La golfilla de mi cuñada (2): el baño.
Mi cuñada era para mi como una hermana pequeña, diez años menor que yo. Pero después de aquella siesta ya nunca la veré como una hermana. Incluye también infidelidad.
Después de lo que os conté en el primer capítulo sobre lo ocurrido entre mi cuñada y yo a la hora de la siesta, me pasé toda la tarde pensando en cómo iba a tratarla desde el momento que volviese de la playa; si ella se lo contaría a su hermana o si podríamos ocultarlo a mi esposa.
Cuando volvieron las dos de la playa yo les dije hola e intenté parecer muy interesado en el facebook porque no sabía cómo comportarme, pero ellas llegaron bromeando, como siempre. Mi esposa comenzó:
― Te has perdido una tarde estupenda de playa para quedarte aquí con el ordenador como un tonto.
Mi cuñada María bromeó como siempre:
― Tú sabrás lo que te pierdes. Había un montón de tías buenas haciendo topless en la playa.
― Si lo veo mirar tías en topless lo capo ―contestó mi mujer, medio en broma y medio en serio.
Total, lo de siempre. Para mi sorpresa, mi cuñada no me echó una mirada diferente, ni una referencia, ni una señal de que hubiera pasado algo entre nosotros. Me sorprendió mucho su sangre fría para disimular.
Aquella noche nos fuimos a cenar al chiringuito de la playa, a tomar unas raciones de pescado y una ensalada. Estuvimos charlando y bromeando entre los tres, como siempre.
A la mañana siguiente, como estábamos de vacaciones me desperté tarde. SI puedo, yo prefiero acostarme tarde y levantarme tarde. A mi cuñada le ocurre igual, pero mi esposa a las once de la noche se duerme casi aunque esté de pie, y se despierta temprano. Cuando me desperté no me extrañó descubrir que mi esposa no estaba; supuse que estaría haciendo la compra, como solía hacer a esa hora. La puerta de la habitación de mi cuñada estaba cerrada, así que supuse también que seguiría durmiendo.
Aproveché la tranquilidad para utilizar el baño y darme una ducha fresquita. Después me puse un bañador, que era casi el uniforme de las vacaciones, y me fui a la cocina a preparar un café. Mientras se hacía el café escuché abrirse la habitación de mi cuñada, pasó por delante de la cocina, me dijo buenos días casi en un gruñido y se fue al baño. El gruñido no me extrañó porque por las mañanas no solía tener buen humor hasta después de tomar al menos un café. Eso nos pasaba a los tres, que éramos bastante desagradables en ayunas, así que intentábamos hablar lo menos posible. Mientras se hacía el café escuché el calentador del agua, que estaba en la cocina, por lo que deduje que mi cuñada se estaba duchando.
Solo de pensar que estaba en la ducha desnuda empecé a tener una erección y pensé para mí:
― Tienes que controlarte, tío, porque te vas a meter en un lio.
Pero, cuando acabó de oírse la ducha no pude evitar dirigirme a mi habitación pasando por delante del baño a ver si se oía algo. Mi gran sorpresa fue que la puerta del baño solo estaba medio entornada y mi cuñada estaba vestida con una camiseta que le llegaba por el trasero y un tanga rojo que se veía por debajo de la camiseta debido a la postura en la que estaba. En el otro extremo del baño había una ventana que daba a la calle sin salida en la que estaba mi casa. Era el único camino por el que se podía llegar a casa. Al fondo de la calle estaba el mar, que distaba sólo 100 metros. Mi cuñada tenía los brazos apoyados en la ventana y miraba hacia el mar sin moverse, con el cuerpo echado hacia atrás para que le resultara más cómodo apoyarse en la ventana. Por esa postura es por lo que se le había subido la camiseta y se veía el tanga rojo debajo.
La estuve observando durante un minuto y ella no se movió. No hizo ninguna señal de que tuviese idea de que la estaba mirando. Yo me iba empalmando por segundos. Por fin no pude más, me lié la manta a la cabeza, me quité el bañador y abrí la puerta del baño de par en par. La puerta no estaba bien engrasada y hacía ruido al abrirla, así que ella no tuvo más remedio que oírlo, pero no dio ninguna señal de haberse enterado. Me acerqué a ella suavemente y antes de llegar a la ventana me agaché para que no me viesen los vecinos de los lados. No había ninguna casa más alta enfrente de la mía, así que si no rebasaba la altura del muro debajo de la ventana, no podían verme.
Me acerqué de rodillas a ella y empecé a acariciarle la espalda por encima de la camiseta. Se estremeció un poco, pero no se volvió ni dijo nada. La acaricié un poco por encima de ropa y después metí mis manos debajo. Le acaricié la espalda, los costados, llegué hasta sus pechos generosos, exprimí entre dos dedos cada uno de sus pezones y soltó un gemido. Acaricié su vientre y seguí por todo su torso. Ella se apoyó en los brazos con la barbilla, echándose un poco hacia atrás y corrió las cortinas de la ventana por los lados de forma que no pudiesen verme las vecinas, pero a ella si podían verla. Nuestras vecinas eran bastante cotillas, así que tendría que estar haciendo un esfuerzo brutal para que no se le notara en la cara lo que estaba sintiendo.
Al echarse un poco más atrás, yo tenía un acceso más completo a sus pechos, que estaban tensos y puntiagudos en ese momento. Los pezones parecían balas. Las piernas juntas se movían como intentando rozarse a sí misma el clítoris. El tanga rojo, que ahora veía que estaba bordeado de encaje, estaba ya empapado.
