La guarra de su vecino 1
(Esta es la historia de cómo Ana, una mujer casada, se convierte poco a poco en la guarra de su vecino y en la calientapollas de su jefe, una doble vida a espaldas de su marido)
La guarra de su vecino
(Esta es la historia de cómo Ana, una mujer casada, se convierte poco a poco en la guarra de su vecino y en la calientapollas de su jefe, una doble vida a espaldas de su marido)
Ana pasaba demasiado tiempo ante el ordenador y con el tiempo se había vuelto una adicta a las redes sociales, principalmente al Messenger. Chateaba con gente desconocida, gente que agregaba de páginas de contenido adulto. Solía chatear a escondidas, bien cuando su marido no estaba en casa o cuando su jefe estaba ausente en el despacho. Tenía sus contactos favoritos, con muchos de ellos charlaba a diario, a veces horas y horas, revelando intimidades de su matrimonio o dejando al descubierto sus fantasías eróticas. Ya ni siquiera se concentraba en el trabajo. Empleaba un seudónimo para no revelar su identidad, aunque mostraba su imagen en el perfil y a veces había enviado fotos desnudas con el rostro difuminado. Le excitaba mucho hablar de sexo con gente desconocida, conocer a gente con sus mismas obsesiones, revelar secretos del dormitorio. Llevaba un par de años enganchada al Messenger y había logrado sortear las sospechas de su marido. Muchas noches se quedaba adormilado en el sofá y a ella le daban altas horas de la madrugada con el portátil en las piernas. Tampoco había levantado sospechas en su trabajo, entre otras cosas porque su jefe, con 61 años, entendía poco de informática. Pese a esta afición por el sexo virtual, hasta el momento había sido fiel a su marido y en ningún momento se había planteado contactar personalmente con algunos de los amigos de la red. Se divertía, a veces se masturbaba, pero nunca pasaba de ahí. Tenía 35 años y llevaba cuatro casada con Toño. Ya estaban programando tener un hijo pronto y a los dos años ir a buscar el segundo, su marido no paraba de insistir que ya le apetecía, pero ella trataba de convencerle de que aún era pronto, sobre todo porque la llegada de un hijo le crearía unas ataduras que le impedirían recrearse en el ordenador. Toño tenía su misma edad y era un buen hombre, cariñoso y espléndido, de un carácter muy afable. Estuvieron seis años de novios hasta que decidieron casarse. En la cama era bastante insípido, le acomplejaban un poco su pene pequeño y sus problemas de eyaculación precoz, aparte de que llegaba diariamente a casa derrotado. Trabajaba como un cabrón de lunes a sábado como visitador médico, le pagaban miserablemente para las horas que empleaba, a veces corriendo con gastos de su bolsillo para trasladarse de un sitio a otro. Era un conformista, un hombre recatado, sin agallas para imponerse. Ana trabajaba como oficinista en un pequeño taller de coches, cuyo dueño estaba al borde de la jubilación. Ya llevaba diez años trabajando para don Miguel, un amigo de su padre. El negocio cada iba a peor y había tenido que deshacerse de todos los empleados. Ana y Toño vivían en un modesto edificio en una popular barriada de Madrid. Su piso se encontraba en la tercera planta y era pequeñito, setenta y cinco metros cuadrados. Constaba de dos habitaciones, un pequeño salón, cuarto de baño, cocina, despensa y dos estrecho balcones en cada cuarto, pero los ingresos mensuales no daban para más. Apenas salían los fines de semana con el fin de ahorrar y llegar a fin de mes, si acaso algún sábado se permitían el lujo de ir al cine o quedaban con los vecinos para tomar una copa por el barrio. Y de pocas vacaciones disfrutaban en verano, Ana solía coger un par de semanas, pero en épocas de crisis a Toño se las pagaba la empresa y si pillaba una semana podía darse por satisfecho. Ésta era la vida insustancial de este matrimonio de clase media. Ana era una mujer muy guapa. De joven ganó algún concurso de belleza, de ahí que fuera tan coqueta y que alardeara de su figura, que exhibiera su cuerpo en la red a multitud de desconocidos. Era alta y delgada, de finas y largas piernas, con un culo muy cuadrado y abombadito y unos pechos voluminosos, muy caídos, con la base muy redonda y blanda, de aureolas muy claras y minúsculos pezones. Tenía la piel blanca con ojos marrones, un rostro de facciones delicadas, como si fuera una muñeca, y tenía un corte de pelo bob, liso con flequillo largo y asimétrico, con aspecto de cabello desordenado, rubio natural. Parecía sueca por su blancura, altura y delgadez. Sabía que los hombres la miraban y le encantaba ser el centro de atención por su imponente físico. A su jefe mismamente, se le iban los ojos como a un viejo verde cada vez que llevaba un vestido sugerente y muchos jóvenes del barrio le lanzaban piropos cada vez que la veían pasar. Toño ya no se sulfuraba y había aprendido a dominar los celos que le producían aquellas miradas. Tenía una mujer guapa y alardeaba de mujer guapa. Toño había sido muy deportista, pero había tenido que dejarlo por el trabajo y últimamente había descuidado su físico, ya había empezado a echar barriga y a perder el pelo. No le quedaba más remedio que resignarse, lo primero era el trabajo y el sueldo no daba para gimnasios.
Un lunes por la mañana, Ana se encontraba en la oficina del taller mirando su correo ordinario, el verdadero, cuando se dio cuenta de que tenía diversos emails procedentes de su otro correo, del nick que solía utilizar para chatear en las redes sociales. Eran emails tipo spam hacia todos sus contactos, incluido su marido, emails de un alto contenido sexual, con anuncios de páginas de sexo. Se puso bastante nerviosa, su marido y sus amigos estaban recibiendo emails procedentes del correo que ella utilizaba para el Messenger. Era como si se hubieran cruzado. Buscó en internet y descubrió que probablemente el portátil de casa se había infectado con un virus que utilizaba sus cuentas de correos para enviar emails basura. En principio, resultaba difícil que su marido descubriera la verdadera identidad del remitente de esos correos basura, pero seguro que su correo también podría haberse infectado y por los nombres podría atar cabos y averiguar lo que estaba sucediendo. Además, Toño tenía conocimientos en informática y ella no tenía ni idea. Por suerte, libraba por las tardes y por suerte Toño salió temprano tras el almuerzo. Ya a solas en casa, encendió el ordenador y le pasó el escáner del antivirus. Detectó un troyano altamente peligroso que aprovechaba las cuentas de correo para enviar spam. No logró eliminarlo y además el virus le había cambiado la contraseña y le impedía acceder a los correos, correos donde tenía sus fotos almacenadas, fotos en poses eróticas, fotos que podían remitirse a cualquiera de sus contactos. Sus fotos y sus correos privados estaban en manos de un hacker. No sabía qué hacer. Empezó a dudar si llevarlo a la tienda para que se encargaran de limpiarlo. Pero navegando por internet para encontrar una solución, leyó algo sobre el historial de navegación, sobre las cookies y que el Messenger registraba en un directorio las conversaciones en línea de los chats. Se puso a temblar, todas sus conversaciones estaban en el disco duro del ordenador. Su marido podría descubrirlas si le contaba lo del virus y si lo dejaba en la tienda corría el riesgo de que los empleados también lo descubrieran. Estaba muy asustada, su doble vida quedaba expuesta. Se tiró toda la tarde tratando de averiguar cómo solucionar el problema, hasta que llegó su marido y la notó preocupada, pero se excusó con un dolor de cabeza y se fue pronto a la cama, sin ser capaz de dormir en toda la noche. Se encontraba en una situación muy comprometida.
