La gatita de Ana (2)
Ya en su casa, Ana comienza a utilizarme como su juguete particular
- Ponte ahí de pie - Me dijo mientras ella se sentaba en el sofá.
Estuvo unos instantes mirándome mientras yo estaba ahí parado, casi temblando. Ella no decía nada, simplemente me miraba. A continuación se levantó y me empezó a tocar. No de un modo sexual, sino más bien haciéndome un reconocimiento. Las caderas, la tripa…incluso el paquete.
- ¿Dónde vas con este paquete? Supongo que no esperarías complacer a una mujer con él…no, definitivamente yo tenía razón: has nacido para ser una gatita.- El comentario me ofendió, no es que yo tenga un gran instrumento pero creo que está dentro de la media. Ana buscaba provocarme. - Bueno, vete al baño: quiero que te des una ducha y te depiles en condiciones. Quiero tu cuerpo limpio y sin un pelito.
Evidentemente hice lo que Ana me decía. Me dí una ducha y me depilé. Tuve que usar el champú y el gel de Ana, y debo reconocer que me gustó el resultado final, bien depilado y oliendo a mujer. Aunque claro, la situación no era como para disfrutarlo. En cuanto terminé volví al salón. Allí me esperaba Ana.
Sobre la mesa del salón estaba aquel picardías. Sí, aquel que mi novia tenía igual y que tanto me gustaba. ¿Cómo no me iba a gustar? Era maravilloso: Color rosa, de satén, bien ceñido y con pantimedias blancas a juego. No era casualidad que aquello estuviera allí.
- Ya sabes lo que tienes que hacer -claro que lo sabía. Ponérmelo. Así lo hice.
Por primera vez en muchos días empecé a sentirme mejor. Aún estaba asustado pero reconozco que, en cierta manera, fue una liberación verme así frente a alguien. Ana me miraba sonriente mientras me vestía y cuando terminé y me puse frente a ella, me agasajó.
Estás preciosa gatita. Aunque aún no hemos terminado contigo. Ponte de rodillas y acércate a mí como la gatita que eres. - Me acerqué gateando y tratando de hacerlo de la manera más sensual posible. Sólo fueron un par de metros hasta llegar a donde ella estaba, pero así vestido, con ese gateo y ese ambiente de sumisión me empezaba a sentir excitado.
Y ahora…¿por qué no besas mis pies? - así lo hice y mientras tanto ella me metía mano, me tocaba el culo, el muslo...
Vas a ser mi gatita, ¿lo entiendes verdad? - Cometí el error de no contestarle y me dio un buen cachete en el culo - ¡¡¿¿Lo entiendes??!!
Sí, lo entiendo.
Bien. Ponte de rodillas frente a mí. ¿Cuál es tu nombre?
Ana
No gatita no. Ana es el mío y tú, cariño, no estás a mi altura. Te permitiré que te llames Anita, ya que tan sólo eres un proyecto de mí…¿está claro?
Sí, esta claro.
¿Te gusta?
Sí, me gusta.
Buena chica. Sabes que eres mi gatita, ¿verdad?
Sí Ana, lo sé.
Bien, y para ser mi gatita tienes que estar guapa - dijo mientras me agarraba con su mano la cara - Tienes una bonita cara de de nena. Vamos a trabajarla bien.
Cogió un maletín y me empezó a maquillar. Yo estaba de rodillas frente a ella y la observaba. Se notaba que realmente estaba disfrutando con la situación. Le llevó un rato hasta que terminó. A continuación sacó una peluca morena con mechas rojas, similar a su propio pelo y me la puso.
