o quedaron enmudecidos al verlo.

Erik, que no sabía porqué aquel chico le había hecho aquello, quedó un instante sin habla ni respiración mientras lo miraba, impotente, y el agudo dolor del golpe se extendía rápidamente por su espalda y cabeza.

-¡No le empujes!- Gritó de pronto uno de los chicos que no se había alejado.- ¡Es más pequeño que tú! - Declaró poniéndose entre el niño y el otro.

-¡Marchaos de Empera, ésta es mi ciudad! - Gritó enfurecido empujando al chico. Un instante después, el resto de chicos se adelantó y flanquearon al defensor.

-¡A por él! - Se lanzaron a correr detrás del matón entre toda la multitud que había ese día en la ciudad.

El niño, que aunque había dejado de llorar tenía la cara surcada de lágrimas, miró con admiración al chico mayor que lo había defendido. Éste se acercó tendiéndole una mano.

  • ¿Te has hecho daño? - Le preguntó agachándose un poco para mirarlo de frente. Tenía el cabello de color marrón, liso y a la altura de los hombros. Su mirada sincera lo tranquilizó.

  • Un poco.

  • La próxima vez ten más cuidado - dijo alborotándole el pelo. Después se dio la vuelta y al darse cuenta de que sus amigos se habían ido se despidió y corrió en la misma dirección.

Mientras Erik se reunía con su madre, que le reprendía por haberse alejado, Eros, el chico que lo había salvado, localizó a sus amigos junto a la orilla de un pequeño riachuelo que atravesaba la ciudad junto a una densa arboleda, alejada del alboroto. Rono se había sentado en la orilla con las sandalias en el agua. Los gemelos Tera y Quera estaban de pie, tirando piedras al agua mientras Lira observaba las ondas que provocaban.

-¡Ey, chicos!

  • Se nos ha escapado por los pelos - dijo Tera sin mirarlo.

Eros se acercó a Rono. Su cabello rubio se movía con la brisa mientras observaba silenciosamente sus pies bajo el agua. Se sentó a su lado y vio su rostro serio.

-¿Qué ocurre, Rono?

  • Ese niño me recordaba a mí antes de conoceros - hizo una pausa.- Pero es tan pequeño... no es justo lo que le ha pasado.

  • ¡Pero si está bien! Nosotros lo ayudamos y ahora está con su madre - dijo Tera mirándolo.

  • ¿Y qué pasará si no estamos la próxima vez? No podrá hacer nada él solo... - Miró su rostro en el agua. Lira, el más joven de ellos, se agachó junto a Rono y puso una mano sobre su hombro.- No quiero volver a estar en aquella situación.

  • Mírame... - Dijo Eros a su lado.- Dijimos que no nos separaríamos, ¿verdad?

Rono agachó la cabeza y Eros juntó la suya a su hombro, pasando un brazo alrededor. Lira se unió al abrazo cuando se levantaron y los gemelos también lo hicieron formando un pequeño grupo. En orden de edad, Lira era el más joven con 15 años, seguido de los gemelos, que tenían 16 y Rono con 17. Eros era dos años mayor que el rubio y siempre se mostró protector con sus amigos, como si fuera el hermano mayor de cada uno de ellos. Sin duda era el más atractivo debido a que se encontraba en la mejor etapa de su vida, pero los demás lo apreciaban más por haber cuidado de ellos y haberlos unido desde siempre.

Ciando terminó el abrazo, atravesaron el estrecho riachuelo y se sentaron junto a los árboles más interiores de la arboleda, donde casi no se escuchaba el griterío de la feria. Rono se sentó y se echó hacia atrás, mirando al cielo, mientras Lira y los gemelos jugaban junto al río.

  • Levanta un momento - le pidió Eros sentándose de forma que su amigo pudiera apoyar la cabeza sobre sus piernas cruzadas. Después le peinó los mechones de cabello que cubrían su frente.- Aunque no tengamos a nadie más, nos tenemos a nosotros, lo sabes, ¿verdad?

  • Si...

  • No te preocupes - dijo poniendo sus manos en las mejillas de su amigo. Se agachó y le besó en los labios, sintiendo lo gruesos que le resultaban al ser los suyos tan finos.

