La gorda preñada

Una vecina gorda, preñada y madura acaba corneando, por primera vez, a su marido con nuestra amigo y haciandose un trio con el y una amiga bisexual.

Tras dar tumbos por Ibiza durante una temporada volví a Madrid a comienzos de los 80s, la casa de la familia la ocupaba mi prima, con su marido y su familia y aunque los vínculos con ella seguían siendo muy estrechos, follababamos apasionadamente a la que teníamos ocasión, coincidimos en que quien disminuye los riesgos disminuye el peligro en lo que a ser sorprendidos se refiere y opté por alquilar una coqueta casa en un pueblo residencial de las afueras de la capital. La casa era parte de una mansion solariega del pueblo que había sido rehabilitada y dividida en seis viviendas, dos en cada una de las tres plantas que poseía, alquilé la de abajo, justo al lado de la de los propietarios.

La familia del vecino constaba del marido, José, un gañan del pueblo, impresentable y machista, que regentaba un taller mecánico, su esposa Rosa, maciza, rellena, corpulenta y muy pechugona y sus dos hijos, una niña, Rosita de catorce años y su hermano Joselito de quince. Al final tuve un contacto mucho mas estrecho de lo que preveía al principio con toda la familia pero vayamos por partes, vayamos por Rosa que fue la que me acabó poniendo en bandeja que ocupara, en la clandestinidad, el papel de señor de la casa que su esposo inconscientemente delegaba con sus largas jornadas laborales, su machismo recalcitrante y sus interminables veladas alcohólicas en la taberna del pueblo.

Rosa andaba por los 38, casi diez mas que yo, media unos 175cms y debía pesar sus buenos 90 kilos (posiblemente me quede corto) era el ideal de ama de casa, entregada al cuidado de sus hijos, su marido y su casa y sumisa a los mandatos del padre de familia hasta extremos casi humillantes. Castaña, de carnes prietas y piel suave y estirada, era la típica gorda jovial y alegre educada en el sacrificio y la responsabilidad.

Si bien las dos casas de la planta baja tenían accesos independientes en la parte trasera compartían un amplio patio-huerto en el que nos reuníamos su marido José, un servidor y unos cuantos gañanes mas del pueblo para ver, a la fresquita, los partidos de los trofeos veraniegos de fútbol en aquel caluroso estío. Cuando me instalé en la casa a las generosas proporciones de Rosa había que sumar un visible embarazo de unos cinco meses. En estas reuniones Rosa casi actuaba como una sirvienta, pendiente de todos los detalles y de que no faltara de nada a los amigos de su esposo y a su esposo, llenaba los vasos de vino y cerveza, cortaba chacinas y fiambres y las servia en la mesa, su labor era impagable y abnegada pero el cabrón de su marido no lo estimaba así, el consideraba que esa era la condición de las mujeres casadas, servir a los deseos de su marido, además, alegaba, ya que estando preñada no servia para lo que tienen que servir las mujeres por lo menos que se portara bien atendiendo servilmente a sus compromisos. Aquel gañan impresentable apostaba por el viejo tabú católico que niega el placer sexual a las preñadas porque el sexo, para ellos, solo tiene fines procreadores, así que las que están embarazadas se quedan sin su ración de polla justo en uno de los momento en que las mujeres tienen a flor de piel su deseo y su sensualidad, cuando llevan la vida en su vientre, cuando andan preñadas y bien preñadas.

Las conversaciones y discusiones que trascendían a mi casa, gracias al fino tabique que dividía las dos estancias, eran realmente chocantes, el se quejaba de su calentura y de que una mujer preñada no puede ser profanada para dar placer sexual a su macho por lo que la humillaba y denostaba a pesar de que Rosa mostraba disposición a ser penetrada, el se negaba en redondo, aceptando, con reticencias, que su esposa le aliviara con una buena paja para, a continuación, sin lavarse la polla siquiera, subirse sus gayumbos, calzarse el mono de trabajo y salir escupido con rumbo a su taller. La pobre gorda quedaba sola y caliente tras pajear a su marido y poco después de la marcha de este sus gemidos de placer traspasaban la pared. Se aliviaba con los dedos la carencia de verga.

