La gemela

Somos mellizos, pero debimos ser gemelos, la diferencia es que mi hermana nació mujer y yo hombre, hasta que se solucionó la diferencia.

LA GEMELA

Con mi hermana Fabiola somos mellizos, pero debimos ser gemelos idénticos sin embargo, había una diferencia y era en el sexo, ella es mujer y yo nací hombre.

Todo iba bien (al menos), hasta llegar a la fecha del inicio de mi historia – hace doce años- y fue cuando tenía once. Era verano y habíamos estado tomando muchas bebidas frías por el calor y en la noche después que nos hubimos acostado, me dieron ganas de ir al baño, al pasar por el cuarto de mis padres sentí unos cuchicheos y como el calor era fuerte, aun de noche, la puerta estaba entreabierta, tal vez porque pensaban que nosotros dormíamos y no pasaría nada. El asunto es que me acerqué y pude verlos a la luz del velador y la escena se me fijó en la mente por mucho tiempo: mientras papá besaba a mamá que yacía echada en la cama, la había abierto de piernas y le acariciaba los muslos, por la posición en que me encontraba, la vista era perfecta y pude apreciar la gruesa verga de papá que se erguía amenazante, luego ella cogiéndola con una mano, la guió hasta la entrada de su vulva y esperó. Pero no esperó mucho, porque papá con la experiencia de los años, la empujó hasta la base, con lo que mamá rompió en gemidos y repetía una y otra vez una sola frase:

¡Me gusta, más, me gusta, me gusta, me gusta!

Y papá empezó su movimiento de vaivén, sacándola y metiéndola mientras ella repetía incansable su cantaleta anterior:

¡Me gusta, más, me gusta, me gusta, me gusta!

Yo veía como mamá se agitaba y jadeaba ante cada embestida, hasta que en una de esas, se la sacó y mamá cogiéndola con ambas manos, empezó a succionarla, hasta lograr que papá le derramara toda su leche en la boca, la cara, los pechos. Estaba paralizado, pero mi atención se centraba en mamá.

Durante varios días estuve espiándolos a ver si repetían la escena, pero no fue así, hubieron de pasar como diez días, para que tuviera oportunidad de la repetición del ritual, sólo que esta vez la cosa fue diferente, después de mamarle la verga, mamá se colocó en cuatro patas, dándole la espalda y él cogiéndola de las caderas se la fue introduciendo poco a poco mientras que ella se agitaba en movimientos de vaivén y yo podía ver como el grueso tronco paterno entraba y salía mientras como música de fondo los gemidos de mi madre repetía:

¡Me gusta, más, me gusta, me gusta, me gusta

Yo había quedado pensativo, ya que durante los encuentros sexuales, era sólo mi madre la que hablaba, mi padre no decía ni mu, eso me hizo suponer que en el fondo quien realmente gozaba era ella y que él lo hacía mas de obligación como esposo que por el placer que ella podía darle.

Sin embargo habían otros detalles en mi vida que irían marcando el rumbo de mi destino: mis relaciones con mi hermana.

Como dije somos dos hermanos solamente, con nosotros ya mis padres tenían bastante, y ambos teníamos que arreglárnosla para jugar juntos, así a veces yo jugaba con ella a las muñecas y ella jugaba conmigo con pelotas y carros, pero ahí comenzaban las diferencias, sus muñecas eran bonitas, tenían hermosos vestidos de muchos colores, en cambio mis juguetes eran simplones, pelotas de un solo color, o automóviles de fricción, nada que me llamase la atención, pero había algo que sí me llamaba la atención: la ropa. A ella le compraban unos vestiditos muy bonitos, y ganchos para el pelo, y zapatos de charol, y una ropa interior con encajes y blondas. En cambio a mi me ponían o una camisa a cuadritos, o una blanca con una chompa encima y pantalones de jean, todos azules, y los zapatos eran negros, siempre negros.

Conforme fui creciendo más me gustaba la ropa de mi hermana, hasta que un día se lo pregunté:

¿Por qué a ti te compran unos vestidos muy bonitos y a mi estos pantalones tan feos?

Por que yo soy mujer y tú no, y las mujeres siempre nos vestimos bonito.

