La Firma de Abogados
Cecilia va en busca de un trabajo que tenga que ver con su carrera y se encuentra en una desagradeble situacion.
En el ascensor se acomodó la falda y se peino un poco. Hacia mucho calor y aun le quedaban dos entrevistas mas.
Cecilia camino bastante esa mañana con el periódico bajo el brazo y el saquito doblado sobre su cartera, cada dos o tres cuadras se acomodaba los zapatos de taco que usualmente ella no usaba pero que debido a la ocasión tenía que hacerlo.
Su madre una abogada de unos cincuenta y tantos le había aconsejado que para lograr una buena impresión en las firmas de abogados, a parte de tener una actitud tenaz y segura, tenía que mostrar cierta elegancia.
A Ceci le faltaban dos cuatrimestres para terminar la carrera y hacia poco que su primer pasantita laboral había terminado. Es verdad que no ganaba bien pero le alcanzaba para sus libros y demás apuntes.
Si bien en el ascensor se sentía un poco el aire acondicionado y no era tan caluroso como las calles porteñas, tener que ponerse ese saquito otra ves le incomodaba y ni hablar de lo zapatos. Tenía el pelo corto, dos centímetros mas arriba de su mentón y de un negro profundo, un mechón se pegaba a su frente por unas pequeñas gotas de sudor. Rápidamente tomo un pañuelo y se seco la frente muy delicadamente para no quitarse el maquillaje y también lo hizo con su nuca.
Cuando llego al quinto piso y las puertas del ascensor se abrieron pudo observar una de las oficinas más feas y más calurosas en la que jamás había estado. Una mujer mayor, muy mayor dormitaba sobre un escritorio lleno de papeles mientras que un ventilador de techo hacia bailar unas hojas secas que había en una maceta vacía. Unos cuadros baratos adornaban, si es que eso se puede llamar adorno, la ante oficina y una fila de tres sillas descansaba sobre una pared un poco enmohecida.
Mientras Cecilia permanecía de pie intentando no moverse por temor a que se derrumbaran las paredes pudo leer en un cartel amarillento y hecho con una vieja impresora Tome Asiento y Aguarde.
Aun un poco sorprendida y muerta de calor se sentó en la punta de una de las sillas y coloco su bolso sobre su regazo adquiriendo una actitud recta y muy poco cómoda a la vista. Por su cabeza pasaban muchas cosas, como por ejemplo que era imposible que una buena firma de abogados pudiera trabajar así, o también cual era la imagen que les daba a los clientes. Sin vacilar revolvió un poco el bolso, tomo su teléfono celular y llamo a su madre que se encontraba en su trabajo. Le pregunto por la dirección ya que su madre se la había dado y recomendado esta firma alegando que eran unos muy buenos colegas y con mucha experiencia. Tras una breve discusión sobre que el mundo no es todo color de rosas Cecilia corto el teléfono muy ofuscada y lo guardo en su bolso a modo de derrota, deseando algún día poder ganarle a su madre en alguna discusión.
Pasaron unos quince minutos desde su llamada, ya la impuntualidad la ponía nerviosa, se acomodo un poco sobre la silla y tras secarse unos cuantas veces mas con su pañuelo se dispuso a retirarse porque la anciana solo había balbuceado algunas palabras en italiano mientras dormía. Justo cuando se puso de pie la puerta de la oficina se abrió y un hombre de pequeña estatura, al mejor estilo Danny De Vito, surgió de entre una espesa nube de humo. Tenía dos grandes anillos en su mano y una camisa amarillenta y una pelada prominente, un aspecto poco aseado y acentuado a causa del calor que azotaba a la ciudad.
Che piba ¿que queres? Dijo mientras mascaba la colilla de su cigarrillo.
Eh vine a la entrevista, pero no estoy segura Cecilia esquivaba la mirada de ese pequeño duende fumarola.
¿No estas segura de que? No me hagas perder el tiempo que somos una firma de abogados muy, pero muy ocupada Dijo orgulloso mientras que la anciana tosía secamente. Masco el cigarrillo y continuo Mira Piba busco alguien con experiencia en manejo de legajos y que sepa mas de cincuenta leyes de memoria, y por lo que veo creo que vos calzas justo, queres pasar a mi oficina así nos ponemos un poco mas cómodos y hablamos de profesional a profesional.
Los labios de Cecilia esbozaron una débil y poco creíble sonrisa mientras que don fumarola recorría a Cecilia con su mirada cambiando de posición la colilla en sus labios.
