La ginecóloga

Una doctora descubre que su mirado es infiel y decide castigar a la amante.

La ginecóloga

La primera visita

Mi nombre es Lara, tengo 23 años y lo que os voy a contar me sucedió hace muy poco y que ha cambiado mi vida A veces una cree que las casualidades ocurren porqué si, sin ningún motivo aparente, pero lo que me ocurrió a mi fue de lo más curioso, como si se tratara de una película de engaños amorosos y ajustes de cuentas entre parejas.

Soy una chica atractiva, morena, de pelo rizado, con bastante éxito entre los hombres (no me puedo quejar, la verdad). Actualmente llevo una larga temporada sin pareja estable, lo que me permite saltar de hombre en hombre sin demasiados problemas, sin lazos que nos unan y sin compromisos estúpidos.

Una tarde, en una cafetería, conocí a un hombre, cuarentón, muy amable. Empezamos a hablar como por casualidad, y acabamos pasando juntos toda la tarde. Primero fue un café, luego una copa, más tarde nos fuimos a cenar y acabamos en mi apartamento echando un polvo de lo más salvaje. El tío llevaba tiempo sin mojar, por lo que fue de lo más efusivo y, al mismo tiempo, delicado conmigo; realmente una noche agradable.

Nos seguimos viendo cada vez con más frecuencia. El estaba casado, pero me contaba que su mujer le llevaba por el camino de la amargura, porque era extranjera, con unas costumbres muy extrañas y una forma de entender el sexo diferente; ella lo veía como algo asqueroso que solo era necesario para procrear y poca cosa más. Él reconocía haberse equivocado cuando se casaron, pero el puesto de director general que ocupaba en el banco había valido la pena. El padre de ella era muy influyente y su familia estaba forrada de pasta… a veces el interés provoca estas cosas, que metas la pata hasta el fondo y luego sea demasiado tarde para sacarla.

La cuestión es que, como yo tampoco tenía trabajo, el tío me metió en el banco como secretaria de administración. Al poco tiempo me había convertido en la responsable del departamento y tenía un sueldo más que jugoso. Esto me había permitido comprar un lujoso ático en el centro y cambiar mi vieja chatarra por un descapotable que quitaba el hipo. Evidentemente, estaba hipotecada hasta el fondo y ni se me pasaba por la cabeza perder este trabajo, costase lo que costase.

Los meses pasaron y Esteban (así se llamaba) me dijo que lo nuestro debía terminar, que su mujer sospechaba y que no era capaz de imaginarme hasta donde podía llegar si se enteraba de su historia conmigo. Inicialmente me supo mal, pero luego pensé que casi mejor, tenía la posibilidad de explorar otros "campos" y no encasillarme con el mismo hombre mucho tiempo. Esteban me prometió que me mantendría en mi puesto y que no me faltaría de nada, pero que sobre todo mantuviera en secreto el lío que habíamos tenido.

Un par de semanas después de dejarlo, tras volver de renovar (con la tarjeta de crédito, claro) todo el mobiliario de mi ático, encontré un mensaje en el contestador:

  • Señorita Lara Gómez, le llamamos de la consulta de la doctora Swarkov, incluida en su lista de ginecólogos de la mutua. Le rogamos se ponga en contacto con nosotros al teléfono …..

Primero no entendí nada, ni siquiera le di importancia; al cabo de unos días llamé, y me explicaron que cada mes sorteaban chequeos completos a los clientes que pertenecían a la mutua de seguros del banco, de la cual me había hecho socia nada más entrar en el trabajo, aconsejada por Esteban. Pensé que no estaba mal, que hacía tiempo que no iba a mi ginecólogo habitual (un viejo verde asqueroso) y que no me importaría probar con una mujer, seguro que sería más agradable.

Me dieron hora para un viernes a las 20:45. Me pareció un poco tarde, pero me imagino que si eran visitas gratuitas, las deberían dejar para última hora. Me parecía un poco injusto para los médicos, pero bueno, seguro que se llevaba una buena tajada por ofrecer estos servicios a los clientes de la mutua.

