La garganta profunda

Una anécdota aislada de mis relatos que vengo a compartir a continuación.

Serían las doce de la noche en el bar al que, tras un largo día de biblioteca y estudio, unos amigos y yo habíamos decidido ir a tomar algo. Éramos un grupo de 5 o 6 personas, y entre la gente vino una chica con la que yo ya me había liado anteriormente (me la presentó este mismo grupo de amigos). Se llamaba Lucía, y era una chica morena, con unas tetas muy respetables, cálidas y bien tersas. Su culo tampoco era cosa menor, y siempre lo lucía con desparpajo. Ya fuesen vaqueros, mallas o chándal, su culo con la línea de su tanga hundida entre sus nalgas siempre destacaba. En el grupo había dos parejas, y a Lucía y a mí nos habían presentado un poco con la intención de que ninguno sintiera que estaba de sujetavelas de los otros. Así, hacía un par de semanas, Lucía y yo nos habíamos liado en una fiesta a la que fuimos con este mismo grupo de amigos.

Desde la fiesta, Lucía y yo no habíamos vuelto a quedar, pero habíamos seguido hablando y teniendo conversaciones que iban subiendo de tono, calentándonos y diciéndonos alguna que otra guarrada cuando nos quedábamos hablando a altas horas de la noche, cachondos ambos, aunque sin llegar a pasar de palabras o conversaciones sucias.  Como iba diciendo, ya se iba haciendo tarde, puesto que ese bar cerraba temprano. Durante la noche habíamos estado jugando mientras bebíamos, y acabamos todos un poco excitados. Cada cual, con su pareja, y Lucía y yo juntos liándonos. En el bar debieron pensar de todo menos algo bueno de nuestro grupo, tan libidinoso y espontáneo. Fue al salir del bar cuando cada pareja se iba encaminando a su casa, a lo que me ofrecí a acompañar a Lucía a la suya – por supuesto, con claras intenciones sexuales que ella también compartía-. Ella aceptó y el grupo nos vio marcharnos juntos, caminando calle abajo hasta el parque que conducía a su casa.

A los pocos pasos por el parque, empezamos a besarnos, ansiosos ambos, llenos de un deseo desenfrenado. El parque estaba oscuro, apenas un par de farolas alejadas, y sin un alma que pasara por allí. Pasó sus brazos por mi cuello. Agarré su culo firme con mis manos, la traje hacia mí. Nuestros labios se rozaban. Nuestro aliento nos acariciaba la boca. Las lenguas, calientes y húmedas, se entrelazaban ávidas. Nuestra saliva compartida iba cambiando de boca. Conforme iba avanzando el magreo, mis manos fueron acariciando su cintura, sus piernas, el interior de sus muslos, ascendiendo despacio… una de sus manos agarraba mi culo, impidiendo que me separase de ella. Fue así como decidimos alejarnos un poco del camino principal y buscar, furtivos, unos árboles frondosos y unos arbustos que nos ocultaban del resto del desierto parque.

Notaba sus ojos fijos en mí, su corazón acelerado, su cuerpo cálido. Continuamos con nuestros besos prolongados, y mientras una de mis manos seguía acariciando su culo, la otra soltó hábilmente la hebilla de su cinturón, para acto seguido desabrochar el botón de su vaquero, dejando la holgura que mi mano necesitaba y que Lucía deseaba desde hacía rato… Mi mano subió por sus muslos y se adentró en su pantalón, frotando el pequeño triángulo de tela de su tanga, arrancando algún suspiro que ella no se esforzó en contener o disimular. Notaba su calor, sus labios hinchados bajo ese trozo de tela que empezaba a humedecerse…Mi mano ahora se introdujo también, por fin, bajo su tanga fino y suave. Yo no podía creerme que le estuviese metiendo mano ahí, en medio de un sitio público por el que podría pasar alguien. Más impresionante era lo dispuesta que estaba ella, dejándose hacer y ahogando sus gemidos con mis besos.

Su coño estaba mojado y ardiendo. Nada más tocar sus labios con mis dedos, los noté pringados de sus flujos, mientras frotaba en círculos su vulva lubricada y excitada, empapándola más.

-mhh, jo…jo…der, cómo me pones. -dijo ella entre gemidos.

