La Gata
Relato corregido y re-publicado, que cuenta de la derrota y violación de La Gata, la famosa bandida.
El sol resplandecía con fuerza y secaba aún más la tierra que ya se encontraba yerma y polvorienta, unas aves de rapiña mordisqueaban un esqueleto de un animal imposible de identificar, el único movimiento que se veía en esa zona muerta era una nube de polvo que se acercaba por un camino apenas perceptible.
Cuando la nube se acercó y se hizo más grande, se lograba distinguir lo que se acercaba, una sombra que se encontraba cerca observando, sonrió y corrió a ocultarse, unos minutos después se pudo ver con claridad que era lo que avanzaba por el camino, era simplemente una carreta tirada por tres caballos acompañada por cuatro soldados a pie, hombres con el uniforme sucio y polvoriento, sudaban profusamente y ya perdida toda actitud marcial arrastraban los pies y sus armas de servicio apuntaban al suelo, ni siquiera sus sables se veían brillantes como de costumbre sino que el polvo había dejado las empuñaduras y las vainas y ennegrecidas y sucias.
Pero ellos no habían iniciado el viaje así, cuando partieron iban felices y enérgicos, pero el ardiente desierto en solo medio día había aniquilado su entusiasmo y actitud, y eso que tenían razones para estar alegres. en la carreta llevaban el dinero de los impuestos que le habían arrebatado con fiereza de las manos de las personas del pequeño pueblo de Santa Ana, todo lo que exigía su majestad y un poco más por oponerse y ahora por las órdenes del coronel Buendía, debían entregar el dinero en California, la ciudad española más importante de la zona, si todo iba bien serian felicitados y tal vez promovidos, y por eso era que a pesar del cansancio no se detenían sino era para beber agua.
Querían llegar tan rápido a su destino que no disminuyeron la velocidad cuando el camino pasaba por entre dos acantilados, convirtiéndose en el lugar perfecto para una emboscada, ni siquiera tomaron las precauciones del caso, solo siguieron avanzando a paso lento pero firme, de manera displicente y con poca precaución.
El cansancio y la apatía les paso la cuenta, si hubieran estado más atentos podrían haber hecho algo más, pero cuando un disparo mató a uno de los caballos de la carreta y los otros dos se encabritaron, la sorpresa fue mayúscula, ni siquiera vieron de donde salió el disparo, levantaron las armas asustados y miraron en todas direcciones sin resultado, hasta que un segundo disparo le dio en la mano a uno de los soldados haciendo que soltara el arma gritando.
Ahí todos (incluyendo el de la mano sangrante) se giraron hacia una roca al lado del camino, desde donde vino el disparo, ahí se encontraron con una mujer enmascarada que lanzaba la pistola ya descargada al suelo, a pesar del miedo se tomaron un segundo para observar a la belleza que tenían en frente.
Era una mujer de tamaño moderado, delgada y atlética, tenía una melena negra que le llegaba más abajo de los hombros, lo que su máscara dejaba ver de su rostro eran sus ojos verdes y unos labios delgados y rosados, además de una piel tostada por el sol.
Vestía de ropa totalmente negra, excepto su máscara que era blanca, su ropa se componía de unas botas altas un pantalón ajustado y una camisa negra que tenía el corsé por fuera que delineaba su silueta además su camisa no estaba totalmente cerrada y dejaba a la vista un bonito escote, su traje era, por tanto, mucho más atrevido que lo aceptable para una mujer de la época.
Sabían quién era ella, por supuesto que sabían quién era ella, era La Gata odiada por las autoridades y amada por la gente común, era una bandida que creía defender al oprimido, robaba el dinero de los impuestos y se los devolvía a los pobres explotados de la zona, su cabeza valía tanto como para comprarse una casa acomodada en california y capturarla viva valía como para comprar medio pueblo, pero no fue avaricia o deseo lo que se veía en los ojos de los soldados, era más bien pánico, ella ya se había ganado su reputación y su recompensa, aunque no solía matar no se coartaba para lastimar y humillar a sus adversarios.
-Dispárenle-gritó el conductor de la carreta, mientras intentaba controlar a los caballos, eso los despertó de su estupefacción, nerviosos levantaron las armas y dispararon sin asegurar el blanco o sin siquiera pensar, ella riendo se volvió agachar detrás de la roca y las balas chocaron con ella, volvió a salir rápidamente esta vez con la espada desenvainada, y ellos se vieron obligados a deshacerse de las armas descargas y desenvainar también.