Como pensé en salir aquella noche, me vestí para la ocasión. Después de la visita iría a comer algo y me acercaría por el local que frecuentan mis amigas, a ver si salíamos y encontrábamos algo interesante. No les dije que iría, por si estaba cansada, pero aquella misma tarde decidí que si, que tenía ganas de marcha y que seguro me las encontraría allí. Llevaba una blusa blanca, semitransparente, con una falda granate, por encima de las rodillas. Unos zapatos negros de tacón complementaban mi vestimenta. Esa noche me había puesto un conjunto de ropa interior rosa, con puntillas, también medio transparente, permitiendo que se intuyeran los pezones a través de la ropa. Pensé que ya que iba a la ginecóloga, debía llevar ropa mona que, a la vez, me serviría para impresionar al tío que yo decidiera pasara por mi cama esa noche.

Llegué como a las 20:30 y sólo quedaba una mujer en la sala de espera. Me senté y empecé a ojear las típicas revistas que tienen ya 2 meses o más, donde los cotilleos están ya más que caducados. La mujer salió en 10 minutos y me tocó el turno a mí. La enfermera me hizo pasar a la consulta y me dijo que esperara. Pasados 5 minutos entró la doctora. Yo no me considero bajita, mido 1,70 y tengo unos pechos bien proporcionados, ni grandes ni pequeños; la cuestión es que cuando vi entrar a esta mujer, me sentí un poco enana. Debía medir 1,80 o más, rubia, con los ojos azules. Grande, la palabra que definiría a esa hembra era grande. Me levanté para saludarla y sus ojazos se clavaron en los míos, al mismo tiempo que una media sonrisa se dibujaba en su rostro.

  • Buenas noches, señorita, por favor, tome asiento – Me dijo, con un claro acento alemán. Cuando me senté me fijé bien en su figura. Llevaba una bata blanca (típico), que le llegaba hasta un poco por encima de las rodillas. Unos zapatos negros de tacón contrastaban un poco con su imagen de doctora, pero no le di mucha importancia. Lo que si me impresionó fueron sus pantorrillas, perfectamente curvas, grandes y fuertes. Por un momento pensé que esta mujer debería haber sido todo un ídolo en su universidad, la reina de los deportes germanos, vamos.

Por su volumen intuí que lo de sus piernas no era más que una pequeña muestra del cuerpo que debería tener la "froilan". Se sentó lentamente en su sillón y empezó a mirar una carpeta con mi ficha…. ¿Mi ficha? Pero si no había venido nunca por aquí, como podía ser… bueno, sería la de la mutua, se la habrían pasado de mi anterior ginecólogo. Tras unos segundos mirando la carpeta la cerró y la dejó sobre la mesa, se acercó a mi y se sentó justo delante de mí, sobre la mesa. Separó las piernas de tal forma que pude intuir que no llevaba nada debajo de la bata (me imagino que ropa interior si, pero os aseguro que nada más). La visión de buena parte de sus piernas me puso algo nerviosa, pero intenté disimular como si nada. Sacando una de estas tablitas de madera que se usan para mirar la garganta, me pidió que abriera la boca y que sacara la lengua. Entonces la doctora se acercó a mi y me empezó a meter el artilugio por la boca, buscando no se qué. Me fijé que no llevaba el botón superior de la bata abrochado, por lo que a medida que se me acercaba podía ver más y más en su interior; de nuevo comprobé que tampoco llevaba nada debajo, tan solo un sostén de color blanco que acogía un buen par de tetas a proporción con su cuerpo.

  • Veo que tiene una buena garganta… cuando se introduce algo ahí dentro debe entrar sin ningún tipo de problemas, ¿No? – Me quedé un poco sorprendida por su pregunta, pero no pensé en segundas intenciones, ya que me estaba metiendo el palito hasta el fondo y las nauseas empezaban a ser cada vez más grandes. De pronto, me puse a toser y ella sacó de mi boca el palito y me dejó respirar.

  • Bien, veo que su garganta está en perfectas condiciones. Ahora quiero que pase al vestidor y se quite toda la ropa, dejándose las bragas y el sostén.

