La Gata, Tercera Parte.

La Gata planea su ultimo golpe, un robo en la mismísima casa del coronel durante una fiesta, lamentablemente las cosas le vuelven a salir terriblemente mal.

I

Era una mañana agradable en la ciudad de Santa Elena, el cielo estaba totalmente despejado y la temperatura comenzaba a estar a niveles más soportables, dejando atrás el sofocante calor de hace unas semanas, en el centro del pueblo todos estaban en las calles, haciendo sus labores diarias o simplemente paseando y disfrutando del día, en la hacienda Torrealba los trabajadores se alistaban para la pronta cosecha con ánimo y alegría, todos estaban en relativa tranquilidad, menos Elena Torrealba, la aristócrata dueña de la hacienda, ella se encontraba de rodillas en el suelo de su baño vomitando.

Elena maldijo en voz baja con un vocabulario que una joven aristócrata como ella jamás debería usar, llevaba varios días sintiéndose así con náuseas y vómitos, tendría que ir al médico del pueblo, quería evitarlo, pero no podía seguir así, se levantó con lentitud y se lavó la boca para quitarse el sabor mientras miraba por la ventana a sus trabajadores prepararse.

Dio una pequeña sonrisa, a pesar de las náuseas y uno que otro mareo, las cosas le estaban yendo bien últimamente, ya un mes había pasado desde el desastre del robo al prostíbulo, desde que fuera confundida con una simple prostituta y la violaron de nuevo, fue cuando había tocado fondo, pero al tocarlo supo que desde ahí solo podia mejorar, no repitió lo que pasó después de su primera derrota, no se quedó encerrada en su cuarto llorando sus penas, se obligó a si misma a mantenerse activa, caminaba o cabalgaba por su hacienda, hacia visitas esporádicas al pueblo e incluso hacia ejercicio en su habitación, con el pasar de los días, se fue sintiendo mejor, el dolor no desaparecía, pero al menos disminuía y lo olvidaba si no pensaba en el pasado.

A la semana después de su visita al prostíbulo de doña Joselina, Elena ya se sentía recuperada físicamente y mentalmente estable, decidió hacer algo que nunca pensó que volvería a hacer, volver a sus andanzas como La Gata, no era tanto por necesidad ya que con la cosecha tendría suficientes gastos para los siguientes meses, lo que realmente quería era demostrarse a sí misma que era fuerte y capaz de salir adelante, lo primero que tuvo que hacer, fue hacer un nuevo traje, del último que tenía solo quedaba su máscara, en un principio lo iba a hacer bastante diferente del primer diseño, pero algo dentro de ella se lo impidió, lo hizo exactamente igual sin querer cambiar nada aunque fuera el mismo uniforme del prostíbulo.

Elena no sabía porque no había modificado su traje, pero se sentía cómoda con él puesto y con eso bastaba, días después volvió a la acción, esta vez volvió a atacar objetivos militares, su única experiencia atacando un objetivo civil no salió muy bien y no quería repetir la experiencia, pese a que no podia evitar tener temor o incertidumbre por su regreso, las cosas salieron considerablemente bien, en sus tres primeras noches no conoció más que éxitos rotundos, desvalijó a dos soldados que llevaban parte de la recaudación de impuestos, interceptó una carreta con mercancía robada por los soldados y por sobre todo les devolvió el miedo a los militares.

Las siguientes semanas bajó el ritmo, sentía que se cansaba más rápido que antes así que salió menos seguido que antes, aun así, sus éxitos no se detuvieron, recaudó una suma considerable, una suma que repartió entre la gente más pobre, como hacía antes, quería recuperar la confianza de la gente, además en ese momento no tenía problemas de dinero.

Ahora por fin las cosas se estaban ordenando en su vida, mientras se desnudaba para meterse a la tina sonreía tranquila, pensando que al fin las cosas le estaban saliendo bien, por supuesto, ese fue justo el momento en que las cosas comenzaron a torcerse, el relajo de Elena fue bruscamente interrumpido por voces molestas que escuchaba del primer piso, seguido por rápidos pasos que se oían por las escaleras, Elena dio unos pasos dudosos hacia la puerta hasta recordar que estaba completamente desnuda, alcanzó a recoger su pijama del suelo cuando la puerta se abrió de golpe.

Elena apenas alcanzó a cubrirse con la pequeña prenda los pechos y el pubis cuando entraron 3 personas a la habitación, la estupefacción y la ira por verse invadida de esa forma fueron reemplazados por el miedo al ver quiénes eran los que habían entrado o más bien uno de los que había entrado, en la entrada vio primero a su ama de llaves que estaba más asustada de lo que nunca la había visto y trataba infructuosamente de sacar a los dos invasores, uno de ellos era un muchacho bastante joven y delgado, vestía con ropa de buena calidad aunque sencilla, ignoraba a la airada ama de llaves y miraba fijamente su cuerpo apenas cubierto con la escasa prenda, pero no era él el que la asustaba, era la mujer que estaba a su lado, caminando lentamente hacia el centro de la habitación.

Era doña Joselina, la dueña del prostíbulo de sus pesadillas, la que la había descubierto tan vulnerable y la había expulsado con sus propias manos del lugar, la que había visto su rostro y que por la mirada depredadora con que la miraba la recordaba perfectamente, Elena pasó rápidamente del pánico a la resignación, cerró por un segundo los ojos y se dio cuenta que estaba atrapada, cuando abrió los ojos nuevamente Joselina estaba a un metro suyo, sonriendo tranquila, mientras la airada ama de llaves amenazaba con llamar a la guardia si no se iban ese instante.

- déjanos - dijo con voz tranquila, la ama de llaves pensó que la apoyaba para echar a los invasores e insistió, tuvo que tragar el nudo que tenía en la garganta para repetir mirándola fijamente- déjanos solos - en ese momento notó que le hablaba a ella, abrió la boca aturdida e iba pedir que lo reconsiderara pero Elena alzó una mano deteniéndola, sin saber que al soltar parte de la prenda había quedado a la vista más de su cuerpo incluyendo uno de sus senos- vete y no le digas a nadie lo que has visto aquí.

La ama de llaves parecía a punto de llorar y la miraba como si estuviera loca, pero asintió lentamente y se fue de la habitación cerrando la puerta a sus espaldas, afortunadamente Elena tenía plena confianza en ella, era increíblemente leal y no iba a comentar con nadie esto, de todas maneras, tal vez no serviría de nada, estaba completamente atrapada en las manos de esa mujer.

- buenos días señorita Torrealba - dijo con la voz tranquila y de tonos graves que recordaba, sin esperar respuesta continuó- no creo que ese camisón sea necesario, ya la conozco íntimamente ¿no es cierto? – Elena asintió con la cabeza y le entregó el camisón mirando de reojo al joven que también se había acercado junto a la Joselina, el por supuesto la devoraba con los ojos mientras sutilmente se relamía los labios, su mirada y la situación la hizo estremecer pegó los brazos a sus costados y tembló ligeramente- ¿subiste de peso? – eso curiosamente molestó a Elena más que el hecho que dos personas la vieran desnuda, alzó la vista y la miró con enojo, esto para su desconcierto hizo que la mujer se riera suavemente- me alegra ver que aún queda algo de fuego en ti.

- ¿Qué es lo que quieren? - dijo después que ella acabara de reírse, a ella la situación no le causaba ninguna gracia, Joselina de inmediato se puso seria, tiró el camisón a un lado e indicó la tina.

- por ahora, solo hablar- dijo tranquila, a Elena no se le escapó que dijo “por ahora”- sería una lástima desperdiciar el agua ¿no es así? Porque no te bañas mientras hablamos - Elena no quería averiguar si era una orden o era una pregunta, se dirigió a la tina en cuestión sin dejar de mirar a Joselina, aunque tal vez era para no mirar al joven que no había parado de comerla con los ojos, estaba tan distraída que pasó lo inevitable, con los pies descalzos y el suelo húmedo resbalar y caerse era solo cuestión de tiempo, aunque evitó la caída porque unos brazos la agarraron presurosos, era el joven hombre que entró con Joselina, con una mano la sujetó del pecho envolviendo ambas tetas y con el otro pasó por entre sus piernas rozando su pubis, Elena no supo cómo reaccionar, se quedó paralizada mientras sentía las manos ardientes en sus zonas sensibles, para su mayor consternación él no la dejó en el suelo, sino que lentamente la depositó en la tina.

