La florista (3)

Un trío inicia el camino de la florista hacia otros mundos del sexo.

LA FLORISTA -3-

Estaba en casa con Juan, un compañero de "jodienda", al que no llamo "amigo" por que en realidad no lo es. La amistad es algo más, con él he compartido coños, culos y bocas, hemos follado juntos a las mismas mujeres y a mujeres distintas y nos las hemos intercambiado hasta el aburrimiento; pero nunca diré de él que es mi amigo. Un amigo es alguien que esperas esté a tú lado en momentos difíciles y con Juan sólo podía contar para los fáciles; pero era capaz de organizar una orgías increíbles.

Había preparado una de mis cenas de gourmet. Follar y comer bien son mis dos vicios en esta vida, por ese orden. Como en el sexo, el placer empieza en los preparativos y cocinar es para mi igual de placentero que llevar a una mujer hasta ese punto en que te pide, con el coño chorreando, que se la metas de una vez, que no resiste más la espera.

Acabada la cena, sentados cómodamente con una copa de buen coñac francés en la mano, le explique mis dos encuentros con la florista.

Ahora verás. – Le dije, tomando el móvil y llamándola.

¿Vendrá? – Preguntó incrédulo.

Coge un taxi y ven a casa. – Le ordené, sin siquiera responder a mi colega.- Te lo pagaré con las flores. – Añadí con un cierto aire de sorna.

No tardó 15 minutos en llamar a la puerta, abrí, la hice pasar y tomé su cesto de flores. Hice como que revisaba su contenido, saqué la cartera y le extendí un fajo de billetes.

¿Es suficiente?

No respondió, estiró el brazo y apretó con fuerza el dinero que le ofrecía.

Esto por el taxi. – Le dije entregándole otro billete.

Observé como Juan la miraba con ojos de lujuria. La desnudaba con la vista, como yo había hecho la primera vez que la vi. No era para menos.

Tras unos segundos de silencio, dije bien alto y vocalizando lentamente:

Bien, hoy está conmigo este camarada; y en mi casa a las visitas se las trata con cortesía.

Sin mediar palabra, se arrodilló ante él, le abrió la bragueta, sacó su miembro casi totalmente erecto y empezó a mamárselo a la vez que con la mano imprimía un rítmico movimiento semicircular sobre su polla.

Juan, con los ojos cerrados y la cabeza recostada hacia atrás en el sillón, mostraba una cara de radiante felicidad. Mientras, me desnudé y empecé a quitarle a ella la ropa.

La separé de Juan y quedamos cara a cara, ambos completamente desnudos. Me lancé a chuparle y morderle los pezones y los encontré duros como guijarros mientras gemía. Mi mano rastreó su coño y lo tenía empapado.

La apretó contra su sexo en un intento de que siguiera con las caricias; pero Juan, ya desnudo, la tomó por los hombros desde atrás, la empujó tirándola sobré el sofá y se lanzó sobre ella penetrándola de un solo golpe. Con lo lubrificada de la había notado, la polla de Juan le debió entrar hasta el fondo sin el menor esfuerzo.

Ambos gimieron a una y Juan empezó a follarla recreándose en sus movimientos rítmicos e inicialmente pausados. Yo me retiré para observar el espectáculo sin perderme detalle.

La florista movía sus caderas al compás de las cada vez más rápidas envestidas de Juan. Jadeaban, cerraban los ojos, movían la cabeza, como enloquecidos, y de sus gargantas escapaban sonidos de intenso placer, cada vez que los cojones de Juan se empotraban entre las piernas de ella y sus vientres topaban con una lúbrica y húmeda sonoridad.

Yo acaricié mi verga, que sentía palpitar entre mis dedos, hasta que aparecieron las primeas gotas de líquido seminal y entonces me aproximé de nuevo. Golpeé su cara con mi polla y ella respondió asiéndola frenéticamente y llevándosela a la boca. Me la mamaba como si en ello le fuera la vida. El placer que le estaba dando Juan, la hacía gritar y mi polla se le escapaba de la boca; pero seguía reteniéndola fuertemente con las manos para volver a metérsela en la boca de inmediato.

Percibí que me iba a correr pronto, no tanto por el placer físico que sentía, sino por verla a ella agitarse convulsa por el efecto que las dos vergas estaban produciendo sobre ella.

Juan se la sacó unos instantes y se dedicó a frotarle el glande por entre los labios del coño. Eso la calmó un poco; gemía con mi polla resbalando entre sus labios a punto de reventar y sentía sus contracciones sobre mi verga, cada vez que la polla de Juan rozaba su clítoris.

Juan se la volvió a meter con un golpe seco de cadera y la florista gritó palabras ininteligibles, a la vez que arqueaba el cuerpo como queriendo sentir la polla más dentro de su convulso cuerpo.

Alargué la mano hasta su coño. Estaba empapado de flujos y de sudor de ambos. Busque el clítoris para acariciarlo y, cuando sentí que iba a correrme, lo presione entre mis dedos índice y pulgar. Le llegó el orgasmo de improviso, con un tremendo grito que le hizo abrir la boca y soltar mi polla.

Su cara quedo cubierta de regueros blancos sobre su tez morena, que se deslizaban sobre su sudorosa piel. Unos por el mentón caían sobre su pecho, otros se precipitaban en la sima de su boca abierta o desde su frente iban cubriendo sus parpados cerrados.

Juan se detuvo, se deslizó sobre su cuerpo y descargó su esperma también sobre su cara. Media docena de trallazos acabaron de cubrir tan bello rostro hasta que sus facciones quedaron casi irreconocibles. Estaba tremendamente lujuriosa y ambos continuamos masturbándonos sobre la blanca máscara que cubría su rostro hasta que no pudimos más.

Agotados nos sentamos en los sillones mientras ella, con gestos desmadejados intentaba limpiarse la cara con la manos y con la lengua. Con los dedos goteando semen, salió corriendo hacia el baño.

Volvió limpia y aseada; en silencio, se vistió y cuando se marchaba, le dije extendiéndole otro billete.

Toma para el taxi de vuelta.

Lo tomó sin decir nada.

  • Volveremos a vernos. – Le dije en tono imperativo antes de cerrar la puerta.