La flaqueza de un bisexual

Después de diez años con mi mujer, ésta se entera que he llevado una doble vida. Relato biográfico de algo que me ha ocurrido hace tan solo unos días.

Entré al despacho acompañado de mi abogado. Llegamos tarde por su culpa, así que mis nervios se acentuaron aún más mientras le esperaba a unos metros de la puerta del edificio para no cruzarme con Raquel, quien en unos minutos iba a convertirse en mi ex mujer. Cuando la vi sentada al otro lado de la mesa de abedul brillante por el barniz, el corazón volvió a darme un vuelco, la culpabilidad se apoderó por enésima vez de mi capacidad de raciocinio y al final una mezcla de alivio e incertidumbre, pues mi mundo se había desmoronado en las últimas semanas y un futuro incierto me aguardaba.

Para conocer mejor mi historia, os animo a leer algunos de mis relatos (sobre todo la saga llamada Etiquetas), pero para los vagos, la resumiré. Me llamo Fran, tengo treinta y seis años y he estado con Raquel algo más de una década, aunque nos casamos hace cinco años. Antes de conocerla había experimentado acostándome con otros tíos porque en mi época universitaria fui uno de esos heterocuriosos que quería probar cosas nuevas. En esos años conocí a Javi, quien podría decirse que ha sido mi amante desde entonces. En nuestros años locos hicimos muchas cosas relacionadas con el sexo como tríos u orgías, pero cuando me comprometí con Raquel mis encuentros se redujeron a él y de manera esporádica. Tras la boda mi mujer y yo nos marchamos a vivir a Albacete y Javi se fue a Madrid. Gracias a nuestros trabajos podíamos vernos con frecuencia, pero reconozco que mi relación con Javi iba más allá de lo puramente sexual, ya que disfrutaba de nuestro tiempo juntos aunque fuese saliendo de cañas, de copas o dando un paseo por el Retiro. La cosa iba bien hasta que se mudó a Londres donde conoció a un tío del que dijo estar enamorado y que de alguna manera le hizo olvidarse de mí por pura salud mental, pues me confesó que siempre había sentido por mí algo muy fuerte aunque fuese consciente de que yo no le podría corresponder. Cuando me lo contó entre lágrimas después de haber follado en la habitación de un hotel, algo dentro de mí se quebró, pues supe que una parte muy importante en mi vida iba a desaparecer para siempre.

Fue una sensación similar a la que viví hace tan solo unos días cuando firmé los papeles del divorcio con Raquel. Tras hacerlo, la miré avergonzado esperando cómo iba a ser su reacción para despedirnos. Se acercó, me dio dos besos fríos como témpanos y me susurró que esperaba no volver a verme en su vida. Hubiese esperado unas palabras incluso más duras o algún insulto del tipo "maricón de mierda", pero no ocurrió. Efectivamente, Raquel se había enterado de mis inclinaciones homosexuales, y ese fue el fin de nuestro matrimonio.

Los únicos culpables fuimos mi polla y yo. Después de que Javi desapareciera de mi vida y no tener un tío con el que poder saciar mis necesidades, tuve que buscarlas aunque en un principio me negué y me juré a lo Escarlata O'Hara que jamás volvería a acostarme con otro hombre. Qué ingenuo fui su acaso creí que eso iba a ser posible. El primer tío que se me puso por delante fue un socorrista durante un verano que tuve que pasar en Madrid, al cual me follé varias veces sin impedirme que no echara de menos a Javi, pero descubrí el sexo sin sentimientos y no me disgustó. Gracias a mi trabajo por el cual me desplazo desde Albacete a otros puntos de la península y el extranjero, lo he tenido relativamente fácil recurriendo al Grinder, una herramienta que me ha sido muy útil.

A través de ella me topé con Fermín en una ciudad gaditana a la que tuve que viajar. En principio iba a pasar allí solo una noche, pero las reuniones con clientes se alargaron y acabaron siendo cuatro. Tras mi primera jornada, y en la soledad de mi hotel, me descargué la aplicación desde la nube, ya que la desinstalaba por si a mi mujer le daba por mirarme el teléfono, y busqué gente cercana. Muchos sabréis cómo funciona esa app, así que no me entretendré a explicarlo. El caso es que Fermín y yo nos intercambiamos unas fotos, hablamos de lo que nos molaba y nos decidimos a quedar. Lo hicimos en un bar cercano al hotel, pues pese a todo no me atrevo a quedar directamente porque ya sabéis que hay mucho loco suelto que se apropia de fotos ajenas. No fue el caso y Fermín me atrajo desde el primer instante. Era un chaval de treinta y pocos con cara aniñada, pero masculino. Lucía tatuajes en unos brazos que no se le intuían muy fuertes, pero tampoco estaba delgado en exceso. Me gustó su desparpajo y que tuviese las ideas claras, así que tras una sola cerveza nos marchamos para el hotel.

Él se había declarado muy pasivo y tragón, lo cual tenía sus ventajas y un inconveniente, que  era que le encantaba besar y a mí era algo que no me atraía salvo con Javi. Cuando Fermín abalanzó sus labios contra los míos al cerrar la puerta de la habitación me aparté con toda la suavidad que pude excusándome en querer quitarme la ropa. Pilló la indirecta y me imitó, así que en cuestión de segundos los dos estábamos desnudos. Así pude ver su torso definido pero sin grandes músculos, de los cuales yo tampoco puedo presumir. Sí que gracias a la genética tengo un cuerpo robusto y carnes prietas, pero pocas veces he ido a un gimnasio para esculpirlo. Tampoco tengo un rabazo, lo cual no le importó a Fermín, pues sin darme tiempo de acomodarme en la cama, se arrodilló y comenzó a chupar. Tener una boca comiéndote la polla es algo siempre placentero, pero los meses que llevaba sin experimentarlo no hicieron más que intensificar ese placer. De esa forma, no enmascaré un sonoro gemido al notar su lengua empapándome de saliva el capullo y todo el tronco, así como cuando la iba deslizando hasta mis huevos justo antes de comérselos. No había mentido y estaba hecho todo un tragoncete.

Después de unos minutos mamando, creí que el momento de cambiar había llegado, y eso que el tío parecía insaciable, pues él mismo me había estado empujando desde el culo para que le follase la boca con cierta brusquedad, una de esas cosas que me ponen totalmente a mil. Sin embargo, follarme un buen culito también, así que ya había disfrutado de una deliciosa mamada y solo quedaba metérsela para cumplir con mis deseos. Y los suyos, que tampoco soy un tío tan egoísta. Le pregunté qué postura prefería mientras cogía un condón de mi maleta y me dijo que le molaba que me tumbase boca arriba y sentarse sobre mí. Dicho y hecho. Me la activé un poco con la mano, me coloqué el preservativo y me situé tal como me había pedido con el rabo tieso apuntando al techo esperando con ansia que se lo clavara dentro de sí. Cuando lo fuimos introduciendo Fermín gimió por primera vez. Fue ese jadeo típico mezcla de algo de dolor y placer, pero en cuanto comenzó a cabalgar prevaleció este último. Mi polla se adaptó perfectamente a su culo y las embestidas se volvieron firmes y enérgicas intercalando sus movimientos con las veces que yo empujaba mi pelvis para acentuar la fruición al tiempo que los dos jadeábamos lascivos mirándonos a los ojos. Los suyos imploraban que no parasen y los míos decían que no lo harían hasta que me corriera. Me sentí tentado a masturbarle, pero el tío había lubricado más de lo que me hubiera gustado, notando que mis dedos se humedecían de un líquido espeso y pegajoso. Espoleado por el trance, llevé mi mano hacia su boca y un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando Fermín lamió mis dedos para tragarse su propio pre cum, lo cual me motivó a masajearle la polla de nuevo y repetir el gesto.

