La gatita en el cine

Relato corto, de dominación psicológica con sexo oral

L es una gatita jodidamente guapa que ronda la treintena. La conocí porque matcheamos en Tinder, en mi último intento de encontrar una sumisa cercana con la que poder tener una relación real. Pedirle realidad a una app es tan ridículo como pretender aceptar lo que llaman “nueva normalidad”, un oxímoron en toda regla. En cualquier caso, volví a intentarlo con mi perfil de siempre, una foto misteriosa y un texto que habla de BDSM desde el vamos, en castellano y en inglés. Tinder acabó borrándome esta segunda cuenta porque no cumplo sus términos y condiciones moralistas y mojigatos. Pero entre medias, empecé a chatear con L.

Cuando pasé por sus fotos de perfil no dudé en darle un super like. Una foto en cuclillas con una boina roja a juego con sus labios invitaba ya a pasar a la segunda. En la segunda, una morena abrazada a un gato negro, ambos mirando a la cámara pero la mirada más gatuna no era la del animal más peludo. Por lo demás, en dos recuadros, ya intuía un cuerpo grácil, frágil, y flexible; adivinaba un estilo moderno, en el punto justo entre lo extravagante y lo casual; y proyectaba toda una serie de similitudes etológicas con el animal que sujetaba en brazos – por descontado que la estadística no existe pero me juego a que más de un 75% de las mujeres que salen con gatos en fotos de Tinder tienen tendencias sumisas.

El chat con L fue muy fluido y, al estar los dos en Madrid, de no ser por la cuarentena, estoy seguro de que hubiéramos tardado poco en quedar. Pero un día Tinder me dijo que la gatita estaba 400km más lejos. “¿Huiste de Madrid a refugiarte del bicho?”, le pregunté. “Si, me he venido a la casa de la playa con mi perro”, respuesta que fue seguida de una semana de largas conversaciones en Telegram donde pude conocerla un poco más. Como muchas mujeres que crecen en un entorno en el que la seducción reemplaza por completo a lo sexual y acaba convirtiéndose en un teatro aburrido, L tenía la sensación de haber desperdiciado demasiados años de su vida con dos novios que no la satisfacían en absoluto, y estaba dispuesta a explorar sus deseos más ocultos.

Lo que quiero compartir aquí, a falta de experiencias en primera persona, es una historia que me contó de sus primeros días en Madrid. Reproduzco nuestra conversación:

“L:

Al llegar a Madrid tuve una experiencia con un amo... fue bastante a lo locura, no le conocía prácticamente nada.

Dos conversaciones en Tinder, pero no tenía ni foto el tipo, no le había visto la cara nunca, todo a ciegas.

Él en principio quería quedar en el parque del retiro a la noche, en medio de la nada, y a eso me negué... quería que llegase, se la comiese a ciegas, y hasta luego

como ”prueba”. Hubo bastante tira y afloja, y casi ni quedamos, porque me daba mucho palo que-dar de esa manera...totalmente a ciegas. Pero al final me convenció cuando me propuso que fuera en un cine. Sitio público, hora normalita.

La idea era vernos ya dentro; él se encargó de comprar los tickets, elegir sala y película, todo... Yo sólo tenía que ir a la taquilla cuando él me diese el aviso (él ya estaba dentro), recoger la entrada que tenía guardada allí para mi e ir a mi lugar en la sala que me dijesen.

Así que, así lo hice. Nerviosa, acojonada y excitada a la vez.

Me planté en los cines Renoir de Plaza España cuando salí de trabajar. Esperé sus indicaciones y fui. Me escribió y me dijo que cuando entrase me sentara, él estaría allí, pero que no le mirase a la ca-ra... Eligió la película de la novia del muñeco diabólico...como para mirar a la película con atención...

Quería una mamada, me dijo que ya me avisaría y que yo me daría cuenta de cómo y cuándo... durante el tiempo del cine no llegamos a hablar nada en ningún momento.

La verdad que estaba bastante nublada con los nervios de la situación.

A ratos pensaba en irme de allí, diciéndome que estaba puto loca por estar en ese cine dispuesta a hacer esa cerdada con un completo desconocido, pero ese subidón a la vez era lo que me mantenía allí... rollo “jaja, vaya puta zorrilla soy”.

