La Gema Dorada: I - Hallazgo

Una historia de amor, aventuras y guerras en un Mundo lejano lleno de magia y criaturas y lugares fantásticos.

CAPÍTULO UNO

Hallazgo

Rebas, región de Tiamfri, noreste de la península Énirca

Si el sol no había salido ya, debía de estar a punto. Oris dormía, tapado hasta el cuello con la gruesa manta de piel de norpo. Se removió, incómodo, en la cama, y sus delgadas piernas fueron a parar a algo cálido.

Así que no había sido un sueño, al fin y al cabo… Aquella noche, después de tanto tiempo deseándolo, Oris y Brai habían dormido juntos por primera vez. Oris, ya despierto, se acercó más al agradable calor que emitía el cuerpo de Brai, que dormía tranquilamente, desnudo, como pudo comprobar Oris. Los dedos del joven acariciaban ausentes el pecho de Brai, que subía y bajaba lentamente.

La mente del joven Oris viajó unas horas al pasado, cuando su cuerpo, hasta el momento virgen, había recibido el cuerpo de Brai. Recordó cómo al principio había sentido dolor, y había deseado parar, pero se acordó también de cómo ese dolor agudo poco a poco había ido mutando, para convertirse en el más intenso de los placeres. Pensó en sus labios besando a los de Brai, sus cuerpos desnudos uno sobre el otro, en constante contacto. Caricias. Besos. Suspiros. Y su mente se deleitó especialmente reviviendo el momento culminante, cuando ambos, prácticamente al mismo tiempo, habían liberado sus esencias sobre la piel del otro.

Oris tenía dieciocho años cumplidos apenas tres ciclos lunares atrás. Brai tenía cinco años más que él, y la diferencia de edad era evidente; allá donde Oris no era más que delgadez y fragilidad, Brai se veía robusto y fuerte. El cuerpo de Oris empezaba ahora a verse cubierto por unos finísimos vellos, mientras que Brai contaba ya con abundante vello oscuro por casi toda su anatomía. Oris todavía no necesitaba afeitarse, pues su rostro tan solo reflejaba una sutil sombra de lo que, en unos años, sería una barba, mientras que la cara de Brai estaba ya llena de cortos pelos negros, puntiagudos, formando una barba de tres o cuatro días con todas las letras, si bien algo dispersa. Incluso en el color de los ojos eran completamente opuestos: Oris de ojos grises; Brai de ojos miel.

Ellos dos, junto con una veintena de jóvenes hombres, y el mismo número de jóvenes mujeres vivían en una Casa de Sabio, en este caso en la de Anlos el Sabio; una mansión llena de habitaciones, despachos y salones, con un enorme patio interior.

Cualquier hombre o mujer que al cumplir los dieciséis años desease ingresar en una Casa de Sabio y aprender de todas las Artes Grandes (Astronomía, Astrología, Matemáticas, Literatura, Historia, Alquimia, Simpatía y Guerra, entre otras muchas) durante los siguientes diez años de su vida podía hacerlo: en casi todas las ciudades del Mundo había una casa que un Sabio o Sabia adaptaba para acoger a cuantos discípulos quisiese, y ellos mismos (los Sabios) se encargaban de compartir sus vastos conocimientos en prácticamente todas las ramas del Saber.

―Buenos días ―dijo Brai al abrir los ojos y encontrarse con Oris observándole.

―Buenos días ―respondió el joven Oris, besando a Brai en los labios―. ¿Has dormido bien?

―Ya lo creo ―aseguró―. ¿Y tú?

―Sí. He estado pensando en lo que ocurrió anoche…

―¿No te gustó? ―quiso saber Brai, incorporándose en la cama, con rostro preocupado.

―Sí, me encantó ―dijo Oris, rápidamente―. Precisamente por eso estaba pensando. Porque me pareció lo más maravilloso del mundo.

―Bueno, pues… ―dijo Brai, sonriendo― aún es pronto. Si quieres, ya sabes… Podemos repetirlo, y esta vez será mejor.

