La golfa y el vagabundo
La mujer ignoró la boca suplicante del bandido y empezó a besarle el cuello y el pecho, sin dejar de acariciarle por abajo, por la base del miembro y la cara interior de los muslos, muy cerca, pero sin tocarle ahí...
Cuando el viento dejaba de soplar, apretaba el calor, pero mientras lo hacía, no sólo hacía fresco, sino que la arena que arrastraba golpeaba el vehículo, que se desplazaba a través de la llanura levantando nubes de polvo. Los viajeros se alegraban de desplazarse dentro de la diligencia; en no disponiendo de ferrocarril, era el medio de transporte más cómodo. El mejicano, de rostro adusto y quemado por el sol, apenas hablaba y no dejaba de mirar a la mujer. El hombre vestido de negro, estirado y de aspecto antipático y hasta casi ruin, no dejaba de encontrar insultantes aquéllas miradas y parecía creerse en la obligación de dar conversación a la señora, para distraerla de esos ojos oscuros que la miraban fijamente y con muy poca delicadeza, si bien la señora no parecía incómoda en absoluto; se limitaba a ignorar todo lo que sucedía a su alrededor, y contestaba al hombre estirado más por educación que por verdadero interés en la conversación.
-Está haciendo un tiempo excelente, ¿verdad, señorita? - inquirió el hombre estirado.
-Oh, sí. - sonrió la dama.
-¿Y cómo es que una mujer como usted viaja sola? No soy ningún anticuado, pero una mujer sola en la diligencia, sin al menos otra amiga o alguien que la acompañe... - La mujer sonrió con dulzura, pareció contestar a un padre solícito, o a un tío cariñoso:
-Mientras existan hombres como usted que se preocupan de las mujeres solas, yo no tendré nada que temer.
-Me halaga usted. Pero vea - el hombre estirado se cambió de asiento para acomodarse junto a la dama, y se sacó del bolsillo interior de la chaqueta un revolver con cachas de madera pulida muy historiadas. La mujer ahogó un grito llevándose la mano a la boca entreabierta, como si la mera visión del arma la aterrorizase - Siempre llevo esto conmigo. En estos tiempos que corren, lo crea o no, me ha sacado de más de un apuro. Si llegara a darse el caso, no tendrá usted que temer.
-De todos modos, gracias a Dios que ya queda poco viaje. Me asusta tanto la posibilidad... - Y entonces, esa posibilidad se convirtió en realidad.
A Sadie le resultaba difícil recordarlo, todo había sido rapidísimo; sonaron dos tiros, el mejicano se abalanzó contra el hombre estirado, le arrebató el arma y les apuntó con ella y otra más, la diligencia aumentó su velocidad, el mejicano disparó hacia su espalda, perforó el vehículo y se oyó un grito de dolor, más tiros, una sacudida violenta cuando alguien tiró con fuerza de las riendas para detener el vehículo de golpe, ella y el anciano por el suelo, y el mejicano tirando de ellos para sacarlos de allí, mientras las risas del resto de bandidos parecían perforar sus oídos.
-Buen trabajo, Zampanadas. - dijo una voz muy ronca en el exterior. - Vamos a ver qué tenemos aquí.
Sadie y el hombre estirado fueron sacados de la diligencia a tirones, y la mujer notó varias manos ásperas y groseras tirando de ella y tocando en sitios donde no era preciso tocar para hacerla salir. Su instinto le impelía a empezar a repartir puntapiés y bofetones, pero su juicio le hizo permanecer quietecita hasta saber exactamente en qué situación se encontraba, aunque ya sabía que no era en absoluto halagüeña.
-Por favor... señor... tengo mujer y tres hijos... jamás hice daño a nadie... - el hombre estirado suplicaba, y Sadie fingió arreglarse el vestido, un hermoso vestido de satén escarlata, para mirar a su alrededor. Tenía el sol de cara y no veía bien, pero el mejicano que había viajado con ellos, al que habían llamado Zampanadas y que tenía grandes mofletes, estaba junto a ella y la retenía del brazo, mientras se reía de las excusas del otro pasajero. Después de como el estirado le había fulminado con la mirada durante todo el trayecto, debía resultarse muy divertido verle humillarse ahora. Había tres hombres más, todos ellos de aspecto mejicano, y el último, el que había hablado...