Se quedaron mirando a la cara por unos tensos tres segundos, hasta que ella decidió atacar, fue un ataque relampagueante, más rápido de lo que ellos pudieran seguir con la mirada golpeó en el codo al que tenía más cerca causándole un feo corte, el resto la atacó al mismo tiempo, pero se notaba que no estaban sincronizados, se molestaron entre ellos y ella pudo evadirlos fácilmente por la derecha, aprovechando le hizo una zancadilla a uno de ellos que derribó como un domino al resto de sus compañeros.
Ella se rio mientras se ponía en posición defensiva, sorprendida de que el coronel Buendía haya puesto a esos niños en una misión tan importante, pero estaba demasiado relajada no se dio cuenta que por atrás se acercaba el que había recibido un disparo, tomando la espada con la mano izquierda, al fin se dio cuenta, pero tarde, pudo esquivar el golpe mortal, pero le hizo un corte en la cadera con su ataque, lanzó un quejido a la vez que se volteaba y antes que pudiera atacar de nuevo lo golpeó con la empuñadura en la frente cayendo este hacia atrás.
Se volvió a voltear, pero esta vez para defenderse de los tres soldados que recién se habían parado, pudo parar tres golpes a la desesperada, sentía el brazo entumecido ya que por mucho que fuera más hábil, al ser hombres era más fuertes y el cuarto golpe consecutivo la hizo caer de espaldas al suelo.
Ella quedo tan sorprendida como aturdida, no podía creer que es grupo de novatos les causara tantos problemas, lo que se suponía que sería una pelea sencilla, por una distracción ahora estaba en verdadero peligro, o eso pensaba, ellos se quedaron tan aturdidos que la dejaron girar en suelo y levantarse, si ella no pensaba que ellos podían dañarla ellos tampoco y se veían casi asustados, se hubiera quedando mirando sus caras choqueadas, pero ella ya se lo estaba tomando en serio, en un solo movimiento fluido les hizo una lesión no letal a todos y con rápidos movimientos los fue desarmando y noqueando, fue un verdadero torbellino, esta vez no tuvieron ni la más mínima oportunidad, cuando ya se encontraban todos derrotados, miro el corte de su cadera, no era casi nada solo un rasmillón que ya ni sangraba, lo peor era que había roto su pantalón y se veía la piel pálida por el agujero.
Normalmente estaría muy avergonzada pero no había nadie mirando, lo que le recordó el conductor de la carreta, miró en todas direcciones, pero no estaba, aparentemente había huido podría haber ido a buscar refuerzos, así que soltó rápidamente el arnés del caballo muerto, fue a buscar al propio que estaba detrás de unas rocas y lo amarró al carro, miró el cofre con el dinero casi por encima y se fue rauda hacia uno de sus escondites cercanos.
Después de avanzar un kilómetro se relajó, lo había hecho de nuevo, así que se felicitó internamente mientras pensaba en lo que había hecho para llegar a ese punto.
Su verdadero nombre era Elena Torrealba, era hija de un noble español, sobrina nieta del virrey de Nueva España, había vivido toda su vida en Santa Ana en una hacienda a las afueras de la ciudad, pese a ser de la nobleza ella siempre fue humilde y amable con todos, desde el sacerdote del pueblo hasta el más pobre de los campesinos, ella tenía una vida sencilla pero feliz, le gustaba las cabalgatas y los duelos de esgrima con su padre y hubiera seguido así por muchos años sino fuera por la muerte de padre.
Las circunstancias de la muerte de su padre fueron… sospechosas, murió en un accidente de caza, o eso le dijeron ya que no le dejaron ver el cuerpo, antes de que se enterará de su muerte, el Coronel Buendía, un hombre de la edad de su padre con una prominente barriga y una barba emblanquecida por las canas, apareció de improviso en su casa y se quedó diciendo que esperaba a su padre, cuando llegó uno de sus lacayos, el sargento Andrade, que a diferencia del coronel era joven y estaba en buena forma, tenía la piel morena y un bigote cuidadosamente recortado, era un tipo petulante y orgulloso, se jactaba de haber conquistado a una veintena de mujeres y de habérselas llevado a la cama, lo peor es que era cierto, incluso en Santa Ana ya se rumoreaba de que le había quitado la virtud a unas cuantas jovencitas.