Nada mas lejos de la realidad que sentirme atraído por una mujer como Rosa y mas en aquella época donde tenia muy bien cubiertas mis necesidades sexuales con hembras variadas y liberadas (exigua especie la de las liberadas en aquella época) pero los rotundos y sonoros gemidos de placer de la gorda Rosa al otro lado de la pared, lo reconozco, acabaron por inquietarme la entrepierna y la imaginación en mas de una ocasión. Una mañana, en la que una amante ocasional quiso ampliar nuestra sesión de sexo nocturno con un polvo mañanero, me llevé una graciosa sorpresa, lo que creía era el orgasmo de mi compañera de cama eran los gemidos de placer de la gorda Rosa al otro lado de la pared, mi gorda vecina había decidido aliviarse la calentura que le dio escuchar como me follaba a la chica que me acompañaba. A partir de ese día tuve la certeza que me acabaría follando a la gorda Rosa a pesar de lo poco que me atraía, detecte sus miradas furtivas, a mi paquete, cuando hablábamos, la muda suplica de sus ojos solicitando ser follada y llena de polla como deseaba y no conseguía.

Todo se aceleró cuando Rosa mando a sus dos hijos de campamento quedando sola con su marido. Una mañana la gorda andaba masturbándose en el sofá de su salón, a pesar de tener el primer disco de Triana ("ayer noche fui al lago con la intención de conocer algo nuevo") a toda leche, su sinfonía de gemidos era fácilmente audible desde el patio, el sonido de su excitación llegaba nítido a mis oídos y tuvo efecto inmediato en mi polla que se bamboleaba bajo mis pantalones de deporte, mi única indumentaria en aquella calurosa mañana. Me acerqué a la puerta de su casa que daba al patio y entré llamándola por su nombre apartando la cortina, Rosa tumbada en el sofá con un corto y ligero vestido de premama se afanaba en estimular su coño, cuando me vio entrar se puso roja como un tomate pero su mirada no se desvió, ni un centímetro, de la tienda de campaña que mi verga armaba en el pantalón de deporte. El olor a coño y a sudor y la postura abandonada de la gorda me calentaron un montón. No fueron necesarias palabras, liberé mi polla de su encierro y la acerqué a su cara, Rosa la aceptó entre sus labios y continuó hurgando con sus dedos en su coño mientras con la otra mano me sobaba las pelotas suave y rico, como si estuviera evaluando un par de piedras preciosas.

-¡Dios mío que par de pelotas! –musitó sacándose mi verga de la boca por un instante.

Acompañaba su masturbación con una buena, aunque no muy experta, mamada a mi polla . La vista era tremenda, el vestido apenas escondía sus redondas formas, sus muslos tersos y abundantes y sus extraordinariamente inmensas tetas, lógicamente caídas por su peso pero llenas, coronadas por dos impresionantes pezones puntiagudos que exhibían, bajo la tenue tela, su dureza. Sobe sus tetas mientras la gorda mamaba entregada y tosió atragantada cuando, sin avisarle, le solté una buena corrida en la boca. Apenas había reaccionado por la situación que se había dado entre nosotros cuando la tome de la mano, la ayude a incorporarse y la lleve a mi casa, a mi habitación, me siguió dócil, avergonzada y con la cabeza agachada. Le quite el vestido y pude apreciar la rotundidad de sus formas, su pubis poblado, peludo y rizado, con los pelos empapados por su excitación, su barrigota, sus dos tetazas que le llegaban casi al ombligo, en frío creo que no me hubiera resultado muy atractiva, en caliente me pareció un señor polvo, el mejor.