Una vez dentro de la oficina y enfrentados en el escritorio de este peculiar personaje pudo observar que lo oficina estaba repleta de libros y legajos, cajas apilonadas en los rincones y carpetas con fechas de hace cuarenta años, abruptamente el tour que hacia con la mirada se interrumpió.
Mi nombre es Ricardo Grimoldi y entre otras cosas manejo esta oficina de abogados, tu nombre era
Discúlpeme - Dijo Ceci sonrojada notando que había perdido la postura de abogadita casi recibida - mi nombre es Cecilia Dapasano y estudio derecho en la Universidad de Buenos Aires, tengo experiencia en manejo de legajos y conozco casi todas las leyes y tambie
Te pregunte tu nombre nada mas Interrumpió bruscamente, y mientras Cecilia lo observaba con la boca entreabierta le dijo No creas que por que conozco a tu madre el empleo es tuyo ni mucho menos. Tampoco pienses que aquí vas a encontrar amistades, va a ser mejor que te acostumbres. Diciendo esto arrojo su cigarrillo en el
cenicero y se puso de pie. Cecilia estaba aun más nerviosa pero también la sensación de encontrarse con un hombre que la retara de esa manera y la tratara tan fríamente la ponía aun más atenta e interesada en el sujeto. Nunca nadie la había tratado así a decir verdad, todo lo contrario a lo largo de toda su vida y aun mas en su carrera se encontró con muchos hombres de gran poder, incluyendo a su padre, que caían bajo sus encantos, se podría decir que Cecilia Dapasono tenia un don a al hora de controlar a los hombres.
Mientras el señor Ricardo paseaba por la oficina le ofreció a Ceci quitarse el saquito
- Veo que tenes calor, lamentablemente aun no repararon el aire acondicionado y estamos a duras penas intentado sobrevivir con estos ventiladores, si queres podes colgar tu saco ahí. Señalo en una esquina de la oficina un antiguo perchero de madera oscura en donde descansaban un sombrero antiguo y un pequeño traje color marrón.
Cecilia sin pensarlo comenzó a quitarse el saco sin notar que la pose en la que se encontraba delineaba su busto sobre su blanca camisa, marcando sus pequeños pezones. Ricardo no muy lejos de ahí no se perdía detalle de ese increíble espectáculo, pero como buen cazador no hizo gesto alguno, espero paciente para evitar espantar a su presa.
Una gota de sudor se desprendió del mentón de Cecilia y recorrió lentamente su cuello, dibujando pequeñas curvas sobre su piel, perdiéndose entre sus pechos.
Realmente era un calor sofocante el que se sentía en esa oficina, Cecilia había perdido toda la postura y la actitud. Se encontraba frente al perchero colgando su saco, su corpiño se marcaba sobre su transpirada camisa y sus muslos se dejaban ver gracias a que su pollera se había deslizado unos centímetros hacia arriba. Ricardo pasó lentamente su mano por su barbilla y se relamió al observar esos muslos. Sin perder la concentración dijo
¿Cecilia, me podrías hacer un favor? Cecilia intento recuperar su postura y se acomodo rápidamente su pollera, un poco aturdida por el calor respondió
Si, si dígame señor Grimoldi Un sonrisa disimulada se dibujo en el pequeño rostro del señor Grimoldi, se acerco a su escritorio y usando una lapicera que quito de su bolsillo le señalo a Cecilia un estante en lo alto de la biblioteca, y sin mirarle le espeto
Necesito unos archivos que se encuentran en ese estante, ¿me harías el favor de alcanzármelos? Ahí tienes un banquito si es que no podes llegar hasta ahí arriba.
Ricardo tomo asiento y por el rabillo de su ojo izquierdo observo detenidamente los movimientos de Cecilia mientras hacia algunos garabatos sobre una hoja en blanco.
El zumbido del ventilador y algunas bocinas cinco pisos abajo en la calle era lo único que se oía en la oficina. Cecilia se acerco a la biblioteca y por unos segundos se quedo observando el estante. Era alto pero pensó que si se estiraba un poco podría alcanzarlo, miro sobre su hombro para ver que es lo que hacia el señor Grimoldi, pero este muy astutamente escondió su rostro en uno de los cajones de su escritorio disimulando su atención.