-¡TÚ! - gritó Sadie. El bandolero hizo ademán de taparse la cara con el sombrero, pero ya era tarde. Entre el tal Zampanadas y otro más, hubieron de frenar a la mujer, dispuesta a saltar al cuello del cabecilla - ¡Cerdo! ¡Todavía me debes una noche!
El hombre estirado levantó la cara para mirarla, y el resto de bandoleros repartieron miradas entre su cabecilla y la mujer. Éste recuperó su presencia de ánimo y se dirigió a ella.
-Sadie. - Sonrió, mostrando el colmillo de oro - ¡Palabra que me alegro de verte!
-¿Quién es ésta zorra, Virtuoso? - preguntó Zampanadas, sobando las nalgas de la mujer. Sadie ya no se aguantó, disparó un codazo al estómago del bandido que hizo que se doblara por la mitad, y otro de los mejicanos colocó un cuchillo en la garganta de la joven.
-Quieto, Mudo. - rió Virtuoso, el cabecilla. - ¡Chicos, os presento a Sadie Ron de miel! La llaman así porque es dulce, te deja k.o., y al día siguiente se habrá convertido en un dolor de cabeza, ¡y es mía! - Virtuoso se la echó al hombro y le sacudió un buen azote en las nalgas, sordo a las protestas e insultos de la mujer - ¡Coged el resto y larguémonos!
Virtuoso ató las manos de Sadie y la subió a su caballo como si fuera un fardo. La mujer pudo ver cómo los bandidos ataban también al hombre estirado y a los dos conductores de la diligencia, uno de ellos con un pañuelo en el hombro, manchado de sangre, y los subían a los caballos de la misma. El viaje no fue nada cómodo, pero al menos no era demasiado largo.
“Si ahora le meto un buen mordisco en el muslo, podría escapar corriendo... pero no recorrería ni diez metros sin que me abatieran a balazos. Y aunque lo lograra, ¿cuánto tendría que caminar hasta llegar a Culmet City? Lo que en la diligencia era una hora, caminando podría ser todo el día...” Sadie discurría, intentando encontrar una salida. Para su desgracia, conocía muy bien a Virtuoso. En realidad se llamaba Benigno Inocencio Caridad Ramírez Villalobos, y puesto que su nombre hacía referencia a tantas virtudes, de las que en realidad no presentaba ni una, le llamaban Virtud, Virtudes, o Virtuoso. En el pasado, ella solía llamarle Beni, o Cari… Sadie notó una mano cálida y áspera rozar su mejilla, y lanzó un bocado al aire, pero Virtuoso se apartó a tiempo con una risa venenosa.
-Sigues teniendo tan mal genio como siempre. - bromeó el bandido. - Bienvenida a mi mansión.
Virtuoso se bajó del caballo y la tomó de la cintura, tocándola del culo para bajarla del caballo. Sadie sacudió la cabeza con un movimiento impaciente para deshacerse por completo del pequeño tocado que había adornado su cabeza y ahora colgaba medio de lado de la misma, estorbándole la visión. Lo que Virtuoso llamaba “mansión” eran unas cuantas cuevas naturales en un cañón. Varios hombres y alguna que otra mujer se afanaban en distintas tareas, tendiendo al sol ropa húmeda o atizando un fuego sobre el que pendía una gran olla que despedía un olor basto y grasiento, pero aún así apetitoso. Precisamente no muy lejos de esa olla, había un poste y, atadas a él, había tres muchachas jóvenes. Sadie ahogó un grito, se recogió ligeramente el vestido y corrió hacia ellas. Virtuoso tomó un trago de un pellejo que le ofrecieron y caminó lentamente tras la mujer. No había dejado de mirarla mientras corría, y vaya si seguía teniendo un buen culo... ¿cuánto hacía desde aquélla última noche? Que él recordase, dos inviernos. ¿O eran tres? No, no, eran sólo dos, pensó mientras se acercaba. Sadie sin duda conocía a aquéllas chicas por el modo en que les daba besos en la cara y las abrazaba.
-Virtudes... - masculló la mujer cuando llegó a su altura - Ya sabía que eras un bandolero y un granuja, pero no imaginé que fueras un miserable, ¡suelta ahora mismo a estas chicas!