Las noticias que el sargento trajo eran horribles, pero poco falto para que lo dijera sonriendo, incluso estuvo preparado para sujetarla por la cintura antes de que sus rodillas cedieran, estaba tan choqueada por la noticia que lo dejó incluso cuando bajo las manos a sus caderas, sorpresivamente le salvó el coronel que con una sola mirada hizo que la soltara y la acompañó hasta una silla, donde comenzó a llorar.
El funeral paso casi sin darse cuenta, y pronto se encontraba sola a cargo de la hacienda, hubiera podido sobrellevarlo y continuado adelante más temprano que tarde sino fuera por las constantes visitas que realizaba el coronel, iba casi todos los días, llegaba normalmente a la hora del almuerzo y ella estaba casi obligada a darle de comer, se hizo evidente después de un tiempo que quería cortejarla, ella no sabía si porque ella le gustaba o solo quería su fortuna… o tal vez un poco de ambas, pero eso no importaba, ella rechazó todos sus acercamientos, no solo le parecía gordo y feo sino que además era extremadamente cruel y ambicioso.
Él se tomó los rechazos con elegancia, al menos al principio, después se volvió más tosco y directo, llego a tener el atrevimiento de insinuar que, de no casarse con él, la hacienda quebraría y ella perdería su fortuna y su estatus, eso fue más de lo que ella pudo soportar, lo despidió groseramente y él al parecer entendió ya que no volvió más.
Pero salió de la sartén para caer directa al fuego, porque después seguía el sargento Andrade, él no tenía la educación y la clase del coronel, la trataba de conquistar como si ella fuera una verdulera, con halagos simplones y algunas insinuaciones subidas de tono, a ella le costó mucho menos tiempo echarlo de su propiedad y decirle que no regrese.
Eso debería haber terminado con el problema, pero los militares al parecer lo tomaron como una afrenta personal, dejaron de patrullar por la zona y les sucedió una serie de hechos desagradables, de constantes robos de animales o de desconocidos que solo iban a destruir sus cosechas y sus propiedades, ella estaba segura de que el coronel mandaba a sus subordinados a amedrentarla.
Tenía como objetivo que la hacienda se fuera a la ruina obligándola a casarse con él, y estaba funcionando, ya dos meses después de la muerte de su padre, ella gastó la última moneda para pagarle a sus sirvientes, al día siguiente el Sargento vendría a cobrarle los impuestos y se regocijaría en su miseria cuando supiera que no podía pagarle.
Fue en su desesperanza que se le ocurrió una drástica solución, causarle daño a los soldados que tantos problemas le habían causado, la mejor forma de cumplir ambos objetivos, reunir dinero y atacar a los soldados, era robarles todo el dinero posible, humillarlos al quitarles los impuestos que cobraban de manera brutal y eficiente, mezcló su deseo de venganza con su necesidad y surgió la idea de La Gata.
Una vez surgida la idea, la llevó a cabo de inmediato, no tenía tiempo como para demorarse, eligió su ropa con cuidado, necesitaba algo cómodo y que le diera algo de protección, pero también aprovechó a vestirse como nunca una señorita decente lo haría en público, se terminó decantando por algo sencillo pero a la vez significativo, eligió unos pantalones y una camisa, sabía que debía cubrirse el rostro o seria rápidamente atrapada, sometida al escarnio público y probablemente ejecutada, así que tomo una cinta de seda blanca, le hizo unos agujeros para los ojos y tenía su máscara.
Lo único que le faltaba eran armas, por suerte su padre tenía una buena colección, tomó con respeto una espada, un par de pistolas y muchas dagas que ocultaba en su persona, y se preparó para atacar.
Su primer golpe fue sorpresivamente fácil, el coronel estaba demasiado confiado con la falta de resistencia de la gente del lugar, solo había un soldado que llevaba en su cinturón la bolsa con el botín, solo le bastó apuntale con una pistola a 20 centímetros de su nariz y él fácilmente se rindió, sin poder creer su buena suerte, le amarró las manos como lo haría con un becerro y se fue de ahí antes de que nadie llegara.
Ese fue el primero de muchos de sus ataques, en poco tiempo se hizo famosa en el pequeño pueblo, aunque no siempre fue tan fácil como la primera vez, otras veces tuvo encarnizadas batallas con soldados más entrenados, persecuciones a caballo en el desierto e incluso una vez tuvo una increíble pelea a espada contra el coronel y el sargento al mismo tiempo, no les pudo ganar, pero los detuvo lo suficiente como para poder huir.