Con una mano se tomo la pollera y la sujeto con fuerza para que no se le subiera mientras que en puntas de pie intentaba llegar a lo alto de la biblioteca. Lentamente la pollera empezó a deslizarse dejando ver los muslos de Cecilia, cada movimiento que hacia le permitía al señor Grimoldi descubrir unos milímetros mas de la piel de Ceci. Por un momento Cecilia desistió y pensó en ir a buscar el banquito pero sabia que iba a quedar mucho mas expuesta, el sudor recorría su espalda y ya no veía el momento de salir de esa oficina, esto la impulso a hacer el ultimo esfuerzo y se estiro con las dos manos, fue demasiado. Su falda se subió hasta dejar ver la comisura de sus glúteos y sus muslos mientras que una pequeña prenda de seda se asomaba en la intersección de sus piernas. Ricardo no pudo contenerse y se llevo la mano a su miembro que había adquirido una proporción más que respetable.
Cecilia aun intentaba llegar hasta esos benditos archivos cuando oyó dos vueltas de llave que cerraban la oficina, se volteo sobre si misma y pudo ver la figura del señor Grimoldi dibujada junto a la puerta. Con gran agilidad Cecilia se acomodo la falda sin quitar la vista de la pequeña figura que se acercaba hacia ella.
- Tranquila pibita vamos a llegar a un acuerdo como buenos abogados que somos Dijo la voz de Ricardo con un tono lascivo No lo tomes como una amenaza, pero de esta oficina no salís a no ser que yo quiera.
Un fuerte escalofrió recorrió la espalda de Cecilia, el sudor en su cuerpo se enfrió rápidamente y un nudo en su garganta no le dejaba tragar bien. Quiso retroceder, huir pero PUM! Un golpe seco resonó en la oficina. Cecilia yacía en el piso, uno de los tacos de su zapato quedo enterrado en la alfombra y la hizo caer sobre su espalda. Aun dolorida y confundida intentó incorporarse pero Ricardo ya estaba sobre ella sujetándola por los pelos de la nuca.
Ah! - Dijo Cecilia No, no ¿Qué quiere? ¿Qué le hice?
Todavía no me hiciste nada piba, vení, paraté. Sin soltarla de la nuca, la impulso
hacia arriba y la condujo a un sillón de dos cuerpos en donde la arrojo con violencia. Cecilia intento huir pero se paralizo al ver entre las manos de Ricardo un pequeño revolver. No era gran cosa pero no dejaba de ser un arma. Los ojos de Cecilia se nublaron y pronto comenzó a sollozar, tenia miedo y se encontraba paralizada sentada frente a este hombre nauseabundo que la apuntaba, con una gran sonrisa en su rostro.
Para flaca que no es momento para que llores. Le dijo Ricardo tomando una de las rodillas de Cecilia.
Déjeme ir por favor no me haga nada, le prometo que no voy a decir nada, es mas nunca mas a me va a volver a ver
Para pendeja, afloja solo te aconsejo que hagas todo lo que te digo al pie de la letra, ni mas ni menos. Tengo suficientes contactos como para hacerte desaparecer en diez minutos si es necesario.
Cecilia creyó sentir que su corazón se detenía, tenia las uñas clavadas en el gastado cuero de sillón y el miedo la paralizaba, miro desesperadamente buscando su bolso en donde se encontraba su celular pero estaba demasiado lejos, sabia que era imposible llegar hasta el, de pronto los dedos del señor Grimoldi empezaron a dibujar pequeños bucles sobre el muslo de Cecilia, esto la regreso a ella a la dura realidad y mientras unas lagrimas corrían por su rostro escucho la primer petición de Ricardo.
- Paraté que te quiero ver bien dijo mientras se manoseaba la entrepierna dale apuraté pendeja de mierda.
Cecilia tardo algunos segundos en acotar la orden, en su cabeza daban vueltas las peores imágenes, pero pensó que si hacia lo que el le pedía todo terminaría rápido.
Tras ponerse de pie, Ricardo acerco una silla a un metro de distancia de ella, una mirada burlona, como quien mira a un ser inferior surgía de los ojos de Ricardo. El la miraba detenidamente mientras que Ceci aun de pie apretaba fuertemente sus puños y se mantenía en una posición rígida, incomoda. Ella le esquivaba la mirada en todo momento mientras que el detenía su vista en los pechos de Cecilia.
- La verdad que estas muy buena pendeja. Sacaté la camisa que quiero verte mejor. tras decir esto se dejo recostar sobre el respaldo de la silla.
