La guarra de su vecino 3
(Esta es la historia de cómo Ana, una mujer casada, se convierte poco a poco en la guarra de su vecino y en la calientapollas de su jefe, una doble vida a espaldas de su marido)
El viernes a primera hora de la tarde, tras la marcha de su marido, Ana se levantó, se puso el batín de seda y fue a la cocina a preparar café. Estaba escocida, le molestaba el roce de las ingles y también el culo. Mientras se ponía en marcha la cafetera, se aplicó una pomada en las zonas enrojecidas, incluido el orificio anal. Eran las consecuencias de haber llevado las bragas mojadas de pis, el pis de un viejo verde como su jefe. Su degradación había sido muy repentina, muy veloz, sumiéndola en una honda ninfomanía que la había convertido en una auténtica guarra, de la noche a la mañana. Quería arrepentirse, pero no podía. Parecía inverosímil, pero ya llevaba años con el Messenger, adicta a las conversaciones calientes, hasta que por un hecho imprevisto, como el virus informático, había traspasado la línea que separa las fantasías eróticas y la realidad. Ya por su marido lo que sentía es pena, le molestaba su compañía, su generosidad, su romanticismo, ella deseaba y necesitaba sentirse la puta de alguien.
A las 17,30 sonó el timbre. Se asomó por la mirilla y comprobó que era él. Se abrazaron nada más verse y se fundieron en un apasionado morreo, manoseándose por encima de la ropa. Ana le ofreció un café y él aceptó. Lo tomaron en la cocina, donde ella le confesó los sentimientos que sentía por su marido, incluso estaba pensando en dejarle. Ya no le agradaba para nada su compañía.
- Me apetece estar contigo todo el tiempo – le confesó a su joven amante buscando sus labios.
- ¿Vamos a tu cama?
- Sí.
Fueron abrazados hasta la habitación de matrimonio. Al entrar, Ramiro se puso a desnudarse mientras ella corría la colcha. Luego se despojó de la bata de seda y se quedaron los dos desnudos. El chico fue el primero en echarse en la cama, boca arriba, en el centro, y Ana se echó de costado a su lado, pegada a él, morreándole y acariciándole los pectorales, rozando las tetas por su cuerpo y el coño por su muslo. Tras el intenso beso, ella continuó estampándole besos por el cuello, deslizando los labios por su hombro. Ramiro, relajado, levantó los brazos y entonces Ana se lanzó a lamerle la axila derecha con toda la lengua fuera, dándole profundas pasadas por encima de los pelillos. Ya tenía la verga empinada.
- Hazme una mamada – le ordenó él.
Se incorporó y se echó sobre su barriga plana, mirando hacia su cintura. Le agarró la verga con la mano derecha para levantársela y sacudírsela un poco y acercó la cabeza para mamársela como si fuera un biberón, despacito y sosegadamente, disfrutando de la dureza y sabor, recreándose con la lengua en el capullo, sorbiendo por la punta, lamiéndole el tronco, comiéndosela hasta notarla en la garganta. Ramiro la veía de espalda, bajando y subiendo la cabeza para mamar. Aquella mujer casada y madura era su puta, a su entera disposición. Bajó el brazo derecho para acariciarle el culo con la palma mientras se la mamaba, pasándole suavemente la mano por las nalgas tersas y blancas. Le chupaba la verga con parsimonia, disfrutando del roce de la lengua por todos lados. A veces apartaba la boca para sacudírsela, con un hilo de babas uniendo el labio inferior con la punta. Se lanzó a mamarle los huevos, primero mordisqueándolos y después pasándole la lengua por encima. Notó que le metía un dedo en el ano y que se lo hundía hasta la ternilla, dejándolo encajado, sin agitarlo. Le dejó los huevos bañados en saliva y regresó a la polla pasándole repetidamente la lengua a lo largo del tronco. Elevó un poco el tórax y le miró por encima del hombro.
- Deja que te chupe el culo, me apetece hacerlo – le suplicó Ana.
- Chúpamelo, puta.
Ana se apartó para que él pudiera girarse. Ramiro se colocó a cuatro patas mirando hacia el cabecero y ella se arrodilló tras él, sentándose sobre los talones. Se agarró las tetazas blandas y se las pasó por el culo, rozándole las nalgas huesudas, metiéndole los pezones por dentro de la raja, acariciándole el ano con uno de ellos. Al chico se le escapaba algún gemido de placer al notar cómo le aplastaba las tetas por el culo.
- ¿Te gusta? – le preguntó ella acariciándole el culo con los pezones.
- Sí, zorra, me encanta.
Se soltó las tetas y le abrió la raja con ambas manos. Acercó la cara, sacó la lengua y la pasó por encima del orificio anal, varias veces, para después lamérselo con la punta, para tratar de clavársela y saborear las sustancias anales. Ramiro trataba de relajar el ano para que pudiera meterle bien la lengua. Ella trataba de agitar el trozo que había logrado penetrar. Después continuó lamiéndolo despacio, como una perrita que lame un hueso.
- ¿Te gusta mi culo, puta? – le preguntó Ramiro mirando la frente, notando el cosquilleo de la lengua en el culo.
- Sí, me encanta.
- Eres mi puta, ¿verdad?
- Sí, quiero ser tuya – contestaba volviéndose a concentrar en lamerle el culo.
- ¿Te gusta todo de mí, puta?
- Sí, quiero todo de ti.
