La florista (1)

Soy un cabrón, una auténtico cabrón; pero, cuando no se ha de trabajar para vivir, ¿para que sirve el dinero, si no es para satisfacer todos tus deseos más profundos y ocultos, cuando tu afición principal es follarte a cualquier hembra de la especie humana que se ponga a tú alcance?

LA FLORISTA

Soy un cabrón, una auténtico cabrón; pero, cuando no se ha de trabajar para vivir, ¿para que sirve el dinero, si no es para satisfacer todos tus deseos más profundos y ocultos, cuando tu afición principal es follarte a cualquier hembra de la especie humana que se ponga a tú alcance?

Todo empezó una noche cenando con una pareja amigos míos en un restaurante de moda de la ciudad. Ella es una de las hembras con la que descargo con una cierta asiduidad mis libidinosos deseos. Seguro que diréis que vaya amistad es esa, que incluye follarse cuando me apetece a la mujer del amigo. Pues precisamente creo que sí que es un signo de amistad (al menos en este caso); me explicaré: Él sí que tiene que trabajar para vivir, gana mucho dinero; pero frecuentemente fuera de casa, con lo que mi amiga no estaría sexualmente desatendida si no fuera por mí. Además, él no se ve requerido para cumplir como macho los pocos días que está en casa, en lo que seguro lo que le apetece es descansar. ¿A que visto así, es otra cosa?. Pero mi historia no tiene nada que ver con ellos.

Estábamos acabando de cenar, cuando se acercó a nuestra mesa una chica ofreciendo unas flores. Era una mujer espectacular: Una cara bellísima, adornada con unas facciones levemente exóticas, su tez, con un toque de color, y unos labios algo gruesos, ideales para una mamada, denunciaban su origen de fuera del país. Su larga melena, fuerte, tupida, ligeramente ondulada y de un negro azabache brillante caía sobre los hombros que enmarcaban unas tetas preciosas, no tanto por su tamaño que por su forma y firmeza, separadas por un estrecho canal que parecía invitarte a deslizar la polla por él. Unas piernas perfectamente torneadas y su estrecha cintura, que cimbreaba al caminar, completaba su exquisita y esbelta figura. La había desnudado con la mirada desde que la había visto entrar en el local, imaginando como tendía el coño una mujer así. Sentí la presión de mi verga bajo el pantalón pensando en metérsela en el, más que probable cálido y húmedo coño de carnosos labios, a juego con los de su boca. Le compré unas flores, que regalé a mi amiga, sólo por tenerla unos instantes más delante de mis ojos y tocarla al tomar las flores que había adquirido. Cuando se retiró, la seguí con la mirada hasta que abandonó el restaurante, sintiendo con se avivaba en mí el deseo de follármela.

No tardamos demasiado en salir, mis amigos se fueron andando a su casa, que estaba muy cerca, y yo me dirigí al estacionamiento donde tenía mi descapotable. Y eso la vi, estaba allí, sola en una esquina con su cesto de flores en el brazo mirando a uno y otro lado para cruzar la calle. Me dirigí a ella y sin más preámbulos le dije:

Te compro todas las flores que te quedan si me mamas la polla.

No soy una puta. – Respondió mirándome fijamente.

Ni yo te voy apagar por la mamada. He dicho que te compro las flores. – Le contesté con un cierto tono irónico mientras iba contando billetes de 50 euros.

Ella me miraba a mí y a los billetes alternativamente y, al final, dijo:

Vamos.

Le entregué el fajo de billetes, sin saber cuanto le estaba dando (ni me importaba), tome las flores de la cesta y seguí caminando mientras ella me seguía.

El estacionamiento estaba desierto. Me senté frente al volante y le abrí la portezuela del sitio del acompañante. Se sentó a mi lado, mientras me abría la bragueta y mi polla erecta saltaba al exterior. Vi un brillo extraño en sus ojos y, mientras la tomaba de la nuca para llevarla hasta mi sexo, le pregunté:

¿Te gusta mi polla?

No había visto nunca una tan grande. – Respondió titubeando. – Es la primera vez que hago esto.

Tal afirmación, me puso todavía más cachondo y, sin más dilación, le metí la polla en la boca, exclamando

¡Chupa y disfruta de una buena polla!

Realmente se notaba que no tenía experiencia en esas lides y tuve que irle dando instrucciones; pero era una alumna aventajada y pronto descubrió las delicias que puede provocar una lengua recorriendo la corona del glande y el frenillo, como hacer que una polla se endurezca aún más al hacerla deslizar una y otra vez por entre los labios hasta tragársela toda y los gemidos que se producen chupando con los labios el capullo de una polla a punto de estallar.

Sentí que me corría; pero ella no lo sabía y seguía con su frenética actividad. Hice que mi verga entrara en su boca y la inmovilicé hasta correrme. El semen se escurría por la comisura de los labios, manchándome el carísimo pantalón que tendría que llevar a la tintorería, mientras ella intentaba liberarse de mis manos exclamando protestas ininteligibles y que sólo contribuían a que se atragantara con el mar de esperma que llenaba su boca. Finalmente la solté y ella se incorporó limpiándose la boca con el revés de la mano y diciéndome casi sollozando:

¡Eres un cerdo!.

  • Ya lo sé, querida. – Respondí sonriendo y satisfecho de mi hazaña, mientras arrancaba el coche sin siquiera guardarme la polla en el pantalón.

Déjame bajar. – Exclamó

Por lo menos déjame que salgamos de aquí. No te voy a dejar aquí dentro, soy un caballero.

Mientras pagaba en la barrera automática de salida, saltó del coche, echó a correr y cuando salí al exterior, ya había desaparecido.

Volvía para casa, cuando me di cuenta que, lejos de calmarme, la mamada me había abierto las ganas de sexo y me dije a mi mismo que había sido un idiota por conformarme con eso; que tenía que habérmela follado allí mismo.

Como todo, menos morirse, tiene remedio cambié de dirección y me dirigí a mi prostíbulo favorito, del que soy seguramente su mejor cliente y me atienden con sólo insinuar mis deseos. Sin dilación, pusieron a mi disposición a mis dos chicas favoritas. Empezaron con un número lésbico (conocen perfectamente mis gustos) y sin esperar a que acabaran enculé a una de las chicas, mientras seguían ejecutando un genial 69; para acabar follándome a la otra a la vez que su compañera nos lamía a los dos la polla y el coño. Pero, en el fondo, seguía pensando en como sería el coño de la florista y en la oportunidad que había perdido.