Oris recorrió con los ojos la parte superior del cuerpo de Brai, aquella que no estaba cubierta por la manta, y su propio cuerpo reaccionó de inmediato. El joven se aproximó más a Brai, se sentó en su regazo, y se besaron, Brai sujetando el fino rostro de Oris con sus robustas manos. Los dos hombres se besaron, y sus lenguas jugaron entre ellas, mientras la excitación de ambos crecía más y más. Las manos de Brai acariciaron, lo más suavemente que pudieron, el delgado cuello de Oris, su escueto pecho, y sus dedos se entretuvieron jugueteando con sus pequeños y rosados pezones, realizando movimientos circulares con los pulgares, mientras Oris recorría el duro y velludo abdomen de Brai, los fuertes músculos dejándose ver claramente bajo la piel.

Brai agarró a Oris con sus poderosas manos y lo tumbó en la cama. Se estiró sobre él, cuidando de no aplastarle con su peso, y siguieron besándose y acariciándose, la entrepierna de uno rozando la del otro. Las manos de Oris empujaban a Brai hacia sí, reduciendo aún más la ya escasa distancia entre ellos, llegando a estar tan cerca entre sí que costaba distinguir dónde terminaba el cuerpo de uno y comenzaba el del otro.

Oris recorría la musculosa espalda de Brai con las manos, mientras que Brai se deleitaba apenas rozando con las yemas de los dedos el delgado y tierno cuerpo de Oris. En el justo instante en que las manos del joven llegaron a los rígidos glúteos de Brai, alguien llamó a la puerta, haciendo que Brai diera un salto y saliese de la cama, corriendo a vestirse con la ropa tirada en el suelo, mientras Oris permanecía en la cama, algo aturdido.

―¿Brai? ¿Puedo entrar? ―pero antes de que el aludido pudiese responder con un « no », la puerta se abrió y una mujer de la edad de Brai entró en la sala.

La expresión de sorpresa de la mujer no pudo ser mayor al encontrar a su propio hermano en la cama de otro hombre, desnudo. Con rostro colérico, Énava ―así se llamaba la mujer― miró primero a Oris y luego a Brai.

―¿¡Qué demonios es esto!? ―ninguno de los hombres pudo contestar, pues Énava ya estaba hablando de nuevo―. Me envía Anlos ―explicó todavía enfadada―. Dice que tenemos que reunirnos todos en la Sala Azul en diez minutos, porque Yaco ha encontrado… algo.

Colorado como un tomate, Oris se vistió bajo la manta y salió de ella sin atreverse a mirar a su hermana. Él fue el primero en abandonar la estancia, y pudo oír mientras salía cómo Énava le decía « tú y yo tenemos una charla pendiente… ». Detrás de Oris salió Brai, que colocó su mano sobre los huesudos hombros de Oris, y éste se pudo imaginar claramente cómo la cólera se reflejaba en los ojos azules de Énava.

Llegaron a la Sala Azul, que recibía su nombre porque la luz solar que entraba por los enormes ventanales se veía azul. Esto era debido a los cristales de las ventanas: a simple vista eran cristales transparentes normales, pero en realidad eran cristales de un mineral llamado arrespo, parecido al cuarzo, pero que resplandecía en azul al recibir los rayos solares. El efecto se multiplicaba gracias a los rubíes tallados engarzados en el techo.

La Sala Azul era una de las múltiples salas de reuniones, la favorita de Anlos, al parecer. Se trataba de una estancia circular, con una tarima elevada en el centro, y con enormes cojines blancos o azules desperdigados por el suelo, sobre los que los discípulos del Sabio se sentaban. A la Sala se podía acceder desde los cuatro puntos cardinales, como era común en las salas de reuniones. Oris, Brai y la iracunda Énava entraron por el norte, y se encontraron con Anlos, vestido con su pulcra túnica blanca, sentado en el gran cojín azul en el centro de la tarima elevada.