Ahí quedaba zanjado todo el asunto, esa era la diferencia, y quizá por eso mamá gozaba y papá (aparentemente) no. A las mujeres siempre les tocaba la mejor parte y eso no me gustaba. A veces –muy pocas en verdad- me puse la ropa de mi hermana, sobre todo la interior, ¡y si que se sentía rica y suavecita! Que comparación con mis calzoncillos de algodón, blancos y sin ningún adorno.

Hasta que llegó el día que marcó mi vida. Saliendo del colegio, me había entretenido con unos amigos y ya mi hermana se había ido para la casa, eran como las cuatro de la tarde y la acompañaba Eduardo, un muchacho dos años mayor que nosotros (iba ya a cumplir 15) que estaba un año de estudios superior, ella decía que eran amigos y que él la ayudaba en las tareas, pero yo había oído un comentario entre sus amigas de que eran enamorados, a mi me daba igual. Llegué a la casa y se encontraba en silencio, papá no llegaba hasta las ocho y mamá había salido ya que normalmente a esa hora ella veía la tele en la sala. Me dirigí a mi cuarto a cambiarme y de soslayo miré el de mi hermana; estaba vacío, sin embargo, por el silencio del ambiente, pude percibir ruidos en el cuarto que papá usaba como estudio y de música, al llegar ahí lo que vi me dejó de una pieza: En el silloncito de cuero de mi padre, mi hermana sentada, con el uniforme escolar puesto, la blusa abierta dejando ver sus pequeños pechos se besaba apasionadamente con Eduardo, las manos de este jugueteaban con los pezones de mi hermana quien se retorcía de placer al tiempo que lo acariciaba con vehemencia, luego su mano bajó hasta posarse en su entrepierna y lo acarició febrilmente. Él dejó de besarla y permitió que ella tomara la iniciativa en desatarle la correa y bajarle el pantalón; y he aquí que el bulto que tenía delante se notó con mayor claridad, mi hermana no perdía el tiempo. Casi de un tirón le bajó el calzoncillo y cogiendo la verga entre sus manos se la introdujo en la boca comenzando a mamarla con frenesí. Los labios de mi hermana chupaban, sorbían, acariciaban la roja cabeza de la verga de Eduardo y con la lengua jugueteaba, lamía y recorría a todo lo largo su gruesa vara.

Ellos ni se habían percatado de mi presencia, hasta que la verga de Eduardo estaba al máximo de su dureza, entonces mi hermana se paró, se quitó el calzón y se volvió a sentar en el sillón con la falda recogida hasta la cintura, y las piernas abiertas al máximo. Eduardo se colocó ante ella con los pantalones abajo y sin camisa, y poniendo la punta de su herramienta entre los dilatados labios vaginales de mi hermana se la introdujo lentamente mientras entre jadeos ella repetía algo que yo ya conocía de memoria:

¡Me gusta, más, me gusta, me gusta, me gusta…!

Y se retorcía de placer mientras lo abrazaba con frenesí y le mordía los labios, el cuello, las orejas, él estaba abocado a su trabajo de bombeo que no emitía ni un solo sonido. Yo estaba como petrificado, pero lo que mas me había impactado, no era el ver a mi hermana siendo penetrada por un compañero de colegio en mi propia casa, sino que ella se había recogido el pelo en un moño de tal manera que se le veía cortito, y como dije que somos mellizos, ¡a quien estaba mirando era… a mi!

Si, yo me estaba viendo cual si fuera ante un espejo, como Eduardo la penetraba una y otra vez y ella se desesperaba por tenerla lo más adentro posible, y era como si me estuviera penetrando a mi, podía sentirlo. Un sentimiento de deseo descontrolado se apoderó de mi cuerpo y centré la vista en la gran verga de Eduardo, no me interesaba mirar nada más, tan solo ese pedazo de carne que taladraba las entrañas de mi hermana, pero que yo sentía como mías. Al llegar al clímax, él la retiró y buscó desesperado algo donde hacer su descarga, ella cogió un florerito y empezaron a salir chorros y chorros de espesa leche, ella reía alborozada y yo opté por irme a cambiar a mi cuarto.

En ese momento decidí que debía hacer. Yo suponía que no era la primera vez que ella y su enamorado cogían, ya fuera en casa o en otro lado, y eso me daba la ventaja necesaria para mi proyecto. Fue así que después de quince o veinte días del incidente al salir de la escuela le dije a Eduardo:

Eduardo, quiero hablar contigo, pero a solas.

