La ginecóloga me hace una exploración
Acudo a una revisión ginecológica rutinaria. Pero en vez de mi doctora de siempre, me atiende una estudiante de último curso que me hace pasar un rato muy excitante.
Me llamo Paula y tengo 28 años. Voy a contaros lo que me pasó la última vez que fui a ver a mi ginecóloga por un chequeo anual.
Acudí relajada y con ropa cómoda, solo llevaba un vestido de lino azul que me llegaba por las rodillas, sin mangas, y unas sandalias planas. Debajo, un conjunto de ropa interior color lavanda. Cuando llegué, todavía había un par de chicas esperando, así que me puse a escuchar un poco de música. Yo soy una chica sencilla, aunque se podría decir que guapa. Mido 1'70, peso 55 kilos y tengo el pelo largo y castaño y ojos marrones. Un rato después, salió la doctora Arlandis y me llamó:
-Paula, ya puedes pasar.
Me extrañó que fuese ella la que me hiciera entrar en vez de María, su enfermera. Bueno, supuse que tendría el día libre. Me senté frente al escritorio y comenzamos a hablar.
-Ya empezaba a extrañarme no verte por aquí, ¿cómo te va?
-Pues muy bien, no me quejo. Un poco agobiada en el trabajo, pero no más de lo normal. ¿Y tú qué, Adela? Me he fijado en que María no está.
Era muy normal para mí tutearla, Adela y yo nos llevábamos muy bien. Me sentía muy cómoda contándole mis cosas, lo cual es genial siendo ella mi ginecóloga. Adela es una mujer muy guapa, de treinta y tantos, pelo castaño y ojos azules. Sonrió y se puso a apuntar un par de cosas mientras me respondía:
-Todo estupendamente, ya me ves. No, María no estará durante unos meses. Me ofrecí a dar clases prácticas a los estudiantes de último curso de la universidad, así que no necesito enfermera mientras estén por aquí. Además, la madre de María está enferma, así que le viene bien tener más tiempo para cuidar de ella. Por cierto, te presento a mi alumna, Alicia Martínez. Alicia, esta es Paula García, una de mis pacientes favoritas.
-Encantada –Alicia era igual de alta que Adela, rubia y de ojos verdes. Muy hermosa también, aunque con un aire más tímido y reservado.
-Por cierto, Paula, voy con un poco de retraso hoy, y como tenemos confianza, ¿qué tal si te voy haciendo las preguntas mientras te cambias la ropa?
-Vale, me parece bien –entonces advertí que faltaba el biombo tras el cual me solía desnudar. Miré a Adela con ojos interrogantes.
-Ah, sí. Hace poco una paciente se puso muy nerviosa cuando le di unos resultados y rompió el biombo. Me traerán uno nuevo dentro unos días, pero mientras, me temo que tendrás que cambiarte aquí. Espera, voy a echar el pestillo.
No me suponía un problema desvestirme delante de Adela, pero no conocía a Alicia de nada. Bueno, era un mal menor. Dejé el bolso en una silla y me desabroché el vestido. Me lo quité por arriba, de ahí que tardara en darme cuenta de que Alicia no me quitaba ojo de encima. Mientras respondía a las preguntas de Adela, rutinarias. Menstruaciones, dolores, lo normal. Suspiré y me quité las sandalias con los pies; Alicia cogió mi vestido y mis zapatos y los colocó con cuidado en una mesita cercana. Entonces me desabroché el sujetador dejando ver mis pechos nada mal formados y me bajé las bragas. Alicia, omnipresente, cogió mi ropa interior y la dobló para después situarla con lo demás. Después me dio una batita blanca sin dejar de mirarme.
-Muy bien, Paula, voy a auscultarte. Alicia, acércate y observa cómo lo hago –entretanto, Adela escuchó mis latidos por delante, poniendo el fonendo sobre mis pechos, mientras me indicaba que respirara hondo. Alicia no se perdía detalle. Entonces me retiró la bata para auscultarme la espalda, donde se entretuvo un poco más-. Todo normal. Abre la boca –obedecí y saqué la lengua-. Muy bien. Ahora mira hacia arriba –comprobó mis pupilas-. Muy bien, fantástico. Como no te has quejado de otros dolores, no voy a entretenerme más; estoy segura de que todo está bien. Ahora túmbate. Vamos a echar un vistazo ahí abajo. Alicia, ayúdala a colocar los pies en los estribos.
