La Flaca 02: sin tapujos
La Flaca nos cuenta lo suyo con Papá y, tras la cena, la familia sigue en el proceso de conocerse mejor.
A mí lo de irme de la montaña me daba mucha pena y me hacía ilusión, todo a la vez.
Pena sobre todo por papá, por que dejara de venir a buscarme y eso. Yo solo había follado con papá, y me gustaba mucho. Ya sabía que podía follar con otra gente, claro, yo no soy tan bobalicona como Aitor, pero me parecía raro. Por eso, cuando los tíos sacaron la baraja y empezaron a explicarnos las reglas del chinchón ese que se habían inventado, me alegré. Por entonces, eso de follar me parecía una cosa como muy familiar, como que era más cómodo pensar en ello en casa. Era una sensación extraña la de imaginarlo con extraños, así que pensé que con ellos estaría bien también. Eran de la familia, y parecían muy majos.
Ya por la mañana, mientras nos lavaba, tía Marga me había tocado un poquito. El bobo de Aitor ni se dio cuenta, o estuvo disimulando, no sé. Empezó con que a enjabonarme y, en un momento, me estaba metiendo un dedo en el coñito. Yo creo que lo hizo para probarme, a ver qué pasaba. Tuve que morderme los labios para no ponerme a dar gritos. Me corrí como una loca.
Con una mujer nunca lo había hecho, pero me gustó mucho. Solo lo había hecho con papá. Llevábamos casi un año haciéndolo. La primera vez fue en la Garganta del Lobo, un día que habíamos subido a dar una vuelta a las vacas y hacía calor. Nos metimos en una charca a darnos un baño y la cosa se fue liando. Primero me dijo que ya estaba haciéndome una mujercita, y estuvo tocándome las tetitas; luego empezó a decirme que si cuando a las chicas nos salían pelitos es que nos hacíamos mayores, y cosas así. La cosa fue rodando sola, y, cuando me quise dar cuenta, me estaba tocando la rajita, y yo abrazada a su cuello jadeando. Luego me echó en una lancha de piedra grande de la orilla, y estuvo chupándomela mucho rato. Era increible. Yo no sé las veces que me correría, hasta que no podía más y me daba como calambre.
Al final, me dijo que, si yo quería, que a él también le gustaba, y me explicó. Yo, que estaba supercontenta, se la comí hasta que se me corrió en la boca. Me puse muy caliente al notar cómo se ponía y eso.
Al volver a casa, me dijo que a mamá no le gustaría eso si se lo contaba. Me dijo que esas cosas normalmente las hacían las mujeres con sus maridos y nada más, y que si mamá se enteraba, no podríamos hacerlo más, así que no dije ni mu. Por la noche, vino muy tarde a mi cuarto, me despertó y fue la primera vez que me folló.
Pasamos un año follando. A mi me gustaba. Me gustaba mucho. Venía a buscarme muchas noches, y pasábamos muchas tardes en los prados altos. Era dulce conmigo, y yo disfrutaba. Por eso fui de mal humor a casa de los tíos. No quería dejar de estar con él.
Luego, ya sabéis. La tarde de la partida se me pasó la pena. Echaba de menos a papá, claro, pero ya no tenía miedo de perder ese gustito. Por el contrario, se abría todo un mundo de posibilidades. Hasta el bobalicón de Aitor tenía una polla. La cosa prometía.
Cuando terminamos de picar ya se había hecho de noche. Manoli, la muchacha que se encargaba de las cosas de la casa, había terminado sus tareas y vino al jardín con nosotros. Debía tener poco más de veinte años, y hablaba con un acento meloso que luego supe que era ecuatoriano. Era una muchacha pequeñita, de cuerpo compacto y unas tetas y un culo tremendos; tenía la piel aceitunada y el pelo muy negro recogido en una cola de caballo, muy brillante. Tío Manu, que la llamaba “Indiecita”, le dijo que no tenía que preocuparse, que estábamos “como siempre”, y se quitó el bañador. A Aitor pareció que le gustaban aquellas tetazas blancas y apretadas de pezones muy oscuros, por que la polla “se le paró”, que dijo ella riéndose.
Así que la cosa fue animándose otra vez, por que tía Marga le empezó a enredar. Estaban sentadas juntas, en una toalla grande, y fueron liándole hasta que acabó entre ellas. Tía Marga le invitaba a que se las tocara diciéndole que no se preocupara, que la indiecita era bien puta también, y él, que parecía mucho menos tontaina desde que habíamos llegado, empezó a manoseárselas animadísimo. La muchacha gemía de una manera que a mí me pareció una exageración, sobre todo cuando la tía empezó a acariciarle el coño. Se puso detrás de ella, de rodillas, como sujetándola, y se lo tocaba y le metía los dedos entre el vello negro y rizado. Le decía que se lo tocara así, que la tenía muy perra. Yo no había oído hablar de esas cosas con tanta libertad, y empecé a inquietarme. A tío Manu, que estaba a mi lado, debía gustarle también, por que se le puso gordísima y empezó a toquetearme.
¿Te gusta verlo?
Me gusta… mucho…
Y es que era verdad. Con papá, la cosa era como más delicada, como más llena de eufemismos y de sobreentendidos, mientras que allí, en casa de los tíos, todo parecía natural. Por alguna razón, aquello me parecía más excitante. Supongo que ver a otros debía contribuir mucho a ello.