Para mi sorpresa, él no se ocupó de su propio rabo a pesar de tener la postura idónea para hacerlo, incluso cuando avisé de que estaba a punto de correrme. Ante mis palabras, el cabrón apretó el culo, hizo unos movimientos circulares y estallé con un gemido que despertaría al de la habitación de al lado en caso de estar durmiendo. Cuando se despegó de mí agradecí que no quisiera hacerse una paja ni nada, aunque se acercó a darme un beso en los labios y no me aparté porque no llegué a tener la sensación de que quería meter lengua. Fermín me comprendió, se levantó sin más, y comenzó a vestirse.

—Qué pena que te vayas mañana —me dijo mientras lo hacía.

—Pues sí, tío, pero seguramente no tarde en volver.

—Avísame si lo haces.

Pero a la mañana siguiente fue cuando me dijeron que iba a quedarme al menos un par de noches más, así que mi intención era repetir con él en vez de buscar a otro. Sin embargo, la cena de negocios se alargó más de la cuenta y se me hizo demasiado tarde. Al tercer día sí que le avisé y le propuse quedar a tomar unas cervezas, pues desde las seis de la tarde iba a estar solo. Fermín aceptó y después de cuatro o cinco cañas nos dirigimos al hotel y repetimos prácticamente los mismos pasos. El día siguiente iba a ser el último aparentemente, y al avisarle me propuso que fuera yo a su casa, que me prepararía la cena y luego daríamos rienda suelta a nuestros deseos más carnales. Al principio quise negarme, pero por estas decisiones arbitrarias que toma uno en la vida finalmente accedí. Cocinó pasta con una salsa muy rica, nos puso una copa y al fin me dirigió a uno de los dormitorios.

—No te asustes —dijo en el pasillo antes de abrir la puerta.

Me extrañé y algo se me revolvió por dentro. Una sensación entre miedo y curiosidad. Al encender la luz entendí el motivo de su advertencia. Aquello no era el dormitorio, sino el cuarto del placer y la lujuria. En el centro tenía uno de esos columpios de cuero y cadenas amarrado a una estructura de aluminio similar a la que encuentras en los parques. Me lo enseñó con orgullo mientras se mordía el labio inferior y me regalaba una sonrisa maliciosa. Llevaba años sin ver uno de esos, pero mi polla dio un respingo al imaginarme las cosas que podríamos hacer allí. Me pilló por sorpresa que me pidiera sentarme yo sobre él, advirtiéndome que era totalmente higiénico. Me desnudé y le obedecí. Él había toqueteado algo que luego descubrí servía para que la parte de tela que alojaba el cuerpo se inclinase hacia adelante. Aquello permitía que me tumbase y él pudiese chupármela cómodamente. Fermín se había puesto una especie de suspensorio y se clavó algo en los pezones que no supe qué era aunque me los ofreció también a mí, pero me negué. Cogió un espray, lo roció sobre mi capullo ya palpitante y comenzó a mamar con ganas. Me rendí al placer dejando caer mi cabeza hacia atrás mientras sentía sus calmadas lamidas con la lengua recorriéndome el cipote de arriba abajo, cosquilleando mis huevos o rozando con suavidad el glande henchido. Me incorporé para verle y observé que por primera vez él se estaba tocando mientras me la chupaba. Entendí que el momento de darse placer él mismo había llegado por fin quizá por sentirse más cómodo en su territorio y no en la fría habitación de un hotel.

Cuando tocó follarle el culo volvió a manipular el columpio y se recostó sobre él. Se la clavé sin dilación y el balanceo no hizo más que intensificar el goce de las embestidas. Fermín gemía con más energía que en ocasiones anteriores y yo me dejaba llevar acompasando sus jadeos con los míos propios. Me dijo que quería cambiar de postura, pero le advertí que estaba a punto de correrme, así que no insistió y comenzó a pajearse con rudeza consiguiendo esparcir su leche sobre su vientre incluso antes que yo lo hiciera.

Le pedí ir al baño a limpiarme, pero Fermín había ideado sus propios planes. Propuso que nos tomáramos otra copa y que repitiésemos pasado un rato. En ese instante justo después de haber descargado reconozco que no me sedujo más la idea de marcharme y descansar, pero ante el desconocimiento de cuándo iba a ser la próxima vez que me viera con otro tío me animó a hacerle caso. No pasó mucho tiempo hasta que le tuve en ese cuarto con su boca aferrada a mi rabo. Después de una breve mamada se colocó a cuatro patas sobre el asiento del columpio dejando su ojete totalmente expuesto. Tuve unas ganas irrefrenables de lamérselo y no me contuve. Fermín no lo esperaba, por lo que al sentir mi lengua sondeándole el culo dejó escapar un agudo alarido. Le escupía y me regodeaba comiéndole el ojete olvidándome por un instante de mi polla hasta que sin que él se moviera se la clavé de un estoque que le hizo estremecer. Como su culo quedaba algo alto, se dejó caer un poco agarrándose de las cadenas y así le fui empotrando con viveza mientras él pedía más y más y hacía que el asiento se moviera en el aire empujándose contra mí con movimientos bruscos que me erizaban cada vello de mi cuerpo.

En esa ocasión sí que logramos cambiar de postura. Él debía conocer todas las posibles con ese artilugio. Me hizo sentarme, se colocó a horcajadas sobre mi pecho y volvió a meterse mi polla vibrante hasta lo más profundo. Quedamos en una postura similar a una equis que se movía al antojo de los balanceos con su polla latiendo sobre mi vientre soltando esas abundantes gotas a las que ya me había habituado. Tal fue la excitación, que le busqué la boca con la mía y nos fundimos en un salvaje morreo en el que nuestras lenguas parecían luchar como dos espadas. Quizá que fuese nuestro tercer encuentro, la confianza, o el éxtasis, no me sentí del todo incómodo comiéndole el morro a otro tío con el que ya había algo de complicidad. Por eso mismo, después de correrme yo le animé a que lo hiciera Fermín, ayudándole con mi dedo dentro de su culo y otros dos rozándole los pezones. Me despedí de él con cierta pena abatido por no quedarme en aquel pueblo gaditano una noche más, pero prometiéndome en silencio que cuando volviese le contactaría de nuevo.

El destino quiso que al mes siguiente mi jefe me enviara allí, pero al haber desinstalado la aplicación perdí su contacto. Me conecté desde el mismo instante que pisé el pueblo gaditano, pero no encontré su perfil. Intenté recordar cómo llegar a su casa, pero me contuve porque no lo vi del todo apropiado y me contenté con otro tío dispuesto a chupármela en la habitación de mi hotel.

Mis encuentros posteriores en diversas ciudades en las que estuve fueron más aburridos que con Fermín, pero lograba calmar mis ansias de follarme un buen culo. Me iba contentando con eso aunque fuese de manera esporádica y echase mucho de menos a mi amigo Javi, el cual además de haber puesto tierra de por medio, había decidido que no hubiese ningún otro contacto. Fue raro hasta para mi mujer, ya que me preguntaba por él. Me limité a decirle que se había enamorado y que ya se sabe cómo es la gente cuando encuentra una pareja nueva. Pese a todo, estaba relativamente feliz con mi vida. A Raquel le profesaba un gran cariño y me excitaba cuando nos acostábamos aunque la frecuencia no era la misma que al principio, supongo que como cualquier pareja. Por su carácter, además nos dábamos mucho espacio ya que ella creía que era vital no agobiarse en una relación. Como es profesora, tiene muy buenos horarios y muchos fines de semana aprovechaba para ir a su Alicante natal a visitar a la familia y amigos, e incluso en verano viaja a al extranjero con compañeros de trabajo. En el mío las cosas me iban bastante bien. Aunque estudié en una buena universidad y me hice un máster que tuve que costearme a base de trabajos mal pagados, tuve la suerte de que mi tío me metiera en su empresa con un buen cargo y un buen sueldo. Sin embargo, la cosa se empezó a torcer con la llegada de un nuevo empleado.