El agua estaba un poco fría por la espera, pero fue un alivio para Elena, se sentía extrañamente acalorada y miraba con cada vez menos disimulo al chico que la había tocado sin querer, pero cuyos dedos de fuego aun sentía en su cuerpo, el agua templada le sirvió para concentrarse un poco, aunque sentía los pezones endurecidos y no sabía si era por la temperatura del agua o algo más, mientras estaba distraída Joselina acercó una silla y se sentó en frente suyo.

- creo que ya conociste a Marcos - dijo con una sonrisa divertida, apuntando hacia el joven que ahora se había colocado a sus espaldas- es mi hijo, como ves es un gran admirador tuyo, también hace un masaje increíble, muéstrale hijo - antes que Elena pudiera responder o quejarse una mano tomó cada hombro y comenzaron a moverse, apenas pudo contener un suspiro, las manos que tenía…, atacaron todas sus tensiones en segundos, sino fuera por la situación en que estaba hubiera cerrado los ojos y disfrutado del increíble masaje.

- ¿Qué quieres hablar? – dijo finalmente haciendo un esfuerzo por mantener los ojos abiertos, ella miraba tranquilamente su cuerpo desnudo analizando.

- de varias cosas, señorita Torrealba, para empezar de su intrusión en mi establecimiento, dígame la quería robar o solo vengarse por usar su imagen de ladrona- dejó que las palabras resonaran un segundo, Elena se dio cuenta que sus peores temores se hacían realidad, no solo podrían provocar su repudio social al decir que tuvo sexo en prostíbulo, sino que también podrían hacer que la ejecutaran con lo que sabían, la situación era un desastre y pasaba a ser peor, atrapada contra la pared solo atinó a contestar con la verdad.

- yo entré a robar - dijo con lágrimas en los ojos, iba a continuar confesando lo que pasó esa noche, pero ella nuevamente alzó la mano, silenciándola.

- no es necesario ya sabemos todos lo que pasó después - lo fácil que lo dijo le dolió aún más, como si simplemente no importara que la hayan violado cruelmente, tan distraída lo dejó ese pensamiento, que no notó como el inocente masaje lentamente se convertía en algo más, con las manos del muchacho acercándose a la parte delantera de sus hombros, casi bordeando su escote- ¿fue por necesidad?

- lo fue - contestó aun sincera, mientras los pulgares de Marcos se acercaban a la parte blanda de su pecho.

- entiendo ¿sabes que con lo que sabemos podríamos hacerte lo que quisiéramos? – ella solo pudo asentir con la cabeza, asustada- podríamos hacerte caminar desnuda por el pueblo, hacer que trabajes como una prostituta en nuestro local o lo que se nos ocurra- Elena sentía como se iba hundiendo con cada palabra, la peor pesadilla que podia soñar se estaba haciendo realidad a un paso alarmante, sentía un nudo en el estómago y temblaba ligeramente- todo eso podríamos hacer, con un simple chantaje… pero no lo haré.

-¿Qué…?- el cambio radical dejó a la aristócrata totalmente confusa, solo reaccionó con un lindo chillido cuando Marcos recorrió con sus manos el trecho que faltaba y tomó ambos pechos y los masajeó con sus dedos mágicos, Elena casi se abandona a la sensación, era masilla en las manos de ese chico, se hundió más en la tina pero el agua en sus pechos hicieron más fácil la tarea del masajista, se obligó a prestar atención a la mujer del frente que sonreía nuevamente.

- como oíste, no me interesa chantajearte, me recuerdas en algo a mí a tu edad, eres valiente e inteligente además estas descubriendo lentamente los deseos de tu cuerpo, ahora apenas puedes contenerte con un simple toqueteo de senos, por eso no quiero romperte y obligarte a servirme, quiero que trabajes conmigo por propia voluntad, quiero ofrecerte un negocio señorita Gata.

Elena escuchó todo con confusión, a medida que fue comprendiendo las palabras un alivio fue atravesando su corazón mientras curiosidad remplazaba la confusión, sin darse cuenta se inclinó hacia adelante en la tina, con una ligera sonrisa en el rostro, detenida solo por las manos de Marcos que seguían atacando implacablemente.

- ¿Qué propuesta? – dijo con una voz algo distorsionada por el placer que sentía.

- sabes, la industria del placer está en auge en esta zona, hay varias casas como la mía en zonas cercanas que nos hacen competencia, pero cuando empezamos a vestir a las chicas como la Gata, algo radical cambió, empezó a venir gente de ciudades cercanas solo para follarse a alguien que fingía ser una famosa, hicimos quebrar a algunas casas cercanas y sus mejores chicas decidieron venir a trabajar con nosotros, estamos en un gran momento, es el momento exacto para crecer, pero los terrenos de la casona están completamente ocupados, la gente de la zona además se niega a tener tratos con nosotros y vendernos o arrendarnos sus tierras, entonces estas tú…

- con mi hacienda- dijo lentamente Elena, sin darse cuenta había llevado una mano a su entrepierna para tocarse, a pesar del estado de excitación en que la tenía Marcos, tomó bastante atención a lo que dijo Joselina, sabía hacia donde iba y en otros tiempos se habría sentido tremendamente ofendida, pero ya había pasado por mucho desde esa época, ahora solo veía la posibilidad con extrañeza- con mi título nobiliario no creo que pueda…

- pues véndelo- dijo tranquila, Elena frunció el ceño y la miró fijamente, jamás había considerado venderlo, era parte suyo tanto como el color de ojos o la forma de sus manos, pero ahora que lo decía otra persona la idea no era tan aberrante, iba a hablar, pero ella nuevamente levantó su mano, deteniéndola, se estaba volviendo una costumbre y Elena se sentía extrañamente amaestrada- ¿Qué ha hecho tu título nobiliario por ti? Cuando te viste obligada a vestirte de negro y robarles a los soldados de que te sirvió, cuando tuviste que huir con los pechos al aire, de que te sirvió, cuando…

-basta- dijo con voz temblorosa y solo parcialmente por el toqueteo incesante de sus pechos, lamentablemente para ella, Marcos pensando que la orden era para él se detuvo y alejó sus manos, tuvo que usar toda su voluntad para no darse vuelta y pedirle que continuara, la situación ya era suficientemente humillante como para hacer algo así, se concentró en la mujer que tenía en frente y acalló sus gemidos internos- entiendo a lo que te refieres, ¿Cuál es mi parte en el negocio que dices? ¿quieres que venda la hacienda?

- no- dijo sonriendo, pero no la sonrisa burlona de antes, sino una más sombría, Elena pudo ver en sus ojos que ella tenía grandes planes, no pudo evitar acompañar su sonrisa- no quiero que me la vendas a mí ni a nadie, quiero que seamos socias y que juntas aquí construyamos no solo un prostíbulo, quiero aprovechar las hectáreas que tienes para hacer todo un centro de entretención para adultos, las posibilidades son tan infinitas como nosotras queramos, podemos llegar a convertirlo el lugar más importante de la zona- detuvo su discurso y Elena tuvo que reconocerse que estaba impresionada, la idea no sonaba tan descabellada, a esa altura la aristócrata estaba harta de vivir siempre sufriendo por pagar los impuestos, además de todas las presiones sociales que siempre la sofocaban, sería bueno poder ser relativamente libre por primera vez.