Acto seguido, coloqué dos dedos en la entrada de su coño y los introduje despacio, dilatando su interior, acariciando cada pliegue con mis hábiles dedos, empapados completamente de sus flujos cálidos y densos… Yo tenía la polla a punto de estallar de placer solo de tocarla… de probar con mi mano los rincones que deseaba penetrar con mi gruesa y alargada erección. Nuestros cuerpos estaban prácticamente pegados, y una de las manos de Lucía palpaba ya el bulto que tenía sobre mi pantalón mientras yo la masturbaba, aplicándome a fondo en conseguir que tuviese que agarrarse a mi cuerpo para no caer al suelo por los espasmos de su orgasmo.

-          Me… corro contigo, Dios mío. -gimió ella, segundos después de dejar mi mano chorreando de sus fluidos.

Yo sin, embargo, no paraba de hurgar en su interior, de frotar su clítoris por fuera mientras la hacía sentir penetrada con mis dedos, clavados en su interior cálido y resbaladizo…

Ella aprovechó unos segundos breves de pausa para desabrochar mi cinturón, desabotonar mis vaqueros y, todavía de pie, agarrar mi miembro y empezar a masturbarme lentamente. Yo notaba su mano tibia sobre mi piel caliente, y casi como un reflejo, saqué mi mano de su coño, arrancándole un último gemido a Lucía, para restregar sus flujos sobre mi polla. Ahora la mano de Lucía resbalaba agradablemente por mi polla, apretándola suavemente, subiendo y bajando con un muy trabajado movimiento de muñeca que empezó a hacerme vibrar de puro gusto. Pasado un minuto, Lucía apartó su boca de la mía y bajó su pantalón medio desabrochado y algo caído hasta los tobillos, quedándose solo en un sexy tanga de encaje mientras se arrodillaba sin dejar de masturbarme, dejando sus labios carnosos y la boca húmeda que había estado besando a la altura de mi miembro erecto.  La miré a los ojos un segundo antes de que abriese la boca y, en un cuidado trabajo con la mano, sus labios gruesos y su lengua juguetona, introdujese toda mi polla lentamente en su boca hasta que noté cómo acariciaba con mi glande su garganta, provocándole una leve arcada que ella supo exagerar para darme el morbo de escucharla.

Lucía se aplicaba, apasionada y ansiosa, a la tarea de lamer toda mi polla y tragársela entera. Os prometo que jamás me habían hecho una mamada tan jodidamente buena. Lamía con su lengua, acariciaba mis huevos con una mano mientras me pajeaba con la otra, me hacía sentir los gemidos que emitía cada vez que se metía mi polla hasta atragantarse, aguantando la respiración. Ella babeaba, le resbalaba saliva por las comisuras de su boca viciosa y tragona, mientras poco a poco iba subiendo el ritmo. Sus labios carnosos acariciaban cada centímetro de mi polla cada vez que entraba o salía de su boca, para acto seguido sentirme besado por su lengua, justo antes de llenarle hasta la garganta con mi miembro, y dejarlo unos segundos ahí, llevando al límite su boca.

-          Quiero que te corras en mi boca, joder, quiero que me llenes la boca de semen y que me ensucies la cara. – me dijo mientras me miraba con unos ojos que emanaban morbo y vicio.

-          Estoy a punto de correrme, Joder, sigue…

-          Quiero que me folles la boca.

Acto seguido, agarré su pelo y, sin dejarle apartar su mirada de la mía, empecé a penetrar su boca a mi ritmo, acelerando y sintiendo un cálido hormigueo en todo mi cuerpo. Iba a estallar de placer: Las arcadas de Lucía, su boca cálida, su lengua, sus labios, su mirada de fingida sumisión, la sensación de estar rozando su garganta, de notar sus gemidos vibrando en mi polla… Un minuto después, un temblor descontrolado y varios espasmos sacudieron mi cuerpo, y mis huevos se vaciaron en su boca, llenándosela hasta casi atragantarse, hasta tal punto que, mientras sacaba mi polla y le restregaba por su cara mis flujos y su saliva, le gotearon por su comisura varias gotas de semen que resbalaron hasta su escote. Lucía me miró fijamente, todavía arrodillada y cachonda con mi polla sobre su cara, y se tragó todo mi semen con una sonrisa de vicio que Jamás olvidaré. Acto seguido, dijo afónica:

-          ¿Quieres venir a casa? La tengo sola.