Y eso...teniéndolo al lado sin poder mirarlo...nerviosísima y temblando...el tipo dejó pasar un rato largo y al final empezó el contacto por la rodilla y subiendo...la típica.

Yo iba con short y un top, porque así me lo exigió y a esas alturas estaba mojadísima ya.

Cuando llegó a mi coño le cambió el ritmo y empezó a tope a masturbarme. Un acomodador entró y se asomó cuando yo estaba medio despatarrada en el asiento y su mano muy dentro de mi pantalón. No sé ni si llegó a vernos bien... pero ya me daba igual todo.

Siguió trabajándome y, de repente, me cogió de la cara, justo antes de bajarla a su polla, y nos vimos bien por primera vez, me dijo que tenía una cara preciosa o algo así y me metió la lengua hasta la campanilla. Con las mismas, bajó mi cabeza directa a su polla, que se había encargado de sacarse mientras yo lo gozaba en mi asiento.

Se dio bastante bien. Empecé en el asiento; él me estaba tocando y, haciendo yo un poco de flex, seguimos los 2 un rato, pero luego bajé al suelo para estar más cómoda y poder comérsela mejor.

Una vez ahí fue jugar un poco más, mostrarle cómo se la chupaba de rodillas. Me esforcé por hacer-lo realmente bien, marcando varios recorridos con mi lengua, desde sus huevos hasta la punta de la cabeza y vuelta a bajar. Cuando me la metía en la boca él enseguida me cogía la cabeza. Yo babeaba un montón, era bastante gruesa y me costaba darle juego con la lengua.

Recuerdo que aguanté algo que no suelo pasar a nadie cuando la como, porque siento que voy a vomitar, pero ahí estaba transformada... así que me presionó varias veces hasta ahogarme contra la polla en mi garganta.

En un momento me cogió del pelo para atrás (llevaba una cola) y me habló por segunda y última vez dentro del cine, para decirme que se iba a correr en mi boca.

Yo asentí. Y se corrió en mi boca... pero chorreó hacia mi escote, la pierna... como iba en short y tirantes... pfff... Pero la otra mitad acabó en mi garganta y tuve que tragarme casi todo su semen.

A esas alturas la película ya casi terminaba, nos recolocamos la ropa, yo salí antes del cine y él des-pués, como si no nos conociéramos de nada (bueno, no nos conocíamos realmente...)

Quedamos en un bar que estaba a 2 calles, todo esto decidido por él.

Nos tomamos un par de cervezas, intercambiamos un par de ideas, pero...no me cuadró. Fue morboso todo, pero él no me atraía...y eso lo necesito en parte.

No creo que vuelva a quedar con un sin-cara, pero esa experiencia me abrió el apetito.

YO:

La historia habla bien de vos y creo que podés ser una buena putita.

Me gusta cómo has ido hasta el final en una historia que era puramente mental y, aunque no fuera el hombre que esperabas, te mantuviste y lo serviste porque a eso habías ido.

L:

Normalmente si me propongo y decido hacer algo, lo hago. Es el ego, por no recular. Pero sí, decidí ir y jugar. Quien no arriesga no gana.”

Como habréis podido leer, la muchacha vale la pena. Una tipa de 30 años, de figura, mirada y comportamiento gatuno, que vive en Madrid y tiene las cosas tan claras no se conoce todos los días. Esta historia que me contó automáticamente subió el tono de nuestro intercambio y le hice algunas de mis exigencias habituales: una foto en pelotas, mi nombre con labial escrito en su muslo junto a su coño abierto, una foto en cuatro patas arqueando la espalda y abriendo el culo, etc. Recibí todas las fotos, corroborando además el lado exhibicionista de la gatita, que ya había descubierto antes cuando me invitó a su Instagram. Además accedió sin rechistar cuando le dije que se afeitara el coño y el culo, repitiendo la foto para que pueda ver el antes y el después. Gatita obediente.

El relato se interrumpe abruptamente cuando la gatita se muda, tras una sobre-cuarentena autoimpuesta, del departamento de la playa a su casa familiar. No hay cosa que des-erotice más que la familia. Espero poder seguir contando esta historia cuando la nueva normalidad deje paso a la vieja, la gatita vuelva a Madrid o se pueda, al menos, volver a viajar.