- se lo que piensas- le dijo ella y volvió a su sonrisa burlona- estas harta de que toda la gente te diga que puedes o no hacer con tu cuerpo, vi como mirabas a mi hijo- la cara de Elena se puso completamente roja de la vergüenza, tuvo el ánimo para pensar que era curioso que no se hubiera puesto así antes, trató de bajar la cabeza pero marcos tomó su mentón delicadamente y mantuvo su cabeza levantada- no te avergüences, es un poco joven, pero da igual, si decides trabajar conmigo él puede ser tuyo, a él no le molestaría créeme, se nota que le encantas, aunque si no te gusta la idea de que sea tuyo, que tal si al contrario tú puedes ser de él… lo que sea que te guste podrás hacerlo sin que nadie te juzgue ¿Qué te gustaría?

- yo…- pudo tartamudear finalmente, ya no la tocaban y se había olvidado de que estaba desnuda, aun así se sintió más caliente que nunca en su vida, la vagina le ardía y sentía que los pezones se le iban a caer de tan duros que estaban, el negocio se le escurrió de la mente y la oportunidad de poder hacer lo que quisiera cuando quisiera ocupó todo su ser, toda su vida había estado atrapada, tanto que la única experiencia sexual que tenía era contra su voluntad, no se había dado cuenta el gran peso que llevaba sobre sus hombros, ahora miraba a Marcos mientras la idea de decir que quería ser de él subía por su garganta- yo quiero…

-no es necesario- le interrumpió de nuevo Joselina, poniéndose de pie- señorita, la oferta ya está dicha, considérela, puede venir cuando quiera a mi establecimiento y podemos negociar el resto de trato si decide aceptar, no queremos importunarla más de lo que ya hemos hecho- así de la misma manera intempestiva que llegaron se fueron del lugar, dejando a Elena con la aceptación en la boca y su sexo palpitante, casi se va tras ellos sobre todo detrás de Marcos, pero llegó hasta la puerta goteando y aun desnuda cuando reaccionó, retrocedió lentamente, asustada de sí misma, nunca había hecho algo así, se estaba convirtiendo en otra persona, alguien quien no conocía, lo peor es que la idea no la asustaba tanto, sonrió mientras volvía a la tina, esta vez sí a bañarse correctamente.

II

Elena ya no sonreía, estaba demasiado impaciente para hacerlo, estaba en la pequeña consulta del doctor donde solo esperaba estar media hora, ya llevaba casi 3 horas y estaba furiosa, durante todo ese tiempo el doctor sudaba y evitaba mirarla a la cara, repetía una y otra vez los mismos exámenes sin decirle ni una palabra, estaba a punto de recriminarlo cuando aparentemente se armó de valor y se sentó delante suyo.

  • Señorita Torrealba, la causa de su malestar… es que usted esta…- el doctor carraspeó un poco, desviando la vista- embarazada, señorita… usted está embarazada.

El golpe que sintió Elena fue brutal e inmediato, de no estar sentada habría caído al suelo, se tambaleó en el asiento mientras sentía una piedra caliente le bajaba por el vientre, tuvo que mojarse los labios tres veces para estar segura para hablar.

  • ¿está seguro? - el simplemente asintió con la cabeza, triste, por supuesto que está seguro, pensó Elena, por eso repitió las pruebas tantas veces, y también era obvio que iba a terminar embarazada, tuvo sexo con dos tipos distintos y ambos se corrieron dentro de ella, lo peor es que ni siquiera sabía quién era el padre, sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas, se puso de pie rápidamente, sin decir una sola palabra pagó y se largó de ese lugar, sintiendo los ojos del doctor pegados a su espalda, juzgándola.

Caminó sin rumbo fijo por un rato, sin saber a dónde ir o que hacer, no solo en ese momento sino en su vida en general, la oferta de Joselina venía a su mente una y otra vez, en ese momento de debilidad sus pasos se encaminaron sin que ella lo notara directamente al prostíbulo, se detuvo a tiempo a una distancia prudente, no estaba lo suficientemente para generar habladurías pero si lo suficiente para verlo claramente, su destino estaba bastante claro, la oferta de Joselina era su única opción en ese momento, una vez que su embarazo se empezara a notar sería considerada inmediatamente la puta del pueblo y sin algo con lo que protegerse seria  destrozada rápidamente.

Tenía que dejar de mentirse a sí misma, hubiera aceptado la oferta independiente de su embarazo, lo único que había cambiado era la urgencia para aceptar, tendría que hacerlo en los próximos días en vez de esperar unas semanas como seguramente habría hecho, suspiró molesta consigo misma, la idea no le molestaba tanto como debería, iba a entregar su hacienda a la misma perversión que había odiado y que ahora… anhelaba, ya no sabía quién era ella, dio la espalda al prostíbulo mientras se dirigía a su hacienda.

Durante el viaje de vuelta no podia dejar de pensar, era un momento de retrospección y análisis interno, la pregunta que rondaba su mente era principalmente ¿Quién era ella?, ya no se sentía la inocente aristócrata de hace un tiempo, no podía encontrar que había reemplazado ese vacío, la imagen que más venía a su mente era de ella en la tina de su baño, cediendo ante las manos de Marcos, pero por mucho que el placer la haya dominado no significaba que ella fuera una especie de mujer pecaminosa, era una parte de ella no podía negarlo, pero debía haber algo más.

La respuesta vino a ella horas después mientras estaba sentada en su habitación revisando su ropa, cuando vio entre sus cosas encontró un sucio y algo roto pantalón de cuero, su origen vino de inmediato a su mente, era del primer traje que tuvo y junto con su máscara lo único que quedó de él, lo observó por un momento tomándolo con ambas manos, no pudo creer que se había olvidado de él, es un milagro que su servidumbre no lo hubiera encontrado, después de su primera derrota estaba tan ofuscada que simplemente lo tiró por ahí, aun podía sentir en el agrió olor de su sudor y un poco de semen del soldado.

A pesar de todos los recuerdos negativos ver el pantalón que tanto había usado le dio algo de nostalgia, recordaba con cariño todas sus aventuras o al menos las que terminaban con ella triunfante, sus recuerdos habían estado cubiertos por los malos recuerdos de sus malas experiencias, pero la verdad es que siempre había disfrutado sus experiencias como La Gata, la emoción, el peligro y el sentirse poderosa y libre.

Unas lágrimas cayeron sobre la tela en sus manos, no había recordado hasta ahora lo bien que se sentía en ese tiempo, muchas veces el dinero y el ayudar a la gente pasaba a segundo plano, lo que amaba era la emoción del peligro, eso le hizo reconsiderar al fin quien era ella, pero al mismo tiempo se dio cuenta que ya no podría serlo más, su embarazo cambiaría su vida en varios sentidos, una de los principales era que ya no podría salir a arriesgar su vida de esa manera, no solo su estado físico decrecería considerablemente en las próximas semanas, sino que además no solo peligraría ella, también el hijo que estaba en su vientre que a pesar de la forma en que  había sido concebido no tenía nada en contra de él.

Pegó el pantalón a su rostro mientras lloraba incontrolablemente, sin darse cuenta fue doblando las piernas hasta que terminó sentada en el suelo, se acurrucó contra el mueble y se desahogó por horas, cuando finalmente se calmó se sentía acalambrada y con los ojos hinchados, se puso de pie un poco tambaleante, se lavó la cara y fue a la sala para pedir un té a la ama de llaves, se sentó mientras esperaba cuando notó que sobre la mesa había una carta dirigida a ella.

La tomó y la leyó rápidamente, no era nada especial, era una invitación a una de las sosas reuniones sociales a la que siempre la invitaban, iba a descartarla porque no tenía ganas de hacer nada ese día, cuando notó que la reunión era en un lugar nuevo, en la casa del mismísimo coronel Buendía, el nunca había ofrecido su hogar para hacer cualquier tipo de celebración, esto debido a varias razones, pero la mayor era por seguridad, según los rumores en ese lugar tenía la mayoría de la riqueza que ese pueblo podría ofrecer, sin hablar de los registros de su oficina, todos la información de los vecinos de la zona así como los planes económicos y militares de las autoridades del virreinato.