Los chicos se sentaron juntos, con Énava justo detrás, gruñendo sonoramente cada vez que la mano de Brai entraba en contacto con el cuerpo de Oris, cosa que hacía que Oris se sonrojase más y más.

Dos minutos después de la llegada de los tres, los dos últimos discípulos, a excepción de Yaco, estaban ya sentados en sus respectivos cojines. Anlos carraspeó, se acarició la larga barba que aún conservaba la mayoría de los pelos cobrizos, y se levantó con algo de torpeza. Extendió las manos con las palmas hacia arriba y habló con su voz firme y solemne:

―Buenos días, queridos míos. Hoy os he reunido porque algo increíble ha ocurrido. Algo que, con toda certeza, supondrá un punto de inflexión en la historia del Mundo, pues nuestro compañero Yaco ha encontrado, por puro azar, la pieza más importante de nuestra Historia Antigua… Tan antigua que se remonta a los Días Oscuros, hace aproximadamente diez mil años, cuando Éreno, el Señor Oscuro, reinaba en las Dos Regiones. Lo que nuestro querido y joven Yaco ha encontrado es ni más ni menos que el elemento que puso fin al reino de terror de Éreno… Querida, ¿podrías hacerle saber a Yaco que ya puede entrar? ―pidió amablemente a Sonai, una de las discípulas más jóvenes, que se levantó presurosa y abandonó la Sala Azul por la puerta Oeste, tal y como Anlos le estaba señalando. Segundos más tarde volvió acompañada por un joven de dieciséis años que llevaba el pelo de punta. Caminaba lentamente, con las manos en los bolsillos y la camisa blanca desabotonada casi por completo, con las mangas subidas hasta los codos. Detrás de él apareció otro chico, este algo mayor (quizás de la edad de Oris) vestido con una sucia camisa gris y pantalones remendados. Iba descalzo, y su cabellera castaña se mostraba enredada, cayendo desordenadamente por todas partes, pero aun así se veía limpia.

Anlos sonrió mientras Sonai se sentaba, e indicó a Yaco y al desconocido que subiesen con él a la tarima. Yaco estaba visiblemente orgulloso por haber encontrado algo tan importante. El chico desconocido, sin embargo, se mostraba vergonzoso, casi asustado.

―Aquí lo tenéis ―proclamó Anlos, sujetando los hombros del desconocido, que se estremeció y cerró los ojos―. Tenéis ante vosotros la Gema Dorada.

Un silencio sepulcral inundó la Sala Azul. Los discípulos miraron con desconcierto al Sabio, que, en percatarse de eso, levantó el dedo pulgar en el aire, y formó una O con sus arrugados labios blanquecinos.

―Cierto. No lo habéis visto… Joven, ¿serías tan amable de quitarte la camisa un momento, por favor? ―el desconocido, tras unos momentos de indecisión, se levantó la camisa hasta el pecho, y todos los presentes contuvieron el aliento, incrédulos ante lo que estaban viendo―. Ahora sí: esta es la Gema Dorada.

El pecho del chico tenía una esfera engarzada. Una esfera del tamaño de un puño, translúcida y del color de la miel. Emitía un brillo extraño y parecía palpitar con vida propia.

¿Aquello era la Gema?

Las Escrituras predecían que el día en que la Gema fuese encontrada, se desataría, una vez más y tras milenios de paz, la guerra entre la Luz y la Oscuridad. Éreno, el Señor Oscuro, aquél que diez mil años atrás estuvo a punto de dominar el Mundo, por algún motivo todavía no muy claro, perdió su cuerpo, y su alma quedó atrapada en un cristal de cuarzo púrpura. La Leyenda cuenta que si la Gema y el Cristal entrasen en contacto, el Oscuro regresaría…

―Todos conocéis la historia perfectamente, imagino… ―dijo Anlos, con mirada preocupada―. Así que entenderéis que lo que hay que hacer con esta Gema es destruirla. Sin embargo ―aclaró―, ninguna Casa de Sabio consiente el asesinato de un inocente y, puesto que no se me ocurre ningún modo de escindir el cuerpo del chico y la Gema sin que ambos perezcan, me veo en la obligación de enviar al joven Yanob, junto con cinco de mis discípulos, al sur, a Mitril de los Reyes, donde, espero, el Sabio Sarcis sepa arrojar algo de luz al asunto gracias a sus conocimientos en lo que él denomina «Alquimia Cuántica».