El caso es que yo seguía mirándoles como hipnotizada. La polla de Aitor estaba otra vez como una piedra, y la indiecita se la tocaba mientras culeaba como una perra con los dedos de tía Marga follándola a la vez que le mordía el cuello. Cuando me quise dar cuenta, tío Manu me hacía a mí lo mismo, y yo, con la mano a la espalda, se la agarraba como si me diera miedo caerme. Pronto empezó a acariciarme el culito con un dedo que debía haber untado en crema. Me daba un escalofrío. Tenía un poquito de miedo, pero estaba muy caliente.
- ¿Quieres que probemos?
Me tenían como loca. Tía Marga había hecho a Manoli ponerse a cuatro patas, y le había colocado a Aitor la polla a la entrada de aquel coño peludo. Parecía que llevaba toda la vida follando, por que se le agarró a las caderas y la culeaba como un animal. Tía Marga le decía que no fuera tan deprisa, que lo disfrutara. Las tetas de la indiecita se balanceaban debajo de su pecho y entrechocaban. Yo, que tenía un dedo del tío en la rajita, y otro en el culo, me sentía excitadísima.
Sí…
¿No te da miedo?
Un poquito…
Tía Marga, que no perdía detalle de nada de lo que sucedía y parecía dirigir una orquesta, se acercó a nosotros con una botella de aceite para niños y, sonriendo, empezó a mojarse las manos y a acariciarme haciéndome gemir.
- Deja que te ayude, cariño, o este bruto te hará daño.
A mí, que un día antes ni se me hubiera podido ocurrir que esas cosas pudieran hacerse entre mujeres, tía Marga había empezado a gustarme muchísimo. Cuando su mano comenzó a resbalar entre mi coñito y mi culo, fue como si me enamorase de ella. Me agarré a su cuello y empecé a besarla en los labios. Me volvía loca. No tardó en meterme un dedo en el culito. Lo movía despacito adentro y afuera y cada vez lo metía un poquito más. Yo estaba como loca. Frotaba mi rajita en su muñeca. No tardó en hacer asomar la punta de otro de sus dedos. Me besaba y sonreía.
- Has salido bien putita, cariño. Me recuerdas a tu mamá.
La idea de mamá follando, de repente, me parecía la más excitante del mundo. Me sentía temblar entera. Aquellos dos dedos dilatándome, resbalándome dentro, me volvían loca. Sentía la polla de tío Manu en la espalda y se me iba el miedo. Estaba loca por que me la metiera.
¿Estás segura de que la quieres?
Sí…
¿Seguro?
Síiiiii…
La agarró con sus dedos largos y delgados, y la colocó en la entrada. Noté una sensación extraña. Tía Marga parecía controlar la situación, y se las arreglara para que todo sucediera muy despacio. La notaba dilatándome, entrando, tan gruesa y tan dura. Aitor follaba a la india, que chillaba como una gata, y la polla de tío Manu se me clavaba despacito mientras tía Marga me besaba los labios y acariciaba mi rajita hipersensibilizada.
- Así, mi amor, con cuidado, con mucho cuidado…
No me dolía. Era extraño, pero excitante, y estaba tan caliente… Frente a nosotros, Aitor se había agarrado muy fuerte a Manoli, como si quisiera atravesarla, y estaba tenso, muy tenso. La india chillaba y la pedía que se lo diera, que se lo diera todo, que la llenara. Se metía los dedos en el coño y gimoteaba. Me dejé caer.
Fue una sensación extraña, entre el dolor y el placer. Supongo que la excitación me podía. La sentí clavarse entera. Me llenaba. Tía Marga me follaba el coñito con los dedos muy deprisa y me decía que respirara hondo. Me tenía loca. Me había dejado caer sobre la espalda de tío Manul, que me abrazaba por debajo de las costillas y me follaba muy despacito. Metí dos dedos en su coño y sus caricias se hicieron más rápidas de repente. Me escuchaba gemir como a lo lejos. Era como un mareo.
¿Te gusta, putita? ¿Te gusta?
¡Sí! ¡Sí! ¡Síiiiiii!
Sigue… así… no… pares…
Clavaba los dedos en su coño como una loca. Cada vez más, hasta que supe que toda mi mano se había clavado en ella. Arrodillada a mi lado, mientras tío Manu me follaba el culito ya muy deprisa, me agarraba la muñeca y me mordía los labios. Temblaba. Notaba sus tetas grandes y mullidas resbalándome en la mías, y sus dedos acariciaban mi rajita frenéticamente. A veces, se me escapaba un chorrito de pis, y la oía reír entre gemidos. Todo tenía un aire irreal, como de fantasía.
Empecé a correrme de una manera salvaje. En algún momento, Aitor debía haberse colocado arrodillado junto a mí. Tenía su polla en la boca y la chupaba con ansia. Tía Marga seguía masturbándome y la polla de tío Manu estaba enterrada en mi culito. Sentí el calor al derramarse. Mi cuerpo entero temblaba. Mi hermano se corría en mi boca y tragaba su lechita tibia con ansia sin dejar de estremecerme. Manoli abrazaba a tía Marga por la espalda. Estrujaba sus tetas y le mordía el cuello. Tenía los ojos en blanco y la cara contraída en un rictus de placer. Todo parecía sumarse y arrastrarme como una ola gigantesca: imágenes, sonidos, la sensación abrasadora de aquella polla grande y dura llenando mi culito de leche, la de Aitor estallándome en la boca. Me derretía entre temblores convulsos. Fue como desmayarme. De repente, no veía nada. Solo oía y me sentía temblando violentamente, deshaciéndome en un temblor como un escalofrío intenso y prolongado.