La guerra de los mundos 7

Pillada

PILLADA

Despierto al lado de dos agentes de la brigada. Un médico me ha puesto sales en la nariz para que recupere el conocimiento y me han acomodado en un sillón, mientras el resto de asistentes al club, nos rodean curiosos. El rubio me mira triunfador, sosteniendo por la cintura a una aterrorizada Carmen, que me mira paralizada, con lágrimas en los ojos, mientras la policía que parece de mayor rango, me interroga.

-. Espero por su bien, que esté bebido o drogado para hacer lo que hizo, caso contrario lo pasará muy mal.

-. ¿Y que se supone que hice, para justificar que me agredan de esta forma?

-. ¿Le parece poco manosear a una mujer? ¿Faltarle el respeto delante de su pareja y sus amigos? ¿Qué pensaba que haría el hombre? ¿Felicitarlo?

Me escupía enfurecida. Profundamente ofendida en su orgullo de mujer

-. Levántese, está detenido, chulitos como usted, solo entienden el idioma de la fuerza.

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Me uní a sus risas y cuando terminamos de calmarnos, descubrimos que seguíamos acoplados con mi polla ya recuperada. Mirándome a los ojos con cara de salida, empezó a contonear sus caderas invitándome a seguirla.

Fue un polvo lento y largo, lleno de besos y caricias que nos llevó a un orgasmo mutuo menos violento, pero más sentido que el anterior, un orgasmo de encuentro y descubrimiento con promesas de futuro.

Entre risas nos terminamos de desnudar y pasamos al baño, donde nos dimos una ducha de refresco compartiendo caricias. Mientras le enjabonaba las tetas tomándola desde atrás, mi polla volvió a recuperarse, incrustándose entre sus piernas. Lejos de molestarse, Graciela echó su cadera hacia mí y volteó su cabeza para besarme.

La di media vuelta apoyándola de cara a la pared, me agaché un poco y aprovechando su grupa ofrecida, la volví a empotrar. Fue otro polvo frenético, Gra no sabía qué hacer con sus manos, arañaba la pared, me tiraba del pelo o las echaba hacia atrás invitándome a que le diera más fuerte, mientras se retorcía para besarme. Volvimos a acabar juntos en medio de alaridos, para terminar derrengados en el piso del duchador, recibiendo en nuestros agotados cuerpos la bendición del agua tibia.

Fue un fin de semana de locura, donde apenas salimos de la habitación para comer algunas sobras de la fiesta. Pero toda fiesta llega a su fin y el domingo nos separamos después de un largo polvo con promesas de un mañana. Mañana que empezaba en pocas horas, cuando arrancara mi jornada en el club.

Como me temía, nada más alcanzar la caseta de seguridad, me comunicaron que no me cambiara y me dirigiera directamente a la oficina del directivo, padre de Pedro. Sabiendo lo que me esperaba golpeé a la puerta y una voz desde adentro me hizo pasar.

Un atildado señor de no más de sesenta años, vestido con un traje impecable, me esperaba detrás de su escritorio, con Pedro sentado en un sillón a su lado, mostrando un enorme hematoma que le ocupaba media cara.

-. Me ha informado mi hijo, que los has agredido a traición sin mediar ninguna causa. Por tu culpa, ni él, ni el hooker han podido jugar el domingo y el equipo ha perdido unos puntos preciosos que le hubieran acercado a la punta de la tabla. Imaginarás que no puedo tolerar algo así.

Cabreado por las mentiras, empecé a perder la paciencia.

-. Lo que haya sucedido entre su hijo y yo, son cosas personales que no le incumben y mucho menos tienen que ver con mi trabajo.

-. Me incumbe lo que yo digo que lo hace, o te crees que puedo permitir que un personaje violento de clase baja como tú, se mezcle con nuestros socios.

-. Si busca un personaje violento y cobarde, que no sea digno de estar en el club, empiece por mirar a su lado.

-. Pero qué demonios te…

No pudo continuar, la puerta se abrió y una sonriente Graciela, teléfono en mano, entró en la habitación.

-. Mi padre quiere hablar con usted.

Extrañado, el directivo tomó el teléfono, mientras Graciela me guiñaba un ojo provocando el enfado de Pedro.

-. Hola José, este no es mom… ¿Como dices?... ¿Estás seguro?...Si, si... disculpa...No, no, no hace falta...Espera...No te lo tomes así, claro que lo recuerdo, luego hablamos.

El hombre había empalidecido y transpiraba furiosamente. Al colgar, se volvió a su hijo hablando entre siseos.

-. ¿Le has pegado a la niña?... ¿Os han fajado por eso?... Me avergüenzas. Ya vamos a hablarlo tú y yo.