Su agilidad para saltar, esquivar y pelear, así como se movía más silenciosa que una sombra por la noche, le hicieron ganarse el apoyo de La Gata entre la gente de a pie, y después de un tiempo cuando ya se empezó a convertir en una seria amenaza también le llamaron así los militares y ese era el nombre que se veían en todos los carteles de búsqueda.
Y ya después de un año desde la muerte de su padre, a la hacienda no le faltaba dinero y había tomado la decisión de seguir luchando contra las injusticias del coronel con la gente, por eso decidió devolver el dinero sobrante a los más pobres del pueblo. Y últimamente tenía un nuevo anhelo, aclarar por fin la muerte de su padre y castigar a los asesinos.
En todo eso pensó mientras avanzaba hacia su escondite, iba a un paso calmado de vez en cuando miraba hacia atrás para ver si la seguían o si dejaba huellas, pero las dos respuestas eran negativas, así que se relajó aún más y suspiró ya que empezaba a sentir el cansancio, además había estado toda la mañana bajo el sol así que sentía la ropa pegajosa y firmemente adherida a todo su cuerpo, su sudor sumado al de los caballos, tan agotados como ella, hacia un olor sumamente desagradable se le pegaba a su nariz
Pero por fin se acercaba a su destino, ya a lo lejos distinguía la vieja mina de hierro abandonada, ahí se podría cambiar de ropa y tal vez hasta lavarse un poco, sonrió y sin darse cuenta aceleró el paso, llegando en un par de minutos, ocultó el carro en la entrada de uno de los túneles y le dio algo de forraje que tenía a los caballos, después los soltaría y dejaría que encontraran el camino a casa, por último se dirigió al cofre detrás del carro, lo abrió y sonrió, estaba lleno de monedas de oro y plata, lo llevó donde tenía el resto del botín, hacia un espectáculo impresionante, tenía suficiente dinero como para comprar Santa Ana y sus alrededores, se rio ante la idea, llenó dos bolsas, y las dejo separadas antes de irse se las llevaría para repartir entre la gente, estaba tan atenta a su labor y estaba tan cansada que no escuchó unos pasos a sus espaldas.
Después de terminar decidió soltarse un poco la ropa, se desabotono más botones de la camisa dejando a la vista el contorno de sus pechos, se quitó los guantes y se desabrochó los cordones de las botas, alcanzó a agarrar el cinto para quitárselo, pero escuchó una respiración sofocada, se detuvo en el acto, petrificada.
- ¿quien anda ahí? - gritó más nerviosa de lo que quería, después de un minuto de silencio incomodo de uno de los túneles salió un joven soldado, muy joven en realidad, a ella le parecía que no debía pasar de 15 años, ni siquiera le había salido barba aun, era flaco y bajo, parecía un niño, sino fuera por el uniforme de soldado (que se veía sucio y algo roto) y por la espada que tenía en la mano eso había creído ella, se tardó un par de segundos en percatarse de que era el que conducía la carreta y otro par de segundos en darse cuenta de que debió haber venido escondido dentro de la carreta.
Se maldijo por estúpida, ahora tendría que matar a ese chico, pero él no iba simplemente a dejarse, aprovechó los segundos que dudó para acercarse a ella, cuando ella reaccionó y desenvainó su espada, lo notó muy cerca y retrocedió, o eso intentó, solo chocó con la pared de la cueva, sin dudar el joven se lanzó al ataque con una estocada baja, ella sin espacio para maniobrar la recibió de lleno, por suerte para ella la espada se desvió en el cinto de cuero, aunque este se cortó limpiamente por la zona, pero impidió que llegara más profundo que para rajarle otro poco la ropa.
A pesar de que pudo evitar el corte, no por eso no le dolió, se quejó en voz alta a la vez que lo rodeo desesperada, para no quedar acorralada, se quedó a distancia mirándolo, analizándolo, más rápido de lo que pensaba ya se había dado cuenta de sus defectos, era un total inexperto ni siquiera sujetaba correctamente su espada y su postura de piernas era un desastre, esto en vez de calmarla la enfureció, se sintió tan humillada por ser tocada por un simple recluta, sin pensar levanto la espada y lanzo un mandoble capaz de cortar su cabeza, pero lo siguiente que sintió fue el impacto de su cara contra el suelo.
Antes de entender lo que pasaba sintió un terrible dolor en el vientre, mientras luchaba por respirar de nuevo se dio cuenta que el soldado la había pateado en el suelo y un rápido vistazo a sus pies le mostraron que se había tropezado con los mismos cordones de sus botas, casi se pone a llorar, no podía creer su propia estupidez, se había olvidado de que ella misma se los había desabrochado.