David entró a formar parte de la empresa el año pasado como un miembro de mi equipo. Lo más llamativo era su edad, pues en el departamento comercial del que yo era director la edad media superaba la cincuentena. David no había cumplido aún los treinta, por lo que era la persona más cercana a la mía a pesar de sacarle un lustro. No obstante, esa aproximación en los años no sirvió para que nuestra relación fuese especialmente estrecha. De hecho, parecía una persona de esas con las que no tienes mucho feeling desde el principio. Fuera de nuestras reuniones apenas nos cruzábamos la palabra más allá de un saludo cortés en la sala de café o en el vestíbulo. Ya sabía que yo no era una persona especialmente sociable y concluí que me llevaba bien con el resto porque me veía como casi como un hijo o por ser el sobrino del jefe, pero siempre tuve la sensación de ser alguien educado y agradable con empatía y saber estar. Por eso me llamaba la atención que David y yo no hubiésemos congeniado. En algún momento al principio me causó cierta desazón, pues no me hubiese venido mal tener un amigo en Albacete, ya que los míos estaban en el pueblo y no hubiera estado de más alguien con quien salir de vez en cuando o que me diese un empujón para hacer deporte o apuntarme al gimnasio.

Ese pensamiento me llevó a otro más lujurioso, pues David era un tío atractivo. Era algo más alto que yo, por lo que debía de sobrepasar por poco el metro ochenta, estaba delgado, de piel morena, una cuidada barba y un rostro varonil de rasgos marcados. No negaré que fantaseé con él en alguna ocasión, pero que fuese un tío tan sieso cohibía cualquier acercamiento puramente amistoso. Porque de hecho la cosa fue a peor al enterarme que iba a acompañarme en mis viajes. Hablé con mi tío y le dije que no era necesario porque suponía un gasto superfluo en hotel o billetes de avión ya que me las apañaba muy bien solo. Obviamente no le conté el verdadero motivo, que era que David pondría en peligro la discreción de mis encuentros furtivos en mi habitación de hotel o donde fuese. Mi tío vaciló, pero insistió porque creía útil tener a una persona que supiese hacer lo que yo hacía de cara a suplirme en vacaciones, si me pedía una baja o ascendía en la empresa. Me dijo además que el David de los cojones también había mostrado mucho interés en acompañarme para aprender, así que no me quedó opción que agachar la cabeza y acceder.

El primer viaje fue a Madrid, pero no hubo necesidad de pernoctar. Salimos por la mañana temprano y después de comer volvimos para Albacete. Durante el trayecto en mi coche apenas hablamos, así que seguía sin saber nada de él y mi interés se perdía al mismo ritmo que aumentaba mi cabreo por su sola presencia en el asiento del copiloto. Mi enfado se intensificó en el segundo viaje en el que sí debíamos pasar la noche en la capital. Al volante fui cavilando sobre cómo hacer para que las habitaciones del hotel estuviesen separadas y, en el mejor de los casos, en plantas diferentes. Me planteé incluso la locura de reservar dos en el mismo hotel y buscarme otro aunque lo tuviese que pagar de mi propio bolsillo. Al registrarnos en uno del centro de Madrid maldije no haber sido capaz de ingeniármelas porque la amable recepcionista nos avisó de que eran habitaciones contiguas. Comenzamos con las visitas planeadas para esa jornada, y cuando volvimos al hotel me despedí de él hasta el día siguiente a pesar de que eran las siete de la tarde.

—¿No quedamos para cenar? —me preguntó.

—Estoy cansado, así que pediré algo del room service —mentí.

Su cara esbozó una muestra de decepción, pero no dijo nada. Cuando me quedé solo abrí el Grinder y busqué plan, pero el único tío que tenía sitio cerca de mí no me acababa de convencer. Esa noche me quedé sin follar y me volví a cabrear. Volví a ver a David a la mañana siguiente en el buffet del hotel donde el muy torpe se echó el café encima de la americana. Refunfuñó porque no tenía más ropa formal que esa, así que me compadecí y le presté una de las mías. Le dije que subiera a mi habitación a probársela mientras yo dejaba la suya en recepción para ver si podían lavarla para la reunión de la tarde. Al cogerla, el recepcionista revisó los bolsillos y me dio un flyer doblado que había en uno de ellos. Lo miré por encima y me lo guardé para dárselo a David después.

—Te queda un poco corta —le dije al verle—, y para la próxima tráete una de repuesto por si las moscas.

Nos montamos en el coche para comenzar la jornada y David me habló:

—¿Por qué eres tan seco conmigo? —dijo sin mirarme a la cara—. ¿Te he hecho algo inconscientemente?

—¿Por qué lo dices?

—Parece que te molesta mi presencia —admitió.

—Bueno, digamos que prefiero trabajar solo, así que no es por ti.

David no dijo nada más hasta que acabamos la reunión y llegó la hora de comer.

—¿Vas a dejarme solo otra vez o comeremos juntos?

Aunque yo había pensado en buscar otro plan, algo dentro de mí me dijo que era mejor compartir el almuerzo con él. Al ir a sentarme en el restaurante y quitarme la chaqueta me acordé del papelito que había guardado en mi bolsillo. Lo saqué para dárselo y aprecié que era un 2x1 en copas en un garito llamado "Delirio". No le hubiese dado importancia si no fuese porque me lo arrebató rápido de la mano, así que sentí curiosidad y cuando fui a lavarme las manos busqué el nombre del sitio en Google. Se trataba de un garito de Chueca, el barrio gay de Madrid, lo cual me hizo esbozar una sonrisa maliciosa y comprender por qué se había avergonzado cuando se lo entregué. Ninguno hicimos mención a ello durante la comida y de nuevo la conversación brilló por su ausencia. Recuperamos nuestra rutina en Albacete hasta que me avisaron de que el siguiente viaje era a Toulouse. Yo ya había viajado a la ciudad francesa y me gustaba especialmente por la distancia y el consecuente menor riesgo de toparme con alguien conocido, así que imploré a algún dios misericordioso que David no me acompañara. Nadie escuchó mis plegarias y el cabreo volvió a nublarme. El hotel en el que nos alojábamos era bien conocido por mí, un lugar ideal para tener encuentros discretos porque la recepción estaba en una esquina desde la que no se veía el acceso a las escaleras. Allí me lo había montado con dos franceses, un alemán y un italiano cachas con un culazo. Todo eso no iba a ser posible, aunque se me había ocurrido un plan. En caso de que nos dieran habitaciones contiguas, para la segunda noche pediría en recepción que me cambiaran la mía porque los ocupantes de la de al lado eran muy ruidosos, así que conté con un atisbo de esperanza en un viaje que, por lo demás, iba a ser tedioso junto a David.

Pero esa primera noche no fue tan aburrida como esperaba. David propuso cenar juntos, y aunque al principio no fluyó la conversación, con dos vinos se le soltó la lengua. Traté de hacerme el simpático a pesar de que a mí el alcohol no se me sube tan rápido como a él, por lo que durante esa velada nos fuimos conociendo un poco más. Supe que era de un pueblo al igual que yo, que estaba soltero y que le gustaba el fútbol. Me recriminó mi comportamiento y mi carácter borde entre risas propiciadas por el vino. No podría decirse que fuera un tipo muy divertido, pero esa cena destensó la situación en hizo romper el hielo. Por eso, tras ella accedí a su invitación de tomarnos una copa en el bar del hotel, pues tampoco era demasiado tarde. Con la ginebra comenzó a trabársele la lengua, pero trataba de disimularlo haciéndose el digno repitiendo una y otra vez que no iba borracho. Creí que fue suficiente y le animé a marcharnos.