- Ven conmigo, puta.
A cuatro patas, Ramiro dio un paso lateral hasta apearse de la cama. Le tendió la mano para ayudarla a bajar y juntos se adentraron en el baño. Ramiro tenía la polla y los huevos relucientes por las babas. Abrió la tapa de la taza.
- Arrodíllate.
Acató con obediencia arrodillándose ante la taza. Ramiro la sujetó suavemente por la nuca y la curvó hasta meterle la cabeza dentro. A cuatro patas, con las tetas pegadas a los bajos de la taza, Ana ladeó ligeramente la cara hacia él para mirarle con sumisión. Ramiro se colocó en un lateral, se agarró la verga y se la bajó apuntándola. Un intenso chorro de pis incoloro se estrelló contra su mejilla, salpicando hacia todos lados, empapándole el cabello, resbalando impetuosamente hacia su boca y goteando incesantemente hacia el interior de la taza. Ana mantenía los ojos cerrados y el ceño fruncido mientras le meaba la cara, procurando vomitar la gran cantidad de caldo que le caía dentro de la boca. Ramiro trataba de dirigir el chorro y una de las veces acertó dentro de la boca, llenándosela para después vomitar todo. Le meó el cabello y el chorro le pasó por su frente, hasta que empezó a cortarse. En ese momento, empuñó la verga y se la empezó a sacudir, encañonándola, observando cómo escupía, cómo agitaba la cabeza dentro de la taza, cómo le chorreaban los cabellos, cómo unas arcadas la hacían encogerse. Le caían gotas de la punta de la nariz. Mantenía la cabeza ladeada hacia él, envuelta en su mirada sumisa, con la lengua fuera, con babas cayéndole hacia el interior. Se atizó fuerte y al segundo una lluvia de esperma le regó la cara y los cabellos, goterones blancos que se mezclaron con el pis que la empapaba. Los pegotes le resbalaban por la mejilla hasta la punta de la nariz, desde donde goteaban hasta el interior de la taza. Tenía salpicones por el cabello remojado, por la frente y los párpados. Ramiro la miraba, como admirando su obra, de pie en un lateral de la taza, acariciándose la verga erecta. Su vecina continuaba a cuatro patas con la cabeza dentro de la taza, con la cara ladeada hacia él. Vio que del chocho manaba pis y comenzaba a gotear en el suelo, encharcando poco a poco sus rodillas. Ana miró hacia el fondo, haciendo fuerza para terminar de mearse. Todo le chorreaba. Ramiro tiró de la cadena y la cara se le salpicó de agua. Agitó la cabeza para tratar de abrir los ojos y en ese momento su joven amante la agarró de los pelos y tiró bruscamente de su cabeza hasta sacársela de la taza. Ella quedó sentada sobre su propio charco de pis.
- ¿Quieres follar, puta?
- Sí, quiero follar.
- Quiero emputecerte, quiero que seas mi puta. Prepárate, ponte guapa, vamos a un sitio que te va a gustar.
Ana asintió y se ganó unas palmaditas en la cara. Luego Ramiro la dejó sentada junto a la taza y se lavó las manos antes de salir. El pelo le chorreaba, formándole hileras al gotear sobre sus tetas. Se miró, sentada sobre el charco, y miró los restos de la lluvia dorada por el borde de la taza. Tragó saliva, saliva contaminada, y suspiró antes de levantarse.
Salieron juntos a las siete menos cuarto de la tarde, después de que ella se duchara y arreglara la habitación y el baño. Iba ataviada como una prostituta por exigencias de su joven amante, con zapatos de tacón fino, unas minifaldas blancas de hilo que dejaban sus largas piernas a la vista y una camiseta negra de tirantes, cortita y ajustada, con amplio escote para exhibir la ranura de sus pechos y realzar el volumen y con el ombligo al descubierto. Le dejó a su marido una escueta nota donde le decía que había quedado con unas amigas del instituto, sin más explicaciones, y había dejado el móvil en casa para dejarle claro que sería imposible contactar con ella. Los hombres la miraban por la forma de contonear el cuerpo y por sus ropas sensuales, alguno incluso la silbaba y la piropeaba.
- Todos te desean – le susurró Ramiro al oído.
- Eres malo.
- Eres puta y eres mía.
Tomaron una copa en un disco pub para hacer tiempo y cuando ya se hizo de noche, el joven Ramiro condujo hasta una carretera comarcal a las afueras, una carretera frecuentada por prostitutas. Ya había varias mujeres de distintas nacionalidades separadas entre sí por varios metros, esperando clientes, cada una ataviada con sensualidad y erotismo para llamar la atención, alguna incluso semidesnuda. Ana estaba nerviosa e inquieta por la aventura, y a la vez emocionada y ardiente de ejercer el verdadero papel de puta, de puta de un chulo, ejercer de puta para su joven amante. Ramiro pasó por delante de todas ellas y detuvo el coche junto a una farola.
- Bájate. Cobra 30 euros. ¿de acuerdo?
- Sí.
- Pórtate bien con los clientes.
- No te preocupes.
