La forma de mantener la chispa (parte 2)
Prosigue la historia de mi mujer y los obreros que trabajan en casa un verano caluroso.
A la mañana siguiente fue Sofía la que se levantó primero. Fue ella la que le abrió la puerta a los obreros con su nuevo camisón. Al trasluz se transparentaba claramente su braga y su pechos, ya que sujetador no tenía sentido llevar -me dijera la noche anterior.
Desde la cama escuché como los obreros se deshacían en elogios hacia ella mientras volvía a mi lado. Dejó la puerta entreabierta.
-Parece que les ha gustado el camisón – me dijo con una sonrisa pícara mientras que se metía a mi lado en cama. Rápidamente me abalancé sobre ella dándole la vuelta. Comencé a subirle el camisón para acceder a su braga. dandole besos por la espalda para hacerlo más lento y sensual, intentando que el momento durara lo máximo posible.
Llegué a su culo para empezar a besarlo y bajar un poco su braguita. Alternativamente miraba hacia la puerta entreabierta. Sofía se dió la vuelta quitándose el camisón.
-Así seguro que les gustarías mucho más -le dije chupándole las tetas. Sofía solo emitió un sonido de aprobación, como un ronroneo, mientras intentaba acceder a mi miembro. Afuera oíamos las voces de los obreros trabajar. Mi mujer abría ahora las piernas para que llegara a su sexo, que apuntaba directamente hacía la puerta.
Estuvimos un buen rato masturbándonos mutuamente hasta que me pidió que la penetrase. Le quité las bragas y me la follé desde atrás, levantando su pierna para que mi polla entrara mejor. Con la otra mano alternaba entre meter mi mano en su boca y tocar sus pechos. Ya no escuchaba nada más allá de sus jadeos. Así estuvimos un rato hasta que nos corrimos.
Yo me levanté para ducharme pero Sofía se quedó tirada en cama, desnuda, mirando en dirección a la ventana. Al ir a ducharme volví a dejar la puerta de la habitación entreabierta. Sofía no dijo nada, ni se movió, siguió en la misma posición desnuda sobre las colchas.
Los obreros iban y venían del garaje al salón y tenían que pasar, inevitablemente, por delante de nuestra habitación ¿nos abrían visto ? me preguntaba. Al llegar a la sala ví que estaban dando los últimos retoques.
-empezamos ahora el pasillo-me dijo el jefe de obra.
-Estupendo, yo me voy a la ducha, para cualquier cosa me avisáis.
Y así me fui yo a la ducha, pensando en la puerta entreabierta desde la que se podía ver a mi mujer, desnuda y tumbada encima de la cama. Al salir seguía allí tumbada, mirando el móvil como si tal cosa, ni siquiera levanto la vista de la pantalla para saber si era yo el que entraba o alguno de los otros hombres que estaban en nuestra casa.
Al entrar dejé incluso más abierta la puerta como reto, para ver si decía algo o se tapaba. Pero se quedo a lo suyo mirando el móvil. De fondo se oían las voces de los obreros ya en el pasillo.
-Me levanto -dijo por fin acercándose a la ventana. Se puso una braga, el pareo del día anterior y me preguntó-¿quieres un café?
Acto seguido salió de la habitación, el pareo transparentaba casi por completo sus pechos y la braga. Yo la seguí. Al pasar junto a los obreros los saludó con un buenos días tocándolos a todos. Estaban en el pasillo y era lógico que se rozaran un poco. Pude comprobar como los tres la seguían con la mirada.
En la cocina tenemos una ventana muy grande que la hace muy luminosa. Se podían ver aquí, sin ningún género de dudas sus pechos desnudos. Me pidió que preparara el café mientras se comía un trozo de melón a cachitos. Yo preparé el café y en ningún momento me referí a la transparencia de su pareo. Pese a ser consciente ella tampoco dijo nada. Entro entonces el jefe de obra. Sofía echó los brazos hacia atrás apoyándose en la encimera.
El jefe de obra se dirigió en todo momento a Sofía.
