La friki y el vigoréxico
Dos hermanos mellizos, Lidia y Nacho, tienen aficiones muy distintas. Carecen de la fuerte conexión de la que presumen otros hermanos, o al menos eso es lo que piensa él.
LA FRIKI Y EL VIGORÉXICO
Tres claras de huevo, arroz, pollo, un zumo de creatina y un plátano. Aquel era mi desayuno, pensado para una dura mañana de entrenamiento. Cincuenta minutos de natación, noventa de musculación, diez de cardio y unos últimos quince de estiramientos. Más es sobreentreno, menos es para aficionados. A la vuelta me esperaría un sándwich de pavo, un batido de proteínas y un pequeño cóctel de aminoácidos. Comer cada tres horas y entrenar, no hay más secreto. El cuerpo perfecto no tiene misterio, tan solo fuerza de voluntad. Me llamo Ignacio Varela, tengo dieciocho años, mido un metro ochenta, peso noventa kilos y soy físicamente perfecto.
1
Me estaba preparando un zumo de naranja natural, ya tenía las dos cucharadas de creatina preparadas para añadírselas cuando irrumpió mi hermana en la cocina:
—¿Preparado para el gimnasio, Rambo?
Dicen que los mellizos tienen una conexión especial. Que son inseparables, que se sienten aun estando lejos. Todo mentira. Una vulgar patraña. Lidia y yo no podíamos ser más distintos. Yo interesado por la vida sana, la nutrición y el aspecto físico y ella una de esas frikis amantes del manga, los cómics y disfrazarse. Jamás la había visto haciendo algo de ejercicio o vigilando mínimamente las calorías que ingería. Además era la típica empollona mientras que un servidor intentaba aprobar el bachillerato en una academia nocturna después de haber repetido ya un par de cursos.
—¿No tienes clases en la universidad? —fue lo único que fui capaz de responder.
—Los lunes solo tengo dos horitas de clase a las doce, la dulce vida del estudiante mi querido hermano, ya te llegará.
—Te recuerdo que yo también estudio, hermanita.
Reconozco que la relación siempre había sido desigual. Ella se mostraba siempre simpática y agradable y yo, no es que me cayera mal ni nada de eso eh, más bien me aborrecía. Su mundo, sus inquietudes, sus amistades…nada de todo eso tenía sentido para mí. Quizás mi vida era superficial, pero prefería pasarla entre “beautiful people” que entre frikis disfrazados de samuráis japoneses o lo que sea. Ya de niños recuerdo como nos peleábamos por el mando de la televisión, Lidia luchando por ver Dragon Ball y yo intentando recrearme en los esculturales cuerpos del Pressing Cath .
—Claro que sí —dijo ella— y estoy segura de que te vas a poner las pilas y les darás una alegría a nuestros padres.
—No te pongas paternalista conmigo, ¿no tienes que ver Naruto o alguna mierda por el estilo?
A mi hermana le cambió la expresión del rostro, visiblemente decepcionada.
—Tranquilo hombre tranquilo, ya te dejo en paz —anunció antes de salir de la cocina.
2
—¡Ohh síi! ¡Ohh síii! —gemía Ana, mi novia, mientras me cabalgaba.
Era perfecta. Una maravillosa 85-61-90 de ojos almendrados y pelo castaño claro. Se movía encima de mí con esmero, mientras se agarraba sensualmente el cabello y podía ver sus reducidos pechos botar.
—Sí, sí, ¡síii! —siguió ella.
Prosiguió con aquella maniobra sin poder evitar mi cada vez más visible falta de interés. Cuanto más me concentraba menos excitado me sentía. Cerraba los ojos y procuraba fantasear con cualquier cosa, intentando salvar aquel mecánico y poco placentero polvo, sintiendo como mi miembro luchaba por seguir erecto pero perdiendo progresivamente su vigor. Volví a mirarla y vi su cuerpo perfecto, escultural. De proporciones simétricas, pechos pequeños pero bonitos y con un vientre firme de abdominales marcados. Pero ya nada se podía hacer…
—Joder Nacho, ¿qué te pasa? —me recriminó saliendo de encima y sentándose en la cama— ¿me la estás pegando con alguna zorra?
—¡No digas tonterías! Es solo que estoy cansado.
—¿No te estarás metiendo alguna mierda de esas que te deja impotente, no?
—¡¿Qué!? ¡¿Pero qué dices?! Simplemente tengo unas agujetas terribles y no me puedo concentrar, nada más. Vuelve a ponerte encima y terminemos con esto.
—Ni de coña chico, pronto llegará tu madre, es casi la hora de comer. Además, has conseguido quitarme todo el rollo, ¡joder! —sentenció mientras empezaba a vestirse.
—Ana…
—Déjalo, ya hablaremos. Llámame esta noche cuando termines las clases, ¿ok?
Fue lo último que dijo antes de salir de mi habitación y perderse por el pasillo. Ventilé el cuarto, entré en el baño y me acicalé un poco. Aprovechando que iba en calzoncillos me miré en el espejo y no pude evitar hacer un par de “posturitas”. Me deleité con mi fibroso y marcado pecho y los abdominales, tanto frontales como oblicuos. Tampoco podía quejarme de mis brazos, espalda o deltoides, pero pensé que debía darle caña al serrato, era un músculo particularmente difícil de desarrollar pero muy agradecido visualmente hablando. La una en punto, momento de relajarme en el sofá y ver alguna porquería que pusieran en la tele. Armado con un batido de carbohidratos entré en la salita y allí estaba mi hermana, disfrazada de alguna de sus gilipolleces.