-Están atadas al poste porque intentaron escapar. Si escapan, perdemos su rescate. - explicó el bandido cachazudamente mientras se rascaba el pecho y las medallas de la Virgen Niña, el Crucifijo y el San Judas que llevaba en cadenitas de oro, refulgían al sol.
-Bien, pues ahora ya saben que no pueden escapar y no volverán a hacerlo, ¡suéltalas! - Sadie tenía los cabellos pelirrojos revueltos y despeinados; su precioso y elaborado peinado estaba medio suelto, el sombrerito que le servía de tocado se había caído, tenía la nariz y las mejillas rojas por el sol y los ojos brillantes de furia. Estaba guapísima. Virtuoso se la quedó mirando, recorriéndola con los ojos de la cabeza a los pies. Cuando volvió a mirarla a la cara, los ojos del bandido tenían un brillo especial. - ¿Qué?
-Llevas un vestido precioso. - sonrió.
-...¿Gracias? Pero las chicas... - Virtuoso la interrumpió:
-¿Sabes? La última vez que vi un vestido tan bonito, fue cuando atracamos a una mujer que venía nada menos que de San Francisco. Género muy caro, y hecho a medida...
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que está claro que una golfa de cabaret como tú, por muy buena que sea en el catre, que eso no lo discuto... no puede pagarse un vestido tan caro como ese, a no ser que haya cambiado de oficio.
Sadie se agarró las manos atadas y pareció incómoda, pero enseguida se recobró. Las chicas la miraban con angustia.
-¿Y qué con eso? Regento una modesta casa de señoritas en la que les enseño artes femeninas, ¿qué mal hay en ello?
-”Artes femeninas...”. Costura y eso, ¿verdad?
-¡Exacto!
-Tienes razón, no hay ningún mal en ello. - Virtuoso sonrió y acercó un dedo índice para acariciarle la mejilla. Sadie se aguanto las ganas de lanzarle otro bocado y se limitó a sonreír como una niña buena. - Ya te dije que me alegro de verte, ¡vas a hacerme un par de remiendos! - El bandido no había terminado de hablar cuando de nuevo la había tomado al hombro y la llevó con él a una de las cuevas, y prácticamente la arrojó dentro de ella. - ¡María! - gritó a una de las mujeres que había cerca, mientras empujaba a Sadie, que luchaba por salir - Desata a las chicas, dales de comer y beber, y llévalas a la sombra. Y que ningún hombre se les acerque hasta que yo lo mande. ¡Y tú, adentro! - remarcó su palabra con un azote en el trasero de Sadie, y de inmediato echó la cortina de gruesa piel que cerraba la entrada de la cueva.
Sadie estaba roja de rabia. Ya suponía que Virtuoso se proponía pasar con ella un buen rato, ¡pero todavía le debía una noche, y le reventaba que la tratasen como a una res! Y lo de las chicas... Gracias a Dios que había mandado soltarlas de ese maldito poste, pero ese no era el único inconveniente.
-Virtuoso, ¿qué te propones a hacer con esas chicas?
-¿Qué haces aún vestida? - Preguntó el bandido, muy sonriente, mientras se despojaba de la chaqueta marrón y se disponía a hacer lo mismo con la camisa, tan sucia y rasgada que era imposible precisar de qué color había sido en su día.
-Primero, no puedo desvestirme con las manos atadas, y segundo no haría tal cosa ni aunque las tuviera libres. Te he hecho una pregunta.
-Ah, ¿quieres preguntar? Preguntemos, ¿de qué conoces a mis prisioneras, que aseguran ser sobrinas de un rico comerciante?
Sadie vio la luz y se echó a reír con cierta superioridad.
-¿Eso fue lo que creíste sonsacarles? - Sadie había visto claro su negocio. Si fueran simples atracadores, habrían matado al estirado del carruaje nada más desvalijarle, o le habrían dejado desnudo en mitad de la nada para que se las apañase como pudiera... en lugar de eso, le habían traído con ella. Se proponían retenerle como rehén y sacar de él un buen rescate; así le robaban dos veces y no una sola. Sin duda las chicas, durante su correspondiente viaje en diligencia, habían hablado demasiado y corrían idéntica suerte... Claro que si tenemos en cuenta que de no estar secuestradas muy probablemente las habrían violado y dejado a su suerte después, tal vez era mejor así. Hasta ese momento. - Virtuoso, esas chicas trabajan conmigo. Son como yo, no son sobrinas de nadie, y nadie va a pagarte por ellas ningún rescate.