-Tenemos que taladrar para abrir el pasillo -dijo mirando descaradamente a sus pechos- para hacer el estudio más grande tenemos que echar abajo la pared del pasillo para ampliar. Lo digo por si quieren salir o algo ya que el ruido va a ser bastante fuerte.
-Muchas gracias -dijo mi mujer tomando la iniciativa- nos iremos abajo, hace un día estupendo y podemos tomar algo el sol ¿te parece? -dijo mirando hacia mi.
-Si, si, claro -le dije un poco cortado con la situación. – lo que quieras.
Dicho esto el obrero se fue y yo me quedé con Sofía tomando el café. Al poco rato aparecieron los otros dos obreros con la excusa de buscar unas herramientas. En todo momento Sofía siguió apoyada de espaldas a la encimera, con los brazos extendidos y la cadera un poco subida. Los obreros no daban crédito y yo, a decir verdad, tampoco. Mi mujer se exponía sin ningún pudor delante de otros tres hombres y cada vez lo hacía con mayor descaro.
El ruido hizo que nos fuéramos de la cocina en dirección a la terraza. Con las prisas mi mujer se olvidó de ponerse el biquini. Seguía tan solo con el pareo y la braguita como única prenda.
-Déjate así -la reté- a estas alturas seguro que todos te hemos visto ya desnuda en un momento u otro.
Sofía sonrió de buen grado mirando su pareo.
-La verdad es que esto transparenta más de lo que pretendía -me dijo. Acto seguido se abrió el pareo y se puso boca abajo en la tumbona.
-¿Me echas crema porfa? – me preguntó bajándose el pareo a la altura de la cintura.
-Claro, espera que voy a por ella.
Habitualmente dejamos la crema solar en el baño, ya que con lo pringosa que es siempre es mejor tenerla lejos de prendas de ropa. Así que me fui al baño a por ella pasando por el pasillo. Al verme salir con la crema me dijo el obrero rechoncho medio de broma:
-Si quieres le doy yo la crema a tu mujer
En vez de enfadarme, como hubiera sido lógico, le reí la gracia tontamente.
-No te preocupes -le dije- yo me encargo ahora.
Mientras marchaba escuché que le decía a su compañero: vamos a fumarnos un pitillo.
Me asomé entonces un poco a la terraza desde la cocina y pude ver cómo mi mujer seguía boca abajo, con la espalda desnuda y el pareo por el culo mientras desde la ventana del estudio los dos obreros se fumaban un pitillo.
Salí entonces a la terraza como si no me percatara de la presencia de los obreros y me senté en el lado derecho de la tumbona, para que los trabajadores tuvieran una vista perfecta del espectáculo.
-Por fin -me dijo incorporándose un poco- me estaba asando. Parece que tenemos público desde arriba -me dijo ladeando la cabeza hacia la izquierda, en dirección a los obreros. Con las gafas de sol puestas no se sabía bien si estaba despierta o dormida.
-Se están fumando un pitillo -dije yo quitándole importancia- supongo que se entretendrán un poco mirando tu precioso cuerpo.
Lentamente retiré el pareo de su culo dejando ver sus braguitas. Eran unas bragas un poco pequeñas que llegaban únicamente hasta el final de la raja del culo. Lancé el pareo bien lejos, para que mi mujer no tuviera posibilidad alguna de taparse. Sofía no dijo nada, simplemente apretó un poco la cadera contra la tumbona. Empecé a echarle crema por la espalda, me recreé en cada surco, en cada curva de su espalda, acariciándola y deslizando mis manos sobre ella. Poco a poco fui llegando a su culo.
Por el reflejo de las gafas de Sofía podía ver que los obreros seguían allí, aunque el pitillo se hubiera terminado seguían descaradamente allí. Mi mujer también podía entrever que tenía los ojos abiertos y miraba en su dirección, inmóvil. Le apliqué crema en una pierna y después en la otra, llegué incluso a acariciarle en la parte interior del muslo, suavemente, subiendo cada vez un poco más.