—Vamos a acostarnos —le dije levantándome del taburete.

—¿Juntos? —balbuceó.

—Te acompaño a tu habitación, anda —ignoré.

—No hace falta. Podemos ir a la tuya.

Con esa afirmación, y por muy borracho que fuera, conseguí aclarar las dudas. El flyer del bar de ambiente y ahora esto, así que todo parecía ser evidente. Es verdad que una parte de mí quiso que ocurriera y nos marchásemos a una sola habitación, pero no creí que en su estado fuese una buena idea. Tampoco quería tener la sensación de haberme aprovechado de él o algo por el estilo, así como las consecuencias que este pensamiento en él pudiese acarrear. Le dejé en la puerta de su habitación, me marché a la mía y recuperé la idea de llevarme a algún tío porque David roncaría nada más acostarse por la melopea que llevaba. No tuve suerte.

Al día siguiente se repitió la historia y me sorprendí de que el alcohol se le subiese tan rápido. Seguí mi plan de cambiarme de habitación, pero la recepcionista dijo que no quedaban libres. Por tanto, la solución era volver a emborracharle, así que esa noche fui yo el que propuso la copa. Nos tomamos dos y casi perdió los papeles. Le dije que era hora de irnos a la cama e insistió en tomarse otra. Se puso muy pesado, accedí, y tras ella volví a insinuarle que era muy tarde. Se negó de nuevo poniéndose incluso algo violento al apartarme bruscamente cuando le agarré del brazo. Amenacé con irme, avisó que él se quedaba y finalmente opté por marcharme solo a la segunda planta no sin dudar el dejarle allí a solas. Por la mañana no bajó a desayunar, así que le llamé y una señal automatizada me informó que el número al que llamaba no se encontraba disponible. Fui a buscarlo a su habitación y allí no estaba. Comencé a ponerme nervioso y pregunté en recepción. Nadie le había visto, por lo que les transmití mi preocupación y accedieron a abrirme la puerta de su habitación. La cama estaba sin deshacer confirmando mi sospecha de que no había pasado la noche allí. Como se me hacía tarde para la reunión con los clientes me agobié porque no supe qué hacer, si ir solo o ponerme a buscarle. Decidí acudir a mi cita alentado porque ya aparecería. Y justo cuando iba a entrar en el edificio de los clientes me llamó.

—¿Dónde coño estabas? —le reproché sin ocultar mi cabreo.

—Lo siento. ¿Qué hago, voy a la reunión? —masculló él sin apenas fuerza en la voz.

—¡Te quiero ver aquí en cinco minutos!

Cuando le vi entrar en la sala de reuniones casi ni le reconocí. Llevaba puestas unas gafas de ver de pasta de color negro, su pelo estaba diferente, algo despeinado, pero estratégicamente colocado para taparse la parte derecha de la frente. Le miré con reprobación y cuando se sentó a mi lado percibí que tenía el ojo hinchado y un pequeño moratón.

—¿Qué te ha pasado?

—Nada —dijo tajante.

Pasé toda la reunión elucubrando sobre lo que le había ocurrido. Pensé en que se había metido en alguna pelea, que se marchó con algún hombre a su habitación, que salió del hotel en busca de marcha. Cuando nos fuimos por fin pude preguntarle.

—¿Qué diablos te ha pasado?

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes?

—Pues eso, que no lo sé.

—¿No te acuerdas de nada?

—No —admitió suspirando—. Déjalo estar, por favor.

—¿Pero estás bien? ¿Quieres que vayamos al hospital? —mi preocupación era real.

—Estoy bien, gracias.

—Bueno, vamos a comer algo.

—Prefiero ir al hotel.

No quise discutir aunque seguí bastante intranquilo. Se despidió de mí para irse a su habitación, pero yo no podía dejar de pensar en él, así que fui en su busca.

—Déjame pasar, anda —le dije desde la puerta porque no le vi la intención.

Me senté en una silla y le miré. La verdad es que las gafas le daban un aire de tío interesante, lo que unido a esa imagen un tanto frágil y mucho menos seguro de sí mismo como acostumbraba, me hacían verle con otros ojos.

—Entonces no te acuerdas de nada.

—No sigas, por favor.

—Solo dime si estuviste aquí o te marchaste… No sé, dime algo.

—No recuerdo nada, joder —exclamó.

—¿Ni cuando estabas conmigo?

Levantó la cabeza y negó con un movimiento.

—¿Bebí demasiado, no?

—Tampoco tanto. Una botella de vino en el restaurante y un par de gin-tonics aquí.

—¿Tú dónde me dejaste?

—En el bar de abajo.

—¿Me dejaste solo tal como iba?

—Te quise acompañar e insistí todo lo que mi paciencia me dejó hasta que me empujaste.

—¿Te empujé?

—Sí.

—Joder. Estaba muy borracho.

—Ya, ya; no hace falta que lo digas.

—¿Y no hice ni dije nada más?

—Nada comprometedor, no te preocupes.

—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?

—No.

—Mira, yo no…

Se quitó las gafas y se frotó los ojos. Parecía arrepentido y tremendamente avergonzado. Me senté a su lado sobre la cama y le pasé el brazo por el hombro.

—Ey, no pasa nada; todo está bien. Siento haberte dejado a solas y que no sepamos qué te ha podido ocurrir.

—El que lo siente soy yo. Espero que no dijese nada fuera de lugar…

—¿A qué te refieres?

David vaciló. Se había convertido en un ser débil, frágil como un jarrón de cristal a punto de quebrarse.

—¿Traté de propasarme contigo o algo?

Su pregunta me pilló desprevenido, pero corroboraba todo lo que pensaba. Le comenté que la primera noche se había insinuado y enrojeció de la vergüenza. Fue entonces cuando David me confesó que era gay.

—Si te incomodé lo siento —insistió.

—No, no me incomodaste —me limité a decir.

No quise sonar brusco pero tampoco delatarme. Percibí su zozobra y pude haberle dado ánimos compartiendo mi experiencia de cuando comencé a verme con tíos para curiosear hasta descubrir que era gay. Sin embargo, además de por no descubrirme, dudaba que un tío tan atractivo como él con casi treinta años no se hubiese acostado con ningún hombre. Quizá solo necesitaba decirlo en voz alta y ya está. Le convencí para que fuéramos a comer algo. En el restaurante pidió agua mineral, lo que era lógico pues aún nos quedaba trabajo por hacer. En la cena cambió a Coca Cola, y entonces me aventuré a preguntarle:

—¿Tienes algún problema con el alcohol?

—No soy un borracho, eh —contestó ofendido.

—No he querido decir eso. No sé, quizá estés tomando algunas pastillas o simplemente que no te siente bien. A mí me pasa con el tequila.

—Sí, tomo unas pastillas que no debería mezclar con alcohol.

—¿Son muy fuertes? —Era una manera sutil de preguntar por el tipo de pastillas que ingería.

—Son para la ansiedad. Por favor no comentes nada.

—No te preocupes. ¿No será porque eres gay?

—Un poco sí.

—Pero tío, que estamos en el 2017, no es para tanto.

—Mis padres viven en un pueblo. Él era militar, y mis hermanos también. Mi madre es súper religiosa. No te haces una idea.

—Bueno, pero en Albacete puedes llevar tu vida sin tener que contarles.

—No es tan fácil. Pero bueno, es cuestión de tiempo.

—Ahora entiendo por qué insistías tanto en acudir a los viajes conmigo. Y ese garito de Chueca…

—No era sólo por eso. Cuando entré a trabajar y te vi pensé que nos podríamos llevar bien porque eres joven también y yo era nuevo en Albacete. Luego me enteré de que estabas casado y… —Se detuvo—. No sé, igual me había hecho ilusiones, aunque hubiese sido demasiado perfecto, ¿no?