La tumbé en la cama, pellizque sus pezones y grito de placer, aventuré mis dedos en su raja y me encontré un charco de jugos, me situé junto a ella, levante su pierna y sin pedir su autorización apunte mi polla en la entrada de su mojada raja y la fui penetrando sin muchos miramientos, justo cuando mis pelotas toparon con los finos labios de su coño pude sentir la más abundante mojada que hasta el momento había sentido en una mujer, empapó mis pelotas con su zumo, que caía a goterones sobre la sabana y gritó de placer con la cara desencajada.

Cuando comencé el mete y saca la gorda temblaba de placer y bramaba de gusto, el grifo de su coño permanecía abierto lubricando la follada, su coño era espectacularmente estrecho y acogedor y poseía el extraño e inusual don que los franceses llaman el cascanueces, la capacidad de los músculos de la vagina para aprisionar y ordeñar la polla de un hombre y que en las putas es una de las virtudes mas apreciadas y mejor pagadas.

-¡Me llegas muy dentro! –fueron las palabras de la gorda antes de correrse de nuevo en mi polla, los movimientos reflejos de los músculos de su coño mientras se corría fueron motivo suficiente para vaciar mis pelotas por segunda vez en apenas quince minutos. La gorda me descabalgó y se quedo medio dormida y patiabierta en mi cama, su zumo y mi corrida se mezclaban en los rizados y morenos pelos de su coño, respiraba cadenciosamente, aliviada y satisfecha.

Reconozco que me dio remordimientos y que temí por la reacción de Rosa, no me apetecía cargar con las quejas de una adultera arrepentida, me equivoqué, asumió su desliz con naturalidad y se mostró plena y contenta cuando se recupero de la impresión.

-¡Que feliz me has hecho vecino! ¡Te estaré agradecida toda la vida!

-¡Tienes un buen polvo Rosa! ¿Quién te enseñó a follar?

Los colores de la vergüenza se adueñaron de nuevo de las facciones de la gorda.

-¿Por qué me lo preguntas?

-Porque dudo que haya sido el gañan de tu marido.

-¡Tienes razón! Fue mi abuelito, él me desvirgó con quince años y me enseñó todo lo que sé, aunque desde que deje la casa de la familia y vivo con José poco he podido practicar lo que me enseñó. Ahora si tu quieres puedes hacer conmigo lo que quieras, yo ando todo el día caliente y dispuesta –y dicho esto se levantó, se dirigió a mi y me beso en la boca abrazándome –quince años llevo aguantándome las ganas pero es que la calentura que tengo desde que me preñó mi marido no hay quien la resista.

Rosa tomo mi polla entre sus manos y comenzó el deslizamiento de una buena paja, tenia buenas manos la gorda, se arrodilló ante mí, metió su nariz entre la raíz de mi polla y las pelotas y aspiro profundamente.

-¡Como me gusta el olor a polla!

Acto seguido chupó mis bolas y lamió el tallo de mi verga para acabar mamándome el capullo, me puso, nuevamente, la polla para partir piñones. Recordé su permiso para hacer con ella lo que quisiera y le dije:

-¡Déjame que te la meta por el culo!

-¡Mmmmmmmmmm! –susurró sacándose la polla de la boca y mirándome con cara de zorrona libidinosa –pero ten cuidado que desde que me lo abrió mi abuelito hace veinte años no me la han vuelto a meter.

La estampa de la gorda preñada a cuatro patas sobre la cama frotándose el clítoris y metiéndose los dedos en el coño esperando ser enculada permanece imborrable en mi recuerdo. Me sitúe detrás de su blanco y grandioso trasero, los pelos de su ojete andaban pegajosos por nuestras corridas mezcladas, no hice ningún esfuerzo por ahorrarle el dolor de la penetración, apunté mi polla en su oscuro agujero y comencé el avance de mi verga en su intestino, la goda bufaba, mordía la almohada y daba palmadas contra el colchón pero relajaba su esfínter y no oponía resistencia alguna a la enculada, cuando ya le tenia el culo bien abierto y media polla clavada se la saque entera y la volví a penetrar, entró casi toda la verga y la gorda gritó de dolor pero levanto mas el trasero solicitando una penetración mas profunda, se la metí hasta la raíz, la gorda volvió a gritar y yo me quede quieto esperando a que su esfínter dilatara y mi verga se acomodara en sus entrañas mientras la tomaba por sus pezones y los pellizcaba y retorcía, los dedos de la gorda se movían frotando su clítoris, podía sentir su culo, abierto al máximo, palpitando en mi polla, la tenia apresada en sus entrañas, comencé a embestir con suavidad, la verga no se deslizaba, se la saqué y se la volví a encajar de una sola tacada, nuevamente gritó pero ahora la gorda también lo hizo de gusto, se la dejé ir toda entera mientras retorcía su pezón enhiesto y durisimo, Rosa retomo su ya familiar sinfonía de gemidos.

