La ginecóloga (3 - Final)
Después de ser violada en el autobús, Lara es llevada a la casa de la ginecóloca donde encontrará a un viejo amigo.
Y el marido se une a la fiesta
Prácticamente la semana se ha consumido, volando, como siempre. Después de un inicio con energía, los días han ido pasando y mi salud ha empeorado tal y como me pronosticó la doctora. Me ha visitado otro médico, amigo de la familia, pero no ha sabido encontrar cuál era el motivo de mi cansancio, fiebres puntuales, dolores de espalda Las noches se hacen eternas, me cuesta mucho dormir y, cuando lo consigo, no hago más que soñar con ella, con su cuerpo, con su olor; soy consciente que la necesito, que se ha creado un vínculo de dependencia con ella, pero también tengo claro que no pienso ser su esclava de por vida, antes prefiero acabar en un hospital, internada, esperando que alguien encuentre un remedio para mi enfermedad o
Es viernes, voy al trabajo como cada día; si pudiera quedarme en casa no lo dudaría ni un segundo. Tengo serios problemas para subir al autobús, que como siempre está abarrotado de gente. Me agarro a la barra que cuelga del techo y me preparo para soportar los apretones y achuchones de la gente que sube. De golpe, noto como alguien se pega mucho a mi, por la parte trasera. No puedo ni siguiera girarme, de la gente que tengo alrededor. Noto su mano que empieza a sobarme el culo, lentamente. No tengo ni idea de quien es, si es hombre o mujer, pero las caricias se van incrementando hasta que noto la mano por debajo de mi falda. Mi debilidad me impide intentar girarme apartando a la gente, gritar para llamar la atención; solamente me mantiene de pie, allí en medio, soportando el manoseo del desconocido.
Sus dedos se deslizan por los lados de mi braguita, buscando mi culo. Me acarician las nalgas, suavemente, mientras van bajando hasta tocarme justo al principio de mi coño. Un frenazo del autobús provoca que me eche atrás, de forma que el desconocido puede meter mejor la mano de forma que su dedo queda totalmente encajado por encima de raja, tocando con la yema mi clítoris. Casi sin tiempo de reaccionar, noto otro dedo que juega con el agujero de mi culo. Son dos sensaciones que se mezclan, al mismo tiempo, provocando que la respiración se acelere y algún pequeño gemido salga de mi boca; por suerte el autobús hace mucho ruido y nadie nota nada. Cierro los ojos y hago lo único que puedo: sentir como me penetran en contra de mi voluntad sin poder hacer otra cosa que aguantarme fuertemente de la barra para no caerme al suelo en cuanto la gente se separe de mi.
El dedo más largo del desconocido se empieza a introducir dentro de mi coño al mismo tiempo que otro dedo de la mano que esta en mi culo inicia un movimiento de mete-saca suave pero ininterrumpido. Si no fuera por la gente ya estaría en el suelo. Noto su respiración en mi cuello también se está excitando, aunque dudo que pueda tocarse, pero el desconocido se está pendiendo cachondo mientras me masturba lo noto. El dedo del culo abandona su posición y, a los dos segundos, una mano se ha deslizado por debajo de mi jersey y me empieza a tocar uno de mis pechos, por encima de la fina tela del sostén. La combinación de placer que siento en mis dos puntos más sensibles me está haciendo perder el equilibrio; aunque quisiera bajar los brazos, no podría, no tengo donde ponerlos. Me siento como si estuviera colgada en una barra sin poder defenderme y recibiendo las caricias de un desconocido al cual no puedo verle la cara.