Mientras le besaba, Eros acarició el pecho de su amigo en un gesto protector, sintiendo como a sus 17 años ya empezaba a tener el cuerpo de un vigoroso adolescente, con pectorales marcados y cubiertos de pequeños vellos rubios. Deseó más que nunca que el tiempo se detuviera para poder complacer a su amigo y fundirse en un abrazo con él, sentimiento que le provocó una erección que no tardó en notarse bajo la nuca de Rono.

Se separaron unos milímetros, respirando con sus labios rozándose, y al cabo de un instante Rono escondió sus manos bajo su cabeza, sintiendo el bulto de su amigo mientras este lo volvía a besar.

Desde lejos, Lira sonrió a verlos y continuó jugando, seguro de que nunca se separarían.

Cinco años antes de encontrarse con el pequeño Erik en la ciudad de Empera, Rono había sido adoptado por el padre de Eros para trabajar en la plantación de manzanas que su familia poseía. Antes, Rono había vivido al duro servicio de un herrero que al ver la ineficiencia del muchacho había decidido venderlo como esclavo, deshaciéndose a la vez de la molesta carga que éste suponía. El padre de Eros había optado por la compra del chico varias semanas antes, cuando la llegada del otoño daba agradables señales de la increíble cosecha de aquel año, por lo que podía permitirse comprar más mano de obra para la recogida.

El camino hasta la casa era largo ya que estaba alejado del centro de la ciudad, pero la brisa que los acompañó durante el trayecto agradó a Rono como si fuera la primera vez que la sentía, y en parte era así. Su nuevo señor le explicó los detalles más esenciales de la recogida de las manzanas, dónde viviría, y algunos aspectos más tecnicos que el niño no escuchó, embelesado por la idea de haber salido de la herrería de la mano de aquel señor tan amable. Cuando llegaron a la granja y entraron en la casa, Rono permaneció inmóvil junto a la puerta cuando vio a Eros, que por aquel entonces tenía 14 años. Cuando éste se percató de su presencia lo miró, inmóvil, desde la entrada a la sala, receloso al principio.

-¿Quién eres? - Preguntó con su voz de niño. Rono tardó en contestar. Nunca había estado con alguien tan joven.

-Me llamo Rono - dijo.

Eros vio su lagrimas en el rostro y se compadeció de él, acercándose para abrazarlo.

Desde aquel día, ambos se comportaron como hermanos. Los padres de Eros habían visto frustados sus intentos por concebir más hijos y tomaron a Rono como tal, instalándolo en la habitación de Eros que tenía una cama suficientemente ancha para los dos.

Los días pasaron de la forma mas tranquila posible, haciendo a cada rato más feliz a pequeño Rono que sólo devía preocuparse de cumplir con el trabajo en los manzanos (acompañando siempre a su hermano).

Una calurosa mañana, estando los dos bajo un manzano invadido de frutos, se sentaron apoyando sus espaldas en el tronco, agotados a causa del calor.

  • Antes de vivir aquí, ¿dónde estabas? - Le preguntó Eros mirando hacia arriba.

-Vivía con un hombre malo... - Dijo con voz entrecortada.

  • ¿Por qué era malo?

  • No me quería... Por eso me vendió - respondió el chico, endurecido a causa de la desgracia de su niñez.

Eros se volteó y lo miró a los ojos durante unos segundos, luego sonrió y lo besó en los labios. El niño, desconcertado, que nunca había visto a nadie besar y desconocía su significado preguntó:

-¿Por qué haces eso?

-Un día vi a mis padres hacerlo, y otras cosas. Cuando les pregunté por qué lo hacían mi padre me explicó que lo hacía para que su madre viera que lo quería, y que con él estaría siempre segura - explicó.

Rono de pronto enarcó la sonrisa más sincera de su vida y al ver el efecto Eros volvió a besarlo, intentando demostrarle al chico que no quería que se marchara y que cuidaría de él.

Recordando lo que había visto aquel día en el cuarto de sus padres, Eros tumbó a su hermano a los pies del árbol y continuó besándolo con una sonrisa mientras éste intentaba imitarlo. Luego, desabrochó su chaleco besó también sus pezones, recordando el efecto que había tenido en su madre justo antes de que lo descubrieran. Rono miró el cabello de Eros y lo acarició mientras este bajaba por su tripa.