Por esas mismas razones ella nunca se había atrevido a intentar robar allí, era una maldita fortaleza, con pasillos estrechos y enredados y más de una veintena de soldados ocupados solo en su defensa, lo cual era normal ya que había sido construido a unos metros del cuartel y aparentemente había un túnel que unía ambos edificios.

La idea vino a ella casi tan pronto como el té le fue traído a la mesa, el mayor problema como sabía era entrar, patrullas constantes a su alrededor lo hacían casi imposible, pero en su mano tenía una entrada fácil, además todo el mundo estaría ocupado con la variedad de invitados que habría, podría escabullirse fácilmente durante la fiesta y cambiarse de ropa en un segundo, no podría robar mucho solo lo que pudiera llevar consigo sin llamar la atención, pero eso sería suficiente para que el último golpe de la Gata sea memorable.

III

La señorita Elena Torrealba llegó después del anochecer, con un elegante retraso de media hora, el resto de los invitados y los guardias de las afueras reaccionaron con sorpresa al verla llegar, era conocido por casi todos, la enemistad entre la aristócrata y el anfitrión de la fiesta, pero tampoco fue tan llamativo también era conocido que los aristócratas tenían un actuar muchas veces errático e impredecible.

Dentro del lugar el ambiente era festivo y alegre, la música traída por un trio de violinistas servía para relajar el ambiente y de fondo para que los variados invitados se reunieran en grupos de conversación mientras degustaban sabrosos tentempiés y bebían caros licores, en ese ambiente Elena se movía con gracia, saludó a casi todos los invitados y les preguntó sobre su salud y el clima, todo bajo una tranquila sonrisa como se esperaba de ella, incluso saludó educadamente al coronel en cuanto este se le acercó tan sorprendido por su presencia como el resto de las personas.

Durante largo rato Elena hizo su mayor esfuerzo por mezclarse con el resto de los invitados, incluso cuando ya se esparcían lentamente por otras partes de la casa ella siguió allí, para evitar llamar la atención el mayor tiempo posible, aun así era un poco llamativa, era la única mujer de las presentes que llevaba consigo un abanico y lo usaba con frecuencia, a pesar de eso se notaba que no servía de mucho, su rostro estaba enrojecido y algunas gotas de sudor corrían por su cara cuello y escote, todo el mundo que la veía notaba que estaba acalorada, responsabilizaron al alcohol que circulaba y que creían que había bebido en exceso, la verdad es que estaba sobria, el sofocante calor que sentía era porque debajo de su vestido verde llevaba el apretado uniforme de la infame Gata.

Quería esperar un poco más antes de actuar, pero el calor le pasó la cuenta, sentía que se estaba cociendo en su propio sudor debajo de toda esa ropa, temía desmayarse en cualquier minuto y que descubrieran su traje debajo, usando como tapadera uno más de los reiterados discursos del coronel abandonó la sala, caminó por los pasillos mirando en todas direcciones como si estuviera perdida, no tuvo que fingir demasiado ya que no estaba muy bien ubicada, finalmente llegó a la escalera que ella sabía que llevaba a la zona no permitida, se quedó allí unos minutos hasta que estuvo absolutamente segura que nadie la observaba ni la seguía y subió la escalera rápidamente.

Una vez arriba se detuvo y se concentró en escuchar si había alguien cerca, al estar lo suficientemente  convencida que estaba sola en el segundo piso caminó con lentitud en el pasillo hasta llegar a la primera puerta, la abrió lentamente y al ver que estaba despejada entró, de inmediato, tan pronto como aseguró la puerta a sus espaldas se quitó el vestido tan rápido que casi lo rompe, el calor la tenía totalmente sofocada fue tanta su desesperación que continuó quitándose la ropa hasta que estuvo totalmente desnuda.

Se quedó un momento así, respirando profundo sintiendo el sudor sobre su piel, sabía que era una idiotez quedarse desnuda en medio de la casa de su más encomiado enemigo, pero su cuerpo tenía un exceso de temperatura no solo por haber llevado ropa extra durante varias horas sino también porque la situación le resultaba intensamente excitante, se obligó a si misma a reaccionar antes que las cosas se complicaran.

Con cuidado dobló su vestido y lo puso debajo de una cama cercana, todo eso lo hizo aun desnuda queriendo disfrutar de la rara sensación un minuto más, después se vistió con su tradicional traje, empezó por su máscara que había llevado envuelta en el antebrazo y siguió por su camisa y corsé, este último menos apretado que de costumbre, ya que después de saber de su embarazo notó para su vergüenza que había engordado ligeramente, por ultimo su pantalón que por una nostalgia morbosa decidió que fuera el mismo que había sobrevivido a su primera derrota, el hecho de que no lo haya lavado y que haya decidido llevarlo sin ropa interior debajo eran más inexplicables aun para ella misma.

Finalmente estaba lista, tomó con fuerza la daga en su cinto, la única arma que había podido traer entre sus ropas y salió de la habitación agazapada y atenta en la oscuridad, caminó lentamente y abrió una a una todas las puertas del pasillo para ver su interior, solo habitaciones vacías o sin contenido de valor, o al menos algo que pudiera llevar en su persona, tampoco le importaba demasiado sabía que buscaba el estudio del coronel.

Lo encontró finalmente, era la última habitación del segundo piso y tenía una gran puerta de roble, ella lo abrió con facilidad usando su daga y entró en menos de un minuto, cerró la puerta a sus espaldas y esperó un segundo por algún ruido acusatorio, pero nada, recién ahí miro el estudio y lo que vio le quito el aliento por un segundo.

El resto de la casa era lujosa pero comparada con esta oficina era una tontería, el escritorio y las sillas eran de caoba, una alfombra de piel de oso, pinturas suyas hechas por profesionales y con marcos de plata y… ¿eso era una espada de oro solido en la pared?, ella estaba anonadada, ahí iban todas las ganancias mal habidas, era imposible que un simple coronel que vigilaba un pueblo relativamente pequeño, tuviera tanto dinero, sacudió la cabeza para salir de su estado estupefacto y empezó a buscar entre sus cosas.

De inmediato tomó algunas cosas pequeñas, unas monedas de oro sueltas y otras baratijas que ocultó entre sus ropas, pero no era eso lo que buscaba, revisó su escritorio por completo ignorando algunos papeles con palabras y números que ni se molestó en leer, buscó entre los libros de su librero sin encontrar nada útil, ya estaba algo molesta pensando que tal vez todo esto había sido para nada hasta que notó un pequeño cofre en el suelo de una esquina de la habitación.

Se acercó presurosa ya que se veía prometedor, se arrodilló delante de él y lo miró con calma, no era muy firme ni grande pero estaba bellamente tallado con imágenes de caballos y espadas, no se tardó más de 10 segundos en romper la cerradura y abrir el cofre, no perdió tiempo mirando estupefacta sino que de inmediato comenzó a rebuscar entre el contenido, tenía muchas cosas valiosas e interesantes, pero dos cosas llamaron más su atención, uno era un pequeño cuaderno de cuero que por lo poco que alcanzó a leer era el mismísimo diario personal del  Coronel, el otro un increíblemente lujoso collar, apenas si podia distinguir la cantidad de piedras preciosas que tenía en él aunque resaltaba el diamante del tamaño de una uva en el centro.

Ella no era tan aficionada a las joyas como otras señoritas de su clase y posición aun así el collar en sus manos hizo que le brillaran los ojos y se imaginara con el puesto, estuvo distraída por varios segundos, hasta que pudo concentrarse de nuevo, sacudió su cabeza mientras miraba temerosa hacia la puerta, para su suerte no había nadie que hubiera entrado en su momento vulnerable, tomó el diario y lo metió en el corsé, entre su abdomen y la prenda quedando bien sujeto y oculto, luego tomó el collar con delicadeza, quería tenerlo cerca y protegido el único lugar que se le pudo ocurrir levantó levemente la camisa de su pecho y metió el collar entre su pecho derecho y la tela.

Solo tuvo tiempo para estremecerse un poco por la sensación del frio metal contra su sensible piel antes que escuchó como la puerta se abría lentamente.