Me tumbé y la estudiante me ayudó a abrir las piernas. Entonces el teléfono sonó.
-¿Diga? Sí, es paciente mía, pero aún le quedan unas seis semanas para salir de cuentas…. Entiendo. Sí, no se preocupe; voy inmediatamente –Adela colgó y se dirigió a mí-. Lo siento muchísimo, corazón, pero ha habido complicaciones con una paciente que espera mellizos y tengo que ir al hospital para asistirla. Pero oye, ya que has venido, no te voy a hacer volver. Si te parece bien, Alicia te examinará. Es una exploración de rutina y está preparada para hacerlo. Pero si no quieres, te doy cita para otro día.
Sopesé las opciones. No tenía ganas de volver, pero tampoco me entusiasmaba la idea de sentir los dedos de esa jovencita hurgándome. Bueno, tampoco sería para tanto, pensé.
-De acuerdo, está bien. Alicia lo hará bien, tranquila. Suerte con esos mellizos.
Adela me dedicó una radiante sonrisa.
-Muchas gracias, guapa. Te llamo en unos días para ver cómo vas, ¿vale? Alicia, trátala bien; es una paciente muy especial, ¿eh? ¡Hasta luego!
Se quitó la bata, cogió la chaqueta y el bolso y se fue. Yo pensé que la situación iba a ser incomodísima con esa estudiante tan tímida, pero no me dio tiempo a incomodarme porque una vez su jefa se fue, fue muy rápida:
-Vale, dame un segundo que me lave las manos y nos ponemos a ello –se lavó y se puso unos guantes de látex. Cogió un par de cosas de un armario y colocó el instrumental en una bandejita. Acercó un taburete a la camilla, encendió la lámpara para ver mejor y me separó las piernas-. Vamos allá. Relájate.
Me costaba reconocer a la tímida Alicia en aquella mujer que de repente me hablaba decidida. Toda aquella situación se me planteaba de repente de lo más excitante. Sabía que si no era cuidadosa podía hacerme daño, pero aquel pensamiento solo alimentó el morbo que sentía.
Pronto sentí su mano enguantada en mi pierna avisándome de que me iba a tocar. Entonces sus dedos separarnos mis labios mayores y menores muy despacio, con cuidado. Normalmente Adela hablaba un poco conmigo para distraerme, pero Alicia estaba absolutamente concentrada en mi cuerpo y no decía nada. Me acarició delicadamente comprobando que no hubiese ninguna anomalía y atrapó entre sus dedos mi clítoris, lo que me hizo dar un respingo.
-¿Te he hecho daño, Paula? Perdona –dijo acariciando mi clítoris un segundo a modo de disculpa. No era daño, sino más bien todo lo contrario.
-No, no, descuida. Me ha pillado desprevenida, nada más.
-Bueno. Ahora introduciré el espéculo para ver cómo va todo ahí dentro –acto seguido lubricó un aparato con forma de pico de pato y me abrió los labios con dos dedos antes de introducirlo hasta el fondo y abrirlo lentamente. Solo que Adela se detenía antes, y Alicia lo siguió abriendo hasta que un ruido involuntario salió de mi boca-. Lo siento, me he pasado un poco. Así está bien. A ver… Ahora te haré una citología.
No se demoró más de lo necesario, en menos de un minuto había tomado las muestras. Aun así no sacaba el espéculo, sino que me seguía mirando a la vez que respiraba cerca de mi cuerpo y comencé a inquietarme. Resoplé.
-Perdona, es que… Nunca había hecho esto con una paciente, solo con cadáveres. Por eso me estaba fijando bien en todos los detalles que normalmente no veo, pero ya me aparto.
-No, tranquila. Lo comprendo… Mira, yo no tengo prisa. Tómate el tiempo que necesites –Alicia se levantó un poco, me miró y me sonrió con confidencialidad.
-Muchas gracias, Paula –acto seguido extrajo el espéculo y lo depositó en la bandeja. Entonces comenzó a insertar dos de sus dedos en mi interior-. Muy bien, ya casi estoy… No te hago daño, ¿verdad? –preguntó mientras llegaba al fondo. Entonces se levantó y presionó mi abdomen, murmurando para sí lo que me pareció identificar como los pasos a seguir durante la exploración.
Esta parte del examen siempre era la más difícil para mí, ya que me sentía como si me penetraran y lubricaba más de lo habitual. Alicia lo notó.
