La florista (4)

La siguiente vez que la vi, se presentó en casa sin previo aviso y sin que la llamara. Sonó el timbre de la calle y el objetivo de gran angular de la cámara del video-portero me mostró su figura deformada, haciendo que sus pechos aparecieran todavía más grandes de lo que ya eran en realidad.

LA FLORISTA -4-

La siguiente vez que la vi, se presentó en casa sin previo aviso y sin que la llamara. Sonó el timbre de la calle y el objetivo de gran angular de la cámara del video-portero me mostró su figura deformada, haciendo que sus pechos aparecieran todavía más grandes de lo que ya eran en realidad.

¿Qué haces aquí? – Pregunté, forzando un tono de voz de enfado para ocultar mi desconcierto.

Sin esperar respuesta, presioné el botón de apertura y un zumbido electrónico tapó su voz.

¿Qué haces aquí? – Repetí. – No te he llamado, no necesito flores – Añadí con sorna.

Ella no decía nada y yo seguí hablando con un tono de voz fuerte e imperativo.

¡Vamos!, ¿Qué quieres? ¡Habla de una vez!

¡Tu polla, quiero tu polla! – Respondió al fin, sonrojándose.

Así que quieres mi polla. – Dije casi deletreando cada una de las palabras y con una amplia y sarcástica sonrisa llenándome el rostro.

Sí. – Continúo simplemente ella.

Pero eso tiene un precio, un precio que no sé si estas dispuesta a pagar.

Mientras hablaba muy lentamente y con gestos ampulosos, mi mente trabajaba para decidir cual sería ese precio. Tenía que ser algo que ella no olvidara, algo que la hiciera mía, totalmente mía.

Lo que quieras, te daré lo que quieras. Te puedo devolver todo el dinero que me has pagado, lo tengo guardado para enviarlo a mi madre a mi país.

Casi lloraba, hablaba en un tono suplicante, que, lejos de conmoverme, hizo salir mi lado más caprichoso.

¡Dinero, si algo me sobra, es dinero! – Exclamé entre sonoras carcajadas. – ¡Te quiero a ti!, ¡quiero poseerte en cuerpo y alma! Desde este momento no tendrás más voluntad que la mía y de tu boca no saldrá una palabra que no sea para responder a mis preguntas, ni un solo sonido sin mi permiso.

Me miró a la cara directamente por última vez y pude ver como el rostro se le iluminaba, como seguidamente bajaba la cabeza en señal de sumisión y la movía con un gesto de afirmación, aceptando sin más mis condiciones.

Así me gusta, veo que has entendido.

La tomé por los hombros y empecé a besar sus carnosos labios casi con furia. Mi lengua penetró en su boca y, cuando la suya respondió de igual manera, empecé a arrancarle la ropa hasta dejarla completamente desnuda.

Sus pezones erectos y duros rozaban mi pecho y mi mano buscó la humedad de su coño. Ambos estábamos tremendamente excitados.

Yo, todavía vestido, sentía la molesta presión de la ropa sobre mi erecta verga. La lancé sobre la alfombra de pelo largo que cubría el suelo y me desnudé rápidamente.

¡Toma, aquí tienes lo que querías! - Exclame, golpeándole la cara con mi duro miembro. - ¡Mámamela como tu sabes!, ¿querías mi polla?, ¡pues vas tenerla!

Se lanzó sobre ella, la tomó con ambas manos y empezó a chuparla mientras me acariciaba los huevos. Lo hacía con tal lujuria, con una pasión desbordada que verla me producía más placer que la mamada en si misma.

¡Basta! – Le ordené y paró en seco.

La tumbé sobre la alfombra, boca bajo, con la cabeza girada hacia un lado, inmóvil con los brazos pegados al cuerpo.

Aparté su largo pelo negro, dejando al descubierto la espalda. Separé sus glúteos y escupí sobre su ano. Iba a sodomizarla, a tomar la última parte de su cuerpo que me quedaba por colonizar, y eso me hacía sentir que la dominaba de manera absoluta.

Apoye el glande henchido, lubricado con su saliva y mis fluidos, sobre su ano y, cuando iba a penetrarla sin compasión, por un momento me apiadé de ella.

Espera, no te muevas, ahora vuelvo. – Le susurré al oído.

Volví con un tubo de lubricante y, en efecto, no se había movido ni un ápice de cómo la había dejado. Tras una generosa dosis de crema, antes de penetrarla con la polla, le introduje primero uno y luego dos dedos para dilatarla y hacer que el lubricante penetrara en su recto. En el fondo, no soy un salvaje; pero también pesó el evitar acabar con la polla ensangrentada de su culo roto.

