La guerra de los mundos 9
Confesiones
CONFESIONES
La muchacha asintió con un leve movimiento de cabeza, completamente avergonzada, sin dejar de llorar. La agente volvió a mirarme, esta vez con pena, imaginando lo que había pasado, pidió a los seguratas ver los videos y al volver se agachó a mi lado
-. ¿Piensa usted hacer la denuncia por la agresión?
-. Por supuesto, pero no antes de que me revisen en un hospital, creo que tengo alguna costilla fisurada y quiero que quede constancia.
La oficial asintió comprensiva, hizo dar vuelta al sorprendido rubio que no entendía lo que pasaba y lo esposó.
-. Queda usted detenido por el delito de agresión injustificada con lesiones graves, a la espera de lo que determine el juez que intervenga en la causa.
Y se lo llevaron, no sin antes pedir a los seguratas que les entreguen los videos de la agresión.
Dos horas después, ya repuesto, salí del hospital en el remis de Fermín, con mi esposa sentada en silencio a mi lado, completamente aterrorizada.
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El sábado llegué temprano, nada más ver a Claudia, supe que estaba muy nerviosa por lo que le iba a contar. Saludé a sus padres y pasamos al comedor.
Durante tres horas le conté toda mi vida en la villa y mis orígenes, incluido mi escape, la búsqueda que pesaba sobre la cabeza de mi familia y lo que pudiera encontrar su padre en mis antecedentes de menor. Incluso le conté mi fama inmerecida de gay en el club por mi relación con Gustavo, al que ella conocía por su trabajo en el vivero de la facultad. Solo me guardé para mí, los últimos meses del verano y mi relación especial con Bea.
Ella me escuchaba conmovida, tomándome de la mano con lágrimas en los ojos. Al finalizar mi relato, se levantó de su asiento y me abrazó con fuerza en presencia de su madre, que no se asombró demasiado por la novedad.
Esa misma tarde se lo comunicamos a su familia y una semana después, luego de una conversación con ellos, por los antecedentes juveniles que encontró Ramón en mi historial, comenzamos un noviazgo no exento de dificultades por el control de sus padres.
Terminamos segundo año con nota, mantuvimos nuestras escapadas al departamento del sereno y a fin de año, cuando Claudia cumplió veintiún años, a pesar de la oposición de sus padres, nos casamos en una pequeña ceremonia en el registro civil, para disgusto de su madre que soñaba con grandes fiestas y vestidos blancos.
Nos fuimos a vivir a la casa de los padres de Bea y pronto formamos una familia hermosa con la inclusión de Bea como una especie de tía orientadora. Mis hermanos la adoptaron con cariño y mi madre nos dio su bendición.
Ese verano conocí el mar por primera vez, cuando sus resignados padres nos invitaron a pasar unos días con ellos en su departamentito de la costa y al finalizar, iniciamos nuestro tercer año de carrera universitaria compartiendo el turno noche para poder ir y volver con mi viejita pero poderosa moto.
La sociedad con Gustavo funcionaba de maravilla, nuestra clientela había aumentado y para no perder trabajos por mis obligaciones universitarias, me hice cargo en exclusiva de las tareas en el club y delegué todos los trabajos particulares en Gustavo, que aceptó encantado a los fines de entrenar a su gusto, a su nuevo y brioso asistente.
Llegó el otoño y el tiempo de preparar los terrenos para la resiembra de los campos de hockey. Estaba limpiando las palas después de una tarde de trabajo muy intenso, cuando escuché un escándalo proveniente del depósito de implementos deportivos.
Me acerqué a la puerta vidriada y lo que vi me paralizó el corazón, Diego golpeaba enloquecido con un palo de hockey, a un Luis completamente ensangrentado y desnudo de la cintura para abajo, mientras, sobre las colchonetas, Carla aterrorizada y salpicada de sangre, con el culo al aire pedía a los gritos que lo dejara.
Reaccioné sin pensar y entré, era evidente que Carla, al dejarlo nosotros, había vuelto a Luis y Diego los pilló con el carrito del helado. Al descubrir la traición de su soñado príncipe, reaccionó perdiendo el control y descargó su furia sobre el infiel.
Tomé a Diego de los pelos, le dí un violento cachetazo para que se calme y lo saqué por la puerta del medio hacia el depósito de jardinería, justo en el momento que llegaba Boris a la carrera. Lo puse aturdido en sus manos y le indiqué que lo lave y lo oculte en mi vestuario.
Verifiqué que Carla no tuviera lesiones graves y me dediqué a atender a Luis, justo en el momento que llegaba el personal de seguridad y me hallaba ensangrentado y con el palo de hockey en las manos. Le hice señas a Carla para que guarde silencio y me entregué. Tenía pendiente con Diego una deuda de honor y la iba a respetar.
El escándalo fue mayúsculo, Luis no se recuperó nunca debido a los golpes en la cabeza y durante la investigación, Carla no abrió la boca y yo tampoco. Hugo se hizo cargo de mi defensa pagado por Don Jaime y logró una sentencia de cinco años, aduciendo locura temporal, gracias al testimonio de dos peritos amañados.
