La florista (2)

Segundo encuentro con la florista callejera.

LA FLORISTA -2-

Volví a la noche siguiente. Fui circulando con mi coche, lentamente por las calles de aquel barrio de la ciudad; un barrio antiguo que había pasado de la degradación absoluta a ser una zona de moda, rehabilitada por profesionales liberales, artistas y bohemios, llena de salas de arte, restaurantes de moda, bares musicales y tiendas de moda. Si la iba a encontrar no sería en otro lugar, era el entorno ideal para que una persona como ella se ganara la vida.

Era temprano, la gente todavía paseaba por las calles. La encontré ofreciendo su mercancía a lo transeúntes y paré a su lado.

¡Sube!. – Le espeté.

Otra mamada en el coche. Respondió con cierta sorna.

No. Hoy vamos a mi casa

Subió sin decir nada más y conduje en silencio. Llegamos en pocos minutos: Parking privado, ascensor personal y directo a la vivienda. Ya estábamos en mi guarida.

Tomé la cesta con las flores, le di una ojeada y le extendí un fajo de billetes.

¿Es suficiente? – Pregunté mientras ella contaba lo que le había dado.

No respondió, se quedo mirándome, como diciéndome "¿y ahora que?"

¡Desnúdate! – Le ordene tajante.

Sin rechistar, empezó a quitarse la ropa y yo me puse cómodo dispuesto a ver el espectáculo.

El espectáculo que apareció bajo sus ropas superaba con creces las expectativas de un cuerpo maravilloso que ofrecía vestida. ¡Era simplemente escultural!: Dos tetas puntiagudas y fiemes, con unos pezones en el centro de anchas aureolas que llamaban a ser chupados; la estrecha cintura y anchas caderas eran un agarradero perfecto para asirla y follarla desde atrás; su culo respingón pedía a gritos que ser besado. Pero como casi nada es perfecto, una mata de denso pelo negro cubría su coño.

¡Vamos, sígueme! – Le dije tomándola de la mano

La llevé al baño, la senté en el bidet y saqué mis cosas de afeitar. Le recorté el vello del pubis y le enjaboné el coño con crema de afeitar.

¡Así está mejor! – Exclamé sonriendo.

Con el coñito rapado y el pubis recortado, estaba espléndida. Volvimos a la habitación y la senté en la cama.

¡Quiero ver como te masturbas! – Le exigí

Lentamente llevó su mano al sexo y comenzó a acariciarlo. La observaba como cerraba los ojos y se mordía los labios mientras sus dedos se deslizaban por entre los labios de su coño, mientras yo me iba desnudando.

Era tremendamente excitante verla haciendo eso para mí y sintiendo como su cuerpo gozaba, aunque intentaba contenerse.

¡Chúpamela! – Ordené acercándome y poniendo mi polla entre sus labios.

Poco a poco mi verga desapareció en su boca. La sujeté por los hombros y moví las caderas hacia delante y atrás, follándola por la boca. Intentó tomar mi sexo con sus manos peor le ordene que siguiera masturbándose y que no tocara mi polla con las manos. Obedeció, dejando su cuerpo inmóvil y mirándome fijamente con sus grandes ojos negros.

Me retiré de ella y la empujé, tumbándola en la cama. Me lancé a comerle el coño, suave y húmedo. Se notaba que estaba tremendamente excitada, sus muslos estaban brillantes y húmedos de sus propios fluidos, los labios des su coño se habían engrosado y el clítoris (del tamaño de un dedo meñique) aparecía entre los pliegues del sexo retirando su capuchón.

Devoré su sexo y chupé el clítoris hasta hacerla gritar de placer. Entonces me deslicé sobre su cuerpo tembloroso y encajé mi polla en su sexo.

¡No por favor, no me penetres, soy virgen! – Exclamó casi lloriqueando.

SI tenía ganas de follarmela, ahora no podía perderme aquello. ¡Un coño virgen!, algo único que no podía dejar escapar para mi colección.

No te preocupes, sé lo que hago. – Le musité al oído, deslizando una y otra vez mi polla entre los pliegues de su coño sin penetrarla.

Gemía y se agitaba de placer. Noté que bajaba la guardia y que se rendía a los placeres del cuerpo. De improviso, le clave la polla hasta el fondo de su coño. Mi polla se deslizó sin ninguna dificultad por aquel canal tremendamente lubricado. ¡La había hecho mía!

Protestaba e intentaba resistirse; pero el placer le podía y acabó rendida al placer que le daba mi polla. La follé al galope, sus tetas se agitaban como flanes con cada uno de mis embates. Era una delicia saber que era el primero que había penetrado en aquel coño y sentir su vagina prieta, cálida y totalmente empapada, rodeando mi verga.

De su garganta ya no salían más que jadeos. Sentí que me corría, me lancé sobre sus pezones duros y erectos mordiéndolos. Ella arqueó su cuerpo en un tremendo orgasmo y yo la seguí al paraíso.

Quedé rendido sobre la cama y ella se levantó.

¿Dónde está el baño? – Preguntó con cara inexpresiva.

Se fue llevándose su ropa y volvió ya vestida. Yo le tenía preparada una sorpresa.

Toma – Le dije, entregándole un teléfono móvil. – Así podré localizarte cuanto te quiera.

Tomó el teléfono sin mirarme a la cara y se marcho con la cabeza gacha.