La gata y su presa

A veces a la cazadora, la cazan.

La gata y su presa

Venezuela 2. Continuación de VIDA DE HOTEL.

"La gata caliente sobre el tejado de zinc", así creo que se llama una obra de T. Williams. Pues gata y caliente estaba yo, al subir a mi habitación. Tomé una decisión, extraña en mi, no aliviarme con una pajita, quería estar "cachonda", como dice mi marido, toda la noche.

Tras ducharme y arreglarme, me maquillé un poco demasiado. Me puse un María Vázquez que había comprado antes de nacer mi hijo, y que era un lujo, color beige rojizo, con rayas blancas. Saco, pantalón y un corsé en la misma tela. Ahora que me habían aumentado las lolas con la maternidad, mostraba un balcón esplendoroso.

Mi marido apenas tuvo tiempo de ducharse y cambiarse. Bajamos a esperar el "carro" que nos llevaba al lugar de la cena.

Yo iba caliente, mi chico no sé, pero la cena a mi me desató y a él le puso a mil.

El futuro socio de mi marido era un hombre de unos cuarenta y pocos. Moreno, se le notaba la sangre negra, alto, fuerte, con unos ojos negros de esos que taladran y hacen suspirar. Johan era un galán, dedicado a la importación de todo lo que un país necesita y no produce.

Su mujer Grace, apenas tenía 20 años. La piel color chocolate, parecía brillar en el restaurante. Era preciosa, el pelo en melena lisa y corta, los ojos verdes , el vestido rosa que llevaba, destacaba un cuerpo lleno de curvas donde hay que tenerlas. Probablemente en 10 años, se estropearía, pero en ese momento era un fruta que apetecía comer, sabiendo que era dulce, pero todavía un poquito verde. Vamos : un minón.

En un restaurante en Las Mercedes, la bebida fue: vodka con tónica, dos botellas de Chandon, ron añejo. La comida: ostras ( las venezolanas son más pequeñas que las chilenas que se encuentran en Buenos Aires), camarones jumbo a la plancha, mero a la vasca y un tiramisú para acabar. El negocio debía ir bien , pues mi marido pagó la cuenta.

De vuelta al hotel, fueron los venezolanos los que propusieron parar a tomar una copa . Entramos en el Juan Sebastián Bach, era un local muy agradable, donde un conjunto llenaba el ambiente de salsa, jazz y música caribeña.

Los tragos de ron de más de 100 años, o así me lo parecían a mí, añadido a la bebida anterior , hacían que mis pies se movieran al ritmo de la orquesta. Cuando el vivo paró, comenzó el enlatado, algunas parejas salieron a bailar, fue entonces cuando nos hicieron la propuesta.

"¿ Queréis que os enseñemos a bailar como caribeños?. Grace te enseña a ti y yo a Elena"

Dijimos que sí. Yo no soy buena bailando, no tengo sentido del ritmo, pero aquel hombre era un maestro. Me ciñó entre sus brazos y empezó a llevarme. Era un placer, me fui soltando más y más, dando pasos separados, eso sí, siempre me agarraba la mano, y al tirar hacia él, nuestros cuerpos chocaban.

Miré a mi marido, también había perdido la vergüenza en brazos de la venezolana. Lo estábamos pasando bien,

En el baile, mis senos fueron avanzando por el corsé, quedando la mitad de las areolas fuera del vestido. Mi pareja se dio cuanta y me apretó más al danzar. Noté la dureza de su verga contra mi muslo. ¡ tenía un aparato enorme!

Cuando volvimos a la mesa, parecíamos bestias en celo. Nuestras miradas estaban cargadas de lujuria. Tomamos otro ron más. Apenas charlábamos.

Johan fue el que dio la orden de retirada, al día siguiente él y Lalo tenían un día duro, para cerrar los acuerdos.

Hay veces que quieres hacer el amor, no sólo coger. Así me ocurría a mí al llegar a la habitación. Estaba mojadísima, pero romántica.