Habla, ¿quieres que te ayude en algún curso?

Quiero que me ayudes si, pero no es tarea de colegio

Di.

Pues… yo te he visto cogiendo con mi hermana y

¿Y quieres algo por callarte la boca no?

No, he visto como ella se desespera cuando se la metes y repite a cada rato ¡Me gusta, más, me gusta, me gusta, me gusta…!

¿Y?

Estooo… (tomé valor) quiero sentir lo mismo que siente ella.

Eduardo se quedó mudo y se puso de mil colores.

¡Tú estás loco, ¿no?!

No, es cierto, tu sabes que somos mellizos, es más, debimos ser gemelos, y lo que ella sentía el día que los vi., lo podía sentir yo, muchas veces nos ha pasado, pero quiero sentirlo también en mi cuerpo, y yo te he visto desnudo y me gustas.

¡A mi no me vengas con esas cosas que te puede ir mal!

¿Qué me puedes hacer?

Decirle a tus padres lo que me has propuesto.

No te creerían –reaccioné en forma típicamente femenina- es más yo diría que te vi cogiéndote a mi hermana y el médico puede dar fe que no es virgen, estás fregado Eduardo.

Sabía que tenía razón. Se quedó pensando unos minutos en silencio, se retorcía los dedos y daba pequeños pasitos, luego dijo:

Está bien, ¿Cuándo, ahora?

No, yo te avisaré cuando, gracias Eduardo.

Y me fui a mi casa a planificar todo cuidando el más mínimo detalle.

El día llegó dos meses después. Nos habían invitado al cumpleaños de la abuela a pasar todo el sábado (día que papá no trabajaba) y se había acordado que iríamos desde temprano, para que mamá ayudara en la cocina, esa era mi oportunidad, como era sábado, les dije a mis padres que tenía que ir al colegio a hacer unas prácticas deportivas, pero que estaría allí a la hora del almuerzo. Me pusieron como hora tope las dos de la tarde, yo accedí, llamé a Eduardo y lo cité para las once de la mañana, hasta las dos de la tarde tenía tres horas para hacer lo que me había propuesto, el aceptó; le dije que le confirmaría por teléfono cuando fuera el momento propicio y me puse a esperar con impaciencia ese día.

Como a las diez de la mañana del sábado prefijado, mi familia partió rumbo a la casa de la abuela, no bien lo hicieron, me metí a la ducha y después de asearme y perfumarme, me dirigí al cuarto de mi hermana y cogí la ropa que iba a usar: su conjunto de ropa interior rosada, la blusa blanca, la faldita tableada y las medias plomas; era el uniforme del colegio, yo quería verme lo más idéntica posible a ella, había comprado también un moño postizo de cabello sintético y me lo sujeté con unos ganchitos negros para el pelo, un par de aretes de clip completarían mi atuendo. Lo primero que hice fue mirarme al espejo con la ropa interior puesta, al verme con el calzoncito de encajes y el brassier pequeño que ella usaba –y que ahora era mío- algo corrió por mi cuerpo, me acaricié como si lo estuviera haciendo un chico y lo que sentía hizo que me excitara al contacto del nylon de la ropa con mi sensible piel. Lentamente me coloqué las medias, la falda y por último la blusa y los zapatitos de correa cruzada con que iba al colegio. Me miré al espejo nuevamente y éramos como gemelas, a dos metros y en silencio nadie podría diferenciarnos, tal vez por la falta de pechos, pero los de mi hermana tampoco eran muy voluminosos.

Cogí el teléfono y llamé:

¿Eduardo? Habla Sergio, puedes venir, vamos a estar solos.

Está bien en quince minutos estoy contigo.

Voy a dejar la puerta junta –le indiqué- entras y yo estaré en el estudio.

Si, si, en este momento voy para allá.

Y colgó, me dirigí al estudio, puse el sillón de cuero a contraluz, como la ventana da al jardín interior no tenía problema con posibles miradas indiscretas de algún vecino chismoso, por eso mi hermana había escogido ese lugar, me senté y crucé las piernas levantándome la faldita escolar dejando al descubierto el muslo en la forma más provocativa posible.