-. Disculpe joven, ha sido un malentendido...Y tú niña, no tengo palabras para excusar a esta bestia.

-. Con que lo mantenga lejos de mí me doy por satisfecha. Vamos Aldo vuelve a tu trabajo.

Salí sin entender qué había pasado, nada más alejarnos, Graciela estalló en carcajadas recordando la cara de Ramón, arrastrándome a mí, aliviado por la rápida solución del problema.

-. Gracias, me has salvado de una buena, todavía no me creo que una sola llamada haya solucionado todo, no creo que sea novedad la violencia de su hijo.

-. No será novedad, pero recordarle las cuotas atrasadas del préstamo que le dio mi padre, sí lo es. Además te la debía.

-.No me debías nada, te pegaron por mi culpa, no me iba a quedar de brazos cruzados

-. No te la debía por defenderme, te la debía por la tremenda follada que me pegaste. Ja ja ja.

De esa manera tan extraña comenzó nuestra relación. Relación de entre semana, donde merendábamos juntos en el bar de la facultad y cada dos o tres días al terminar las clases, nos cruzábamos al cercano, antiguo y señorial hotel por horas, con nombre de flores y follábamos hasta perder el sentido.

En el club, a su pedido, actuábamos como desconocidos, cosa que con el tiempo me empezó a molestar, pero el resto del tiempo éramos puro fuego. Salíamos como amigos con su pandilla y al volver, si su familia no estaba, follábamos en su casa o en algún hotel de la ciudad.

Un par de meses más tarde la llevé a conocer a mi familia, con la que quedó encantada, terminando por hacerse muy amiga de mi hermana Lucía y compinche de mis hermanitos pequeños. Desde ese día, los fines de semana terminaban en su casa o en la mía. Siempre con el desconocimiento de sus amistades o la gente del club.

Al llegar la primavera y empezar a brotar las plantas, llegó el tiempo de adornar los canteros del club con las flores que cultivábamos en el vivero. Estaba trabajando en los que rodean el bar, cuando presentí que me observaban.

Levanté la vista en busca del origen de tan extraño presentimiento y me encontré con la inquisitiva mirada de Paula, la explosiva rubia madrastra de Graciela, que me observaba curiosa desde una mesa en la que estaba acompañada de las colombianas Irma y Mireia, sentadas junto a Carla, la madre de Silvia, comentando alguna cosa entre carcajadas. Un violento escalofrío enchinó mi piel sin motivo alguno. Sensación que se volvió a repetir unas semanas más tarde.

Una inoportuna gripe de primavera volteó a Graciela en la cama, lo que motivó que me pidiera encarecidamente, que el viernes después de clase, le alcanzara los apuntes de su compañera Claudia, para terminar un trabajo el fin de semana, mientras se recuperaba en su casa.

Claudia y Graciela eran inseparables y aun así, no sabía nada de lo nuestro, motivo por el cual, me hacía ojitos cada vez que no veíamos. Era una hermosa muchacha castaña, con físico de modelo, bella y delicada al extremo, con curvas que sin ser pronunciadas, estaban en su justa forma. Alguna vez, conversando en el bar, había deslizado su frustración porque sus padres no le permitieron incursionar en ese ambiente.

Pensando en lo extraño que era, que a pesar de la pasión que nos unía, Gra insistiera en no contar a sus amistades nuestra relación, aparqué la moto junto a la casa de mí... ¿novia? en el preciso momento que se abría la puerta de calle y salía el turco conversando animadamente con José.

Por suerte en ese momento, estaba retirando los apuntes de las mochilas de la moto, lo que me permitió permanecer con la cabeza baja y que no me descubriera. Muy alterado por el descubrimiento, toqué la campanilla en casa de Graciela y le entregué los apuntes a su empleada de servicio excusándose de entrar.

Por lo visto las artes de blanqueo de José habían llegado hasta los bajos fondos de la villa, a partir de ese día debía pisar con cuidado, sabía por el Laucha que el Turco y la mafia de las putas no habían digerido muy bien nuestra huida y nos seguían buscando.

La primavera pasó, el trabajo aumentó y llegó diciembre, llegaron los exámenes y los pocos momentos que tenía libre los aprovechaba para prepararme. Para colmo, Graciela a pesar de contar con mucho más tiempo que yo, aprovechaba para reunirse a estudiar con sus compañeros, los fines de semana, lo que llevó nuestra vida íntima a cero, de un día para otro.

Un sábado, faltando poco para la fiesta de Navidad del club, a la cual no podía concurrir por ser solo un empleado más y previo a las vacaciones de verano, donde no podríamos vernos porque se iba afuera y sabiendo que ese día estudiaba en su casa, decidí visitarla con la excusa de entregarle unos apuntes y verla aunque sea unos minutos.