El bandolero pareció sorprendido unos momentos. Luego pareció pensar y sonrió, acercándose a ella.
-Mientes. Son demasiado tímidas para ser putas.
-¡No uses esa palabra tan fea e insultante! - se molestó la joven - Es cierto que son vírgenes, pero eso no implica que no sean profesionales del amor. - Virtuoso puso cara de incredulidad, ¿pensaba que iba a creerse que...? - Piensa un poco por una vez. ¿De cuántas maneras sé satisfacer yo a un hombre, sin necesidad de quitarme ni una bota? Lo que les enseño, es eso. Pueden cobrar por un trabajo bien hecho sin que quede en entredicho su virtud. Dentro de unos años, podrán cobrar su primera vez muy cara, o bien podrán casarse y nadie dudará de ellas, pues podrán probar que están intactas. Nadie las ha visto desnudas jamás, ni se han besado con un hombre, ni siquiera las han acariciado el cabello, se dedican a las artes menores... es normal que sean tímidas, aún son inocentes.
El bandolero pareció reflexionar, de mal talante, llevándose la mano a la barbilla.
-¿Y qué me dices de ti?
-¿Yo qué? - preguntó la mujer. Virtuoso sonrió de nuevo, por un lado de la boca y dio un paso hacia ella, mientras Sadie retrocedía la misma distancia.
-Tú tienes mucho dinero, demasiado hasta para una madame, y más si tus chicas hacen sólo pajas. - la mujer cerró los puños.
-No sé qué quieres decir... sabes que trabajo bien, sabes que siempre he cobrado más que las otras y que solían darme propinas...
-Un traje de ésta tela son muchas propinas. - Virtuoso la tomó de las muñecas y la mujer ahogó un grito. - ¡Ya son dos veces que te veo agarrarte las manos, llevas algo escondido!
-¡No! ¡Palabra, no! - suplicó Sadie, pero el bandido tiró del guante de su mano izquierda y enseguida del aro de oro que adornada el dedo anular de la mujer. - ¡Suelta eso ahora mismo, no tienes derecho, suéltalo!
-”Aaaa .... mmmmi.... mmme-mmmmedddiaaa... nnna... naaaa-rannn...ja... ¡Naranja! ¡A mi media naranja!” - leyó con dificultad. - ¡Vaya, la dulce Sadie ha pescado maridito!
-¡Puerco, dámelo! - protestó la mujer con lágrimas de rabia en los ojos, mientras Virtuoso sostenía el anillo lo más alto que podía, soltando carcajadas un poco forzadas para ser totalmente sentidas, pero finalmente le lanzó el anillo y Sadie lo cogió al vuelo, aprovechando para alejarse de él enseguida, enfurruñada. Virtuoso se reía entre dientes, con risa traviesa.
-Anda, mujer, no te enfades - su voz era tan ronca que ni queriendo ser cariñoso, lograba hacerla amable - Sabes que no soy celoso, yo también estoy casado un par de veces. Venga, desnúdate, y hablaremos.
-¿¡Pero aún piensas que voy a acostarme contigo!? ¡He hecho votos, y no los rompería contigo ni aunque fueras el último hombre del mundo!
-No seas boba, no lo digo por eso, lo digo por que estás sin marcar.
-¿”Sin marcar”?
-Me refiero a que dentro de un rato, no sé cuánto pero sé que pasará, alguno de mis hombres levantará la cortina “accidentalmente”. Si para ese entonces aún estás vestida, entenderán que no eres mía, y por lo tanto, cualquiera puede cogerte. ¿Quieres eso?
Sadie resopló. Era mejor tenerlas con uno solo, y más con uno que ya conocía y sabía a la perfección cómo atacarle, pero no por ello dejo de mirar a Virtuoso con los ojos entornados de rabia.
-Te odio...- musitó mientras le tendía las manos para que la soltase. El bandido se rió entre dientes con su risa de perro viejo y se acercó con el cuchillo. Ya lo tenía contra la cuerda cuando preguntó:
-¿...sigues llevando "sorpresas" ocultas en la ropa?
-Más que nunca - sonrió ella- Ahora soy una mujer decente, y esas tienen que cuidarse el doble... Pero no tengo ningún modo de escapar, así que de momento puedes estar tranquilo. - la cuerda se soltó y la mujer se frotó las escocidas muñecas. - ¿Quieres soltarme la lazada, por favor?