—Bueno, no te negaré que yo pensé lo mismo, pero es que eras muy borde, tío.

—Soy muy tímido, y esas pastillas me dejan medio drogado.

—Deberías plantearte dejarlas. Yo prefiero un copazo, que también te quita las penas.

—Bueno, uno y ya está.

—No hombre, digo en general.

—Ah, joder, qué idiota soy. Pensé que lo decías para tomárnoslo ahora.

—Bueno, si quieres nos tomamos uno y ya está.

—Ok, pero no me dejes que tome más. Y perdona por hacerte pasar por esto. La verdad es que el alcohol me desinhibe bastante. Me siento bien cuando bebo, aunque la mayoría de las veces no sé cuál es mi límite y siempre acabo sobrepasándolo. Y si te digo algo que te ofenda no me lo tomes en cuenta.

—Hecho, pero ya te he dicho que no me ofendiste para nada.

Hice mi comentario con algo de tonillo para ver si captaba la indirecta porque mi polla estaba comenzando a ejercer control sobre mi cerebro. Algo dentro de mí le deseaba pese al riesgo que suponía, pero mi entrepierna había decidido por mí e insistí de otra manera:

—Si vas a estar más tranquilo puedes dormir conmigo esta noche y así no te escapar por ahí a que te den más golpes. Además, las camas son enormes.

Su cara denotó cierta sorpresa, pero es que ya no podía estar más claro. Acabamos la copa y nos marchamos a su habitación para que recogiera un par de cosas. Ya en la mía, me descalcé y me quité el reloj y la chaqueta a la espera de ver qué hacía él. Su falta de experiencia o timidez le llevaron a disimular como que buscaba algo en su neceser. Dándole la espalda me quité los pantalones y los coloqué tranquilamente mientras le miraba de soslayo. David se quitó los zapatos y las gafas.

—¿Cómo que nunca te había visto con gafas? —le pregunté.

—Suelo usar lentillas, pero anoche las perdí.

—Pues te quedan muy bien.

Me sonrió con algo de timidez.

—Estoy pensando que mejor me ducho en mi habitación y así puedes tú hacerlo tranquilamente.

Me di cuenta de que el asunto se retrasaba, así que me pareció buena idea.

—No tardes, no vaya a ser que me preocupe —dije pícaro dedicándole una sonrisa.

Cuando me metí al baño escuché el grifo del suyo, que estaba justo al lado. Me hice el remolón con la intención de que cuando volviera a mí no me hubiese dado tiempo a acabar. Efectivamente, escuché los golpes en mi puerta cuando yo aún tenía el grifo abierto. Me lié una toalla (un recurso que había visto en decenas de películas) y le abrí. Él llevaba el pijama. Volví al aseo para secarme con la incertidumbre de qué me encontraría al entrar en la habitación. Simplemente estaba de pie mirando por la ventana. Dudé en si ponerme los calzoncillos, pues yo no suelo dormir con pijama, aunque era la excusa casi perfecta porque mi maleta estaba justo a su lado y así tendría que acercarme a él. Me detuve junto a David para contemplar las vistas a través de la ventana mientras revolvía en la maleta. Por fin se giró y me besó. Supuse que había notado mis intenciones por el reflejo del cristal, lo cual me hizo sentir que no fui muy sutil. Yo le correspondí con los labios, pero al ver que quería meter lengua me aparté.

—Lo siento, no me van los besos —me justifiqué y se quedó algo petrificado.

Tampoco supe qué hacer y el silencio se volvió incómodo de nuevo.

—Podemos hacer otras cosas, ¿no? —me atreví a decir ante su indecisión.

—Yo soy activo —dijo entonces con inseguridad.

—¡Pues tenemos un problema! ¿No has chupado nunca un rabo?

—Sí, pero no me gusta —admitió.

—Ya veo. ¿Por el culo entonces ni hablar, no? —David asintió—. O sea que nos va lo mismo —suspiré con ganas de echarme a reír con una sonora carcajada o a llorar porque acababa de meter la pata hasta el fondo y en balde.

De repente el que iba a sufrir un ataque de ansiedad iba a ser yo. Había desvelado mi atracción hacia los hombres ante un tipo que en el fondo era un desconocido y que trabajaba conmigo y con… mi tío. Imagino que David notó que algo dentro de mí no iba bien, que mi ritmo cardiaco se aceleraba y que mis suspiros eran demasiado graves y sonoros.

—Ey, Fran, ¿qué pasa? —preguntó con algo de preocupación—. Si es porque piensas que voy a decir algo no te preocupes. Yo confío en tu discreción, así que haz tú lo mismo.

Trató de consolarme y relajarme, pero no parecía funcionar. Insistió un poco y finalmente me relaje lo que pude. Nos miramos y nos sonreímos con algo de vergüenza.

—Pues vaya gay estás hecho —le dije resignado envolviendo mis palabras en tono de broma—. Un gay al que no le gusta mamar ni que le peten el ojete.

—Pues lo mismo que tú, ¿no? —Se rió también.

—Yo soy bi.

—Eso dicen todos.

Nos echamos a reír.

—Hombre, estoy casado con una mujer con la que cumplo en la cama.

—He conocido bisexuales más gais que yo —comentó.

—Bueno, no voy a tratar de convencerte. Lo mejor es que olvidemos esto y nos vayamos a dormir —dije para zanjar el tema, aunque añadí—: aunque nos quedemos con el calentón.

—Ya te veo. —Señaló a mi paquete, pues se me marcaba la polla morcillona por debajo de la toalla blanca.

—¿Tú no?

—Un poco sí.

Con su comentario evidenció que era tímido de verdad, lo cual no sé si me calentó aún más o me retrajo porque me ponen los tíos más seguros de sí mismos; más morbosos.

—Será mejor que me vaya a mi habitación —dijo David—. El colocón que llevaba se me ha bajado, así que ya no creo que vaya a hacer ninguna tontería. Así al menos podremos descansar los dos, o… —Se detuvo—. O… hacer algo con eso. —Volvió a hacer referencia a mi rabo.

Pese a todo, lo último en lo que pensaba yo era hacerme una paja, así que concedí a que se marchara y traté de dormir no sin dificultad, pues mi baldía e inesperada "salida del armario" me intranquilizaba. Nos reunimos a la mañana siguiente en el restaurante y no volvimos a hacer mención al tema. No obstante, algo entre David y yo había cambiado. Podría decirse que aquel era el comienzo de una amistad, porque desde ese desayuno la conversación fluía como dos colegas que quisieran compartir algo más que charlas de trabajo aunque fuese una simple relación de amigos. La reunión de aquel día acabó sobre las doce de la mañana, así que decidimos hacer algo de turismo eufóricos porque los clientes se habían mostrado muy receptivos y el trato iba a cerrarse esa misma tarde. Nos detuvimos en un bar y David pidió una cerveza, lo cual no me pareció la mejor idea por su problema con el alcohol. Disimulé mi preocupación cuando se tomó la segunda, pero pronto me di cuenta de que lo hacía porque quería decirme algo. El alcohol le daba confianza en sí mismo para todos los asuntos que no estuvieran relacionados con el trabajo. Y no me equivoqué.

—Fran, tío, anoche estuve pensando —dijo tras dar un largo sorbo—. Sería una pena desperdiciar este viaje si los dos… Bueno, ya sabes. Ahora que soy consciente de que tú eres… Bisexual y tú ya estás seguro de que yo…

—Pero recuerda que parece haber un obstáculo insalvable. Dejaste muy clarito que tú eres activo, y aunque a mí no me gusta etiquetar las cosas, eso da a entender que tu trasero es impenetrable y el mío ni te cuento.

