La fragilidad del olvido
Había hecho todo por olvidarte.
Aquí estamos.
Y te juro que había destruido todas las señalizaciones y cada mapa de los caminos que me llevaban hacia el calor de tus labios (ambos), logré diseñar ochenta tácticas, veintitrés estrategias y dieciocho planes para alejarme años luz de cada recuerdo, nostalgia, reflejo o ganas que me inyectaran el deseo de tenerte.
Había detenido trescientas tres veces a mis inquietas manos de peores dedos cuando desesperados en su abstinencia, intentaban marcar tus gloriosos números en el teléfono de mis días y de mis noches.
Había amputado las alas de todos mis pájaros para luego encerrarlos en jaulas de diez candados antes de verlos en eterno vuelo recorriendo distancias de escándalo en pos de hallarte, no importa cómo ni cuándo ni dónde ni con quién, pero hallarte.
Te juro que había conseguido sobornar al brillo de mis ojos y a los latidos de mi corazón para que la indiferencia los inste a no observarte, a no esperarte, a no quererte, a no desearte con estos deseos enfermos que se enredan en los huesos y se apretujan en el alma.
Corté las yemas de mis dedos con el cuchillo oxidado del desamor y encadené mis manos al pie de la cama de todas mis putas para no escribirte una sola palabra más, pero todo había sido en vano... el cielo es cielo a pesar de que la luna lo hace noche y el sol lo descubre día.
Mientras más fuerza utilizaba en no recordarte, mientras el deseo de borrarte de mi historia se alzaba con más ímpetu, más violenta y poderosa se levantaba la polvareda de tu imagen, más pronunciados los contornos de tus te amo perdidos en la solapa de ese adiós, más sola mi soledad helada bajo las sábanas de tu ausencia.
Puse todas mis fuerzas en el lomo de mis decisiones. Había creído y perjurado que bastaba solo con desearlo y desaparecerías de cada rincón de mi existencia y así el dolor se diluiría. Había invertido decenas de madrugadas buscando fórmulas secretas, pociones mágicas, recetas caseras para disipar tu presencia o tu ausencia presente.
Y sí, pude sentirme victorioso, lejos de tu nombre, cerca del olvido. Había convertido mi cama en el escenario de batallas carnales de vulvas mojadas y sin preguntas, de senos contra mi pecho sin segundas vueltas, de besos hasta en las sombras con precio puesto y mi pene derramándose para marcar el fin sin recomienzo. Lo había logrado, lo juro, pero irrumpiste en mi invierno una tarde de verano, porque el destino es cruel y es perro y mata, porque hay ciertos regresos que nos devuelven al cero, porque allí apareciste, con tu anular ocupado y tu vientre en flor y tu beso en la mejilla y tus senos hinchados y tu amor sin mi amor.
Hola dijiste y te amo callé.