Ana se apeó del coche y se colocó junto a la farola. Vio que Ramiro aparcaba unos cien metros más adelante y que se volvía en el asiento para observarla. La noche aparecía muy cerrada. Algunos coches se detenían en las prostitutas que estaban en primer lugar, en un sitio más estratégico, hasta que tres cuartos de hora más tarde vio que un Todoterrenos ponía el intermitente hacia ella. Los nervios le azotaron todo el cuerpo y le temblaron las piernas. En un segundo se reprodujo en su mente toda su vida, fogonazos de imágenes de su familia y de su marido. Debería sentir vergüenza de sí misma, repugnancia por ejercer la prostitución a exigencias de su amante, sin embargo la emoción y la excitación le abrasaban todo el cuerpo. Se bajó la ventanilla y ella se acercó curvándose. Era un tipo de unos sesenta años, pero muy apuesto, con una melena canosa muy suelta y vestido con un traje azul marino y camisa blanca, sin corbata. Estaba bastante delgado y tenía los ojos azules, con pinta de ricachón.
- Hola, guapo, buenas noches, soy Ana.
- Hola, Ana -. Paró el motor -. Eres demasiado guapa y encima eres española
- Gracias.
- Sube -. Ana abrió la puerta y se sentó en el asiento. La farola iluminaba el interior del coche. Sacó la cartera de la chaqueta y extrajo un billete de cincuenta euros -. ¿Tienes bastante con esto? – le preguntó entregándole el billete.
- Sí, gracias.
- Sácate las tetas -. Ana se bajó el escote de un lado y le mostró unas de sus tetas blandas y luego se bajó la otra parte exhibiendo ambas -. Tócatelas y mastúrbate.
Reclinada sobre el asiento y con la cabeza ladeada hacia él, comenzó a acariciarse las tetas muy despacio con la mano derecha, mientras que con la izquierda se subía la falda y la metía después dentro de sus bragas blancas transparentes para frotarse el coño con movimientos muy lentos. El tipo, embobado, observaba cómo se deformaba la carne esponjosa de las tetas y a través de las transparencias de las bragas distinguía cómo se hurgaba, cómo los nudillos tensaban la gasa, como los pelillos del chocho escapaban por la tira superior. Se desabrochó el pantalón, se bajó la bragueta y se lo abrió hacia los lados. Después rebuscó dentro del slip hasta sacar su polla y sus huevos, una buena polla gruesa y venosa, de glande voluminoso, y unos huevos gordos muy arrugados. Comenzó a machacársela suavemente mientras la observaba. Ana meneaba la cadera al hurgarse en el coño y procuraba mover el tórax para que sus tetas temblaran. Continuaba machacándosela muy despacio, como si viera una peli porno en directo. Ana se elevó las tetas hasta lamerse ella misma los pezones y entonces vio que se daba unos fuertes tirones a la verga.
- ¿Quieres que te la chupe? – le preguntó Ana.
- Sí, zorra, chúpamela. Estás deseando probar mi polla.
Ana se curvó hacia su regazo, aplastando las tetas contra su muslo, comenzando a mamársela. Se la sujetaba por la base con la izquierda y se la mamaba comiéndosela entera, deslizando los labios desde el capullo hasta el vello. Al mismo tiempo, le acariciaba los cojones con las yemas de sus deditos de la mano derecha. El tipo se relajó echando el respaldo más atrás para poder reclinarse mejor. Ella se la lamía a un ritmo sosegado, subiendo y bajando la cabeza despacio, acariciándole los huevos con leves estrujones. Notó su mano por el costado hasta que le achuchó las tetas, estrujándoselas como esponjas, pero ella seguía mamando si alterar el ritmo. Notó que le sobaba el culo, que le metía la mano por dentro de las bragas y le pellizcaba las nalgas. Le oía respirar fatigosamente por la boca. Bajó un poco la mano que acariciaba los cojones y con la yema del dedo corazón le acarició la raja del culo que sobresalía del asiento. Notó los pelillos de la raja y le oyó emitir un jadeo de placer. Entonces elevó la cabeza para mirarle, sacudiéndole la polla con la mano izquierda, una polla toda baboseada.
- ¿Te gusta? – le preguntó ella.
- Sí, cabrona, sabes hacerlo bien. ¿Por qué no me metes un dedo en el culo?
- Lo que tú quieras. Date mejor la vuelta.
Ana se incorporó para que el tipo pudiera darse la vuelta. El coño le chorreaba por los flujos vaginales. El hombre se arrodilló encima del asiento, de cara al respaldo, y se bajó los pantalones y el slip hasta las rodillas, mostrando un culo blanquecino de nalgas planas y con vello muy salteado. Se curvó hacia delante apoyando la cabeza y las manos en lo alto del respaldo. Ana inclinó el tórax hacia él. Primero se lo acarició con la palma de la mano derecha y después le estampó unos besos en la nalga que tenía más cerca. Vio que el tipo bajaba una mano para sacudírsela mientras ella le besaba el culo. Le metió la manita derecha entre las piernas y le meneó los cojones, después le abrió con la izquierda un lado de la raja y le acarició el ano con la yema del dedo corazón. Soltaba jadeos secos, tirándose de la verga muy deprisa. Poco a poco, le fue metiendo el dedito corazón en el ano, primero la uña, hundiéndolo despacio hasta por debajo del nudillo. El tipo sacudía la cabeza muerto de placer, dándose fuerte en la verga. Comenzó a follarle el culo con el dedito, deslizando la mano izquierda por la nalga, por su costado hasta agarrarle los huevos. Acercó la cara para besarle por la nalga, entrando y sacando el dedito del ano, sobándole los cojones mientras él se masturbaba.
- Qué bien lo haces, cabrona – jadeaba.
- ¿Quieres que te chupe el culo?