-¡Estoy enculando a mi gorda preñada!

-¡Siiiiiiiiiiiiiii! ¡Estoy toda abierta! ¡Me tienes llena de polla!

La tome de sus blandas nalgas, asiéndome a ellas con un pellizco y retorciendo sus carnes y comencé una buena galopada, poco a poco la resistencia de su esfínter fue venciendo y mi verga serraba su culo abierto sin contemplaciones, la sacaba toda, me regocijaba viendo su culo bien abierto y la penetraba hasta las pelotas de nuevo, Rosa resoplaba de gusto masturbándose casi desesperada y pidiendo guerra:

-¡Dame fuerte! ¡Dame fuerte! ¡Follame viva! ¡Pellízcame las tetas! ¡Me corroooooooooooooooo!

Sentí su mojada, de nuevo, encharcando de flujo mis pelotas, la gorda era propietaria de una fabrica de zumo de coño. Se convulsionaba todo su cuerpo, sus voluminosos muslos temblaban.

-Muerde la almohada que se va a enterar todo el barrio –le ordené, arreciando la monta, dándole un mete y saca apoteósico y soltándole una andanada de leche en su orondo trasero.

Tenia los pezones pegajosos, su corrida había coincidido con una emulsión de calostro cortesía de sus glándulas mamarias. Mi verga disminuyó su vigor tras la corrida y salió de su agujero haciendo flop, la gorda suspiró como lamentando la huida de mi polla y la apresó entre sus muslos llevando mi mano a su coño.

-¡Mira como he chorreado! ¡A mi abuelito le encantaba el sabor de mis corridas! –me dijo insinuándome que le comiera el coño en ese momento.

No me apetecía lo mas mínimo.

-Otro día. Tengo algunas cosas que resolver esta mañana y se me esta haciendo tarde.

A partir de aquel día, menos los domingos en que José no abría el taller, la gorda Rosa tras pajearle y enviarle al trabajo sin lavarse la polla entraba a casa por la puerta del patio, fregaba mis platos dejando mi cocina limpia como la patena y preparaba un sabroso y abundante desayuno que me llevaba a la cama donde complementaba mi alimentación ofreciéndome sus pechos que ya manaban un dulce calostro muy nutritivo, después me mamaba y ordeñaba la polla tragándose toda la leche, sin desperdiciar una gota y si mi disposición y ganas lo demandaban me regalaba su coño o su trasero según el cuerpo me lo pidiera. A veces acababa la noche de farra follando en mi cama con alguna amiga o polvo ocasional, la gorda Rosa no tenia reparos en entrar en la habitación con un desayuno para dos y hacer comentarios jocosos sobre la noche de sexo pasada delante de mi compañera del momento, daba la impresión de tener ganas de meterse en la cama ella también y de no hacerlo porque no se le sugería.

La gorda Rosa, se mostraba radiante, me cuidaba y comenzó a echarle desparpajo y poca vergüenza a nuestra relación amistosa, la cosa culminó el día que me dejo encularla en la cocina mientras su marido y sus amigos vitoreaban un gol del Real Madrid en el trofeo Carranza.

