La guarra de mi vecina me vuelve loco. (Prólogo)

Cómo mi vida cambió gracias a mi vecinita, la muy guarra.

Fue de pura casualidad. Bajé a tirar la basura ya de noche, no demasiado tarde, pero lo suficiente como para que todo estuviera bastante silencioso. Cerca de las cubas hay un pequeño parque  rodeado de un pequeño muro con rejas. A pasar por el lado escuché unos susurros, pudiendo distinguir claramente la voz de una chica joven, estaba como quejándose. No es que yo sea un héroe, pero no podía seguir mi camino con la idea de que estuvieran abusando de una muchacha sin que yo hubiera hecho nada, debía al menos asegurarme. Así que fui en la dirección de provenían los susurros, pero con cuidado y sin hacer ruido, no fuera que estuviera metiendo la pata. Cruce la puerta del parque y me coloqué tras unos setos para observar.

En un banco había sentada una chica, estando rodeada de tres chavales, uno junto a ella y los otros de pie. Lo cuatro tendrían unos  18 años. Rápidamente reconocí a la chavala, pues vivía en mi bloque. Hace poco que nos habíamos mudado y no conocíamos aun a muchos vecinos, así que no sabía su nombre. Me fijé bien en lo que allí pasaba, no fuera que tuviera que intervenir. Uno de los chavales le estaba metiendo la mano debajo de la camiseta, magreándole las tetas con evidente entusiasmo mientras le besaba el cuello y la boca. Ella no parecía estar molesta, más bien lo contrario, pues tenía una de sus manos sobre la zona de la bragueta del tipo que le metía mano. Así pues, lo que yo tomé por quejas eran más bien muestras de regocijo. Los otros dos miraban la escena con total fascinación, dándose codazos y riéndose por lo bajo. El del banco ya estaba pasando a meterle mano debajo de la faldita, sin duda palpando las bragas en busca del coño.

-Mira cómo se deja.

-Ya sabía yo que era una guarra.- Y los dos se rieron.

Yo estaba estupefacto con lo que veía. Era lógico que el parque fuera usado por la gente joven para enrollarse, pero no me esperaba una situación tan morbosa como aquella. Comenzaba a notar un hormigueo en la pelvis. Mi vecina era, sin duda, una chica muy guapa y atractiva. Me la había cruzado algunas veces desde que nos mudáramos y la verdad es que me había fijado en ella. Las jovencitas me pirran… ¿A quién no? Y ahí estaba ahora, abriendo cada vez más las piernas para que su amigo le metiera mano a su antojo, sin dejar de magrearle el rabo, aunque por encima de los pantalones.

-Bueno, que pasa, aquí solo disfruta el cabrón este. Vamos a repartirnos un poco el protagonismo ¿no? – Dijo uno de los que miraban, mientras tanto se manoseaba el paquete con nerviosismo.

La chica soltó una risita que hizo que me recorriera un escalofrío por la espina dorsal, provocándome una inmediata inflamación en la polla. Estaba disfrutando de la situación, eso estaba cada vez más claro.

-Tienes razón, a ver si lo puedo solucionar.- Dijo y a continuación se movió del banco para colocarse de rodillas en el suelo, quedándose mirando a sus compañeros con diversión.- No tuvo que explicar nada, rápidamente estuvo rodeada por los tres chicos, los cuales se miraban entre sí con algo de asombro en la cara, quizás sin terminar de creer que les estaba ocurriendo aquello. Sin embargo, no tardaron mucho en comenzar a bajarse los pantalones y los calzoncillos, no iban a desaprovechar la oportunidad. Tenían ya las pollas preparadas para la acción y Luisa comenzó a toqueteárselas con fruición, palpando sus cabezas húmedas.

  • Chupa, chupa.- Dijo el más lanzado y sujetando por detrás la cabeza de Luisa se la metió en la boca. Ella se dejaba hacer con sumisión –Así, chupa bien. Uf…, putona, que ganas tenía de trincarte.

Estuvo un rato con él, pero no tardó en moverse hacia un lado para meterse en la boca el miembro del siguiente tipo. Y así fue pasando de polla en polla, procurando darle gusto a los tres. Yo miraba, cada vez más caliente. La falda se le había subido y desde mi posición podía verle su culo embutido en unas braguitas blancas. Estaba muy buena, tenía un culo no demasiado grande, pero muy respingón y redonditos. La chica era delgada, pero con las suficiente curvas como para resultar apetitosa. Las bragas se le habían metido en la raja y podían verle las nalgas brillando a la luz de las pocas farolas que había en el parquecillo. Los chavales se movían a su alrededor con ansiedad, le manoseaban las tetas y le susurraban marranerías, cada vez más excitados. Que hijos de puta con suerte, pensaba yo. Me saqué la polla, decidido a hacerme una paja con ese espectáculo imprevisto.

  • Como te gusta chupar nabos, joder. Te vas a tragar toda la leche… ¿Eh, puerca?

No pasó mucho tiempo hasta que el que estaba siendo mamado en ese momento comenzó a respirar muy fuerte y a gesticular como un mono, señal de que se estaba corriendo. Al momento le sacó la churra de la boca, limpia y reluciente. Se ve que la jovencita se había tragado realmente la leche, pues no se escapó de su boca ni una gota.

-Joder, me has dejado seco, umm que gustazo.- Le espetó el que acababa de correrse, su cara era toda felicidad. Se apartó para dejar su sitio a otro de esos cabrones suertudos.

Al instante ya estaba siendo chupada otra polla, la chavala se estaba dando un verdadero festín. Por su parte, el que esperaba su turno mostraba signos de impaciencia, no era para menos. Ya sin poder más se acercó a la chica y le obligó a que se la cogiera. – Hazme una paja, puta, ¡voy a reventar! - Así que mientras se tragaba la leche del segundo, hizo que el otro se corriera a base de meneársela, por cierto que con mucha presteza. Se notaba que la chica no era primeriza en esto de exprimir pollas. Menudo putón, quien iba a pensarlo. También yo, con una enorme sensación de placer, comencé a soltar mi cargamento de semen, era imposible aguantarse ante la escena. Tras recuperar un poco la respiración me puse bien los pantalones y comencé a andar hacia atrás con mucho cuidado. Mi esposa, seguramente, ya comenzaría a extrañarse de mi tardanza. Así que salí del parque y me dirigí hacia mi porta, dejando allí a los chavales y la chica.

En mi cabeza circulaban muchas imágenes frescas: la pequeña orgía de mamadas, la redondez del culo de la chica, su forma de arrodillarse ante los chicos… Ya comenzaba a ponerme caliente otra vez, y eso que acababa de correrme. Tendría que hacerme otra paja, o insinuarme a mi mujer, quizás podría sacarle algo de sexo. Pero lo dudaba, últimamente estábamos en sequía… Siendo realista me decidí por una paja.

No podía imaginar que esa pequeña aventura voyeurista solo era el prólogo de una serie de experiencias sexuales que iban a cambiar mi vida repentinamente. De tener una vida sexual más bien mediocre, por no decir desastrosa, pasé a darme un festín carnal que jamás hubiera imaginado.

Continuará…