»Quiénes serán los que escoltarán a Yanob hasta la capital ya los he elegido, y los comunicaré ahora; tuve en cuenta no solo la edad, sino también las habilidades de cada uno de vosotros y, tras darle vueltas durante toda la noche, considero que los más cualificados para tamaña misión han de ser Nafné y Yaco que, pese a su juventud, han aprendido sin problemas a reconocer plantas y hongos venenosos, de modo de las probabilidades de intoxicación se reducirán con ellos dos en el grupo. Énava, por su excelente capacidad para orientarse. Brai, por su astucia y habilidad en el combate. Y, por último, pero no por ello menos importante, he decidido, por su inteligencia, valentía y, por supuesto, buena mano con la espada, así como con el báculo, que el quinto miembro del grupo de escolta sea Oris ―a Oris le dio un vuelco el corazón. Anlos le había elegido para participar en una misión importante. Se sentía orgulloso, claro. Y luego… se dio cuenta de que, con él, iría también su hermana Énava… y la alegría disminuyó un poco. Por suerte, Brai también estaba en el grupo.

»Muy bien ―siguió Anlos―, todos, excepto Nafné, Yaco, Énava, Brai, Oris y Yanob, podéis iros ya y empezar con vuestras tareas antes de que las lecciones del día den inicio. Los mencionados, esperad conmigo aquí; tengo cosas que comunicaros que os serán útiles durante el viaje.

Arez, región de Tiamfri, este de la península Énirca

Mandres llamó a la puerta. Al otro lado, su amigo Seben respondió con un « pasa » y Mandres abrió la puerta. Su amigo estaba sentado al borde de la cama, de espaldas a la puerta, mirando hacia atrás para ver de quién se trataba y, al ver que era Mandres, su rostro reflejó alivio.

―Qué susto. Me estaba… bueno ―rio―. Tocando. Cierra la puerta.

Mandres la cerró y se acercó a su amigo, que, en efecto, se masturbaba. Tenía los pantalones bajados hasta las rodillas y el pene erecto. Mandres nunca había visto el miembro viril de su amigo en erección. Sí que se habían visto mutuamente desnudos en varias ocasiones, pero en todas ellas las virilidades de ambos habían permanecido flácidas. Seben no dejó de masturbarse aun estando Mandres sentado a su lado, y a Mandres, en parte, no le pareció extraño: principalmente porque Mandres y Seben tenían una muy estrecha relación de amistad, y confiaban plenamente el uno en el otro, así como también se sentían completamente libres y confortables en presencia del otro.

―¡Hala! ―exclamó Mandres, sinceramente sorprendido―. ¡Es enorme! ¿Cuánto te mide?

―No lo sé ―repuso Seben, sujetándoselo con ambas manos, masturbándolo lentamente, claramente orgulloso de su gran miembro viril―, 18 talos o así, supongo.

―No ―dijo Mandres, negando efusivamente con la cabeza― 18 talos es lo que me mide a mí, y tú la tienes mucho más grande que yo. Seguramente son 22 o 23 talos.

―¿Me la quieres medir? Así salimos de dudas.

Mandres, sin responder, se levantó de la cama y se dirigió a la mesa baja, que estaba atestada de papeles, debajo de los cuales pudo encontrar una cinta métrica. Volvió a sentarse en la cama al lado de Seben, y, algo tímido, midió el pene de su amigo.

―¿Ves? Te lo dije ―exclamó, enseñándole la cinta métrica a Seben―. ¡Son un poco más de 23 talos!

Seben sonrió y se encogió de hombros, con una sonrisa de oreja a oreja. Seben era un chico presumido, así que poder presumir de aquello hizo que se inflase de orgullo.