Esther era una de las mujeres más deseables y atractivas que me he cruzado. Ginecóloga de veintisiete años, menuda con cuerpo de diosa, culta, una sonrisa angelicalmente morbosa, mordaz e inteligente. Solo un pequeño defecto, su presunta bisexualidad tendía excesivamente al lesbianismo y solo la pude follar en una ocasión en que pasada de copas y a falta de una alternativa femenina me dejo comerle el coño y hacerle el culo aprovechándome de su ebriedad. No se lo tomo a mal, iniciamos una buena relación de amistad pero no me dejo volverle a poner la mano encima. Le conté mi experiencia con la gorda Rosa, Esther abrió los ojos sorprendida y escucho interesada, cuando terminé de contar me propuso morbosa:

-Me voy contigo a casa y te dejo que me la metas por el coño a cambio de que metas en la cama a la gorda con nosotros.

-¡Hecho!

Tener desnuda, solicita y a mi disposición, a la inaccesible Esther fue algo maravilloso, la besé con pasión, bebí de su coño hasta sentir toda su corrida en mis labios y la follé con dedicación y entrega, un polvo largo, reposado y bien gozado, los rayos de sol entraban por la ventana cuando el coño de Esther mimaba mi polla y recibía mi corrida. Nos invadió una sensual modorra que acabó en frugal sueño interrumpido por Rosa que abrió la puerta, lozana, con el desayuno:

-¡Parad un poco de follar que hay que alimentarse tórtolos!

Las presenté, una corriente de simpatía circuló entre las dos mujeres.

-¡Que cara de estar a gusto que tenéis! ¡Seguro que lo habéis disfrutado!

-En la cama también hay sitio para ti –le propuse

Rosa sorprendida miro a Esther que asintió con la cabeza. La gorda no se hizo de rogar, se quito el vestido premama, el sujetador y las bragas y poso toda su humanidad entre Esther y yo sonriendo y esperando acontecimientos. La besé mientras Esther se apoderaba de sus tetas, las magreaba con pericia que la gorda acepto con agrado vencida la sorpresa inicial de ser acariciada y tocada por otra mujer. Cuando Esther comenzó a masturbar a la gorda y a meterle los dedos en el coño, Rosa abrió el grifo.

-¡Joder con Rosa! ¡Vaya forma de mojarse! ¡Este zumo lo tengo que probar! –dijo Esther esperando la aprobación de la gorda, Rosa me miro a mi pidiendo permiso, asentí, la menuda ginecóloga trepó entre las piernas de la gorda como una gata trepa a un árbol y en dos segundos libaba con fruición los abundantes jugos que la gorda soltaba por su santo coño mientras un servidor se alimentaba chupando sus pechos esplendorosos.

Me levanté y me senté en una silla a observar la escena, la menuda Esther olisqueaba, lamía y chupaba el coño de la gorda. La gorda apretaba la cara de la hermosa boyera en su coño enardeciéndola, mi polla comenzó a recobrar vida y a revolverse inquieta, me la meneaba suavemente mirando a las dos mujeres gozar, comiendo una, siendo comida la otra. La gorda cedió al magistral uso de la lengua por parte de Esther y se corrió abundantemente, Esther no dejo escapar el jugo a pesar de su abundancia, lo bebía frenética, poseída por el vicio mientras se masturbaba, la gorda temblaba de placer. Me levante, me puse detrás de Esther, que no abandonaba la comida de coño y pasándole la polla por la raja pedí su autorización, que me fue concedida con un grácil movimiento de sus nalgas, y la penetre por el coño. La gorda, entre la sorpresa y la alegría, disfrutaba de las caricias de la lengua de Esther y mirando mi cara de gusto y los movimientos de la follada, cada vez que mi polla embestía el coño de Esther su cara se perdía en la frondosa raja de la gorda que gritaba de placer.

Las corridas de Rosa eran seguidas, pronto perdí la cuenta, la lengua de Esther había disparado el resorte de placer de la gorda que entro en un trance de orgasmos continuados, parecía una médium, temblaba, babeaba y se corría, se corría una y otra vez como una perra en celo, cuando por mi cara apreció que mi corrida estaba próxima ordenó fuera de si:

-¡Métemela en la boca que me la trague toda! ¡Alimenta a tu preñada!