—Ya, bueno, pero hay otras formas, y…. Y además, yo tampoco rechazo la idea de que alguien con el que me siente cómodo pueda hacerme algo… Ya me entiendes.

Sonreí para mis adentros porque David se estaba ablandando. Quizá eso de decir «soy activo» era un arma de defensa para con su hombría o masculinidad, o puede que una simple preferencia. Yo también había mentido porque una vez, y solo una, Javi me había roto el culo desvirgándome con treinta y muchos en uno de nuestros últimos encuentros (lo podéis leer en otro de mis relatos), pero para poder hacerlo Javi había necesitado diez años y otro tipo de artimañas. Chupar pollas tampoco me entusiasmaba, ni siquiera la de Javi, pero alguna había catado y todo dependía de la herramienta que David guardara entre las piernas. Sin embargo, planearlo de esa manera no me estimuló tanto como yo esperaba, así que le dije que dejáramos las cosas fluir y ver qué pasaba.

Cuando los clientes firmaron el contrato de colaboración propusieron irnos a tomar unos vinos. Pedí a David que se contuviese, pero esa noche fui yo el que se pasó de la raya. Al final, una vez nos hubimos despedido de ellos, nos emborrachamos y a duras penas llegamos al hotel. Sin hablarlo nos metimos en mi habitación, nos besamos, nos desnudamos y ocurrió lo que tenía que ocurrir.

Si aparentemente los dos nos considerábamos unos machotes activos y dominantes, estaba claro que alguno tenía que ceder si queríamos que la cosa fluyera y el polvo al que nos enfrentábamos fuese algo mínimamente placentero. El primer impulso de David fue besarme, algo que es totalmente lógico para ir calentando, y aunque ya he dicho que no me agrada, él no era un desconocido con el que me citaba a través de una aplicación. Por ello le correspondí, pero debió de notar mi disgusto y abandonó mis labios para dirigir los suyos hacia mi cuello mientras con las manos nos sobábamos las pollas. Fui notando la suya endurecerse entre mis dedos al ritmo de mis caricias que fueron convirtiéndose poco a poco en una paja. David hacía los mismo con la mía, y algo me dijo que el siguiente paso iba a tardar en llegar si es que acaso habría un segundo avance.

Efectivamente no lo hubo y, tumbados uno junto al otro en el enorme colchón, nos hicimos una paja mutua mientras jugueteábamos con las lenguas o los pezones. Creo que hubo un momento en el que David hizo un amago de deslizarse más allá de mi pecho, pero se retrajo. Yo también me tenté a introducirle un dedo en el culo para ver cómo se lo tomaba, pero no me atreví y no pasé de rozarle con las yemas húmedas por la entrada de su ojete. El cuerpo de David no era nada espectacular como tampoco lo era el mío, por lo que no estuve seguro de que la desilusión por parte de ambos fuese el motivo que nos llevó a dar más pasos.

Al despertar a la mañana siguiente ninguno dijo nada al margen del saludo de buenos días o el anuncio por su parte de que iba a su habitación a acicalarse. En el avión tampoco, pero al coger el coche en el aeropuerto de Madrid sí que le hablé porque algo me reconcomía por dentro:

—Te pido que seamos discretos con todo esto —comenté—. Nuestra relación debe seguir igual que antes.

Pude haber sido más específico comenzando con una retahíla de cosas que no debía hacer, pero me convencí de que no era necesario porque había pillado la idea. Por otro lado, las cosas no estaban siendo como antes, pues David y yo éramos capaces de tener una conversación de índole personal y el ambiente entre ambos no era tan frío como antes de ese viaje. Sentí que a mi vida había llegado de nuevo algo de emoción, algo similar a lo que un día tuve con Javi y que daba vidilla a mi existencia, pero siempre con el temor de que esos sentimientos no me hicieran traspasar la barrera y poner todo en peligro.

Cuando llegamos a la empresa nos recibieron con una pequeña fiesta de celebración por la firma del contrato con los franceses, y fue allí donde me di cuenta de que esa colaboración significaba que habría más viajes a Toulouse con David. Aquel mismo mes tuvimos que repetirlo, y al montarnos en el coche de camino a Barajas la conversación sobre nosotros se retomó tras un lapso de unas semanas como si en ese tiempo hubiésemos atravesado un túnel que impedía poder comunicarnos.

—¿Has conocido a alguien? —le pregunté para asegurarme.

—No —negó tajante—. En Albacete no me atrevo a quedar con nadie.

—¿Tan grave es que tu familia se entere?

—Tú deberías entenderme —se justificó.

—David, lo mío es diferente. Yo estoy casado, pero tú… Ser gay no es nada malo en estos tiempos.

Se encogió de hombros y guardó silencio un rato hasta que volví a romperlo.

—¿Y en Toulouse? Podrías descargarte el Grinder y conocer tíos —le animé.

—Yo no valgo para eso —confesó—. Y además… Además pensé que tú y yo podríamos repetir.

Sus palabras me hicieron sonreír disimuladamente, aunque por otro lado yo ya había barajado la posibilidad de que la cosa se hubiese enfriado y que la poca confianza que teníamos me animase a intentarlo con desconocidos de aquella app, pues sabía que él sería discreto.

—¿No crees que la cosa no funcionó muy bien aquella vez? —le pregunté sin querer herirle.

—Te dije que soy un tipo tímido y me cuesta abrirme. Tú me gustas… —se interrumpió—. Quiero decir que me atraes físicamente y me siento cómodo contigo, así que no me importaría experimentar cosas nuevas para saber qué es lo que me gusta y lo que no.

—Bueno, en ese caso solo haremos lo que tú quieras y lo que te haga sentir bien.

Aquel papel que me había tocado interpretar era totalmente nuevo para mí, pero sentí que merecía la pena intentarlo y seguir adelante con nuestra particular aventura. Si David se soltaba en la cama al final el sexo podría llegar a ser placentero. Esa primera noche nos tomamos un par de copas de vino con la cena y subimos a la habitación. Acordamos que nos daríamos una ducha porque había sido un día especialmente caluroso en el sur de Francia, pero le dejé claro que le esperaba en mi habitación. Unos minutos después apareció y al reencontrarnos nos sonreímos con complacencia. Le indiqué con un gesto que me acompañara en la cama, nos besamos y repetimos los pasos de la vez anterior.

—¿La quieres probar? —pregunté señalando mi polla dura y tiesa que imploraba una buena mamada.

David asintió, me recoloqué y fue deslizando su lengua por mi pecho a un ritmo pausado. Se detuvo en los pezones, bajó por mi vientre y al fin su rostro quedó frente a mi rabo. Percibí sus titubeos cuando acercó la boca a mi capullo hinchado y palpitante y emití un jadeo cuando lo rozó con los labios. El primer contacto fue suave, pero al cabo de unos segundos David se aferraba a mi polla lamiéndola entera con ritmo decidido desde la punta hasta la base pasando por cada milímetro de mi tronco erecto que recibía condescendiente la saliva y el roce con su garganta.

—¡Qué bien, tío! —exclamé provocándole una tímida sonrisa.

No debí hacer ese comentario, pues a los pocos segundos él volvió a hablar:

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿No me la vas a chupar?

Suspiré decepcionado, pero sabía que tenía que ceder y acabamos haciendo un sesenta y nueve aunque yo me atrevía juguetear con mis dedos en su culo mientras le mamaba el rabo con algo de desgana. Aquella noche no hicimos nada más. Para la siguiente me pidió que intentara follarle, pero antes de hacerlo me aseguré de que no iba a pedirme lo mismo porque a aquello yo no iba a acceder. Estuvo de acuerdo, y tras estimularnos con unas lamidas en nuestros rabos me dispuse a follarle.

—Hazlo despacio —me pidió.