Oh, dios mío…que preciosidad de nena…¡ve al espejo a verte! - así lo hice, y cuando llegué no me lo podía creer…Ana había hecho un trabajo espectacular, me había maquillado y puesto una peluca muy similar a su pelo. Era como su doble. Su doble travesti. Ana se me acercó por detrás y me vio sonriendo frente al espejo. Se empezó a reír:
¿Lo ves Anita? Te dije que te estaba haciendo un favor. Se nota que esto te está encantando. Ahora ponte esto - Y me dio unos preciosos zapatos de tacón. Eran la guinda perfecta, desde luego con detalles como la peluca o los zapatos de mi talla se notaba que Ana había preparado el encuentro a conciencia. Una vez me puse los tacones me volví a mirar en el espejo, en el que había una chica espectacular, alta, morena. Me miraba de espaldas y de perfil y me estaba volviendo loca viendo cómo mi culo y mis piernas se realzaban gracias a los tacones.
Ana se sentó el sofá, sacó un mando a distancia y puso música.
- Ahora quiero que bailes para mí.
Así lo hice. Allí de pie, en medio del salón, ante la atenta mirada sonriente de Ana, me puse a bailar de la forma más femenina posible. No me supuso ningún esfuerzo ya que hacía rato que Ana había conseguido que me dejara llevar. Me sentía como la gatita que Ana quería que fuera, y eso me ayudaba a contornearme sensualmente, sintiéndome muy mujer. Tan ensimismada estaba en mi baile que perdí la noción del tiempo, hasta que me di cuenta que Ana me estaba grabando con su móvil y tomándome fotos. Entonces me asusté.
¡Qué haces! ¡para!
Tranquila gatita, quiero tener un recuerdo de esto para mí. No te preocupes, no se los enviaré a tu novia si eso es lo que te preocupa. Sabes que ya tengo fotos tuyas como para joderte la vida si me da la gana. Así que relájate y sigue bailando para mí.
Tenía cierto sentido lo que decía, así que seguí dejándome llevar por el baile. No tardé en notar como Ana empezaba a calentarse…se llevaba la mano a los pechos por debajo de su top, mientras me observaba se tocaba a sí misma.
- Sigue bailando para mí, gatita…
No tardó en quitarse la camiseta, el sujetador…había visto a Ana en bikini alguna vez, pero lo cierto es que sus pechos eran mucho más bonitos que lo que el bikini podía insinuar…me puse más cachondo todavía. Ella se quitó la falda y empezó a masturbarse, despacio, en su sofá sin apartar la mirada de mí. Yo seguía bailando hasta que, pasados unos minutos, me interrumpió…
- Ven Anita, ven gateando como la gatita que eres y cómeme el coño. - Lo dijo con una voz de excitación que pocas veces había oído a una mujer.
Me acerqué como ella me decía. En cuanto me tuvo a mano agarró mi cabeza y la dirigió con firmeza a su templo. Saqué mi lengua y empecé a lamer. La sensación era perfecta, yo estaba totalmente transformado en una mujer y le estaba comiendo su delicioso coño a una chica que se había puesto cachondísima al tenerme como su gatita.
Lamí, a veces más rápido, a veces más despacio, pero siempre con pasión. mi lengua iba de arriba a abajo sin parar mientras Ana se retorcía y gemía de placer.
- ¡¡¡Sigue, zorra, sigue!!!¡¡Más rápido puta!!
Dios como le gustaba tenerme como su puntita particular. Y cómo me gustaba a mí serlo y estar a su servicio. Me sentía en el cielo. Noté como cada vez su coño estaba más húmedo mientras me gritaba lo puta que era y me ordenaba que le diera más placer. No sé cuántas veces se corrió, pero yo tenía mi boca llena del líquido que emanaba de su coño. Y quería más.
Me tuvo un buen rato, hasta que me dolía la lengua, y después más. Yo, ante aquella sensación, comiéndome un coño mientras sentía la caída de la peluca sobre mi cara, mis labios pintados, mi piel depilada, estaba totalmente erecto, fuera de mí, lamiendo sin parar, moviendo mi cabeza y mi lengua al compás de sus contorneos de excitación infinita.
Finalmente, agarró mi cabeza con suavidad y me ordenó detenerme. Se quedó unos instantes parada, exhausta sobre el sofá.