—¿Ya estás con tus dibujitos?
—De eso nada, estoy viendo una serie.
—¿Y de qué coño vas vestida? —pregunté mientras la observaba.
Llevaba una esperpéntica peluca de pelo blanco y largo con un par de trenzas y luego un vestido que consistía en un sofisticado sujetador-bikini en la parte de arriba enlazando con dos finas tiras de ropa con una vaporosa falda con aperturas laterales, todo en colores del azul clarito al más oscuro. Se levantó del sofá y haciendo una especie de improvisado pase de modelos respondió teatralmente:
—Soy Daenerys de la tormenta, de la casa Targaryen, Khalesi de los dothraki, reina de los ándalos, Rhoynar y los primeros hombres. Señora de los siete reinos y protectora del reino. La madre de dragones, la que no arde, rompedora de cadenas y liberadora de esclavos.
Lució su escaso metro sesenta y cinco en plenitud. Con una cintura poco trabajada, caderas más anchas de lo deseado y, guiándome por la pierna que se escapaba entre la apertura del vestido, un muslo firme pero grande y pantorrilla y tobillo también algo amplios. Sus generosos pechos eran lo único que daba cierta proporcionalidad al mejorable conjunto. Una víctima del sedentarismo sin lugar a dudas. ¿Cuáles debían ser sus medidas? ¿95-62-94? ¡Inconcebible! Y allí estaba, orgullosa de su aspecto.
—¿Qué es eso? ¿La enanilla esa de Juego de Tontos?
—Emilia Clarke no es enana, solo un poco bajita. Y la chica más sexy de la televisión.
—Ah ya…la albina sexy…si tú lo dices. ¿Y qué estás mirando?
— Revisiono el último capítulo.
—¿De Juego de Truños ?
—Sí —contestó algo molesta volviéndose a sentar en el sofá.
Me terminé el batido, lo dejé en una mesita y me acomodé con ella. Nunca había entendido esa serie. Una especie de El señor de los anillos pero medio pornográfico, que jugaba a ser realista pero a su vez tenía dragones. Un auténtico sinsentido. Esperando la hora de la comida, los dos delante de la caja tonta, Lidia empezó a quedarse dormida y poco a poco fue ganando terreno hacia mi posición. Después de un par de amagos de colocarla en su sitio, acabé cediendo y la dejé reclinar su cabeza sobre mi regazo. Ahora la serie estaba en un momento álgido, la pequeña de pelo blanco mantenía una tórrida escena sexual con el principito de turno, un morenito de barba que al parecer había resucitado de no sé cuántas puñaladas y con el que llevaba haciéndose ojitos todo el interminable episodio. Observaba la pantalla y de reojo a mi hermana y tenía que reconocer que el look no estaba del todo mal conseguido.
Lo que no me esperaba es que aquello me afectara. Sin poder evitarlo mi miembro comenzó a crecer tímidamente debajo de la ropa interior. La escena sexual ya había terminado pero mi manubrio parecía no darse por enterado, alcanzando ya un notable estado de excitación. Repasé la figura de mi hermana, con su cara justo encima de mis partes y de nuevo una de sus piernas descubierta por la apertura del vestido. Desde mi perspectiva podía verle el pecho luchando contra la gravedad, a punto de salirse del vestido estando allí tumbada. Mi órgano viril había aumentado ya tanto de tamaño que parecía dispuesto a atravesar la tela de mi bóxer, clavado ahora contra la inocente mejilla de Lidia que, por suerte, no daba síntomas de despertarse.
«¡Joder! ¡¿pero qué me pasa?!» Había elegido un mal momento para interesarme por la maldita serie. Alcancé con alguna dificultad el mando de la tele y conseguí cambiar de canal, pero ni la “Ruleta de la fortuna” logró que me bajase la descomunal erección. «¡¿Por qué coño no me he vestido?!». El bulto de mi entrepierna era tan desmesurado que mi hermana casi tenía que hacer equilibrios para que no le resbalara la cara por semejante protuberancia. Moví suavemente las caderas, procurando apartarla, pero fue aún peor, terminando con sus labios justo encima de mi glande, separados solo por la fina tela del calzoncillo. Maldecí aquel momento, ojalá hubiera tenido aquel engrasado y preparado instrumento un rato antes con Ana. La situación era tan incómoda que finalmente decidí levantarme bruscamente, aterrizando la cabeza de Lidia sobre el sofá y desapareciendo yo de la estancia casi como si de un ninja se tratara. El bochorno me duró todo el día.
3
Los siguientes días pasaron tranquilos, intentando olvidar la desagradable situación entre entrenos, clases nocturnas y excusas a mi novia con tal de evitarla. Lo peor no era haber tenido un gatillazo, sino la certeza de que podía volver a pasar. No había ninguna razón objetiva sobre mi repentina falta de interés por el modelado cuerpo de Ana, ni siquiera el tiempo ya que apenas habíamos cumplido los seis meses de relación. Aquel era un problema que antes o después debería afrontar. Era viernes y estaba vestido de chándal preparado para ir a entrenar cuando decidí entrar a la habitación de mi hermana en busca de su ipod.
— ¡Lidia! ¡Qué susto! Pensaba que no estarías en clase.