La gorda tomó mi verga con los labios y succiono con fuerza mi capullo mientras apretando la cabeza de Esther hundía el rostro de esta en su coño, a pesar de casi asfixiarla la menuda ginecóloga parecía agradecer el arranque de la gorda moviendo su lengua inquieta en el coño de Rosa y tragándose sus corridas. Cuando sentí mi venida metí la polla hasta las agmidalas de la gorda y le mandé unos cuantos chorreones de leche directo a la laringe, la gorda que ya había pillado practica al tema no se atragantó, tragó con maestría los primeros goterones y fue reteniendo el resto en su boca conforme me iba ordeñando, cuando terminé de correrme Rosa tomó por el pelo a Esther aupándola a su altura y la besó en la boca compartiendo mi leche con ella, por curiosidad lleve mi mano al coño de Esther, chorreaba.

Mientras la gorda preñada y yo nos recuperábamos sonrientes de nuestras respectivas corridas tumbados en la cama Esther hurgaba en su bolso tarareando una alegre melodía, me quede de piedra, de su bolso sacó una gran polla de marfil amarillento, labrada, de cuya base salían cuatro tiras de seda, Esther se colocó la polla de marfil a la altura del coño, ató las cintas cruzadas en su trasero y la hizo oscilar como una verga empalmada:

-¡Ahora veras el polvo que te voy a pegar! –amenazó a la gorda.

Tomó unos cojines y los sitúo bajo el trasero de Rosa, ella arrodillada entre sus piernas apunto la polla de marfil y la fue ingresando en el coño de la preñada, cuando se la tuvo toda metida la gorda ya estaba con sus convulsiones orgasmicas de nuevo, meneándome la polla y dándose pellizcos y tirones imposibles de los pezones.

-¡Me matas de gusto puta1 ¡Me matas cabrona!

Esther con cara de plenitud y triunfo hacia movimientos de follada, podía ver los finos labios del coño de la gorda bien abiertos tragándose toda la polla de marfil, me puse de pie en la cama y comencé a darle pollazos en la cara a Esther que los aceptaba con resignación, cuando los golpes de mi polla en su cara arreciaban y le resultaban molestos atrapaba la cabeza de mi verga con los labios y me daba una breve mamada a la vez que aumentaba la potencia de sus embestidas en el coño de Rosa, los temblores de la gorda eran frenéticos, sus tetas caídas vibraban, sus muslos inmensos eran protagonistas de movimientos reflejos nerviosos, así estuvimos casi quince minutos hasta que la gorda rogó:

-¡Para! ¡Para! ¡Que ya no puedo mas! ¡Que me matas!

Esther se quito la verga de marfil, me miró coqueta y su subió sobre mi penetrándose entera:

-¡Venga cabrito lléname el coño de leche que te lo has ganado! La gorda no permaneció inactiva, mamaba las tetas de Esther y la penetraba con un dedo en el culo mientras yo levantaba en peso a la ginecóloga follandola bien profundo. Con el cuerpo en tensión, estirado, recibía el trote de Esther en mi polla, galopándome, montándome hasta arrancarme una nueva corrida que me dejo extenuado. Esther se puso de pie sobre la cama acercando su coño rebosante de leche cerca de la cara de la gorda que me miró pidiendo mi aceptación. Sonreí:

-¡Venga cacho de guarra que estas deseando! –autoricé

La gorda le relamió todo el coño a Esther chupándole y tragándose glotona toda mi corrida.

Rosa siempre dice que yo soy el hombre que cambió su vida. Hoy a sus sesenta años vive en pareja con Esther, el otro día recibí la invitación para su boda, este relato es uno de mis regalos para su enlace, puede que me anime y os cuente en otro relato como la gorda Rosa agradeció que le presentara a Esther de la forma en que lo hice poniéndome en bandeja a sus dos hijos.

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