El martes a primera hora, en cuanto Toño se fue a trabajar, telefoneó al taller y le dijo a su jefe que estaba enferma con fiebre y que no podría ir por la oficina. Don Miguel la abroncó severamente, había un montón de facturas acumuladas y había que preparar los impuestos trimestrales, pero debía resolver el problema del virus a toda costa. Era verano y hacía un calor horrible. Llevaba unos leggins blancos con rayas negras verticales, unos leggins elástico que realzaban su ancho trasero, con las curvas de sus nalgas y su cadera, y una camisa vaquera de cuello camisero con escote en V, ajustadita, de un tono azul claro, ensalzando el volumen de sus pechos, con la ranura a la vista. Al calzar unos zuecos con un ligero tacón, contoneaba el trasero con estilo. Merodeando por la casa, se acordó de Ramiro, el hijo de sus vecinos. Estudiaba ingeniería informática en la universidad. Tenía veinte años y quizás podría ayudarla si le contaba parte del problema. Lo pensó despacio antes de dar el paso. Corría el peligro de que el chico descubriera su secreto. Al final se decidió y bajó a la segunda planta. Tocó el timbre y a los pocos segundos la atendió Pili, su vecina y amiga.
- ¡Ana, qué sorpresa! ¿Hoy no trabajas?
- Me debían un día y bueno, me lo he pillado, pero vamos, me he tenido que traer trabajo a casa. Y a eso venía. ¿No está tu hijo Ramiro?
- Sí, creo que ya se ha levantado.
- Tengo un problema en el ordenador, un virus que me ha entrado, y estoy descompuesta de los nervios porque me falla. A ver si hacía el favor de echarle un vistazo, ya sabes que yo de ordenadores soy un cero a la izquierda.
- No te preocupes, querida, en cuanto desayune, le digo que suba.
- Gracias, Pili, mil gracias.
Regresó de nuevo a su piso y trató de calmarse, le abordaba el temor a que el joven Ramiro, un verdadero experto, descubriera su gran secreto, su vida virtual. Sería una vergüenza tremenda y tendría que rebajarse y pedirle que no contara nada. Encendió el portátil y lo colocó en la mesita acristalada del salón, una mesita rectangular ubicada ante el sofá. Al cuarto de hora sonó el timbre. Era él. Ramiro tenía veinte años, quince años menos que ella. Era casi de su misma estatura y con un cuerpo raquítico, de facciones muy afiladas y el cabello cortado al rape, con diversos tatuajes por los brazos. Vestía una camiseta blanca de tirantes y un pantalón negro de chándal. El chico se sorprendió al verla tan guapa, con aquellos leggins tan ajustados, y la examinó de arriba abajo.
- ¡Ramiro! Buenos días -. Se dieron unos besos en las mejillas -. ¿Te ha contado tu madre? No sé qué le pasa, creo que se trata de un conocido troyano del Messenger.
- ¿Usas mucho el Messenger?
- Sí, bueno, bastante, la verdad, me paso horas chateando… Pero, pasa, pasa.
Le condujo por el pasillo marchando ella por delante, contoneando su culo cuadrado para el joven. Sus nalgas vibraban con las zancadas. También sus pechos bajo la camisa llamaron la atención del joven, al no llevar sostén, bailaban bajo la camisa con el más mínimo movimiento. Ramiro se fijaba en cómo movía el culo y en cómo se le movían las tetas bajo la camisa. Daba la impresión de que no llevaba bragas porque no se le notaba ningún relieve. Ana pudo detectar su mirada hacia el escote. Qué buena estaba su vecina, madurita, con aquel culito, con aquel cuerpo espectacular. Cuando llegaron al salón, Ana le señaló el ordenador. Ambos se encontraban de pie junto a la mesita de cristal. Al chico se le iban los ojos hacia la ranura del escote, como si no pudiera evitarlo, como miraba las curvas de sus caderas. Entre los botones podía apreciar parte de la carne blanda de las tetas y los diminutos pezones quedaban señalados en la tela.
- Manda emails basura a todos mis contactos, emails así como pornos, ¿entiendes?
- Es un troyano. ¿Chateas mucho?
- Bueno, sí, estoy enganchada, la verdad.
- ¿Chateas con gente desconocida?
Ana se ruborizó un poco y se le notó su expresión dubitativa.
- Bueno, a veces sí.
- ¿Cuántas cuentas de correo tienes?
- Dos. Bueno – sonrió mirando hacia otro lado, sin saber cómo escapar de aquellas preguntas tan comprometidas -. Una es secreta, bueno, la uso así para chatear con gente que no conozco. Estoy muy enganchada a esto de los chats – sonrió temblorosamente, con las mejillas más sonrojadas -. Parezco una jovencita… Toño no sabe de esa cuenta… - le confesó -. ¿Crees que podrás eliminar el virus? Ni siquiera puedo acceder a mis cuentas de correo. Qué corte, que vas a pensar de mí…
- Tranquila, mujer, no pasa nada. Yo también tengo dos cuentas para según qué cosa. Voy a tratar de eliminar el virus y reactivar las cuentas, trataré de eliminar también los spams. ¿Entras en páginas pornos?
- Bueno, alguna vez.
- Lo digo por lo del contenido porno de los emails. Te habrás infectado en alguna.
- Ya, claro.
- Anótame las cuentas y las contraseñas.
- Sí, sí, ahora mismo -. Se acercó al mueble y se lo anotó en una hojita -. ¿Quieres un café?
- Sí, gracias.
Mientras ella se dirigía hacia la cocina, Ramiro se sentó frente al ordenador. Se sentía muy intranquila por tener que revelarle a su vecino su gran secreto. Le temblaban las manos. Quizás no había hecho lo correcto, quizás debería de haberlo llevado a una tienda y haberlo formateado directamente. Qué bochorno tan grande, qué situación tan embarazosa. Trató de serenarse, Ramiro no era mal chico y seguro que sabría guardarle el secreto. Sirvió el café en dos tacitas azules con sus correspondientes platos del mismo color y las puso en una bandeja. Suspiró respirando profundamente en busca de una pizca de serenidad. Después se dirigió hacia el salón. Ramiro tecleaba afanosamente en el ordenador. Ana depositó la bandeja en la mesita de cristal y cogió su tacita probando un sorbo.
- ¿Cómo vas?
- Bueno, ya he podido acceder a tus cuentas y creo haber eliminado el virus. Ha sido fácil. Te ha infectado alguna de estas páginas pornos que visitas habitualmente – le dijo señalándole una amplia lista, cogiendo su taza de café.
- Qué vergüenza, Ramiro – exclamó ruborizada.
- Tranquila, mujer, no pasa nada. ¿Te gusta el porno? – le preguntó levantándose, con la tacita en la mano.
Ana, sofocada e inquieta, se sentó frente al portátil para ocultar su visible nerviosismo y dejó la taza y el platito en la bandeja. Se puso unas gafas de cristales redondos y montura blanca. Ramiro se hallaba de pie a su lado.
- Es por curiosidad, en líneas generales, el porno es un poco aburrido. ¿A ti te gusta? Bueno, qué pregunta más tonta, a los tíos, y a la gente joven como tú, os encanta, ¿no?
- Tienes un directorio con las conversaciones grabadas. Tienes el disco duro saturado -. Soltó su taza en la bandeja -. Deberías borrarlas o tu marido puede descubrirlas.
- Sí, sí, ya lo sé, es que no sabía que las conversaciones quedaban registradas.
- He leído algunas, he abierto los archivos para ver qué eran, espero que no te importe.
- No, por favor – sonrió tontamente -. Ya sabes mi secreto, sólo me queda darte las gracias y pedirte, bueno, que no le cuentes nada a nadie.
- Por eso puedes estar tranquila, no estás haciendo nada malo, sólo te diviertes y me parece perfecto.
- Sí, la verdad, es que me entretengo mucho, estoy enganchada, aunque de alguna manera -, volvió a sonreír -, engaño a mi marido, aunque sea virtualmente.
- Hay conversaciones muy subidas de tono, sobre todo con una tal Paula y un tipo colombiano – la incitó el joven, con la cintura frente a su rostro.