Ordené que se colocara a cuatro patas porque estimé que era lo más cómodo para esa primera vez y coloqué mi polla tiesa frente a la entrada de su culo justo después de habérselo lamido con avidez provocándole un gemido desenfrenado muestra de que le gustó más de lo que imaginaba. Introduje la punta y ahora gimió de manera diferente. David temblaba y, aunque no veía su rostro, estoy seguro que en él habría una mueca de dolor.

—No voy a poder, tío —comentó.

—Es normal al principio —le animé—, pero podemos dejarlo si quieres.

—No, no. Intentémoslo.

Su culo estaba bien cerradito, así que costó que mi polla lo penetrara e hizo que le doliera más de la cuenta. Tuve que lubricarla en varias ocasiones con mi saliva hasta que por fin conseguimos algo parecido a una follada. Le embestí con ganas, pero contenidas para no lastimarle y sin rastro de ese energía y viveza con la que a mí me gustaba follarme un culo. Para ser la primera vez David aguantó el tipo, pero no fue capaz de soportarlo demasiado tiempo. Le dije que no pasaba nada, me tumbé boca arriba en la cama y él se colocó a mi lado.

—Mañana me dolerá —dijo con una mezcla de sonrisa y preocupación.

—Probablemente, pero es normal la primera vez. Para la siguiente entrará mejor.

—Joder, te lo he dicho de coña. ¿Me va a doler en serio?

Me reí y asentí.

—Pues en ese caso, y si me va a doler de todas formas, mejor seguir un poco.

Nunca antes había notado tanta picardía en su mirada cuando me decía esas palabras. Dejó claro que quería seguir y se colocó sobre mí acariciando con su trasero mi polla. Se contoneaba para acariciarla con las nalgas, me la agarraba para acercársela al ano sin llegar a meterla, como si sentirla a las puertas le animase a abrirlas de nuevo. Y lo hizo. Ayudándonos con nuestras manos conseguimos que entrara y entonces vi la mueca de dolor en el rostro de mi amante. Al contrario que él, yo me estremecía de placer, pero le dejé hacer porque un desgarro acabaría de un plumazo con sus intenciones tanto esa noche como la siguiente. Con el mismo miedo tanto por tenerla dentro de su cuerpo como por sacarla, David se mantuvo firme y con suaves contoneos conseguimos que los dos disfrutáramos con esa follada hasta que avisé que iba a correrme. Lo hice dentro de él entre gemidos y sollozos espoleado por su mirada lasciva capaz de encenderme de nuevo si aguantaba unos segundos más.

—¿Qué tal? —le pregunté cuando se separó.

—Duele, tío.

Lo confirmó al día siguiente cuando al despertarnos le pregunté por el estado de su trasero. De hecho, me fui interesando por él a lo largo del día, y al caer la noche y vernos desnudos el uno frente al otro reconoció con cierta aflicción que no iba a soportar que le follase de nuevo. No insistí y para compensarle de alguna manera le hice una mamada impetuosa hasta que se corrió olvidándome de mí por el agotamiento general y porque tras las dos noches anteriores apenas me quedaban fuerzas.

Nuestra vida en Albacete continuó siendo normal salvo que de vez en cuando salíamos a tomarnos unas cervezas sin hacer mención a eso, pero era inevitable que él lo intentara. Habían pasado unos meses y no habíamos viajado en semanas, así que uno de esos días me propuso ir a su casa. Sin ser brusco me negué con rotundidad consciente de que si dábamos ese paso ya no habría vuelta atrás y querríamos repetir una y otra vez. Yo no estaba dispuesto a que mi vida girase en torno al sexo, pues lo había limitado a mis viajes, así que se lo expliqué lo mejor que pude y pareció entenderlo. Nuestra relación no cambió y aparte de tomarnos algo de vez en cuando nos aficionamos a salir a correr, así que no me quedó más remedio que hablarle de él a mi mujer.

—Invítale a cenar algún día —propuso ella al saber que se encontraba solo.

—Es un tío muy tímido —le excusé.

Raquel era una persona insistente quizá por su condición de profesora, así que no iba a darse por vencida hasta que David fue una noche a nuestra casa a cenar. La velada podría haber sido algo incómoda, pero Raquel lo hacía todo tremendamente fácil. Poco después hubo otro viaje, esa vez a Madrid, y me volví a follar a David, quien había confesado que lo había deseado con ganas. Bromeé sobre aquello de que era activo y se limitó a decir que solo lo haría conmigo. Pese a todo, el sexo no era tan salvaje como a mí me gustaba o con esa complicidad que había alcanzado con mi amigo Javi gracias a los años o una química especial.

Mi amigo Javi fue el causante de que todo ese mundo que acababa de reconstruir con David y que el que se mantenía impertérrito con Raquel se resquebrajara. Una noche antes del verano estaba cenando con mi mujer y recibí un WhatsApp suyo para decirme que se casaba. Al verlo cometí dos errores consecutivos. El primero fue leerlo delante de Raquel porque esta percibió que mi semblante había cambiado totalmente, así que me preguntó qué ocurría. El segundo error fue decirle que mi amigo Javi me contaba en el mensaje que iba a casarse.

—Joder, Fran. ¿Tan mala pécora es la inglesa esa como para que no te alegres por él?

—No, no. Nada de eso.

Tuve que recomponerme y ahogar mis sentimientos con un trago del vaso del agua porque Raquel me miraba fijamente.

—¿Dónde es? —insistió.

—En Escocia.

—Qué bien, siempre he querido visitar Escocia. ¿Cuándo? Podremos ir, ¿no?

Me encogí de hombros y no supe cómo salir de aquella situación. Nunca le había contado a Raquel que mi mejor amigo era gay y ella había tenido la impresión de que no era más que un tío promiscuo que se tiraba a todo lo que se meneaba. Una especie de Peter Pan que se negaba a sentar la cabeza.

—¿Pero no dice nada más en el mensaje? —volvió a preguntar.

Incrédula, me arrebató el teléfono para verlo ella misma. El mensaje de Javi era muy escueto, pero a Raquel le llamó la atención la foto de su perfil. Traté de arrebatarle el iPhone, pero no pude. En esa foto aparecían Javi y su futuro marido besándose delante de una vieja puerta de madera de un castillo.

—¿Qué significa esto, Fran? ¿Javi es homosexual?

—Y yo qué sé —me limité a decir.

—¿Cómo que no lo sabes? Es tu mejor amigo.

—Me ha pillado tan de sorpresa como a ti.

—O sea que es por eso que has puesto esa cara.

Asentí respirando aliviado por ser la coartada perfecta, pero Raquel no se convenció.

—No, Fran —continuó hablando—. Claro que sabías que era gay. Lo que te ha hecho empalidecer es que se case.

—Anda ya —repuse inseguro.

—Si hubiera sido así me habrías dicho "Javi se casa con un tío" —dedujo como si estuviera jugando a los detectives—. Y tú solo has dicho que Javi se casa. Sin más. Y eso es lo que te jode. ¿Me lo vas a explicar?

En ese punto supe que me enfrentaba al momento más incómodo y difícil de mi vida. Noté mi respiración acelerarse y los latidos de mi corazón bombeando frenéticos amenazando con hacerme explotar de algún modo. La hora de descubrirme había llegado y era incapaz de imaginar cuáles iban a ser las consecuencias o incluso qué diablos iba a decirle a Raquel. Ella se adelantó.

—No me dirás que tú y él…

Fui incapaz de moverme ni para confirmar ni desmentir. Solo agaché la cabeza y deseé que aquello fuera un mal sueño.

—Joder, Fran, qué puto asco. ¿Desde cuándo? Me has tenido engañada todos estos años. ¿Qué he sido para ti, una tapadera?

—No, nada de eso —me atreví a decir—. Mi historia con Javi comenzó mucho antes de conocerte a ti.

