La gatita
La habíamos contratado como ayudante doméstica, pero a mí me ayudaba a calmar mis ganas, entregándonos los dos a los juegos sexuales más placenteros.
LA GATITA
Cuando llegó a trabajar de ayudante doméstica en la casa de mis padres, me causó una impresión muy agradable. Era una morena de pelo azabache, labios sensuales y mirada cargada de promesas. Su cuerpo juncal se movía con una cadencia tal, que me alborotaba la verga ante el movimiento de sus lindas nalgas. Sus pechos dorados por el sol sobresalían del escote de su vestido y se antojaban pegarse a ellas para darles una suculenta mamada. No puede dudarse que era caliente como las brasas, cosa que pude comprobar en las encuentros que posteriormente tuve con ella, en los que pude palpar la suavidad de su piel y la dureza de su carne tibia y perfumada.
Yo todavía no llegaba a la adolescencia, pero el miembro viril ya había tenido unos encuentros con las vecinitas que querían sentir lo que tenía el hombre entre las piernas y, a quien le dan pan que llore, bien guarecidos de las miradas indiscretas, en los rincones que ofrecía el amplio patio, las llevaba ya de nochecita y ahí componíamos una sinfonía de suspiros y ayes de gozo, de tal forma placentera, que quedaban invitadas para la siguiente sesión musical.
La gatita, término que se aplica en México a las empleadas domésticas, y que aquí utilizo, no en forma peyorativa, sino cariñosa, había llegado con una hermana que, aunque no tenía las mismas virtudes de ella, y era mayor, era indudable que le encantaba que le explorasen los vericuetos de su femineidad.
La cosa es que, habiéndome echado en la cama para dormir la siesta, desperté con el tibio aliento de ella en mi nuca y su mano en mi entrepierna, hurgando para localizar el objeto de sus ansias, hasta sentirlo entre sus dedos y sobarlo dulcemente, cosa que me agradó tanto que di un respingo de gusto, y mi carajo se irguió de una manera formidable ante el influjo de estas caricias tan cachondas.
-¡Vamos a ver que tenemos aquí! - exclamó quedamente- Pero, ¡qué enormidad! ¡Mi vida, de veras que la tienes grande!. ¡Con esto puedes hacer feliz a cualquier mujer, ... y yo soy mujer ¡qué caray!
Yo me hice el dormido dejando que se diera gusto sobando el objeto de carne que la enardecía a tal punto. Su respiración fue haciéndose entrecortada y cada vez más cachonda, dejando escapar suspiros de dicha cerca de mi oreja, lo que a mí me subía la temperatura como si me invadiera la fiebre.
Después de un rato de dejarla hacer, de que sobó mi carajo cuanto quiso, di vuelta sobre mi costado y quedé frente a ella, cerca de sus pulposos labios a los que pegué mi boca ardorosa, en un beso succionante, con lamida de lengua y toda la cosa. Ella abrió los ojos desmesuradamente, ante la sorpresa que le ocasionó mi reacción, la que no esperaba, pues por varios días me estuvo acosando, hasta que me encontró, pero una vez repuesta de la sorpresa me correspondió demostrando las ansias de verga que traía acumuladas, quien sabe por cuanto tiempo.
.Empecé mi tarea bajando la parte superior de su vestido, para dejar a mi vista el sostén, que también dejó de servir de estorbo, liberando los hermosos senos que cubrían.
Como becerro con hambre chupé las redondos pezones, que me supieron a excelsos manjares, logrando que se irguieran para dar la pelea a mi lengua que entró a participar en la batalla. Lamí y succioné sus pechos como un sibarita consumado, logrando enardecerla y que me pidiera con voz cachonda que no dejara de mamarle las tetas.
Después de un rato de estar saboreando estas ricuras, proseguí con mi lengua lamiendo con dirección a su ombligo, y de ahí enfilé mi ataque hacia su Monte de Venus, que ella levantaba al arquear su espalda, como yendo al encuentro de mis caricias.
Me monté sobre ella en posición del sesenta y nueve, y dirigí mi potente miembro hacia sus labios, como vi que lo hacían en una revista erótica que había extraído del escondite de mi padre, en muda invitación para que ella me lo mamara, cosa que hizo sin la menor vacilación, mientras que yo me dedicaba a pasar mi lengua acariciando con ella su erguido clítoris, que ya se encontraba hinchado por la excitación.
Ella se zampó lentamente mi verga en su cálida boca, y por momentos la sacaba para darle deliciosos chupetones en la cabeza y lamía concienzudamente todo el cuerpo de mi carajo, haciéndome estremecer y aplicarme más en el tratamiento lingual que le estaba dando a su coño ardoroso.
Tan cachonda se encontraba ya, que me pedía con desesperación que dejara de mamarle el coño y la penetrara, pues no aguantaba las ganas de recibir mi robusto miembro en el interior de su vagina.
Compadeciéndome de ella, dejé la agradable posición en que me encontraba, retirando mi verga de su boca, y abriéndole las piernas con gran emoción, coloqué la cabeza en la entrada de su coño, empezando a introducírsela lentamente, mientras que, atrapando mis nalgas, me jalaba hacia ella buscando que se completara la ansiada penetración.
Una vez que se la dejé ir hasta el fondo, empecé a moverme de atrás hacia delante, equiparando mis movimientos a los de ella, gozando al ver su carita encendida por el placer que le estaba proporcionando, y disfrutando enormemente con el delicioso roce que su vagina lubricada producía a mi carajo.
Cuando ya estaba a punto de venirme dentro de ella, aún cuando la emoción le quitaba el habla y no quería dejar de sentir los deliciosos embates de mi verga, tuvo la suficiente fuerza de voluntad para pedirme que cuando ya no pudiera aguantarme más, no derramara mi leche dentro de ella, puesto que habría el riesgo de embarazarla.
Con todo el dolor de mis huevos, me retiré de su sabroso coño y ella, para no dejarme a medias, con su linda boquita procedió a continuar con la mamada que habíamos iniciado con el sesenta y nueve, masturbándose furiosamente el clítoris hasta que consiguió su orgasmo, y mis testículos derramaron sus grandes chorros de leche que ella se tragó con la mayor delectación.
- Gracias por hacerme caso, porque yo ya no me aguantaba y los más seguro es que me dejaras preñada, pero voy a conseguir unos condones, y la próxima vez si podrás venirte dentro de mí.
Obtuvo los condones ofrecidos, y varias veces tuvimos nuestras sesiones placenteras, poniendo en práctica los conocimientos que habíamos adquirido, ella al haber cogido con otros antes que conmigo, y yo, de las lecturas de cuentos eróticos y de los encuentros que tenía con las vecinas, a quienes cogía con gran gusto, pero también sin derramarme en su interior si no me encontraba protegido por un condón, o enculándolas también..
Me la estuve cogiendo por mucho tiempo, hasta que encontró un galán que le ofreció matrimonio y abandonó nuestra casa, dejándome sin la esperanza de poder encontrarla nuevamente, pues se fue a vivir lejos de la ciudad donde residíamos, pero me dejó muy buenos recuerdos, que aún perduran en mi mente y que me sirven de excitante cuando, no teniendo con quien coger, disfruto de una buena masturbada.