La ginecóloga me hace una exploración (y 3)

Alicia y yo vamos a su piso, donde la ginecóloga me revisa, quiero decir explora. Muy a fondo.

AVISO: es largo. Muy largo. Y no sé si lo he metido en la categoría correcta o si debería ir en Lésbicos o en No Consentido. Con este relato acabo la trilogía.

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El piso de Alicia estaba cerca, así que fuimos andando. Apenas hablamos durante el camino, ¿en qué estaría pensando ella? Yo, por mi parte, estaba muy nerviosa. No sabía qué esperar de aquella noche. Noté un roce en la mano y di un respingo; era Alicia invitándome a entrar.

-Pasa. Desde que estoy con las prácticas no he tenido tiempo de limpiar, pero está habitable más o menos.

El piso de Alicia era pequeño, pero acogedor. Consistía en un salón con cocina abierta, un cuarto de baño y un dormitorio. Por el sofá había varios libros y apuntes, que Alicia se apresuró a retirar. Hice ademán de ayudarla, pero me lo impidió.

-Ni se te ocurra. Ya está –se incorporó y me miró-. ¿Tienes hambre? ¿Pedimos una pizza?

-Vale –era la primera palabra que salía de mi boca desde que salimos del ascensor. Alicia me volvió a mirar; parecía dudar si hacerme más preguntas sobre la cena o no. Por suerte, decidió tomar el control.

-OK, tengo por aquí el número de una pizzería a la que suelo ir con mis compañeras. Pediré una mediana –comenzó a marcar el número y se llevó el auricular a la oreja. Hasta los movimientos más cotidianos en ella eran elegantes. Luego me rozó el hombro-. Pero no te quedes ahí. Deja las cosas donde quieras, siéntate, ponte cómoda. Estás en tu casa. ¡Ah, buenas noches! Quería…

Mientras Alicia pedía la cena, dejé el bolso en una silla junto a la mesa y me fijé en las estanterías. Manuales de medicina sobre todo, pero también novelas bastante variadas. Buenos CD, algunas fotos de ella misma con dos chicas que no pude reconocer. Y en el último, velas y una caja de madera. Me moría de ganas por cotillear, pero Alicia había acabado de hablar.

-Ya está. La cena llegará en veinte minutos. Ah, estabas mirando las fotos. Ésas somos mis compañeras de clase y yo. Antes vivíamos juntas.

-¿Y qué pasó?

-Que encontraron pareja. Las dos. Pero la verdad es que me vino bien, me gusta mucho vivir sola. Oye, tengo sed. Voy a ponerme una copa de vino, ¿te apetece? Si no te gusta, tengo cerveza, agua. O zumo, pero no estoy segura.

El alcohol viene bien para relajarse, sí.

-Vino está bien, gracias.

Al instante, Alicia apareció con un par de copas y una botella. Sirvió el vino y me dio una copa, rozándome la mano con sus dedos, tan suaves. La miré un segundo y bajé la mirada.

-Por la mejor paciente que he tenido –dijo levantando su copa, clavándome sus ojos verdes. Me sonrojé.

-Por la mejor revisión que me han hecho –dije, aún sin atreverme a mirarla. Brindamos y me apresuré a beber un sorbo. Alicia sonrió.

-Me gusta más la palabra “exploración”. Revisar es algo que se hace con los coches, o con los deberes. Explorar es adentrarse en lo desconocido y ver qué encuentras.

Bebí otro sorbo.

-Pero todas somos iguales, ¿no? Habrás visto lo mismo decenas de veces.

Alicia me miró con escepticismo y casi con un punto canalla. ¿Podía ser más sexy?

-Para nada. Cada persona es diferente. Cada mujer es diferente –me apartó el pelo de la cara y me lo colocó detrás de la oreja-. Jamás había visto unos labios tan bonitos como los tuyos –yo era incapaz de decir nada, mi respiración comenzó a entrecortarse. Alicia bajó su mano por mi mejilla hasta detenerse en mi boca y rozó mis labios con el pulgar antes de besarme-. Y no me refiero solo a los que estoy besando.

