La gatita de Ana
La mejor amiga de mi novia descubre mi afición por las prendas femeninas y me chantajea
Ana era una de las grandes amigas de mi novia. Se habían conocido durante la carrera y habían vivido mucho juntas. Por eso, cuando ella se fue a vivir a la capital mientras mi novia y yo nos fuimos a una provincia, nunca llegaron a perder el contacto, más bien todo lo contrario. Quizás fue la distancia la que terminó de fortalecer su amistad.
Físicamente, Ana era una chica muy atractiva. Morena, alta y delgada, genéticamente predispuesta a tener unas maravillosas curvas, que cultivaba a base de ejercicio. Además, era muy femenina y coqueta, me llamaba la atención que todos los días de su vida lo primero que hacía era pasar por el baño y retocarse un poco, antes incluso del desayuno.
El caso es que Ana venía a visitarnos de vez en cuando. A veces un fin de semana, a veces unos cuantos días de vacaciones… Yo también hice buenas migas con ella y lo pasábamos muy bien, incluso alguna vez acompañé a mi novia a la capital a visitarla.
Al ir cogiendo confianza con ella se fue abriendo conmigo, me contaba cosas cada vez más íntimas y la verdad es que muchas veces conseguía que me cogiera un buen calentón. Me contaba lo que le gustaba en el sexo, sentir como un macho la dominaba, la agarraba por atrás y la empotraba contra la pared. Me lo contaba porque tenía confianza conmigo, pero no nací ayer y sé que también lo hacía para calentarme. No a mí particularmente, pero era una chica a la que le gustaba sentirse deseada por los hombres, y aunque era su amigo, también era un hombre. Y ella también era muy lista y sabía que más de una vez me había ido a la cama con un calentón del 15 debido a las cosas que me contaba.
Mi vida sexual no era tan interesante como la suya. Yo llevaba muchos años con mi novia y aunque la quería y disfrutaba mucho con ella, es cierto que la rutina se había instalado en nuestra vida sexual. Manteníamos más bien poco sexo y quizás pecaba de repetitivo. Y yo no era una máquina sexual precisamente. Era más bien normalito. Y Ana, como buena amiga de mi novia, lo sabía.
Un día, en un bar, con algunas copas encima, Ana nos estaba contando acerca de su último ligue. Empezó hablando de cómo le iban las cosas con él a nivel sentimental, pero siendo como era ella no tardó en pasar al terreno sexual. Así nos contó que la relación emocionalmente no funcionaba, pero que a nivel sexual era una pasada. Por eso seguía con él.
En medio de la conversación mi novia se fue al baño y me quedé a solas con Ana. Sólo fueron un par de minutos, pero para ella era tiempo suficiente para practicar su afición al calentamiento masculino. Directamente me preguntó por mi vida sexual. Me cogió un poco frío, pero salí del paso como buenamente pude:
Bueno, quizás no tan interesante como la tuya, pero cuando tienes una relación larga es lo que toca.
Ya, claro - replicó - Aunque también influye que tu eres un gatito…
Sabía perfectamente a lo que se refería, yo no era uno de esos machos que cogían a una chica y la dejaban exhausta. No era mi estilo. Pero no acabé de entender por qué me decía aquello ¿para humillarme?¿para hacerme sentir que yo no era suficiente para ella?¿para tratar de hacerme despertar en mi relación con mi novia?. No me pude quedar callado.
Me encantaría demostrarte lo gatito que soy- dije, muy precipitadamente. Ella se limitó a reirse de manera sarcástica y a responderme de manera provocativa:
No tendría ni para empezar - hizo una pausa, y agregó, en un tono casi insultante - "gatito".
Mi novia volvió, pero no quedó ahí la cosa…toda la noche, cada vez que tenía la ocasión, me llamaba gatito. Aprovechaba cualquier ocasión, me lo decía al oído, cuando mi novia no estaba… le encantaba aquel juego. Particularmente a mí no me gustaba, pero era evidente que a ella le daba igual. Y eso me encendía por dentro. No iba a engañar a nadie, yo no era una máquina sexual, pero tenía todo lo que quería. ¿Por qué aquello me molestaba tanto?.
Al día siguiente Ana no volvió a sacar el tema. Ni el resto del fin de semana. El domingo volvió a su casa y parecía que se le había olvidado el maldito juego del gatito. Desgraciadamente, sólo lo parecía. Aquello no había hecho más que empezar.