Me paré ante mi marido y me solté el pantalón. Sin quitarme el saco, me abrí el corsé que cayó al suelo. Le miré cuando se desnudaba, sus ojos me taladraban. Su verga estaba en alto, dispuesta. Yo estaba con tanta humedad, que sólo el carefree había impedido que se mojaran las bombachitas que bajé.

Me tumbé en la cama, esperando para recibirle. Sólo me besó cuando estuvo dentro de mí. Nuestros labios se fundían en una unión que nos tomaba todo el cuerpo.

Nos mirábamos a los ojos en una mezcla de ternura y lujuria. Se movía muy despacio, casi la sacaba y luego volvía a mi intimidad. Creo que no llegaron a diez las estocadas, cuando me vine por primera vez. Mi marido se quedó quieto, dentro de mí, sintiendo mi orgasmo. Me besó apasionadamente y volvió a sus acometidas.

No sé las veces que crucé el punto de no retorno, muchas, y por fin aceleró y culminamos su explosión de lava con mis fuegos artificiales.

Estaba en la habitación, sola, había desayunado con Lalo y vuelto a mi cuarto. Tumbada en la cama, leía el periódico que habían dejado en la puerta y veía la televisión. El cielo nublado, con amenaza de lluvia, no aconsejaba bajar a la pileta.

Sonó el teléfono, era la española proponiéndome ir a un shopping. Acepté , me apetecía volver a estar con ella, y quedamos en media hora en el hall.

Ducha rápida, ropa interior y remera blancas, un jeans, medias y mocasines con muy poco taco y ya estaba esperando, mientras me fumaba un lucky.

Estaba preciosa con su camisa cuadrillé con fondo azul, sus vaqueros y deportivas. Nos besamos en la mejilla, yo procuré hacerlo casi en la comisura de sus labios, y tomamos un taxi del hotel y nos fuimos al centro comercial.

San Ignacio es un edificio de varias plantas, plagado de tiendas. Nos tomamos del brazo, yo sentía su seno que se apretaba contra mí, y procuraba corresponder de modo que sintiera mi almohada delantera pegada a ella.

Para mí, los precios eran altos, para ella no tanto, pero mas que comprar , reíamos de estar juntas. Paramos a tomar un marrón, comentamos la de veces que usaban el "chévere" y la "vaina" los venezolanos, intentamos imitarlos, pero ni a la española ni a la argentina nos salía su tonada.

Pasamos por una tienda de Columbia, estaba de saldo y entramos.

Ella compró dos camisas y dos shorts, y ahí me enteré que al día siguiente iban a los Roques. No tenía tiempo para seducirla, yo contaba con otros dos días, para poder saborearla.

" ¿ Te importa ver cómo me quedan?"

Pasé al probador con ella. El verla desnudarse tan próxima , me subió el deseo. Era una maravilla de mujer en su plenitud, quería gozarla, y apenas quedaba tiempo.

Fue una mirada, ella se había dado cuenta de mi ansia, no dijo nada.

Salimos y volvió a apoyarse en mi, recostadas una en la otra seguimos viendo tiendas.

" Me gustaría comprar algo de ropa íntima. ¿ Entramos en esta, que parece muy buena?"

Di un suspiro al oír su voz ronca por la pasión, aquella lencería era el paso previo a entregarnos. Ella quería lo mismo que yo.

Escribo asombrada y divertida sobre lo que me ocurrió ayer. Nunca creí que me podía pasar lo que me pasó con Pepa. Hoy no he salido del hotel, he pasado la mañana en la pileta y ahora repaso en la habitación lo sucedido.

En la lencería no hubo duda, de ahí nos íbamos a la cama. Me regaló un body de seda negro transparente y ella se compró un sujetador y unas braguitas, como dicen los españoles, de infarto. Mientras nos lo probábamos semidesnudas, me susurró al oído:

" Quiero hacer el amor contigo, enséñame"

Del centro comercial al hotel, recostadas una sobre la otra, ardiendo, deseándonos, el tiempo era un anticipo de pasión. Dio a su piso, y apenas entramos en la habitación, nos besamos.