El timbre sonó y ambas dimos un salto. Nos miramos y nos echamos a reír. Alicia abrió, pagó y dejó la pizza en la mesa. Luego puso un CD. La música estaba bien. Tranquila, agradable. Tampoco podía prestarle mucha atención. Ni siquiera recuerdo qué llevaba la pizza.

Alicia empezó a hablar de cómo había encontrado el piso y de cómo lo había celebrado con pizza y vino en su primera noche sola, poniendo música a todo volumen. Tras dar un bocado se le quedó algo de queso en la barbilla y se lo aparté instintivamente con el dedo. Alicia fue rápida: cogió mi dedo con su mano, lo acercó a su boca y lo lamió despacio. De nuevo, sus ojos. Esta vez por fin encontraron los míos. Sacó mi dedo de su boca sin dejar de sonreír.

-Bien, Paula. Ha llegado el momento de explorarte otra vez.

-Vale.

-“Sí, doctora” –corrigió.

-Sí, doctora –repetí. Alicia se levantó y llevó un par de velas a su habitación. También llevó la caja de madera. Cerró la puerta durante lo que me pareció una eternidad.

-Ya puedes pasar –dijo. Tragué saliva y me dirigí a la puerta de su habitación. Agarré el pomo y tragué saliva antes de abrir.

Alicia había encendido velas en las mesillas, pero aun así dejó la luz encendida. La cama estaba hecha con sábanas blancas, así que se asemejaba un poco a una camilla. A los pies de la cama había un banquito pequeño y, sobre él, una bandeja metálica con guantes, lubricante e instrumental y la caja de madera.

-Desnúdate –dijo Alicia. Entonces me fijé en ella. Llevaba una bata blanca, larga hasta las rodillas, como las de verdad, totalmente abrochada. El fonendoscopio le colgaba del cuello. Alicia es preciosa y sexy, pero vestida de médico todavía lo es más.

-Sí, doctora –Alicia sonrió complacida con mi respuesta y no me quitó los ojos de encima mientras me desvestía. Primero me quité la camiseta roja escotada, después los zapatos y los vaqueros-. Espera. Por ahora, así está bien. Siéntate.

Obedecí. Alicia se acercó con una linternita.

-Mírame –pasó la linternita un par de veces ante mi excitada y a la vez asustada mirada. Sacó un depresor-. Ahora abre bien la boca –introdujo el depresor y me obligó a abrirla. Después, introdujo uno de sus dedos, para mi sorpresa, y lo pasó por toda mi boca examinando los dientes, las mejillas y la lengua -. Todo bien. Ahora voy a auscultarte.

Se puso el fonendoscopio y empezó a auscultarme. De vez en cuando me acariciaba los pezones y sonreía traviesa al escuchar cómo se me aceleraba el pulso, pero el sujetador se acabó interponiendo en su camino.

-Quítatelo todo –esta vez quise hacerle sufrir. Me quité el sujetador negro con mucha calma sin dejar de mirarla y se lo di. Luego hice lo mismo con las bragas. Se sonrojó un poco y dejó mi ropa interior en una silla-. Ahora túmbate boca arriba. Voy a explorar tus pechos.

-Sí, doctora –la exploración real no duró ni dos minutos, sin embargo Alicia se deleitó acariciando mis pezones con la punta de sus dedos. Primero uno, luego otro, luego los dos. Los pellizcaba con cuidado, luego más fuerte, luego cogía cada una de mis tetas con sus manos. Mis pezones no tardaron en endurecerse y yo empecé a jadear.

-Ahora voy a lamer tus pezones por si he pasado algo por alto. En una exploración hay que ir más allá, ¿no crees? –se metió uno de los pezones en la boca y empezó a succionar. Se me escapó un gemido-. Y ahora el otro… -intenté acariciarle el pelo con las manos, pero no le gustó-. Todavía no es momento de jugar. Te estoy explorando. Voy a tener que sujetarte.