- Sí, chúpamelo, hija puta.
Le sacó el dedo del ano y él la miró. Se chupó el dedo ante sus ojos para demostrarle que era una guarra, se lamió el dedo con la lengua fuera, probando el hediondo sabor anal. Después se pasó a su lado, arrodillándose bajo el volante, erguida ante el culo blanco y plano de aquel desconocido. Los huevos se movían entre las piernas. Continuaba curvado hacia el respaldo con el culo en pompa. Le abrió la raja con los pulgares y hundió la cara entre las nalgas frías, pegando los labios fruncidos al ano y sorbiendo, degustando el sabor, viéndose invadida por el olor. Sorbía como si chupara por una pajita, con la nariz rozando su rabadilla. A veces separaba la cara para abrirle mejor la raja y volvía a pegar los labios al ano, tratando de clavarle la punta de la lengua, asestándole suaves penetraciones. El hombre se daba tan fuerte que podía oír los chasquidos de los tirones. Comenzó a lamerle el ano con la lengua fuera, como si fuera una perrita, pasándosela por encima. Entonces le oyó emitir jadeos más escandalosos.
- Me voy a correr, joder – gimió nervioso.
- ¿Quieres correrte en mi boca?
- Sí, hija de puta…
Ana se irguió para que él pudiera incorporarse y girarse de rodillas en el asiento, para así colocarse frente a ella. Ana escupió alguno de los pelillos del culo pegados a la lengua y levantó la mirada hacia él. Abrió bien la boca y sacó la lengua. Él se bajó la polla apoyando el capullo en su labio, dándose muy fuerte, frunciendo y desfrunciendo el entrecejo, hasta que dejó de darse tirones y empezó a derramar porciones de leche espesa sobre la lengua. Se apretó bien el capullo para escurrírsela y se la soltó. Entonces ella cerró la boca y se lo tragó todo, envuelta en su mirada sumisa. Continuaba arrodillado encima del asiento y ella bajo el volante, erguida, con la cabeza a la altura de su cintura. Vio que la verga comenzaba a flojearle curvándose hacia delante. Ana alzó la mano derecha y se la agarró empuñándola por la mitad, manteniéndola en posición horizontal, con la punta mirando hacia su rostro. Ya tenía la carne más blanda.
- Qué bien lo has hecho, zorra – suspiró el tipo -. Una lástima que me haya corrido tan pronto. Me encanta como me has lamido el culo. Increíble, tía. Deberías enseñar a mi mujer.
Ana se la acarició despacio deslizando la palma desde el capullo hasta el vello.
- ¿Quieres mear? – le desafió acercando la cara al capullo -. Puedo tragármelo.
- Joder, tía, eres la hostia. ¿Quieres que te meé encima? Y por cincuenta euros.
Le besó el capullo.
- Puedo hacerlo gratis. Soy muy puta.
Abrió la boca con el capullo entre los labios, con la mirada dirigida sumisamente hacia él. Le sujetaba la verga para mantenerla en horizontal y apuntando hacia la garganta. Salió un débil chorro de pis que le fue llenado la boca poco a poco. Le dejó la lengua y los dientes sumergidos, con dos finas hileras resbalándole por la comisura de los labios. Tenía un sabor fuerte a vinagre. Al cortarse el chorro, cerró la boca y se lo tragó todo, de un golpe, después sufrió una arcada, pero volvió a ofrecerle su boca. De nuevo salió un chorro flojo, hasta que se convirtió enseguida en un goteo. Entonces apartó la verga, cerró la boca y volvió a tragárselo. Después se limpió los labios y la barbilla con el dorso de la mano y le soltó la verga.
- Joder, tía, qué pasada. ¿Te gusta que te meen encima?
Ana se pasó a su asiento y comenzó a colocarse la ropa. También él se sentó para subirse los pantalones.
- Sí, me gusta.
- Vendré a verte más veces, ha sido la hostia.
Se despidieron hasta una próxima vez y se apeó del coche, después arrancó y le vio alejarse. Vio que Ramiro se fumaba un cigarro por fuera del vehículo y la saludó agitando la mano. Sacó un caramelo con fuerte sabor a menta del bolso y se lo metió en la boca para desprenderse del mal sabor de la meada. Por instrucciones de su chulo, debía seguir en su papel de prostituta. Aguardó merodeando alrededor de la farola hasta que vio acercarse un coche, un coche pequeño y viejo de dos puertas. Habían transcurrido cuarenta minutos. Se bajó un tipo retaco, bajito y feo, con una cabeza redonda y medio calvo, salvo por las hileras de pelos laterales en forma de herradura, con un bigote tipo mostacho. Estaba relleno, parecía como el tronco grueso de un árbol, con papada y ojos saltones. Vestía como un cateto, con pantalones finos, camisa de cuadros a medio abrochar, zapatos negros y calcetines blancos. Rodeó el coche dirigiéndose hacia ella y abrió la puerta del copiloto echando el asiento hacia delante.
- Monta, anda.
- Hola.
- Monta, cojones, que tengo prisa.
Nerviosa, se montó por el hueco del asiento hacia la parte trasera y se sentó en un extremo. Después se montó él, sentándose a su lado tras cerrar la puerta. Encendió la luz del techo y sacó la cartera. Extrajo veinte euros y se los entregó.
- Toma, monada. Y date la vuelta. Vamos, coño.