Me levanté, dejé el bolso sobre la silla y me dirigí al vestidor. Justo cuando pasaba por una estantería que había al lado de la puerta se me heló la sangre. Me quedé medio paralizada cuando vi la foto de Esteban con la doctora, los dos muy abrazaditos bajo la Torre Eiffel. Por un momento no reaccioné, me quedé allí, de pie, mirando el retrato.

  • ¿Le gusta la foto? Es mi marido, en nuestro último viaje a Paris. Hacía mucho frío, pero a pesar del gorro y la bufanda veo que me ha reconocido, ¿Verdad?

  • Ssssi, si…. Estoooo, si, claro, la he visto allí… con él… bueno, que no se quien es… bueno, si, es su marido, claro, me lo acaba de decir… los dos juntos… que bonito, yo… voy a desnudarme.

Y fui disparada hacia el vestidor. Estaba temblando, esa mujer era la jodida esposa de Esteban, - ¡Tendrá narices la cosa! Mira que hay doctoras en la ciudad, y va y me toca la mujer de mi examante… ¡Joder! – Pensaba en voz alta, mientras me desnudaba. No se si habría notado mi nerviosismo y mi sorpresa al verle allí, en la foto. Tendría que disimular e intentar salir de allí lo antes posible, no fuera a meter la pata con algún comentario. Mientras me desnudaba me miraba al espejo; soy morena de piel, con lo que el conjunto de ropa interior rosa me quedaba de fábula; llevaba un tanga que dejaba entrever ligeramente mi coño rasurado y se perdía entre mis piernas para entrar en mis bien formados glúteos que lucían el mismo color que el resto de la piel, ya que acostumbro a tomar el sol en la terraza de mi ático completamente desnuda. A menudo me quedaba contemplándome en el espejo, abstraída totalmente de lo que me rodeaba… como ahora, con el papelón que tenía y yo admirando mi esbelto cuerpo.

Salí del vestidor y la doctora me hizo poner de pie en medio de la consulta, donde empezó a examinarme tocándome todos y cada uno de los rincones de mi cuerpo. La verdad es que lo hacía con mucha delicadeza, incluso demasiada. Rozaba constantemente mis pezones que iban aumentando de tamaño y estaban cada vez más sensibles. Yo la dejaba hacer, cualquier gesto de incomodidad la podría hacer pensar, después de la reacción al ver su foto. Esteban me dijo que ella sospechaba que tenía un rollo con alguien, por lo que mejor seguirle la corriente.

Al cabo de un rato de sobarme y de ponerme cachonda, me hizo sentar en la silla justo en medio de la consulta. Ella puso otra justo enfrente de mí y también se sentó.

  • ¿Mantiene habitualmente relaciones sexuales? – Me dijo mientras cruzaba las piernas, dejándome ver hasta casi la mitad de su bien contorneado muslo.

  • Si… bueno, cuando encuentro a algui… bien, solo con mis novios... bueno, cuando tengo novio… que ahora no tengo, claro

  • ¿Usa métodos anticonceptivos cuando se va a la cama con un hombre? – Empezaba a desabotonarse la bata, lentamente, resoplando y mirando al exterior, como echando la culpa al calor del intenso verano que estábamos sufriendo.

  • Si, claro, siempre condón, porque nunca se sabe lo que – Me interrumpió preguntándome: - ¿Con su amante también usa condón o lo hace a pelo?

Eso me dejó fuera de juego, yo ya no sabía como ponerme, entre que estaba en ropa interior y que cada vez que me hacía una pregunta me miraba fijamente a los ojos me estaba poniendo muy nerviosa.

  • ¿Mi… mmmmi amante? No, no, yo no tengo... bueno, tenía, pero ya no… pero siempre con condón, ¿Eh? Que si no su mujer… bueno, no se si tenía mujer, a lo mejor si, a lo mejor no… no recuerdo, claro, quien lo quiere saber, si es tu amante, ¿No?

No sabía donde mirar, hasta que la doctora se desabrochó la bata por completo y me mostró su cuerpo musculado por el gimnasio; de entrada mantuve la calma, pero entre sus preguntas y lo que estaba viendo, estaba completamente fuera de mi, sin saber ni que decir ni que hacer. Sus abdominales eran bastante evidentes, a pesar de no tratarse de una mujer joven, era evidente que se cuidaba, y mucho.