- Sí, bueno, son fantasías, ¿eh? Fantasías eróticas, nada más, nos contamos cosas, en fin, ni siquiera les conozco. No he llevado a cabo ninguna de esas fantasías.
- ¿Te pones cachonda?
- Bueno, a veces sí, la verdad es que son conversaciones calientes.
Ramiro la acarició suavemente bajo la barbilla con la palma de la mano, como si fuera una niña buena. Ella se mantuvo erguida, nerviosa, con una inquieta sonrisa en los labios.
- Eres una mujer muy guapa, Ana. Sorprende que una mujer tan guapa hable de esas cosas con desconocidos.
- Sí, qué corte, menos mal que has podido resolverlo.
- ¿Cuántos años tienes, Ana?
- Treinta y cinco.
- ¿Y tu marido es tan soso en la cama como le cuentas a tus amigos del Messenger?
- Sí, eso es verdad, Toño es muy tradicional.
- Es malo en la cama, ¿no? – insistió Ramiro.
- Bueno, me gustaría que fuera más vivo, no sé – reconoció ella abochornada, rehuyendo de su mirada -. Como más divertido.
- A lo mejor es un poco maricón.
- Ja ja, no creo, vamos, no lo sé, pero no creo. Sólo que está muy agobiado y le dan vergüenza muchas cosas, imagino.
- Y te aburres con él – continuó Ramiro.
- Sí, la mayoría de las veces sí.
- ¿Le has puesto los cuernos?
- Sólo virtualmente, ¿eh? – sonrió, aún algo incómoda al verse forzada a compartir aquellas intimidades con su joven vecino.
- ¿Le pondrías los cuernos?
- No sé, Ramiro, me tienes acorralada, ¿eh? Una entrevista caliente, ¿verdad? No sé qué contestarte, las cosas surgen, pero vamos, no me gustaría ponerle los cuernos ni que él me los pusiera a mí, esto del Messenger es un juego, ¿entiendes?
- ¿Crees que él te pone los cuernos?
- No, no lo creo.
- Porque es maricón.
- Cómo eres – sonrió, ya exhibiendo una sonrisa tonta -. Toño lo que pasa que es muy callado, muy tímido, nada más. Me quiere.
- ¿Te gustaría hacer alguna de esas fantasías eróticas? – acentuó Ramiro, cuyos ojos ya expresaban su extrema excitación.
- No todas, ¿eh? Reconozco que algunas son, no sé, ¿muy guarras? Otras sí, bueno, son morbosas.
- ¿Por qué no se lo pides a tu marido?
- Toño no es de ésos. Si le pidiese algo así, guarro, me mandaría a la mierda. Prefiero que siga siendo un secreto.
- Le cuentas a tu amiga que nunca has probado el semen.
- Y es verdad, nunca lo he probado. Toño y yo hacemos el amor, nada más. Te estoy confesando todas mis intimidades, ¿eh? Como agradecimiento, por lo del virus.
- ¿Te gustaría probar el semen? -. Ana levantó la mirada hacia él y le sonrió, ruborizada ante la pregunta comprometida. Ramiro volvió a acariciarla bajo la barbilla -. Puedo hacerme una paja y así lo pruebas. Comparto tu secreto, ¿no? Nadie se va a enterar y así llevas a cabo una de tus fantasías. Tienes conmigo una buena oportunidad. Es un juego, ¿no?
- Ay, Ramiro, no seas malo, no me perviertas más de lo que estoy.
Ramiro se curvó y cogió uno de los platitos azules de las tazas de café. Se lo entregó y ella lo sostuvo con ambas manos a la altura de sus pechos.
- Quiero que lo pruebes. Estoy bastante caliente. ¿Puedo? – preguntó metiéndose el pulgar por detrás de la tira superior del chándal, con la intención de bajárselo -. Venga, tienes una oportunidad.
- Me vas a pervertir, Ramiro.
- ¿Puedo? – insistió.
- Como tú quieras.
Ramiro se bajó de golpe la delantera del chándal y del slip blanco que llevaba. Apareció una polla fina y muy larga, ya bastante tiesa, con un tronco rosáceo de piel lisa, con un capullo afilado y morado, con unos huevos duros muy redondos y arrugados de un tono rojizo, sin apenas vello, sólo con unos pelillos blancos y largos. Ana la tenía muy cerca de su rostro y la miró con excitación. Sostenía el platito entre las manos. Ramiro la empuñó sacudiéndosela despacio.
- Me la has puesto dura con la conversación.
- No me extraña – sonrió ella -. Ha sido una conversación subida de tono.
Ana alternaba la mirada entre los ojos de su vecino y la lenta masturbación. Le estaba poniendo la vagina caliente y húmeda al ver cómo se la meneaba. Ramiro la miraba a los ojos, frotándosela fuerte, encañonándola, con la punta a escasos centímetros de su cara.
- ¿Quieres darme un beso en los huevos? – le pidió él.
- Claro.
Ramiro se levantó la verga pegándosela al vientre y ella ladeó la cabeza para estamparle un besito en los huevos. Los tenía muy duros y probó su rugosidad. Los pelillos largos le cosquillearon los orificios de la nariz. Apartó la cabeza y levantó la mirada hacia él.
- ¿Le besas los huevos a tu marido?
- No.
- ¿Me das otro beso?
- Sí.
Con el platito en la mano, Ana apoyó los codos en las rodillas y acercó los labios a sus huevos, estampándole pequeños besitos mientras él, manteniendo la verga empinada, se la acariciaba. Sentía sus bolas al hundir los labios, probaba su piel estriada con sabor áspero. Se la estaba machacando y ella continuaba besuqueándole los cojones mediante suaves besitos. El tronco de la polla le rozaba la nariz. Trataba de besárselos por todas partes, suavemente, marcándolos con minúsculas porciones de saliva, aspirando profundamente para olerlos, percibiendo cómo mojaba el coño. El cabrón resultaba morboso y la volvía loca. Él se la agitaba sosegadamente, concentrado en los besitos que recibían sus cojones. Apartó un poco la cara y sacó la lengua, arañándolos tímidamente con la punta, moviéndola de lado a lado por las estrías, impregnándolos de un fino rastro de saliva, humedeciéndole alguno de los pelillos blancos.
- Ohhh, qué bien…
Ramiro comenzó a darse más fuerte y en ese momento Ana se irguió apartando la cabeza y elevando un poco el plato, escupiendo algún pelillo de los cojones. Se miraban y se sonreían. Ramiro fruncía el entrecejo y lo desfruncía, acelerando cada vez más. Ella colocó el platito bajo el capullo. Tras una serie de fuertes tirones, inesperadamente la verga despidió un salpicón que le alcanzó el cristal izquierdo de las gafas, con dos pequeñas motas cayéndole sobre el pómulo. Ana agitó la cara como para eludirlo.
- Perdona…
Se apretó el capullo y derramó gruesas y viscosas porciones en el platito, un semen muy blanquinoso que fue llenando el platito casi hasta rebosar. Ana, con las gafas salpicadas y las motas en el pómulo, mantuvo el plato bajo la verga. Cuando vio que ya no brotaba, bajó el plato con una mano y se quitó las gafas.
- Joder, ha salido disparado – dijo él -. Lo siento – se disculpó soltándose la verga, pero dejándola por fuera del chándal.
- No pasa nada, Ramiro – Dejó las gafas salpicadas encima de la mesa y se pasó el dorso de la mano por el pómulo, limpiándose las dos motas. Después sostuvo el plato con las dos manos -. ¿Ahora me lo tengo que beber?
- Me hecho esta paja para que lo pruebes, ¿no? Si no te apetece, no hace falta que lo hagas.