Mi pezón empieza a endurecerse, está como una piedra, luchando por atravesar el sostén. Mi otro pecho también reacciona y muestra su botón orgulloso, llamando la atención de un chico joven que está justo delante de mi. Intenta disimular pero no puede evitarlo, sus mirada se pierde en mi pecho, cautivo en su prisión. Mi mirada dispersa, con los ojos entreabiertos se cruza con la del chaval, que esta vez no la aparta, decidido a mostrarme su descaro provocado por su propia excitación. Mientras el desconocido sigue jugando con mi clítoris, trabajándomelo como un verdadero maestro y sus dedos estimulan mi pecho como nunca lo había hecho nadie, un nuevo frenazo atrae aún más hacia mi al chaval joven, cuyo rostro queda a dos dedos del mío. Sin pensármelo dos veces le beso con pasión, metiendo mi lengua hasta el fondo de su garganta. Él no tiene tiempo de reaccionar, por lo que abre su boca y me devuelve el beso dejando que nuestras lenguas jueguen mezclando las salivas de ambos.
Mientras el chaval me soba el otro pecho, la sensación de ser poseía por unos desconocidos me lleva a un orgasmo que consigo hacer que pase inadvertido al resto de viajeros gracias al beso que nunca termina con el chico. Mis piernas tiemblan y ya no aguantan mi peso. Otro nuevo frenazo coincide con la siguiente parada, la del centro; todo el mundo baja del autobús para dirigirse a su trabajo. Con los ojos cerrados, recuperándome del placer que acabo de obtener, ya no noto las manos de mi violador desconocido ni los labios del joven. Al momento me desmorono en el suelo del autobús. Lo siguiente que recuerdo es al conductor dándome aire con unas hojas y una señora mayor que repite una y otra vez que esta juventud de hoy en día no come debería y esto es lo que pasa.
Me ayudan a bajar y me siento en el banco de la parada, intentando respirar profundamente, recobrando el aliento. No se donde estoy, pero un coche para justo delante de mi y abre la puerta. Es una limusina negra, con los cristales opacos. En la penumbra del interior intuyo una silueta que me es vagamente familiar: es la doctora que me invita a subir. Empleo mis últimas fuerzas en subirme al coche, como movida por un instinto desconocido. Se que ella tiene mi medicina y es la única que puede hacer que me sienta mejor. Como un perrito me arrodillo en el suelo. El coche es bastante ancho por lo que no tengo problemas para acomodarme. Ella coloca una pierna a cada lado de mi y se sube la falda lentamente. Entre sus dos grandes y fuertes piernas aparece la fuente del elixir de mi salvación que me dará el néctar de la vida que necesito para recuperarme. Como una desesperada me lanzo entres sus piernas y empiezo a lamerle el coño con desesperación, esperando que sus jugos fluyan mi garganta para sentirme algo mejor. Ella aprieta mi cabeza en su entrepierna, para sentir mejor mi lengua jugando con su clítoris. Unos minutos más tarde su cuerpo empieza a temblar, sus muslos me aprietan la cabeza y un fuerte grito sale de su boca: sus líquidos más íntimos surgen de su coño dándome de nuevo la energía que necesito. Mi cara está empapada y me siento complacida por mi recompensa.
Ella me mira sonriendo y me aparta de golpe tirándome al suelo. Me obliga a estirarme hasta que apoya sus pies sobre mi, uno sobre mi coño y otro me mantiene la cabeza en el suelo presionándome con la planta de su zapato en mi cuello. Tengo claro que seré su alfombra hasta que lleguemos a donde me lleve, ya que por mucho que quiera no puedo hacer nada contra una mujer mucho más fuerte que yo de la cual dependo psíquica y físicamente. El viaje se me hace eterno ..
El coche se paró justo en la puerta de lo que parecía una casa en las afueras de la ciudad. Se abrió la puerta metálica y entramos. El coche entró en un garaje privado y se cerraron las puertas justo al pararse el motor. La doctora buscó en su bolso y sacó un collar de perro que me colocó en el cuello. Estaba claro que íbamos a salir. Mientras tiraba de mi me incorporé y salí del coche. Me arreglé un poco la ropa que me había quedado un poco arrugada y descompuesta por la posición y seguí sus pasos. Ella pasó la cadena por encima del hombro lo que me obligó a pegarme bastante a su cuerpo. Era increíble como seguía impresionándome esa mujer como el primer día que la vi: Fuerte pero a la vez femenina, decidida con lo que hace y consciente de su poder dominante sobre mi y otras muchas más que habrían pasando antes que yo por sus manos.