No volví a ver a mi mujer nunca más. Sus padres no se lo permitieron, los rumores de mi homosexualidad calaron hondo y dada mi fama de gay y la de bisexual de Luis, supusieron que el ataque había sido el resultado de una reacción emocional, producto de un ataque de celos al encontrar a la pareja copulando. La trama estaba bien, pero los actores eran otros.
Como un designio del destino, quedé detenido en un penal vecino a mi casa. Y nada más entrar en mi nueva habitación, me encontré con un gigante que me recibió con un apretón de manos y una sonrisa.
-. Sabemos por qué estás aquí, Don Javier nos ha encargado tu protección, relájate y el tiempo pasará. No tienes nada que temer.
En ese momento, los vientos del destino volaron las cartas del tarot y comenzaron a desencadenarse los acontecimientos que marcarían mi futuro para siempre.
Lo primero fue inscribirme en el plan de educación a distancia para gente en rehabilitación social, y así poder continuar mi carrera en forma remota. Los trabajos prácticos se hacían on line y mis antiguos compañeros colaboraban conmigo. Llegado el tiempo de los exámenes, un vehículo me acercaba custodiado a la sede universitaria vecina al penal y me traía de vuelta.
Lo siguiente, fue hacerme cargo de la huerta de una hectárea del penal, ubicada en un predio anexo, y dar clases de horticultura y jardinería a los reclusos de causas menores, que gozaban enormemente del precioso tiempo al aire fresco.
Llevaba ya seis meses detenido y aceptaba el alejamiento de Claudia por lo ocurrido, aunque conservaba la esperanza de contarle la verdad el día que la viera otra vez. No esperaba que reconsiderara su posición, pero sí, que tuviera la tranquilidad de saber que no vivía con un monstruo que la había engañado.
Con esa esperanza sobrellevaba mis horas libres, hasta que una vez más, las barajas se volaron y recibí un pedido de vis a vis de Bea.
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Me enamoré de Aldo desde el día que lo conocí, pero pensando que estaba con Graciela me mantuve al margen. Era verlo y me temblaban las piernas, esa nobleza enmarcada en sus ojos verdes, sumada a una fiereza que le saltaba por los poros, me tenían subyugada.
Conocía a Graciela, desde pequeña, habíamos coincidido en la misma escuela secundaria, pero en distintas divisiones. Cuando nos encontramos en el curso de ingreso universitario, intentamos una amistad. Digo intentamos, porque la libertad de la que ella gozaba, me era inaccesible por la estricta vigilancia de mis estrictos e hipócritas padres.
Mi padre me controlaba hasta el aire que respiraba, me llevaba y traía de la facultad con la excusa de la inseguridad del barrio, cuando la verdadera razón era no darme espacio para que volara por las mías. Me imponía sus códigos morales, como si yo no supiera la cuota que le pagaban los comerciantes del barrio, para que vigile por su seguridad.
Y mi amorosa y catequista madre, hablaba del amor de Dios y la virtud de las mujeres, pero no dudaba en encerrarse “a conversar” en su cuarto, con el apuesto y varonil comisario de mi padre, mientras éste cubría las largas guardias que aquel le imponía.
Ambos eran responsables de frustrar mis planes para el modelaje que tantas veces me habían ofrecido. Con su corrupta diatriba de falsa moralidad habían frustrado uno de mis mayores sueños.
Cuando supe que Veterinaria y Agronomía coincidían en dos materias, no dudé en anotarme por la noche con la esperanza de encontrarme con él. Verlo sentado en su banco el primer día me movió las fibras más íntimas, y desde que me confirmó que con Graciela solo eran amigos, me propuse conquistarlo.
Sabía que debería pasar el filtro de mi padre, porque sabía que mi madre haría cualquier cosa para que ese ejemplar quedara en la familia.
Empezar a trabajar y estudiar juntos se volvió normal y corriente, pero soportar el asedio de mi padre y sus insidiosos comentarios fue bastante insoportable. Milagrosamente, cuando se enteró que trabajaba en interiores y paisajismo, como tan hábilmente se lo presentó Aldo y que desarrollaba sus actividades en club tan exigente con la selección de su personal, su actitud cambió radicalmente.
Es que mi madre había insistido por años, para que mi padre moviera los resortes que nos permita ingresar y nunca fue posible. Tanto lo intentaron, que lograron que esa ansiedad fuera compartida por mí. Saber que Graciela y él compartían tantas horas en ese lugar y no poder acceder, me corroía las entrañas.
Nuestro rendimiento en equipo era tan notable y sacábamos tan buenas notas, que la presión de mis padres aflojó bastante y nos permitió pasar muchas horas juntos en mi casa hablando de nosotros sin su control.
Enamorarnos se dio en forma tan natural, que no nos sorprendió demasiado, cientos de besos robados en los pasillos, nos llevaron a tener sexo por primera vez, en ese lugar discreto donde se comportó maravillosamente, robando mi virginidad y transportándome a los cielos.