Virtuoso sonrió y se apresuró a tirar del lazo que cerraba la espalda del vestido. La joven se levantó nuevamente y se sacó las mangas del traje para después bajarse la falda y quedarse sólo en combinación y medias. Tenía los hombros desnudos y la ropa inmaculadamente blanca, parecía relucir. Virtuoso se dio cuenta que su cuerpo reaccionaba y apenas Sadie se sentó de nuevo para quitarse cómodamente los botines, no pudo evitar acercarse a ella y acariciarle los hombros.
-¡Bien, yo ya estoy lista! - sonrió la mujer apenas se quitó las botas, y se metió en el lecho del bandido, tapándose hasta el pecho.
-¿Cómo lista? - se extrañó Virtuoso - ¿Y lo demás?
-Me he quitado lo suficiente. - Ante la expresión de enfadado estupor del bandido, explicó - Mira; si uno de tus hombres entra ahora, me verá en tu cama y con los brazos desnudos. No se le ocurrirá pensar que llevo nada, sino que estoy desnuda y que lo hemos hecho. No es preciso que me quite más, y así estarás dispuesto a escucharme, porque tengo algo que proponerte.
Virtuoso no las llevaba todas consigo, pero de momento la tenía medio desnuda en su cama, lo demás, ya vendría. El bandido se desvistió por completo y se acomodó junto a ella con un gemido de satisfacción; el interior de la cueva era húmedo y fresco, era agradable taparse bajo la piel. De inmediato empezó Virtudes a acariciarla, pero ella le frenó.
-Quieto… ¡quieto he dicho, sobón! - sonrió ella, quitándole las manos de sus caderas.
-Sadie, estás tan guapa y hace tanto que no nos veíamos… - el bandido directamente la apretó contra él y empezó a besarle la cara, buscándole la boca.
-No, no, debes escucharme, es importante…
-Después, después. - Sadie soltó una risita y devolvió el abrazo, acariciando los cálidos y peludos brazos del bandido, hasta las manos ásperas y anchas, y le besó. Le abrió dulcemente los labios con la lengua y le acarició la boca, rozándole la lengua, a golpecitos primero, apasionadamente después. Virtuoso creyó que se moría de placer ahí mismo, estaba tan a gusto que no lo notó hasta que ya fue demasiado tarde.
-Ahora. - dijo ella.
Zampanadas pensó que ya había pasado tiempo suficiente. Tenía pocas esperanzas, pero la mujer le había gustado desde que la vio subirse a la diligencia. El que fuese una puta le gustaba incluso más aún; las que no lo eran solían resistirse muchísimo, gritar y llorar, no eran capaces de disfrutar ellas y no dejaban disfrutar a los demás. Siendo una profesional, no pondría tantas pegas. El que ella y Virtuoso se conocieran le dejaba pocas opciones, sin duda a éstas alturas su jefe ya la habría marcado, pero ella parecía tener bastante mal carácter y guardarle rencor por lo de esa noche sin pagar. Si cuando levantase la cortina ella todavía no estaba encamada, esa noche pediría el turno.
Desde luego, no se oía nada sospechoso, pensó el bandolero mientras se acercaba a la cueva. No es que Virtuoso fuese expansivo a la hora de follar, pero algo se oía. Y aquí no se oía nada. Tampoco se la oía a ella, y ella sí parecía alguien que no guardase discreciones, las putas no solían serlo, más bien al contrario; con frecuencia querían convencerte de que tú las hacías gozar como nadie, y por eso solían gritar… pero ésta, no. Zampanadas estaba ya junto a la entrada de la cueva, acercó la oreja, pero siguió sin oír nada, sólo le parecía entender cuchicheos. O ya habían terminado y se estaban susurrando, o no habían empezado aún y estaba intentando convencerla. Levantó la piel.
Sadie ahogó un grito y subió más las pieles que hacían de mantas, colorada como un tomate, y Virtuoso, debajo de ella, miró enfadado a su compinche.
-¡Fuera! - gritó.
-¡Perdón! Sólo quería saber… las chicas, ¿qué hacemos con las chicas?
-¡Las chicas ya he dicho yo que no las toque nadie y menos tú! ¡Largo!