Acató la orden. Se volvió hacia la ventanilla, recostada de lado, dándole la espalda. Vio a Ramiro deambulando por el acerado de enfrente, grabándola con el móvil. Escuchaba al tipo desnudarse a toda prisa. Se pegó a ella, rodeándola con sus robustos brazos para sobarle las tetas por encima de la camiseta. Percibió su apestoso aliento tras la oreja y su barriga blandengue aplastada contra la espalda, con su pelvis pegada al culo. Le tiró de las bragas bajándoselas de un lado. Notó el roce de la verga y cómo se la colocaba, hasta que la perforó secamente. Ana gimió ante la clavada, despidiendo el aliento sobre el cristal de la ventanilla. Y comenzó a follarla, meneándose sobre su culo nerviosamente, hundiéndole la verga en el chocho de manera aligerada, jadeando como un cerdo sobre sus cabellos. Ni siquiera se había parado a pensar en exigirle un preservativo, corriendo el riesgo de contagiarse con alguna enfermedad. Pero ya no había marcha atrás. Le metió las manos bajo la camiseta para achucharle los pechos, embistiéndola sin descanso, dilatándole el chocho con una polla ancha, apretujándola contra la ventanilla por los fuertes empujones. No la besaba, sólo expulsaba los jadeos sobre su cuello. Ella trataba de acompañar sus jadeos con débiles gemidos. Sintió un orgasmo justo cuando el tipo aceleraba, contrayéndose sobre ella, hasta que frenó, sintiendo cómo le llenaba el chocho de leche, una abundante corrida mediante chorros intermitentes. La embistió secamente dos veces más y después se apartó de ella. Ana se volvió subiéndose las bragas y colocándose la falda. Ya se había abrochado los pantalones y se curvaba para abrir la puerta.
- Venga, zumbando, que tengo prisa.
La dejó pasar y luego él se pasó al asiento del conductor sin bajarse del coche. Arrancó y salió pitando sin ni siquiera despedirse. Había sentido mucho, el cabrón le había echado un buen polvo, sentía cómo fluía semen del chocho manchando las bragas. Sacó un clínex y se metió la mano dentro de las bragas para limpiarse. Vio al fondo a Ramiro conversando con una prostituta, una chica de color muy mona. Les vio meterse en el coche. Ella debía seguir ejerciendo su trabajo como prostituta, aguardando la llegada de un nuevo cliente, mientras su marido en casa estaría preguntándose dónde diablos había ido. Si lo supiera se llevaría las manos a la cabeza, si supiera las cosas que hacía a cambio de sexo, pediría que se lo tragara la tierra. Estaba poniendo en peligro incluso su propia salud, al hacerlo sin la debida protección corría el grave riesgo de contraer una infección por transmisión sexual.
A los veinte minutos vio llegar una furgoneta blanca que se puso el intermitente hacia su farola. Paró el motor y se bajó un hombre de unos cuarenta años. Era gitano, alto y delgado, de tez mulata, con una voluminosa melena de cabellos rizados y una densa barba que le cubría toda la cara, con una camisa azul celeste medio abrochada, exhibiendo los pelos del pecho, y unos pantalones de lino todos manchados. Tenía un aspecto cochambroso, con un cigarro en los labios. Le vino el olor a alcohol en cuanto dio unos pasos hacia ella. Por las ventanillas traseras vio montones de ropa, daba la impresión de que se trataba de un vendedor ambulante.
- Hola, soy Ana – le saludó ella con una sonrisa.
- Yo soy Gaspar. Eres muy guapa.
- Gracias.
- ¿Qué puedo hacer con ciento veinte euros? – preguntó el gitano mostrándole el dinero.
- Por ciento veinte euros puedo hacer lo que quieras, hasta chuparte el culo si hace falta – le retó ella.
- ¿En serio? – se sorprendió entregándole el dinero -. Me gusta dar por el culo.
- Te he dicho que no hay problema ninguno.
- Perfecto. No tengo preservativo.
- No pasa nada.
- ¿Vamos detrás? Tendremos más espacio.
- Donde tú quieras.
El gitano abrió la puerta trasera y la dejó pasar primero. Cerró la puerta tras de sí y encendió un foco adosado a la pared de la furgoneta que iluminó todo el habitáculo. Había montones de ropas apiladas al fondo, cajas de cartón con juguetes, cajas de herramientas y multitud de trastes desordenados. Gaspar se sentó en un saliente de la furgoneta que le servía de banco. Entre los trastes, Ana vio una palangana de acero inoxidable. Las sensaciones ninfómanas le hervían en la sangre.
- Desnúdate – le ordenó el tipo.
- Sí.
Fue quitándose la ropa muy despacio mientras él terminaba de desabrocharse la camisa y se bajaba los pantalones. Tenía un tórax corpulento, de pectorales peludos y musculosos, con brazos robustos, como sus piernas. Al bajarse el calzoncillo, vio una gran polla, larga y curvada, a modo de plátano, de buen grosor, ya bastante erecta, y unos huevos duros y muy redondos, del tamaño de una pelota de tenis. Estaba bueno a pesar de su mugriento aspecto. Ana se quedó desnuda ante él, tan sólo los tacones impedían su total desnudez. El gitano le miró con atención sus tetas voluminosas y blandas, mordiéndose el labio inferior, hasta que fue bajando su mirada hacia el chocho. Tenía un cuerpazo, estaba como un tren.
- Estás muy buena para ser puta – le dijo rascándose bajo los cojones y pasándose la palma a lo largo de la verga.