Y mi mujer con los ojos abiertos mirando hacia los obreros, sin decir nada, solo dejándose acariciar. Llegando un momento abrió un poco más las piernas para que pudiera acceder a su culo, yo aproveché para poner su braguita a modo de tanga y acabar de darle la crema. Le acariciaba el culo y mi mujer ronroneaba como una gatita. Le tiraba de la cacha hacia el exterior para que la braga se hundiera más en su culo.
-Menudo espectáluco -dijo al fin rompiendo un poco el hechizo. Alzó un poco la cabeza en dirección a la ventana dejando entrever sus pechos. Escuché entonces cómo los obreros se retiraban. Miré hacia arriba y ya no estaban.
-Pues aún quedaría la parte de adelante- le dije.
-Deja -me dijo mirando ahora en mi dirección, recostándose sobre un brazo, dejando verse perfectamente ambos pechos- por ahora es suficiente. Voy a dormitar un poco.
Me levanté y dejé a mi mujer allí tumbada, con la braguita metida por el culo a modo de tanga, echada boca abajo con los brazos estirados hacia delante, con la carita inclinada hacia el lado izquierdo, sin nada con lo que cubrirse. Los obreros, arriba, seguían trabajando con el taladro.
-Voy a hacer unas llamadas afuera -le dije- con este ruido es imposible.
Acto seguido cogí el móvil y salí a la calle. Vivíamos en una pequeña urbanización a media hora del centro, por lo que disponíamos de un amplio parque natural con árboles y columpios. Me fui instintivamente hacia allí y estuve cerca de una hora llamando a diferentes clientes. Pese a ello, en ningún momento pude dejar de pensar en mi mujer tomando el sol semidesnuda delante de los obreros.
Cuando volvía hacia casa me crucé a los obreros que recogían para irse a comer. Nos saludamos y el jefe de obra me hizo un par de observaciones relativas a la obra. Al derribar la pared completamente se iba a generar una cantidad enorme de polvo y sería recomendable que no entráramos en toda la tarde a la casa, hasta que la obra estuviese terminada. Después ya se encargarían ellos de limpiar.
Al llegar a casa me encontré a mi mujer boca arriba, con los pechos al aire tomando el sol. Estaba dormida con los brazos estirados a lo largo de su cuerpo y con las gafas puestas. Todavía se podía ver el biquini a modo de tanga arrugado en su parte baja como única prenda de ropa que tenía puesta. Di por hecho que los obreros, al marcharse, habían disfrutado del cuerpo desnudo de mi mujer.
Me acerqué a ella y metí mi mano en su biquini para tocar su sexo. Ella correspondió abriendo un poco las piernas, todavía con los ojos cerrados.
-Acabo de hablar con los obreros -la informé mientras la masturbaba ligeramente, ella abrió un poco más las piernas.
-¿Siguen arriba?-me preguntó encogiendo la pelvis.
-Si -mentí- están todavía ocupándose de la pared del pasillo.
Acto seguido, para ver hasta dónde llegaba, le bajé el biquini por debajo de su vulva. Sofía me agarró para besarme con ansia. Yo la masturbaba con mi mano acariciando suavemente su clítoris mientras nuestras lenguas se entrelazaban. Arrastré un poco más abajo la braga del biquini y ella tomó la iniciativa hasta quitársela completamente para lanzarla bien lejos. Ya no había nada que la cubriese, ni pareo ni braga y Sofía daba por hecho que los obreros seguían en la planta superior trabajando, quizás incluso preparados para ir a comer. Pero a mi mujer no parecía importarle, es más, se notaba que deseaba verse expuesta delante de todos, estaba como loca desnuda en la tumbona con las piernas abiertas mientras yo la masturbaba.
Fue entonces cuando me agaché para besar su coño, lo relamí con locura viendo como se retorcía en la hamaca, completamente desnuda. Todavía pensando que los obreros se encontraban en la casa. Sofía cogía mi cabeza y la apretaba fuerte contra su sexo, moviéndolo arriba y abajo hasta correrse.