Nuevamente volvía a estar disfrazada. Su afición por el cosplay comenzaba a ser realmente preocupante. Se giró hacia mí, de pie en medio del dormitorio. Deduje que llevaba rato observando su apariencia frente al espejo de cuerpo entero que tenía. En esta ocasión llevaba una peluca de color azul…azul raro, y una especie de camiseta larga rosa que con un cinturón ceñido en la cintura hacía de vestido corto. A la altura del pecho podía leerse BULMA en letras negras sobre un rectángulo blanco. Las piernas se le veían desprovistas de nada más hasta llegar a unas zapatillas deportivas estilo converse all star. Unos calcetines y un pequeño pañuelo morados completaban el ridículo atuendo.
—Mira que no saber aún que los viernes voy por la tarde…¿Qué quieres?
—Iba a cogerte prestado el ipod, me he olvidado de cargar el mío. ¿De qué narices vas disfrazada?
—¿Tú de qué crees, Zatoichi ? —respondió señalando las letras de su exagerado busto—. Era la amiga de Goku en Dragon Ball , ¿no te acuerdas?
—¡Y yo qué sé! Intento olvidar todas esas porquerías que me hacías ver de pequeños. ¿Me prestas el ipod o no? Me están esperando para entrenar.
Ella, con ganas de fastidiarme un poco, lo agarró a toda prisa de su escritorio diciendo:
—Lo siento, justo lo iba a utilizar ahora.
—Va, no seas cabrona, que me voy a aburrir mucho sin escuchar nada en compañía del merluzo de mi compañero. Necesito un poco de marcha para motivarme.
—Ahhh, tendrás que quitármelo —siguió ella con el juego.
Me acerqué y le agarré el brazo con fuerza, Lidia cerraba el puño y forcejeaba.
—Vamos…sabes que conmigo no puedes —advertí.
—Claro, con un cachas-Van Damme como tú, ¿cómo voy a poder? —dijo burlona mientras seguía resistiéndose.
En medio de ese combate controlado acabé lanzándola sobre su cama y viéndola caer me di cuenta que quizás con excesiva fuerza. No fue lo único que vi. Incluso cabe la posibilidad de que mi cerebro también estuviera jugando conmigo, pero justo cuando aterrizaba sobre el colchón me pareció atisbar sus braguitas de color blanco por debajo de aquella camiseta que hacía la función de vestidito. En aquella décima de segundo dos cosas aumentaron, el tamaño de mi falo y mi preocupación.
—Mira que eres bruto Nacho, casi salgo volando por la ventana —me dijo no enfadada pero sí algo sorprendida—. Ahora sí que te has quedado sin música.
Desconcertado en todos los sentidos, tomé seguramente la peor decisión, abalanzándome sobre ella y siguiendo con aquella ridícula lucha. Me alivié en parte al ver que volvía a sonreír y me seguía el juego, pero mi inquietud se disparó al notar como creía mi excitación. Ya había perdido de vista el reproductor y lo único que veía eran sus enormes pechos balanceándose con los forcejeos y como la camiseta retrocedía entre sus piernas abiertas, confirmándome el color blanco de su ropa interior.
—¡Quita de encima, animal! —ordenó entre risas.
Sus carcajadas siguieron hasta que, fruto de la pelea, mi entrepierna terminó aterrizando sobre la suya, clavándose mi fabulosa erección contra su sexo, a salvo solo gracias a la ropa de ambos. Sus risas pararon en seco al igual que sus movimientos, dándome la inequívoca señal de que era plenamente consciente de lo que había significado aquel fugaz contacto. Yo también paré con la misma brusquedad, levantándome de encima hábilmente y desapareciendo de su habitación murmurando:
—Puedes quedarte con tu puta música, niñata.
4
Fueron unos días infernales. Con Lidia sin dirigirme la palabra y mi mente haciendo conjeturas a mil por hora. Siempre tuvo buen carácter, amable, amistosa y desde luego mucho más atenta conmigo que yo con ella. A ratos pensaba que, obviamente, había notado lo sucedido y se sentía tan violenta que era incapaz de mirarme a la cara. Luego me convencía de que no, que simplemente estaba dolida por haberla tratado mal. Sin duda, por sus aficiones, “niñata” era de las cosas más hirientes que podía decirle. También tuve que lidiar con las reacciones físicas tan execrables que había tenido. Intenté apartar el tema de que fuera mi hermana: Que si era por los disfraces, que por alguna razón me ponían caliente. Que era por mis problemas sexuales con Ana y que, en el fondo estaba tan cachondo, que cualquier roce haría despertar a mi miembro. Etc, Etc…Así conseguí subsistir en aquel tenso ambiente que me había quitado incluso las ganas de entrenar.
Como el tiempo todo lo cura diez días hicieron el trabajo de diez años, destensando el ambiente y consiguiendo que me fuera reconciliando conmigo mismo. Cierto que Lidia no estaba tan alegre y desenfadada como de costumbre, pero sí algo más sonriente.
—¡A comer! —gritó mi madre desde la amplia cocina.
Desde que mi padre falleció tres años atrás en mi casa se habían perdido un poquito las formas. Comíamos juntos solo si los horarios lo permitían y además casi siempre en la pequeña mesita de la cocina, para ahorrar tiempo y trabajo especialmente entre semana. Yo vestía con calzoncillos y camiseta después de haberme dado una paliza épica en el gimnasio, sentado ya en la mesilla mientras que mi madre ponía la ensalada en el centro.