Elena giró su cabeza de inmediato mirando al hombre que entraba a la habitación tan sorprendido como ella, por una milésima de segundo temió que fuera el mismísimo coronel, no era el pero no era mucho mejor era el sargento Andrade, ambos se miraron en silencio por un minuto, indecisos, él totalmente quieto en el marco de la puerta, ella paralizada aun de rodillas con la mano dentro de su escote dejando ver inconscientemente la pálida piel de su seno derecho.

El sargento reaccionó primero, llevó las manos a su cinto de inmediato en busca de sus armas, hasta que recordó que nos las traía, era un invitado en la fiesta de su superior y no se supone que estuviera armado por su casa, por un segundo se preocupó pero notó que su rival tampoco estaba armada y solo llevaba una pequeña daga en el cinto, lo más prudente era llamar a gritos a los guardias, normalmente lo habría hecho, pero verla así aun de rodillas y tan vulnerable hizo que deseos más oscuros que llevarla a la justicia invadiera su mente.

Cerró la puerta a sus espaldas y avanzó hacia ella con lentitud, pendiente de sus movimientos porque a diferencia suya ella tenía un arma, pequeña y casi inútil en combate, pero un arma, a fin de cuentas, el único pensamiento que tenía en su cabeza es que no permitiría que la atractiva ladrona se le escapara de entre las manos.

  • ¿Qué tenemos aquí? - le dijo suavemente, la Gata solo se estremeció por un segundo mientras reaccionaba- no pensé que estarías tan rápido de rodillas delante mío- eso bastó para que Elena se pusiera de pie de un salto, mientras tomaba su daga en las manos, no notó que no arregló bien su camisa y dejaba ver casi completamente su seno derecho inclusive la sombra de su pezón.

  • ¿normalmente tendría que pagarle a una no sargento? – le contestó tratando de confundirlo como hacia normalmente- después de todo usted es incapaz de atrapar nada, aunque se rindiera ante usted- no fue una de sus mejores burlas eso lo reconocía, pero aun así esperaba de él una reacción distinta a reír con suficiencia.

  • si quisiera pagarte te buscaría donde Joselina, bandida- la respuesta mordaz que tenía preparada murió en su garganta, reemplazada por un jadeo de sorpresa, su piel se puso de un color rojo brillante hasta las orejas y retrocedió dos pasos, no se esperaba que unas palabras dichas casi al azar pudieran herirla tanto, intentó pensar una respuesta pero en ese momento el soldado se le abalanzó encima atacándola, abrió ambos brazos para intentar cortarle las vías de escape al tiempo que trataba de sujetarla.

El momento del combate verbal se había terminado era el turno del enfrentamiento físico, Elena aun aturdida reaccionó tarde solo atinando a hacer un movimiento horizontal con la daga, pese a lo desganado de su ataque fue suficiente para que él tuviera que frenar su ataque, al repetir el movimiento ahora más concentrada tuvo más fortuna y le hizo un tajo en el antebrazo que le rajó ropa y carne, haciendo que sangrara y retrocediera.

Elena sintió la adrenalina corriendo por sus venas y se sintió más viva que nunca, la emoción y el peligro la revitalizaron y le hicieron olvidar todos sus problemas, tratando de capitalizar su ventaja avanzó con una estocada al bajo vientre del sargento, fue su turno para reaccionar tarde trató de esquivarlo pero no tenía espacio a sus costados y no podia retroceder por una silla en su camino, solo atinó a ver en cámara lenta mientras el cuchillo se acercaba a su abdomen, cerró los ojos y se preparó para el dolor.

Pero el dolor nunca llegó, para sorpresa de ambos la punta del cuchillo chocó con la hebilla de su cinturón y se desvió hacia un costado, el sargento sintió como el filo rozaba su costado y rajaba su ropa pero no tocó su piel, viendo su oportunidad él la tomó del brazo que tenía el arma sujetada, la bandida entró en pánico y trató de forcejear y alejarse, pero su agarre era de hierro, desesperada pegó su cuerpo al de el para tratar de usar más fuerza, el sargento aprovechándolo la sujetó con un brazo alrededor de su cintura aferrándola a si mismo mientras con la otra la agarraba de la muñeca incapacitándola.

Se quedaron un tiempo así, en silencio mirándose fijamente mientras ambos pensaban que hacer a continuación, era evidente que el sargento tenía la ventaja, tenía más fuerza y la tenía bien sujeta, lo único que le impedía terminar la pelea y someterla era que aún tenía el cuchillo en su control y que ella tenía la rodilla entre sus piernas, él estaba arriesgando recibir un rodillazo traicionero.

La mente de Elena funcionaba a toda velocidad, se sacudió ligeramente para ver si podía zafarse pero solo consiguió pegar más su cuerpo y hacer que sus senos se movieran seductoramente, de todas maneras fue un avance ya que el militar olvidó por un momento la situación de lucha en que se encontraba, le quedó mirando fijamente los pechos, distraído bajó su mano de su cintura y le sobó el trasero con brusquedad, estaban tan pegados que Elena pudo sentir la erección de él sargento contra su pubis, anteriormente se habría indignado pero ahora solo le aturdió un poco mientras se sentía extrañamente acalorada.

La pelea se volvió rara en ese momento, el sargento soltó la mano que tenía la daga con indiferencia mientras llevaba su nueva mano libre a su espalda apretándola más contra su cuerpo al tiempo que trataba de desatar su corsé, la gata podría haberlo apuñalado, pero en su sorpresa y aturdimiento dejó caer su daga y sintió un ruido sordo al otro lado de la habitación así que solo podía deducir que la había enviado lejos de una patada, estaba completamente desarmada, sabía que estaba en gravísimos problemas sus esperanzas de ganar eran bastante cercanas a 0, solo podía rezar esperando tener una oportunidad de escapar.

Sus pensamientos internos se vieron interrumpidos al sentir su corsé ceder y caer junto con el diario robado al suelo, apenas se dio cuenta porque en ese momento el soldado metió su mano diestra por debajo de su pantalón, sintió los dedos entre sus nalgas y se retorció desesperada, pero él ya la tenía físicamente sometida, escuchó como tiraba de su pantalón hasta que la tela empezó a ceder, Elena trató de arañarle la cara en un intento de que la soltase pero el no solo agarró su mano sino que con el mismo movimiento dejó la mano entre ellos inutilizándola, antes que pudiera intentar hacer algo de nuevo el dio el golpe letal y le arranco la máscara de golpe.

El desenmascaramiento de la más infame ladrona aturdió a ambos, sobre todo a Elena que al verse descubierta ante uno de sus mayores enemigos no era capaz de dimensionar el miedo que sentía, vio como él sonreía y modulaba su nombre sin emitir sonido, aprovechó su distracción y le dio un rodillazo en la entrepierna que lo hizo retroceder con un quejido.

El rodillazo no causó el suficiente daño, ella se dio cuenta de eso, retrocedió asustada sin saber que hacer mientras intentaba pensar en algún tipo de plan, sin suerte, finalmente se detuvo cuando su espalda chocó con la pared, al mismo tiempo el sargento se recuperaba y se acercaba cojeando ligeramente, su expresión y movimientos habían cambiado, ya no era un cazador persiguiendo a su presa, era un conquistador que venía a disfrutar de su premio.

- Elena Torrealba, quien lo hubiera pensado, ¿Por qué no os rendís de una vez? - la idea se le pasó por la mente, sería más fácil ¿no?, ponerse de rodillas y dejar que todo termine, dejar que el sargento le hiciera lo que quisiera sin rechistar, después de todo él era indudablemente más atractivo que los otros hombres que habían profanado su cuerpo, ella misma estuvo a punto de ceder en su causa, empezó a doblar las rodillas cuando vio al sargento mirar fijamente su entrepierna siguió su vista cuando notó que los pantalones se estaban cayendo y ya iba a la altura de sus muslos, dejando a la vista la mayoría de su pubis.