Entramos en un salón bastante amplio, con muebles muy elegantes. Había una chica con traje de sirvienta justo en la puerta, esperando a recibir órdenes. Era una chica un poco más bajita que yo, morena, de pelo largo. También tenía unas buenas curvas, pero sobre todo tenía unos pechos impresionantes, voluptuosos. El traje apenas podía contener los pechos en su interior y sus pezones se marcaban por completo a través de la tela. Llevaba medias negras y zapatos de talón alto, excesivo para tratarse de una criada normal y corriente.
- Muy bien, Lara, te voy a proponer un juego, va a ser muy divertido y si ganas te dejaré ir, para siempre. Te daré el antídoto a tu enfermedad y nuestros caminos no se cruzarán nunca más (por tu bien mejor que sea así).
Yo no sabía que decir, tan solo escuchaba lo que me estaban proponiendo. No tenía mucho donde escoger, así que asentí con la cabeza en señal de aprobación.
- Bien, pero para jugar necesitamos algo más Ana, por favor, trae a nuestro "invitado". Me quedé mirando a la criada como se iba, rápidamente, y desaparecía por una de las puertas de la sala. Al cabo de un rato escuché una especie de gemidos y vi aparecer a la criada con una cuerda en la mano. Para mi sorpresa, en el otro extremo iba un hombre atado, con un cepo puesto en la cabeza, de esos que te sujetan el cuello y las manos a la misma altura, típicos de la Edad Media. El hombre iba medio caminando y arrastrándose por el suelo. Llevaba tan solo un slip como vestimenta, estaba sudado y poco aseado; era evidente que lo tenían encerrado en una celda como mínimo.
La sirvienta llegó hasta el centro de la habitación y obligó al hombre a arrodillarse, mirando al suelo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando levantó ligeramente la cara para mirarme: ¡¡Era Eduardo, mi examante y marido de la doctora!! Lo mantenía encerrado en alguna parte de esa enorme mansión y le estaba torturando. Estaba amordazado con una de esas bolas que ya había probado personalmente y su mirada era una mezcla de terror y odio hacia la doctora. Justo en el momento que alzó la vista para mirarla la sirvienta le dio una patada en el estómago que le obligó a recogerse sobre si mismo y casi tocar con la cara en el suelo, ahogando su grito de dolor la mordaza que llevaba.
- El juego es muy sencillo: vamos a darnos placer mutuamente, tu y yo, Lara. Si yo llego al orgasmo antes que tu pierdes un punto, y la penalización la sufrirá tu querido amigo que ahora se arrodilla ante nosotras. Si eres tu la que primero llega al orgasmo, el punto será para ti. Si consigues tres puntos, serás libre y ese gusano podrá irse contigo. Si consigo yo los tres puntos . Olvídate del mundo exterior, porque la dependencia hacia mi será tal que no querrás salir nunca más de estas cuatro paredes, te lo aseguro. Diciendo esto me dio de beber un vaso de agua. Me obligó a tragármelo todo. La verdad es que tenía sed, pero no entendí porqué me ofrecía agua.
Bueno, no me quedaba más remedio que participar en su juego, siguiendo sus normas, claro, no tenía muchas opciones. En la puerta de la entrada había el cabrón que se lió conmigo aquella noche, la anterior a la visita de la doctora. Evidentemente, el me había envenenado siguiendo la ordenes de la sádica que tenía delante y ahora me encontraba en esta situación por su culpa. No me sería fácil escapar, y menos en mi estado de debilidad, por lo que opté por seguirle el juego.
- Ah!, se me olvidaba, la forma de darnos placer la decidiré yo en cada momento, por lo que las cosas no te serán demasiado fáciles. Mientras decía esto se relamía los labios y me lanzaba un beso. Era evidente que con el envenenamiento que llevaba encima, los orgasmos se me resistían bastante, por lo que me sería complicado llegar antes que ella. Por otro lado, tendría que intentar aparentar mucha voluntad pero, al mismo tiempo, ser el mínimo de eficaz posible porque no tenía mucho margen de error.