―Venga, tú ya has visto la mía ―dijo Seben―. Ahora te toca a ti.

―Me da vergüenza ―admitió Mandres―. Comparada con la tuya, mi polla es diminuta.

―Anda ya, antes has dicho que te mide 18 talos; no está mal para tener solo dieciséis años. Además, somos mejores amigos, ¿no?

―Oye, ¡que tú eres solo siete lunas mayor!

―Sí, pero yo ya tengo diecisiete ―dijo, riendo―, y ya he follado. ¿A que tú no?

―No… ―admitió Mandres―. ¿Cómo fue? ¿Y con quién? ¡No me lo has contado!

―Pues… ―al recordarlo, el miembro de Seben dio un brinco, y éste se masturbó más rápido que antes, sin darse cuenta―. Es la hostia.

―¡Cuéntamelo! ―pidió―. ¿No somos mejores amigos? Tienes que contármelo.

―Pues… bueno, vale ―accedió Seben―. Fue hace dos o tres sesmanas, con Rine.

―¿La de…?

―Sí ―le cortó―, la de las tetas enormes.

»En realidad no sé muy bien cómo llegamos a acostarnos, fue todo muy rápido… Pero bueno ―explicó sin dejar de masturbarse―, la traje aquí, la desnudé, me desnudó, le comí las tetas y el coño y ella me comió el rabo ―sonrió al recordarlo―. La tía es una zorra: no veas cómo me la chupaba. Me corrí en seguida en su boca y la muy guarra se lo tragó todo. Yo seguía cachondísimo, así que me la follé; no hacía más que chillar y decirme que me la follase más y más fuerte. Mira cómo me ha dejado la espalda ―Seben se subió la camisa y le enseñó a su amigo los arañazos que las afiladas uñas de Rine le habían dejado durante el encuentro.

―Joder… ―fue todo lo que se le ocurrió a Mandres―. Continua.

―Pues, eso, me la estoy follando todo lo fuerte que puedo, y ella sigue pidiéndome más. Cuando me iba a correr otra vez me dijo que lo hiciera en sus tetas y se las dejé todas pringadas de lefa, la recogió toda con los dedos y se la tragó. Y luego se largó sin decir nada ―terminó la historia encogiéndose de hombros.

―Dios mío, tuvo que ser un polvazo ―Seben asintió―. Bueno, que Rine es un poco puta yo ya lo sabía: Salam dice que él también se la ha follado y antes de él, media Casa lo había hecho ya…

―Ya. ¡O sea que dentro de poco irá a por ti! ―bromeó dándole un suave codazo en las costillas―. Bueno, ya te lo he contado. ¡Ahora sácatela! Así podemos comparar, y… el que la tenga más pequeña…

―O sea, yo ―dijo Mandres en voz baja―. No puedes hacer eso, es trampa; ya sabes que has ganado, antes incluso de empezar.

―Déjame terminar la frase, Mandres, por Dios ―dijo Seben, tajante―. El que la tenga más pequeña le hace una paja al que la tenga más grande.

―¿Qué dices? No voy a pelártela, tío…

―Venga, como si fuera la primera vez que tocas una polla que no es tuya… ―repuso Seben, dejando por fin su miembro viril tranquilo por un rato, y llevándose las manos a la nuca―. Dan me lo contó ―dijo, observando cómo Mandres se sonrojaba, pensando en el modo más sádico de asesinar a Dan―. Venga, no pasa nada. Si quieres, me haces una paja y luego te hago una yo a ti.

Mandres guardó silencio durante un instante. Lo de Dan había ocurrido casi por accidente, aunque Mandres no podía negar que le encantó hacerlo. Y (tampoco podía negarlo) la masculinidad de Seben, no solo grande, sino también gruesa, hacía que su propio miembro despertarse entre sus pantalones de tela fina…

Sin mediar palabra, Mandres acercó una mano a los testículos de Seben, y se los toqueteó un poco, observando la reacción de Seben, que era de aprobación. Siguió, pues, tocando los suaves testículos de su amigo durante un rato, y Seben comenzó a respirar con más fuerza.