—¿Pero bueno, no me digas que vienes de la universidad así? —exclamó mi madre al ver llegar a mi hermana disfrazada como de estudiante adolescente con peluca.
—¡Claro que no! No estoy loca mamá, he quedado por la tarde para ir al salón del cómic con Eva y Núria.
Peluca rubia con dos grandes y larguísimas coletas laterales, blusa blanca y azul con un broche rojo dónde termina el cuello y que dejaba ver ligeramente su ombligo, falda azul llegando algo por encima de las rodillas y descalza solo con unos calcetines blancos, supongo que esperando a ponerse los zapatos antes de salir de casa. Así llegó vestida mi hermana a comer.
—¿Y de qué vas…caracterizada, si puede saberse? —Preguntó mi madre.
—De Usagi Tsukino de Sailor Moon .
—Ah, ya.
Se sentó a la mesa y me sacó la lengua burlona, acto que me hizo más ilusión del esperado. Volvía a ser ella, pero por el contrario yo estaba peor que nunca. Ver llegar a mi hermana disfrazada de colegiala había sido peor que una tortilla de viagras. «¡¿Cómo puedo excitarme tanto con una persona tan, tan…tan normal?!». «¡¿Cómo puedo olvidarme incluso de que es mi propia hermana?!». La comida fue de lo más incómoda para mí, sin apetito y cruzando las piernas a la vez que me tapaba con el mantel intentando disimular la colina de debajo de mis calzoncillos mientras que mi madre y Lidia hablaban de forma natural y distendida.
—¿No tienes hambre hijo? Pero si siempre comes como una bestia. ¿Está malo el pollo?
—No, no, soy yo. Me he levantado algo raro del estómago.
—Seguro que es por esos potingues que tomas para entrenar. Si esta noche no lo ves claro no vayas a clase eh, más vale un día de reposo que una semana en cama.
—Vale, ya veré.
Siguieron ahora con el postre y, aunque yo ya no iba a comer nada más, no sabía cómo irme de allí pasando desapercibida una erección tan brutal que hasta dolía encerrada en su cueva. «¡Puta manía tengo de ir siempre medio en pelotas por casa!».
—Hija, ¿puedes lavar tú los platos? Me tengo que ir corriendo a una reunión y tu hermano ya ves que no anda muy fino.
—Valeee —dijo con forzada resignación mientras me sonreía.
Mi madre nos dejó, a ella recogiendo los cacharros dispuesta a fregarlos y a mí en aquella absurda actitud de estatua. Desde mi posición podía ver ahora como empezaba a aclararlos, de espaldas y trabajando sobre la pila de la encimera. Solo con el casi imperceptible movimiento que hacían sus caderas al frotarlos fue suficiente para sentir mi miembro a punto de estallar. Aquel era probablemente uno de sus disfraces menos sexys, que mostraba solo un poco los riñones y las pantorrillas, pero para mí era mejor que estar en el local de striptease más selecto.
«¡¡Joder!!»
Como siempre cuando estoy bajo presión, y sabiendo que era el mejor momento para huir, tomé la peor decisión. Liberé mi manubrio y mordiéndome el labio para no gemir comencé a masturbarme disimuladamente mientras la observaba. Subí y bajé pieles imaginándome que me acercaba por detrás y, levantándole aquella faldita la penetraba con dureza contra el mueble, una y otra vez, golpeándole sus generosas nalgas con mis testículos a cada embestida. Estaba tan excitado que sabía que alcanzaría el clímax muy rápido, pero justo cuando iba a correrme, agarrando incluso una servilleta de la mesa dónde expulsaría toda mi leche, se giró y se me quedó mirando con los ojos marrones más grandes que jamás había visto, parecían realmente salidos de uno de sus animes. A la inconfundible expresión de sus ojos le siguió su boca, abriéndose hasta extremos poco naturales.
—Lidia, Lidia espera… —balbuceé.
Mi hermana dejó caer el último plato y salió a toda prisa de la cocina, entre asustada e indignada. En mi intento por seguirla caí al suelo, víctima de mi mal puesto bóxer. En otra de mis geniales ideas en vez de subírmelo me desembaracé de él, quitándomelo por los tobillos y lanzándolo sobre el suelo de la cocina y siguiendo con mi patosa persecución con el falo tan tieso que parecía que fuera armado con una bayoneta, tan erecto que corría encorvado por la incomodidad. Saliendo de la cocina oí el portazo de la habitación, pero como sabía que en su dormitorio no había seguro, aquello no me detuvo.
—¡Lidia joder no es lo que parece! —exclamé al irrumpir en su cuarto, vestido tan solo con una camiseta y con el aparato tan tieso que parecía apuntarle directamente a la cara.
Ella se me quedó mirando, estupefacta, sentada en el borde de la cama.
—Me ha pillado un calentón, eso es todo, no es para tanto estaba pensando en mis cosas —mentí.
Siguió en shock, como si hubiera visto un fantasma antes de decir:
—¡¿Y no podías irte a otro sitio a machacártela?!
No sabía qué hacer, mis ojos alternaban entre ella y mi sable, que seguía sin recular ni un milímetro. Era la situación más esperpéntica de mi vida.
—Vale, soy un cerdo, pero no tiene nada que ver contigo.