Mientras pensaba eso Esteban fue levantado del suelo y le inclinaron hacia delante, encajando el cepo en un soporte parecido a un pedestal que le mantenía con el cuerpo doblado en un ángulo de 90º perfecto, mostrando su culito (lo tenía monísimo) hacia nosotras. La sirvienta se puso justo a su lado y empezó a estimularle la polla, haciendo que se endureciera. Justo cuando su miembro estaba en el máximo esplendor dejaba de sobarlo para que perdiera un poco de su erección y no llegara al orgasmo. Inmediatamente volvía a tocarlo para volver a ponerlo duro, y así repetidamente de forma que el pobre infeliz nunca llegara a desahogarse pero no dejara en ningún momento de estar cachondo.
La doctora me obligó a desnudarme, quedándome en ropa interior y con los zapatos puestos. El cabrón de la puerta me colocó unas esposas acercándose a mi en la posición más difícil, pegado a mi cuerpo por delante, de forma que me abrazó para tener más contacto. Se restregó un rato conmigo hasta que las aseguró y me dio un beso que no pude evitar. Le miré con cara de odio pero sin tiempo a reaccionar la doctora tiró de mi cadena y me obligó a arrodillarme ante ella. Con las manos a la espalda y mirándola de abajo a arriba, pude ver como se iba desnudando lentamente y su ropa iba cayendo justo delante de de mis narices.
Una vez quedó completamente desnuda y, al igual que yo, con sus zapatos de aguja puestos, se sentó en su sillón y me atrajo hacia ella. De encima de la mesa cogíó una especie de arnés con una polla al otro lado, igual al que trajo el día que me "visitó" en mi casa. Haciéndome abrir la boca me colocó la polla mas pequeña dentro, atándome el arnés por detrás de la cabeza. De mi boca salía, por lo tanto, una polla enorme que apuntaba a escasos centímetros al enorme coño de la doctora que emanaba un olor fuerte a hembra cachonda.
- Ponte un poco al lado, así, justo encima de mi pierna. Tienes permiso para restregar tu coño sobre mi espinilla hasta llegar a tu orgasmo. Mientras, me follarás el coño con todo el entusiasmo del mundo ya sabes las normas, la primera que llegue al orgasmo gana.
Evidentemente tenía las de perder, pero intentaría frotarme con toda la intensidad del mundo para llegar antes que ella. Dobló la rodilla de forma que mi coño entrara en contacto con la pierna, mientras me cogía la cabeza con ambas manos y me acercaba a su coño. Introdujo la polla de golpe en aquella gruta que golpeaba una y otra vez mi cara. Mi boca estaba llena con la otra polla y en cada envestida notaba la punta que tocaba con mi garganta casi ahogándome. No tardó mucho la muy guarra en llegar al orgasmo. Yo me puse muy cachonda pero no conseguí mi objetivo. Una vez más soltó un grito ensordecedor y me empujó separándome de su cuerpo de forma despectiva. Justo quedé mirando hacia Eduardo que estaba de perfil delante de mí. Sus ojos expresaban terror como sabiendo lo que le esperaba.
Mirando hacia su parte trasera, pude ver como le temblaban las piernas y entonces descubría a la sirvienta sin su traje típico, aunque mantenía la cofia: se había quitado el traje y mostraba sus enormes pechos que se mantenían completamente erectos, desafiando la ley de la gravedad. Se escupió en la mano y embadurnó un enorme ariete que salía de su coño por un momento pensé que era un consolador como el que llevaba yo en la boca pero mi sorpresa fue comprobar que aquello no era artificial: era un travesti, un tío operado, con un cuerpo de mujer pero con una polla que sería la envidia de cualquier hombre. Si no fuera por esa polla nunca habría dicho que aquello era un tío. Era muy guapa y su cuerpo femenino, aunque con unas curvas de ensueño.