Lentamente Ceci saco los bordes de la camisa fuera de su pollera, sus manos temblaban pero en su mente no dejaba de repetir que todo esto pronto acabaría. Uno por uno se desabrocho los botones de la camisa, en su abdomen una piercing adornaba su ombligo mientras que un corpiño de encaje blanco sostenía sus pechos, sus pezones se marcaban aun mas en su corpiño gracias a que el sudor había humedecido su ropa interior.
Mientras ella permanecía de pie, y su camisa descansaba junto a sus pies, Ricardo manoseaba su pene por arriba de su pantalón, una forma cilíndrica de gran tamaño se dejaba ver en su entrepierna mientras que buscaba cómplice alguna mirada de Ceci que seguía esquivándolo.
- Bien nena, así me gusta, como me gustaría que tu vieja te viera ahora, indefensa, parada ahí como a una putita Bruscamente los ojos de Cecilia se clavaron en los de Ricardo, el odio contenido en esa mirada era descomunal pero Ricardo ya había visto miradas peores. - ¿Que pasa Ceci? ¿Dije algo malo? Te aconsejo que te tranquilices el arma la tengo yo dale, dale ahora sacaté la pollera.
Cecilia tenia los dientes apretados y una furia recorría todo su cuerpo casi ya no sentía miedo, pero al ver el arma que sostenía Ricardo le recordaba la posición en la que se encontraba.
Bajo el cierre de su pollera y con las dos manos en su cintura deslizo la pollera hasta que la dejo caer al piso. Los huesos de su cadera junto a sus muslos delimitaban una pelvis especial. Una tanga de seda era lo único que los separaba, Ricardo con su mano dentro del pantalón agitaba vigorosamente su miembro.
- Sentate en el sillón y separa las piernas Le ordeno Ricardo.
Ahí se encontraba cecilia con las piernas bien separadas, sus muslos, su abdomen y sus pechos brillaban a causa del sudor. Ricardo se puso de pie y con un movimiento certero desembolso su miembro. El movimiento repentino y el ruido llamaron la atención de Cecilia que sin querer, a forma de reflejo fijo su mirada en el miembro erecto de Ricardo.
Era realmente enorme, mientras Ricardo se masturbaba Cecilia podía ver como la cabeza del glande se asomaba por entre sus dedos y se volvía a perder entre ellos. Era de un rosado brillante mientras que el tronco color piel era bordado por innumerables venas.
La excitación de Ricardo no era menos, su respiración se agitaba a cada minuto.
Tras unos segundos de ese bizarro espectáculo Cecilia cerró fuertemente sus piernas.
¡QUÉ PEINSA HACER! ¡SE LO PIDO POR FAVOR, NO! Grito Ceci desesperada.
¡PERO CALLATE LA PUTA QUE TE PARIO! Dale abrí las piernas Mientras que con una apoyaba el revolver sobre la frente de Cecilia con otra hacia fuerzas para separarle las piernas.
No por favor basta esta bien, no me lastime.
De pronto las piernas de Ceci se encontraban separadas y los dedos de Ricardo jugueteaban sobre su ropa interior de seda. Con un movimiento ascendente y descendente de su dedo índice recorría los labios de la vagina de Cecilia mientras que con el dedo gordo acariciaba la circunferencia del ano. Segundo a segundo Cecilia iba adoptando una postura más relajada, sus pezones comenzaron a endurecerse mientras que su pelvis seguía tímidamente los movimientos del dedo de Ricardo, un gemido casi inaudible se escapo de la boca de Cecilia, estaba excitada y no podía evitarlo, quería negarle esa victoria al sujeto desagradable que la estaba manoseando pero le era imposible. Sin previo aviso dos dedos se hundieron en la vagina de Ceci, los músculos de sus piernas y de su abdomen se contrajeron y sus pechos eran liberados de su sostén.
- Que tetas que tenes nena y ni hablar de tu conchita, mira como mis dedos se pierden dentro tuyo - y con un movimiento certero introdujo un tercer dedo que estremeció el cuerpo de Cecilia ¡Epa! ¡No es que no querías! - Cecilia no podía contenerse, ese
tercer dedo había causado un orgasmo en ella, ahora su cuerpo acompañaba rítmicamente las manos de Ricardo.
Cuando Cecilia iba a alcanzar su segundo orgasmo Ricardo se detuvo. Los ojos de Cecilia buscaron en la mirada de Ricardo una explicación pero se encontraron con un primer plano del glande de Ricardo.
