La gran fiesta de la universidad

Un joven de 18 años sediento de sexo consigue sacarse las ganas en una fiesta con una tímida compañera de la universidad.

PRÓLOGO DEL AUTOR

Este texto lo escribí cuando tenía 18 años. Ahora tengo casi el doble de edad. Gracias a la magia de Google pude encontrar este relato que había subido a una página de relatos eróticos ya desaparecida hace mucho tiempo. Claramente no tenía una redacción trabajada, tenía muchos errores de puntuación y de gramática. Pero el espíritu sexual que alguien tiene a los 18 años es francamente irrepetible. Esa libido hambrienta de sexo nunca más volverá. Por eso mantuve la esencia justa de este relato que rescate y bajo mis conocimientos de narrativa ya maduros, he corregido esta historia con magia adolescente.

Se organizaba una gran fiesta en la Universidad, autogestionada por los alumnos después de irrumpir en la sala de profesores y directivos tantas veces que les ganamos por cansancio. Una linda partuza en plena facultad. De noche, con música, alcohol y todo lo que hace a una joda de verdad. Yo quería aprovechar la ocasión para tener algún tipo de "approach" con alguna de mis compañeras. Si bien había estado cruzando todo el año miradas muy calientes con algunas también les había hecho el chamuyo por el entrañable y ya extinto MSN Messenger.

La fiesta empezó a lo grande. Mucha gente y música a todo volumen. Todos y todas vestidos para matar. Sin embargo, mi atención se centraba en la barra descomunal de tragos donde había todo el alcohol existente sobre la tierra y a un precio miserable. Encaré para la barra y empecé a envenenar mi hígado con vodka, ginebra, tequila, y mezclas más chetas estilo Sex on The Beach. Trago tras trago mi visión se iba nublando. Pero había que entonarse para la ocasión. Pasadas unas dos horas, el ambiente había cambiado hacia la locura general. Se notaba la humareda de porro y cigarro. Y sobre todo el olor a genitales transpirados. Se sentían las hormonas calientes flotando por el lugar. Esa noche era propicia para que las aulas pudieran convertirse en verdaderas habitaciones de hotel alojamiento.

Encaré para los ascensores tratando de encontrar a alguna de mis compañeras que estuviera lo suficientemente entonadita como para chamuyarla más fácilmente. Gran suerte la mía, me encontré a Flavia, una tímida que siempre me hablaba por MSN Messenger pero en persona me esquivaba. Estaba tirada en un rincón con un vaso de whisky, delirando. Aproveché nuestro estado mutuo y me senté al lado suyo a acompañarla

– ¿Qué te pasa Flavia? –pregunté intrigado.

–Nada... el chico que esperaba no vino –me dijo dolida.

–Ahh, a mi también me paso algo parecido –inventé.

– ¿De verdad? –me dijo Flavia y levantó la mirada.

–Si, Flavia –insistí–. La chica con la que me iba a encontrar esta noche se fue con otro.

De repente algo se iluminó en sus ojos vidriosos y me dijo:

– ¿No te parece que podríamos vengarnos de nuestros traidores? –me cuestionó mientras me recorría el cuerpo con su mirada inyectada en sangre de tanto alcohol y porro.

La agarré de la mano sin preguntar. Ella me siguió. Nos fuimos tambaleando, casi corriendo, al baño de hombres del subsuelo de la universidad. Las escaleras eran realmente peligrosas para una pareja de borrachos calientes. Superado el obstáculo, ingresamos al oscuro baño de hombres. Nos metimos en uno de los cubículos, totalmente a oscuras.

Me senté en el inodoro. Ella no espero a que yo le diera la orden: empezó a sacarse rápidamente su remera y su pantalón. Aunque estábamos totalmente a oscuras me di cuenta por el ruido de su cinturón al caer al piso. Yo procedí a hacer lo mismo para aligerar la cuestión. La calentura no se hizo esperar. Antes de sacarnos la ropa interior se sentó encima mío y empezamos a darnos unos besos de lengua muy líquidos y calientes. La presencia de su tanguita y de mi bóxer aún en su lugar me ponía aun más caliente. Le frotaba su culito por encima de su lencería y ella apretaba mi bulto por encima del bóxer. Flavia realmente estaba muy caliente. No sólo lo demostraba con sus besos: su cuerpo ardía en llamas. Teniendo en cuenta que estábamos en pleno invierno, realmente era sorprendente la temperatura de su piel. Con mis manos busqué sus tetas y me encontré con unos pechos preciosos, bien redonditos con el pezón bien erecto. No tardé en devorarlos con mi lengua sedienta de sexo.