Zampanadas dejó caer de nuevo la cortina y se marchó precipitadamente. Sadie le había sonreído. Con apuro, con vergüenza, pero le había sonreído, lo había visto. Qué guapa era, con esos brazos tan blancos y ese pelo tan rojo… qué desperdicio esos brazos alrededor de un puerco como el Virtuoso, y el muy burro ni siquiera había sido caballero para subir él la manta, sin duda la tenía agarrada del culo en lugar de protegerla de los hombros, que hubiera sido lo más correcto… Maldijo su perra suerte mientras se acercaba al puchero a por una escudilla. Sadie era ya del Virtudes, si se acercaba a ella, o si ella misma coqueteaba con él, el bandido los mataba. Ya no podía hacer nada.
-Bien, me molesta reconocerlo, pero admito que tenías razón. Ha sido una buena idea que me marques. - Sonrió Sadie, tumbada casi por completo encima de Virtuoso, y dándole algún besito suelto en las ásperas mejillas.
-Conozco a mis hombres y sus costumbres, eso es todo, ¿y eso que querías proponerme?
Sadie sonrió más aún y se metió la mano en los pololos que aún llevaba puestos. Buscó un bolsillo interior y de él sacó un pequeño objeto. Cuando lo puso bajo la nariz de Virtuoso éste lo devoró con la mirada igual que segundos antes la había mirado a ella.
-¿Es…?
-Oro - completó ella, en voz aún más baja. - Verás, Virtudes, yo quiero mucho a mi maridito, pero como todos los maridos del mundo, sufre de una enfermedad terrible: tacañería. Él es prestamista, y también compra oro y joyas, tiene mucho dinero, pero se obstina en guardarlo en lugar de darme un poco a mí también; si no fuese por mi negocio, créeme, vestiría peor que una pordiosera.
-¿Quieres que robe a tu marido?
-No exactamente… se daría cuenta que su caudal merma misteriosamente al mismo tiempo que aumenta el mío. Pero por su profesión, él está enterado de muchas cosas, y de esas cosas también me entero yo. - Virtuoso sonrió, le gustaba lo que estaba oyendo - Hace pocos días llegó a Culmet City un tipo que dijo haber encontrado oro, y se dirigió a mi marido para que se lo comprara. Él no tenía entonces semejante cantidad, por eso me mandó a mí Fort Smith para que recogiera cartas de crédito, de ese viaje volvía. Y mientras yo regreso, el buscador de oro decidió guardar su precioso cargamento en el banco de Culmet City, quienes también enviaron a otro correo a buscar efectivo para comprarle el oro.
-Zorra negocianta… - masculló Virtuoso - pretendes que robe por encargo.
-¿Y por qué no? ¿Qué mal hay en ello? - susurró, cariñosa, acercando de nuevo su boca a la de él y haciéndole mimos en las orejas - Tú sólo tienes que robar ese banco, llevarte el oro y huir. El tipo no perderá su riqueza, porque el banco estará obligado a reembolsarle también en oro, pero ya no querrá saber nada de un banco que se deja robar, sino que acudirá a mi marido para venderlo.
-¿Y qué ganas con eso tú? El dinero será para el rácano de tu marido.
-De eso se trata: me dijo que si ésta operación le salía bien, como le habría ayudado yendo a buscar las cartas de crédito, me daría una parte.
-¿Cuánto? - quiso saber enseguida.
-¡Oye! ¡Qué tú vas a llevarte al menos cinco mil en oro!
-Por atracar un banco, y eso es algo muy peligroso. Por asaltar diligencias y secuestrar gente unos días, como mucho te enchironan. Por atracar un banco te cuelgan.
-Pero sólo si te pescan, y no lo harán. - Sadie empezó a acariciarle el pecho, bajando descaradamente. - Me dará sólo la décima parte, una miseria, apenas me alcanzará para un vestido nuevo o alguna joya sencilla… en cambio, tú tendrás cinco mil dólares en oro. Y has sido tan galante bajo las mantas…
-Qué remedio. - Virtuoso quería mostrarse indignado, recordarle que ella le había esposado las manos a la espalda, pero los dedos de la mujer estaban empezando a acariciar zonas cada vez más sensibles. Sadie empezó a darle besitos suaves por la comisura de la boca, a lamerle muy ligeramente la piel áspera mientras su mano le hacia cosquillas tentadoras en el bajo vientre y en los muslos, evitando deliberadamente su pene. Sadie emitió un sonido, algo a medio camino entre gemido suave y risita, y sacó la punta de su lengua para invitarle a él a sacar la suya. El bandido cabeceó, intentando besarla más intensamente, pero ella se apartó. Virtuoso sacó la lengua y Sadie la acarició con la suya en lamidas lentas que le hicieron cerrar los ojos de gusto.