Ella estaba tan abochornada que ya no podía ni mirarme, lo hacía de reojo, luego al suelo y al techo alternativamente. Reflexionando hasta que por fin dijo en un claro tono de recriminación:
—¡¿Te crees que soy tonta?! ¡¿Y el otro día qué!? ¡¡¿¿Eh??!! ¿Crees que no me di cuenta? Seguro que es alguna mierda de hormona que te inyectas para estar fuerte que te ha freído el cerebro.
Como siempre, la culpa era del culturismo. Por un momento incluso pensé en escudarme en eso, pero llevaba demasiado tiempo defendiéndome como para traicionarme de una manera tan vil.
—¡No digas tonterías! Es una reacción natural…no sé…no es por ti.
—¡¡¿Cómo que no es por mí?!!
—¡Claro que no es por ti, no soy un enfermo! Es el personaje, no sé…no sé cómo contarte. Son los personajes de las series, el disfraz en sí, no tú.
Por un segundo Lidia pareció entender aquel argumento. Noté que estaba en pleno debate interno, mutando su rostro del enfado a la comprensión. Aproveché su debilidad y me senté a su lado, acto que hizo aún más ridícula mi erección, que seguía inmutable, pareciendo querer tocarme el ombligo. Pero justo cuando creí tener la situación controlada, mi corrupta mente volvió a traicionarme. Vi su muslo ligeramente descubierto de la falda gracias a estar sentada sobre el colchón con las piernas colgando y, mi mano, como si tuviera vida propia, aterrizó sobre él.
—Debo tener algún problema con los disfraces, es solo eso —le dije mientras se lo acariciaba lentamente.
Mi hermana pareció no darse cuenta, seguía convenciéndose a sí misma de mis palabras cuando mi polla comenzó a palpitar, moviéndose sola.
—¡¿Pero qué…?! —dijo apartándome la mano y mirando escandalizada directamente el glande.
Yo, casi poseído por la lujuria, me abalancé sobre ella y comencé a sobarle los pechos por encima de la blusa.
—Te juro que no es por ti, que es el personaje, ¡el personaje! —dije mientras seguía metiéndole mano, abriéndole también las piernas y colocándome entre ellas.
—Para, ¡para! ¡¡Nacho!!
—Perdona hermanita, no puedo aguantar, ¡no me controlo! —me excusé sin poder parar, presionando ahora la punta del falo contra sus finas braguitas blancas, con tanta fuerza que casi parecía que pudiera penetrarla a través de la ropa.
Ella forcejeó, luchaba mientras insistía:
—Nacho, ¡para! ¡¡Para!!
—No puedo, te juro que no puedo.
Le agarré el culo por encima de la falda con las dos manos y continué restregándole el miembro contra sus partes hasta que por fin volví en sí al sentir un golpe en el cuello.
—¡¡Te he dicho que pares joder!! ¡¿Estás loco?!
Me detuve de inmediato y me retiré un poco, avergonzado, casi triste.
—¿Pero qué te pasa? —volvió ella mientras se adecentaba la falda—. Que soy tu hermana joder.
—No lo he podido evitar —gimoteé casi como un niño—. Son estas mierdas que te pones, no veo a mi hermana, es difícil de explicar ya sé que no me crees.
Lidia, que siempre ha sido buena por naturaleza, volvió a su tono comprensivo e incluso me puso la mano en el hombro. Lo increíble del tema es que con todo lo que había pasado mi falo seguía duro como un bote de laca, inalterable.
—Ya sé que no me crees —le recriminé en tono desesperado—. Me encuentro hasta mal.
—Vale, vale. Te creo. Pero no es normal. No puedes hacer estas cosas. Habla con Ana, seguro que no le importa ponerse algún que otro trajecito, ¿no?
—Ana es un coñazo y una sosa.
—No digas eso, las parejas se entienden hablando. Incluso yo, que soy tu hermana, puedo comprender algo así.
—Nadie es como tú.
Después de mi última respuesta, casi sin darme cuenta, le agarré la mano y se la coloqué hábilmente sobre mi mástil, restregándola por todo el tronco. Ella volvió a ponerse a la defensiva pero la sujeté con fuerza mientras le dije:
—Por favor hermanita, ¡por favor! Solo esta vez.
—Nacho no… —dijo intentando retirarla—. No…
Yo seguí aprisionando la mano, obligándole casi a cogerme el pene y frotándome sin parar.
—Por favor joder, por favor, solo hoy. Solo tócame un poco, vamos…¡vamos!
Apartó la cabeza, intentando no mirar la escena, pero su mano se agarró instintivamente a mi pedazo de carne y comenzó a moverse, arriba y abajo.
—¡¡Ohh sí!! ¡¡¡Así!!! ¡¡Asíi, eso es!! Mmm.
Siguió pajeándome de manera patosa, pero estaba tan excitado que fue más que suficiente.
—¡Síi! ¡¡Síii!! Un poco más, solo un poquito más. ¡¡Mmm!!
Aumentó ligeramente el ritmo mientras que con la otra mano conseguí agarrarle un pecho por encima de la ropa y llegar al orgasmo, salpicándolo todo con mi leche que se descargaba con cada chorro.
—¡¡¡Ohhh síiiiiiiiii!!!
Asqueada, se apartó un poco colocándose en el rincón de la cama más alejado, parecía volver a estar eh shock.
—Gracias hermanita —fue lo único que le dije antes de irme.