Me vestí con ropa deportiva pero elegante y me dirigí a su encuentro. Toqué a su puerta y después de mucho insistir, abrió su madrastra enfundada en una bata corta.

-. Vaya, vaya, el noviecito abandonado. Pasa, pasa, Gra no está en casa.

Antes que pudiera asimilar la novedad, ya nos estábamos dirigiendo a la piscina, donde desprendiéndose de su bata, Paula se echó sobre una tumbona con sus tetas al aire y un tanga brasilero, que dejaba a la vista unas nalgas de ensueño.

-. No te quedes ahí, Graciela va a tardar en volver, sácate la ropa y hazme compañía, mi esposo está de viaje.

-. No lo creo apropiado, mejor me voy.

-. Espera un minuto

Así, medio en pelotas como estaba, entró en la casa y al volver me puso doscientos dólares en la mano.

-. Según Mireia, es tu tarifa y tengo curiosidad por ver qué ofreces.

Paula era el sueño de cualquier hombre, treinta años, rubia natural, ojos celestes y un físico exuberante- según Gra, producto de cirugías- que la convertían en una diosa.

-. No te ofendas Paula, pero no puedo aceptar tu dinero. Graciela no me lo perdonaría.

-. De acuerdo, lo acepto por ahora... ¿Vas a la fiesta de Navidad del club?

-. No estoy invitado.

-. Me imaginaba, toma... te veo allí, no le digas nada a Graciela y le damos una sorpresa.

Tomó sus dólares y a cambio me dejó una invitación para la famosa fiesta. Salí de la casa confundido y preocupado, mi aventura con las colombianas se había difundido y Graciela me mentía. Decidí concentrarme en mi último examen y esperar al día de la fiesta para aclarar las cosas.

Llegué al veinticuatro de diciembre con todas las materias aprobadas y eso me puso de buen humor, alejando los fantasmas. Decidido a disfrutar el momento, me compré mi primer traje, un par de zapatos y una remera haciendo juego. A las 11 de la noche con tiempo para el brindis entré en el club.

Busqué a Graciela por todos lados sin hallarla, hasta que al final, decidido a irme, me crucé con Paula algo bebida.

-. Si buscas a Graciela, está en la sala de implementos probando colchonetas ja ja ja

Con un presentimiento funesto corroyéndome el alma, me dirigí raudo al lugar y entrando sin hacer ruido por la sala de herramental, me acerqué silencioso a la puerta acristalada. Graciela estaba sentada sobre la pila de colchonetas con la pollera recogida, besándose fervorosamente con su ex, parado entre sus piernas, frotando el bulto sobre sus bragas.

Toqué dos veces por educación y entré en la estancia dirigiéndome a la pareja que me miraba congelada, le di un beso en la frente a Graciela y un apretón de manos a Pedro.

-. Disculpen la interrupción, solo venía a desearles feliz Navidad.

Y me fui por donde vine echando espuma por la boca, no podía hacer un escándalo por la devolución de atenciones. A veces hay que saber perder. Solo a veces.

Al salir, apoyada de costado sobre la pared, con su mínimo vestido de lycra, me esperaba Paula sacudiendo doscientos dólares entre sus dedos índice y mayor de la mano derecha.

Furioso como estaba, no pensé, la tomé de la mano y la metí dentro de mi vestuario. Cerré la puerta y le empecé a comer la boca con rabia. Rabia que Paula compartía frotando su cuerpo contra el mío desesperada.

Bajé mi mano, arremangué su vestido, le arranqué las bragas y enroscando su pierna sobre mi cintura, saqué mi polla y la empalé a lo bestia conteniendo sus gritos en mi boca. Cinco minutos más tarde la golfa se corría patas abajo como si no hubiera un mañana.

La sostuve de las nalgas y sin dejarla recuperarse, la senté en el sillón de descanso, puse sus piernas sobre mis hombros y le comí el coño con violencia. La rubia acabó tantas veces y lubricó tanto, que no se dio cuenta cuando mis dedos, lubricados en sus secreciones, le taladraban el ojete mientras felaba su clítoris endurecido.

Su orgasmo fue tan explosivo, que cuando levanté sus corvas y se la clavé en el culo, encadenó otro y no paró hasta que le llené las entrañas con toda la lefa acumulada en el mes, dejándola desvencijada.

Más calmado, acomodé a la semi desvanecida mujer en el sillón, le di un beso sentido en la boca, me acomodé la ropa y me disponía a marcharme, cuando recordé algo.

Retrocedí dos pasos, tomé los doscientos dólares de la mesita y me marché, sin darme cuenta de que Graciela, acompañada de Marta y Silvia que ya habían retornado de su viaje, habían presenciado todo desde la ventana

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