–Ay si, por dios, no pares nunca –me decía ella entre gemidos.

–Esto no es nada, Flavia –respondí mientras masticaba uno de sus pezones.

Me paré y quité mi bóxer. Acto seguido empecé a frotar mi pene sobre su vientre, dándole a entender que ya estaba completamente desnudo. Flavia bajó hacia mi entrepierna y bañó mi miembro con su saliva. Primero engulló el glande. Estuvo un rato dándole chupaditas con su lengua a la cabecita húmeda, paladeándola como en una degustación. Finalmente se tragó todo el tronco, ensalivándolo para lo que sería el gran banquete. Era genial la manera de chupar que tenía. Tal vez sería porque lo hacía de una forma determinada para no lastimarme con la ortodoncia que tenía en sus dientes.

Una vez que tuve bien erecto y húmedo mi pene, no aguanté más y le saqué la diminuta bombachita que tenía puesta. Guie sus manos y las coloqué sobre el inodoro en una pose de cuatro patas pero más tirando a lo vertical: sus manos sobre el inodoro, su culito apuntando hacia mí y sus piernas estiradas. Procedí a penetrar su vagina que estaba totalmente empapada. Esta humedad se mezclaba con la de mi pene ensalivado y lleno de líquido preseminal. Ni bien mi glande pasó la barrera de sus labios vaginales, ella dio un gemido estremecedor de calentura. Noté que el flujo caliente inundaba aún más su vagina. Flavia estaba totalmente en llamas. El alcohol y el porro nos habían encendido locamente. Al principio pensé que íbamos a vomitar todo en el mete y saca, pero por suerte no sucedió tal aberrante hecho.

Fui deslizando mi tronco suavemente en el interior de su cavernita, que por cierto estaba completamente entregada y dispuesta a recibir mi pene. Rápidamente su vagina se amoldó a mi miembro. Mis huevos golpeaban una y otra vez contra su pubis. Mi tronco se bañaba en sus jugos. Flavia se estremecía cuando yo le hacía unos suaves mimos en sus tetas, frotándole suavemente con la yema de mis dedos sus pezones erectos.

Al estar sin preservativo, tenía que tener extremo cuidado de no acabar dentro de su vagina. Se hacía complicado entre los vahos de alcohol que invadían mi cabeza. Fui lubricando suavemente su culito con saliva para hacer un característico final. Su esfínter cedía a los suaves círculos dilatantes que mis dedos mojados le ofrecían. Cuando tuve el semen en la punta de mi glande, arranque violentamente mi pene de su cuevita húmeda y caliente. Flavia emitió un sollozo infernal. Sin esperar demasiado, se la enterré en su culito. Flavia gritó nuevamente, más de dolor que de placer pero se lo aguantó. Tenía un culo bien apretadito y se sentía mucho más caliente que el interior de la vagina.

Las embestidas fueron realmente violentas. No sólo temí haberle desgarrado el ano a ella, sino también haber lastimado mi glande. Pero bueno ya estaba adentro. No tardé mucho en volcar toda la leche adentro de su culo. Ella sintió cuando la leche explotaba en su interior y largó un gemido agónico que me excitó por completo. Mis huevos se iban desinflando. Quería deslecharme y regalarle todo mi semen a Flavia, porque había sido una buena compañera de aventura sexual. Me quedé encima de ella como un toro semental por un largo rato mientras íbamos recuperando el ritmo respiratorio. Finalmente terminamos muy románticos: yo sentado frente a ella, los dos sobre el inodoro y ella un poco tirada hacia la pared. Terminamos besándonos tiernamente mientras nuestros sexos cansados y húmedos se refregaban en búsqueda de otro polvo.