La mujer ignoró la boca suplicante del bandido y empezó a besarle el cuello y el pecho, sin dejar de acariciarle por abajo, por la base del miembro y la cara interior de los muslos, muy cerca, pero sin tocarle “ahí”. Virtuoso se dejó hacer, la conocía bien y sabía lo mucho que le gustaba retrasar el momento, hacerle sufrir un poco… así después era mucho mejor. Sadie se reía por lo bajo mientras daba pequeños lametones y besos húmedos en su pecho, acercándose al pezón. Había muchos hombres que los ignoraban por completo, que no sabían que también ellos los tenían sensibles como las chicas… Virtuoso había sido de esos, hasta que ella un día los chupó. Desde entonces, le encantaba que los besase, sobre todo el izquierdo. El bandido jadeaba. Ni siquiera le había tocado la polla aún, pero le tenía jadeando y dando golpes con las caderas; sólo ella sabía ponerle así, y más sin necesidad de quitarse ropa. Sadie acercó la lengua al pezón, casi oculto entre el hirsuto vello, y le dio un tímido golpecito con la lengua. Virtuoso gimió, pero de inmediato exhaló todo el aire y sus manos se cerraron en un espasmo cuando la joven bajó de golpe su boca para chuparlo apasionadamente, al mismo tiempo que le abrazaba el miembro con la mano y se lo apretaba apasionadamente.
El bandido tembló y musitó algo como “Sí… sí”, pero Sadie sonrió y empezó a acariciar velozmente la punta del miembro de Virtuoso, privándole por completo del habla. Los dedos hábiles de la “costurera” acariciaban exactamente el frenillo, tapando y destapando el glande resbaladizo, a toda velocidad, mientras su amante se retorcía de gusto bajo sus caricias. Sadie abandonó el pezón y le besó en la boca, larga, lentamente, y mientras su lengua recorría a placer la boca del bandido, su pequeño pie se coló entre las piernas del mismo y empezó a acariciarle las pantorrillas peludas y los dedos de los pies. Virtuoso tembló, intentando a la vez reír y jadear, apartarse y quedarse, ¡le encantaban esas caricias cosquilleantes! Ya no podía más, ya no aguantaba más, empezó a ponerse tenso… y al notarlo, Sadie, sin dejar de acariciar, bajó descaradamente el ritmo, apretando los dedos en su glande, pero haciéndolo mucho más despacio. Virtuoso gimió sonoramente, y era algo que detestaba, ¡sus hombres podían oírle, y él era un tipo duro, no gemía como un primerizo o una mujer… pero, Santa María, era tan insoportablemente dulce…!
El placer le llegaba quemándole con lentitud, dejándole saborear cada sensación placentera, cada aumento progresivo del gustito; el orgasmo le estaba llegando en oleadas suaves, muy calmadas y que le colmaban a cada segundo… y finalmente, una caricia más, un temblor más y el placer le desbordó por completo. Sadie sonrió y siguió acariciando lentamente, notando cómo Virtuoso se derramaba y terminaba en su mano, y éste estaba convencido de haber tocado el cielo.
-¿Verdad que lo harás por mí, Cari…? - preguntó Sadie, cariñosa, de nuevo dándole besitos en la cara - ¿A que robarás ese banco malomalo que pretende chafarme el negocio…?
Virtuoso volvió la cara y asintió. Si le hubiera pedido que se pegase un tiro en la boca, en ese momento también hubiera asentido.
-Es mejor que mis hombres no vean que os marcháis. El jefe puede dejar de serlo en un segundo. - Dijo Virtuoso. Ya había anochecido, sus hombres estaban bebiendo y muy pronto estarían imposibilitados para perseguir a nadie. Sadie, junto con las tres chicas secuestradas, estaban a punto de largarse con los caballos de la diligencia, ése había sido el trato. A cambio, Sadie le había dado detalles muy concretos acerca del banco y cómo entrar por la noche y salir sin que nadie se diera cuenta de ello. Ella tenía razón, no les pescarían, sería tan fácil como robarle un caramelo a un niño.