-Vaya, estás muy mojada, ¿esto es normal? –al no encontrar respuesta, respondió con picardía-. Ah, no te preocupes. No diré nada.
Volvió a sentarse en el taburete, arrimó más la lámpara y volvió a meterme dos dedos, girándolos de un lado a otro. Los metía y sacaba palpando con cuidado las paredes vaginales y rozando ocasionalmente el clítoris. Yo no sabía si era casual o intencionado, pero me estaba mojando muchísimo. Entonces se alejó y fue a por otro par de guantes.
-No he notado nada raro, todo está perfectamente. De todas formas tú sigue viniendo cada año, ¿eh? Ahora te haré un tacto rectal.
¿Tacto rectal? ¿Meterme un dedo por el culo?
-Esto… Alicia, Adela nunca consideró necesario hacerme ninguno –dije mientras el guante de látex restallaba sobre su delicada mano. Alicia me miró con sorpresa.
-Oh. Tienes razón, lo siento. Lo dejaré estar… -se disculpó a toda prisa. Me sentí terriblemente mal. Solo quería aprender, y al fin y al cabo, yo estaba disfrutando siendo el juguete de esa joven ginecóloga.
-Espera, Alicia… Hazme el examen rectal, venga. Estás estudiando y necesitas tener toda la preparación posible. Adelante. Solo… -bajé la voz, un poco avergonzada- ten cuidado.
La doctora sonrió.
-Adela tenía razón. Eres una paciente muy especial. Tranquila, intentaré no hacerte daño. Pero sí será un poco desagradable.
Dicho esto, se ajustó el otro guante y se sentó en el taburete. Cogió un tubo de vaselina y se untó un dedo.
-Muy bien, Paula. Ahora quiero inspires profundamente y sueltes el aire cuando yo te diga –obedecí. No podía verla, pero sentí su mano izquierda acariciarme el culo mientras dejaba a la vista el orificio de mi ano-. Ahora suéltalo despacio.
Entonces sentí su fino dedo lubricado penetrar muy poco a poco por mi ano. Dolía, pero también me provocaba una gran excitación. Lo metió hasta el fondo y entonces lo giró, primero de un lado a otro y luego formando círculos, hurgando en mi culo a su antojo mientras a mí me hacía daño y me ponía cachonda a partes iguales. Alicia debía saberlo, porque entonces decidió meter un dedo más “para descartar anomalías”.
-¿Duele, Paula? –preguntó mientras sus dos dedos se metían hasta el fondo de mi ano.
-Sí… Pero no te preocupes, tú haz lo que tengas que hacer… -respondí entre jadeos.
No pude verla, pero sabía que se estaba sonriendo. Me hizo sufrir un poco más hasta que retiró despacio sus dedos mientras me acariciaba el culo para “relajarme y facilitar la salida”.
-Muchas gracias por prestarte, Paula. He aprendido mucho de tu cuerpo. Ya puedes quitar los pies de los estribos. Quítate la bata para que pueda explorar tus senos.
-Voy… -contesté exhalando con fuerza. Alicia se lavó las manos y yo me descubrí dejando mis tetas al descubierto. Comenzó palpando el interior de mis axilas y el lateral exterior de mis pechos. Luego se retiró un instante.
-Túmbate en la camilla –obedecí. Entonces exploró minuciosamente cada uno de mis pechos acariciando disimuladamente mis pezones. Yo simplemente podía dejarme hacer. Luego presionó cada uno de mis pezones para “comprobar que no segregaban nada”, poniéndomelos duros. Masajeó un poco cada pecho con mimo, deleitándose en cada rincón de mis tetas “estudiando mi anatomía”. Yo no había dejado de lubricar en ningún momento. Finalmente se retiró.
-Muy bien, ya puedes vestirte.
Me ruboricé. Estaba empapada, no podía vestirme así. La doctora me miró con cara de circunstancias, me acercó una toallita y me susurró al oído:
-Eres una paciente ejemplar, Paula. Espero verte pronto por aquí –por supuesto, no dejó de mirarme mientras me vestía y salía de la consulta. Lástima que fuera a estar poco tiempo por ahí.
Unos días más tarde, Adela me llamó: “Paula, ¿qué tal? Espero que Ali se portara bien. Me ha dicho que te ha revisado el recto y la verdad, no sé cómo decirte esto… ¿podría revisártelo yo de nuevo cuando vengas la semana que viene a ver los resultados? Siento curiosidad.”
Sonreí.
-Tendré que pensarlo.