La francesa y el oso 1

Con la profesora de francés y su marido.

Aquí estoy de nuevo. Antes era Fuegobisex1, pero he tenido que cambiar de cuenta.

Os voy a contar una historia interesante como os prometí anteriormente.

Allá por el año 2001, tenía tratos con una academia de idiomas porque querían renovar la imagen corporativa y temas de decoración dentro de la propia academia. El caso es que trabé bastante amistad con la gerente de la academia que también era la profesora de francés y era nativa. Marceline se llamaba. Tendría unos 47 años, 1,60 m, delgada, pelo rubio en media melena y tetitas que se apreciaban menudas. Tenía un aspecto bastante normal, no era un bellezón pero era poseedora de un trasero muy redondo, aparentemente firme y con un tamaño que destacaba en su figura. No era un culazo, pero le quedaba genial.

Tuvimos varias reuniones tratando temas de presupuestos, diseños, etc. y una tarde en la cual se nos echó la noche encima, me dijo que si quería acompañarla un momento a su casa porque su marido (que era informático) me quería comentar también sus ideas para esto del cambio de imagen. Estaba ya un poco cansado y no tenía muchas ganas, pero bueno, un cliente es un cliente y no quise hacerle el feo de negarme.

Vivía cerca de la academia y en menos de cinco minutos ya estábamos en su casa. Subimos a su piso y cuando llegamos, me presentó a su marido que estaba en una especie de despacho haciendo sus cosas de informático. Me quedé un poco sorprendido porque iba solamente vestido con un pantalón corto. Era verano, hacía bastante calor y ahí estaba el tío en el ordenador, tecleando con todo su peludo torso al aire. Todo un oso. Cuando se incorporó para saludarme ahí pude apreciar que el tío era alto, 1,90 m, ni gordo, ni delgado y pelo corto. No estaba nada mal. Él era español y tendría unos 50 años.

Nos pusimos a hablar de todos los temas del trabajo y al cabo de una media hora, la conversación se fue haciendo más distendida, me ofrecieron una copita de un licor francés y comenzaron a rememorar anécdotas de viajes suyos. Estuvieron hablando de que si en Cuba lo pasaron muy bien, que si había estado yo allí y se reían como mucho y Marceline dijo que "lo que pasaba en Cuba, se quedaba en Cuba". Un comentario misterioso, pero a la vez sugerente. Y llegaron las fotos. Y otra copita más.

Estábamos los tres sentados en un sofá con el álbum de fotos cubano y ahí estuvimos viendo fotos un rato de lo típico. Conforme iba Marceline pasando las hojas, notaba como Marceline arrimaba su pierna a la mía y de vez en cuando apoyaba su mano en el muslo para explicarme con más detenimiento algo de lo que aparecía en las fotos. Manuel, el marido, por otra parte, también participaba en la conversación y me di cuenta de que su mano había desaparecido de debajo del álbum que sostenía Marceline. Le estaba toqueteando disimuladamente el chumino. Yo me estaba poniendo muy cachondo. En un momento dado, ellos dos se dieron un beso, pero en vez de ser el típico piquito, se alargó un poco más. Y más, y la mano de Marceline dejó de apoyarse en mi muslo para apoyarse en mi paquete. Me quedé sorprendido y no hice nada y cuando ellos se dieron cuenta de mi estupefacción, me dijeron que esto es lo que habían hecho en Cuba: Tríos. Que qué pensaba de esto. Les dije que me parecía bien y que yo también había hecho tríos con parejas. Se les iluminaron los ojos. Marceline se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme con lujuria. "Ah, que ganas tenía, me pones mucho", dijo. Sus manos se introducían por mi pantalón buscando liberar mi polla que estaba bastante tiesa y gorda. Manuel por su parte estaba agarrando los pechos de su mujer, pero decidió incorporarse y quedarse más fresco. Lo mejor que podía haber hecho. Apareció ante mí una polla también rodeada de bastante pelo, como todo su cuerpo, y con un tamaño muy apetecible. Se puso de pie delante de nosotros dos y Marceline comenzó a masturbarlo mientras también masturbaba mi polla medio fuera del pantalón.

"¿Te gusta? ¿Has visto la polla que tiene?" "¿Le quieres dar un besito?" me decía. Yo estaba como una moto, pero me resistía a abalanzarme a comérsela. "Ummm, que buena está" continúo ella antes de meterse de golpe el cipote que gastaba Manuel. Dos empujones de boca de ella en la polla y siguió diciéndome: "Allez, à manger" El poco francés que sé y la situación no dejaba a dudas que me estaba diciendo que le comiera el nabo. Ella agarró mi cabeza y la dirigió al capullo que estaba ya a centímetros de mi cara. Me la metí tímidamente en la boca y ella empujó mi cabeza para que me la metiera más profundamente. Dejé de disimular y chupé a fondo el rabazo de Manuel. Que buena estaba, que situación tan cachonda. Él agarraba con las dos manos mi cabeza y me la introducía con ansia. Entre lamida de huevos y de pene, vi por el rabillo del ojo como Marceline se comenzaba a desnudar. Mi intuición no había fallado. Dejé de chupar polla para contemplarla y vi que estaba muy buena. En pelotas ganaba mucho. Tetitas menudas, coñito casi totalmente rasurado y unas potentes caderas. Se volvió a sentar a mi lado y también se puso a chupar conmigo. La tragaba lentamente, lamía todo el rabo en su extensión y me la ofrecía de nuevo a mí para que siguiera con la faena. "Como te gustan las pollas" me decía. "No podía imaginar esto. Algo sospechaba, pero no esto". Manuel ya estaba a punto de correrse, sus movimientos rápidos de pelvis le delataban y en un momento en el cual Marceline parecía que se iba a comer toda la polla con los huevos incluidos, se corrió dentro de su boca. "Bésame, querido" me dijo. Y me morreé con ella compartiendo el semen recién derramado por su marido. Eran besos obscenos. Llenos de fluidos y de calor. Casi parecía que ella estuviera a punto de correrse besándose conmigo.

Después de esto me agarraron de la mano y me llevaron al dormitorio. Marceline no tardó en montarse encima de mí para meterse con ansia mi polla que ya estaba a punto de explotar. Menos mal que pude cortarme el orgasmo que me venía porque si no, se hubiera quedado jodida. Manuel se puso a nuestro lado y le daba a comer su polla todavía con corrida a Marceline mientras ella cabalgaba sobre mí. Poco a poco se le fue poniendo más gorda y decidió que yo debería de seguir comiéndosela. Allí estaba yo. Con este par de salidos que me estaban follando. Era un juguete para ellos. Eso me encanta. Comía una rica polla y me estaba follando a una tía delante de su marido. Era el cielo.

Al cabo de unos minutos follando, Marceline ya daba muestras de que se iba a correr y así lo hizo, dando botes cada vez más frenéticos sobre mí. NO podía más. Yo también me iba a correr. Me corrí como un burro dentro de Marceline y la inundé de leche. Debo decir que follábamos sin condón porque ella estaba operada y no podía ya concebir hijos. Se levantó de mí y sentada en la cama ordenó a Manuel que se comiera mi corrida en su coño. Me gustaba estar al lado de ellos viendo como ese tiarrón le comía el coño a la francesita delgada. Se pegó una buena merienda de coño caldoso y Marceline parecía que estaba a punto de correrse. Pero decidieron parar, aguantarse las nuevas ganas y reponer fuerzas.

(continuará)