Aquel día, inexpertos y desconociendo los secretos del placer, tan jóvenes como eran, no sientieron más que simpatía y complicidad entre ellos, pero a lo largo de los años que siguieron, aquellos actos les hacían sentir poco a poco cosas nuevas. Una vez, cuando Eros cumplió los 18 y sus padres lo celebraron en casa hasta horas más tarde de la medianoche, cuando por fin se sintieron agotados y subieron a la habitación, Eros, al ver el cuerpo tumbado de su hermano en un la cama, sintió algo nuevo, que no había conocido hasta entonces. La euforia que había sentido durante la celebración aún no se había disipado y el estar a solas con su hermoso hermano le hacía estar aún mas feliz. Rono tenía los ojos cerrados cuando Eros se tumbó sobre él, abrazándolo. Abrió los ojos mirando a su hermano con una sonrisa alegre y éste al verlo lo besó, con más entusiasmo que nunca, lo que les hizo caer de la cama. Aquello arrancó una silenciosa risa a los dos antes de seguir besándose.

Eros, que durante aquellos años había visto a sus padre en más de una ocasión, movido por la curiosidad, había descubierto nuevas formas de demostrar su cariño y se moría de ganas por hacerlas con su hermano.

  • Quítate la ropa - le pidió, siempre en voz baja. La habitación estaba oscura y a penas veía su cuerpo. Rono tenía dos años menos que él pero sus cuerpos se parecían bastante, siendo el de Eros más musculoso y viril.

-¿Porqué?- Preguntó extrañado pero contento el chico.

-Tú hazlo, por favor - le apremió.

Rono se incorporó y se quitó la camisa, después miró a su hermano y éste lo tumbó de nuevo y le quitó los pantalones con rapidez, sorprendiéndolo. Eros le desanudó la tela blanca protectora que cubría el bulto de su hermano y descubrió por el aspecto de su pene que a él también lo excitaba aquella situación. Se detuvo un instante recordando a su madre metiéndose la de su padre en la boca y agarrándola con las manos.

  • ¿Qué vas a hacer? - Susurró el chico intrigado. Nunca había visto a su hermano así.

  • Te quiero Rono - le dijo mientras contemplaba entre las sobras su pene, ligeramente erecto. Lo tocó con timidez al principio, estaba caliente.

Cuando lo rozó, ambos sintieron un agradable escalofrío por su cuerpo. Después, la agarró entre las manos mietras se engrosaba y hacía más grande por momentos.

  • ¿Te gusta? - Le preguntó a su hermano pequeño sin mirarle.

  • Si, es una sensación extraña...

Eros se acercó a la polla y la besó. Nunca se había acercado a ninguna pero se dio cuenta de que olía diferente a la suya. No era un olor hermoso pero tampoco desagradable. La mezcla entre su olor y el jabón que él mismo utilizaba y que al momento distinguió lo hizo excitarse aún más. La metió entre sus labios e imitando a su madre fue bajando hasta abajo, sintiéndola en su paladar. Al oír como su hermano emitía un largo suspiro de gusto, empezó a sorber con su fuerzas, sintiendo en las comisuras de su boca el grosor de su polla mientras subía hasta sacarla. Giró la cabeza para ver a Rono con los ojos cerrados y el cuello estirado de placer, y entonces, el gozo y el erotismo desbordaron a Eros de placer y se colocó entre las piernas de su hermano, flexionando sus piernas. Manoseó inexperto la polla mientras mamaba de ella y Rono arañaba con las yemas de los dedos el suelo de madera. De pronto su cuerpo pareció convulsionarse mientras jadeaba con más rapidez y gemía cada vez más. En ese momento, Eros cerró los ojos y chupó, con fuerza, y agarró las nalgas del chico mientras sentía como un tibio jugo le llenaba la boca y se extendía por su lengua. Sorprendido al principio, comprendió que su hermano se había corrido. Él a veces se había masturbado a escondidas y sabía lo que era, y que se sentía un gran placer, y al ver a Rono embriagado de él comprendió que no podía ser malo y lo tragó, mirando a su hermano en la oscuridad. Éste se incorporó extasiado y se lanzó a besarlo.

Cuando los dos se relajaron en un abrazo recuperaron el ritmo de su respiración.

  • A sido hermoso - dijo el pequeño.

  • Te quiero Rono - Eros lo envolvió en un abrazo protector y lo metió en la cama, tumbándose a su lado, cansado.