Sin pensárselo dos veces empezó a introducir la polla en el culo de Eduardo, lentamente, disfrutando del dolor que sentía aquel pobre hombre. Se cogíó de las caderas para apretar más hasta que la polla se escondió completamente en su culo. El pobre diablo estaba rojo, gritando a través de su mordaza como podía, sintiendo aquel miembro que le llenaba su culo e iniciaba un movimiento de mete-saca que le hacía sentir una terrible humillación: un travestí le estaba follando el culo delante de su mujer y de su examante. Yo asistía a ese espectáculo horrorizada, mientras el gorila me quitaba la mordaza de la polla y me obligaba a sentarme a los pies de la doctora, mientras me acariciaba el pelo como si se tratara de su mascota.
- Ese es el precio que debe pagar tu amigo por perder tu primer asalto . Pero tranquila, Ana no tiene mucha resistencia y no tardará en correrse. Espero que ese desgraciado no se desmaye y note como mi criada le llena el culo con su leche el muy cabrón se lo merece, verdad? Me dijo mientras me agarraba fuerte del pelo y me obligaba a mirarle la cara que había acercado a escasos centímetros de mi. Notaba su respiración justo delante de mi rostro. De golpe pasó su lengua por toda mi cara como si lamiera un helado y me soltó, pasando una pierna por delante de mi y colocando la planta del pie sobre mi coño, apretando para que sintiera su presión y no me moviera mientras asistía justo al orgasmo de la travesti que caía rendida encima de la espalda de Esteban. Era el primer round y todavía faltaban unos cuantos esperaba.
Durante un buen rato fuimos sometidos a todo tipo de vejaciones para satisfacer a aquellas dos sádicas que nos usaron como quisieron: tuve que comerle el culo a la doctora durante un buen rato mientras ella se masturbaba viendo al pobre desgraciado de su marido chupándole la polla a la sirvienta; mi culo también fue cruelmente follado mientras observaba a mi examante suspendido por las muñecas del techo soportando los latigazos que le propinaba la sirvienta, mientras la doctora me comía el coño y llegaba a otro orgasmo aunque esta vez después de mi. Durante todo este tiempo, el ritual del vaso de agua se fue repitiendo, lo que me provocó unas ganas importantes de orinar, pero era evidente que no era un buen momento para pedir que me dejaran ir al lavabo.
Finalmente, el tema estaba empatado: 2 orgasmos a 2, igualadas. La que llegara primero ganaba, era el momento de la verdad. Enrique estaba tumbado en el suelo, con las manos atadas a la espalda, sudando y destrozado por todo lo que había sufrido. Medio desmayado ya no era muy consciente de la situación en la que se encontraba. La criada estaba sentada en el sofá, fumando un cigarro y recuperándose de los varios orgasmos que había obtenido a costa del pobre desgraciado que ahora estaba a sus pies, sirviéndole de alfombra. Yo estaba a cuatro patas, soportando el peso de la doctora sentada en mi espalda; le hacía de silla mientras pensaba la forma en la que desempataríamos. De golpe se levanto y el propio alivio me hizo caer al suelo rendida. Salió del salón y volvió con una especie de cubeta de plástico, las típicas que usan los perros para comer. El cabrón del guardaespaldas me levantó cogiéndome del pelo y me llevo justo encima del cuenco, atándome las manos al a espalda y obligándome a ponerme en cuclillas. No me fue muy difícil adivinar lo que querían que hiciera: Tras concentrarme un poco empecé a mear en aquel recipiente intentando no errar la puntería y manchar el suelo, solo me faltaba ser castigada por enguarrarles la casa. Estaba meando delante de todos (ahora entendí el porqué de obligarme a beber tanta agua) justo enfrente del pobre desgraciado que, ahora, estaba de rodillas a un palmo escaso de mi coño, obligado por la criada que le mantenía la cabeza cerca del cuenco. Cuando terminé (lo dejé casi lleno) me tiraron del pelo de nuevo y me lanzaron sobre el sofá.