Intentó gatear para alejarse, pero su enemigo lo esperaba, antes de que pudiera avanzar un metro él ya la había agarrado fuerte del pelo, no pudo evitar gritar de dolor, pero no se desesperó con un astuto movimiento lanzo un tajo hacia su mano, si no fuera porque él lo predijo se la habría cortado por la muñeca, solo pudo cortar el aire, al menos vio como el soldado lanzaba un golpe descendiente con todo el peso de su cuerpo, si le daba la partiría por la mitad, bloqueo a la desesperada, llego en el momento justo pero la fuerza hizo que su espada saliera volando hacia el lado contrario de la habitación.
Trató de pararse, alcanzó a ponerse de rodillas cuando la espada del joven le tocó la garganta, sellando de esa manera su derrota.
Se quedó quieta, impactada, después de vencer a cientos de oponentes más fuertes que él, de superar en astucia a los líderes militares, de demostrar ser más inteligente que el coronel, había sido vencida por el más insignificante de sus enemigos, y de una manera humillantemente simple, él ni siquiera respiraba con dificultad.
Ahora lo que venía ya lo sabía, seria llevada de inmediato ante el coronel, desenmascarada y luego ahorcada, al aceptar esto recién alzo la mirada, buscando los ojos de su vencedor, él la miraba extasiado, no lo podía creer, que la poderosa Gata estuviera arrodillada frente a él parecía algo imposible, la parte racional de su mente le dijo de inmediato que la arrestara y se la entregara al coronel, pero el resto de su ser no pudo aguantar ver a esa bella mujer tan vulnerable, además desde arriba podía ver casi todo su pecho derecho en ese escote tan abierto, la excitación, la necesidad de domar a esa hembra lo controló, y después de todo, la recompensa decía viva, no intacta.
Presionando su cuello hizo que se pusiera de pie, una mirada a sus ojos aun desafiantes convenció al soldado que aun esperaba su oportunidad, dependía de él eliminar sus esperanzas.
Cuando se puso de pie se hizo notorio que ella era más alta que él, al menos por unos 10 cm, pero a él no le importó, prácticamente le gritó que se diera vuelta y una vez que lo hizo de un empujón la hizo estamparse contra la pared, esta vez el golpe fue severo, quedó atontada y empezó a sangrar por un corte en el labio, antes que se pudiera recuperar sintió un dolor en las nalgas que la hizo brincar de dolor, su enemigo la había pinchado con la espada, y dejo la punta ahí presionando levemente diciéndole que levantara los brazos.
Ella dudó por un segundo, su orgullo no le permitía obedecer a ese crio tan fácilmente, pero otro pinchazo, esta vez aún más fuerte, hicieron que recordara su posición, levantó los brazos sobre su cabeza y apoyó las manos en la pared, sin que ella se diera cuenta él envainó su espada y luego le dio una patada por dentro a sus piernas obligándola a abrirlas.
Elena aún estaba demasiado choqueada por su derrota como para reaccionar, si tan solo se hubiera dado vuelta en ese momento lo hubiera pillado por sorpresa y probablemente noqueado, pero solo se quedó ahí pensando que tendría una mejor oportunidad, la verdad es que desperdició la única que tuvo, desde ahí todo se iba a poner feo.
Y empezó rápido antes de que ella pudiera reaccionar, usando sus manos buscó armas ocultas, primero en sus brazos en donde las pasaba rápidamente, no muy interesado, luego se entretuvo más rodeando su torso, saboreando cuando pasó por su cintura, bajó a sus caderas y siguió hacia sus piernas, sintió un cuerpo firme y apetitoso, su pene ya estaba que estallaba dentro de su pantalón, pero recordó que era cierto que debía buscar armas ocultas volvió a recorrer su cuerpo pero esta vez más concentrado, encontró 3 dagas ocultas, molesto las tomó y las arrojó lo más lejos posible, siguió su camino con sus piernas pero esta vez por la zona interna, siguiendo hasta que reposó su mano tan cerca de su sexo que podía sentir su calor.
Ante eso ella lanzó un grito sofocado, sorprendida de que él se atreviera a tratar así a una dama como ella, y decidió oponerse, pero al retroceder un poco la pierna para poder girar rápidamente él adivinó sus intenciones, sin esperar ni un segundo la tomó de los hombros y la giró, luego la volvió a empujar contra la pared y antes de que se pudiera mover un centímetro se le pegó al cuerpo sobándose contra ella.