Rápidamente sujetó el pantalón y lo sujetó lo más arriba que pudo, pero la tela estaba muy dañada, solo consiguió cubrir su vagina pero se seguía cayendo a sus costados y en la parte trasera solo se mantenía arriba porque estaba contra la pared, curiosamente eso fue lo que le hizo cambiar de opinión de rendirse, se dio cuenta que se rindiera o no le pasaría lo mismo, el sargento se la cogería y después de todas las humillaciones públicas que se les pudieran ocurrir sería ejecutada, al menos con una resistencia simbólica podría decir que mantuvo un poco de su dignidad, luchando hasta el final.

Por lo mismo cuando él estuvo al alcance trató de darle un golpe, que el esquivó con facilidad, antes de tomarla por la camisa y de un tirón lanzarla por la habitación como si de una muñeca se tratase, terminó cayendo de cara sobre el escritorio del coronel, desparramando papeles y otras cosas, Elena apenas si lo notó, sentía el frio contacto con la mesa en la piel de sus pechos, lo que le dijo que su camisa estaba rota y totalmente abierta, además sus pantalones le colgaban flojos en los tobillos por lo que el sargento podía ver desde esa posición sus partes íntimas perfectamente.

La idea no le afectó tanto como debería, estaba más interesada en el collar que se había quedado en la esquina del escritorio de alguna manera, trató de incorporarse pero no alcanzó a hacer ningún  movimiento antes que el sargento la alcanzara, la tomó de la cadera y con brusquedad la giró sobre el escritorio haciéndola quedar boca arriba, solo pudo observar como el sargento la devoraba con los ojos con deseo puro y salvaje, sintió como sus interior se sacudió y se humedecía, trató de renegar de sus impulsos pero no alcanzó a pensar ni un segundo cuando el sargento se abrió el pantalón liberando a su miembro.

Elena ya había visto otros penes con anterioridad aun así no pudo evitar abrir los ojos con sorpresa al ver el del sargento, su primera impresión era que no iba a entrar, era más largo y grueso que lo que ella pensaba que podía ser, no tuvo mucho tiempo para apreciarlo como le hubiera gustado porque el de inmediato le abrió las piernas de un tirón y  llevó a los labios empapados de su vagina y de un solo empujón llegó a la mitad del camino, se detuvo un segundo sintiendo las húmedas paredes de su interior y escuchado el gemido de la joven pobremente disimilado como una queja.

El sargento no podía evitar sentirse un poco decepcionado, había imaginado cientos de veces como se cogía a esa creída aristócrata y dentro de todas esas fantasías estaba el momento en que la desvirgaba y rompía su himen,  pero ahora se daba cuenta que pese a lo estrecha que era alguien se le había adelantado, no pensó mucho en eso se inclinó sobre ella mientras le agarraba las tetas y se las sobaba con brusquedad, esta vez Elena no trató de disimular el gemido cerró los ojos y se afirmó del escritorio para soportar el movimiento que sabía que venía.

No se hizo esperar, con un bufido deslizó sus manos hasta sus hombros a la vez que empezaba a avanzar lentamente, Elena se avergonzó al darse cuenta que sintió sus pechos insatisfechos al dejar de sentir las manos en ellos, pero la sensación del deslizamiento de sus dedos por su piel cubierta de sudor le hizo olvidar y remplazó rápidamente lo que había perdido, además sentía claramente como el miembro del sargento seguía profundizando en su interior, más de lo que nunca nadie había llegado,  la mente de la bandida se nubló y dejó de parecerle tan peligrosa la situación en que se encontraba y empezó a relajarse y a disfrutar cada vez más.

El sargento se dio cuenta de inmediato, al llegar hasta el fondo de sus entrañas ella abrió los ojos desmesuradamente y se mordió los labios, se convirtió en masilla en sus manos y llevó sus manos a sus pechos y deslizaba sus dedos lentamente, el militar siempre se había considerado altamente calificado en las artes amatorias, pero aun así notaba que ella no debería estar disfrutando tanto en esas circunstancias, echó un vistazo inclinándose sobre ella a sus ojos mirando al vacío y llenos de placer y entendió la razón, ella estaba loca, completamente dominada por sus sensaciones y deseo, el descubrimiento le dio una mezcla de emociones, principalmente lastima y decepción, la miró con desprecio y empezó a moverse.

La bandida estaba completamente perdida en sí misma, no podía enfocar la mirada y su mente era un torbellino confuso, lo único que existía para ella en ese momento era el miembro del sargento en su interior que la llenaba como nunca, cuando el retrocedió suspiró audiblemente y cuando volvió a penetrarla apenas si pudo contener sus gritos.

Esto continuó con cada movimiento de él sargento, con furia retrocedía su pelvis y la volvía a avanzar hasta que nuevamente llegaba hasta el fondo, repitió ese movimiento aumentando la velocidad en cada embestida, hasta que solo se podía escuchar en esa habitación el ruido del golpeteo de cuerpos y las respiraciones y gemidos entre cortados de Elena, ambos sentían que iban en una carrera acelerada hacía el orgasmo y por un segundo pareció que la gata llegaría primero, pero el sargento soltó sus hombros y tomándola del trasero la levantó del escritorio, con sus manos restregó las nalgas y en uno de todos esos apretones y tirones la punta de uno de sus dedos le penetró por su ano.

Elena que estaba sumergida en el placer hasta ese momento gritó de dolor y sorpresa ante la repentina invasión, despejó parcialmente su mente y recordó la horrible situación en que se encontraba, no redujo las sensaciones que la abrumaban pero al menos la sacó un poco de su estupor, trató de liberarse pero el agarre del sargento era de hierro, él apenas se daba cuenta que ella trataba de huir, se movía con toda su velocidad y estaba hipnotizado por el movimiento de los pechos de Elena rebotando por cada acometida, en un arranque de sadismo ingreso otro dedo a su cavidad trasera y los retorció en todas direcciones, justo antes que él se corriera en su interior.

El dolor de los dedos en su trasero se vio ocultado con la sensación que tan tristemente conocía de semen caliente en su útero, le hubiera preocupado quedar embarazada si no lo estuviera ya, notó distraída como nuevamente caía sobre el escritorio y esta vez el sargento respiraba pesadamente mientras se alejaba de ella, con lentitud tomó las prendas de Elena del suelo y luego se acercó a quitarle las que traía dejándola completamente desnuda.

La bandida desnuda se vio alzada del escritorio por el pelo y lanzada al suelo, no fue un gran golpe solo su orgullo fue dañado, la tomó del pelo e hizo el intento de levantarla, pero solo consiguió que quedara de rodillas ya que ella abrazó su rodilla y se aferró a ella, Elena sabía que ahora él pensaba entregarla, lo que por obvias razones le hizo temer, su única oportunidad era rogarle y de todas maneras poca dignidad le quedaba a esas alturas.

- por favor …-dijo en voz baja- no me entreguéis se lo suplico - el sargento solo la vio sonriendo, había soñado tener así tanto a la gata como a Elena Torrealba, el verla humillada y rogándole a sus pies a ambas en una sola persona fue uno de los mejores momentos de su vida, soltó su pelo y la dejó, ella de inmediato se arrojó a sus pies sin ningún asomo de duda besó sus zapatos y siguió diciendo – por favor déjeme ir, seré suya…haré lo que quiera, por favor…

- usa tu boca - le ordenó simplemente, apenas había terminado la frase cuando ella prácticamente se abalanzó contra su entrepierna, libero su pene que estaba erecto al ver su humillación y sin más preámbulo se lo metió a la boca, era la primera vez que hacía algo así, aunque entendía la teoría más instintivamente que por otra razón,  el sabor fue lo primero que le sorprendió, los restos de semen eran de sabor amargo a la vez de salado también sentía algo más que no podía identificar, su curiosidad le hizo distraerse nuevamente, no se daba cuenta que solo tenía en la boca la punta y el sargento la miraba con impaciencia.