5
Después de aquello Lidia no parecía enfadada, pero si profundamente avergonzada y confundida. Me hablaba solo si era imprescindible y era incapaz de mantenerme la mirada, claro que, yo no es que le mirase precisamente a los ojos después de lo sucedido. Aquel cuerpo más voluptuoso a lo que estaba acostumbrado, imperfecto pero deseable, se había convertido en mi obsesión. Me masturbé decenas de veces recordando viejos disfraces suyos y lo acontecido en su habitación. Pero ella no era tonta. Sabía cómo esquivarme y llevaba casi dos semanas sin mostrarse caracterizada de ninguno de sus personajes. Por eso, cuando casi dos semanas después la sorprendí por el pasillo dónde se encontraban nuestros dormitorios, fue como soltar a un galgo que lleva mucho sin correr.
Era un viernes por la noche, yo estaba tan cansado de los entrenos que sobre las diez me había ido a la cama. Salí de mi habitación sobre las once y media para echar la última meada y me la encontré de cara, justo saliendo de la suya casi a hurtadillas. Su aspecto era realmente brutal, más extremo de lo que estaba acostumbrado. Llevaba la misma peluca que la última vez, rubia y con dos grandes coletas laterales. Seguía un increíble corsé ajustadísimo que resaltaba, apretujados dentro de él, dos increíbles y carnosos melones. El corsé terminaba estrechándole la cintura y convirtiéndose en una diminuta falda-tutú abierta de tan solo un palmo y medio de longitud. Las piernas decoradas con unas medias, finas y con gravados, terminadas poco después de la rodilla por unos sensuales ligueros que se perdían en el interior de la escasa falda. Solo faltaban dos zapatos con pequeña plataforma y unas mangas de tela de media que empezaban por encima del codo y terminaban en las manos. El conjunto entero de riguroso negro.
Me miró con cierto temor y le pregunté:
—¿Dónde vas así vestida?
—A…a una fiesta de lolitas góticas .
—¿Y de qué vas? ¿De eso, lolita gótica ? —interrogué mientras me acercaba lentamente como un autómata, acariciándome las partes por encima del bóxer.
—Soy Misa Amane, de Death Note.
—Ya… —dije mientras seguía la marcha y me quedaba a escasos centímetros de ella—. Pues seguro que en la fiesta te irá muy bien.
Liberé mi miembro ya medio erecto y mientras me lo manoseaba utilicé la otra mano para acariciarle la peluca, bajando mis dedos por la cara lentamente, el cuello y llegando hasta su prominente escote.
—Nacho…
Seguí mi camino despacio, recreándome ahora en sus aventajados pechos, sobándolos por encima del corsé, prosiguiendo por la cintura para terminar colándome por dentro de la falda-tutú y acariciarle el sexo sobre la ropa interior de encaje.
—Nacho —se quejó con voz firme pero sin resistirse, retrocediendo un poco hasta que su espalda se encontró con la puerta de su habitación.
—Shhh, no pasa nada Misa Amane o lo que sea, tranquila —contesté sin dejar de jugar con sus partes, notando como cerraba los muslos con fuerza.
Reculó un poco más y entro en el cuarto oscuro, iluminado solo con la escasa luz que provenía del pasillo después de que yo entornara la puerta. La acomodé en su cama, le abrí las piernas y me metí entre ellas, buscando con mi glande su vagina como un cerdo rastrea una trufa. Ante su pasividad, restregué mi bulto contra sus partes, maldiciendo la ropa interior que llevaba por muy sexy que fuera.
—Para Nacho…para.
Me deshice de la camiseta que era la única prenda que me quedaba y dejé al descubierto mi imponente torso mientras decía:
—Seguro que nunca te ha follado un cuerpo como este, mira lo cachondo que me has puesto.
Sin dejar de manosearla, llevé ambas manos a sus caderas y me peleé con el encaje, los ligueros y sus braguitas, incapaz de deshacerme de ellas.
—Vamos preciosa, necesito estar dentro de ti.
Conseguí por fin moverlas ligeramente cuando Lidia, en un intento desesperado, se me sacó de encima empujándome con ambas piernas.
—No puedes hacerlo, ¿vale? ¡Te he dicho que no! ¡¡Somos hermanos!!
Sin pensarlo, contraataqué con fuerza, abalanzándome nuevamente mientras decía:
—Tú no eres mi hermana, ¡eres una lolita gótica sacada de una puta serie!
Le sobaba el cuerpo desesperadamente, los pechos, el culo, el coño, intentando en todo momento volver a abrirle las piernas ante sus forcejeos.
—¡Tienes las tetas demasiado grandes para ser mi hermana!
La lucha siguió un par de minutos hasta que pude ver como se rendía, dispuesta a hacerme una contraoferta:
—Vale, ¡vale! ¡Está bien! —anunció mientras me agarraba la polla con su delicada mano— tranquilízate.
Comenzó a masturbarme frenéticamente pero yo estaba tan cachondo que necesitaba cada vez más, besándole ahora por el cuello y los labios mientras me dejaba hacer.
—Cómo me pones joder, mmm, ¡qué buena que estás!
Aceleró aún más sus movimientos de muñeca pero yo no estaba dispuesto a correrme tan rápido como la última vez, le agarré la mano y separándola volví a abrirle las piernas en un último intento de penetración, con la ilusión de encontrar un resquicio entre su laberíntica ropa íntima.
—Basta de pajas, necesito más, ¡te necesito!
Exaltado, volví a restregar mi falo por sus partes pero nuevamente consiguió deshacerse de mí como si de una hábil anguila se tratara.
—¡¡No!! ¡¡¡Basta!!! Todo menos follarme, ¡¡no lo pienso permitir!!