Lo primero que pensó Elena es que otra vez él le había superado, había sabido que haría ella y se lo había impedido, con el tan encima apenas se podía mover, aun siendo más pequeño era más fuerte que ella y además ella ya le estaba dando miedo oponerse a él, así que con esa posición ella se sentía terriblemente dominada, aunque no dejo de intentar moverse no creía que llegaría a ningún lado. Su segundo pensamiento fue de curiosidad sentía algo duro entre las piernas y no sabía de qué se trataba, no era una espada, pensaba, porque era muy corta, podría ser una daga, pero sentía rara la forma, antes de que piensen mal de Elena, no es que fuera estúpida, es que ella tuvo la educación sexual típica de las mujeres de la época, esto es prácticamente nulo, sumado a que su madre falleció antes de que ella aprendiera hablar, nadie nunca le explico más que lo básico, que el hombre hacia algo y la mujer quedaba embarazada, ese día aprendería mucho mas aunque no lo quisiera.
El soldado por su parte no podía estar más feliz, en la posición en que estaba podía sentir todo su cuerpo y comprobó que su resistencia era casi inexistente, era momento de avanzar más, o eso quería, pero entre tanto manoseo sintió algo duro al tacto en la parte de delante de sus caderas, llevo las manos ahí y de un tirón sacó otra daga, las veces anteriores no le dio importancia, después de todo La Gata era conocida por eso, pero por alguna razón esta vez lo enfureció, llevo el filo hasta su garganta, ella se petrifico de miedo y casi se pone a llorar.
-¿tienes más de estos? perra- le dijo con voz amenazante, a menos de 5 cm de su cara, ella negó con la cabeza asustada, el con la mano libre le tomó la camisa y de un solo tirón la rajó dejando un hermoso par de pechos a la vista, ella se puso pálida hasta antes de eso ella pensaba que simplemente la iba a llevar para ser ejecutada, jamás se le pasó por la mente que antes le arrebatarían su virtud, eso la aterraba más que la muerte, la iglesia siempre había sido muy clara al respecto solo las putas perdían su virginidad antes del matrimonio, no solo sería humillada públicamente, también tenía que ser deshonrada.
Además, tenía demasiado pánico como para oponerse así que cuando el cuchillo bajo a su pecho izquierdo y el frio metal tocó su pezón, algo se rompió dentro de ella.
-en mi bota- gritó- en mi bota-ante eso él sonrió divertido y sabiendo que ya estaba rendida retrocedió un paso sin dejar de apuntarla con el cuchillo.
-quítatelas-le dijo manteniendo la calma ella casi se cae en su intento de hacerlo lo más rápido posible. ni siquiera intento sacar el cuchillo simplemente tomó las botas y las lanzó lo más lejos posible, quedando descalza.
-tenía entendido- siguió el cómo quien conversa con un amigo- que las señoritas decentes no usan pantalones ¿cierto? -ella entendió lo que quiso decir incluso apunto con el cuchillo su pantalón, pero ella prefirió desentenderse, fingir que no entendía, pero obviamente eso no fue suficiente - ¿acaso quieres que te lo quite yo?
La amenaza hizo que ella reaccionara, lentamente llevó sus manos al borde de su pantalón, cerró los ojos y lo bajo con cuidado hasta sus tobillos, ya había empezado llorar hace un buen rato, después de eso sollozaba en voz alta, incapaz de mirar nada más que sea el suelo.
El joven soldado se quedó embobado por la imagen que tenía ante sus ojos, la otrora temible bandida se encontraba llorando con la cabeza baja, su camisa estaba colgando inservible a sus costados dejando sus rosados pezones a la vista, sus pantalones estaban tirados en el suelo, mostrando sus largas piernas y su ropa interior gris y sosa.
Él no pudo aguantar más, su excitación había llegado a su tope, rápidamente la tomó por los cabellos y la arrojó al suelo, cayendo ella de espaldas, de un salto se colocó entre sus piernas y le arrebató lo que quedaba de su rota camisa arrojándola con el resto de ropa en el suelo, le apretó los pechos, primero suavemente disfrutando, cuando ya había apreciado su textura blanda y delicada lo hizo con más fuerza haciendo que gritara de dolor y de humillación.