¿Lo queres? pregunto Ricardo socarronamente, y al ver que la mirada de Ceci se desviaba y apretaba fuertemente sus labios insistió Lo queres, ¿si o no?
Si lo quiero.
Bueno, pero primero te lo vas a tener que meter todo en la boca.
Cecilia sintió una fuerte presión sobre sus boca, el pene se deslizo sobre sus labios y rozo su mejilla izquierda hasta que este estuvo totalmente apoyado sobre su rostro, el calor del miembro era asombroso, la cabeza volvió a colocarse sobre sus labios y se introdujo suavemente en la boca de Cecilia. Tenía un sabor fuerte, la lengua de Ceci intentaba abarcar y descifrar las verdaderas dimensiones de este miembro pero le era imposible. Lo tomo con sus dos manos y comenzó a succionarlo, con su lengua delimitando su largo y suavemente lo mordisqueaba. No podía creer lo que estaba haciendo, se llevo una mano a su vulva y empezó a acariciarse, estaba todo húmeda y la transpiración recorría todo su cuerpo. Necesitaba ser penetrada ya, sus dedos no daban a basto, Ricardo retiro su pene humedecido por la saliva de Cecilia y lo coloco entre los pechos de ella. Apretándolo fuertemente y lamiendo la cabeza del pene, este se deslizaba entre sus tetas ágilmente. Sus pechos endurecidos por la excitación acuñaban al miembro de Ricardo magníficamente. El pene se perdía entre sus pechos para terminar en su boca y volver a desaparecer.
Era demasiado para Cecilia y sin pensarlo dijo lo que nunca le hubiese dicho a un hombre tan repugnante como aquel.
- Por por favor la necesito, la quiero dentro mío La mirada de Cecilia estaba llena de desesperación
Ricardo dio dos pasos hacia atrás y vio como Cecilia se volteaba y lentamente se quitaba la tanga para enseñarle esa perfecta manzanita. Se arrodilló sobre el sillón y con una mano separo sus nalgas para mostrarle a él todo su ser.
Ricardo estaba como un toro, jadeaba no podía hablar, ni siquiera podía organizar sus ideas en la cabeza y sin meditarlo un segundo mas se acerco a Cecilia.
Primero la tomo por las caderas y apoyo el largo de su pene entre las nalgas de Ceci. Empezó a frotarse contra ella, su pene se bañaba en los jugos de ella y el contacto de la carne la enloquecía, ella tomo al miembro con su mano y lo guió hasta su vagina, Ricardo sin más, introdujo muy lentamente su pene, viendo como la conchita de Ceci iba describiendo el diámetro del glande.
Mas despacio me estas matando por favor dijo entre sollozos y gemidos.
Shhh, silencio déjame a mi.
A si, no pares.
Ricardo continuo introduciéndose en ella, hasta que sus testículos hicieron tope, lo saco despacio y volvió a repetir el movimiento un poco mas acelerado.
El sudor los bañaba a los dos, los gemidos de Cecilia excitaban aun más a Ricardo. Coloco los dedos de su mano izquierda en la boca de ella y por unos momentos jugueteo con su lengua, ya bien lubricados se dispuso a introducirlos en el ano de Ceci.
No, para que haces, ahí no, ¡POR FAVOR NO! Los dedos de Ricardos se introdujeron en el ano de Cecilia al mismo tiempo que ella tomaba por la muñeca a Ricardo e intentaba detenerlo.
Putita queres que te lo explique de nuevo le susurro en su oído acá se hace lo que yo digo Y sin detenerse continuo penetrándola por sus dos orificios.
Cecilia mordía el cuero del sillón y llorisqueaba de dolor, Ricardo parecía incansable y seguía bombeando a Cecilia, en un momento quito el pene de su vagina y lo coloco sobre el ano de ella.
Cecilia lloraba aun mas al sentir como el enorme miembro se abría paso en ella, a esta altura la excitación era solo de Ricardo. El solo pudo introducir la mitad del pene ya que los músculos del esfínter de Cecilia le impedían el paso. Ricardo se sostuvo unos minutos más hasta que acabo dentro del ano de Cecilia.
- Ahora límpialo con la boca, que quede reluciente.
El pene ya flácido de Ricardo se paseaba dentro de la boca de Cecilia. En eso Ricardo la empujo contra el sillón y fue en busca de un cigarrillo, abrió el cajón, saco un atado de rubios y dos disparos rompieron el silencio. Ricardo yacía sin vida en el piso.
- Ahora tengo yo el arma ¡HIJO DE PUTA!