―Tienes una buena mano ―comentó, colocando una mano en la espalda de Mandres, animándole a seguir―, pero mis huevos ya tienen suficiente; ahora, mi rabo ―al ver la mirada seria que le dedicó Mandres, Seben añadió sonriendo―, por favor.

Mandres dejó tranquilos los testículos de su amigo y acarició el tronco de Seben con la palma de la mano abierta durante unos segundos, para luego cerrarla alrededor de su caliente miembro, totalmente erecto, y deseando ser aliviado tras tantos días sin un orgasmo. Cuando la mano de Mandres subía, el prepucio de Seben engullía el gordo, rosado y brillante glande, que no volvía a dejarse ver hasta que Mandres bajaba su mano. Los movimientos fueron primero lentos y, a medida que la respiración de Seben se aceleraba, también lo hacía la mano de Mandres.

―¡Joder! ―exclamó Seben, que notaba que estaba cerca del orgasmo―. Eres muy bueno haciendo pajas, tío… ―Mandres sonrió tímidamente, y siguió estimulando la virilidad de su amigo. Acompasaba sus caricias con la agitada respiración del joven, cuyos susurros y palabras de aprobación endurecían más y más el miembro de Mandres, todavía oculto bajo su pantalón, pero que ardía en deseos de ser estimulado como lo estaba siendo el de Seben.

Dos minutos más tuvo que masturbar Mandres a su amigo Seben antes de que este exclamase:

―¡Dios, ya me… ya… oh, joder, sí! ―el semen salió expelido de su brillante glande, aterrizando en su camisa, formando varios cercos que, con certeza, dejarían manchas. Todo él temblaba de pies a cabeza mientras la eyaculación duraba, y aún después de que esta terminase siguió con ligeros temblores―. Qué… bien lo… haces… ¡Joder! ―consiguió decir, antes de dejarse caer hacia atrás, reposando la sudorosa espalda en la mullida cama―. Déjame unos minutos para que se me pase y… te devuelvo el favor.

―No importa ―dijo Mandres―, tú duérmete ya. Yo me voy a mi habitación… Ya… ajustaremos cuentas en otro momento, si eso.

―Bueno, como quieras ―repuso Seben, estirando su mano derecha para que Mandres la estrechase―. Hasta mañana. Por cierto ―dijo, recordando―, ¿habías venido para algo en concreto, o…?

―En realidad, sí ―repuso Mandres, repentinamente nervioso―, pero no es importante, te lo digo mañana, ¿vale? Buenas noches ―dijo, y salió de la habitación.

Mandres llegó a su oscuro dormitorio y lo primero que hizo fue encender un fuego. Después se desnudó, se tiró sobre la cama y se masturbó con la imagen del miembro de Seben en la mente, con tanta fuerza que en dos minutos el orgasmo le dejó sin respiración. Notó el sabor de su propio semen, pues uno de los chorros había salido con tal intensidad que había llegado a sus labios.

Más relajado ahora, el chico quedó medio dormido, pensando en Seben. « ¿Habías venido para algo en concreto, o…? » Sí. Sí había ido a la habitación de su amigo para algo en concreto: Mandres quería, de una vez por todas, confesar lo que sentía por él, a sabiendas de que era un sentimiento desde luego no correspondido, más aun cuando ahora tenía la certeza absoluta de que a Seben le atraían las mujeres. Concretamente, las mujeres de grandes pechos.

No le importó eso, sin embargo. Había sido Seben quien se había mostrado interesado por ver el miembro de Mandres, y había sido Seben el que le había pedido a Mandres que le masturbara. Tal vez (aunque Mandres procuraba no hacerse ilusiones) aquello era una especie de señal, una luz verde, una pista. Tal vez.