Ana necesitaba emociones fuertes, ya no le bastaba con un simple polvo.
- ¿Puedo mear en esa palangana? Luego lo tiro, me da corte hacerlo fuera.
- Puedes mear.
Cogió la palangana de acero inoxidable, se acuclilló frente a él y se la colocó debajo. El gitano la observaba embobado, como si no llegara a creerse que hubiera dado con una prostituta tan cerda, dispuesta a todo. Comenzó a caer un débil chorrito de pis verdoso del chocho. Ella le miraba a los ojos. Llenó dos dedos, después se incorporó.
- ¿Quieres mear tú? – le preguntó ella.
- Sí, quiero mear.
Cogió la palangana con ambas manos y se arrodilló entre sus piernas robustas y peludas, bajando el recipiente hasta sostenerlo bajo sus huevos. Gaspar se agarró la polla y se la bajó apuntando al interior, despidiendo al segundo un fuerte chorro. Ella alternaba la mirada entre su cara y la meada. Poco a poco, la palangana fue llenándose, formando una mezcla amarillenta con espumilla. Al caer, le caían salpicaduras sobre las tetas. Cuando el chorro se convirtió en un goteo, ella apartó el recipiente y lo dejó en el suelo. Le agarró la verga, acercó la boca y le dio dos pasadas con la lengua al capullo, probando las gotas de pis que aún brotaban de la punta, dándole a entender lo que necesitaba. Luego levantó la mirada hacia él, meneándosela despacio, con gotitas brillantes por los pechos.
- Tú mandas – le dijo ella.
- Dijiste que por ese dinero me chuparías hasta el culo – le recordó el gitano.
- Puedo chuparte el culo si te apetece, no me importa. ¿Por qué no te das la vuelta?
- Me gustan las guarras como tú – le dijo fascinado.
Se levantó y se dio la vuelta, curvándose sobre la pared, con la frente apoyada. Bajó la mano derecha para acariciarse la verga. Ana, arrodillada, tenía ante sí un culo abombado de nalgas duras, con una profunda raja cubierta de vello. Los cojones le bailaban entre las piernas.
- Vamos, puta, chúpame el culo…
- Sí, sí, perdona…
Al abrirle la raja con ambas manos, le vino un olor pestilente que le provocó una mueca de asco, pero tragó saliva y acercó la boca, besándole primero el ano velludo con los labios fruncidos, tratando de sorber del orificio. Le oyó jadear y tirarse fuerte. Trató de abrirle más la raja para clavarle la lengua, logrando meterle la punta para saborear su interior. Le dejó la lengua clavada unos cuantos segundos, inmóvil, mientras él se masturbaba. Después comenzó a lamerle el ano pasándosela por encima repetidas veces, sin pausa ni descanso. Apartó la cara, le lanzó un escupitajo y acercó de nuevo la lengua para esparcir la saliva. Comenzaron a resbalar babas hacia los huevos, babas que luego goteaban hacia el suelo. Le lamió bien el culo y después metió la cabeza ladeada entre sus piernas para mordisquearle los huevos con los labios. Los tenía duros y ásperos, como los de Ramiro, muy ricos. Tras dejarle los huevos baboseados, le besó el culo por las nalgas, escupiendo algunos pelillos de la lengua. El gitano se giró hacia ella sacudiéndose la polla. Ana permanecía postrada ante él, sentada sobre los talones.
- Eres una buena lameculos, puta. Me gusta darle por culo a las putas como tú. Ven aquí, jodida guarra.
La agarró bruscamente de los pelos y la forzó a colocarse a cuatro patas. Ana se quejó por el tirón, envolviendo su rostro en un gesto de dolor. Le bajó la cabeza rudamente hacia el interior de la palangana, con la punta de la nariz rozando el caldo amarillento.
- ¿Te gusta, cerda? – le susurró al oído. El pestífero vaho le invadía la nariz -. Contesta, cerda.
- Sí.
Bruscamente, le sumergió la cara en el pis y la mantuvo un par de segundos, hasta que volvió a levantársela. El rostro y el cabello le chorreaba por todas partes y una arcada la obligó a vomitar gruesos salivazos. La soltó, dejándola con la cara metida en la palangana, respirando el olor avinagrado del líquido. Se arrodilló tras ella. Percibió el roce de la polla por su culo hasta que cerró los ojos y apretó los dientes, al clavársela secamente en el ano, de un solo golpe se la hundió hasta los huevos, provocándole un estridente dolor por el ensanchamiento repentino. La sujetó por la cintura fuertemente y se puso a follarla presurosamente, sacándole toda la polla y hundiéndola de golpe.
- ¿Te gusta, cerda? – Le preguntaba azotándole el culo con la mano -. Voy a reventarte el culo, hija de puta -. Volvía a azotarla con severidad, enrojeciéndole la nalga -. Maldita guarra, toma cabrona -. La embestía fuerte y con rabia, atizándole palmadas en la nalga, provocándole agudos gemidos de dolor -. Bebe, cerda -. Ana, con el ceño fruncido y envuelta en gestos de dolor, le miró por encima del hombro -. Que bebas, cerda…
Miró al frente de nuevo, bajó la cabeza, sacó la lengua y comenzó a beber como una perrita mientras le perforaba el ano, impregnando su lengua de aquel vinagre. Procuraba devolver el trago que se metía en la boca y escupir para quitarse el sabor de la lengua. El gitano aceleró asestándole con potencia y jadeando secamente, hasta que frenó de repente, evacuando leche en abundancia dentro de su culo. Ana cerró los ojos al notar cómo le circulaba, sin dejar de escupir sobre la palangana, aún goteándole del pelo y la frente. Aún le tenía la verga encajada en el ano, aunque permanecía inmóvil. El mal olor resultaba tan intenso que terminó por vomitar.