Sacó unas esposas de velcro de la caja y me sujetó las muñecas. Luego me llevó los brazos por encima de la cabeza y los ató al cabecero. Empecé a lubricar. Se aseguró de que no estuviese incómoda y me acarició de la cabeza al ombligo con las manos.

-Mucho mejor. Ahora voy a explorar tu vagina –por un segundo se salió del guión. Se le veía en la mirada-. ¿Prefieres con guantes o sin ellos? –después recuperó el control: ella mandaba-. Como si una paciente pudiese decidir. Primero con guantes.

Le di las gracias mentalmente. El sonido del látex restallando en sus manos me ponía a mil. Con las manos enguantadas bajó por mi ombligo y me separó las piernas. Acarició el interior de mis muslos y me metió un dedo a traición. Gemí.

-A ver qué tenemos aquí. Estás muy mojada. Gracias por ahorrarme el lubricante –subió y bajó el dedo. Luego atrapó el clítoris con dos dedos-. Esto es tu clítoris. Responde bien. Quizá demasiado. Está hinchado y duro –lo acarició y gemí más fuerte-. Dos dedos ahora –los metió y palpó por arriba con la mano contraria-. Tu ovario derecho. El izquierdo –gemí-. ¿Te duele? Te va a venir pronto la regla. Aquí está tu útero. Todo en orden. Y aquí está tu punto G –en ese punto se entretuvo y yo jadeé más y más fuerte.

Alicia metió otro dedo y los metía y sacaba, mientras yo me seguía excitando cada vez más. Pero no me dejó llegar al orgasmo; se detuvo y se cambió de guantes.

-Ahora voy a explorar tu culo, pero con esto –sacó un objeto metálico de la bandeja y me lo enseñó; parecía un espéculo pero más fino. Lubricó el aparato y comenzó a introducirlo-. Expira…

Introdujo el aparato de golpe, frío y largo. Cuando lo hubo colocado empezó a abrirlo y yo mordí mis labios para no gritar. Alicia se dio cuenta y me acercó un pañuelo de tela después de acariciarme los labios con su dedo enguantado. Después volvió a mi culo y encendió la linterna para observar mejor.

-Es precioso, ¿lo sabías? Rosado y tierno… Voy a palpar –sacó el dilatador y metió un dedo-. Qué bien se está aquí. Calentito. A ver qué encuentro aquí –giró el dedo y mordí el pañuelo con fuerza-. O aquí –volvió a girar. Metió dos dedos, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos-. Perdona, me he pasado. Ya está. Sacó los dedos y me dio un cachete en la nalga. Gemí de placer-. Te ha gustado, ¿eh? –me dio otra-. Tranquila, tu sufrimiento no ha sido en balde. Te voy a compensar.

Me secó las lágrimas con el pañuelo y me besó. Creía que me iba a soltar, pero quiso llevar la fantasía un punto más allá. Por fin abrió la caja de madera y sacó algo de ella: una venda negra.

-Alicia, yo…

-Paula. Si dejas que termine de explorarte, no te arrepentirás, pero no voy a obligarte a nada que no quieras hacer. ¿Confías en mí? –dijo todo esto mirándome a los ojos con la venda en las manos. Yo no sabía qué hacer. Acababa de conocerla y era una extraña y podría hacerme de todo… y acababa de hacerme pasar un rato maravilloso. Decidí seguir al conejo blanco hasta el final. La miré fijamente a los ojos y tragué saliva:

-Sí, doctora.

-Te va a gustar mucho. Te lo prometo –se acercó y me puso la venda, firme pero sin hacerme daño-. Y ahora relájate.

Empezó a besarme mientras me acariciaba el pelo y las orejas, aún con los guantes puestos. Luego bajó al cuello, donde se entretuvo un rato (más tarde vi el chupetón). Volvió a lamerme los pezones, pero esta vez sentí sus dientes mordisquearme con suavidad. Gemí. Deslizó su lengua juguetona por mi piel atravesando la tripa hasta el ombligo, acariciándome la cintura y las caderas.