  • Acércate de rodillas y bésame los pies, guarra. – Esas palabras salieron de su boca como si fuera una pregunta más - ¿Cómo? – le dije yo.

Entonces ella abrió mi supuesto expediente y vi como iban cayendo fotografías mías y de Esteban en bares, cafeterías, restaurantes, en el parque besándonos como adolescentes… y luego instantáneas en la cama, los dos follando, él comiéndome el coño, yo metiéndome su polla en la boca hasta el fondo, etc.

  • ¿Te lo repito o ya has entendido lo que tienes que hacer? – Mi cuerpo, como movido por hilos invisibles, empezó a dejarse caer por la silla hasta quedar de rodillas sobre la moqueta. Como una perrita que va a hacerle a arrumacos a su amo, me acerqué a ella lentamente, mirándola con vergüenza. La doctora se fue abriendo de piernas muy a poco a poco, tocándose los muslos y las tetas por encima del sujetador. Desde el suelo se me antojaba aún más grande y fuerte de lo que era. En cuanto llegué delante de ella la miré y le dije:

  • Se lo puedo explicar, verá, yo… ya no estamos juntos, fue solo…. – Una patada en pleno rostro me devolvió a la realidad. Caí al suelo medio conmocionada, no me lo esperaba.

  • Puta, no me vengas con historias, te has estado tirando a mi marido durante 6 meses, y ahora me vienes con explicaciones. Tú y yo vamos a pasar cuentas por todo lo que me has hecho. Ahora mismo te vas a convertir en mi juguete sexual y pobre de ti que no hagas todo lo que te diga, porque vas a tener problemas.

Pensé en lo que me podía hacer, y por un momento se me pasó por la cabeza correr hacia la puerta y gritar auxilio a la enfermera o a quien fuera, pero fue como si me leyera el pensamiento.

  • Ni se te ocurra moverte. Como bien sabrás, el banco que preside mi marido es de mi padre, por lo que tu trabajo depende, en este momento, tan sólo de mí. Te recuerdo que tienes sobre tus espaldas una serie de pagos que debes afrontar, y sin este maravilloso trabajos te quedarías completamente arruinada, y te aseguro que yo me encargaría que fueras a la cárcel; sabes que puedo hacerlo, así que a partir de ahora me vas a obedecer en todo lo que te mande, y tus visitas a tu nueva ginecóloga se van repetir una vez a la semana, de momento, hasta que yo me canse o hasta que te rompas psíquica y físicamente.

Me tenía cogida por los huevos… aunque yo no tenga de eso, pero bueno, ya me entendéis. La miré con odio, pero ella me señaló sus pies… ya sabía lo que debía hacer. Me puse de nuevo de rodillas y ella elevó ligeramente su pie derecho para que se lo empezara a besar. Sabía que debía hacerlo lo mejor que supiera y me dedique en cuerpo alma a rendir culto a mi nueva dueña. Tras un buen rato de besos y lamidas en su pie, sonó el interfono de su mesa. Me apartó con un movimiento seco y se levantó. De espaldas a mi, levantó el auricular y contestó. Era su secretaria diciéndole que ya se marchaba.

  • Bien, Lourdes, cierra la puerta con llave. La señorita y yo no hemos terminado todavía, y luego me quedaré revisando unos expedientes. Hasta el lunes… clic.

Sin darse la vuelta dejó caer su bata al suelo. Pude apreciar una espalda bien formada, ancha. La mujer debería pesar los 90 Kg, porque además de estar en forma también estaba un poco entradita en carnes, con un buen culo y una cintura no muy delgada precisamente. La cola de caballo que llevaba caía sobre su espalda y complementaba una visión de una auténtica amazona. Se dio la vuelta lentamente, me miró y me hizo señas para que me acercara a ella. No me levanté, lo hice de rodillas, no fuera que la molestase. Cuando estuve a escasos centímetros de su coño, pude notar el olor que desprendía… la muy guarra estaba cachonda, seguro que pensando en las cosas que iba a hacer conmigo. Yo no tenía más remedio que obedecerla si no quería perder mi empleo y arruinarme por completo.