-No te preocupes. Danos esta noche para llegar y mañana por la noche podéis hacer el robo. - Sadie montó en su caballo, sabía bien montar a pelo. Las tres chicas no parecían igual de seguras, pero más les valía que pudieran. Virtuoso tiró suavemente del vestido rojo de la mujer y ésta se inclinó para besarle. Después el bandido dio una palmada en el lomo del caballo y éste echó a andar, seguido de inmediato por los otros tres.
-Sadie, ¿qué le has dicho? ¿Cómo nos ha soltado a todas? - preguntó una de las chicas, rubia y con la piel de la cara aún algo rojiza por el sol.
-Lo que le he dicho es algo que no debe importaros. A vuestro tío, ni una palabra de ésto, nos hemos escapado en un descuido, ¿entendéis?
-Pero te ha besado… - comentó, venenosa, otra de las chicas.
-¿Hubieras preferido que te besase a ti? - preguntó Sadie - Escúchame, hija. A veces una mujer, tiene que hacer cosas que sólo puede hacer una mujer. Vuestro tío sabe perfectamente a qué me dedicaba, puesto que me conoció ejerciendo mi oficio, y ya tenéis edad suficiente para saber que se trataba del más antiguo del mundo… podía haberme hecho la estrecha con él, en cuyo caso aún estaríamos a su merced, o como mucho sólo yo habría escapado. Pero llegando a un trato, he podido rescataros a las tres… de modo que no olvides que si ahora no estás presa, sigues viva y no tienes encima a ninguno de esos bandoleros, me lo debes a mí, ¿está claro?
-Sí, Sadie - convino la joven y se calló. Las cuatro siguieron cabalgando en silencio y cuando estuvieron a una distancia prudencial, arrearon a los caballos y echaron a correr a toda velocidad. A caballo, Culmet City no quedaba lejos.
-…y después de que se lo hiciera seis veces, todavía me pedía más, y la he sonsacado cosas muy interesantes. Me ha dicho que en el banco de Culmet City, hay una buena cantidad de…
-¿Dónde has dicho? - preguntó Zampanadas
-En el banco de Culmet City, decía que hay una buena cantidad de…
-Virtuoso, no puede haber nada en ningún banco de Culmet City, ¡no hay ningún banco en Culmet City!
-¿Qué? - Virtuoso, presumiendo ante todos sus hombres de su aventura con Sadie y de cómo la había dejado ir para culminar un negocio aún mayor, acababa de sentir la molesta sensación de que había estado caminando con los ojos cerrados, y al abrirlos, se daba cuenta que estaba flotando en un barranco. E iba a caerse al vacío de inmediato.
-Pues eso, que no hay ningún banco en Culmet City; el que tenían se incendió hace unas semanas y aún no han abierto uno nuevo. Me lo ha dicho el cochero de la diligencia.
-Virtuoso - dijo otro de los bandidos - ¿Quieres decir que esa chica te ha mentido? ¿Que la has dejado ir a cambio de nada, y llevándose a tres rehenes que aún no habíamos disfrutado?
-…¡No, qué tontería, claro que no, por supuesto que no! ¡Yo sabía que no hay banco en Culmet City, pero le dejé creer que me engañaba! ¡Su marido es un prestamista de dinero, he pensado en darle un buen atraco! - Virtuoso rezó interiormente porque al menos eso, no fuese mentira. Sus hombres se miraron y parecieron satisfechos con esa explicación. Al menos, de momento.
“Me la has jugado bien, zorra” pensó el bandido “te has cobrado la noche que te debía quitándome a tres rehenes, pero esto no queda así, no, de verdad que no…”. Virtuoso se rascó el pecho de mal humor, y al hacerlo, no notó algo que debía estar allí; se palpó el pecho y el cuello con rapidez, pero no estaban. Las dos cadenas con las medallas de oro de la Virgen Niña, el Crucifijo y San Judas, habían volado. ¡Su San Judas! Se agarró los lados de la mugrienta chaqueta para cerrársela sobre el pecho y que sus hombres no advirtieran la ausencia de las medallas. “Te mataré. Te mataré. ¡Te mataré!”
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