Lo dijo tan fuerte y tajante que pensé que podía aparecer nuestra madre de un momento a otro asustada por los gritos. Decepcionado, frustrado y triste, me senté cabizbajo en un extremo de la cama. Estaba a punto de irme con mi pataleta cuando volví a notar sus suaves dedos en mi órgano viril, acariciándolo ahora casi con dulzura. Al momento pude ver cómo su enorme peluca se acercaba a mi entrepierna y, sin previo aviso, se introducía sutilmente mi herramienta dentro de la boca, lamiéndola y jugueteando con el glande sin dejar de masturbarme también con la mano.
—Mmm, ¡mmm!
Me la habían chupado otras veces, pero fruto del morbo o real, me pareció que nunca con tanta maestría. Notaba sus labios deslizarse por mi tronco a la vez que movía ahora su lengua como si fuera una bereber, proporcionándome un increíble placer.
—¡Joder qué bien lo haces! ¡Mmm! ¡¡Mmm!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!!
Aceleró el ritmo tanto con la mano como con la boca, metiéndosela hasta lo más profundo cuando noté que ya estaba a punto de eyacular.
—¡¡Ohh síii!! ¡¡Ohh síii!! ¡¡Mmm!! ¡¡Mmm!! No aguanto más, ¡¡ohh!!, ¡¡ohhh!!
Justo cuando estaba a punto de tener el primer espasmo, se quitó el mástil de su interior e intentando apartarse cayó de rodillas sobre el suelo de la habitación diciendo:
—¡Ni se te ocurra correrte en mi boca!
Aquello retrasó unos segundos mi eyaculación, como una improvisada y placentera técnica tántrica, tiempo suficiente para que me pudiera incorporar un poco y, apuntando directamente a su canalillo, bombardearla con toda mi simiente entre violentos espasmos, alcanzando un bestial e inolvidable orgasmo.
Se miró el escote asqueada, diría casi que indignada. Y yo, sin mediar palabra, completamente exhausto, recogí mi ropa del suelo y me fui del dormitorio.
6
Durante las siguientes semanas Lidia ni me habló ni se disfrazó de nada. Estaba claramente dispuesta a prescindir de su hobie por tal de que no la volviera a acosar. Yo, en un intento desesperado de encauzar mi vida, le compré un traje cutre de enfermera a Ana, pero vestida con mis fetiches aún era más sosa que de costumbre. Dos gatillazos después corté la relación para no saber nada más de ella excepto un par de mensajes recriminatorios en el móvil. En el más bonito me llamaba enfermo con problemas, y quizás tenía razón.
Me pasé los días entrenando y espiando. Controlando todos los movimientos de mi hermana con la ilusión de sorprenderla disfrazada de cualquier cosa y tener la excusa perfecta para atacar. Pero eso no pasó y, peor aún, me quedó meridianamente claro que lo de los vestiditos era tan solo una vulgar mentira piadosa. Un limpia-conciencias. Lo cierto es que no podía estar ni cinco minutos cerca de mi hermana sin que me sorprendiera una brutal excitación. Mi vida se convirtió en un tormento en el cual no recordaba la última vez que había comido en familia sin tener que disimular una mastodóntica erección.
Aquel lunes juro que salí de la ducha, con la toalla enrollada en la cintura, sin más intención que la de irme a mi cuarto a terminar de secarme. Fue al ver a mi hermana por el pasillo que mi cerebro volvió a nublarse. La vestimenta no podía ser más sencilla: sin pelucas, luciendo su media melena castaña, con un top blanco liso y una minifalda tejana. Desprovista de nada más salvo unas zapatillas hawaianas. No reparó en mi presencia y fue directamente al salón seguida por mi lasciva mirada. Mientras encendía el televisor yo ya me acomodaba a su lado en el sofá, hablándole por primera vez en bastantes días:
—¿No tienes clase?
—¿Otra vez? —contestó con paciencia—. Los lunes solo voy un par de horas al medio día.
En la caja tonta ya sonaba el anime de turno, una serie llamada Bleach o algo por el estilo, pero mi mirada estaba clavada en sus generosos pero firmes muslos. Pude ver como se levantaba la toalla encima de mis partes como en un barato truco de magia. Sin pensármelo dos veces le muse mi mano encima de la pierna, acariciándosela obscenamente.
—¿Y vas a ir a clase tan sexy?
Sin ni siquiera mirarme, me retiró la mano de un manotazo respondiendo:
—Vete a la mierda Nacho, hoy no voy vestida de ninguno de tus personajes.
—Es verdad, hace tiempo que no lo haces.
—¿Por qué será? —preguntó burlonamente.
—Lo cierto es que vestida de calle tampoco estás nada mal —dije colocando ahora una de mis “zarpas” sobre su imponente seno y retirándomela ella con el segundo manotazo.
—¡¡¿¿Pero tú qué coño te has creído??!! ¡¿Que soy tu muñeca hinchable?! Estás peor de lo que me pensaba, ¡¡eh!!
Me levanté del sofá dejando caer la toalla al suelo y, colocándome frente a ella, señalé mi sable tieso como si fuera de titanio.
—Mira lo que me provocas hermanita, no me puedes dejar así y lo sabes.
—¡¡¿¿Qué no puedo qué??!! ¡¡Repito: vete a la mierda!!