Antes de diez minutos sentí que se cerraba la puerta de la calle, mi corazón palpitaba a mil por hora, luego se abrió la puerta del estudio y ante mí estaba Eduardo, llevaba puesto un buzo deportivo, lucía muy varonil para sus diecisiete años, al mirarme sentado ante él mostrándole parte del muslo, se detuvo bruscamente:

Fabiola, ¿qué haces aquí?

No soy Fabiola le contesté, soy Sergio. ¿Ves lo que te decía? La naturaleza se equivocó Eduardo, tú también te equivocaste.

Pe… pero… eres idéntica a tu hermana.

Entonces –lo animé yo- has de cuenta que soy ella y tómame.

Yo me había puesto de pie y acercándome a su rostro, lo besé. En un principio el se quedó sin saber que hacer, luego me tomó de la cintura. Una corriente eléctrica atravesó mi cuerpo e instintivamente me pegué a él, Eduardo me abrazó y estampó en mi boca el mas delicioso beso que me habían dado jamás, nuestras lenguas se buscaban y se entrelazaban, mientras yo sentía crecer su verga bajo el pantalón del buzo. Ya no podía esperar más, bajando una mano la dirigí a su entrepierna y la cogí; estaba dura y se sentía palpitar al contacto de mis dedos, le desaté el cordoncillo del buzo y éste cayó al suelo dejando al descubierto su enhiesta vara, no llevaba puesta ropa interior, por lo que la cosa fue más rápida, ayudándolo le quité la camiseta deportiva que llevaba y lo tenía ahora desnudo ante mi, no paraba de contemplar su atlético cuerpo, pero sobre todo el instrumento de placer que me llevaría en contados segundos al éxtasis.

¿Te gusta? Preguntó él al notar mi interés hacia su verga.

Si, ya la conocía, la vi cuando se la metías a Fabiola, ahora la tengo para mí.

Así es, toda para ti, puedes hacer con ella lo que quieras.

No pude resistir más y agachándome la comencé a chupar como había visto que lo hacía mi madre. Pero Eduardo no me dejó, me levantó y cogiendo mis nalgas las empezó a acariciar por debajo de la faldita, luego me llevó al sofá y me hizo sentar. Ahora tenía ante mi cara la endurecida verga y estaba en una posición cómoda como para mamársela sin problemas, y a eso me avoqué. Cuando él sintió que su excitación estaba al límite, me dijo:

Te voy a tratar como toda una damita, no tendrás motivo de preocupación.

Soy toda tuya –asentí- sé que lo vas a hacer bien.

Me levantó la faldita dejando al descubierto mi calzoncito rosado, luego elevó mis piernas y las abrió ligeramente, intenté desnudarme, pero él me lo impidió:

No te lo quites, sólo lo voy a bajar un poquito, lo suficiente como para dejar al descubierto lo más importante, eres una damita, recuérdalo y ésta es tu primera vez, no quiero que te avergüences

Está bien y gracias por la delicadeza.

Te mereces mucho más, princesita.

Efectivamente, sólo lo bajó de la parte de atrás, dejando descubierto sólo mi trasero y mi palpitante e impaciente orificio virginal, que yo ya había lubricado convenientemente, en realidad mi pequeño pene parecía que se avergonzaba de existir, pues se había encogido al máximo –lo mismo que mis testículos- que parecía que no los tuviera ahí. Se inclinó ante mí, colocó mis piernas en sus hombros y apuntó la cabeza de su verga hacia donde debía entrar. Yo cerré los ojos y esperé, pensé que me la metería de un solo envión, pero no fue así, poco a poco y lentamente fue introduciéndose en mis entrañas, lo hacía con la delicadeza de un cirujano, comprendiendo que efectivamente era mi primera vez y debía tener el mayor cuidado y la caballerosidad máxima, hasta que sentí que sus testículos rozaban mis nalgas, me aferré a él y lo besé con pasión; luego empezó a bombear, lentamente primero para que me fuera acostumbrando a su grosor y luego mas rápidamente cuando le di la señal:

¡Me gusta, me gusta, me gusta, me gusta, métemela más, más, hasta el fondo, no pares, sigue bombeando, no pares, soy tuya, no pares!, ¡Me gusta, me gusta, me gusta, me gusta…!