- Sí, por qué no, tengo curiosidad -. Acercó la boca con los labios fruncidos y sorbió un poco, degustándolo y tragándoselo -. Rico no está, es más la situación -. Apoyó el plato en el labio inferior y lo inclinó ligeramente para que se le vertiera dentro de la boca. Se lo tragó todo, chasqueando la lengua, y después lamió el plato con dos pasadas, dejándolo limpio -. Una nueva experiencia, gracias a mi vecino -. Sonrió soltando el plato, aún paladeando para tragarse los últimos restos.
Ramiro se sentó a su lado con la verga por fuera, algo más flácida. Ana se la miró.
- ¿Quieres un clínex?
- Haz el favor.
Fue hacia el mueble bar exhibiendo su culo realzado por los leggins. Sacó un clínex del paquete y regresó al sofá, volviéndose a sentar a su izquierda, erguida y ligeramente ladeada hacia él.
- ¿Quieres limpiarme tú? Seguro que nunca le has limpiado la polla a un tío después de hacerse una paja.
- A este paso voy a hacer muchas cosas que nunca antes había hecho. Anda, deja que te limpie.
Le levantó la polla con las yemas de la manita izquierda, una manita con las uñas pintadas de rojo, y le pasó el clínex con la derecha por encima del capullo, secándole el glande. Por la dureza, parecía goma dura, como la porra de un policía. La depositó de nuevo sobre el vientre y le subió la delantera del chándal para taparle. Luego utilizó el clínex para limpiar de esperma el cristal de las gafas.
- ¿Qué más fantasías quieres hacer realidad? Estoy aquí para hacerte cualquier favor.
- Jajajaja, ahora te vas a convertir en mi muñeco sexual, ¿no?
- Mucho más real, ¿no? – le dijo pasándole suavemente la mano por el cabello -. ¿No te has puesto cachonda bebiéndote mi semen?
- Sí, claro que me he puesto.
- ¿No te gustaría que lo probara tu marido? ¿Cómo si fuera un maricón?
- ¿Mi marido? – se sorprendió arqueando las cejas -. ¿Y cómo quieres que lo pruebe? ¿Se lo sirvo en un platito y le digo que es tu semen, que lo pruebe, que está muy rico?
- Podemos prepararle una ensalada muy especial. Será morboso ver cómo se lo traga. ¿Te atreves?
- Ay, Ramiro, es morboso, pero no sé, me da cosa…
- Venga, vamos, anímate, será divertido. Ven.
Se levantaron a la vez y se dirigieron hacia la cocina. Ramiro sacó del frigorífico una lechuga y se puso a cortarla en pequeños pedacitos sobre una base de madera. Mientras tanto, Ana, enardecida por el morbo del joven, prestándose a su juvenil perversión, sacó una vasija de cristal ovalada. Ramiro vertió los trozos de lechuga formando dos montones y ante la sorpresa de Ana, depositó la vasija en el suelo.
- Mea un poco, para que parezca aceitosa.
- ¿En serio? ¿estás loco?
- Sí, adelante.
Ruborizada, se bajó la parte de atrás del leggins, mostrando su precioso culo blanco de nalgas tersas y abombaditas, con una raja profunda y oscura y con los pelos del chocho adornado la entrepierna. No llevaba bragas. Ramiro la veía de perfil, veía la silueta de aquel precioso culo. Se acuclilló con la vasija debajo del culo y frunció el ceño al hacer fuerza.
- No tengo muchas ganas.
Chorreó pis del chocho en la vasija mediante goteos intermitentes que salpicaron de gotas amarillentas los trozos de lechuga. No cayó mucha cantidad, lo suficiente para rociar la ensalada. Se puso de pie con la parte de atrás del leggins bajada, exhibiendo su culo fresco.
- Qué malos somos, Ramiro, el pobre Toño.
Ramiro la agarró de la mano acercándola hacia él y se bajó de nuevo la parte delantera del chándal para descubrir su polla erecta y sus huevos.
- Ven, bonita, le vamos a preparar a tu marido una ensalada riquísima. Agáchate y bésame los huevos mientras me la machaco, ¿vale?
- Vale.
Obedientemente, Ana, con el culo a la vista, se acuclilló ante él. Ramiro se la comenzó a machacar manteniéndosela empinada. Ella acercó la boca y le hundió los labios en los huevos duros, besándolos profundamente. Después empezó a estamparle besitos pequeños, uno tras otro, por todas las bolas, sin parar, con los labios fruncidos, mientras el tallo le rozaba la nariz y la frente. Procuraba mirarle sumisamente mientras le besaba los cojones. Ramiro le acariciaba el cabello rubio con la mano izquierda, agitándose la verga presurosamente. Tenía la vagina encendida y muy mojada. Se metió ambas manos por la delantera del leggins para acariciarse el chocho con suaves manoseos mientras continuaba dándole besitos a los cojones, a la vez que él se la meneaba. Ramiro observaba cómo se masturbaba con las dos manos, cómo le besaba los huevos con la cara ladeada y cómo desbordaba placer por sus ojos. Aquella vecina madurita y rica a sus pies, como una puta, dispuesta a todo. Comenzó a mordisquearle los huevos con los labios, tirando de ellos, y después le pasó la lengua, mojándoselos, lamiéndolos con la punta.
- Puedes besar a tu marido también, ¿eh? Será morboso después de haberle chupado los cojones a otro.
- Es verdad – sonrió ella apartando la cabeza.
- Saca la lengua un poquito -. Ana obedeció y le pasó el capullo por encima en varias pasadas, después continuó sacudiéndosela, con ella acuclillada, acariciándose el chocho con las manos dentro del leggins -. Así, que tengas sabor a polla. Ohhh… Ohhh… ¿Quieres darme tú? Me voy a correr ya mismo.
- Como quieras.
Se sacó las manos de la prenda y se puso de pie colocándose a su derecha, ligeramente inclinada hacia su cintura. Con la mano izquierda le cogió la polla dura, encargándose de meneársela con diligencia, y con la derecha sostuvo la vasija con la ensalada. Mientras le masturbaba, Ramiro le acariciaba el culo con toda la palma. Soltó unos gemidos secos. Colocó la verga en horizontal sin dejar de tirarle y elevó la vasija colocándola bajo el capullo. Le pellizcó una nalga cuando la polla comenzó a regar la ensalada de gotitas de leche, salpicones muy dispersos que se mezclaron con las gotas de pis. Ana se la escurrió apretándole el glande, dejando caer los últimos restos de semen, después dejó la vasija encima de la mesa y le soltó la verga, encargándose de subirle el chándal y de taparse el culo con los leggins.
- Ufff, Ramiro, ya te contaré. Ahora tenías que irte, a veces Toño llega antes de la cuenta.
- Sí, sí, no te preocupes. Oye, y gracias por la pajita que me has hecho.
- Gracias a ti, por lo del virus, jajaja.
- Bésale, ¿vale?
- Sí, lo haré, nos vemos.