Tuve claro que esa vez no sacaría nada de hacerme la víctima, así que intenté cambiar de estrategia:
—Vamos Lidia, seguro que nunca has estado con alguien como yo. Me tiro media vida en el gimnasio para tener un cuerpo perfecto.
Ella me miró con desprecio.
—Y lo más importante, seguro que a ninguno de tus friki-ligues lo pones tan cachondo como a mí. Nadie piensa en ti a cada momento, a cada segundo…masturbándose varias veces al día con solo recordar nuestros encuentros.
Bajó la mirada avergonzada, completamente ruborizada y sin rastro del creciente enfado que mostraba minutos atrás. Viendo su momento de debilidad, me acerqué de nuevo y la estiré en el sofá, acomodándome suavemente encima. Nunca dejó de sorprenderme su buen carácter y comprensión. Sin resistencia, le quité el top por los brazos y liberé dos mamas gigantes, incluso más grandes de lo que esperaba, cubiertas solo por un sujetador blanco que parecía ser dos tallas menos del que necesitaba.
—Sé que tengo un problema, pero solo tú puedes curarme. Te quiero, nos formamos juntos dentro de la tripa de mamá y estamos unidos para siempre de una manera que nadie nunca podrá entender.
Le quité ahora el sostén, liberando dos erectos pezones rodeados de una gran y rosada areola. Ella seguía completamente sumisa.
—Necesito estar dentro de ti para ponerme bien, quitármelo de la cabeza. Te quiero, hermanita.
Ahora mis manos le acariciaron ambos muslos hasta llegar a la goma de sus braguitas y, con la misma delicadeza, le quitaron las braguitas lenta y sensualmente. Cogí la escasa falda y la convertí en un improvisado cinturón, viendo por primera vez su sexo, con el pubis rasurado en forma de pequeño triángulo.
—Joder Lidia, eres la cosa más bonita que he visto jamás.
Comencé a besarla, lamiéndole el cuello, mordisqueando sus labios y colocando mi glande en la entrada de su vagina, tan excitado que con solo rozarla pensé que podría correrme. Noté como ella también tuvo un pequeño espasmo, y supe con certeza que era de excitación. Le susurré al oído:
—Te amaré como jamás nadie lo ha hecho nunca, te follaré con tanta suavidad que solo notarás placer.
Presioné un poco y noté que estaba incluso lubricada, seguí hasta metérsela más o menos hasta la mitad.
—Mmm, Mmm, mmm…
Gemimos ambos, retirando ella la cabeza para atrás por el gusto.
—Ya estoy dentro preciosa, así me gusta —informé mientras daba un último empujón hasta penetrarla completamente.
—¡¡Ohh!!, ¡mmm!
—Despacio, despacio por favor —me susurró.
—Tranquila, no te preocupes.
Lentamente moví las caderas, sintiendo como mi falo estaba completamente presionado dentro de su cavidad pero, poco a poco, pudiéndose mover con más facilidad. El placer era descomunal.
—¡¡Mmm!!, ¡mmm! ¡Así! Muy bien. ¡¡Así!! Qué buena que estás hermanita, eres un puto ángel.
Ligeramente fui subiendo las revoluciones, excitándome aún más al ver el movimiento de sus enormes senos arriba y abajo. Besé sus labios y esta vez me correspondió, terminando con nuestras lenguas entrelazadas.
—¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!! ¡¡¡Mmm!!!
—Como me pones Lidia —conseguí decir entre besos y acometidas.
Subimos el ritmo, acompañándome ella también con sus caderas, con ternura pero con lujuria. Pude notar como poco a poco se desmontaba el sofá debajo de nosotros, moviéndose los cojines.
—¡Mmm! ¡¡Mmm!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!! Joder. ¡¡Joder!!
Ahora sus tetas se movían circularmente, golpeándome mi trabajado pectoral de vez en cuando. Me agarró por la nuca y me mordió en el cuello, con fuerza, provocándome un intenso placer.
—¡¡¡Ahhh!!! ¡¡Ahhh!! ¡¡Ohhh síiii!!
Seguí embistiéndola con todas mis fuerzas, notando mis testículos rebotando contra su anatomía y con penetraciones cada vez más largas y profundas. Era, sin duda, el mejor polvo de mi vida.
—¡¡Ohh síii!! ¡¡Ohh síii!! ¡¡Mmm!! ¡¡Mmm!! No aguanto más, ¡¡ohh!!, ¡¡ohhh!!
Los dos gemíamos con tanta fuerza que parecía un concurso, intenté retrasar aquella sensación lo máximo posible pero vi que llegaba al final, le agarré su firme y voluptuoso culo con ambas manos y, penetrándola hasta lo más hondo, me corrí entre violentísimos espasmos.
—¡¡¡¡Ohh!!!! ¡¡¡Ohhh!!!, síiiii. ¡¡Ahhhhh!! ¡Ahhh!
Ella, en cuanto notó el primer chorro de leche en su interior, alcanzó también el orgasmo retorciéndose como una salvaje culebra. Más cansado que después de cualquiera de mis maratonianos entrenamientos, me quedé tumbado encima durante un par de minutos hasta que conseguí hacerme a un lado y acomodarnos los dos en aquel estrecho sofá. No hablamos, solo suspirábamos intentando recuperar el aliento. Estaba desnuda, tan solo con la falda que ahora permanecía hecha un trapo por encima de su ombligo. Con las piernas algo levantadas volví a verle el coño, perfecto, parcialmente rasurado, y sentí que pronto podría volver a comenzar.