A esa experiencia siguieron más y cuando decidió confesarme su cruel pasado antes de oficializar nuestra relación, me conmovió tanto que supe que era el hombre para mí.
Decidimos casarnos cuando cumpliera veintiún años y mis padres ya no tuvieran ninguna influencia sobre mí. Presionaron, quisieron imponer condiciones por lo que mi padre averiguó de su pasado y yo ya sabía, y finalmente se resignaron.
Fueron los meses más hermosos de mi vida, sentirme libre y enamorada, tener sexo sin control, liberarme a los sentidos, me transportaron a un mundo soñado del que no quería salir. Su familia era hermosa, su madre una mujer curtida, su hermana adorable y Bea, la tía que todos queríamos en nuestra vida. Solo me inquietaba no saber por qué, su hija Marta nunca la acompañaba en sus visitas.
El día que mi padre vino a buscarme, para comentarme el incidente en el club, mi mundo de fantasía se derrumbó. Me obligó a empacar mis cosas y abandonar el lugar donde había sido tan feliz, sin entender qué había pasado
Semanas más tarde, recibí la visita de Graciela y la verdad salió a la luz. El mundo de perversión en que mi esposo estaba sumergido, su bisexualidad expuesta y su trabajo de puto rentado, alteraron tanto a mi madre, que me prohibió volver a verlo o tener contacto con su familia. Ahora entendía porque lo buscaba para vengarse gente de tan baja calaña, como los que él me había narrado. Y su familia, seguro no era mejor.
Quedé muy mal, abandoné los estudios y solo la amistad de Graciela me mantuvo a flote. Todo el amor que sentía por Aldo se fue transformando en un odio profundo del que no podía escapar, cuando Gra me hizo la propuesta que cambiaría mi vida, después de contarle todo lo que sabía del pasado de mi esposo, acepté sin dudar.
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Bea entró al cuarto de citas en medio de la admiración del personal de custodia, semejante jaca no se veía por esos lugares. Sin embargo, ninguna frase fuera de lugar llegó a sus oídos, la larga sombra de Javier los contenía.
Fue vernos y abrazarnos como si no hubiera un mañana. A pesar de lo sucedido nuestro cariño estaba intacto.
-. Bea yo….
-. Shh… no sigas, Carla me lo contó todo, no sé la razón que te llevó a proteger a ese chico, pero sí sé que tus códigos de conducta no son negociables. Y eso es suficiente para mí.
-. Pero...Porqué te arriesgas a pedir esta visita, si alguien se entera, puede ser tu ruina social.
Bea me miró mordiéndose el labio, como sopesando lo que iba a decir.
-. Tú familia ha desaparecido... Fui a visitarlos para ver si necesitaban algo y la casa estaba vacía, como si hubieran salido y no hubieran vuelto... No había ningún signo de violencia.
La desesperación se llevó por delante mi prudencia, la tomé de los hombros y la zamarreé
-. ¿Qué dices? ¿Estás loca? No jodas con eso. ¿Y Claudia?
Bea aguantó el chaparrón y me abrazó hablándome al oído.
-.Cálmate...No ganas nada con exaltarte, Claudia volvió a su casa al poco de que cayeras preso. Vengo a que me cuentes quién puede tener interés en dañar a tus hermanos. ¿Quizás alguna venganza?
El turco. Los puteros de la villa, las amenazas. Todo vino a mi mente en tropel haciéndome entender lo grave del problema y tomar una fría determinación.
-. No debes involucrarte, solo llama a este teléfono y dí que necesito ayuda.
-. Pero yo...
-. Tu nada, ten confianza en mí...Solo llama.
Ocupamos el resto del tiempo en ponernos al día sobre nuestras vidas y nos despedimos con un beso sentido. Quedamos en volver a hablar cuando hubiera novedades.
Hugo apareció dos días después y tuvimos una entrevista privada en la oficina del alcaide, lejos de oídos indiscretos. Se interesó en toda la información que le pudiera brindar y las sospechas que pudiera tener.
Anotó todos los datos que le aporté, grabó nuestra conversación y quedó en contestar en una semana.
Fue la peor semana de mi vida, el tiempo no pasaba más y me costaba concentrarme en mis tareas, para colmo, por expreso pedido de Hugo no debía comentar mis problemas con nadie, aunque sospechaba que los que me protegían lo sabían.
Una semana exacta más tarde, el abogado volvió a visitarme. Su rostro reflejaba una preocupación que me puso nervioso. Finalmente suspiró y se decidió a hablar.
-. Sabes que Javier está muy agradecido por lo que hiciste por su hijo, pero lo que le pides es muy grueso. Lo que le pasó a tus hermanos ha destapado un asunto muy grave, que lo afecta profundamente. ¿Sabes como funciona esto, no es así?
-.Por supuesto, hoy por mí, mañana por ti.
-. Me alegro que lo sepas, pero antes de hablar de condiciones, debo comunicarte algo que no te va a gustar.
-. Me preocupas ¿Les ha pasado algo? Pregunté angustiado.
-. No es eso, no sabemos.
-. ¿Entonces?
-. ¡Tu mujer es la que los ha vendido!
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