Le acompañó hasta la puerta y el joven vecino la besó en las mejillas antes de salir. Cuando Ana cerró la puerta, apoyó la espalda en la pared con los ojos cerrados, emitiendo un suspiro profundo. Qué pasada, qué morbo tan grande, pero qué riesgo estaba corriendo al jugar con su vecino de abajo, el hijo de su amiga, quince años menor que ella, en su propia casa. Seguro que ya pensaba que era una puta impresionante, una guarra de las peores, dispuesta a prestarse a cualquier marranada. Se miró y se vio los leggins manchados en la entrepierna, frutó del derramamiento de flujos vaginales. Qué caliente la había puesto el muy cabrón. Tenía el sabor de los huevos metido en la lengua, así como el sabor del semen. Recogió la bandeja con las tazas de café y en la cocina alineó la ensalada echándole mucha sal y un poco de agua, revolviéndola con dos cucharas para tratar de esparcir las porciones de semen. Iba a cometer una locura, pero una locura muy morbosa. Toño no se merecía que le hiciera aquello, pero le excitaba cumplir los deseos de su joven vecino. Cuando llegó su marido al poco rato, lo primero que hizo fue besarle en la boca de manera apasionada, transmitirle el sabor de los huevos de su joven vecino, el sabor del semen y de la polla sobre la lengua, y para colmo, sin que él se percatara, grabó el beso pasional con el móvil. También le grabó mientras se comía la ensalada rociada de semen y de pis, sin hacer ningún comentario al respecto. Ella también la probó y la degustó, incluso se corrió en las bragas al hacerlo, sintió placer en vez de asco. Toño le contó sus clásicos problemas laborales y ella, por si acaso se enteraba, le confesó que el hijo de la vecina había estado en casa con Pili arreglándole el portátil porque el sistema operativo no arrancaba, pero que lo había solucionado. Luego Toño se tumbó un rato en el sofá mientras ella quitaba la mesa y antes de las cinco se marchó al trabajo bajo la promesa de que regresaría temprano. A Ana le daba un poco de pánico continuar con los jueguecitos y temió que Ramiro fuera a su casa esa tarde, así es que se vistió y salió de casa. Se pasó a visitar a su madre y estuvo de compras por varias tiendas. Necesitaba serenarse y rehuir un rato de la tensión sexual. Recibió una llamada en el móvil de parte de su marido para decirle que ya estaba en casa. Eran las siete en punto, demasiado temprano, menos mal que no se había arriesgado a un nuevo encuentro con su joven cómplice. Sin embargo, al salir de la boca de metro, ya en su barrio, se encontró con él. Salía del estanco encendiéndose un pitillo. Llevaba la misma ropa, con los brazos marcados por los tatuajes. Ana llevaba unos pantalones vaqueros y la misma camisa tejana que llevaba por la mañana. Se sonrojó cuando la saludó con dos besos en las mejillas.
- ¿Cómo estás, guapetona? ¿Has llevado a cabo nuestro plan?
- Sí, hasta te lo he grabado con el móvil, para que veas que soy obediente.
Iban paseando lentamente, uno junto al otro, saludando a gente, acercándose al edificio donde residían.
- ¿Cuándo me lo vas a enseñar? ¿Estarás por la mañana?
- Mañana trabajo. Por la tarde, no sé, quizás. Es que me da un poco de miedo, Ramiro, imagina que nos pillan…
- Sí, sí, sí, bueno, tú me avisas. Yo me paso y si puedes, bien, voy con lo de la excusa del ordenador, por si hubiera alguien en tu casa.
- Vale, pues quedamos en eso.
A medida que se iban acercando al edificio, Ana vio a su marido asomado en el balcón. Mierda, qué mala pata, menos mal que le había dicho que había estado en casa con su madre. Le saludó con la mano cuando entraban en el portal. Ramiro pulsó la llamada del ascensor. Se miraron a los ojos mientras esperaban.
- ¿No te pone cachonda que te vea conmigo? – le susurró Ramiro -. Que tenga celos de mí.
Ana se mordió el labio, como para contener la nueva oleada de placer.
- Sí me pone.
- Quiero correrme en tu boca y que luego le beses.
- Ramiro, es peligroso, me está esperando.
- Estábamos hablando del problema del ordenador, no sospechará nada -. Se abrieron las puertas del ascensor e irrumpieron dentro -. Me gusta que le beses después de beberte mi leche.
Las puertas se cerraron y cuando empezó a subir, Ana pulsó el botón de parada y bloqueo.
- Venga, Ramiro, date prisa, y no me manches, ¿vale?. Estamos locos, de verdad…
Se acuclilló ante él echando la cabeza hacia atrás para mirarle sumisamente. Ramiro se bajó de golpe la delantera del chándal y empuñó su polla sacudiéndosela velozmente. Con la punta le rozaba los labios y la nariz. Ella aguardaba con la boca abierta y la lengua un poco por fuera, con su mirada servil dirigida hacia él. Los huevos duros se le movían al tirarse tan fuerte. A veces cerraba la boca para tragar saliva, pero volvía a abrirla, a esperas de la eyaculación. Ramiro se la meneaba nerviosamente, como si quisiera correrse en seguida. Ana ladeó la cabeza y le estampó dos besazos en los huevos, pero de nuevo echó la cabeza hacia atrás con la boca abierta y la lengua sobre el labio inferior. Ramiro soltó un bufido, apoyó el capullo en la lengua y dejó de meneársela. Comenzó a brotar leche espesa sobre la lengua, leche que resbalaba hacia las muelas inferiores y hacia la garganta. Derramó una buena cantidad. Al retirarle la polla, notó el semen muy gelatinoso y hasta masticó alguna porción antes de tragarse todo. Ramiro se guardó la polla y ella se irguió limpiándose la boca con el dorso de la mano, pulsando el botón para que el ascensor reanudara la subida. Se despidieron con dos besos en las mejillas y el chico se bajó en su planta. Cuando salió del ascensor, su marido la esperaba en el recibidor.
- ¿Cuánto has tardado?
- Es que Ramiro dice que sería bueno actualizar no sé qué. Qué bien que hayas venido tan pronto. Podíamos ir a tomar una caña.
Y le besó en la boca, metiéndole la lengua, transfiriéndole restos de semen de la polla de Ramiro.
El miércoles por la mañana fue a trabajar con la mente noqueada. Sus fantasías y el morbo se propagaban por sus entrañas y le impedían concentrarse. Se había pasado de la raya al compartir con su joven vecino fantasías tan íntimas, traicionando con ello a su marido, poniéndole los cuernos, por mucho que tratara de convencerse de que sólo se trataba de un juego morboso. Por un lado se sentía culpable y sucia, pero por otro percibía una excitación eléctrica. Puso en orden el montón de papeleo que le tenía preparado su jefe mientras él se ocupaba de poner a punto algunos trabajos atrasados. Los clientes solían ser muy exigentes. Pero se abstraía recordando cada detalle de las escenas vividas con Ramiro y el trabajo se le iba acumulando. Miró por las cristaleras que daban al taller y vio a su jefe al otro lado, acuclillado para cambiar una rueda. Usaba una camiseta blanca manchada de grasa y llevaba los pantalones caídos y parte de la raja del culo le sobresalía por encima del pantalón. Se quedó embelesada. Su jefe tenía sesenta y un años y era un hombre robusto, grueso, muy velludo, barrigón, poseía una panza picuda y dura, con la cabeza muy redonda y el cabello rizado y un bigote muy curvado a lo camionero. Resultaba asqueroso para una mujer tan guapa como ella, pero le ponía la situación. Podía ver la parte alta de sus nalgas, salpicadas de vello, así como la rabadilla, con pelillos procedentes del interior de la raja. Sudaba como un cerdo, unas finas hileras de sudor procedentes de la espalda le caían sobre el culo. Era un culo gordo. Excitada, se bajó la bragueta del pantalón vaquero y metió la mano por el lateral de las bragas acariciándose el coño, masturbándose con el culo de su jefe. No había nadie en el taller y le tenía de frente, acuclillado, de espaldas, con la raja del culo sobresaliéndole del pantalón. Con lo baboso que era, si supiera que ella estaba masturbándose bajo la mesa. Al correrse en la mano, la retiró subiéndose la bragueta y se lamió los dedos, aún embelesada con la raja del culo de su jefe. Entendió que Ramiro la estaba pervirtiendo en exceso, que la estaba convirtiendo en una guarra, que le había inducido unos impulsos que resultaban indomables, como besar a su marido tras besarle los huevos o tragarse su leche, o permitir que se comiera la ensalada tras mear sobre ella y hacerle una paja a su vecino para eyacular sobre la lechuga. Y ya, para colmo, desbordada, masturbándose con el culo de su jefe, un tipo que casi le doblaba la edad, un tipo físicamente asqueroso. Trató de poner en orden algunas facturas y apartar de su cabeza los sucios pensamientos. Telefonearon al jefe y fue a llevarle el inalámbrico. Estaba desarmando un motor y permanecía inclinado. Ella se detuvo tras él, mirándole la raja peluda del culo que le sobresalía del pantalón.