Él soldado no se tomó las cosas con calma, después de todo para el también sería su primera vez y estaba cada vez más impaciente, forcejeó con su ropa interior intentado quitársela ella pataleó y se sacudió para resistirse, pero una bofetada la hizo quedarse tranquila, al fin pudo quitarle o más bien despedazar su ropa interior, lo que generó otro grito de parte de ella, el solo lo ignoró y observó su entrepierna cubierta de una frondosa mata de pelo, sin detenerse se bajó su propio pantalón mostrándole su pene bastante largo pero delgado.
Pese al miedo y la humillación que sentía, la curiosidad le hizo observar con detenimiento ese extraño apéndice que no había visto nunca, no le gustó, ni su apariencia ni el olor que emanaba de él, solo sintió nauseas, aunque tal vez sean por como la miraba el soldado.
No la miró mucho, como dije estaba impaciente colocó con su mano su pene en la entrada de su vagina, cuando tocó sus labios vaginales casi se corre ahí mismo, la situación le parecía tremendamente excitante, así que antes de que no pudiera controlarse lo introdujo lentamente.
Todos los gritos y movimientos de la bandida se interrumpieron como por acto de magia, el sentir un intruso dentro de su cuerpo casi la vuelve loca y solo podía respirar agitadamente, y hasta eso se detuvo cuando por fin llegó a su himen, algo de eso ella había escuchado así que tenía todas las razones del mundo para asustarse, pero no le dieron tiempo, de un solo empujón se lo introdujo completamente despedazando su himen en el proceso.
Ella ya había gritado por distintas razones a lo largo del día, pero ninguno se comparó con el que dio en ese momento, solo se detuvo cuando sintió un sabor a sangre en el interior de su boca, nunca había sentido un dolor tan grande en su vida, además sabía que solo comenzaba, el recluta ya agarraba sus muslos y se inclinaba sobre ella.
Él por su parte gemía de placer, estaba increíblemente apretada y sus gritos sonaban a música para sus oídos, embistió sin contenerse aumentando la velocidad hasta que sintió que no podría contener más el orgasmo, sin previo aviso le quitó la máscara de un tirón al tiempo que terminaba dentro de ella.
Ambos se miraron sorprendidos pero la sorpresa tenia distintos matices, en el caso del soldado el haberse cogido no solo a una famosa bandida, sino que también a una aristócrata la sorpresa fue gozosa, en cambio para ella el ver expuesto lo único que permanecía oculto fue una sorpresa demoledora, además bastaba su mirada de gozo para darse cuenta de que él le había reconocido instantáneamente.
Lo mejor para el soldado es que estaba tan excitado que tuvo otra erección en unos segundos, se levantó y la tomó del brazo, ella lo siguió sin la más mínima resistencia casi arrastrándose por el suelo. La llevó hasta la carreta en que habían venido, sin ninguna palabra la hizo apoyar el torso sobre ella, quedando su trasero levantado y sus piernas colgando, volvió a sacar la daga del cinto, ella entro en pánico iba a moverse más para suplicar que para oponerse, parecía que la degollaría ahí mismo, pero no era esa su intención, usando el cuchillo rajo la parte trasera de su corsé la única prenda que le quedaba, partiéndola en dos y arrancando la tela de su cuerpo.
Luego se inclinó sobre ella y le agarró los pechos por atrás, se acercó a su rostro e inspiro ruidosamente, mientras apretujaba sus pechos con fuerza.
-apestas a sudor- le susurró al oído, lo sintió como una bofetada, no podía dejar de humillarla ni por un segundo- hueles como una yegua- algo en su tono de voz le convenció que lo decía de verdad y bajo la cabeza ya no tenía ánimo para soportar esas cosas, algo dentro de ella se terminó de romper, al escucharlo parte de ella lo sintió como cierto, que realmente olía como un animal.
No reaccionó esta vez cuando nuevamente él la penetró, tampoco hizo nada cuando le tiro del pelo obligándole a doblar la espalda, ni cuando la azotó con la otra mano, parecía como si la estuviera domando, perdiendo su condición de mujer pasando a ser un simple animal.
Esta vez duró más, ya no era su primera vez y la falta resistencia de ella lo estaba aburriendo, trato de causarle dolor, le piñizco los pezones, le mordía el cuello, le tiro el pelo púbico, pero ella parecía un cadáver, estaba catatónica, ni siquiera los insultos parecían afectarle, ya no escuchaba.