El sueño acumulado durante los últimos días, juntamente con el efecto que le había dejado el potente orgasmo, indujeron al joven Mandres a un profundo sueño del cual no despertó hasta la salida del sol, muchas horas después, con el vago recuerdo de un sueño, del cual solo sabía con seguridad dos cosas: uno, aparecía Seben, y dos, había sido un sueño bonito.

Al salir al gran vestíbulo, Mandres se encontró con una multitud de discípulos de Yohelia, la Sabia de Arez, junto con la Sabia en persona. Entre el mar de gente distinguió a Seben. Se acercó a él.

―Buenos días. ¿Qué pasa?

―No tengo ni idea. Creo que la Sabia nos quiere decir algo a todos ―repuso Seben con voz queda.

En efecto, Yohelia se disponía a comunicar algo importante a sus discípulos:

―Queridos míos, anoche recibí una paloma azul proveniente del norte, de Rebas. Anlos el Sabio la envió, portando una carta en la que se me ponía al tanto de un recentísimo descubrimiento: uno de sus discípulos ha encontrado la Gema Dorada ―un murmullo recorrió la sala. Yohelia alzó ambas manos y volvió el silencio―. Por lo visto hay un problema con la Gema, aunque Anlos no entra en detalles. El Sabio ha encomendado a cinco de sus discípulos el transporte de la Gema desde Rebas hasta el sur, a Mitril de los Reyes, a la Casa de Sarcis el Sabio, ya que cree que él posee los conocimientos necesarios para solucionar ese problema.

»Esto significa ―prosiguió― que los cinco discípulos de Anlos llegarán aquí el decimotercero de Bronce y pasarán una noche aquí, para seguir su viaje el decimocuarto de Bronce al alba. Espero y confío en que sepáis ser hospitalarios y ayudéis a nuestros huéspedes en todo lo que podáis ―dijo, con una mirada severa, que perdía gravedad a causa de la sonrisa amable dibujada en sus labios―. Está bien, ya podéis hacer lo que sea que tengáis que hacer. Nos veremos cuando inicien las lecciones de hoy. Hasta la vista.

―Vaya… Tendremos visita, para variar ―dijo Seben―. Qué fuerte lo de la Gema. ¿Qué crees que será el problema que tiene?

―Yo qué sé… ―se encogió de hombros Mandres―. Igual un idiota la ha confundido con un caramelo, se la ha tragado y ahora tienen que ver cómo se la sacan sin partir al imbécil en dos ―Seben rio.

―Se te va la olla… Eh, por cierto: ¿no ibas a decirme algo anoche, pero cambiaste de idea y me la ibas a decir hoy?

―Eh… s-sí, sí… ―titubeó Seben, su corazón latiendo con fuerza. Le empezaron a sudar las manos―. Lo que te iba a decir es que… yo… te… Es que quiero ir a la ciudad: hoy es la feria ―dijo sintiéndose estúpido por no haberse atrevido a decir lo que realmente tenía que decirle, pero tremendamente aliviado al mismo tiempo.

NOTAS SOBRE VOCABULARIO/CONCEPTOS:

1. Todos los nombres (personas, lugares…) se pronuncian según la fonética del español.

2. El norpo es un animal parecido al oso (un cruce entre el pardo y el polar, y más grande y violento que éstos). Abundan en las tierras norteñas y su piel es muy valiosa.

3. En este Mundo el año se divide en 15 “ciclos lunares” o simplemente “lunas” que duran 24 o 25 días. Cada luna tiene un nombre (Oro, Púrpura, Bronce…). Los días de cada luna se dicen en ordinal (primero, segundo, vigésimo… en lugar de uno, dos, veinte…). El año tiene la misma duración que en nuestro Mundo.

4. El Mundo conocido está formado por dos regiones: Tiamfri en el norte y Acaní en el sur.

5. Un báculo es una especie de cetro utilizado para la Simpatía (una rama de la Magia).

6. Un talo equivale a 83 milímetros aproximadamente.

7. Sesmanas con S, pues los días se agrupan en grupos de seis y, por lo tanto, no son semanas en el sentido estricto de la palabra.