- ¿Te ha gustado, cerda? – le preguntó acariciándole la espalda. Ana asintió dentro de la palangana, sin volver la cabeza, con los cabellos de su flequillo dentro del líquido -. Voy a mearte el culo, cerda, seguro que lo estás deseando.
Ana agitó la cabeza mirándole por encima del hombro, tratando de incorporarse para desencajar la polla, pero el gitano la mantuvo a cuatro patas plantándole las manazas sobre sus hombros, con la verga incrustada en el ano.
- No, por favor, dentro no…
Pero sintió la meada, sintió el chorro muy dentro, sintió el ardor en su interior, una extraña sensación que podía acarrearle serios problemas de infección. Aguantó resoplando, mirándole sumisamente por encima del hombro, inmóvil, notando cómo la llenaba.
- Es lo que querías, ¿no, cerda?
- Sal, por favor.
Le extrajo la polla del ano y retrocedió unos pasos. Al instante, fluyó el pis del ano, como un manantial, mezclado con porciones de semen que resbalaban hacia el chocho y goteaban en el suelo de la furgoneta. Trataba de hacer fuerza para que brotara todo lo posible, consiguió un débil chorro saliendo del culo, como si fuera una pequeña meada. El gitano ya se estaba vistiendo cuando ella se incorporó. Joder, le había meado dentro del culo, tanto desear y jugar con emociones fuertes, que había conseguido algo peligroso. Sacó un paquete de clínex del bolso para secarse el coño y el culo, luego se limpió las tetas y la boca y se vistió a toda prisa.
- ¿Ya te vas, monada?
No le dijo nada, abrió la puerta y salió de la furgoneta a toda prisa, dirigiéndose hacia el coche de Ramiro. Abrió la puerta del copiloto y se montó cerrando la puerta.
- ¿Qué tal te ha ido como prostituta?
- Joder, ese hijo de puta se ha meado dentro mi culo – le dijo metiéndose un chicle en la boca.
- ¡No me jodas! – exclamó fijándose en su cabello húmedo -. ¿Y te ha gustado?
- Voy a coger una infección. Me he pasado tres pueblos, Ramiro. Vámonos, necesito lavarme, joder. Maldita sea… Cómo puedo ser tan guarra – lamentó llevándose las manos a la cabeza.
- Me gusta que seas tan guarra.
- No te burles, por favor. Esto ya es demasiado. Vámonos a casa, anda.
Ramiro la llevó a casa. Las agujas del reloj ya marcaban casi las dos de la mañana cuando llegaron al barrio. Todo estaba muy solitario y en calma. Toño, preocupado por el paradero de su mujer, al quedarse el móvil en casa y tras haberle dejado una escueta nota, permanecía asomado al balcón cuando les vio llegar en el coche. Trató de ocultarse pegándose de espaldas en un lateral del balcón. ¿De dónde diablos venía su mujer con Ramiro a esas altas horas de la madrugada, vestida de aquella manera tan sugerente? ¿Tendrían una aventura? ¿Una aventura con un chico, vecino y muchísimo más joven que ella? Su mundo se derrumbó en segundos y una ola de celos le abrasó el corazón. Continuó vigilando.
Ramiro paró el motor y Ana miró por el parabrisas hacia el balcón para cerciorarse de que su marido no les vigilaba. Luego miró hacia su joven amante.
- No te puedes imaginar lo sucia que me siento.
- Dame el dinero – le exigió su chulo. Ella sacó del bolso los 190 euros recaudados y se los entregó. El chico barajó los billetes y le devolvió veinte euros -. Esto por lo bien que te has portado. Es una pasta. Mañana a la misma hora. Inventa algo para tu marido.
- Ramiro, me arrepiento mucho de todo esto, ¿vale? Se ha terminado.
- Lo harás, puta. O tu marido se enterará de todo.
- Eres un cabrón.
Ana bajó del coche en dirección al portal y Ramiro la siguió agarrándola del brazo, forcejeo que presenciaba Toño desde el balcón.
- ¡Suéltame, Ramiro!
- Ven acá, jodida puta.
- Ramiro, no…
Sin soltarla, presionándole el brazo con fuerza para evitar que escapara, abrió el portal y la empujó dentro. Cerró tras de sí y sin encender la luz la arrastró hacia la pared de mármol. Toño bajaba descalzo y con la luz apagada las escaleras y oía la disputa a susurros, a su mujer resistiéndose. Ramiro la colocó contra la pared, junto a los buzones de correos, con la cabeza ladeada y la mejilla pegada al frío mármol, con su robusto brazo sobre la nuca para inmovilizarla, con las tetas aplastadas y los brazos colgando sobre los costados. Ana había dejado de resistirse ante la furia de su chulo y para evitar que se armara un escándalo a esas horas de la noche. Le levantó rudamente la falda por detrás y le dio unos fuertes tirones a las bragas hasta dejarla con el culo al aire. Percibió el roce de la polla por la entrepierna hasta que le pinchó secamente el chocho, comenzando a follarla severamente con fuertes embestidas que le aplastaban las nalgas. Ana sólo apretaba los dientes resoplando entre ellos y Ramiro la golpeaba emitiendo jadeos ahogados. Toño observaba desde el recodo de la escalera cómo su joven vecino se follaba a su mujer apresuradamente. Veía a Ramiro de espaldas, con los pantalones bajados por las rodillas, contrayendo el culo para follarla. Veía a su mujer contra la pared, oyéndola resoplar, con la cara pegada al mármol.