Luego se retiró sin decir nada. La llamé, pero no respondió. Entonces sentí algo que ardía al principio que se fue deshaciendo. Era un cubito de hielo. Lo pasó por mis pezones y mi tripa y dejó que se deshiciera ahí. Mi mente estaba ocupada con esas sensaciones y no vio venir las pinzas que sujetaron mis pezones. Podía sentirlas, pero no apretaban mucho; lo justo para volverme loca.

Después sentí su respiración en mi vulva. Sopló como si quisiera apagar una vela y un escalofrío me recorrió por la espalda. Entonces sentí su boca en mi clítoris. Al principio me devoraba con ansia, como si llevara tiempo deseándolo. Luego redujo el ritmo, alargando la longitud de los lametones hasta casi detenerse y volvió a acelerar hasta que no pude más y estallé en un sonoro orgasmo.

-Ya no necesito esto –el ruido del látex me indicó que por fin se había quitado los guantes. Entonces introdujo sus dedos, desnudos y tibios, dentro de mí-. Qué ganas tenía de hacer esto.

Empezó a meter dedos  y cuando creía que iba a parar, contraatacó penetrándome el culo. Yo no podía más y volví a tener un orgasmo, llenándole los dedos de flujo. Lo que me hubiese gustado verlos.

Alicia se apartó. Sentí cómo me pegaba algo al corazón con cinta adhesiva y me susurró: “Casi hemos acabado. Quiero que te escuches cuando te excitas”. Me mordió la oreja y me puso el fonendoscopio. Mi pulso estaba volviendo a la normalidad. La doctora volvió al otro lado de la cama y me dio un cachete en una nalga. Luego en la otra. Después me metió un dedo por el ano de golpe y mi pulso se aceleró. Volvió a lamerme el ombligo y el clítoris y, sin previo aviso, me introdujo algo por la vagina. Comenzó a meterlo y a sacarlo y luego empezó a vibrar… Mi boca se estaba quedando seca, mi pulso estaba por las nubes, su boca en mi clítoris, el vibrador en mi  vagina, sus dedos en mi ano y yo en el cielo. Y ahí, ahí fue donde llegué con el orgasmo más intenso que había tenido en mi vida. “¡¡SÍÍÍ!!” Pegué tal grito que tuve miedo de que vinieran los vecinos a protestar. Pero Alicia me hizo callar con un suave mordisco en el clítoris. Luego lo besó con ternura.

Sacó el vibrador y sus dedos. Se separó de mí y dejó que cerrara las piernas. Me quitó las pinzas de los pezones y los masajeó para que volvieran a la calma. Me quitó el fonendoscopio. Luego me quitó la venda de los ojos y la miré, llorando de gozo. Sonrió y me quitó las esposas.

-Te dije que te iba a gustar.

Tragué saliva. No me salían las palabras. Tampoco ella me lo pidió. Me acarició la cabeza con las dos manos y me dio un beso largo y suave en la boca.

-Gracias… Ha sido… Ha sido… Eres increíble.

-Hago lo que puedo. Yo también he disfrutado mucho. Y he aprendido una barbaridad. ¿Quieres ducharte o necesitas un poco de tiempo?

Mis piernas todavía estaban temblando y tenía los brazos entumecidos.

-Necesito un poco de tiempo, sí. Y agua, si no te importa.

-Claro –me trajo un vaso y me bebí medio de golpe-. ¿Mejor?

-Sí. Dios… Eres maravillosa. Lo digo en serio –volví a beber-. Estaba pensando una cosa…

Dudaba si decirlo, pero había ido demasiado lejos. No había vuelta atrás.

-Dime.

-A mí también me gustaría explorarte, si quieres.

Alicia se ruborizó. Jamás la había visto tan guapa. Luego sonrió con picardía.

-Anda, vamos a la ducha.

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Se acabó. Espero que os haya gustado. Sé que no me salgo de mi temática, pero como nadie escribe relatos sobre este tema, me toca hacerlo a mí. Si tiene buena acogida, igual me planteo empezar con la idea que me propuso un comentarista sobre las alumnas de Adela. En cualquier caso, gracias por leer.