- Don Miguel, le llaman por teléfono, tenga.
- Gracias, y espabila, hay mucho jaleo en la puta oficina.
- Sí.
Un rato más tarde le vio ir hacia el lavabo, un pequeño retrete todo impregnado de grasa, donde don Miguel solía cambiarse a diario. No había nadie en el taller. Salió de la oficina y simuló que iba en su busca, deteniéndose detrás de una pila de neumáticos. Se asomó y le vio casi de perfil, frente a la taza, meando. Pudo ver el arco de orín cayendo dentro. Aguardó entre la pila de neumáticos hasta que le vio salir y reunirse con unos clientes que llegaban en ese momento. Luego irrumpió en el baño. Ella nunca entraba allí, prefería ir a la cafetería de enfrente, estaba mucho más limpia. Olía a macho, sólo su atmósfera ya la ponía cachonda. Vio el borde de la taza salpicado de pis y después vio su ropa colgada en la percha. Había unos calzoncillos blancos. Los descolgó y los olió pegándoselos a la nariz, olió profundamente los calzoncillos de un viejo de más de sesenta años. Se reconoció a sí misma que estaba enferma y desquiciada, que su adicción al Messenger y sus conversaciones calientes había sido capaz de dominarlas, pero los juegos reales y morbosos de su joven vecino resultaban implacables y la arrastraban a una perversión excesivamente poderosa. Volvió a la oficina y se esmeró en sacar el papeleo adelante, se esmeró en apartar esos malos pensamientos de su cabeza. Se aproximaba la hora del cierre. Ana estaba apagando el ordenador y recogiendo diversa documentación. Vio pasar de nuevo a su jefe hacia el lavabo, seguramente para cambiarse. Se levantó deprisa, se colgó el bolso y salió al taller escondiéndose entre los coches hasta que pudo ocultarse entre las pilas de neumáticos. Se había quitado la camisa y se estaba bajando los pantalones. No llevaba calzoncillo. Le vio de espaldas, desnudo. Parecía un oso. Tenía una espalda ancha y corpulenta muy peluda y un culo bien gordo, con nalgas abultadas cubiertas de un denso vello, con una raja profunda igualmente inundada de pelos y pudo ver sus huevos entre sus robustas piernas, unos huevos gordos y flácidos. Al colocarse de perfil para descolgar la ropa, vio la curvatura de su barriga, igual de peluda por todos lados, sus blandengues pectorales y su polla, una pequeña salchicha muy gruesa, del tamaño de un dedo pulgar, como un pequeño rabo gordo. Era mayor, pero era un buen macho con aquel aspecto peludo. Descolgó los calzoncillos y se curvó para ponérselos. El culo se le abrió, mostrando la densidad del vello, que ocultaba incluso el orificio anal, con los cojones apretujados entre las piernas. A Ana se le calentó la vagina. Aguardó hasta que se colocó los pantalones y los zapatos, luego salió de su escondite, cuando él salía abrochándose la camisa de cuadros.
- Hasta mañana, don Miguel.
- Y espabila, nada de fiebres ni hostias.
- Sí, sí, ya estoy bien.
Y se giró dirigiéndose hacia la puerta, ofreciéndole el contoneo de su culo, seguramente calentándole la polla que ella acababa de verle.
Fue hasta casa paseando a pesar del calor de aquel mediodía, pensando en lo que estaba haciendo, en los sentimientos que la convertían en una auténtica guarra. Era como una enfermedad que la abrasaba, de ser una adicta al sexo virtual había pasado a ser una adicta al sexo real. Quizás fuese una buena idea pedir ayuda a un especialista, antes de que arruinara su vida. Eran las tres menos cuarto cuando llegó a su barrio. Su marido ya estaba en casa porque vio su coche aparcado en la acera de enfrente. Al irrumpir en el hall, en ese momento se abrían las puertas del ascensor y aparecía el joven Ramiro, ataviado con una camiseta heavy y un pantalón negro de lino.
- Hola, monada, ¿te subo?
- Hola, Ramiro – le dio dos besos en las mejillas y pasó dentro. Las puertas se cerraron y el ascensor inició la subida -. ¿Qué tal? Hoy no me hagas tragarme lo que tú sabes – le sonrió.
- ¿Estás sola esta tarde? Para que me enseñes eso.
- Sí, creo que sí, tú prueba.
Ramiro pulsó el botón de parada.
- He pensado en algo morboso para este mediodía, para cuando estés con tu marido.
- ¿No nos estamos pasando, Ramiro? Pobre Toño, me da cosa tratarle así.
- Quiero correrme en tus bragas y que comas con él con mi semen en tus bragas.
- Ramiro.
- Ábrete un poco el pantalón, vamos, date prisa, antes de que venga alguien.
- Me estás volviendo loca, de verdad.
Se quitó el botón, se bajó la bragueta y se abrió el pantalón hacia los lados mostrando la delantera de unas bragas marrones de satén, sin transparencias. Ramiro se bajó la delantera del pantalón, desenfundando su verga erecta y sus huevos duros. Dio un paso hacia ella y se la empezó a sacudir velozmente, con la punta rozando las bragas. Se miraban a los ojos mientras él se masturbaba y se vertían los alientos lujuriosamente, como con ganas de morrearse.
- ¿Me das un beso en los huevos?
- Sí.
Se arrodilló ante él y ladeó la cabeza para besarle los huevos, primero con pequeños besitos y luego rozando los labios por ello, sintiendo el cosquilleo de los pelillos largos y la rugosidad de las estrías. Le miraba sumisamente mientras se los besaba. Ramiro se la machacaba nerviosamente por encima de sus ojos. Ella le besaba con más fuerza, hasta que empezó a mordisquearlos con los labios, a tirar de su piel rugosa. Cuando le oyó soltar bufidos, Ana se incorporó.
- Ábrete las bragas, ufff, que me corro.
Se abrió las bragas. Ramiro colocó el capullo encima de la tira superior y dejó de sacudírsela. Al instante, comenzó a escupir semen en el chocho, nata viscosa que fue adhiriéndose a la mancha triangular de vello. Tras escurrírsela, dio un paso atrás y se tapó con el pantalón. Ana se colocó las bragas, se subió la cremallera y se abotonó el pantalón.
- Tengo delito, Ramiro, no sé lo que parezco.
- A tu amiguita del Messenger leí como le decías que te gustaría sentirte como una puta. ¿Por qué esta tarde no me recibes así, como si fueras una putita?
- Ramiro, no seas malo.
- Anda, vístete de putita, vístete para mí, ¿ok?
- Ya veré, ya veré, anda, dale que suba.
Se despidieron con otros dos besos en las mejillas. Mientras abría la puerta de su piso, sentía el coño pegajoso y las bragas manchadas. Encontró a su marido en la cocina ultimando la mesa. Le besó en la boca tras haber besado los huevos de su joven amante y se sentaron a comer, hablando cada uno de sus respectivos trabajos, Toño con sus habituales penurias laborales y su cansina desgana para todo. Luego vio que mientras comía el postre, se entretenía con los deportes de las noticias. Bajó la mano derecha de la mesa y se corrió la cremallera. Se metió la mano por el lateral de las bragas y se acarició su chocho embadurnado de leche, esparciendo el semen por todos lados, machándose bien la vulva, metiéndose un dedito y masturbándose bajo la mesa, en presencia del bobo de su marido. Cuando elevó la mano, la tenía manchada de semen y se chupó los dedos sin que él se diera cuenta. Más tarde, mientras Toño dormía un rato la siesta, Ana se dio una ducha. Salió con el albornoz puesto y el pelo remojado, peinado hacia atrás, y se puso a ver la tele hasta que su marido se marchó. Aún no eran las cinco. Se metió en su cuarto y se atavió con un picardías cortito de color blanco, de gasa, con la base de volantes, un regalo de bodas que sólo se puso aquella noche, de finos tirantes, escote en U y totalmente transparente, donde se apreciaba el volumen de sus tetas blandas, con sus aureolas y pequeños pezones, y la sombra del chocho, ya que no se puso bragas. Para acentuar la sensualidad, se calzó con los tacones blancos de la boda y se engominó su cabello rubio, dejándolo con efecto mojado y brillante. Al mirarse al espejo, se vio como una auténtica puta barata. Se había vestido así por exigencias de su joven vecino, que la estaba transformando en una cerda.