- Bien Lara, prueba final: yo me tenderé sobre la alfombra y haremos un 69 en toda regla. Nos comeremos el coño mutuamente y la primera que llegue al final, gana. Evidentemente, tu tendrás un extra añadido que te impedirá que te puedas concentrar pero mejor no te lo cuento, ya lo notarás- dijo la muy guarra riéndose a carcajada limpia. Su cuerpo brillaba por el sudor; hacía calor. Sus músculos se resaltaban y me parecía aún más grande y poderosa que antes. Ella no se dio cuenta pero aquella visión de una mujer rubia, excitada y dispuesta para comerle el coño me estaba poniendo a 100 y eso me favorecía.
Enrique fue obligado a tocar prácticamente con la punta de la nariz aquel líquido amarillo que había salido de mi coño. Era claro que el castigo por perder mi round era beberse mi orina como si se tratara de un perro sediento. La criada se había casi sentado sobre su cuello, dispuesta a hundirle la cara en el cuenco. Le mantenía cogido por el pelo para que no se apartara y rozaba la polla con su nuca para que ésta fuera creciendo de tamaño no quería ni pensar en lo que podría hacerle cuando llegara a su máximo esplendor.
De nuevo violentamente fui llevada hacia la doctora y obligada a colocarme sobre ella, en posición opuesta. Su coño estaba palpitando ansioso por recibir mi lengua. El olor empezaba a ser insoportable, sus jugos se habían mezclado ya con mi saliva más de una vez y seguía tan excitado como al principio. El clítoris latía como si se tratara de una pequeña polla que pedía ser chupada. Sus piernas medio dobladas me permitían ver una perspectiva increíble de unos muslos brillantes y tensos que esperaban el orgasmo final. Para poder maniobrar mejor, me desataron las manos, con lo que podría emplear todas mis armas para darle placer aunque eso era lo que menos me interesaba, pero bueno, debería pensar en algo para favorecerme.
- Bien, y el juego empieza . ¡Ya! Justo la doctora dijo eso el orangután de turno me hundió la cabeza en el coño de mi torturadora obligándome a chuparlo y lamerlo con devoción. Ella hacia lo mismo pero, evidentemente, con muy poco entusiasmo. De reojo pude ver como la criada bajaba cada vez más sobre el cuello del Enrique y le obligaba a beberse todo lo que yo acababa de evacuar era asqueroso pero no le quedaba más remedio que tragara si no quería ahogarse. Para él era la peor humillación que podía sufrir: beberse los meados de su examante delante de su mujer que, a su vez, me obligaba a comerle el coño para llegar a su tercer orgasmo consecutivo.
El tipo que me hundía la cara en el coño de la doctora me dejó momentáneamente y se fue donde estaba Enrique. Se puso justo delante de el y le ofreció la polla a la criada para que le obsequiara con una mamada mientras dejaba, ahora si, todo su peso sobre la cabeza de aquel pobre infeliz que bebía sin parar si quería seguir viviendo. Una vez tuvo la polla bien erecta, el tío se fue justo detrás de mi examante y, colocándose en cuclillas le apuntó la polla (enorme, por cierto) en el agujero de su culo. El intentó apartarse, pero con las manos atadas y unas cadenas que le impedían separar los tobillos poco podía hacer. Ya había terminado de beberse todo mi líquido, por lo que la criada cambió de posición y se sentó justo delante de él, apartando el recipiente vacio. Tenía la polla a punto para una mamada de un hombre que había tragado medio litro de orina y al que se lo estaba follando un tío con una polla de 25 cm. Cogíéndole del pelo le obligó a tragar ese pedazo de carne hasta el fondo haciéndole mamar la polla que había tenido ya antes en su boca.