Molesto tomó su miembro y sacándolo de su boca golpeó tres veces su cara, Elena sintió como si cada golpe hubiese sido con un martillo, las lágrimas corrieron por sus mejillas y lo miraba con un odio puro y sin disimular, aun así abrió la boca para que el sargento volviera a penetrar entre sus dientes, esta vez concentrada en su objetivo avanzó por si misma su cabeza acercándose cada vez más al vientre del sargento, cuando la punta de su miembro llegó hasta la parte trasera de su boca vio con temor que ni siquiera había llegado a la mitad.

El sargento notó como Elena empezaba a retroceder, pero él no estaba dispuesto a permitirlo. La tomó de los lados de su cabeza y avanzó a la fuerza hasta sentir como sus pelotas chocaron con la linda barbilla de la aristócrata, por supuesto la garganta de Elena se rebeló de inmediato ante el intruso, mediante arcadas trató de expulsarlo sin resultado, él la tenía fuertemente sujeta de la nuca, en segundos empezó a entrar en desesperación, no podía respirar y sentía como si la estuvieran ahorcando lentamente.

Aun así, ella no hizo mayor esfuerzo para liberarse, podría haber intentado morder o golpear, pero el miedo a las consecuencias sometió a sus impulsos naturales, el sargento se aburrió de la quietud usando su boca como herramienta movió su cabeza hacia adelante y atrás una y otra vez, follando su boca como si fuera su vagina, lo peor para Elena fue que en ningún momento liberó su garganta haciendo que continuara ahogándose.

Finalmente, Elena comenzó a llegar a su límite, su vista se hizo borrosa y sus extremidades perdían fuerza, distante notó como su vejiga cedía y un líquido caliente recorría sus muslos, ya cuando perdía la conciencia el sacó su pene y se corrió en su cara, ella quedó un minuto boqueando mientras la conciencia volvía a ella, ajena al semen que le caía por la frente y mejillas, finalmente se puso pie lentamente ante el beneplácito de su conquistador.

- Ahora – dijo mirándola con una siniestra sonrisa- es hora de llevarte al coronel - la traición era esperable para Elena aun así no pudo evitar reaccionar con ira, le dio un empujón con la poca fuerza que le quedaba, sin imaginar ni por un segundo los catastróficos resultados de su insignificante ataque.

Pasó casi en cámara lenta, él impulsado por el empujón retrocedió dos pasos sonriendo, se tropezó con el baúl haciendo que su espalda chocara con bastante fuerza en un mueble a sus espaldas, lo que derribó varias cosas colgadas en la pared, entre ellas una pesada e impráctica espada de oro sólido, que lo atravesó en su cuello, el chorro de sangre salió instantáneamente, manchando la habitación y algo a Elena, dio unos pasos agonizando hasta que rompió una ventana y la mitad de su cuerpo quedó colgando del marco.

IV

Fue extraño, Elena se le quedó mirando con las piernas temblando por varios minutos, cuando finalmente reaccionó, se sintió aliviada, aunque algo culpable, nadie podía esperar que terminara así pero ella no quería matarlo, de todas maneras se dio cuenta que era un buen momento para salir de allí, recogió el collar y el diario, buscó su traje por todos lados pero ni rastro, finalmente se dio cuenta que el sargento lo tenía en la mano al momento del incidente y ahora colgaba de la ventana.

Salió tambaleándose de la habitación, completamente desnuda, sucia y cansada, solo quería ponerse el maldito vestido y largarse de una vez, caminó por el pasillo haciendo el menor ruido posible, pero no pudo evitar tambalearse un poco y dejar un rastro de fluidos en la alfombra, finalmente llegó a la habitación en cuestión y se vistió como si fuera una autómata, por suerte conservó los zapatos y no generaría preguntas incómodas, claro que la falta de corsé podría generar alguna suspicacia pero a ella no podía importarle menos.

Escondió su botín que le había costado tanto entre sus ropas y sin más preámbulo se dirigió hasta la primera planta, donde estaba el resto de los invitados, en un principio pensó en dirigirse inmediatamente a la salida, pero en su camino se encontró con una improvisada pista de baile, vio que habían apartado los muebles y que parejas de hombres y mujeres se movían con toda la gracia y coquetería que podían demostrar sin ser indecentes.

Suspiró cansada dándose cuenta que no sería muy sutil salir atravesando esa masa de gente en movimiento, casi sin darse cuenta tomó un vaso de un sirviente y lo bebió rápidamente, notó con indiferencia que era algún licor ligero y dulzón, no era para nada experta en bebidas alcohólicas (en realidad era primera vez que bebía) y ahora no tenía ganas de aprender, de todas maneras le sirvió para refrescarse un poco y quitarse el sabor a semen de la lengua, se sentó en una de las sillas al costado de la habitación mientras cambiaba la copa vacía por otra llena.

Observó con calma el lugar, tratando de saber si habían notado su ausencia prolongada, pero esa preocupación en cuestión de minutos se diluyó, nadie la miraba de manera suspicaz y se veían bastante distraídos y en su mayoría ebrios para notar algo raro, se quedó tranquila bebiendo su tercera copa de licor tratando de ignorar el ardor de su entrepierna, el dolor de su garganta y que sentía que apestaba a sudor y semen.

El alcohol empezó a tener efecto en ella, se sintió después de un rato más relajada y refrescada, recordaba su reciente experiencia y casi no le parecía horrible, no podía negar que durante un segundo estuvo a punto de correrse por las atenciones del sargento, recordando ese agridulce recuerdo restregó sus muslos entre ellos disimuladamente mientras trataba de contener su creciente excitación, finalmente llegó un momento en que el espacio hacia la salida se despejó parcialmente y Elena ya se daba cuenta que se estaba poniendo innecesariamente en peligro, tal vez fue la quinta o la sexta copa la que hizo que le causó que las cosas se empezaran a mover, no quería ver que le pasaría si seguía ahí.

Elena se puso de pie tratando de no tambalearse con moderado éxito, caminó vacilante algunos pasos y se alegró al notar que el resto de los invitados no le prestaba mucha atención, caminó hacia la salida con lentitud, asegurándose de no chocar con nadie ni de tropezar con sus propios pies, estaba a unos pasos de la libertad cuando alguien se le tomó el codo con ligereza, se giró algo molesta porque cortaron su salida, pero no dejó que se notara en su rostro.

Era un hombre alto y bien parecido que Elena había visto de lejos durante la fiesta pero que no conocía directamente, con pocas palabras le pidió un baile, Elena aun con menos palabras aceptó rápidamente, sin tener la certeza de porque, su nublada mente tomó como la forma más fácil y menos sutil salir finalmente de allí, además que no le molestaba la idea de bailar con ese apuesto hombre, sin más preámbulo tomo su cintura con una mano y con la otra la sujeto de la mano y se movieron al compás de la música.

Elena pensaría en los días siguientes que todo pasó como un torbellino, el leve contacto en su mano y cintura, el aliento sobre su cuello y como el hombre miraba sin disimulo su escote hizo que su mente se turbara más y que un calor ya conocido le subiera desde el bajo vientre hasta el pecho, no hubiera sido nada si hubiera sido solo un baile, la verdad es que fueron más de veinte cada uno con un acompañante distinto y cada uno más desconocido que el anterior, además en cada pequeño descanso se le acercaban rápidamente los mismos bailarines con una copa para ella y una conversación que intentaba resultar coqueta, al final la pobre aristócrata estaba cansada y con los pies adoloridos, pero lo que más le debió preocupar es que estaba ebria y muy caliente.

Finalmente pudo salir, alrededor de las 3  de la mañana, sentía su cabeza dando vueltas y unas incipientes ganas de vomitar, la mayoría de las personas del lugar estaban igual pero aun así no se salvó del escarnio público, nadie esperaba a una señorita como ella en esas condiciones, apenas si podía hablar y parecía que caería dormida en cualquier momento, a ella no le preocupó demasiado, sin darse cuenta como de pronto se vio en la calle acompañada de un desconocido que le dijo que la llevaría a su casa, en cualquier otro momento no habría confiado en un desconocido pero ahora no sabía ni donde estaba.