A las cinco y diez sonó el timbre. Tenía previsto telefonear a su marido en torno a las seis para asegurarse de su hora de llegada. Primero se aseguró por la mirilla de que era él y luego le abrió la puerta, recibiéndole con el picardías transparente, sin bragas, algo ruborizada. Ramiro pasó dentro y ella encerró enseguida la puerta.
- Qué buena estás, pareces una puta de verdad.
- Es que a este paso voy a parecer una puta de verdad. Vamos al salón -. Marchó delante, ofreciéndole las transparencias traseras del camisón -. Me da vergüenza, ¿eh? Yo así y tú, joder, pareces mi chulo.
- ¿No quieres que sea tu chulo?
- Qué morbo, mi vecino y mi chulo.
Llegaron al salón y Ramiro se dejó caer en el sofá. Le cogió el móvil de la mesita acristalada y comenzó a manipularlo en busca de los videos. Actuaba con total confianza, como si estuviera en su casa. Ana aguardaba de pie ante él, como una putita, con las tetas en reposo tras las transparencias. Se quitó la camiseta heavy y exhibió su torso raquítico, con las costillas señaladas y sus pectorales salpicados de poco vello, sólo alrededor de las tetillas.
- ¿Me quitas los pantalones, putita? Anda, quítale los pantalones a tu chulo.
- Te gusta emputecerme, ¿verdad?
- Me encanta. Anda, quítamelos, y me besas los huevos mientras veo al maricón de tu marido bebiéndose mi leche.
Se arrodilló ante él y se ocupó de quitarle las botas militares negras y los calcetines, depositando sus pies en el suelo, como si fuera su esclava. Después le tiró del chándal hacia abajo y le arrastró a la vez el slip, hasta quitárselos y quedarlo desnudo. Tenía la verga de piel rosácea empinada. Poseía unas piernas delgadas en sintonía con su cuerpo. Ramiro sujetaba el móvil con ambas manos, con los ojos fijos en la pantalla, observando cómo sus vecinos se besaban y cómo después Toño se comía la ensalada. Ana se colocó a cuatro patas entre sus piernas y acercó la cara para empezar a besarle los huevos, estampándole besitos muy seguidos, rozando los labios por ellos. La polla estaba suelta y se zarandeaba hacia los lados. Ramiro le tiró del camisón hasta enrollárselo hacia la mitad de la espalda y la dejó con el culo al aire. Ella le miraba sumisamente al mordisquearle los cojones. Ramiro seguía pendiente de la pantalla y a veces se atizaba un tirón a la polla, pero volvía a soltarla. Ana empezó a lamérselos, como si lamiera una bola de helado, pasándole la lengua repetidas veces por encima, mojándoselos de saliva poco a poco. El joven soltó el móvil y se reclinó relajado, observando cómo se los chupaba, observando su mirada sumisa bajo sus piernas, observando su culo blanco de nalgas tersas, observando sus tetas colgando hacia abajo como dos campanas bajo la gasa, concentrado en las lamidas que recibían sus huevos, a veces atizándose un tirón a la verga, tratando de contener la probable eyaculación. Dejó que le lamiera los huevos un rato sin llegar a tocarse la verga. Ana no paró de lamérselos en ningún momento.
- ¿Le preparamos una cena especial a tu marido?
- ¿Qué cena? – preguntó irguiendo la cabeza -. Pobrecillo, Ramiro, no seas malo.
- Ven, vamos a la cocina. Me pone cachondo ver cómo se bebe mi leche. Intenta grabarle.
Le ofreció la mano para ayudarla a levantarse y fueron agarrados de la mano hasta la cocina, ella con su camisón y él desnudo, con la verga empinada y los huevos bien ensalivados. Ramiro abrió los armarios hasta que encontró un recipiente de cristal, cuadrado y bastante hondo. Le dijo que quería preparar una macedonia de frutas y entre los dos trocearon unas naranjas, manzanas y tres o cuatro plátanos, mirándose uno al otro y riéndose. La verga de Ramiro no perdía la erección. Ana se fijó en su culo huesudo, blanco, sin apenas vello por las nalgas, con más tatuajes por la espalda. Al terminar, Ramiro esparció los trozos por todo el recipiente y después lo bajó al suelo.
- Tienes que darle sabor, Anita.
Ana se levantó el camisón y se acuclilló con el recipiente debajo de su culo. Frunció el ceño y al segundo cayeron unas gotas de pis mediante un fino chorro que se cortó enseguida. Volvió a incorporarse y el picardías se le bajó. Se apartó a un lado y entonces Ramiro se sujetó la verga y empezó a mear en el recipiente, una meada que rebosó por los bordes, ante la atenta mirada de Ana. Los trozos de fruta quedaron frotando en un caldo muy amarillento que desprendía un fuerte olor.
- Viértelo – le ordenó él.
- Sí.
Con cierta mueca de asco en su cara, se acuclilló cogiendo el recipiente con cuidado de no verterlo, metiendo los dedos pulgares por dentro del caldo, y lo acercó hasta la encimera. Abrió el grifo, plantó una palma encima de los trozos de fruta y fue vertieron el orín poco a poco hasta quedar sólo los trozos húmedos de fruta. El fuerte olor le invadía la nariz. El grifo abierto borraba el rastro amarillento. Dejó el recipiente en la encimera, con los trozos más blandos por la humedad, con algo de caldillo amarillento en el fondo del recipiente. Ramiro se acercó y le pasó la mano por el cabello. Ella tenía las manos llenas de orín, pero le rodeó con sus brazos, aplastando sus tetas contra su torso raquítico.
- Cómo me pones, Ramiro, qué estás haciendo conmigo.
Ramiro cogió un trozo de manzana y se lo metió a Ana en la boca. Ana lo masticó con gusto, demostrándole que estaba dispuesta a todo, percibiendo el fuerte sabor avinagrado que le daba la rociada de orín.
- ¿Te gusta? ¿Está rico? – le preguntó ofreciéndole otro trozo, trozo que ella aceptó sin repugnancia.
- Sí.
- Falta un ingrediente, falta mi leche, quiero hacerlo de una forma.
- ¿Cómo? – preguntó tragándose el trozo de manzana masticada, relamiéndose los labios, sin ningún gesto de asco.
- Ven.
Agarró a ella de la mano y depositó el recipiente con los trozos de fruta en el suelo. La cogió por el culo y la elevó sentándola encima de la mesa de madera, donde solía almorzar con su marido.
- ¿Qué me vas a hacer?
- ¿Te ha follado el culo alguna vez?
- No, ¿me vas a follar por el culo?
- Sí, échate hacia atrás.
- Qué dolor, ¿no?
- Venga, échate hacia atrás, putita, y levanta las piernas. Te va a gustar, ya verás.