Esa situación me llevó a mi límite personal y, después de haber recuperado todas mis fuerzas por la cantidad de jugos vaginales que había tragado de mi dominadora, decidí pasar a la acción: la muy guarra estaba rondando ya el orgasmo y tenía que espabilarme si no quería ser su esclava toda la vida. Dejé caer mi peso sobre su cara y apreté con fuerza mis piernas alrededor de su cuello. Su cara quedó hundida en mi coño que, sin ella tenerlo en cuenta, estaba empapado de mis meados ya que no me había dejado limpiar. Esto le provocó una especie de ahogamiento que la puso nerviosa y no supo bien que hacer. Se movía con fuerza pero el no poder respirar con normalidad hacía que pudiera retenerla en el suelo sin problemas. Dejé de chuparle el coño y empecé a meterle un dedo por el culo, sin ningún tipo de cuidado. Esto provocó que diera un ligero salto y apretara sus piernas para aprisionarme la cabeza entre ellas. La situación era de poder a poder, pero no podía dejar escapar mi oportunidad, ya que los otros dos estaban distraídos follándose a Enrique y no se dieron cuenta de lo que sucedía.
Poco a poco le metí 3 dedos más en el culo de aquella mujer que apretaba cada vez con más fuerza, pero que no podía respirar porque mi coño la ahogaba por momentos. Los forcejeos provocaban que su cara se restregara por mi entrepierna sin parar, lo que me acabó llevando al orgasmo más alucinante que había tenido hasta el momento. Apreté tanto mi coño a su cara que ella aflojó la presión sobre mi y dejó caer sus fuertes piernas sobre el suelo casi sin respiración. El grito que solté hizo que los otros dos soltaran a Enrique y se lanzaran sobre mi para apartarme de la doctora. Mientras me sujetaban y buscaban las esposas para colocármelas de nuevo, ella dijo desde el suelo, casi sin aliento:
No . No dejadla . Soltadla me ha vencido cof! Cof! Dadme agua, ¡Rápido, imbéciles!!!! Inmediatamente me soltaron y le dieron parte del agua del la cual yo había sido obligada a beber, hasta que recuperó el aliento. Se levantó del suelo y se dirigió a su escritorio. Su cuerpo desnudo se movía torpemente, recuperando la respiración. Abrió un cajón y me lanzó una botellita pequeña, con un líquido azul.
Bébete esto, coge a este desgraciado y largaros de aquí, ¡Vamos!- Me dijo sin mirarme, tosiendo y aguantándose con una mano en la mesa. Como pude me la bebí, cogí mi ropa y a Enrique, le desaté bajo la atenta mirada de odio de los dos bastardos que le habían violado y nos fuimos pitando. En la calle le di algo de ropa que encontré en la entrada de la casa y salimos a la carretera hasta llegar a una parada de autobús. Estuvimos media hora esperando a que llegara alguno, rezando para que aquella loca no se hubiera arrepentido y volviera a por nosotros. Finalmente llegó y nos largamos de allí sin cruzar palabra. Al llegar a la ciudad Enrique me miró y dijo un "Gracias" con la mirada perdida y caminado como podía aguantándose en los asientos. No le volví a ver nunca más.
Cuando llegué a casa me duché y me senté en el sofá. Encendí la televisión pero no podía ver nada por mucho que mirase, solo recordaba lo que allí había pasado. Por un lado me repugnaba como nos habían usado, pero por otro la visión de aquella mujer se me había quedado grabada en la mente y me resultaría muy difícil de olvidar. Como un autómata descolgué el teléfono y escuché los mensajes que había mi madre, el revisor del gas, una persona que se equivocaba y .
- "Srta Lara, le recordamos que el viernes que viene tiene una cita con su ginecóloga. Aunque está usted muy recuperada de su enfermedad, la doctora le invita a una revisión rutinaria para ver si no le han quedado secuelas BIIIIIIIP"
La sangre se me heló, por un momento pensé en llamar a la policía. Pensé que seria un mensaje anterior a mi secuestro al salir del autobús pero luego apunté en la agenda mi cita no podía pasar por alto una visita a la ginecóloga no me lo perdonaría jamás.