- Puerca, eres una puta y eres mía. Harás lo que yo te diga…
Aceleró violentamente asestándole muy fuerte hasta que paró, embistiéndola secamente tres veces, inyectándole mucha leche dentro del coño. Ana cerró los ojos al sentir el abundante derramamiento. Fue cuando Toño retrocedió subiendo las escaleras, entró en casa y se tumbó en la cama con la luz apagada, para fingir que no sabía nada, aunque con el alma rota. Al poco rato, Ana entró en casa, todo estaba a oscuras. Fue directa al baño y una vez dentro echó el cerrojillo. Dedicó cinco minutos a mirarse al espejo, acosada por un potente remordimiento. Había llegado demasiado lejos, había destrozado su vida. Se lavó los dientes y se enjuagó la boca, luego se metió en la ducha enjabonándose varias veces. Desenroscó la cebolla de la ducha, quedando sólo el tubo flexible, de donde salía un chorro de agua a presión. Paró el grifo y con mucho dolor, se lo metió en el ano. Después abrió el grifo y se inyectó agua a presión dentro del ano. Se sacó el tubo y meó agua por el orificio. Repitió la operación tres veces para limpiarse bien el interior del ano, llegando incluso a sangrar. Hizo lo mismo con el coño, tratando de borrar todo rastro de semen. Entró en la habitación y encontró a su marido tumbado de costado. Se pegó a él y le dio un beso en la mejilla.
- Lo siento, Toño, me llamaron unas amigas que estaban en Madrid, va a casarse una de ellas, y se me olvidó el móvil.
- No pasa nada, cariño, estoy cansado, mañana debo madrugar.
- Vale. Hasta mañana.
Ana no pudo dormir. La emoción y la ninfomanía se habían transformado en arrepentimiento tras su experiencia como prostituta. Toño tampoco pegó ojo. La quería tanto que no sabía si luchar por ella o darse por vencido. No sabía si iba a merecer la pena.
A la hora acordada por su chulo el sábado a última hora de la tarde, bajo amenaza, Ana se presentó en el pub donde Ramiro la esperaba. Iba vestida de puta, con minifaldas, top y tacones, perfectamente maquillada y perfumada para el trabajo. Le había mentido a su marido diciéndole que iba a una despedida de soltera, que llegaría bastante tarde, Ramiro la había advertido que hasta que al menos consiguiera trescientos euros no regresarían a casa. Su chulo le recomendó que fuera pensando en la forma de dejar a Toño, ahora la necesitaba disponible todas las noches. Ana ya lo había pensado. Cuando terminara el trabajo esa noche, hablaría con él y le pediría el divorcio. Toño no se merecía aquello. Toño se merecía otra mujer que le hiciera feliz. Le había traicionado vilmente convirtiéndose en la guarra de su vecino y era preferible que le dejara antes de que se enterara.
Ramiro la dejó junto a la farola en la avenida de las prostitutas y aparcó el coche doscientos metros más adelante para vigilarla. Le dio órdenes acerca de lo que debía cobrar, 50 euros mínimo y otros 50 si el tipo aceptaba una lluvia dorada o un beso negro, gran experta en semejantes experiencias. Vio acercarse un coche a los cinco minutos de estar allí, era un coche rojo como el suyo. Paró frente a ella y la ventanilla comenzó a bajarse. Era Toño quien iba al volante. Ana se quedó petrificada y unas lágrimas asomaron en sus ojos. La miró a los ojos con profundidad, sin un gesto que alterara su expresión.
- Vámonos a casa, Ana – le dijo.
Ana se montó en el coche y cerró la puerta. Toño, en silencio, arrancó. A los veinte segundos pasaron por delante de Ramiro, que merodeaba por fuera del coche echando un cigarro. Toño continuó al volante mirando al frente y Ana volvió la cabeza hacia su chulo, quien observaba estupefacto la persona que conducía. Unos segundos más tarde, se oyeron unas sirenas de policía. Ana miró hacia atrás. Un coche patrulla se detenía junto al vehículo de Ramiro y dos agentes trataban de detenerlo. Entonces Ana miró a su marido.
- Le robé el móvil, Ana – le dijo sin mirarla -. Le he denunciado por obligarte a prostituirte. También he borrado los videos que tenías en tu teléfono.
- Necesito ayuda, Toño.
- Lo sé y voy a intentar ayudarte.
Toño dejó el trabajo y Ana dejó el taller. Se fueron a vivir a otro sitio, a empezar una vida nueva. Ana acudió a un psicólogo y comenzó a asistir a terapias de grupo, personas adictas al sexo. Comenzó a recuperarse, sólo que su experiencia ninfómana dejó huella. Alguien la dejó preñada, puede que Ramiro, puede que su jefe o puede que algún cliente con los que folló. Abortó. Quería recuperar la felicidad con su marido tras ese paréntesis tan fatal en su vida. Fin. Carmelo Negro.
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