Después quedó relajada, completamente exhausta y sin hacer ademán de complacerme. Me miró quitándose las gafas:
-¿qué hora es?
-Las dos y cuarto.
-¿Y siguen trabajando los obreros? – me preguntó incorporándose desnuda, mirando hacia la ventana del estudio.
-Se fueron antes de que yo llegara, me los crucé en la calle y me dijeron que estaba todo lleno de polvo y que hasta la noche mejor no entraramos en casa.
-Pero ¿no me dijiste que estaban arriba?
-Te mentí para saber hasta donde llegabas- le dije sonriendo. Lo que seguro que te vieron fueron las tetas al salir de casa.
Subió a cambiarse y la seguí par comprobar la cantidad de polvo que se originara en casa. Efectivamente la casa tenía bastante arenilla y polvo de la pared del pasillo. Habían derribado solo la parte superior y se encontraba todo especialmente sucio. Sofía entro en la habitación desnuda para ponerse algo. Habitualmente corría las cortinas ya que desde nuestra habitación nos podían ver desde varias casas vecinas, yo siempre intentaba que quedaran parcialmente abiertas para que algún vecino pudiera disfrutar del espectáculo, pero ella siempre acababa cerrándolas en el último minuto antes de desnudarse.
Por contra, en esta ocasión ni se inmutó ni hizo ademán de cerrarlas. Miró hacia afuera un instante, completamente desnuda y se fue al armario para buscar qué ponerse. La persiana se encontraba un poco cerrada haciendo que, desde fuera, solo se le pudiera ver el cuerpo. Pasó varias veces delante de la ventana completamente desnuda sin cerrar si quiera un poco la persiana.
Era como si se hubiera desinhibido completamente.
Para mostrar mi conformidad, subí un poco más la persiana hasta que quedó abierta de par en par y abrí la ventana. Sofía se puso justo delante para ponerse la ropa. Mirando hacia mi. Primero una braga, de encaje con el sujetador a juego, después un vestido blanco hasta las rodillas y un colgante a modo de complemento.
Al no poder entrar a la casa pensé en llevarme a Sofía fuera a comer. En la calle de abajo había un restaurante con cocina casera y menú del día. Ibamos muchísimas veces con los pequeños por lo que no lo dudamos ni un segundo.
Al llegar allí no encontramos que estaban comiendo también los obreros por lo que decidimos sentarnos con ellos. Nos hicieron sitio juntando otra mesa de tal manera que Sofía y yo quedamos uno enfrente del otro. Yo quedé al lado del jefe de obra mientras Sofía quedó entre el obrero rechoncho y su compañero.
Estuvimos comiendo de manera muy amigable, Sofía se encontraba especialmente locuaz y divertida con todos. Contó cómo estábamos aprovechando los días sin niños ya que no siempre íbamos a tener la suerte de estar de obras.
-Ya se os ve -dijo el obrero rechoncho – que no perdéis el tiempo para nada.
-Alá- le dijo Sofía sonriente, poniéndole la visera por encima del los ojos- y tú que ves, ¿seguro que no perdías comba cuando hice topless, eh?
-Te quedaste dormida como un lirón -dijo el jefe de obra sirviéndose un vaso de vino- no sé cómo no te quemaste.
-Me echo crema factor 50 -le dijo al jefe- cómo si no hubieras visto cuando me la echaba, ¡eh?
Todos rieron incluido yo, un poco cortado con la situación de ver cómo mi mujer era el objeto de deseo de tres desconocidos y cómo ella lo disfrutaba. La comida transcurrió con normalidad y sirvió para que todos tuviéramos una actitud mucho más familiar con el resto. Se sucedían los chistes y bromas con doble sentido que ambos reíamos con despreocupación. Cuando llegó la cuenta Sofía insistió en que invitara yo a todos a lo que el obrero rechoncho replicó:
-Ya nos alegras el día cada día, jefe (Finalizará)