En todo esto no hizo un solo gesto, no se escucho un solo sonido salir de su boca. La penetré limpiamente, hasta que mis cojones toparon con su cuerpo, exclamando un grito de triunfo. Tenía la polla en tensión desde hacia rato y aquel culo era deliciosamente prieto, tibio y acogedor. ¡Estaba en la gloria!

Me tumbé sobre ella, haciéndole sentir mi peso. Mi lengua recorrió su oreja y le mordí la nuca, como hacen los felinos machos cuando cubren a sus hembras. No me movía, simplemente quería que se sintiera llena de mí.

¿Disfrutas?

Es maravilloso. – Respondió, con palabras entrecortadas.

Pues muévete, goza y hazme gozar.

Aflojé levemente la presión sobre su culo y comenzó a mover las caderas frotándose el coño sobre la suave alfombra.

Sus movimientos me hacían disfrutar aún más de ella, que empezaba a gemir y jadear. El roce de la alfombra sobre su sexo estaba causando su efecto, iba a correrse. En efecto, no tarde en sentir las contracciones de su recto sobre mi verga y como se detenía y se deja ir laxa y agotada. Entonces fui yo quien comenzó a bombear su culo totalmente dilatado y amoldado a mi verga.

Le di la vuelta y una extensa mancha de humedad sobre la alfombra, mostró los efectos fisiológicos de su orgasmo. Pasé sus piernas sobre mis hombros y volví a penetrarla, quería correrme en su culo viéndole la cara.

Me fijé en que mantenía su coño depilado, tal y como yo se lo había dejado, y no me resistí a acariciar su suavidad. Rocé su clítoris todavía abultado y duro, y ella se estremeció.

¡Quieres más, eh!, pues vas a tenerlo.

Me deslicé entre sus pliegues buscando la vagina y, cuando la encontré, mis dedos resbalaron como si cayeran por un conducto engrasado. Cuatro dedos entraron en su coño y percibía en ellos los movimientos de mi polla en su recto y en mi verga la presión de mis dedos cuando llegaban al fondo. Era una agradable y extraña sensación e iba a correrme de inmediato. Deseba inundarle el recto de esperma y lo hice gozando cada una de las descargas sincronizadas con un golpe seco de cadera que hacía la penetración lo más profunda posible.

Ella, con los ojos cerrados, apretaba los puños como intentado aferrarse a algo, y alternativamente se mordía los labios y abría la boca entre gemidos. Percibí entonces los espasmos de su orgasmo en mi mano y en mi polla todavía erecta y clavada hasta lo más hondo de su ser.

Me retiré y le ordené:

¡Ves a lavarte, que todavía me mancharás la alfombra con el semen que escurre de tu culo!

Se retiró silenciosa al baño. Durante bastante rato escuché el correr del agua. Desnudo, sentado sobre la suave alfombra, con los brazos abiertos apoyados sobre el asiento de un sofá de cuero, sintiendo todavía tibias sensaciones en mi verga aún húmeda, que reposaba semierecta sobre mí bajo vientre, cerré los ojos y eche hacia atrás la cabeza, satisfecho de mí mismo.

Cuando volvió la observé con mirada lasciva. Tenía que pensar que iba a hacer con ella, cual iba a ser la siguiente vuelta de tuerca; pero en ese momento no me apetecía, me encontraba demasiado bien para hacer funcionar mi cerebro.

Ella se agachó a recoger sus ropas.

¿Quién te ha dado permiso para vestirte? – Brame.

Soltó de inmediato las prendas que había cogido y se quedó ante mí, parada como una estatua imponente.

¡Que hembra! – Me dije a mismo.

Olía a mujer levemente perfumada. Sus carnosos labios, sus turgentes senos, su suave coño y aquel culo que acababa de ser mío, harían la felicidad de cualquier macho.

¡Chúpame la polla!, no he acabado contigo. Así que me las de poner otra vez dura.

Sumisamente se agacho y empezó con su tarea. Al poco rato, me levanté, hice que de pie se apoyara en el respaldo del sofá y volví a sodomizarla.

No era deseo sexual, ni siquiera tenía una erección potente. Simplemente la sujeté por las caderas y no paré hasta correrme de nuevo. Ni siquiera rocé otras partes de su cuerpo, la follé como si se tratara una muñeca hinchable de sex-shop. La traté como un objeto que no podía sentir placer, sólo proporcionarlo; era lo que quería que ella sintiera.