Ya había intentado todo para que reaccionara y volviera a resistirse, o eso pensaba se le ocurrió algo y como no tenía nada que perder lo intento y por sorpresa le metió el dedo anular en el recto, fue casi mágico, de inmediato comenzó a mover las caderas y a gemir patéticamente, recién ahí nuestro valiente soldado pudo eyacular, esta vez lo sacó antes y le roció la espalda y el pelo con esperma.
Quedó agotado ,así que la empujo hasta que cayó en el suelo y literalmente se sentó encima de ella, la pobre Elena solo podía llorar en silencio pensando en las próximas vejaciones que tendría que soportar, no tuvo que esperar mucho el soldado se levantó, se desemperezo y se alejó, ella lo miró sin pensar en atacarlo por la espalda, no creía poder ponerse de pie, él regresó trayendo consigo unas cuerdas, les amarró las manos juntas con una y con la otra le hizo un lazo en el cuello.
- ¿Qué haces? – dijo con voz débil.
-creo que es momento de entregarte al coronel Buendía- la revelación de que sería entregada no le importó, ya lo sabía de todas maneras, pero que tuviera que hacer todo el recorrido del desierto y entrar a la ciudad totalmente desnuda la aterró aún más, lo miró dispuesta a suplicar que la dejara vestirse, pero una mirada a sus fríos ojos la convenció que sería inútil.
El simplemente se volteó y camino hacia el caballo más cercano tirando de la cuerda, ella obligada lo siguió, pero antes de que pudiera llegar al caballo se tropezó con algo cayendo pesadamente al suelo, antes de que él se diera cuenta ella descubrió que se había tropezado con una de sus botas, su cuerpo reacciono más rápido que su embotada mente, en un abrir y cerrar de ojos sacó la daga y se inclinó sobre la bota para ocultarla.
De esto el joven no se percató y luego de tirar insistentemente la cuerda se volvió y camino hacia ella, se agachó y cuando le iba a agarrar el pelo ella se levantó como un resorte y le cortó el cuello con su daga.
Él se llevó ambas manos al cuello intentando detener la sangre desesperado, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles, se desangró en menos de un minuto, mientras miraba a su asesina con los ojos cada vez más vacíos.
Pasaron 10 minutos enteros antes de que ella pudiera moverse nuevamente, lo primero que hizo fue cortar la cuerda que sujetaba sus manos, luego recolectó por la cueva los restos de su destrozado uniforme, solo su pantalón, sus botas y su máscara estaban en condiciones de usar, el resto estaba demasiado roto e inservible, se puso lo que pudo quedando aun con el vientre y los pechos al aire y así se tendría que ir hasta su casa, por suerte no había nadie en la zona, pensó.
Tomó el dinero que había apartado en el saco y subió a su caballo que al salir de la mina esquivo el cadáver aun tibio del que la había humillado, pensaba que su viaje de vuelta seria tranquilo, después de lo que acababa de vivir se merecía un descanso, pero notó algo extraño a la entrada, había una piedra de rio en la entrada, era grande, redonda y totalmente imposible de que hubiera llegado ahí por casualidad, avanzó un poco más y vio otra de las mismas y así fue encontrando una cada 10 metros por lo menos.
-mierda- masculló en voz alta, se dio cuenta que mientras el soldado se ocultaba en la carreta iba dejando una señal para quien lo siguiera, avanzó un poco más para ver qué tan lejos se extendía la señal y se encontró de frente a unos 50 metros con un grupo de soldados que venían en dirección contraria, siguiendo la señal, todos se miraron estupefactos, sobre todo ellos que vieron a su temible enemiga mostrándoles generosamente sus pechos y esto le salvó la vida a ella, aprovechando su duda alcanzó a voltear su caballo y huir al galope.
Fue una larga persecución, pero esos segundos de duda fueron esenciales para que al anochecer pudiera perder a sus perseguidores, los que tuvieron que conformarse con ver sus pechos rebotando al ritmo del galope.
Pese a escapar con vida el golpe para La Gata fue demoledor, había perdido su virtud, su pureza, el miedo de los soldados y, cuando ellos volvieran a la mina, perdería el oro que tanto le costó reunir.
No sabía que hacer, el dinero que tenía solo le bastaba para mantener la hacienda por unas semanas o menos y los soldados envalentonados la perseguirían con mas ahínco y protegerían con más fiereza el dinero de la recaudación.
Si no se le ocurría algo terminaría casada con uno de esos perros, si es que ahora que ya no era virgen, podía permitírselo.