Si, mi princesita, tómala toda, eres tan ardiente como tu hermana, tómala, tómala

Estaba en la cima del placer, su movimiento era tan rápido que en una de esas se salió de mi interior, creí que me iba a dejar y lo jalé fuertemente hacia mí. Él me tranquilizó con un beso, luego se sentó en la alfombra y me cogió de un brazo, hizo que me echara delante de él y levantándome la falda elevó mi pierna derecha y me penetró por detrás. Era la gloria, yo me movía como poseída, bueno en verdad estaba siendo poseída por esa enorme y deliciosa verga y no quería que nunca terminase, pero él ya no podía más y con un gruñido de placer empezó a descargar sus chorros de leche en mi interior, me zafé rápidamente y volteándome recibí la última de sus descargas en mi boca; fue delicioso, de soslayo miré el reloj, eran las doce y diez minutos, me quedaban dos horas más.

¿Y qué dices ahora? Le pregunté

Discúlpame por haberte tratado mal, es cierto, eres toda una mujer, pero hay algo que me preocupa.

Dímelo.

¿Y si se entera Fabiola? No quisiera tener problemas con ella.

Seré lo más discreta posible, espero que tú también lo seas.

Si, esto queda entre nosotros dos.

Yo lo miré con ternura y me puse a juguetear con su ahora flácida verga. Tenía que darle tiempo a que se recuperara y aprovecharla al máximo, como a los quince minutos de juguetear con ella entre mis dedos y de darle una buena mamada, estaba otra vez dura como un fierro, me monté sobre él y levantando un poco mi faldita escolar me senté sobre ese maravilloso trozo de placer y tomé la iniciativa con un meneo lento y muy excitante. Me cogió de la cintura y trato de levantarse, entendí sus intenciones y le ayudé, luego siempre con la verga incrustada en mis entrañas, me cogió de las nalgas, yo me abracé a su cuello y me condujo, empalada, al dormitorio; me recostó en la cama y empezó a darme duro. Yo me dejaba hacer, hasta que recordé a mamá y saliéndome de él me puse de rodillas y me apoyé en los codos, así en cuatro patitas le ofrecí mi trasero.

Colocó la punta de su verga en el orificio de sus placeres y ahí si me la metió de un golpe hasta la base, yo empecé a moverme rítmicamente mientras él me acariciaba los muslos, mi cintura, todo mi cuerpo, era el éxtasis del placer y me sentía en la gloria con esa tremenda pieza de carne en mi interior, no quería que me la sacara nunca.

Me cabalgó como quince minutos, hasta que sentí como su verga se dilataba y metiéndola hasta el fondo mientras me asía fuertemente de la cintura, expelía abundantes chorros de leche. Quedamos así, unidos, hasta que su verga se salió suavemente de mi interior, luego él me dijo que mejor nos ducháramos para que yo pudiera ir a donde tenía que ir. Acepté y nos dirigimos al baño, entramos los dos y yo tomé la iniciativa enjabonando su musculoso cuerpo, luego él hizo lo mismo conmigo, nos empezamos a acariciar y la tibieza del agua calentó nuestros cuerpos al punto que levantando una de mis piernas me la volvió a introducir, de pie, con el agua mojando nuestros ardientes cuerpos. Después de casi cinco minutos de bombearme con frenesí, era notorio que ya no saldría más leche de su cansada –pero aún dura- verga, por lo que la retiré delicadamente de mi interior y besándolo procedí a enjuagarlo. Al terminar de bañarnos, él se fue a su casa no sin antes despedirnos con un apasionado beso. Luego me quité la bata rosada de mi hermana que me había puesto al salir de la ducha y la toalla de la cabeza, con lo que hasta el final seguía pareciéndome a mi hermana, me vestí, pero mantuve el calzoncito de encaje bajo mis pantalones, y me fui a la casa de la abuela.

A mis quince años, había tenido mi primera experiencia, mi debut, mi noche de bodas o como le quieran llamar, Sergio había muerto ese día y acababa de nacer Yolanda, la gemela de Fabiola. Hoy tengo veintitrés años, una linda pareja y soy una mujer por mis cuatro costados; ya hablaremos de eso otro día.

Yolanda.

paraelisa1990@yahoo.es