- Sin duda, debería haber tenido una gatita antes…
De repente, ocurrió algo inesperado. Yo tenía una erección de caballo y esperaba que, de una manera u otra poder "trabajar" sobre ella. Pero no, para nada. Ana cogió el mando, paró la música me miró seriamente y me dijo:
- Ahora quiero que me limpies la casa.
Me quedé atónito. No entendía aquello.
Pero Ana…¿y yo? - dije, haciendo evidente mi erección. - y Ana se echó a reír.
¡Ay, Anita! Veo que eres un poco tontita…¿no te enteras de nada, verdad? Aquí no has venido a disfrutar, sino a complacerme a mí. Y a hacer lo que a mí me apetezca. Y no, desde luego no pienso tocar esa mierda de polla que tienes. Si a mí me apetece en algún momento verte tocarte, te lo ordenaré. Pero de momento no me apetece. Y a lo mejor nunca me apetece. Ahora lo que quiero que me limpies y ordenes bien la casa, y luego ya decidiré qué me apetece que hagas.
Había captado la idea. No tuve más remedio que comerme el calentón y empezar a recoger la casa. Empecé ordenándolo todo, después pasé la aspiradora, fregué, pasé el polvo con un plumero. La casa de Ana no era muy grande pero me llevó al menos un par de horas. Reconozco que no me gusta limpiar, pero me estaba metiendo en el personaje de Anita y realmente lo disfruté: pasar la aspiradora sobre unos zapatos de tacón es sin duda mucho más excitante. Hacer tareas tradicionalmente más propias de una mujer, de una sirvienta…reconozco que aquello me excitaba. Pero deseaba terminar, sentía curiosidad por ver qué tenía pensado hacer Ana conmigo.
Ya he terminado, Ana.
¿Seguro? Tienes un montón de plancha…
Y así era. Tuve que planchar, doblar y colocar un montón de ropa. Además, tuve que hacer la colada y poner una lavadora. Ana me ordenó colgarla, pero el tendal estaba en el patio.
Ana, no puedo tender.
¿Eres tonta?¿No sabes poner un tendal?
Pero los vecinos me verán así…
Ah bueno, si lo que prefieres es que te vea tu novia no hay problema - dijo mientras cogía su móvil
Está bien, lo haré.
Así que no tuve más remedio que salir al patio a tender la ropa. Me encantan manipular la ropa de ana: sus pantys, sus vestidos, sus braguetas…pero estaba muerta de miedo de que me viera algún vecino…y así fue. Unos chicos jóvenes me silbaron y me llamaron de todo: guapita, maricona, comepollas…antes sus gritos otros vecinos se asomaron. Algunos me observaron callados, otros entraron al trapo y otros se limitaron a reírse. No levanté la cabeza del tendal en ningún momento, pero al entrar en casa me derrumbé y me eché a llorar. Ana me vio.
- Vaya, vaya. Ahora ya sabes lo que es que la gente te mire y te trate como una puta, el desprecio y la humillación que se siente. Pues así me has hecho sentir tú a mí en varias ocasiones. Y más te vale asimilarlo como yo lo tuve que hacer, porque para mí no eres más que una puta y estás a mí disposición, y no pienso mostrar clemencia contigo, porque tú no la mostraste conmigo. No pararemos hasta que de verdad seas más puta que yo. Es más, no pararemos hasta que reconozcas y te guste ser más puta que yo.
Caí en la cuenta de que mientras yo había estado limpiando la casa Ana se había arreglado.Llevaba un vestido negro de cuero, escotadísimo y cortísimo, apenas le cubría el culo. Llevaba unas botas un poco por debajo de la rodilla, con unos tacones más altos que los míos. Estaba espectacular. Pero viéndola así y teniendo en cuenta que me había asegurado que tenía pensado convertirme en una puta, me temía lo peor.
Y entonces sonó el timbre.