  • Ahora empieza a adorar a tu dueña, perra, y procura hacerlo bien, porque si no vas a recordar esta noche el resto de tu vida – Mientras me decía eso me cogía por mi pelo negro rizado y me acercaba a su coño, que visto de cerca asustaba por su tamaño. Tenía muy claro lo que debía hacer y sin pensármelo dos veces empecé a besárselo por encima de la tela de las bragas suavemente, con todo el mimo del mundo.

Después de unos minutos la mujer se impacientó y se dejó caer hacia delante. Agarrándome del pelo nuevamente fue bajando hasta quedar de rodillas sobre la moqueta. Mi cabeza quedó atrapada entre los dos fuertes muslos que me impedían moverme, y mi nariz estaba justo sobre su raja, con la única separación de su braguita blanca. Me cogíó de las muñecas y las puso bajo sus rodillas. Con el peso que tenía la doctora me era imposible ofrecer resistencia, aunque me costaba respirar. Lo cierto es que la visión de las bragas justo encima de la cara, la imposibilidad de mover los brazos y el cuerpo impresionante de la mujer me estaban poniendo cachonda. El problema vino cuando me volvió a coger del pelo y la muy guarra empezó a masturbarse con mi nariz, como si fuera un consolador. No paraba de restregarse cada vez más fuerte y más rápido por mi cara, dificultándome enormemente la respiración. Por un momento pensé que no lo contaría.

De pronto se levantó de golpe, lo que me permitió coger aire. La respiración se me cortó cuando noté que algo me caía en la cara: eran sus bragas, se las había quitado mientras recuperaba el aliento. Igual de rápido que se levanto volvió a arrodillarse atrapándome de nuevo las brazos bajos sus potentes piernas, pero estaba vez la tela de las bragas que me mantenía relativamente a salvo de su coño había desaparecido. Mi cara se hundió en medio de ese manojo de pelos que estaban completamente empapados con sus jugos. Sin más dilación siguió con su movimiento rítmico ahora que tenía más contacto con su "consolador". A mi no me quedaba más remedio que tragarme todos esos líquidos que desprendía su coño, ya que me estaba ahogando completamente.

Al cabo de un buen rato su cuerpo empezó a temblar y un orgasmo le sobrevino al mismo tiempo que apretaba su coño con más fuerza sobre mi cara. Cogíéndome fuertemente de los pelos se tumbó hacia un lado y mantuvo mi cabeza entre sus piernas. Ahora ella estaba recostada de lado, con las piernas apretándome el cuello, mi cara en aquel chocho que seguía soltando flujos mientras sentía los últimos espasmos del orgasmo. Yo intentaba separarlas, pero era inútil, parecían de hierro. Así me tuvo un buen rato, hasta que se cansó de apretar y me soltó. No me ahogó de milagro.

Estuve tosiendo un buen rato mientras ella se levantaba y aseaba. Al cabo de un rato salió con la bata puesta de nuevo y me tiró la ropa encima.

  • Vístete y vete a casa. La semana que viene te quiero aquí de nuevo, a las 20:45 en punto. Lo de hoy ha sido una pequeña muestra de lo que está por llegar. Me vas a pagar todo este tiempo de infidelidad y de engaño… y te aseguro que te saldrá muy caro.

Mientras me decía esto la tenia justo a mi lado, de pie, mientras yo estaba sentada en el suelo. Haciéndome una seña me obligó a besarle de nuevos los pies y salí arrastrándome de la consulta con la ropa hecha un manojo. Me vestí en la sala de espera. Desde la consulta me abrió la puerta y salí hacia mi casa, llorando, intentando asimilar lo que había pasado. Mi destino había cambiado, y ahora estaba en manos de una sádica que tenía intención de hacérmelo pasar muy mal.

De momento no tenía otra salida, obedecerla y someterme a su chantaje… quien sabe si algún día encontraría la forma de cambiarlo todo.