Le bajé el tanga de un tirón hasta los tobillos, le levanté una pierna y se lo saqué. Luego la hice abrir un poco las piernas y empecé a lamerle la vulva desde atrás. Me quedaba a la altura justa al estar ella muy inclinada hacia adelante. Yo iba lamiendo y esa raja iba soltando jugos cada vez más abundantes. El clítoris tenía el tamaño de una aceituna y estaba duro como una piedra. Yo empezaba un largo lametón por el clítoris e iba subiendo por la raja hacia arriba hasta llegar hasta el ano. Después iba bajando y mordisqueando los pliegues de la vulva hasta llegar de nuevo al clítoris y mordisquearlo dos o tres veces. Y empezaba un nuevo lametón.
A ella le temblaban las piernas, supongo que por el placer y por la tensión de no reflejar el placer en la cara. En ese momento escuché la voz de una de nuestras vecinas más cotillas.
― ¡Hola, María! ¡Qué mañana más buena! ¿Qué haces?
María disimuló muy bien, aunque yo le noté el leve temblor en la voz. Supongo que la vecina no lo notó, porque siguió hablándole con normalidad. María le contestó:
― Aquí, tomando un poco el fresco, antes de que pegue el sol más fuerte ―dijo María.
― ¿Vais a bajar después a la playa?
― Si, supongo que bajaremos dentro de un rato.
― Pues nada, hasta luego.
Durante esta pequeña charla yo había redoblado mis lametones y se los daba más fuerte y más rápido. El flujo ya era un rio. Estaba formando un pequeño charco en el suelo. Cuando se fue la vecina me levanté y me puse detrás de ella. Tenía una erección más que notable. Acerqué la punta a la entrada de la vagina y empujé un poquito. Afortunadamente, con las cortinas por detrás de ella, ya no podía verme nadie. Empecé a meter sólo la puntita y sacarlo y volver a meter un poco y sacar. Le escuché como reprimía un gemido para que no se oyese desde abajo. Entonces empujé suavemente para que no se le moviese la cabeza, pero sin pausa hasta que los huevos me chocaron con su clítoris. Empecé a bombear suavemente, pero sin pausa, llegando cada vez hasta el fondo.
Al cabo de pocos momentos yo estaba ya a punto de correrme debido al morbo que me daba la situación cuando ella llegó al orgasmo, aunque intentó no mover mucho el cuerpo. El resultado fue que las contracciones de su vagina fueron enormes y comprimieron mi polla hasta casi producir dolor. Las contracciones continuas y cada vez más fuertes fueron más de lo que yo necesitaba para correrme. Me vacié por completo en su interior. No me preocupé por el embarazo porque sabía que tomaba la píldora.
Por fin, todavía sin sacarla, me apoyé sobre su espalda, casi sin fuerzas, y empecé a darle besitos en la espalda levantándole antes la camiseta. Ella se estaba relajando, pero de pronto noté que se agitaba y me empujaba con la mano. Miré hacia afuera por entre su pelo, para no descubrirme, y vi venir a mi esposa por el inicio de nuestra calle, con algunas bolsas en las manos. Rápidamente me salí de su vagina, ya sin erección y me enjuagué en la ducha rápidamente. Me enjuagué la boca y me puse el bañador. Volví a la cocina. María se quedó en el baño y cerró la puerta con el pasador.
Medio minuto después mi mujer entró en la casa y se dirigió a la cocina donde estaba yo. María se estaba ya duchando otra vez.
― Buenos días. ¡Por fin te has levantado! ―me espetó ella dándome un besito en la boca.
―Sí, hace un rato ―contesté yo.
― ¿Y la vaga de mi hermana?
― La he oído entrar en el baño. Creo que se está duchando. ¿Quieres desayunar? He hecho café y estoy haciendo tostadas.
― ¡Vale! Y supongo que María también querrá cuando salga de la ducha. No creo que tarde mucho.
Preparé tostadas para los tres y puse la mesa. Cuando nos íbamos a sentar a desayunar salió María del baño. Vio el desayuno y dijo:
― ¡Qué rico! ¡Ahora mismo vengo!
Se fue a su habitación. Mi mujer no notó nada raro, pero yo me di cuenta de que daba pasitos cortos procurando no moverse mucho. Me imaginé el motivo. Venía vestida con su camiseta y traía una toalla de baño en la mano, pero me imaginé que no se había puesto el tanga empapado y lo llevaba debajo de la toalla. Se movía con suavidad para que no se fuera a subir la camiseta y se viera que no llevaba bragas. Se metió en su habitación, se puso un bikini y salió rápidamente para desayunar con nosotros. De nuevo ni una palabra, ni un gesto, ninguna señal de lo ocurrido.
Mi mujer nos estuvo contando los cotilleos que había escuchado esa mañana en el pueblo. Después del desayuno, hicimos las tareas de la casa entre los tres y nos fuimos a la playa. A mí no me agrada el sol demasiado, así que me puse en una tumbona en bañador debajo de una sombrilla con un libro mientras ellas se tumbaban en sendas toallas al sol, desabrochándose el sujetador del bikini cuando estaban boca abajo, lo que me hacía ver mucho del pecho de las dos. Me pasé toda la mañana medio empalmado, imaginando lo que podía hacer con ellas, principalmente con María, pero también con mi mujer y otras mujeres que andaban en topless por la playa.
Y por hoy voy a dejar este relato, aunque no fue nuestra última aventura. Pero ya os contaré más en el próximo relato.