Se dejó llevar por las calles de la ciudad con una mano agarrando su cadera y apoyándose en el cuerpo de su acompañante, no estaba en muy buen estado se notaba fácilmente, su pelo estaba despeinado y el maquillaje corrido, incluso ante la apatía del hombre que la llevaba el vestido se le cayó y se podia ver sus pechos entre sus movimientos, para espectáculo de unos jóvenes que pasaban cerca en el momento preciso.

Si Elena pudiera ver al hombre que se la llevaba habría estado preocupada, era otro soldado de nombre Jorge Faúndez o el viejo Jorge como lo llamaban los jóvenes, aunque no era viejo para nada, tenía alrededor de 40 años pero no estaba muy bien conservado debido a que era un borracho y un pendenciero, ni siquiera estaba invitado a la fiesta de su superior sino que era uno de los guardias del lugar, vio salir a trompicones a la creída aristócrata y no podía dejar pasar esa oportunidad.

De apariencia el viejo Jorge era alto y feo, no sería tan feo si no fuera por su panza prominente y las variadas cicatrices de su cara, lo curioso es que la misma Elena le había provocado las más notoria que iba recta en su frente, fue durante una pelea con varios soldados y ella apenas si se dio cuenta cuando movió su espada y rajó el rostro del que ahora se la llevaba semi-inconsciente por la calle.

Para Elena el trayecto fue como un mal sueño, durante una parte del viaje podría afirmar que estuvo completamente dormida, no fue consiente que la hicieron entrar a una casa pequeña y sucia, ni tampoco cuando la subieron por las escaleras casi en andas y la metieron a una habitación aún más pequeña y descuidada que el resto del lugar, recién reaccionó cuando sintió que su espalda se golpeaba suavemente contra una cama.

Abrió los ojos lentamente y miró en todas direcciones, la cabeza seguía dándole vueltas y notó que estaba en una posición muy indecorosa, de espaldas con las piernas abiertas y la parte baja del vestido a la altura de sus muslos dejando sus blancas piernas al descubierto, además la parte superior había terminado de ceder ante el movimiento y estaba suelto dejando sus pechos completamente libres resaltando sobre todo sus erectos pezones, Elena no hizo el intento de cubrirse, estaba más preocupada del tipo que la miraba fijamente a menos de un metro de ella, tal vez sea por el alcohol o por la calentura que llevaba pero realmente no le importó descubrir que era el viejo Jorge ni que estaba sola con él aparentemente en su habitación.

Estuvieron dos minutos simplemente observándose en silencio, sin el más el mínimo movimiento salvo los senos de Elena que subían y bajaban al ritmo de su agitada respiración, fue Jorge el que se movió primero, incapaz de seguir aguantándose se abalanzó acostándose sobre ella, como brusquedad la besó con pasión al tiempo que enterraba su mano entre su falda y le tanteaba los muslos, a la aristócrata no le cogió por sorpresa ni le molestó, cerró los ojos y se dejó hacer sin oponerse, entre gemidos y risitas.

El hombre notó mojado la parte interior de sus muslos y se dio cuenta que no tendría que ser cuidadoso con ella, se alejó para decepción de ella y se desnudó completamente en menos de tres segundos, su torso estaba igual de mal cuidado y herido que su cara pero ella apenas si lo vio absorta como estaba en el miembro que estaba ante ella, no alcanzó a apreciarlo antes que el soldado tomara su falda con brusquedad y se la levantara hasta más arriba de su cadera, con la ayuda de Elena que levantó su trasero para que la tela pudiera pasar por debajo, el hombre ni siquiera pestañó al ver la entrepierna de la mujer empapada y sin ropa interior, llevó de inmediato su miembro a la entrada de su vagina y de un solo empujón lo metió completamente.

Elena apenas alcanzó a gritar de placer antes que él le agarrara los pechos con ambas manos y juguetera con ellos, esto solo hizo que su exclamación de placer fuera más larga y entrecortada, de inmediato Jorge retrocedió y la penetró nuevamente aún más rápido y fuerte que la anterior vez, aceleró de inmediato comenzando una carrera brutal en su entrepierna, Elena se sacudía y gemía con cada movimiento, aun su aturdida mente no podía evitar recordar cuando estaba pasando prácticamente los mismo unas horas atrás con el sargento, en ese entonces temía lo que pasaría después, ahora se despreocupó y cerró los ojos solo disfrutando.

Jorge no podría aguantar mucho, se estaba cogiendo a una de las mujeres más deseadas y más inalcanzables de la ciudad, ya sentía que el orgasmo se acercaba y trataba de contenerse, pero fue suficiente con eso, Elena sintió como perdía el control de sus sentidos por un glorioso segundo mientras recibía lo que anteriormente le fue negado, su espalda se arqueó y abrió su boca gritando su emitir sonido y se corrió fulminantemente, el viejo y feo Jorge notó como las paredes del interior de la aristócrata se cerraban sobre su pene y se dio cuenta que había hecho que ella terminara, orgulloso y satisfecho dejo de contenerse y liberó su semen en su interior.

Se desplomó a su lado y respiró agitadamente, estuvieron quietos unos minutos descansando y mirándose con calma, esta vez fue Elena la que rompió la calma, se levantó de la cama con torpeza y de espaldas a él que se había sentado en la cama observándola se quitó lo poco que mantenía a su vestido en su lugar y lo dejó caer a sus pies, como último detalle se quitó los zapatos y calcetines, quedando completamente desnuda frente a él, Jorge quedó completamente hipnotizado con el trasero de la aristócrata lo sujetó con ambas manos y la tiró hacia si haciendo que quedara sentada sobre él.

Rápidamente envolvió sus pechos con sus manos, haciendo que Elena le diera un gemido de agradecimiento, disfrutó la sensación de su pene entre sus nalgas hasta que estaba tan erecto que dolía, soltó sus pechos y llevó sus manos a sus nalgas donde de inmediato la sujetó y la levantó, la colocó sobre la cama a cuatro patas y se fue detrás.

Elena sabía lo que le iba a hacer, no le gustaba la idea, pero haría cosas mucho peores si ese hombre se lo pidiera, para demostrar que estaba dispuesta a todo, ella misma dejó de apoyarse para que su cabeza quedara contra la cama y abrió sus nalgas con sus propias manos, Jorge no se lo pensó más de inmediato puso la punta de su miembro contra el pequeño agujero y avanzó con fuerza.

Elena agradeció estar tan cerca de la cama porque pudo morder una almohada para contener el grito que amenazaba por escapar de su garganta, el dolor no fue tan atroz como la primera vez que se lo hicieron por el trasero, pero seguía siendo horrible, trató de aguantar sin quejarse, pero Jorge no se lo hacía nada de fácil, le penetraba con brusquedad y golpeaba sus nalgas como un tambor, solo pudo pegar su frente contra el colchón y rezar por que acabara pronto.

Afortunadamente para Elena las cosas mejoraron después de un rato, no porque él bajara la intensidad sino porque ella se fue acostumbrando, el dolor fue disminuyendo paulatinamente hasta que solo sintió una sensación vacía, sin darse cuenta llevó una mano a su pecho y con la otra estimuló su clítoris ligeramente, en los siguientes minutos lentamente se empezaron a escuchar pequeños gemidos de parte de ella, Jorge no podía creer su suerte, de encontrarse una mujer tan deseosa que aun disfrutara esto, tomó sus brazos y los sujetó usándolos también impulsándolos para su propio movimiento y continuó.

Aun sin la estimulación que ella misma se hacía el placer no disminuyó, pero esta vez el esfuerzo de Jorge no fue suficiente para conseguir que se ella consiguiera terminar, con un último gemido gutural, liberó su pene y se corrió sobre la espalda y cabello de Elena, como último movimiento se dejó caer sobre ella aplastándola bajo su peso y durmiéndose casi al instante, la aristócrata a pesar de estar algo insatisfecha no le quedaban energías como para complacerse a sí misma, se movió un poco, liberándose y luego acomodándose, abrazó al macho que la había dominado y se durmió plácidamente.