Acató los deseos de su joven vecino y se tendió hacia atrás, con el camisón en la cintura, dejando expuesto su chocho. Bajo la gasa, sus tetazas blandas tendieron a ladearse hacia los costados. Subió las piernas y las flexionó, con los muslos rozándole los pechos y la cintura algo elevada de la superficie. Ana miraba hacia el techo, percibiendo cómo le enredaba en el culo abriéndole la raja. Le aplicó aceite de oliva en el ano, untándosela con la yema del dedo índice, con el fin de lubricarlo. Luego Ramiro se irguió y se agarró la verga para guiarla. Le pegó la punta al ano y fue empujando despacio, dilatándoselo, hundiéndola lentamente. Ana empuñó las manos envuelta en muecas de dolor, emitiendo débiles quejidos ante el doloroso ensanchamiento, percibiendo el roce de la verga en sus entrañas. Cuando notó los huevos pegados a la raja del culo, comenzó a follarla con lentitud, extrayendo media polla y hundiéndola de golpe, a ritmos constantes, acariciándole las piernas mientras la penetraba. Ambos se miraban a los ojos y ella trataba de sonreír, aunque el dolor se lo impedía. Gemía levemente cuando se la hundía. Sus tetas se movían como flanes bajo la gasa, una de ellas con el pezón asomando por el escote. A veces le tocaba el chocho con ambos pulgares, hurgándole. Le mantenía las piernas en alto, con la polla presionada en el ano.
- ¿Duele, putita?
- Ay, sí, pero ya menos… Ohhh… Ohhh…
Aceleró el ritmo plantándole las manos en el vientre y al cabo de varias embestidas frenó en seco, derramando leche a chorros dentro de su culito. Con menos dolor, Ana cerró los ojos suspirando, notando los escupitajos en su interior.
- Uff, qué guay – suspiró Ramiro -. Qué gusto follarte…
- Me ha gustado, Ramiro.
Le fue sacando la verga despacio y después le tendió los brazos para ayudarla a incorporarse.
- Ven, baja -. La ayudó a bajar de la mesa – Agáchate.
Ana se acuclilló levantándose los faldones del picardías, con la vasija de macedonia bajo el culo. Le sonrió a su amante y frunció el entrecejo haciendo fuerza. El ano escupió leche gotitas dispersas sobre los trozos de fruta y le brotaron unas babas blanquinosas que gotearon dentro. Se acariciaba el chocho con ambas manos mientras le vertía la leche del ano, mediante un fino hilo que caía sobre la fruta.
- Lo que has hecho conmigo, Ramiro – le dijo levantándose y recogiendo el recipiente para ponerlo encima de la encimera -. Voy a llamar a Toño, no vaya a ser que tengamos una sorpresa.
Fueron hacia el salón y ella se detuvo junto al teléfono, fijándose en el culo huesudo de su vecino. Ramiro se acomodó en el sofá, reclinado, con la verga floja, y separó las piernas, encendiéndose un cigarrillo y observando las transparencias del picardías. Toño le dijo que probablemente en una hora estaría de regreso. Ana le mandó un beso de despedida y colgó. Luego dio unos pasos hacia el sofá. Ramiro le ofreció una calada.
- Eres una puta muy guapa.
- Gracias – le dijo entregándole de nuevo el cigarrillo -. Pobre de mi marido, si supiera lo guarra que soy.
- ¿Sabes qué me apetece? – le preguntó Ramiro.
- Me dan miedo tus apetencias. ¿Qué te apetece?
- Que me chupes el culo y que luego beses a tu marido.
- Eres malo, ¿eh? ¿No te da pena?
- ¿Ese maricón? -. Elevó las piernas -. Anda, putita, chúpame el culo.
Nunca le había besado el culo a nadie. Dispuesta, se arrodilló ante él y se sentó sobre los talones, curvando el tórax hacia su entrepierna. Le aplastó los huevos con la frente. Al tener las piernas separadas, tenía la raja abierta y un ano muy arrugado y blanco a su disposición. Le vino el olor pestilente y tragó saliva para superar una arcada, pero le estampó un profundo beso pegando fuerte los labios en el orificio anal. Apartó la cabeza, lo miró y le estampó una sucesión de pequeños besitos. Ramiro no hacía nada, se mantenía recostado contra el respaldo sujetándose las piernas para mantenerlas elevadas y separadas entre sí. Sacó la lengua y se lo acarició con la punta, provocándole un gusto tremendo a juzgar por su acelerada respiración. Trató de abrirle el agujerito con ambos pulgares para meterle la lengua, llegando a introducir la punta, agitándola, saboreando su interior. Intentó meterle más la lengua e hizo varias clavadas, como follándole con ella, como tratando de profundizar, llegando a meterle casi un centímetro. Después empezó a lamérselo, pasándole la lengua por encima repetidas veces y embadurnándolo de saliva, saliva que resbalaba hacia la rabadilla. Pronto notó que los huevos le botaban en la frente, señal de que se la estaba sacudiendo. A veces le metía la punta de la lengua y otras veces se lo lamía como una perrita. Transcurrieron cerca de veinte minutos sin dejar de lamerle el culo, curvada entre sus piernas. Tenía la boca reseca de tantas lamidas anales. Ramiro se masturbaba concentrado en el cosquilleo. Llevaba casi media hora relajado mientras su vecina le chupaba el culo. Ana, ya hastiada del sabor y de la sequedad de la boca, así como de la incómoda postura, le besó el ano y se irguió entre sus piernas.
- Se hace tarde, Ramiro, y tengo que quitarme esto.
- Espera, levántate -. Ambos se pusieron de pie a la vez, Ramiro sin dejar de sacudírsela -. Túmbate en la mesa, boca abajo.
- ¿Qué vas a hacer?
Ana se tendió boca abajo en la mesita de cristal, aplastándose las tetas, con la cabeza sobresaliéndole por un lado y las piernas por otro, con los brazos por fuera y las palmas de las manos en el suelo. Notó un tirón del camisón hacia la cintura para descubrirle el culo. Ramiro flexionó sus piernas, encañonándola, acercando la verga a su trasero, con los huevos rozándole una nalga.
- Ábrete el culo -. Echó los brazos hacia atrás y se abrió la raja -. Así, así, putita…
Se dio fuertes tirones acercando el capullo a la raja. Frenó y al segundo comenzó a verter porciones espesas de semen a lo largo de toda la raja del culo, con una de ellas cayéndole sobre el ano. Ana se mantuvo el culo abierto mirando hacia el suelo, en una postura incómoda que le cortaba la respiración. Ramiro le cerró el culo plantándole las manos en las nalgas para esparcir bien las porciones.
- Ya puedes levantarte. Vístete, quiero que duermas así, con todo el culo manchado con mi leche.
- Jo, cómo eres.
Se levantó de la mesa y vio que él comenzaba a vestirse. Fue hacia su habitación, se puso las bragas y el pantalón de un pijama, con una camiseta, ropa de estar por casa, y regresó al salón. Ramiro ya estaba listo. Se acercaba la hora y ella le metió prisa. Se ganó dos cachetes en el culo y se despidieron con unos besos en las mejillas. Antes de que llegara Toño, terminó de preparar la macedonia, añadiéndole azúcar y zumo de naranja. Distinguía minúsculas partículas de semen flotando o pegadas en los trozos de fruta. Toño llegó a la hora estipulada y lo primero que hizo fue besarle, besarle apasionadamente después de haberle estado lamiendo el culo a su amante durante casi media hora. Más tarde, tras la cena, le dio de probar la macedonia y se la comieron entre los dos. Sólo con el hecho de comerse aquel cóctel de lujuria ya le provocaba un orgasmo. La fruta tenía un sabor avinagrado y se bebió parte del caldo a cucharadas, como hizo su marido, sin saber que parte de aquel sabor se debía al pis y a la leche recién salida de su culo tras un polvo anal. Luego se tendieron en el sofá a ver un rato a la tele. Ana sentía el culo pegajoso, ya con la leche reseca. Y así trató de dormir, sin lavarse. Necesitó de una masturbación para serenarse y volvió a meditar la idea de acudir a un psicólogo experto en adicciones sexuales. Su lascivo comportamiento era anormal en una mujer como ella, casada y con 35 años. CONTINUARÁ CON LOS SIGUIENTES DÍAS DE LA SEMANA. CarmeloNegro.