Sólo puedo decir que me esmeré en llevar a una primeriza al mundo de Lesbos. Siempre suave, dulce, hasta que la pasión nos hizo estallar, primero con los muslos acariciando nuestras conchas mientras nuestros labios no se despegaban y las lenguas se dedicaban al esgrima del encuentro. Luego la lamí, para acabar comiendo su concha. Tenía un vello encrespado, castaño, sólo recortado para no sobresalir de la parte de debajo de la bikini. Su clítoris era grande, grueso como un pequeño pene, me concentré en llevarla, con mimo, varias veces al punto de no retorno. Cuando sentí la erupción de su lava en mi boca, y mi índice se mojó como consecuencia de la caricia en el punto G, paré.

La volví a besar, dejando que saboreara su mayor intimidad.

" No sé si habré aprendido. Déjame ahora a mí"-sus ojos brillaban llenos de malicia.

Y había aprendido. Me llevó y me trajo un sin fin de veces. Pensé que tenía el don innato de dar placer a otra mujer.

Me adormilé en sus brazos, había dormido poco la noche anterior.

Me desperté sobresaltada. Unas esposas rosas ataban mis muñecas.

Pepa me miraba con lujuria e ironía, desnuda, parada ante mi.

"¡ Qué bobita eres!¡ Cómo te he engañado! Te has creído el numerito de la mujer de provincias, inexperta.¡ Argentina presumida! ¿de verdad has pensado que por ser de pueblo, era tan tonta?. Mi marido y yo, cuando salimos de casa, nos vuelven locos los intercambios. Tienes suerte de estar con tu hombre, y que tenga pinta de pocos amigos, si no fuera así, mi Alejandro te taladraría. Eres una buena puta y te voy a enseñar"

No sé, si tenía más miedo o estupor. Me había dejado engañar como una estúpida.

Se acercó al placard, y sacó un arnés de doble verga. Una normal que se introdujo en la concha, la otra , enorme apuntaba hacia mí. Tenía unos 30 cms y un grosor de 5 o 6. Aquello no me cabía. Estaba segura.

"Ábrete bien para que no te duela."

No tuvo miramientos, me violó. Me sentía llena de aquel plástico, ella sobre mi cuerpo, jadeando y cogiéndome como una fiera. Al principio, yo no podía disfrutar, por el tamaño del consolador, pero poco a pocote fui calentando y acabé gimiendo de gusto. Acabe dos veces, ella muchas más.. Se levantó de la cama, y parándose ante mi, se soltó el arnés y se metió la parte mas grande en su sexo, volviendo a atárselo..

"Date la vuelta, a cuatro patas como una perra. Te portas bien , o te meto el grande."

La obedecí, se colocó tras de mí, y me puso la verga en el culo. Entró suave, sus jugos habían lubricado el aparato.

Me gozó, yo gemí, chillé, ella me dio nalgadas fuertes que me dolían, y por fin acabó.

Se desató el cinturón del arnés, fue al velador y sacando una cámara , me tomó unas fotos como a un toro al que le han clavado una banderilla.

"Si cuentas algo, esto va a internet. Quédate el body, así tendrás un recuerdo mío."

"Sos una perversa, me has engañado como a una tonta, yo pensaba en seducirte y vos me cazabas como una araña a su presa. Pero ha sido delicioso".

Nos besamos, volví a encenderme. Pepa me volvía loca. Estábamos tumbadas en la cama, abrazadas.

"¿A qué hora vuelve tu marido?- pregunté .

"Hacia las doce, la cena que tiene hoy es sólo de hombres"

"Estamos igual"- mi voz sonaba como un maullido de gata en celo." Son las seis, tenemos cinco horas. ¿Querés que ahora me ponga yo el cinturón con las pijas?"

"Si"- fue su respuesta poniéndomelo en la mano.


La cazadora fue cazada por la presa para su propia satisfacción.