Ahora parecía ella la confundida. Creo que dudó por un instante si lo que yo quería decir era que fue una historia de juventud que se acabó cuando la conocí o que había perdurado en el tiempo.

—Pues a ver, tío, explícamelo porque no entiendo que te afecte después de todos estos años. A no ser que… ¿Sigues enamorado de él?

—No digas tonterías —ataqué.

—Explícamelo de una maldita vez y así no tendré que montarme películas en mi cabeza porque te juro que ahora mismo se me pasan por ella todo tipo de historias.

—Javi y yo nunca hemos sido pareja. Lo nuestro fue amistad, pero una amistad especial. Es difícil de explicar.

—Pues inténtalo —interrumpió.

—En nuestra época de la universidad, antes de conocerte, experimentamos ciertas cosas. Por mi parte fue curiosidad más que nada porque desde que me lo presentaron supe que era gay porque estaba saliendo con uno de mis compañeros de piso. Pero cuando te conocí todo eso se acabó, te lo prometo. Es verdad que necesitaba verle y quedar con él, pero no era solo por el sexo… Joder, no sé cómo expresarlo.

—Pues eso, que estabas enamorado de él.

—Que no Raquel. Yo me enamoré de ti y te juro que a día de hoy te sigo queriendo, pero digamos que había una parte de mi vida que no podía dejar atrás.

—Joder Fran. ¿Me estás diciendo que me has estado poniendo los cuernos estos diez años?

—No son cuernos.

—No, es mucho peor. Cuernos hubieran sido si yo me hubiera acostado con aquel profesor de gimnasia interino que tuvimos en mi instituto hace dos años.

—¿De qué hablas? —pregunté extrañado.

—Aquel tío bueno que nos tenía a todas locas porque era un Adonis guapo y chachas que parecía haber salido de una agencia de modelos. En la cena de Navidad de aquel año nos topamos en la puerta de los aseos del restaurante y nos besamos. Después me invitó a su casa y le rechacé. Me faltó poco, muy poco —se llevó los dedos pulgar e índice para acercarlos y casi juntarlos—, pero me contuve. Y aunque lo hubiese hecho eso no habría cambiado nada porque habría sido un polvo sin más. Pero lo que tú me estás diciendo…

El desconcierto me nubló mi capacidad de raciocinio ante aquella tormenta de pensamientos que inundaban mi cerebro y a los que se acababa de sumar el descubrimiento de que mi mujer se había liado con otro. Sí que estaba claro que lo suyo era totalmente distinto a lo mío con Javi y sí más parecido a lo que comenzaba a tener con David. De él no podría hablarle porque entonces estaría admitiendo que era un cabronazo infiel que necesitaba follarse a otros hombres para satisfacer una parte oculta de su vida. De nuevo ella se me adelantó.

—O sea que desde que Javi se fue a Londres no has tenido más mariconeo, ¿no?

—No lo digas de esa forma —le pedí.

—Contéstame.

Tuve que mentir y le dije que no. Me monté la película de que yo no era ni gay ni bisexual, sino que sólo había tenido esa necesidad con Javi haciéndole ver que para mí él había sido una parte muy importante de mi vida y que ya formaba parte del pasado. En ese momento me juré a mí mismo que si salía de aquella se acabarían los encuentros con David o cualquier otro hombre.

—Lo siento pero no te creo —dijo Raquel levantándose de la silla—. Hoy duermes en el cuarto de invitados y mañana ya hablaremos.

Pero al día siguiente poco tuvimos que decirnos. Raquel me pidió que me fuera de casa porque necesitaba tiempo y espacio. Hice una maleta y reservé en un hotel de Albacete. Por pura necesidad tuve que contárselo a alguien para desahogarme, y le único era David. Me invitó a quedarme en su casa, pero no me pareció una buena idea. Llamaba a Raquel a diario pero no me contestaba hasta que al cabo de una semana me telefoneó con el objetivo de que nos viésemos. Me dijo que lo había pensando bien, que había tratado de asimilarlo todo y que solo veía una solución posible. Aquella era que nos separábamos.

—He solicitado una permuta para un instituto de Alicante —me dijo con frialdad—, así que para septiembre ya trabajaré allí. Me quedan tres semanas de curro, así que en este tiempo prefiero no verte, aunque soy consciente de que tenemos que arreglar papeleo. No voy a hacer las cosas difíciles, pero no por ti, sino por mí. Así que cómprame mi parte de la casa, que sé que no tendrás problemas con tu sueldo para que el banco te dé el préstamo y acabemos con todo esto.

Podría haber luchado para convencerla, pero determiné que aquello no haría más que complicarlo todo porque Raquel no iba a entenderme ni mucho menos perdonarme. Era verdad que la quería y me había imaginado el resto de mi vida con ella e incluso teniendo niños, lo cual habíamos planeado para que la baja del embarazo se juntase con sus vacaciones de verano del año que viene. Todo eso iba a ser imposible y Raquel pasaría a la historia. Como ella había predicho, el banco no puso pegas para concederme el préstamo de nuestra casa, así que le compré su parte y el día 1 de julio se marchó a Alicante para no volver. Lo hizo hace unos días para firmar todos los papeles. Me crucé de nuevo con ella después de más de dos meses y mis sentimientos, aunque se habían enfriado algo, seguían siendo sinceros. Tampoco en esa despedida en el despacho de su abogado traté de persuadirla.

En estos meses David ha sido un apoyo para mí, pero como amigo. Durante las tres semanas de junio que Raquel pasó en nuestra casa yo me quedé en la de David, pero no ocurrió nada. Él lo intentó una vez, le rechacé aduciendo que comprendiera que no atravesaba un buen momento y que el sexo era lo último en lo que pensaba. Lo entendió y adoptó el papel de amigo que yo necesitaba. A primeros de agosto David y yo nos escapamos a la playa unos días. Él lo había organizado todo argumentando que me vendría bien cambiar de aires. Accedí a regañadientes y pude disfrutar algo en la costa. No fue hasta el tercer o cuarto día que nos acostamos y acabamos follando. No le pregunté si había habido otros hombres en ese tiempo cuando me hizo una mamada deliciosa que me llevó a pensar que podría haber estado practicando con alguien. Cuando le penetré el culo se resintió como antaño al principio, pero iba pidiendo más y más haciendo que nos olvidásemos de la playa para pasar prácticamente el día en el apartamento que había reservado y en el cual nos fuimos compenetrando poco a poco descubriéndonos y alcanzando un grado de complicidad y madurez sexual que evocaba mis momentos con Javi.

Rechacé ir a su boda por motivos de trabajo aunque fuese mentira. Decreté que no tenía yo la mente para enfrentarme a otra pérdida, pues su enlace suponía el fin y con alejarme de Raquel había tenido suficiente. Ahora vivo solo en la casa que Raquel y yo compramos ilusionados. David vive en la suya y seguimos viéndonos para correr o tomarnos unas cañas. A veces alguno de los dos prepara la cena en su casa y nos acostamos, pero nunca nos quedamos a pasar la noche. Le he preguntado en alguna ocasión si eso es lo que él quiere para no repetir los mismos errores que cometí con Javi y me asegura que sí, si bien ha dado a entender que no se cierra a nada de lo que pueda ocurrir en el futuro. Mis sentimientos hacia David son sinceros, pues he comprendido con todos estos años que es mejor no mentir. Le he dicho que le considero ante todo un amigo y que siendo egoísta eso es lo que más falta me hace. Asimismo, no me ha importado confesarle que el sexo con él me gusta, pero que si espera algo más de momento no voy a poder dárselo. Por una vez en treinta y seis años quiero hacer las cosas bien, y aunque David y yo aparentemente lo tenemos todo a nuestro favor, la sombra de Raquel y Javi planean sobre mi cabeza impidiendo que la felicidad plena llegue a mi vida no sé si de manera inmerecida o no.