El lunes por la mañana recibí un mail de Ana. Cuando lo abrí, me quedé de piedra. Me enviaba fotos mías. Pero no unas fotos mías cualquiera… unas fotos que me había hecho y que estaban en internet, en un foro privado. Y da la casualidad de que en aquellas fotos yo salía completamente vestido de mujer. El corazón me iba a mil…Ana había descubierto mi secreto. No sabía cómo las había encontrado, pero sí sabía cómo me había reconocido: por la ropa de mi novia y mi tatuaje. Maldita sea. El tatuaje. Debería haberlo borrado con el photoshop.
El mail no sólo tenía fotos. También contenía el siguiente texto:
"Hola gatito. ¿O debería decir gatita?
¿Qué te parece lo que me he encontrado por la red? Me muero de ganas de verte así en directo. He pensado que este fin de semana me vas a venir a visitar tú solito. Ah, y por supuesto más te vale no decirle nada a tu novia o le enviaré las fotos a ella también. Seguro que a ella no le gustan tanto como a mí.
Besitos, Ana."
Estaba jodido. Hiciera lo que hiciera, estaba jodido. Si me negaba, esas fotos podrían acabar con mi relación. Si iba a verla, estoy seguro de que Ana iba a dedicarse a chantajearme todo el fin de semana. Quizás me pediría dinero, sexo o vete a saber el qué. Pero la decisión estaba clara, quería a mi novia y no quería que mi relación terminase, menos aún así.
Le respondí, tratando de ser amable, apelando a su decencia. De poco me valió. Ana no me estaba preguntando si me apetecía ir a verla. Me lo exigía. Y el chantaje estaba muy claro. Durante toda la semana, se dedicó a enviarme whatsapps provocándome, llamándome gatita, diciendo que tenía muchas ganas de verme, metiéndome presión para ver si ya tenía el billete, etc.
No me quedó más remedio que ir. Le dije a mi novia que tenía que irme por asuntos de trabajo y el viernes, al salir de trabajar, cogí el tren en contra de mi voluntad.
El viaje se me hizo cortísimo. No tenía ninguna gana de llegar. Ana estaba esperándome en la estación, con una enorme sonrisa de oreja a oreja. "Maldita zorra" pensé al verla. Pero era evidente que a ella le daba igual lo que pensara. Lo primero que me dijo, al verme, fue "hola, gatita". En voz alta, en público. No sé si alguién la oyó, pero está claro que yo sí, y me enfadé.
- Ana, córtate.
Sonrió.
- Creo que no estás en situación de decirme que me corte, gatita. Venga, camina hacia el coche. Tenemos muuuucho que hacer.
Ya en el coche me empezó a contar.
- Tu novia y yo, como sabes, nos lo contamos todo. Hace ya mucho tiempo que yo me he dado cuenta de como eres. Cuando ví las fotos en internet no fue ninguna sorpresa, simplemente fue la confirmación de mis sospechas. Tu no eres un hombre de los de verdad, tú eres como yo. Por eso tu relación con ella sexualmente no termina de funcionar. En cambio conmigo vas a ver que todo funcionará sobre ruedas. Vas a ser mi gatita y créeme, lo vas a disfrutar.
Ana me contaba todo aquello rebosante de felicidad. Todo aquello, no sabía por qué, le provocaba una enorme satisfacción. Me lo explicó.
Una vez, con alguna copa de más, jugaste al psicólogo conmigo. Me dijiste, con cierto desprecio, que yo era una chica a la que lo único que le importaba era sentirse deseada por los hombres. A tu manera, me llamaste "puta". Me molestó que me lo dijeras con aquel tono. Realmente me dolió tu desprecio. Siempre has sido muy resabido. ¿Sabes qué? Es cierto que me gusta que me deseen. Y tú siempre me has mirado de una forma extraña. Me deseas, sí, pero también me envidias. Me deseas tanto que quieres ser como yo. Es más, quieres ser yo. ¿Verdad que no voy muy desencaminada?
Estás loca - sentencié. Pero mis palabras le resbalaban.
Ya sé que no lo vas a reconocer. Pero lo sé. En el foro en el que encontré tus fotos te haces llamar Ana. Fíjate, como yo. Y además en un par de fotos sales con un picardías que tu novia y yo tenemos igual. ¿Me equivoco si te digo que es tu prenda favorita? Quizás te sientas chantajeado, pero sabes que, en el fondo, te estoy haciendo un favor…
No tardamos en llegar a su casa. Entré muerto de miedo en aquel templo de femineidad. La casa de Ana era para mí un lugar mágico, un auténtico escenario de fantasías. Pero nunca me había imaginado estar allí de esa manera, chantajeado y muerto de miedo por lo que pudiera pasar. No sabía qué hacer ni qué decir, Ana me había dejado muy claras las reglas de su juego. No tenía más remedio que dejarme llevar y hacer lo que ella me dijera.